Spinoza, Bolaño y la posibilidad // Branco Troiano

¿Es posible pensar en una ficción spinozista en tanto literatura spinozista? ¿Tiene algún sentido pretender un cruce allí, sin que signifique encuentro, punto de conexión, sino más bien descubrimiento de una forma de expresión común? 

 

Siendo que la narrativa religiosa ha resultado ser la mayor de las ficciones, la más efectiva, el gran Padre, por su carácter arrollador, de las narrativas, ¿no es suficiente con la lectura de la filosofía de Spinoza, contra-ficción fatal que invierte -y por ende desactiva, o cuanto menos neutraliza- la esencia misma de la religión? Narrativa la religiosa que, ya sabemos, encuentra en el sistema de finalidades su fuente inagotable de energía.

 

¿Hasta qué punto dar con ciertos sentidos es, en efecto, un hallazgo, y no un mero movimiento forzado que responde menos a una forma nueva que a una paja intelectual, a la rumiación de la rumiación de la rumiación?

 

Pienso en tres autores como quien arroja una primera piedra. Está claro, no para reducir la idea a una privilegiada lista de nombres, sino a una forma de habitar la ficción y, por ende, de digerir la realidad y de tensar sus límites. 

 

La piedra: Fogwill, Kakfa y Bolaño. Pero me voy a detener en este último. Hay algo en Roberto Bolaño, el escritor chileno. Hay algo en Detectives Salvajes y en 2666, dos de sus textos monumentales (si es que en estos casos podemos hablar de cosas por separado y no de una misma cosa, siempre la misma cosa, solo que operando de distintas maneras, teatralizando distintas versiones).

 

Las partes que integran cada texto no tienen valor, o ese valor, esa potencia infernal que llegado a un punto de lectura revelan si no es en relación con alguna de las otras: no hay daga ficcional en sí: hay daga ficcional, hay ficción plena de existencia una vez encontrada una parte en alguna o en varias de las otras. En el caso de 2666, para citar uno de los dos textos, tenemos cinco partes, cinco caballos que, en formación horizontal, para soportar cargas y sopesar tensiones tiran del carro: «La parte de los críticos», «La parte de Amalfitano», «La parte de Fate», «La parte de los crímenes» y «La Parte de Archimboldi». 

 

“La cosa es en sí o es en otra cosa”, dice Spinoza. Ya sabemos, como le dijo León Rozitchner a Diego Sztulwark, que para hacer cualquier cosa hay que ser arbitrario. Entonces, arbitrario, me inclino a pensar más en clave de la segunda: la cosa se descubre, la cosa es, en otra. Por eso Bolaño y las partes que integran estas dos obras.

 

Bolaño apuesta a que cada nudo narrativo sea fuente recíproca del otro. Es decir, no hay partes complementarias, hay partes necesarias, hay necesidad: cada parte descubre su potencia siempre y cuando entra en tráfico con la otra, o con las otras

Y esta no es solo una manera de pensar, entender y poner a funcionar la literatura: esta es una manera de dar cuenta del mundo, de su pulso, de hallar las ficciones que lo integran y desintegran, las tensiones que lo resuelven y lo retuercen, los claroscuros: en fin, de la sutil pero fundante relación que guardan las cosas con la Naturaleza.

 

Hay, en Bolaño, a la vez, una manera de entregarse a la literatura: es una manera desconfiada, no por pacata sino por esperanzada: se puede encontrar, en cualquier pliegue de la narración, vida, potencia de existir. No es pacata, es una escritura plena de deseo, una escritura que estalla los límites de lo decible porque lo decible ya fue excedido por otra cosa. Quizás sea el cuerpo, arrojado a la escritura como un pedazo de carne que se estruja al fuego. Quizá sea esta la diferencia fundamental con Borges: no otorgarle el mundo entero al lenguaje. Quizás sea este el movimiento fundamental. 

 

La escritura de Bolaño tiene solo un tiempo: todo lo que ha sabido conmover, todo lo que conmueve y todo lo que conmoverá tiene lugar en un tiempo: el del cuerpo. 

 

Volvemos a Rozitchner: el sujeto y su cuerpo como mayor índice de verdad. No hay verdad sin una experiencia personal que la verifique en el cuerpo.

 

Entonces, ¿no será que toda escritura es, en efecto, spinozista, spinoziana en tanto presente, corpórea, infinita y, en términos foucaultianos, estratégica? 

 

¿Habrá margen para otra manera en la escritura? Sobre todo para los que la pensamos como zona de semejante combate. ¿Es posible escribir ajenos a ese vértigo, a esa inminencia de abismo, a esa suerte de urgencia vaya a saber uno motivada por qué, a ese ardor? 

 

Bolaño ya no importa. Importamos nosotros, nosotros en tanto partes de una Naturaleza que sigue en proceso y en tanto sujetos con posibilidad. Nosotros tenemos la posibilidad: de tensar los límites hasta quitar el velo, de explorar y explotar en el lenguaje, de revelarnos algo nuevo, en algo nuevo. 

 

Se lee en Walsh: «Temblando y sudando, porque él tampoco es un héroe de película, sino simplemente un hombre que se anima y eso es más que un héroe de película». 

 

Temblando y sudando, la tarea seguirá siendo la de encontrar una salida donde muy probablemente no exista. 

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