Sobre jugar a los jueguitos // Chuca

Hubo una época dura en mi vida que se ve que no era tan mala porque salí de ahí gracias a un Family Game que encontré en un placar. Había cinco juegos, pero solo funcionaban, aunque soplé, dos: el Mario Bross y el Tetris. Y como tenía una cordillera de tiempo libre, me la pase jugando a esos dos games. Dos clásicos que cada uno se encarga de mostrarle al otro que no hay fórmulas para ser un gran vídeo juego, ni para quedar en el recuerdo. Porque son estructuralmente diferentes, algo que, gracias al freestyle del thc, me di cuenta. Por un lado, el Mario Bross es un jueguito que consiste en liberar a una princesa. Que con ese fin noble y caballero, que tiene nada más y nada menos que al valor de la libertad propulsando hacia adelante al fontanero, te hace avanzar, pasar niveles mientras venís viendo como crece tu épica y la posibilidad de ser un héroe. Y si perdés, tenés otra oportunidad. ¡Otra vida! Pero por el otro lado, también jugaba al Tetris. Un jueguito ruso en el cual no se puede ganar nunca. Lo único que se puede hacer es demorar la derrota, perder más tarde y alargar la agonía. Y que cuando perdés, no hay otra vida. La vida es una sola, te dice. No hay final feliz. No hay libertad. Hay tragedia. La tragedia de la vida al estilo ruso. Que todo se pone más rápido, que te estresas, que no podes con todo eso que se te cae y listo: a curtirse. A curtirse a la URSS. Entonces así andaba: entre el Mario Bross y el Tetris, entre la idea de la liberación y la tragedia de la vida, entre la posibilidad de ser un héroe y la imposibilidad de acomodar fichitas. Yo pensaba que iba a salir de esa época con una certeza nueva para agregar a mi pack de certezas, pero no. Lo que me quedó de esos días fue la sensación del movimiento que es vivir: la ambigüedad. Es que a mi la gente que mejor me caen son los que agrupo bajo el nombre de “los optimistas trágicos”. Los OT. Que son las personas que saben muy bien que todo esto es al pedo, en vano, mortal, pero que sin embargo y con absoluta conciencia de lo anterior, juegan el juego, compran fichitas, como si las cosas fueran determinantes y aceptan, con estilo y en secreto social, el pacto ficcional que hay que tener para poder vivir. Pero no los optimistas a secas, esos que todo bien todo el tiempo, que la alegría, que el amor, que la ilusión. Con esos me pasa el efecto contrario de lo que buscan y como decía Homero, no el de la Odisea sino el otro: me aburrooo. Es que en la alegría, o en la tristeza sola, no hay tensión. Como me dijo Pato que le dijo su profesora que le dijo Hebe Uhart: los cuentos empiezan si hay un «pero». Como cuando alguien en un cuarto solo, de noche, juega un poco al Mario y otro poco al Tetris, otro poco al Mario y otro poco al Tetris y, en eso, mientras la luz de la tele pega en el techo y alguien que fuma un puchito desde otro edificio se pregunta: ¿qué será esa luz?; algo de su relación con el mundo se vuelve elegante y fresca, y no resuelve nada, pero tiene ganas de, y, con eso, ya le parece suficiente para ir viendo qué onda con todas estas cosas.

 

* Este texto pertenece al libro «Metodología de la dispersión», publicado en mayo del 2021.

IG: @ale.chuca FB: Alejandro Chuca

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