Fuente: El cohete a la luna
¿Es posible pensar en una dinámica de complementaridad y no en una lógica de oposición entre movimientos como el de la ola verde, que viene peleando por la legalización del aborto, y el del precariado, que retoma luchas de los años del estado de malestar para hacerle un lugar a ese nuevo sector de la clase trabajadora que hasta hace muy poco no era ni siquiera reconocido por los propios sindicatos?
En estas líneas intentaremos dejar planteados interrogantes y esbozaremos algunas hipótesis en torno a dilemas que atraviesa la Argentina contemporánea. Tal vez quienes lean esperen más respuestas, pero somos de los que estamos convencidos que el pensamiento crítico necesita seguir metiéndole preguntas a la época.
Siete/Ocho
La Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) tuvo, desde su fundación, una gran virtud: supo agrupar, en una misma herramienta de lucha social (gremial-reivindicativa) a una amplia diversidad de corrientes políticas. Lo hizo durante los años kirchneristas, e incluso impulsada fuertemente por una organización entonces kirchnerista: el Movimiento Evita. A diferencia de lo que sucedió en los años ’90 y rondando el 2001, en donde cada corriente política promocionó su grupo piquetero, en la CTEP confluyeron sectores del peronismo y del cristianismo con otros agrupamientos de izquierda, en sus distintas versiones.
Fue desde este sector que, ya durante los primeros meses de la gestión Cambiemos, se impulsaron fuertes procesos de movilización. No fue el único, por supuesto, y si bien muchos se sorprendieron del hecho de que luego de la “década ganada” el gobierno de Mauricio Macri impulsara con tanta velocidad una serie de medidas meses antes impensadas, hubo expresiones de lucha que se hicieron oír desde los primeros momentos. Entre ellas las de la economía popular y los trabajadores del Estado y, tiempo después, el de las mujeres, que, si bien venían con un movimiento de décadas, desde el #NiUnaMenos lograron un nivel de masividad y legitimidad social que fue creciendo exponencialmente.
Para las trabajadoras y trabajadores de la economía popular, la del 7 de agosto se tornó una fecha fundamental. La Marcha de San Cayetano, que en 2016 logró nuclear a unas 100.000 personas, repitió una escena de movilización de masas al año siguiente. En ambas oportunidades multitudes de “descamisados del siglo XXI” marcharon desde Liniers hasta Plaza de Mayo, bajo las consignas de “Tierra, Techo y Trabajo” (las tres T señaladas por el Papa Francisco, o por Bergoglio, según guste el lector, o la lectora), que retoman el emblemático lema de “Paz, Pan y Trabajo” que la CGT levantó como bandera de enfrentamiento a la última dictadura cívico-militar en 1981, cuando también se invocó a San Cayetano para inspirar rebeldías de los “condenados de la tierra”.
Por supuesto, la CTEP no fue la única expresión organizativa del sector que se movilizó, pero sí fue la columna vertebral del bloque social que comenzó a mostrar cada vez más visibilidad, y que logró nuclear a otras entidades como el Movimiento Barrios de Pie y la Corriente Clasista y Combativa (CCC), en una articulación que incluso en los últimos tiempos incluye también a los guevaristas del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL), a los anarquistas de la Federación de Organizaciones de Base (FOB) y a corrientes de la izquierda autónoma como el Frente Popular Darío Santillán (FPDS).
De allí que la figura de Cayetano, bautizado por algunos como San Precariado, logre aglutinar y ponga a dialogar a sectores del peronismo, del cristianismo y de las izquierdas.
Hasta aquí estas palabras en torno a lo que hemos denominado “bloque social”. No abundaremos en el tema, que requeriría una nota aparte, pero cabe mencionar que para muchos analistas es hoy difícil –en la actual situación de desarrollo del capital— pensar en un sujeto trabajador sin tener en cuenta el amplio porcentaje de sectores precarios, y sin tener en cuenta, asimismo, los repertorios de protesta y las experiencias de organización social comunitarias desarrolladas en los territorios durante las últimas dos décadas. Como en 2016 y 2017, también en 2018 este bloque social se expresará en las calles el día 7 de agosto. Sí, un día antes de lo que seguro será una jornada histórica en todo el país, y que tendrá como símbolo al pañuelo verde, ese que no parece llevarse nada bien ni con Cayetano ni con ningún otro santo.
Feminismos, capitalismo y cambio social
Es cierto que sectores del peronismo y del cristianismo que tienen mucho peso dentro de CTEP (y también de otros agrupamientos de la economía popular), se oponen o al menos no ven con buenos ojos este fenómeno de participación de las mujeres en el quehacer político y el reclamo de legalización del aborto en el país. No deja de ser cierto que declaraciones como las realizadas en su momento por Juan Grabois ayudan poco a no dicotomizar ambos fenómenos. Pero también es cierto que más allá de que uno podría suponer que hay momentos en los que es mejor callar, sus dichos tenían un núcleo de verdad: que en las barriadas populares, la opinión de las mujeres que integran movimientos sociales respecto al aborto, está dividida. De hecho, la CTEP como tal no se pronunciado orgánica y unánimemente.
Pero como alguna vez señaló Jean-Paul Sartre, no se trata tanto de ver lo que las estructuras nos han hecho, sino lo hacemos con eso que hicieron de nosotros (nosotras, nosotres). Lo que muchas veces pasa inadvertido es todo el trabajo político que numerosas compañeras llevan adelante cada día en este tipo de movimientos. Y no me refiero solamente al hecho de que sean mayoría numéricamente, ni que muchas mujeres estén al frente de numerosos proyectos productivos, comunitarios, de formación política y organización barrial, sino incluso de tareas feministas (si bien es cierto que aún no son las caras visibles, referencias principales de esas expresiones, como deberían serlo).
Desde hace un tiempo la CTEP cuenta con una Secretaría de Género y Diversidad, integrada por mujeres de los distintos movimientos que la integran. Estoy seguro de que en las barriadas la opinión de muchas mujeres respecto del aborto ha cambiado en los últimos meses. Y no sólo –como muchos piensan— porque el feminismo logró darse las estrategias para aparecer en los medios hegemónicos de comunicación, sino porque logró estar cada vez más en la boca de todos (y todas), y eso fue por una estrategia integral que implicó, también, un trabajo de hormiga en los territorios. He visto, en lo más profundo de La Matanza, cómo pibas muy jóvenes con pañuelo verde al cuello y pechera de CTEP recorrían casa por casa tocando el timbre, para repartir folletos y conversar (o discutir) con las vecinas sobre la importancia de que en Argentina sea aprobada esa ley que termine con los abortos clandestinos.
De experiencias como esas surgieron entrecruzamientos entre activistas de colegios secundarios (que este año, por ejemplo, tomaron establecimientos educativos con reclamos de género que incluyeron la legalización del aborto) con activismo feminista y militancia territorial de base. Los Encuentros de Feminismo Popular son una de las tantas expresiones que hoy existen en el país, en donde participan activamente mujeres militantes de CTEP.
Así como nunca es posible saber de antemano lo que un cuerpo puede, resulta difícil ser muy categóricos hoy con lo que puede o podrá este estallido del movimiento de mujeres, muy marcado por el protagonismo de sectores medios de las grandes ciudades. Pero tampoco es posible prever lo que podrán las mujeres de sectores populares que se vienen politizando a partir de experiencias concretas y cotidianas, que partieron de cuestiones vinculadas a la supervivencia y a la resolución de un trabajo que muchas veces hay que inventar. Esas mujeres que son mayoría en los movimientos sociales y que hoy ya no discuten sólo del trabajo, la autogestión, la precarización, la acción directa y la movilización, el reclamo y la negociación (¡sí, los movimientos sociales, como los sindicatos, luchan y también negocian reivindicaciones!), sino también sobre la necesidad de legalizar el aborto, el vínculo entre necesidad y deseo y la alianza aberrante y fundante entre capitalismo y patriarcado.
Para muchos sectores agosto es el mes en el que se contraponen dos lógicas y dos grandes jornadas de lucha popular. Para otros sectores (muchas mujeres militantes de las organizaciones territoriales), el 7 y el 8 de agosto son dos momentos de una misma lucha: contra el patriarcado y el capitalismo que mata y separa a los cuerpos de lo que pueden. Es decir: son diferentes registros de una misma lucha por el cambio social.