ensayo/novela; ahorro y despilfarro
“Los indios son unos pensionistas holgazanes… dejarles los niños de diez años para arriba, por temor de que sufran con la separación, es perpetuar la barbarie, ignorancia e ineptitud del niño, condenándolos a recibir las lecciones morales y religiosas de la mujer salvaje. Hay caridad en alejarlos cuanto antes de esa infección” D.F.S.. “Las cartas de Catriel”, El Nacional, 30-XI- 1878
Reiterada polémica la que se ha producido en torno al Facundo. Incluso, hasta la trivialidad o la náusea: sobre todo en lo que se refiere a su “género” y, en especial, si se trata de ensayo o novela. Querella a la que se alude, por lo menos, desde la crítica inicial de Valentín Alsina; aunque ahí el acento se ponga sobre la verosimilitud y la referencialidad. Porque aparte del carácter “híbrido” o mestizo de un texto inscripto en el ademán hegemónico de la poética romántica, hay que tener en cuenta la aguda “novelización” que, al predominar hacia 1845, condiciona no sólo una prioridad sino también impregnaciones, seducción, pautas privilegiadas y anexiones, succiones agresivas y vertiginosos englutidos entre los diversos andariveles literarios.
Eso, en lo que a un contexto general se refiere. Porque en lo que hace específicamente al Facundo, presiento que podría enunciarse una suerte de hipótesis: la tentación por resolver los problemas internos de ese texto mediante una estrategia novelística aparece como evidente en varios momentos culminantes. Son los fragmentos más dramáticos, tensos y fascinantes. “La novela es protagónica”. Pero la novela, también, carga con un riesgo de desproporción y locura. De ahí que Sarmiento, poco a poco, vaya desplazando el eje de su escritura hacia una resolución más “fría” adscripta al ensayo. Más contenida y como más sensata en sus procedimientos.
En este peculiar deslizamiento formal Sarmiento se distancia, en primer lugar, de la “locura” que adscribe a la figura histórica de Facundo Quiroga cuyos síntomas se definen, precisamente, por la desmesura en el juego. Y en segundo lugar, por el despilfarro, rasgo especialmente negativo para Sarmiento en tanto lo considera irracional y vinculado al estilo caudillesco.
A través de la estrategia ensayística, por consiguiente, el sanjuanino mata varios pájaros de un tiro: no sólo se tranquiliza a sí mismo al conjurar el riesgo de locura evitando el peligroso juego novelístico sino que, además, intenta presentar una imagen “equilibrada” de sí mismo. Y a la vez — polarizada y polémicamente- denuncia el emblema “delirante” adscripto a Facundo. Nada menos que por la vertiente de la propia denegación del despilfarro “bárbaro” en el juego. Cauteloso distanciamiento que presupone un ahorro —burgués— que se verificará, hacia el cierre, en la más concreta acumulación textual del mismo Facundo.
el jefe y el joven intelectual
“Sí –exclamó el general en jefe–, pero ustedes gastan el dinero sin mirar atrás. Por eso nunca han hecho nada”.
DFS, Campaña en el Ejército Grande
En varias oportunidades se repite la escena: el joven intelectual rebelde que se encara duramente con un jefe militar. Se dramatiza en San Juan frente al gobernador Benavídez; se alude en varios episodios de Chile, África y España. Y por momentos suena a escena mitificada como desquite imaginario por alguna humillación que resultó intolerable. Por cierto que esa sospecha se dobla y prolifera al leer las inepcias, ternurismos y canonizaciones del nieto, Augusto Belín, a lo largo del Sarmiento anecdótico.
Pero el intelectual joven y el jefe militar: esa dramaturgia o revancha literaria parece culminar con un Urquiza reticente, poderoso, sentado en una silla oscilante, los ojos entre tapados por la gorra y allá al fondo, el Paraná. Con algunas inflexiones que van desde el desnivel jerárquico dibujado a través de alguna variante románica a lo Julián Sorel delante de los nobles, hasta llegar a las alusiones, muy atenuadas, al paradigma de “la historia de un joven pobre”.
Esquema que también se le repite a Sarmiento, en París, delante de los grandes figurones de la monarquía Orleáns. Pero la culminación de la escena se realiza, con más coherencia de lo que se podría suponer, cuando el joven intelectual además de rebelde, heterodoxo o “interesante” es reconocido en su destino indudable hacia los grandes papeles de la historia. En “ópera; jamás como sainete”. Se trataría, bien visto, de una figura que, por reiterada, resulta una vertiginosa mezcla de premonición y anagnórisis.
chile, autoritarismo y pedagogía
“El Comandante Fontana ha acompañado la expedición, y sus conocimientos del desierto por expediciones anteriores y su contacto con diversas tribus, lo preparan a ser el Fenimore Cooper de los indígenas del Chaco”
DFS, Expedición Bosch al Chaco central, 15-VI- 1883
La estadía de Sarmiento en Chile entre 1841 y el ’45 está puesta bajo el signo político de la presidencia del general Bulnes y de Montt. Sobre todo de este ministro que representa, hacia mediados del siglo XIX, la continuidad conservadora y autoritaria impuesta por Portales. Nada de extraño tienen, entonces, los ademanes pedagógicos del Sarmiento normalista: basta leer los reglamentos destinados a alumnos y alumnas para advertir que el eje “civilizado” del proyecto sarmientino esboza una racionalidad tan rígida que no puede tolerar ningún tipo de alteridad. “El otro” no sólo queda al margen de esa retícula, sino que debe ser sancionado o eliminado. Típica cultura victoriana que siente “lo distinto” como una infracción ontológica. Más aún, como una denegación de quien enuncia la norma. Y que en el caso del autor de la Vida de Abraham Lincoln presupone una “paradoja pedagógica”. El destinatario de la educación popular debe acatar mis puntos de partida y mis procedimientos didácticos, pero si no los tolera, automáticamente se descalifica y margina frente a “la posibilidad y el honor de ser educado por mí”.
oposición política y apogeo literario
“…sus libros no tienen la continuidad externa del discurso ni la unidad interna del plan… Si hay unidad en el vasto conjunto ella proviene del genio inspirador, pudiendo todas las obras ser consideradas como un solo libro informe y enorme”
Ricardo Rojas. Noticia preliminar, 1927
El momento más lúcido y productivo en el circuito literario de Sarmiento es, me parece, el que va de 1845 al 52. Etapa definida por el espacio que se abre entre el Facundo de 1845, se va punteando con los Viajes y Recuerdos de provincia y se clausura, por fin, con Campaña en el Ejército Grande posterior a la batalla de Caseros.
Las tensiones dramáticas, la economía de recursos, la sagacidad de planteos, miradas y descubrimientos habría que atribuirlos, quizá, al hecho de que Sarmiento — a lo largo de esos años— superpone su crispación opositora a Rosas con la decantación de sus procedimientos y efectos literarios. Opositor veterano podría ser, eventualmente, el signo definitorio de esa coyuntura.
Por esas razones principales (y otras secundarias en las que podría abundar) la clasicidad de los textos que van del ’45 al ’52 me remite, casi en términos sincrónicos y en razón del interés permanente de Sarmiento por los Estados Unidos, a los grandes modelos de la literatura norteamericana: Moby Dick (1851) de Melville podría ser confrontada con el relato monumental y arbitrario que se hace en los Viajes del Océano Pacífico, las ballenas, los barcos a vela y la isla de Más Afuera. Y si la descripción de Nueva York ineludiblemente me reenvía al Whitman jubiloso e insolente de puertos, docks, multitudes y chimeneas, el texto de la aventura bajando el Misisipí se enlaza, certero, con el Mark Twain de Huck Finn y Tom Sawyer. Así como la relación con Mrs. Mann me remite, de manera vertiginosa, a Concord, Hawthorne y su Scarlett Letter (1850). Para no seguir, descolocado, con las descripciones de toros y corridas “tan pintorescas y feroces” en 1846 como en The sun also rises del Hemingway de 1926.
una propuesta crítica
“El socialismo usa las huelgas como elemento de perturbación, pero el socialismo es una necedad en América”
DFS, Huelgas. 14-1X-1878
Mi posición crítica frente a Sarmiento se define, desde un comienzo, por una discrepancia en dos frentes: ante la línea ideológica impregnada de liberalismo elitista o iluminista que ha santificado, sin matices, tanto la producción literaria como la biografía del sanjuanino. Por un lado. Porque por la otra vertiente, casi simétrica y hasta mecanicista en sus “inversiones”, se ha definido el llamado revisionismo depositario de viejos componentes clericales y reaccionarios cuando no fascistas. “Y no hagamos un problema de nomenclaturas”. Pero decir no es empezar a pensar.
Mi cuestionamiento resulta, por consiguiente, doble. Y no por adherir a una suerte de eclecticismo de, “a más be sobre dos”. No. Sino por el nítido proyecto de encontrar una tercera vía interpretativa, sin angelizaciones ni demonizaciones, y mucho más concreta, lúcida, operativa y dialéctica.
De ahí que mi enunciado inicial y más extenso respecto de Sarmiento sea: “Fue un gran burgués, ni beato ni perverso; el que con mayor eficacia enunció – tanto en términos de clase como de generación- la serie de problemas que planteaba el siglo XIX argentino”. Y si sus Recuerdos, sus Viajes o su Campaña marcan la culminación y los límites de una conciencia posible, su Facundo puede ser considerado el aleph de un momento histórico. “El tango esencial de 1850”. Como síntesis, emblema y ecuación más sagaz y económica. Es que si Sarmiento empezó su faena crítica durante los años del país romántico, la concluyó, luego de su apogeo, en la etapa del estado liberal. De donde podría inferirse que si su ademán inaugural tiene resonancias balzaquianas (por su avidez, velocidades y puntualidad), su inflexión final se carga de ecos y entonaciones zolianas. Sobre todo por su obstinación en demostrar científicamente sus primeras intuiciones hasta encallar en un darwinismo social penetrado de racismo.
mariscales, montoneros y catrieles
“El Nacional recordó la estrategia del Mariscal Bugeaud contra los árabes, y a la que debió su sometimiento”.
D.F.S., El complemento de la ofensiva, 23 VIL-1879
En tres momentos del itinerario sarmientino aparece el apellido Bugeaud. Bugeaud, mariscal francés (1784-1849): en la carta que le envía a Joaquín Thompson desde Orán en 1847; en 1863, a través de su correspondencia con el presidente Mitre remitida desde La Rioja; y en 1879 con motivo de la campaña sobre la Patagonia encabezada por el ministro de guerra, general Roca.
En 1847, desde el norte de África, Sarmiento no sólo exalta los procedimientos represivos de Bugeaud puestos en práctica frente a las guerrillas de Abd-El-Kader sino que, al comparar las razzias mahometanas con los “malones de nuestros indios”, insinúa una especie de plegaria que concluye así: “Pidamos a dios que afiance la dominación europea en esta tierra de bandidos devotos”.
Hacia 1863, luego de decretar tres veces, per se, el estado de sitio en San Juan y en La Rioja, el nombre de Bugeaud aparece en los “bandos” de Sarmiento: allí denuncia el bandolerismo del Chaco y su gente, anunciando las despiadadas medidas que tomará con los subversivos: “Combatir la barbarie con la barbarie” es la consigna que el delegado presidencial de Mitre repite aludiendo a su aprendizaje africano anterior.
En 1879, durante los últimos años de la presidencia Avellaneda, la referencia magrebina y las alusiones a la eficacia “arrolladora” de Bugeaud aparecen a cada paso en los textos sarmientinos. Como pedagogía, exaltación y excusa. A veces, entremezclando las referencias francesas a las norteamericanas: “Los indios… se extinguen solos, por el contrario, al contacto de la civilización. En los Estados Unidos han desaparecido doscientas naciones indígenas por sí solas”.
Pues bien, en el contexto más amplio de las gloriosas campañas del burgués conquistador a lo largo del siglo XIX leo: “El mariscal Bugeaud no sólo fue el teórico militar más importante del imperialismo francés en Argelia bajo el reinado de Luis Felipe, sino que junto a Galliéni y Lyautey representa la realización concreta más audaz y despiadada de una aventura colonialista que tenía por finalidad tranquilizar las vehemencias de los militares franceses carentes, ya, del gran sueño napoleónico” (cfr. Paul Azan, Bugeaud en Algérie, Paris, 1930).
hacia balzac y el facundo, iniciación, estrategias
“…en París está reunido todo lo que Dios y el hombre han creado, que pidiendo Balzac en un restaurante comme il faut, una ala de salamandra…” D.F.S., Viajes. 23-XIII-1849
Si algo va dibujando con nitidez el viaje a París de Sarmiento, en 1846, es el prototipo de lo que podría llamarse “itinerario cultural argentino”. Si se quiere, desde ya, estrechamente vinculado a la versión liberal de la literatura de nuestro país: son obvias, a esta altura de la crítica, las implicaciones que aluden al circuito tierra/cielo o, si se prefiere, un despegue ascensional, desde la materialidad, en dirección a una “altura” más o menos espiritualizada y espiritualizante. Circuito que presupone, de manera yuxtapuesta, el deslizamiento desde la “barbarie argentina”, rioplatense o hispanoamericana, rumbo al recinto sacro de la “civilización” europea. Repito: ya es obvio. O casi. Así como, dentro de esa franja de la literatura argentina, la prolongación y las culminaciones simbólicas que se van a materializar, más de cien años después, en la Rayuela de Cortázar.
También resulta conocido, presumo, que ese pasaje de Sarmiento se inscribe en una mancha temática muy amplia que se extiende, por lo menos, desde Belgrano hasta Güiraldes —para no abundar— y que, además de lo previsiblemente iniciático, alude a lo que alguna vez llamé viaje bumerán: ir a Europa, Francia, a París para salir de la humillación; y aguantarse la humillación allá bajo la mirada de conserjes, mozos de restorán, ujieres y deliciosos vecinos de “la ciudad luz” para humillar —ya de regreso— contándoles nuestro espléndido viaje a quienes no han tenido aún el privilegio de ese traslado.
Pero Sarmiento y lo específico del viaje a París del escritor argentino: no sólo las incondicionales citas e identificaciones con “los grandes nombres de las letras” minuciosamente citados como precursores y modelos en la redacción de viajes (“Chateaubriand, Lamartine, Dumas, Jaquemont”), sino como habitantes excepcionales de París (Dumas, Balzac, Sue, Scribe, Soulié, Paul Feval). Incluso, como notorios flanêurs a lo largo de las calles de París. Bisectriz donde Sarmiento no sólo se enhebra con el Balzac o el Hugo “descubridores de la ciudad fascinante”, sino que en un doble o triple entrecruzamiento alude, a la vez, a su parentesco con Baudelaire, Benjamin y hasta con la escritura identificada como andadura del primer Borges y del vertiginoso barrialismo porteño de 1920.
Más aún, sí cabe. La estrategia profesional que pone en marcha Sarmiento: que no se limita a llevar al Facundo bajo el brazo como su “mejor llave para abrir a París”, sino los detallados y compulsivos reclamos que le hace a Gutiérrez para que no se olvide de distribuir ejemplares —según lo acordado- entre “quienes pueden ayudar“ a su libro en Montevideo. Si “los de pasta“ están, tácticamente, destinados a “Varela, Echeverría i Rivera Indarte”. O si a los de “tafilete” convendría enviarlos al Times donde Gutiérrez tiene amigos. Y ese jadeo astuto prosigue: reclamándole una reseña crítica al mismo Gutiérrez. Quien, si por un lado, le escribe a Alberdi para confesarle que no ha leído el libro, que no le gusta y que, pese a no haberlo leído ha tenido que comentarlo, por la otra vertiente entra, incómodo, en un solapado juego de favores: es una alusión, algo así como “más críticas en Montevideo para mí, libros raros de poesía para su antología o sin tantas vueltas un empleo de Montt, en Chile, para ti”.
Incluso, el protoprofesionalismo de Sarmiento llega a obsesionarse con todo lo que a “promoción” se refiere: cómo conseguir que alguien comente al Facundo en la “Revue de Deux Mondes”. Quién será el encargado de esa faena. ¿Ch. de Mazade? ¿Alguien benévolo, desabrido o que no entiende ni una palabra sobre el Río de la Plata? ¿O acaso algún francés desdeñoso o injuriosamente magnánimo que utilice la reseña sobre Facundo “para llevar agua a su molino”?
Por todo esto, Sarmiento resulta no sólo el prototipo del escritor profesional argentino, sino el precursor más compulsivo y con menos escrúpulos en el manejo de la autopromoción literaria. De la réclame, como hubiera dicho algún “burgués conquistador”.
comunión de los santos
“Sarmiento me mandó un Facundo pidiéndome que dijese algo de él… Lo que dije sobre el Facundo en el Mercurio, no lo siento, escribí antes de leer el libro…”
Juan María Gutiérrez a Alberdi, 6-VII-1845
Tradicionalmente y de manera canónica la llamada “generación del 37” ha sido presentada como algo homogéneo. Quizá por alguna razón patriótica o edificante. Va de suyo que ese talante responde a una crítica de fachada tan convencional como cultivada. “Típico ademán administrativo”. Pero si se lleva a cabo una renovada aproximación a los textos de esa coyuntura con un criterio alejado de toda connivencia se advierten, por lo menos, las figuras, contradicciones, rencores, muescas y supersticiones. Menos mal, porque ésa es la única manera de dramatizar una zona obstinadamente presentada con moralejas o insipidez.
De ahí que cuando el atildado Gutiérrez se siente invadido y toma distancias frente a las bruscas exigencias de Sarmiento, echa mano, de inmediato, a varias categorías: Sarmiento es provinciano, no conoce Buenos Aires, y apenas sí muestra en su Facundo “uno de los patios interiores de ese magnífico palacio donde hemos nacido por fortuna”…Y por ser provinciano, es rústico en sus maneras y en su lenguaje; incluso, sus metáforas y comparaciones están impregnadas de un tono arcaico y elemental que se verifica en el uso permanente de refranes campesinos. Más aún, no es universitario, y su saber jamás trasciende lo más rudimentario y de uso común entre los “maestritos” de primeras letras.
Todo eso se comprueba a cada paso: sus alusiones al dinero —“bastas»—, como sus referencias a ciertos autores (Paul Feval, Eugenio Sue, Breton de los Herreros) o a “escultores tan mediocres” como Coghetti y Benzoni no sólo revelan el gusto trivial de un burgués típico de 1850, sino de un parvenu “sin modales ni sutilezas”.
Esos juicios se pondrán frontalmente en la superficie a lo largo de la polémica, en 1853, con Alberdi. Digamos, boxisticamente, Cartas quillotanas versus Las ciento y una. Así como van a recorrer las superficies críticas de otros “jóvenes de 1837”, ya se trate de las cartas de Mitre desde la presidencia, en 1863, o las confidencias de Gutiérrez, desde el rectorado, en la década siguiente.
Así se explicaría, a su vez, la obstinación de Sarmiento por exhibir lecturas, genealogías, títulos, prestigios, doctorados y generalatos. Otra acumulación permanente que lo articula, desde el ’45 al ’88, a través de sus ademanes, desalientos y diatribas. E, incluso, cuando se ensaña desde “las buenas maneras” estableciendo complicidades con los gentlemen mediante un francés de guiños y humillaciones frente a la “‘desmañada rusticidad de ese gauchote llamado Fructuoso Rivera”.
fourier y pío ix
“…puede imaginarse Su Señoría con qué placer recibiría el billete del camarero de palacio, que fijaba la hora de mi recepción en el Quirinal, y si debí cumplir de buena voluntad con el ceremonial que prescribe hacer tres genuflexiones hasta besar el pie de Su Santidad”. DFS Viajes. 6-1V-1847
La tentación plutarquiana acecha permanentemente todo intento ensayístico: por lo general, se trata de una suerte de paralelismo entre dos “personalidades” que, en un juego especular, “se echan luz” de manera recíproca a partir de sus parecidos y diferencias. Presumo que sí, tradicionalmente, ese recurso terminó por convertirse en una figura retórica, habría que atribuirlo, en primer lugar, a su eficacia expositiva, casi didáctica: en una segunda inflexión, a la presencia de esas dos personalidades que iban armando un juego dramático donde los parecidos y las diferencias contribuían a tensar una especie de diálogo (o de polémica si las oposiciones se crispaban). Y en un tercer movimiento, por lo menos, a que ese paralaje, eventualmente seductor en la aceleración de su teatralidad, se convertía por fin en lo contrario del clásico efecto maniqueo de oposición entre dos entidades irreductibles entre sí.
Hablar de Fourier/Pío IX con motivo de Sarmiento participa, por lo tanto, de esa eficacia dramatúrgica. Quiero decir que, por el solo hecho de plantear una pareja así, se introduce una tensión más, notoriamente antagónica y polarizada, en el espacio sarmientino. Contribuyendo a exasperar aún más un lugar “naturalmente” crispado.
Es que desde un comienzo, la sola mención de Fourier, en el tramo de los Viajes que se abre entre Río de Janeiro y Ruán, se recorta como dramaticidad: no sólo se trata de la carta destinada a Carlos Tejedor (personaje especialmente polémico tanto en la serie de corresponsales de Sarmiento como en la secuencia vinculada a la generación de 1837), sino que el fragmento Fourier se encuadra entre un antes y un después inquietantes. Acotados y polémicos, quiero decir. Porque Fourier es convocado en relación a “un círculo menos numeroso sin duda, pero en cuanto a intercambio de ideas, el más escogido”. Típica autoiluminación sarmientina que se matiza, desde el vamos, con la aparición del vocero de Fourier, Mr. Tandonnet, “francés muy culto”, pero defensor de Rosas. Una especie de escándalo, por su solo enunciado, dentro de la perspectiva principal del Sarmiento de 1846.
Eso, como soporte inicial. Porque en la vertiente de clausura Sarmiento denuncia, categóricamente, “basta ya de ideas abstractas”. Dado que sus discrepancias con Fourier hacen pie, a cada rato, en una peculiar mezcla de empiria y de utilitarismo que —en la inflexión posterior— lo llevará a superponerse, nada menos, que con el agresivo pragmatismo ‘“conquistador y empresarial” de Mr. de Lesseps. Suez y hasta el fracaso de Panamá se prefiguran aquí junto al normatismo triunfante o la eliminación de López Jordán.
Corresponsal Tejedor allá, entonces, y movimiento de página especialmente agresivo, intransigente. Pero cuando Sarmiento se dispone a hablar de Pío IX, su entonación se apacigua, aterciopelada, casi eclesiástica, aquí es Roma, abril del 47 y, el destinatario es el Obispo de Cuyo: “Ilustrísimo Señor”, “dones espirituales”, “Cantamos en coro las letanías”, “decencia y urbanidad”. Sarmiento se desplaza así sobre la superficie del texto. Va cambiando, ofreciendo el flanco, un perfil amonedado, casi bonapartista, pretende tranquilizar, gustar, ser grato, no provocar fisuras, homogeneizar el espacio. Nada de desequilibrios, que eso produce dramaticidad. Y ahora corresponde atenuarse, casi líquido, hasta deslizarse, transparente, como quien se escurre por los rincones. “Agua mansa, sacramental de día domingo” cuando Sarmiento se torna azucarado, no se olvida de los buenos modales ni de que hay que darle a Dios lo que es de Dios: “…los prestigios casi divinos del Sumo Pontífice”. “Que tiene, además, para mí, el más encumbrado de todos los títulos a la renovación de los pueblos cristianos”. La agresividad, las insolencias o la velocidad elíptica de Sarmiento se van convirtiendo en un espeso vaho de incienso. Que no sube ni dibuja espirales; apenas si flota hasta que, por momentos, lo atosiga al propio autor del Facundo.
Podría abundar; pero no sigo. Al menos, por ahora. Simplemente quería aludir a los límites concretos en la visión del mundo de Sarmiento: hasta dónde su rebeldía es tal y en qué momentos brotan sus sumisiones. Los Viajes son del ’46, del ’47, 1848 y la revolución contra el monarquismo adiposo y orleanista ya se insinúan por el umbral. Y de qué manera la reivindicación de la libertad frente a Rosas se convertirá, a su vez, en autoritarismo. Y las apuestas a la educación popular se tornarán, por su lado, en urgentes reclamos a favor de “las jerarquías”.
Publicado en Revista Crisis