Primero, su muerte. Llorarlo y re-leerlo en partes iguales, en estado de conmoción. Asistir al duelo colectivo que en redes sociales, y en los diarios, sí, en los diarios, porque ese fue su medio por excelencia, extendió un luto inverosímil: el fenómeno rotundo de una escritura tan viva.
¿Habrá sido eso parte de lo que Forn nos legó cuando construyó semejante intimidad escritor-lector? Estamos experimentando la vivencia de haber perdido, mucho antes de tiempo, a alguien de la familia. El Forn de cada uno, y el de todos. El Forn que se hace esperar en cada entrega, metiendo cuentos e historias en el mundo de las noticias. Forn nos narraba las noticias de ayer (el mundo de la literatura), las revivía para el hoy, haciendo de La Historia un cuento, una narración, una ocurrencia que encuentra la ocasión de su vigencia en algún detalle o situación cotidiana. ¿Será eso, entonces? Lo cotidiano como ocasión para recuperar la historia literaria del siglo XX.
Forn era, es –me corrijo- un modo de leer. No sucede tanto, casi nunca. Pero hay escritores que cambian, alteran, transforman el modo de leer, fundan el modo en el que en un tiempo histórico determinado se lee. Pero lo que hoy quiero pensar es que –tal vez es el primero que lo hace desde la literatura, Freud lo hizo desde el psicoanálisis- hay escritores que cambian el modo, no sólo de leer sino de soñar, que inventan una alianza entre soñar y narrar. Escritores que trabajen con el material onírico son tantísimos, tal vez todos, pero Forn propuso (¿lo habrá sabido?) una teoría literaria del soñar. Si el sueño es nuestro propio acopio de narrativas, la literatura también puede ser definida como nuestro capital o acopio de sueños.
A partir de Freud, el sueño es el lugar paradigmático de encuentro con lo más enigmático de cada sujeto. A partir de Forn, el sueño es el lugar paradigmático –en la literatura- de encuentro con los demás. El sueño y su potencia de reencuentro. Soñamos, dice Forn, lo escribe cuando lee a su abuela, o a John Berger, o a Czeslaw Milosz, es encontrarnos con los demás. No tanto para tocarse como para conversar.
Forn construyó esa imagen acuática del sueño (siempre luminoso y oscuro al mismo tiempo) como lugar donde vivos y muertos podemos reunirnos. Imagen del sueño como lugar plural, donde los muertos visitan a los vivos y donde los que nos sentimos muertos podemos revivir. En todo caso, soñamos para no quedarnos solos. Un sueño es una experiencia que busca ser narrada, un sueño es capaz de inventar historias e imágenes nuevas a partir de viejas huellas. Eso lo saben el psicoanálisis, la filosofía, el arte en general y la literatura en particular, pero también lo sabemos nosotros, cada uno de nosotros, que nos dormimos con historias desde que tenemos memoria y nos despertamos para contarlas.
Tal vez en algún sueño nos reencontremos, Juan. Allí te buscaremos. Junto a la orilla del mar, junto a la orilla del sueño.
Precioso texto