Que es lo que exige una imagen gratuita, sin firma, de Maradona en la calle? Una pegatina porque sí, gigante, Diego joven, con la pelota en la cabeza. Una imagen encontrada un día oscuro, así nomas, un día de estos. Homenaje sin ambición artística, sin doble emotividad, sin firma. ¿Que exige? Casi nada. Exige un reconocimiento. Pero ese reconocimiento dispara inmediatamente una territorialización emotiva, simbólica, vital.
Para primera hipótesis sirve: la imagen Maradona, su imagen más que su nombre, mapean como nada el presente. Nos reparte, nos agrupa de un lado a otro. No a un lado u otro de una oposición, sino oponiendo a quienes quieren resolver el flujo vital en una oposición y los que aceptan habitar una fluctuante contradicción irresuelta, que se mueve para acá y para allá, según se vaya viviendo.
¿Cómo atrapar la rebeldía maradoneana impregnada de Versus de Versace? ¿Cómo pensar esa vitalidad generosa que se le va la mano hasta el castañazo femicida? ¿Cómo soportar una vez más el relato idiota de Víctor Hugo –barrilete, barrilete qué- mientras transcurre en el living el último capítulo de Intratables? Es hora de que nuestro maradonismo cuestione nuestros refugios políticos y no a la inversa. Segunda hipótesis: la opción pulsional maradoneana es irreductible a cualquier tipo de progresismo.
Ahora, ¿es esto lo que la imagen generosamente regalada por una pegatina anónima en Río de Janeiro y la vía levanta? ¿Es esto o es también otra cosa? Digo, en el espacio denso del presente nos estamos quedando sin palabras. Nuestro problema es, arriesgo, que nuestros discursos hablan a través de nosotros algo que no acertamos a querer ser. Ya se… ya se… siempre es así,.. pero ahora es una evidencia que nos pesa palabra por palabra. Y de pronto, aire fresco, sin palabras: reconocimiento.
Esa imagen te anda buscando, y cuando la encontraste, fuiste, la imagen se mete adentro tuyo. Pero no se queda ahí, vuelve y cuando vuelve se superpone a la imagen que te buscó y te encontró. La imagen de Diego ya no es Diego, es la imagen tuya. ¡Qué quilombo! Y no es arte. Ni es magia. Ni es religión. Sucede que la imagen juega entre. Entre, nunca en un término de una oposición. La imagen de Maradona, claro. No cualquier imagen testea, te pide definiciones libidinales, sensibles.
¿Como jugador todo bien? ¿Como tipo todo bien? ¿Maradona, el que vive jugando o el que juega para vivir? ¿Cuál es la verdadera naturaleza de la belleza y el valor exacto de la eficacia? Nada mejor que la disfunción maradoneana para ahondar en la discusión política de lo estético. Porque tal vez solo Maradona permite socavar todos los atributos del consenso para llevar la discusión a un terreno irracional y masivo, a una zona de definiciones casi inconscientes que mapea, para un lado y para el otro. ¿Se puede separar arte y vida? ¿Es lícito hacerlo? ¡Es posible pensar que la imagen Maradona no es además y también una imagen palabra y una imagen hecho?
Cuarta hipótesis: la eficacia maradoneana es eficacia poética. Diego, consciente de que el trabajo con el lenguaje debe violentar lo previsible para decir. Diego diciendo. ¿Qué es mejor, el gol con la mano a los ingleses o la mano de Dios? ¿Que es más doloroso, el doping positivo o me cortaron las piernas? Diego que provoca con la frase inolvidable, pero también Diego que balbucea. Diego que en ese casi ni poder hablar, dice. Frase genial o farragoso arrastre casi indescifrable, es lo mismo. Pura eficacia de Diego en la palabra, ligada al hecho, ligada al fútbol. ¿Diego poeta o diego loco pasado? ¿Diego porque lo dice Diego o Diego por lo que dice? Fraseo… fraseo maradoneano que la imagen agita, como si lejos, una hinchada… no?
Y ahí esta Diego, che, en la pegatina, cerca de la vía, joven, hermoso, casi Pelusa, con la pelota en la cabeza, en perfecto equilibrio. Pero también lo queremos en pelotas en un sauna chino, gordo como chancho con el pelo teñido de rubio, lo queremos con Menem y con De la Rúa? ¿Lo queremos vestido a Luis quince en la revista caras, hinchado de merca y tirado en un sanatorio pedorro de Punta del Eeste? Diego, antes de internarse, comiendo pizza y mirando el partido y dándose con un tubo de oxígeno para poder seguir mirando el partido y dándole a la fugazzeta. ¿Lo queremos también? Con la pelota en la cabeza es fácil he! Eros y Tánatos en versión Villa Fiorito, che.
Che, digo, porque acá va la quinta hipótesis: diego es nuestro mejor antídoto contra la gramática del ejemplo, nuestro vacuna contra el virus guevarista. ¿Puede, amigos, el héroe contaminado por el mundo ser la línea de fuga del hombre nuevo?
Maradona, Maradona, Maradona. Ni siquiera nombre, ni siquiera apellido. Imagen suelta en un cruce en Caballito, imagen haciendo desastre en la matrix del ser nacional y del presente. ¿Nuestro Neo? ¿Nuestro minotauro? ¡Ay, si no fuera por la imagen! Ay si no fuera por alguien que por ahí se le ocurrió regalarla y regalársela! ¿Podría haber sobrevivido aquel día oscuro? ¿A uno de estos días? ¿Podría haber llegado hasta hoy sin desesperar más que Baudelaire en Bélgica?
Hay belleza, hay felicidad, hay desobediencia, hay deseo de destitución y formas de construir otros mundos… hay Maradona para redefinir lo que significa hoy, hoy mismo, ya, cada una de esas palabras. Porque hoy por hoy, casi que sin Diego no significan nada. No exagero, no, Así de urgente es el trabajo de volver a hablar. Nos agarramos de lo que podemos. Yo vi a Diego en Rio de Janeiro y la vía. El aire se volvió más respirable. Casi pude balbucear.