Ser arácnido // Ana Laura García

“Cómo atrapar el universo en una telaraña” es el nombre de la exhibición del artista Tomás Saraceno en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA, Avenida San Juan 350. San Telmo. CABA). Argentino radicado en Berlín, trabaja sobre la construcción de instalaciones interactivas y esculturas flotantes, articulando arquitectura, arte, ciencias y ecología.
Durante las noches y a lo largo de seis meses, alrededor de siete mil arañas tejieron laboriosamente la trama de una existencia extraordinariamente rica, que cuelga y se suspende por las salas del Museo.
El arácnido-artista Saraceno nos pone en contacto con un paisaje multisensible, como si entrásemos en otro nivel de la realidad que pocas veces podemos apreciar como tal, pero que sin embargo está ahí, presente en nuestra vida cotidiana.
El universo de telas de arañas no es sólo un tejido; es una articulación con un mundo sonoro y corporal. Las colonias de arañas dibujan redes con finos hilos y filamentos de seda, y en esos territorios, componen música, producen silencios, un ritmo propio, una danza. Como dice Mauricio Corbalán, en el texto que figura en la entrada de una de las Salas: “La esencia de la acción de la araña no yace en el pensamiento previo, sino en el acople de movimiento corporal y percepción. Los hilos se tensan y vibran, y esto es lo que percibe la araña. La telaraña es una relación táctil entre forma y sensibilidad que permanece abierta, de ahí su atractivo para el arte.”
¿Cuál es el sonido de las partículas de polvo que se desplazan en el aire y acarician la telaraña generando tensión en los hilos? ¿Qué música trae ese trabajo colectivo en la oscuridad? ¿Cómo interactúa nuestra respiración con esa composición sonora? ¿Qué tenemos en común con esa vida orgánica, frágil e imperceptible que crea formas sensibles que nos sostienen?
La red como modo de ser
¿Animal temido? ¿Fantasma de manipulación y captura? ¿Realidad de nuestra existencia hiperconectada? ¿Sueño de un territorio de invención? Las preguntas que se abren al transitar esas dos salas son muchas, no se agotan, más bien proliferan durante el recorrido. Lo que nos interesa enfatizar ahora es ¿cuán cerca o cuán lejos estamos nosotros de ese universo de redes de telarañas? ¿Existe un modo arácnido de vida?
La red como modo de ser existe, y se refiere a esas existencias que viven más tramando que de otra manera. Fernand Deligny dice que cuando el espacio se vuelve concentracionario, la red crea un territorio diferente que permite a lo humano sobrevivir. Así “lo arácnido” deviene territorio de invención y singularización, espacio que se va conquistando, no por gusto, sino por necesidad. Estas existencias errantes nunca carecen de material, puesto que lo fabrican. Tienen una fábrica incorporada, funcionan de un modo maquinal.
Son vidas que van al encuentro del azar y que están al acecho. Existencias en red que cuelgan de un hilo como de un paracaídas, puro riesgo de una aventura inconforme. Así, la casa desaparece como arquitectura y se dibuja como trayectos sin centro -como las líneas que se cruzan en la palma de una mano,  trama que a su vez dibuja nuestro ser tramado-; recorrido vago de hilos que se unen porque crean ocasión en el encuentro.
El tramar arácnido aparece así como “puro actuar”, depurado de todo simbolismo, intencionalidad y voluntad. Y el actuar es ávido de coincidencias, les permite su duración, liviandad e inconsistencia. Teje una galaxia rica en formas, una constelación llena de conexiones, justamente porque prescinde de todo proyecto ideado. No se priva de los juegos y rodeos que hay que andar. Es la existencia que se está tramando obstinadamente con la incertidumbre.
Para tramar, hay que poder desertar el camino del querer, del interés, del cálculo, de las garantías. Lo que puede tramarse entre unos y otros es propiamente del orden de lo incalculable, de lo inimaginable. Es la posibilidad de lo humano que se abre precisamente cuando se deja de aspirar al desarrollo, a la evolución, a la forma preconcebida.
La aragne construye un mundo sensible desde la tela donde está parada, donde existe, anulando toda distancia y exterioridad con las cosas, porque está implicada en ellas. La existencia social arácnida nos enseña que TRAMAR es lo que importa. Conectar con nuestra interioridad no programada, buscar esa experiencia informe con la vida cuando no está sujeta a la obediencia. Tramar laboriosamente lo que una red puede, hasta el infinito.

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