Silvia nos invita a pasear por un paisaje que dibuja para habitarlo.
El libro comienza con la nostalgia del verano reciente, apenas antes de iniciar la cuarentena por estos lares, aún con el recuerdo de la arena en los pies, paisajes de playas que ya empiezan a estar vacías, despobladas, como cuando termina la temporada; o que ya anuncian soledades por venir.
Dice: una parte de mi mundo se cerró, pero entrevemos que alguna puerta fue abierta para compartir con otros ese mundo.
Ya la dedicatoria a sus hijas, tan cerca ellas (y tan lejos), mastica, repasa las distancias alteradas. Ellas en la pantalla, casi las únicas caras sonrientes a lo largo de estos dibujos.
Durante 2020 esperaba sus dibujos, me sorprendían los primeros que vi en su Facebook, casi con alegría coincidía en esa cierta mirada: “sí, es eso, es así”, pensaba a medida que iban apareciendo. Alguna vez le mandé fotos de personas en las terrazas que divisaba desde mi ventana–casi siempre solas, dibujando movimientos en el aire-. La vida imitando el arte de Silvia.
Nos trae a la memoria este libro, la creciente desorientación que percibíamos, en aquellos primeros meses del aislamiento, ante los lugares conocidos, familiares y sin embargo cambiados, no sabíamos aún en qué. Transitábamos perplejos, desalojados de nuestro habitual paisaje urbano.
Uno de los que más me conmovió: ¿Entramos? Un hombre y su perro, de espaldas, ante un parque desolado, detenidos ante una cinta sutil, que da a entender que no se puede pasar.
Nos cuenta que cuando su mundo se cerró, empezó a trabajar en dos espacios, a los que llama: Espacio Diurno, el de las témperas, y Espacio Nocturno, el de los bordados.
Espacios nombrados en una dimensión temporal.
Día y noche. Armar rutinas. Dibujar y bordar. Noche y día. Bordar y dibujar. En el entretiempo, mirar, animarse a salir, convertir quizás esa desolación en algo narrable, habitable.
Bordar la noche juega con animales coloridos, sin barbijos; dichosos ellos, atemporales.
La mayoría de los dibujos muestran figuras solas, y aunque haya dos o más personas, transmiten soledad. O insinúan que este fue, en ese día, el rato en compañía, entre tanto estar solitario.
Silvia nos convida a husmear en esas terrazas, balcones, calles, casi como espías entrando en una intimidad expuesta. Actos mínimos, un estar lento: pasear al perro, mirar el cielo desde lo alto del edificio- las manos atrás-, trotar en el balcón, hablar por teléfono, saltar la soga, tomar sol; abrigados o en bikini, un recorrido por todas las estaciones del año en pandemia. Tiempos suspendidos.
La bici del delivery, en ocasiones lo único que se veía moverse en las calles.
La ropa tendida, también trasmite soledad.
Y siempre por allí algún perro.
Me entraron ganas de obsequiarle unos hilos de seda hermosos de mi madre, que guardamos amorosamente en el cajón de objetos de otro tiempo.
Por si sigue la cuarentena.
Naturaleza muerta, témpera, 18×26 cm, ph Amadeo Azar
*La imagen que ilustra la nota es: Autorretrato, témpera, 23×15 cm, ph Amadeo Azar
Hola, dónde se puede conseguir el libro de Silvia? Gracias