No; no los vamos a fusilar, no. Por lo menos, tenemos la pretensión de ser ecuánimes: organizaremos una lista con eso que se llama orden de prioridades y todos tendrán derecho a defenderse. Jurados populares, públicos, televisados, con representación de la prensa extranjera. No nos gusta matar porque estimamos a nuestro propio cuerpo, si no seríamos fascistas. No se alarmen: los almirantes tendrán 15 minutos para defenderse, los generales un tiempo parecido, los coroneles 14 y los mayores 12. No. Todos 15 minutos. No debe haber escalafón para defender la propia vida. Todos lo mismo, aunque los yugoslavos nos acusen de igualitarismo abstracto. Y los que no sepan hablar en público podrán presentar sus defensas por escrito. De ninguna manera: no va a ser necesario que las redacten ellos. El paredón va a funcionar. Lógico. Pero sobre todo como medida ejemplarizadora: que se hable del paredón y se lo comente hasta que se convierta en un cliché filoso que penetre la jerga del a cada rato, como se hacía con «a nivel», pongamos por caso: para que se introduzca dura, brillante, taimadamente en la carnosidad de las frases estableciendo con precisión el grado de espíritu revolucionario de cada uno. Es necesario en esta etapa posterior a la toma del poder esa enérgica y distraída autoridad de las palabras mágicas. Se tiene que saber, susurrar, repetir que en el paredón que funciona en Arroyo y Suipacha, por ejemplo, las ejecuciones se llevaron a cabo sin mayores protestas. Es que la gente del Barrio Norte sabe morir como señores.
En el paredón de Quintana y Callao un ejecutivo se abrió la camisa antes de que sonara la descarga; tenía un aire de Liniers en Cabeza de Tigre y pudo gritar ¡Viva la contrarrevolución en América Latina! No. ¡Muero contento ya tendremos nuestra bahía de Samborombón! Va a ser necesario, pues, blanquear nuevamente el paredón de Santa Fe y Riobamba porque los maricas del barrio han empezado a diagramar propuestas. Recordar: hacer planteo ante el IASCRE (Instituto Argentino de Salud Comunitaria y Recreativa). Aunque quizá sea mejor un solo paredón. Que se aluda a él como se nombraba el Obelisco o alguna esquina clave en los meses de clandestinidad. El paredón: y que resulte categórico, edificante y sombrío (Laura me debe estar esperando en casa. Seguramente ya no habrá titubeado como antes entre quedarse con el uniforme de miliciana o ponerse ese camisón de náilon. Yo todavía vacilo entre lo que me entusiasma más: si sacarle el pantalón del uniforme o ese camisón transparente. Uno tironeando por los pies, el otro por sobre los hombros. No sé. Debe ser lo que nos pasa a todos los hombres de izquierda en este momento: todavía oscilamos entre el libertinaje y la militancia. Vacilar, oscilar: toda vacilación encarna nuestras contradicciones. Pero ella, en cambio, ya no tiene esos viejos problemas. Es una de mis viejas tesis: a mismo nivel, siempre la mujer resulta más revolucionaria. Y, en realidad, Laura no los tuvo jamás y muchas veces lo comentamos entre los dos: una revolucionaria actual no tiene por qué disfrazarse de sufragista o tener pudor -mala conciencia, es más exacto- por ponerse perfume entre los muslos o usar esa ropa interior que a uno lo enternece y lo exalta. Por favor, compañero, ya no vivimos en la época de la doctora Moreau de Justo, en que las mujeres que se decían revolucionarias eran una mezcla mal batida de directoras de Normal Cuatro, devotas del If de Rudyard Kipling o de los cuentos infantiles de Álvaro Yunque, activas militantes de Liga Antialcohólica y vegetarianas. Ya, no. Después de largas discusiones que hemos tenido con Laura, de lo oportuno que nos vino la difusión de Simone de Beauvoir en la etapa prerrevolucionaria -en este sentido la Editorial Siglo XX cumplió una labor desinteresada y precursora-, hemos llegado a un acuerdo: rescatar para nuestro lado todo lo que antes le dejábamos a los otros suponiendo que les era «innato» o signo de «decadencia». Todo lo que sirva para desalienar debe ser rescatado por nuestra revolución: ¿Antonioni? ¡Venga Antonioni! ¿Pintura abstracta? ¡Venga la pintura abstracta! Todo lo que sea necesidad del hombre, debe ser reivindicado por nosotros ¿Laura? ¡Venga Laura con su camisón transparente!).
No; no los vamos a fusilar. Por lo menos a todos. Ni siquiera les vamos a dar ese placer póstumo y santificador de que en El Comercio de Lima o en Le Fígaro de París aparezcan sus nombres como mártires. No, no. Les aseguro que no. No les vamos a dar el gusto de que se sientan muriendo insolente, trágicamente. No. Morirán como culpables, opacos, sin ademanes, de una manera burocrática. Confeccionaremos una lista por orden alfabético, estatura o grupo sanguíneo y por méritos reaccionarios. Sí: lógico es que al comienzo vayan los almirantes, los primeros en abandonar el barco, como las ratas. La pena es que en este país ni siquiera ha habido tipos reaccionarios que realmente sean odiados por muchos. Ni siquiera un buen verdugo produjo la reacción en sus últimos tiempos. Indudable síntoma de su disolución como grupo.
Cada vez me convenzo más de que era algo fatal nuestra revolución. Y un buen verdugo fusilado nos haría falta para dar un golpe de efecto y que el pueblo, es decir, los taxistas, el diariero de la vuelta y esos dos o tres obreros que siempre aparecían en nuestras reuniones y que iban rotando a través de todos los grupos de izquierda para ser exhibidos, verificados y envidiados, empiecen a creer en nosotros. Sí; por cierto. Lo mismo cuando nuestras columnas tomaron Posadas durante cuatro días y largaron al aire una audición que fue muy discutida en las bases porque de vez en cuando intercalaba Perón, Perón, qué grande sos. Heterodoxias necesarias en la izquierda revolucionaria. Pero tomamos Posadas, nos quedamos más de una semana ahí, a los siete días cayó Corrientes y después la cosa estalló en Tucumán, que ya estaba caliente, y aquí empezaron a salir a la calle todos los locos sueltos de la izquierda independiente. Agitación, el secuestro de Alsogaray y Palito Ortega, bombas en Tribunales, en el Ministerio de Marina y en el Mercado del Plata, asalto a varias armerías, pintadas en el Barrio Norte, la estatua de Mitre decapitada. Un poco de anarquía, pero ejemplos inolvidables de abnegación revolucionaria. Era una etapa. Alguien me comentó que fue una pena que el Lorraine tuvo que cerrar justo cuando empezaba la Semana del Cine Argentino de Vanguardia Realmente lamentable haberse perdido las películas de Antín. Tiroteo en el frigorífico, sabotaje en la central de Segba, incendio de El Águila y Lázaro Costa. Yo siempre había tenido confianza en todos esos chicos, pese a que no hacían otra cosa que hablar de alguna vieja película de Bergman, de las novedades que siempre traía El Escarabajo de Oro y de que nuestra generación estaba irremisiblemente condenada. (Cuando llegue a casa aunque Laura se haya puesto el camisón o recién salga del baño y se le ocurra pasearse desnuda por el dormitorio buscando el disco con las canciones de Puebla para ponerlo a todo lo que dé el tocadiscos y abra la ventana hasta que los del mercadito de la esquina salgan a la vereda, le tengo que pedir que me escriba esas cartas a mis amigos de allá. No; de la Isla. No, no: de Cuba. ¿Por qué vamos ahora a seguir eludiendo la forma directa de decirlo? Y en las cartas: ¿Viste, Licia, cómo éramos capaces de hacer la revolución y tomar el poder; ustedes que se sonreían cuando yo se los decía en La Habana? ¿Viste, Yuly que no estábamos tan muertos y que de un país de donde había salido el Che podían salir cincuenta tipos más como él? ¿Viste, Bob, que desconfiabas de nosotros asegurando que la izquierda revolucionaria argentina tenía miedo de tomar el poder? ¿Vieron, vieron? No hay que decir sús hasta que no pase el último gato. ¿Vieron, viste? ¿Vos, Yuly, que decías que a los revolucionarios argentinos no se nos paraba? ¿Y que al que no se le para es al ñudo que rempuje? Pero va a ser mejor que yo mismo escriba esas cartas mientras Laura se frote los hombros con 555 y me espíe desde atrás tomándome de los hombros mientras me tironee ronroneando «Vamos, Pilo, vamos a la cama; dejá esas cartas para después; celebremos nuestra revolución como Dios manda»). Y no solamente seremos cautos con el rubro fusilamientos, sino que de inmediato tomaremos una serie de medidas progresistas -aunque ésa sea una palabra que nunca ha terminado de gustarme: tan tradicional, tan fofa, tan complaciente- y empezaremos ocupándonos de los problemas de la cultura, que son los que uno conoce más, porque para algo uno se aguantó en la vereda de enfrente durante años, firme, sin transar y riéndose de los sucesivos ministros de Educación. Los problemas de la cultura en un estado socialista. Pues bien, empezaremos publicando las obras completas de Codovila. Será un homenaje de agradecimiento popular. Y en ese orden de cosas: una serie de estampillas dedicadas a escritores que se inaugure con Arlt. Se lo merece pobre Roberto. Fue un escritor que sufrió mucho en vida y en un estado socialista se debe justipreciar los valores del espíritu. Después de Arlt irá… bueno, alguien que empiece el apellido con be. Y para que nadie se sienta menoscabado y la cosa se haga como en los grupos teatrales, donde no hay divos y todo se hace por riguroso orden alfabético o de aparición: Arlt… Bunge. No está mal. Carlos Octavio Bunge que en su época fue segregado de su grupo social de origen. Con escritores de raíz oligárquica debemos actuar como con los perfumes o con la ropa interior seductora: que no sea cosa que la contrarrevolución se crea que eso le pertenece por naturaleza dada. Una revolución como la nuestra se define como una forma de antifisis; frente a «lo dado» tenemos que operar con «lo puesto»; del imperio del «en-sí» a la instauración del «para-todos”; bien está que las estructuras condicionen al hombre, pero lo más importante es lo que hace el hombre con lo que de él han hecho las estructuras; al fin de cuentas una estructura se valida en su significación cuando se la inserta en la praxis. Por eso encuentro legítimo que a Carlos Octavio Bunge le dediquemos la estampilla de 25 pesos y los perfumes y la ropa interior conmovedora (que se debe estar poniendo -o sacando- Laura mientras me espera, sean rescatados y validados por una revolución socialista. Sobre todo si uno piensa que esa ropa se pega al cuerpo como la piel de los duraznos. Por lo menos en los muslos de Laura. Y si uno, es decir, yo, va sintiendo cuando se la saca que comete una deliciosa infracción y todo lo que aparece debajo es el resultado de un desgarramiento. Podría decir: cada vez que le quito la ropa a Laura siento que materializo una revolución. Todo el poder a los soviets; la religión es el opio del pueblo; abajo y de un tajo; toda esa carnecita para mí). Pues bien, una serie de estampillas dedicadas a los escritores nacionales inaugurada por Ascasubi.
Está, además, el problema fundamental de los teatros experimentales. Que en la última etapa del dominio burgués habían establecido vasos comunicantes con la profesionalizaron. Era otro síntoma del final de un proceso: crisis de los escritores -Stalin como Neruda y Amado, obispos y militares-ejecutivos como Podestá y Guglialmelli; Guevara y Cortázar como emergentes capitales de Argentina que necesitan realizarse fuera del país. Sí. Cien teatros funcionando en París; cincuenta apenas en la humillada Buenos Aires de la etapa capitalista. Y, la verdad, es que Buenos Aires perfectamente puede tener cien teatros puestos con todo. Hasta podríamos organizar un barrio bohemio para demostrar el sentido del nuevo swing socialista; chasquear los de dos, buen ritmo, agitar esas caderas rojas, ¡yeah, yeah, Marx! En fin, de las plazas ni hablar; esas carpas que se hacían entonces revelaban bien a las claras la precariedad del proyecto burgués. Nosotros vamos a construir edificios para siempre; sin lujos, eficaces y para todo el mundo. La cortada de Rauch puede ser un buen ejemplo: como el Salvador ya está expropiado, vamos a instalar los vestuarios aunque surjan problemas en un día como hoy: que canten todos los Gloria que se les dé la gana; se han ganado cierto derecho. Al fin y al cabo no cualquiera cambia la minisotana por el uniforme guerrillero y cuatro de ellos lo hicieron cerca de Posadas y después se sumaron a la columna que avanzó sobre el Paraná. Hay que dejarlos cantar, celebrar sus fiestas. Yeah, yeah, oh, mi Dios. Total, ahora, ¿quiénes van? Unas cuantas viejas de las que han aceptado la indemnización por la reforma urbana. Del brazo y por la calle con los curitas, por lo tanto. Y a ese que fusilaron los reaccionarios de La Rioja le vamos a levantar una estatua o le publicaremos los discursos como al Padre Camilo. O una serie de estampillas a los sacerdotes populares empezando por el Padre Castañeda. Pero decía del asunto del teatro en la calle Rauch: los vestuarios en el edificio del Salvador, entonces, serie de obras nacionales, Sánchez, digamos, conferencias a cargo de especialistas. Al doctor Canal Feijóo, por citar a alguien, que ha demostrado su radicalización y que está con nosotros y que nos conviene porque en razón de qué no vamos a contar con gente seria y de prestigio, aunque tengamos que pedirle que atenúe sus comentarios sobre la importancia de la sangre en Barranca abajo. Va a ser algo ameno y les dará la pauta a la reacción y al imperialismo de cuáles son nuestros objetivos revolucionarios. Series de autores argentinos, entonces, conferencias sobre los mismos, publicaciones de sus obras completas (y seguramente Laura se debe estar impacientando con mi demora, pero ella sabe muy bien que cuando camino lo largo de José Ingenieros -ex calle Corrientes- se me ocurren tantas innovaciones: por ejemplo, decirle a César que ese poema de don Baldomero que pusieron los burgueses del Municipio en el Obelisco va a ser necesario, no digo cambiarlo, pero por lo menos subirlo un par de lozas más arriba: es una tentación aun para los jóvenes pioneros completar esa rima terminada en «rulo». Y si bien es cierto que estamos empeñados en que no piensen que nuestra revolución es puritana, por ahora no hay otra forma de superar esas expansiones pequeñoburguesas. Bien visto, la literatura rupestre se inaugura en Altamira. Ancestrales, rezagos, interacciones, la revolución socialista no termina con la toma del poder, sino que recién se abre. Laurita riquita. Es una de nuestras metas más inmediatas. Y ya se sabe que toda etapa inmediatamente posterior a la toma del poder es de las más arduas por todas las contradicciones que se acarrean).
Menos mal que los grupos, los infinitos grupos de izquierda se han puesto de acuerdo. No hay como el triunfo para que las diferencias se absorban. Así como uno tiene miedo cuando fracasa, y si durante años padecimos esa especie de cariocinesis permanente en toda la izquierda, ese despanzurramiento hacia adentro, recíproco, glacial y despiadado, el éxito pudo catalizarnos: hasta se va consiguiendo un nuevo lenguaje revolucionario y se tiraron por la borda ese asunto del «pulpo» imperialista, el reunionismo y las dichosas pintadas y las eternas volanteadas, que lo único que provocaron añares eran chicos llevados en la camioneta policial y las consabidas llamadas a los abogados de la izquierda. Nada, el fracaso y la repetición mecánica. Menos mal que superamos todo eso y logramos organizar un happening marxista, que fue presentado por el profesor Romero Brest. Estuvo impagable Romero esa tarde: dijo que los jóvenes revolucionarios eran sus hijos adoptivos, que para él era lo mismo el pop que la revolución marxista, que en realidad el compañero Fidel era el primer pop de América Latina y que desde ya lanzaba la idea de hacer una muestra pop en la cancha de River, donde la Minujín iba a repartir réplicas del sable del general San Martín confeccionadas con lapislázuli y financiadas con los fondos allegados en la venta de los panteones de la Recoleta de los oligarcas exiliados. Qué Romero Brest éste.
Y uno que creía que era un oportunista (y Laura que insiste en usar ese corpiño pop que descubrió como saldo en las Grandes Tiendas para Técnicos Extranjeros de la calle Maipú, al lado de la antigua veterinaria; seguramente se lo ha puesto y va a pretender demostrarme que el pop se valida si entra en relación dialéctica con las tendencias más tradicionales. Yo la miro, la voy a mirar, y le descubro la piel por debajo de esas dos cabecitas sacadas de alguna revista: del lado derecho un Marrone que siempre me sonríe y al que termino por acostumbrarme; pero del lado izquierdo va bordada una cabeza de Sartre. Yo a Sartre lo respeto, creo que es un modelo humano y prácticamente ha sido el maestro de mi generación; pero como tiene ese ojo torcido justo en el medio del corpiño, me siento mirado de una manera inquietante. Como Laura insiste y va a insistir en que el pop es un momento y que ese momento debe ser integrado con un sentido fluido de la praxis, he terminado por resignarme. Más adelante, cuando pase todo este ruido que ha provocado la entrada de las columnas revolucionarias en Buenos Aires, le voy a sugerir que por lo menos le cosa ahí un moñito). Aunque realmente la integración de los grupos de izquierda revolucionaria ha dado resultados inesperados: los de la First Methodist Church no pusieron mayores reparos a la instalación de ese enorme afiche con la cabeza de Trotsky, aunque dejaron constancia de que el asunto de agregarle una orla de lamparitas eléctricas sacadas al antiguo cartel de Ferro-Quina Bisleri no les parecía correcto. Y la gente que provenía del viejo socialismo aceptó eso a condición de que sobre el frente del Ópera colocaran un cartel igual con la cabeza del doctor Palacios. Problemas. Pero se van superando. Y a los compañeros que provenían de los viejos grupos comunistas les anunciamos que, en compensación, a Rodolfo Ghioldi lo íbamos a poner al frente de la Comisión Redactora de la Nueva Constitución Socialista. Ellos insistieron en que preferían la Comisión Pro Paz, pero ese lugar clave ya había sido copado por la gente de Coral.
Y como en esta etapa del proceso hay que hacer algunas concesiones, hubo que ceder. Si hasta Neustadt demostró su fervor revolucionario lanzando una edición de cien mil ejemplares de Extra íntegramente dedicada al avance de la victoriosa columna «Vicente Peñaloza» sobre Buenos Aires (yo sé que Laura me va a decir mientras le saque las cabecitas de Marrone y Sartre que con los revolucionarios de último momento hay que tener cautela. Es lo que ha pasado siempre. Pero no hay que preocuparse demasiado: son gente de la clase media que por definición oscila entre la oligarquía, las tentaciones y normas de vida que ésta le tiende, y con el además hacia abajo más o menos impregnado de cierta simpatía populista y el temor a la proletarización. Dos idiomas tienen; siempre lo han tenido. O dos caras. O las que les pidan. Hipocresía y burocracia. Habría que pensarlo. Y toda esa gente es carne de burócrata y ya se sabe que por definición un tipo así es la persona que no tiene la última palabra y que necesita mirar hacia atrás para verificar si hay algún superior con quien consultar, o a su derecha o a si izquierda, por si alguien les codicia el puesto o les quiere mover el piso, y necesita resucitar la última consigna para tranquilizarse y ponerse en acción. Pero Laura, Laurita, le voy a decir mientras tiro sobre el sillón que queda debajo de la ventana esa mirada torcida del autor del Ser y la nada ya se sabe de memoria que la burocratización es el defecto que siempre acecha a toda revolución como la que hemos realizado y estamos festejando, pero también ya hemos acumulado suficiente experiencia en ese sentido, Laurita: moverlos, cuestionarlos, cambiarlos de sitio. agitarlos permanentemente. Es el problema de siempre, superar esa tendencia que tiene la gente a dejarse estar, a amodorrarse sobre las cosas que ya ha conseguido, Laurita. Y me voy a poner a su lado y la voy a contemplar un rato antes de empezar a acariciarla, insistiéndole en que a los burócratas hay que crearles necesidades, sacarlos al campo, porque todos nosotros estamos llenos de las consabidas contradicciones de los intelectuales de origen pequeñoburgués. Y debemos salir al campo, Laurita, ya sea a levantar la cosecha o a la vendimia en Mendoza, que tan revolucionariamente reaccionó avanzando sobre Buenos Aires al compás de una cueca de Tejada Gómez. O a la zafra en Tucumán o al ordeñe de las vacas de esa granja colectiva que se está organizando en el antiguo parque de Los Derechos de la Ancianidad. Ordeñar; sobre todo eso, mi Laura querida, porque la leche es imprescindible y en menos de tres meses debemos demostrarle al mundo que no hay un niño argentino que no cuenta con su litro diario). Y no sólo eso, porque también tenemos que aprovechar varios lugares de la ciudad: en el viejo solar del Jockey Club, si mal no viene, hacer una exposición de libros al alcance de todos: la experiencia que, ay, se acumuló en Eudeba vamos a revivirla lanzando ediciones populares de los poemas de Rodolfo Alonso, de Córdoba Iturburu y de todos los poetas con sentido nacional de Argentina. Pero la exposición tiene que ser algo transitorio, mientras ahí mismo levantamos una torre de viviendas colectivas. De la misma manera con la universidad: volveremos traer Filosofía y Letras a su viejo barrio para demostrarle a la derecha continental y del mundo que sabemos mantener las tradiciones y la vieja aspiración de unión obrera-estudiantil que dejará de ser un sueño.
Claro, nuevamente se nos plantea el problema de la Iglesia: ahí están esas señoras que salen de Las Catalinas; y ya he dicho y lo repito: hay que dejarlas. Al fin de cuentas, que se paseen por la vereda con esas palmas no molesta a nadie. No se qué ocurrirá si suben a uno de los ómnibus nacionalizados que hemos largado a la calle. Pero mientras no se les dé por exigir que quieren hacer procesiones en la avenida no hay mayor problema. (También sé, claro, que Laura me va a repetir lo mismo de siempre cuando le pida que nos bañemos juntos: lo que en realidad vos necesitás, Pilo, no es una guerrillera sino una geisha. Mis contradicciones, Laura. Yo sé, yo lo sé muy bien. Pero es tan gratificante que a uno le jabonen la espalda y jabonar la espalda después. Y en seguida darse vuelta y jabonarse recíprocamente. Espuma, piel, bañadera, sal, saliva. Es una coartada, pero yo siempre le sostengo a Laura que ese cuerpo a cuerpo es una de las formas más concretas de la dialéctica. Y si ella protesta porque me cuido tanto la piel y me preocupo por la de ella, tengo que insistirle recordándole que un buen materialista necesita empezar por cuidarse lo más concreto con que cuenta, que es su propio cuerpo. Y al final nos sentamos y terminaremos los dos juntos en el piso de la bañadera quitándonos el jabón y echándonos un poco de agua como dos chicos. Porque no hay nada que hacerle: también las pautas infantiles de las que uno está impregnado no deben ser excluidas en una sociedad socialista. Para Freud el hombre siempre es un niño; para Marx siempre es un obrero. Pues bien, que nuestra Nueva Argentina Socialista sea un país de niños que trabajan, o de obreros que juegan. Así está mejor y nada más legítimo que hacerlo en la bañadera, Laurita. Fue uno de mis temas cuando avanzamos con la columna guerrillera «Almafuerte» y llegamos a la central ferroviaria de Villa Lynch: se lo dije a los obreros del riel, lo sostuve en la comisión de asuntos políticos y cultura y se lo repito cada vez que ella quiere salir de la bañadera para ir a buscar la toalla y el último ejemplar de Partísans que nos ha dedicado Maspero a la Revolución Socialista Argentina). Claro: en este barrio típicamente corrompido por el turismo la instauración del gobierno socialista se ha hecho sentir: ni los porteros tienen ese aire altivo y obsecuente que tenían antes. Y las casas que vendían objetos tan argentinos como mandolinas construidas con caparazones de peludo y la Historia de la literatura de Rojas en textos concentrados han entrado en crisis. Lógico: son los primeros afectados por un proceso así. Tampoco se consiguen buenas hojas de afeitar ni antisudoral importado, pero el O-do-ro-sí que estamos fabricando en el Concentrado de Villa Martelli, si bien resulta un poco áspero, realmente elimina esa emanación corporal. Así como las radios de transistores de origen checo que venimos distribuyendo a los obreros que marcan topes en la emulación no tienen nada que envidiar a esos antiguos Grundig muy estereofónicos y todo lo que usted quiera pero que en un departamento como el mío no había lugar donde ponerlo. Y cuando llego a mi departamento y salgo del ascensor y abro la puerta empiezo a llamarla ¡Laura! Seguramente está escondida en alguna parte y se me va a aparecer con ese corpiño negro con las cabecitas de Marrone y Sartre. ¡Laura… Laurita! Es el inconveniente de estos departamento con un pasillo tan largo y tan oscuro y donde uno jamás encuentra la llave de la luz sin rayarse las uñas tanteando las paredes. ¡Laura… Laurita! Sí; allí está: sentada delante de mi escritorio, desnuda y apoyan do la cabeza sobre mis papeles. No me ha oído. Yo me le acerco cautelosamente por atrás con la idea de taparle los ojos y preguntarle Cú-cú ¿a qué no sabés quién soy? y enternecerme porque me ha esperado desnuda y entre mis papeles y empezar a besarla en la nuca, en los hombros. Sí; también en la espalda. Y bajar. ¿Quién soy? Cú-cú, Laura. La tomo de los hombros. Pero ella no se mueve. La sacudo. Y tampoco. El pelo se le balancea pesadamente hacia los costados y tiene las manos flojas. Laura. Arriba de la máquina de escribir brilla ese frasco con pastillas. Laurita. La vuelvo a sacudir. Le oprimo las manos: Laura, mi querida Laura, ¿quién?… En mi agenda ha escrito: «Aposté a vos. Fracasé. Estoy harta. Yo necesitaba un hombre realista». Y ha marcado la fecha: Sábado, 25 de marzo de 1967 con una cruz y una raya iguales a las que usaba para indicar los días en que le venía la menstruación.
En Buenos Aires: de la fundación a la angustia, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1968.
Fuente: Golosina Canibal