por Juan Pablo Maccia
La narración omnisciente
Se diría que en su oficio la sagacidad para el pensamiento estratégico lo es casi todo. No me sorprendería que se gane unos ingresos extras ofreciéndose como especialista en organizar la cabeza de más de un poderoso. No es fácil relevar información, calificar hechos, jerarquizar unas pistas en detrimento de otras.
Y los hombres de poder se fascinan desde siempre con los intelectuales vaticanos, hábiles a la hora de organizar la trama dispersa de los acontecimientos, de ligar los hechos con interpretaciones, de inscribir episodios desconectados en un sentido y un trasfondo.
Pagni tiene un equívoco aire de familia con Michel Foucault. Historiador, calvo y apasionado por el mundo de las tácticas. Su apego al juego estratégico y su pasión por el amor griego bien podría confundir a varios.
La comparación no califica. El lenguaje de Pagni, sus amistades y hábitos, son a pesar de todo, los de un argentino de su generación,un traficante de información, más que un dotado de las letras.
Todo esto se hace evidente cuando sus razonamientos se afianzan el mundo prosaico de la política local, en el cual se refiere por igual a políticos y a empresarios, como si sus protagonismos fueran por naturaleza intercambiables.
O en el modo en que con indisimulable transparencia descubre sus fuentes e interlocutores, entre quienes se adivina una beta radical (Nosiglia, el entorno intimo del ex presidente De La Rua), una vocación a favor de una suerte de “ala liberal del Pro” (si tal cosa pudiese existir), el círculo áulico del viejo Bergoglio (de Carrió a Michetti), y un muy buen dialogo con el peronismo, al que comprende como pocos.
Sus amistades pertenecen también, de modo ostensible al mundo del empresariado y al conflictivo mundo de la comunidad de inteligencia. Amigo íntimo del hijo de Martinez de hoz, del célebre Blaquier, de Roberto Iglesias y del ex jefe de la Side, Tata Yofre.
Fue como griego, Odiseo argentino, y no como antisemita, que escribió una famosa “miniatura” sobre el judío Axel Kiciloff, al que calificó a la vez de hijo y nieto de rabinos de Odessa y de marxista.
Su afición por la historia (enseña en la universidad) lo lleva a comprenderlo todo en términos de contrastes y fatalismos que se esconden a la luz de una historia que los supera y juega con ellos.
Al igual que un narrador omnisciente, exhibe y comenta los acontecimientos y el desempeño de los personajes, se adentra en ellos y les cuenta a los lectores los pensamientos más íntimos que atraviesan sus mentes, sus estados de ánimo y sentimientos; ostenta el don de la omnipresencia, dominando la totalidad de la narración, su capacidad a la hora de predecir el futuro, lo convierten en una suerte de “pitonisa mediática”, conoce el pasado y se anima a plantear con certeza lo que vendrá. En ese sentido tiene algo de risueño, en su alianza con esa historia que juega con los hombres.
Si alguna vez tuve la ocurrencia de conversar con él, de viajar a Buenos Aires y esperarlo en la puerta de La Nación, fue mi tío Mario –cuando no- quien me disuadió: jamás va a la redacción. (Pagni integra el petit comité deselectos que escriben las editoriales de La Nación). Sólo envía sus columnas, por las que cobra merecidas sumas importantes de dinero. Quizás convenga mejor dirigirme a uno de sus colaboradores.
(continuará…)