“Se propusieron quebrar al movimiento” // Entrevista a Dora Barrancos

 por Alejandra Dandan

Durante un homenaje realizado el año pasado en la Universidad de Quilmes, Dora Barrancos se preguntó “¿Quién le teme a Milagro Sala?” Y se respondió: “Le temen los poderosos, los tibios, los que están contra los derechos de las mayorías populares”. Socióloga, doctora en Historia e investigadora principal del Conicet, hoy dice que aquello fue casi un adelanto de lo que siguió como si “pestañaran” los nuevos vientos. En esta entrevista explica por qué cree que en Jujuy existe un estado de excepción donde quedan afuera las mayorías populares ante una “comandita” de los tres poderes que se articulan muy enfáticamente con una carga xenófoba en altos segmentos de la población.

–¿Qué le está diciendo la detención de esa mujer a la que, usted dice, temen los poderosos?

–No se puede leer la detención de Milagro Sala sino en el contexto de excepcionalidad, una suerte de interrupción del estado de derecho en Jujuy. Además de las formas poco republicanas –casi no hay separación de los tres poderes–, no hay duda de que se manifiesta una intención de interrumpir el derecho de las mayorías, de cohibir al menos la voluntad política de los sectores populares, teniendo en cuenta el ciclo que acaba de dejarse, que significó el ejercicio de acogimiento de esas mayorías en una política gubernamental de carácter inclusivo. Por esto hay una figura de cese del Estado de derecho porque deliberadamente se excluye a los segmentos populares. Pero además en esa excepcionalidad, lo voy a decir con mucha prudencia, se articulan sentimientos muy discriminatorios. Parte de la sociedad jujeña es discriminatoria. No podría decir cuáles son los segmentos más afectados por las sensibilidades discriminatorias, pero me atrevo a decir que son los sectores medios, medios altos, aunque no se puede dejar de conjeturar que hay acompañamiento de algún estrato medio bajo. Esa circunstancia no se refiere sólo a la comunidad Tupac Amaru, sino que es de larga data y comprende a todos los pueblos originarios. Hace mucho que nos preocupan las distorsiones mentales, las actitudes que suelen dominar, que desean obturar el reconocimiento de la población indígena. Se habla del “abuso” de derechos y de la sobreutilización de esa población de los servicios de salud, por ejemplo. Hay una operación mental de exclusión que también alcanza a la población boliviana.

–Una perspectiva así empieza a indagar la defensa de Milagro, una línea que trata justamente el odio racial.

–Hay odio xenófobo instalado hace mucho. Se está frente a una mentalización, entre los sectores medios y altos con mayor complicidad, de no reconocer a los “bolivianos” ni a los grupos locales que en general comparten los mismos orígenes étnicos. Lo notable es que se asiste a una buena reproducción de la población indígena en toda la región norteña, es una demografía en crecimiento y se la percibe como una amenaza. No es diferente a la xenofobia europea, pero entre nosotros hay una borratina sobre el tema. Se pone en evidencia una actitud “preventiva”, no pocos sectores ingresan al “estado de prevención”, lo que equivale a imaginar: “algo me van a sacar, algo me vienen a robar, esos que no tienen el mismo derecho que yo”. Es una llaga que cuesta mucho reconocer. La Tupac viene a representar esa coagulación de lo indígena amenazante y que es rechazado preventivamente por determinados grupos sociales que se han tornado individualistas, muy poco solidarios. Pero no me parece que esto se asimile a la construcción de sentido xenófobo europeo que ilustra la frase “me vienen a sacar el trabajo”. Es un fenómeno distinto que lleva a enunciar que “los negros no pueden tener los mismos derechos porque no son iguales a mí aunque hayamos nacido en el mismo país”. Y esto es mucho más simbólico que material y económico, porque a menudo el enunciado es pronunciado por gente morocha que comparte idénticos fondos étnicos.

–¿Qué rol cumplió la Tupac en estos años?

–Hay una asociación punitiva de los tres poderes del Estado con relación a Milagro Sala. Han llegado a un acuerdo y no sólo tácito: el acuerdo es en torno a la ejemplaridad del hostigamiento y la humillación. Hay que cortarle las alas, ponerla en caja, aniquilar su liderazgo. Lo que más abruma a un movimiento social, a cualquier colectivo, son las implosiones, las manifestaciones internas de disensos severos e irremediables. Y lo que se ha propuesto esta comandita de los tres poderes es quebrar el movimiento, hacerlo disentir profundamente, abrumarlo con conflictos internos y es lo que está consiguiendo en alguna medida. Se llama de modo separado para negociar a los integrantes de la Tupac, hay tentativas de adquirir voluntades, de hacer que abjuren del pacto colectivo. En un movimiento tan amplio como la Tupac siempre han existido puntos de vista diferentes, manifestaciones disonantes. Es sobre estos disensos que opera la campaña de hostigamiento para que se resquebraje por completo. Ese es el objetivo principal. Van a tener presa a Milagro Sala todo lo que sea necesario, que en buen romance quiere decir hasta extinguir a la Tupac Amaru.

–Es la metáfora del cuerpo desarticulado de Tupac Amaru.

–Así es. Es un descuartizamiento. No es probar lo ladrona que fue, eso les interesa mucho menos. Ladrona es la metáfora que está en la superficie; abajo, cuenta el movimiento de descuartizamiento. Extinguir esa rebelión de estos indios y de estas indias y de estas putos indios – así dicen– o de estas lesbianas indias, dada la libertad enorme en materia de sexualidades que tiene el movimiento y que creo que es un aspecto único en materia de movimientos sociales en América Latina.

–¿Por qué considera que la Tupac es un movimiento singular?

–Es completamente original en el arco de derechos que reivindica y ese es su peligro; no es una manifestación clásica de los movimientos sociales. Se ha avanzado mucho respecto de los movimientos sociales de oposición al neoliberalsimo en los ‘90, y la Tupac es una organización que se ha hecho con clara hegemonía del liderazgo de una mujer. Esto no es tan novedoso porque hubo muchas líderes piqueteras en los ‘90. La reivindicación del derecho a la casa, a la recreación, a la salud, al trabajo, son bastante trajinados pero en el caso de la Tupac se hizo vibrante también el derecho a una “vida digna de ser vivida” desde el punto de vista de la sexualidad, un reconocimiento a las sexualidades disidentes. Esa es la novedad de la Tupac que tiene anualmente también una manifestación de gran jolgorio con la marcha del orgullo gay. Esas fiestas muestran tramas de solidaridad muy peculiares. Insisto en que si se recorre el andarivel de los movimientos sociales típicos de Argentina como el movimiento piquetero, los derechos que se solicitaban son ajustados a una base canónica: vivienda, educación, salud, trabajo. Han sido movimientos que consagraron demandas frente a la perdida de trabajo, pero también construyeron movimientos más sólidos más allá de ese objetivo. Avanzaron desde esa experiencia de juntarse a reclamar oportunidades de trabajo con el liderazgo de mujeres, tal como ha demostrado entre otros Andrea Andújar. Pero pasada la algidez de la crisis, muchas de esas mujeres se subsumieron de nuevo en posiciones no públicas. La diferencia es que la Tupac tomó el reconocimiento de las personas disidentes en materia de sexualidad como parte del programa de reivindicaciones.

–La Tupac misma aparece estructuralmente como una parte de esas identidades disidentes. Ahora bien, en la línea que va de los movimientos sociales de los 90 hasta acá aparece una disputa por el espacio político. ¿Cree que eso se ve en el reclamo de tipo impugnatorio que le hacen sobre la idea del Estado paralelo?

–Exactamente. La construcción del “Estado paralelo”, como argumenta el poder con relación a la expansión de la Tupac, es el mayor punto de resentimiento. A nadie que denostaba a las organizaciones sociales en los 90 se le ocurría hablar de amenaza del “Estado paralelo”. En cambio esto sí aparece acá por las características de la Tupac: es una meta organización social dado que el arco de derechos sobre los que trabaja es más variado. Por eso, de imaginar ahora el renacimiento de los movimientos sociales con las asambleas populares y otros fenómenos –si vuelven a presentarse en la escena con la fuerza de los 90–, tendrán que hacer lugar a los nuevos derechos.

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