Ciudadanía popular
La ciudadanía popular es la forma de lucha que adoptan las vidas infames frente a la crueldad fiestera del capitalismo runfla. Es más eficaz que otras formas históricas de “protesta”, porque no aspira a contraponer valores alternativos y superiores. Su fórmula elemental es la suma de tres componentes, sin ninguna mediación: territorio, (literalmente, de cualquier territorio); estado (se le exige protección y se le enrostra complicidad) y los medios (con los que se establece fuertes alianzas, indispensables para atravesar el umbral de percepción -ser visible, audible- para volverse irrefrenable).
Cuando no hay sujetos, hay ciudadanos. Activistas inmediatos del derecho a la ciudad del desborde, cuando la idea moderna de inclusión ya no opera. Una genealogía elemental de la ciudadanía popular sobre suelo runfla se fijaría en los siguientes hitos: Abuelas de Plaza de Mayo; Cutral-Có; Blumberg; Arruga; Cromañón; los transa; Verón-Trimarco; ambientalista de Famatina; Once.
Runflas y ciudadanos populares comparten algo: la infamia. Ni oficialistas, ni opositores, ni críticos, ni disidentes. Sujetos de consumo. Sólo que allí donde el runfla goza, el ciudadano popular enfrenta un dolor insoportable, que lo arroja a la intersección truculenta de victimismo y heroísmo, que es la lengua propia de la conmoción pública para decir que las autoridades descuidan el contenido ético elemental del estado: la preservación de la vida y el sentido de la dignidad que sólo es posible a partir de esa seguridad. Es el lenguaje de las madres que pierden a sus pibes; de los familiares, de los afectados, de los sobrevivientes, de los testigos y de una larga serie de voces testimoniales que se instituyen entre el lenguaje jurídico, periodístico, religioso y mediático avasallando las resistencias de lo político.
Así, la ciudadanía popular disputa el sentido común partiendo de sus bases mismas, tomando como punto de partida un manojo de verdades democráticas que nadie puede contrariar en voz alta.
La ciudadanía popular funciona como tenebroso mensajera del horror que domina en un trasmundo en el que cualquiera puede caer. Doblez narco de los territorios, reverso mafioso de las instituciones. El doble perverso se conjuga en cada operación financiera, cada fuerza de seguridad, cada sindicato, cada figura parental, sacerdotes, ministerios públicos.
El capitalismo runfla no es marginal, residual, ni excepcional. Es el reverso activo del capitalismo “en serio”. Sus hilos se tejen en la misma trama republicana a la que apelan los moralistas. Sus fuerzas se desdoblan a partir de las mismas instituciones que se suponen que debieran regularlos según reglas diferentes.
La ciudadanía popular surge de este saber, y se orienta a denunciarlo. Así irrumpieron, por ejemplo, los vecinos para frenar el acuerdo entre el Frente para la victoria y el Pro, destinado a la intensificar los negocios inmobiliarios en la ciudad de buenos Aires. La potenciación mediática es imprescindible. Combina justicia, derechos y negocios según una lógica inscripta en los hechos. Los medios no son peores ni mejores que los demás dispositivos del capitalismo-runfla.
La ciudadanía popular le pone el pecho a un flagelo antropológico que no sabemos asumir. La modernidad no cumplió con su promesa de despejar la vida de toda amenaza. No logró imponer su utopía de superar definitivamente al “mal”. No contamos –como otras culturas- con saberes para convivir con las miserias, las tormentas y las plagas. El capitalismo runfla es la vuelta gozosa de todo ese mal que creíamos haber superado o reprimido. Su ética vitalista consiste en gozarlo hasta el final. La ciudadanía popular reacciona como puede ante los efectos mortíferos de ese goce, y en base a un dolor bíblico conmueve a gentes de todos los estamentos, nichos y clases sociales.
El capitalismo runfla es la superación gozosa y cruel de los reparos y promesas de la modernidad. Crece por todos los costados. Donde hay miseria, y mas donde hay abundancia. Donde hay instituciones republicanas y donde no las hay. Donde hay retórica progresista y donde aún se habla la lengua natural del neoliberalismo. La ciudadanía popular es post-moderna (no es “crítica”), pero es, sobre todo, post-postmoderna (no se pavonea en su ya no ser “crítica”).