Jamás tan cerca arremetió lo lejos
CV
Triangulitos, globos y pesos
El triangulito de “play” es el logo de iniciático del riquismo actual: acción hacia adelante con un click. Sin rostros, ni escudos ni banderas, sin historia ni sellos singulares, ese triangulito fue desde el vamos la síntesis de una estética corporativo-moderna, con camisas de colores y sin corbatas, con elegantes arrugas de after office, con blancas caras sonrientes y tersas, con sentido claro e inequívoco: para delante. Una estética que podría ser extraída y reubicada en cualquier lugar del planeta (en un click), estética de actualización sin marcas de argentinidad, porque lo argentino como tal fue desde su inicio algo externo: materia a ser gestionada.
Ni bien empezó a ganar, a creerse su fortaleza, el riquismo se munió de globos. Muchos globos: entronización de lo ingrávido. Cuerpos de pura superficie, lisa, tersa y pujante. Colores inequívocos y llenos de un aire mas liviano que el aire. Símbolo de la algarabía riquista, de su modelo de felicidad, son cuerpos brillantes, simples y monocrómicos que se elevan por las simples leyes de su naturaleza.
Esa estética incorpórea no es inocente: se opone a la densidad característica del peronismo, al peso característico del peronismo. El peronismo es la masa. Por cierto, es por su esencial pesadez que resultó un orgullo meritorio ser un movimiento.
No solo respecto del peronismo se efectúa esta “liberación de lo pesado”, claro está. También se ofrece como superación generacional del partido militar. Hecho de fierros, botas estruendosas y duros galardones, el modelo de orden del partido militar estaba centrado en lo corporal (centraba en los cuerpos justamente en la misma medida en que los odiaba por ser anteriores, por naturaleza, a la disciplina y guardar siempre la amenaza de una memoria de esa salvajía).
El radicalismo, por su parte, visto desde este “cambio”, también queda asociado a la necesidad de masas: por supuesto Yrigoyen, y en la edad contemporánea Alfonsín ganó y fue importante porque alcanzó nivel de masa (y su hora más entrañable, aquel discurso en la Sociedad Rural, fue la de un cuerpo con aguante). Pero la masa no era parte de la esencia radical; su esencia era la razón legalista y republicana. Por eso pueden guardar orgullo por Illia, el presidente de la masa proscrita; por eso, también, Alfonsín ante los carapintadas apeló al dialoguismo y mandó la masa a la casa. Y esa abstracción, la razón legalista y republicana, es más afín a la ingravidez del nuevo riquismo: por eso resultaron aliables.
Pero lo pesado, lo rebosante de masa, es sobre todo el peronismo. No sólo el del 45, también su paisaje reciente, desde los “gordos” hasta Néstor, qué lindo Néstor cuando inauguró su investidura rompiéndose la frente porque la asunción debía consumarse en el tumulto corporal. Néstor del desaliño, de la “fealdad” afirmada: rechazo al canon del Espectáculo… También, antes, el Turco con su cara peluda -que no le duró mucho-. Carlitos Jr, dicho sea de paso, se jugaba la vida en “deportes” de alto riesgo (máquinas sin más), cuyo sentido precisamente es conjurar la pesadez del cuerpo.
(¿Y será por esta inherente pesadez que la CGT logra, a un año del gobierno que operó una escandalosa transferencia de recursos de los trabajadores a los propietarios, evitar la huelga general, amparada en parte en lo complejo de movilizar el aparato, mientras que, en contraste, el movimiento Evita, íntimo del Espíritu católico, tiene un dinamismo incomparablemente mayor?)
El último y más estrepitoso peso peronista fue el pobre (es un decir) José López, luchando contra bolsos henchidas de billetes tan abultados que debían pesar como madera (los “palos”)… hasta de la liquidez hacen algo sólido los peronistas, pobre López con sus brazos y cintura estallados, apurado para deshacerse de ese peso muerto, arrojándolo a la égida monacal, a zona de Dios, de espíritu: allí donde el cuerpo se disimula, considerado efímera fatalidad…
Pero la inteligencia se llama así porque opera en el terreno de los cuerpos borrando el suyo propio. La inteligencia es una interface entre la política abstracta y la ineludible corporalidad. Y sonó López, como buen peso macizo que es. Un globo, en cambio, si suena hace ¡pam!, pero dura un tris (un click), y no deja cadáver casi: parece mentira que ocupaba espacio.
Adiós a las plazas
Con sus globos y sus millones de dólares virtuales off-shore, ingrávidos e higiénicos, el riquismo vuela por encima de este pesado barro de pesos argentinos.
Porque no es que no llena plazas, sino que no necesita llenar plazas; ni te pide que vayas a una plaza: te ofrecen política sin plazas (esto se lo escuché señalar a Ariel Pennisi). Sin plazas, sin ni gritos, sin papeles (ni boletas siquiera, para votar sin ensuciarse, sin perder tiempo contando papeles como López), sin banderas…
Al cuerpo cansado de que la política implique cuerpo y que el cuerpo implique política, interpeló la inteligencia riquista.
Por supuesto que el Pro opera en la materia y aprendió pragmatismo territorial del peronismo y hay que poder señalar las tramas territoriales de sus negocios y dominación… Pero su paisaje imaginal (que cumple la función del “relato”) ofrece esta emancipación del cuerpo pesado.
Supo leer el tono de los cuerpos -un tono en cierto sentido anticorporalista de los cuerpos, cuerpos mediatizados, que se conciben a sí mismos como un medio para otra cosa: algo que vendrá después del play.
Cuerpos mediatizados, que se conciben a sí mismos como medios para otra cosa; como, por poner un ejemplo de muchos posibles, las tetas de silicona por motivos estéticos: meterse a un quirófano y lacerar al cuerpo para que rinda mejor en el mercado del deseo, perdiendo sensibilidad erógena incluso, para que se ajuste a un ideal abstracto, en relación al cual es deficitario, para que presente otras leyes que las suyas propias -Basta imaginar los implantes ahí, solitos, permaneciendo durante siglos en la tierra con la que el cuerpo hace rato se asimiló.
La mediatización de los cuerpos, de las vidas (de genealogía larga y compleja, entre el cielo, el dinero, el Espectáculo, las TICs…), también es causa del triunfo -preelectoral- macrista. Las cosas valoradas por su capacidad de cambiarse por otras (las cosas como un medio), los cuerpos sentidos como obstáculo para la plenitud tersa y brillante, obstáculo para que la vida sea como parece que es más allá (un más allá que ahora parece estar acá nomás, a un click). Plenitud en la que ni siquiera hace falta “creer” -discursiva, ideológicamente- para que valga la pena y traccione. Vale sacrificios. De una vida ajena, del tiempo propio, del gusto… sobre todo de la vida como potencia genérica, es decir, como potencia de inventar modos del valor experiencial -que la experiencia funde valores.
Cuanto más sacrificio, más cumplimos el deber; el deber, la condición deudora, también mediatiza al cuerpo: lo somete a ser medio de cumplimento de lo debido.
Es clave lo que dijo el intelectual estrella del riquismo (supuesto seguidor, por cierto, del filósofo que fustigó al “espíritu de la pesadez”): “no haremos grandes festejos por el bicentenario de la independencia porque no hay que excitar moralmente en exceso a la sociedad”. No hay que encender algo imprevisible en los cuerpos, ni siquiera en una fiesta consumible; no ponerlos en estado de masa. Mejor así: globos, pantallas y virtualidad; hacé zapping, navegá, charlá en forma constante, trabajá, comprá, emprendé o bancá la que te toca, sé feliz con tu vida como es, cumpliendo tu parte, respirá, quedate tranquilo…
Si aguien te roba, matalo y quedate tranquilo en tu casa. Ningún cuerpo debe molestar.
Hacer obvio
Ni te piden que vayas a una plaza y de las plazas importantes se ocupan ellos. Arman “equipo” para Hacer -hay que recordar que la H de “hacer” fue también logo primordial del Gobierno porteño. Hacer, hacer, hacer en sí. Hacer como bandera, como si “hacer” fuera algo abstraído de los qués y por lo tanto de los por qués, de los motivos, de los sentidos; en fin, de la política. Hacendosismo abstraído de los criterios cualitativos de valoración.
El Hacer de la política mediatizada es obvio.
Por eso el ideal de democracia participativa del riquismo se limita a las votaciones ciudadanas por internet: se llega al “momento democrático” cuando solo restan clicks opinadores (esto se lo sentí a Rubén Mira). Por eso, también, insisten en “dejar los discursos y dedicarse a la acción”, y Macri ni necesita saber hablar (ni Macri ni Marcos Peña… quizá un poquito más Vidal: monja secular). Por eso, también, Macri the cat baila de manera tan aparatosa, tan trillada (es al baile lo que un emoticón a las emociones), como animador voluntarioso de fiesta programada, espanto de baile, toda idea de improvisación reducida a copia de coreografías enlatadas, un baile que consume formatos. No baila, hace un bailecito, un bailecito aparato cuya naturaleza es la imitabilidad, un bailecito propio del voluntarismo buenaondista emprendedor para el que ser feliz es llanamente cuestión de decisión.
Y es también porque el hacendosismo es obvio, y prescinde de la experiencia sensible, que tiene pleno sentido que el gobierno tenga muchos funcionarios que no tienen procedencia alguna del área que gestionan; no solo el rabi Bergman: muchos CEOs que, por caso, vienen de una tabacalera y ahora gestionan una subsecretaria de la Dirección de Escuela Secundaria: gente capaz de hacer, gente que sabe gerenciar.
El nuevo riquismo mediatista consiente la existencia de los cuerpos como agentes ejecutores (cada uno su parte para hacer la empanada), pero los fustiga como entes de experiencia, es decir, como creadores de valores y de verdad en el interior de sus prácticas. Los niega como creadores ignorantes y refutadores de toda moral programática. Fustiga los cuerpos, pues, en tanto habitantes plenos del presente: deben Hacer, no detenerse a pensar, sentir, decidir…
En tanto habitantes del presente (del mientras tanto), los cuerpos tienen futuro porque lo emanan, lo secretan; pero no corren para “avanzar” hacia al un futuro al que deban “llegar”. No hay donde llegar, hermanos, lo sabemos: y ese saber funda un régimen de ignorancia vital. Los cuerpos en su perfección, ignorantes -insisto- del paisaje espectacular del deber ser, son, para la política mediatizada, una existencia vergonzante y enemiga.
En el orden riquista los cuerpos se dedican a lo obvio, a que el presente -se- rinda a lo mediato.
Y nada tienen que ver con lo político: su potencia crítica –en el sentido de elaborar y decidir criterios- queda mediatizada: los que saben son otros.
A esos cuerpos que tienen su pensamiento y politicidad mediatizada es a los que en la ciudad capital se les dice (imperativamente) “terraceá, jugá, morfá, disfrutá”. Por supuesto, en la preparación de esta mediatización jugó un rol muy importante el kirchnerismo, con un modelo donde politizarse era “militar” como “soldado” de “la jefa”. Y sobre todo, con la inversión por la cual la multitud cuya revuelta había puesto las condiciones que luego fueron bien leídas y convertidas en agenda de gobierno, se convirtió en “empoderada” (partícipe pasiva) por la instancia gubernamental. (Esto, por supuesto, aparte de su histórica contribución a la subjetividad neoliberal del consumidor con derechos, sin obligaciones, sin garantías tampoco, quejoso y asustado, que fue el que finalmente lo derrotó en las urnas…). Un modelo de politización donde se asume que la política la deciden otros y la masa acompaña, ejecuta, sostiene, es comprensible que termine vencido por una muchedumbre que, cansada de la verba enaltecida de la militancia, prefiera darle click a un cambio de pantalla.
Saber de Ceos, razón neutral
Pero volviendo -porque algo cambió-: el riquismo presenta su práctica como un Hacer obvio (negando así la idea de discusión y de conflicto), que al menos sí hacía explícita el kirchnerismo). Las únicas cualidades son la cantidad y la velocidad. Para criterios y decisiones, los que saben son otros, que no saben en tanto cuerpos, saben porque poseen un saber de otro orden -el saber gerencial.
El saber gerencial ha conquistado la neutralidad de nuestro tiempo, la razón pura del neocapitalismo, y se presenta como mediador entre la impureza actual (que tiene grasosa masa por todos lados) y la “desigualdad segura” que ofrece como orden luminoso.
Si un siglo y pico atrás la totalidad del gabinete de ministros pudo componerse de médicos, porque -ante el terror de las pestes- la racionalidad neutra era biológico-médica; si en el comienzo de la independencia argentina el pensamiento ordenador/constituyente por excelencia era el marcial; si más tarde para todo puesto estaba bien un doctor en Leyes, hoy la racionalidad suprema, obvia, es la gerencial. Una razón superior a -y por tanto exenta de- la conflictividad inherente a la experiencia.
Esto comienza por supuesto (constantemente comienza) con la empresarialización de la subjetividad (los lectores de Foucault son imprescindibles acá), y su sujeto ideal es el “emprendedor”, promovido por el riquismo mediatista. El emprendedor es la figura perfecta para la naturalización de la desigualdad: el que no progresa es porque no tuvo iniciativa, no se lanzó al éxito. Los que no “emprenden” se definen por ser no-emprendedores… (Esto se lo escuché señalar a Diego Caramés).
Ante el gran conflicto del mundo, saber de CEOS. Saber de otros. Lo que se redobla es la asunción general, multitudinaria, de que hay una clase de especialistas en organizar la cosa -que la cosa se gestiona, y no que la gestamos.
Es un saber que no abreva en una ligadura orgánica con las cosas, sino en la posesión de un saber abastracto, igualmente válido para la materia que sea. Es por eso que pueden decir perfectamente “mala mía” o “estamos aprendiendo”: la materia no es lo suyo. Lo suyo es un saber que presume saber en general sobre la materia y la vida más que la materia y la vida (sucias, conflictivas…). Al gerente le toma un tiempo, tan solo, optimizar su gestión en la materia que le asignan.
Porque la materia misma, la cosa misma, necesita el tamiz resignificante del gerenciamiento. Terso y de colores francamente embobantes, un saber sintético viene a ordenar el barullo de las cosas.
Orden divino contra la corrupción
Esos hacedores habitan en un lugar brillante y e ingrávido; por eso Gustavo Varela vio -al toque- que “el macrismo es una app”: es en sí mismo una des-carga, y una entidad de puras soluciones.
Los problemas deben ser eliminados, y los problemáticos son cuerpos de voluntad problemática -les gusta el quilombo… Los problemas, como algo presente que demora (hace durar…), para la subjetividad mediática son motivo de odio: obstáculo para el sagrado designio de a-tender siempre a lo mediato. Subjetividad mediática es solucionista. No me traigas quilombo, como traían los peronistas: pesados, pesada su herencia, pesada su voz…
El riquismo niega el conflicto como inherente a lo social, y por tanto demoniza a los “conflictivos” (por eso matarlos no te convierte en asesino). Y a la “inseguridad” (existencial) busca aplacarla ofreciendo una desigualdad segura: desigualdad certera, naturalizada, tranquila.
Etéreo, brillante, incorpóreo, brillante y compulsivamente feliz: el orden riquista y mediatizado ofrece un plano rigurosamente divino.
Así, este gobierno (y gobiernan también los ánimos que regulan -reglan- la calle, los laburos, las vidas) es un vector de eternización de la diferencia de clases en la especie.
Este saber divino ofrece garantizar un orden divino; este modelo de riqueza y felicidad incorpórea, jerárquica, lisa y radiante, tiene su sinceramiento máximo en la figura que elige como enemiga principal, como némesis: es decir, la “corrupción”.
La corrupción es el atributo que distingue la bajeza de lo terrenal. La crítica a la corrupción como la pesada herenciaes una forma de que la razón gerencial y su política se diferencie del barro que habitan los cuerpos entregados a la experiencia, sometidos a duración y mutaciones, encuentros, degradaciones, asociaciones, desconfiguraciones…
Al elegir ese “mal” en contraposición al cual afirmarse, la política riquista se ofrece como un orden divino que, en tanto tal, justifica sacrificios, naturaliza las diferencias de clase, amenaza con un castigo implacable al díscolo; todo bajo la extorsión feroz de que esta, y no otra, es la realidad.
Coda
La mayor refutación a la pax macrista en su primer año y pico de gobierno vino de un sujeto definido corporalmente, las mujeres. Porque en las mujeres es donde se ejerce más radicalmente la valoración del cuerpo como medio para otra cosa (para alcanzar un goce de modelo abstracto), y el consiguiente despojo de su criterio (“dale, si querés, qué no vas a querer…”). Es decir, la vida integralmente concebida, la potencia de vida atacada en la soberanía de sí. Mujeres: como también Milagro Sala (cuya detención fue estratégicamente simbólica, a juzgar por lo pronta que fue); como Hebe, la Madre que mandaron detener y no pudieron: cuerpo cuyo deseo está investido y guardado por un amplio entramado político que lo sostiene como inalienable.
A la rotunda evidencia de la fuerza de este movimiento (palmario en su alegría y también en las perversas reacciones del poder al que combate), quiero añadir un mínimo señalamiento más.
En la descomunal marcha femenina de octubre’16, cuentan las amigas, había canciones, pero sobre todo, más que canciones hechas con frases, consignas, había un grito colectivo, un poderoso grito que salía de los cuerpos pero más bien parecía hilvanarlos: grito sin palabra, presencia pura, “para” nada. Y la consigna aglutinante, vivas nos queremos, también, puro presente anti-programático. Liberado de tener que saber para-qué. Las mujeres, quizá el paradigma de los cuerpos vueltos medio, desde los orígenes tribales de la jerarquía y pasando por la negación cristiana de su condición sensible (bajo superioridad de Espíritu varón), guardan -y ofrecen- hoy el más vital ejemplo de una política de presentificación, de una intensificación de la presencia que recupera su soberanía sin tener que pagarla con “proyectos”.