Ser transa es caminar piola, ser respetado, vestir bonito, es que el barbero vaya a tu rancho los viernes a la tarde. Es tener billete, pagar sin hacer cuentas, darle todo a la vieja, mimarla bien cheto. Es ser alguien, tener un nombre, saber que la vida es una, que es un garrón y que al morir mejor hacerlo a todo ritmo, mejor de joven. Ser transa para no trabajar, para no tomarse el Sarmiento a las seis, para que no se te pinche la bici con la mochila urgente de pedidos, para no vestirse de empanada y repartir volantes. Para que las horas no se escurran haciendo caso. Mejor no ser gato de nadie, no atender toda la noche un kiosko en Liniers, no marchar por el bolsón. Mejor no ir a la escuela, ni cuidar a los hijos de Sandra que son insoportables, atrevidos y feos.
Nadie vende falopa porque no hay laburo, porque no salen changas, porque la señora le dijo que solamente la necesita dos días a la semana, porque ya no se corta ni el pasto. Se vende para ser alguien, para que pase algo, para que la vida no sea eso cruel, triste, monótono y largo que vive su vieja. Se es transa como forma de insumisión superior, para devenir fiesta, amanecido, gedencia. Porque el trabajo no dignifica nada, porque las promesas son mentiras que precarizan, porque el esfuerzo es inútil siempre. Se es transa porque no hay salario posible que de la guita suficiente para pagar toda esa intensidad con que viven los guachos.
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