Para proponerse como superador de las divisiones, qué mejor que irse a la punta del llamado desierto patagónico, en soledad junto al helado mar del sur. Lejos de la ciudad, de la tensión de las relaciones sociales con deseos antagónicos. Allí, este liso rostro del capital se propone como ejecutor de la objetiva razón del hacer, como la obviedad del cálculo frío, del sentido común sin pasiones. Esta presunción de neutralidad comporta una crítica al conjunto del conflicto; esta elevación eficientista por sobre las pugnas sociales es una de las más peligrosas caras de la obviedad del capital como mando sobre la vida. Porque en su religiosa afirmación del craso “laburar y laburar y laburar” niega -diríase cancela- el carácter insoslayable de los criterios. No hay acto sin criterio, pero el realismo del capital niega esta inherencia de los criterios a los actos, como si no hubiera siempre, cada vez que alguien hace algo, decisión de valores (afirmación, creación, aceptación…). Tiene la fuerza, esta voluntarista cancelación del conflicto, de la teología que secularmente hereda. Porque ¿no es desde alguna divina verdad superior que puede sostenerse semejante imperio de una presunta obviedad, esta obviedad mercantil sobre la consistencia de la vida? La indiscutible verdad del boti y los gerentes.
Horacio Rodríguez Larreta aparece bien abrigado con buzo y campera (apenas se ve el botón del cuello cerrado de la camisa), no en traje oficinista porque está expuesto a los elementos, la cruda realidad bajo el manto plomizo de las nubes del vértice continental de la Argentina. Habla con pequeños conatos de sonrisa al principio (tipo de alegría) que ceden después a la firmeza de la autoridad, la seguridad henchida del jefe, la convicción privilegiada del patrón (algo de amenaza en su mirar). Al fondo y quedando al lado del rostro hay un faro pétreo, enhiesto y solitario, se diría heroico o eterno. Y justo a la espalda del personaje, desembocan dos caminos de tierra que encuentran en él su unificación…
La obviedad anit-conflicto no solo niega la contradicción de intereses (“tirar todos juntos para el mismo lado”), el hecho capitalista nuclear de que la riqueza concentrada produce y requiere pobreza, explotación y quemazón de lxs comunes. Además, el discurso del hacer sin conflicto (y sin propiamente pensamiento: aplicación optimizada del “sentido común”), en tanto niega los criterios niega lo crítico, es decir, niega el vínculo de cada «hacer» con la crisis, porque un criterio es un modo performativo de leer la crisis medular de la sociedad. Niega el punto de vista de la crisis (Diego Sztulwark), reduciendo lo político a mera razón instrumental. Excluyendo al conflicto de la política (quedará cuestión de seguridad…).
Claro que mientras tanto manda hombres armados a hostigar los hogares de adolescentes que actúan políticamente (y crecen y se subjetivan políticamente) reclamando mejoras en sus escuelas, y colude con la corporaciones y los magnates de los centros de poder global, etcétera, por supuesto (esto es evidente, aunque excluido de la obviedad: su grado de realidad gravita menos…). El Negocio es el núcleo central de la obviedad (nada puede hacerse sin que sea o fomente Negocio); y la violencia, por lo demás, se deduce como protocolo técnico de gestión, porque además, si no tiene por qué haber conflicto, quien lo encarnan es por capricho de pecador). En lo porvenir ¿será posible lograr más daño en nombre del hacer obvio, o con el tornasolado paraguas del peronismo?