Si nos tocan el afecto nos tocan todo // Claudia Huergo

Me sorprendió un poco no estar a la altura del duelo mundial. Con alivio, voy a decir porque hay ratos que a esta cuerpa no le cabe una intensidad más. Hace unos años en medio de ese embudo que hacen los duelos, soñé que iba a un velorio y cuando me acercaba al cajón respiraba con alivio: ah, este muerto no mío. Cuando me desperté me reí. Me di un poco de ternura ante esa pobre astucia, por cómo había resuelto el dilema en el sueño.  

Pero la pregunta que viene empujando, con la que me dormí a las diez de la noche y me desperté a las 4 de la mañana es otra: son los afectos sagrados? Puede una meterse con los afectos? Soy una boluda porque me afecto? Hay afectos correctos y otros incorrectos? Hay correctores de afectos? Es de yuta querer mover o transformar un afecto? Somos responsables de los afectos?

Que hace o piensa o calibra una marea? Es la marea feminista un compuesto afectivo que está expuesto a afectarse contradictoriamente? 

No se me ocurre que nada bueno venga por el lado del blindaje afectivo. Pero tampoco cuestiono si alguien en medio de una ventolera entorna la ventana. Y sí trabajamos para transformar nuestros afectos. Sí asumimos que estamos en medio de una disputa sensible: queremos no solamente pensar sino sentir de otra manera. O sea que sí nos metemos con todo, tocamos, profanamos. Sobre todo porque sospechamos de a quienes sirve la jerarquía de lo sagrado. De cómo se entrama al juicio de las vidas que valen y las que no. Ya sabemos cómo es quedar en la cola de la dádiva esperando que algún derecho vaya a derramar de la copa, y a finalmente ungirnos.  

A veces no hay dolor, hay triunfalismo. 

Un chabón que entrevistan cuenta que Diego jugó noventa minutos con la pata rota: ¡es un guapo!  Claro, me suena el alert machimbrismo. A priori diría que no me gusta ver a alguien reventarse por ninguna causa. Pero también a veces estoy tomada por intensidades que no me hacen registrar el dolor o el cansancio. Alguna vez habré pensado que me esperaba un podio, un premio o un castigo. Otras veces no, habré pensado que estaba bien gastar la vida en eso. Qué se yo. 

Lo que sí sé, como dice la Stenger, es que no quiero quedar en medio de alternativas infernales, siempre entre la espada y la pared, abonando la fábrica de dilemas donde vamos a quedar contándonos las costillas. Eso ya lo hace el capitalismo.

Escribo esto para mis amigas, las del jogo bonito, donde cuentan los pases, las gambetas y los túneles. Algunas veces será gol y otras la pelota al cielo. Jugar es necesario, ganar algo a veces es justo, y el arco siempre se mueve.   

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