por Patrícia Fachin
(Especialmente para Lobo Suelto!)
Hubo manifestaciones sociales masivas descontentas con la política y la economía en Oriente, España, Wall Street. Ahora llegan a Brasil. ¿Por qué? ¿Qué representan las manifestaciones sociales de estos días?
Podemos empezar diciendo que lo que caracteriza a estas manifestaciones es que no representan exactamente nada, a la vez que, por un tiempo más o menos largo, expresan y constituyen todo. Tienen una dinámica intempestiva, huyen de cualquier modelo de organización política (no sólo de los viejos partidos o de los sindicatos, sino también del tercer sector, de las ONGs) y afirman una democracia radical articulada entre las redes y las calles: auto-convocatoria y debates en las redes sociales, participación masiva en las manifestaciones callejeras, capacidad y determinación para enfrentar la represión, e incluso capacidad de construcción y de autogestión de espacios urbanos como fueron la Plaza Tahrir, las acampadas españolas, los intentos de Occupy Wall Street y la Plaza Taksim en Estambul (Turquía). Para cada una de esas olas y para cada una de las que llamamos “primaveras[1]” hubo un disparador específico, pero todas disponen de una misma base social (por diferenciadas que sean las trayectorias socio-económicas de los diferentes países) y de los mismos procesos de subjetivación. En el caso de Brasil, todo el mundo sabe que el disparador fueron las protestas contra el aumento de precio de los boletos de los transportes públicos. Como en el caso de otras marchas, la manifestación en San Pablo fue violentamente reprimida por la Policía Militar. Sólo que esta vez la chispa no se apagó en una “marcha de la libertad” e incendió San Pablo y todo el País. Pero saber que ese fue el disparador no nos permite avanzar en el análisis.
¿Por qué ahora? Es difícil responder y tal vez la característica propia de este tipo de movimiento sea que nadie sabe proponer explicaciones “objetivas” indiscutibles. Así y todo, podemos avanzar en 3: la primera tiene la forma de un segundo “disparador”, y es la casi coincidencia entre la represión de la marcha por el pase libre en San Pablo, y la renovación de las primaveras árabes y del 15M español en las durísimas luchas de la multitud turca en la Plaza Taksim, en Estambul (no por nada, en la segunda manifestación carioca, que juntó diez mil personas, uno de los gritos era: “acabou a mordomia, o Rio vai virar uma Turquia” [Se acabó la mayordomía, Rio va a ser otra Turquía]); una segunda explicación reside en el hecho de que este ciclo de “revoluciones 2.0” empieza a tener una duración consistente (de más de 3 años) y entró en el imaginario, en el lenguaje de generaciones de jóvenes que ya no se forman opiniones en la prensa, sino directamente en las redes sociales; la tercera explicación es más consistente, y la más importante, y se relaciona con estas “nuevas generaciones” del Brasil de hoy, o sea, estas generaciones de jóvenes que sólo conocieron el Brasil de Lula. Lo increíble y hasta irónico es que el propio PT no lo haya previsto y haya sido incapaz hasta hoy de percibir este dato importantísimo.
¿Qué puntos en común existen entre las manifestaciones brasileñas y las que vienen ocurriendo en otros países del mundo?
Como ya dijimos, los puntos en común son más importantes que las diferencias, que sólo resaltan la cualidad específica de cada evento.
En un primer nivel, tienen en común una articulación entre las redes y las calles como proceso de auto-convocatoria a las marchas que nadie consigue representar, ni siquiera las organizaciones que se encontraban en el epicentro de la primera convocatoria: el intento de “empoderar” a los pibes del Movimento pelo Passe Livre em São Paulo (“oficializados” por la presencia en el Roda Viva y en la negociación con la Municipalidad y el Estado de San Pablo) demostró que ellos no controlan ni dirigen un movimiento que se auto-reproduce de manera rizomática (las manifestaciones ocurrían al mismo tiempo sin respetar ningún tipo de “tregua”).
En un segundo nivel, tienen en común el agotamiento de la representación política. En Brasil, este fenómeno fue totalmente subestimado por la “izquierda” y, sobre todo, por el PT, porque no lo entendieron (y no lo entienden). Inicialmente pensaron que era un problema de las autocracias del Norte de África (Túnez y Egipto); después, que era la incapacidad de los socialistas españoles (el PSOE) de responder de manera soberana a las injerencias de las agencias internacionales de calificación o del Banco Central Europeo (BCE). Después creyeron que el 15M español no conseguía encontrar una nueva dinámica electoral, mientras que el partido de Beppe Grillo mostraba en Italia un fenómeno electoral totalmente nuevo y desgobernado. Enseguida, pensaron que Egipto y Túnez habían sido normalizados electoralmente por el islamismo conservador, cuando se da el levantamiento turco contra el gobierno islámico moderado. En Brasil, el PT y su gobierno (y su coalición) pensaban que estaban blindados por los recientes éxitos electorales (la elección de Haddad en el municipio de San Pablo, la reelección casi plebiscitaria de Paes en el municipio de Rio), por estar en un ciclo económico positivo y por haber creído, en fin, que el santo grial del “nuevo modelo” económico consistiría en realidad en reeditar el viejo nacional-desarrollismo, rebautizado como neo-desarrollismo. Lo que la izquierda como un todo y el PT en Brasil no entendieron es que la crisis de representación es general (aún si tiene síntomas y manifestaciones diferenciadas) y que los levantamientos de la multitud en Egipto, Túnez, España, Turquía y ahora Brasil son la expresión, entre otras cosas, de un rechazo radical a esa manera auto-referencial de pensar de los gobiernos y los partidos políticos.
En un tercer nivel, hay un punto en común central entre todos estos movimientos: la base social de esta producción de subjetividad es el nuevo tipo de trabajo que caracteriza al capitalismo cognitivo. Las redes que protestan y se constituyen en las calles de Madrid, Lisboa, Roma, Atenas, Estambul, Nueva York y ahora de todas las ciudades brasileñas se forman en el trabajo inmaterial: estudiantes, universitarios, jóvenes precarios, inmigrantes, pobres, indios …. o sea, la composición heterogénea del trabajo metropolitano. No por nada, por un lado, una de sus principales formas de lucha fue la “acampada” o el “occupy” y, por el otro, el levantamiento turco y el brasileño tuvieron como disparador la defensa de las formas de vida de la multitud del trabajo metropolitano: la defensa del parque contra la especulación inmobiliaria (la construcción de un Shopping) en Estambul y la lucha contra el aumento del costo de los transportes en el caso de Brasil.
En comparación con estos puntos en común, las diferencias son mucho menores, aun cuando existen (y son incluso obvias). Podemos aprehender esas diferencias desde el punto de vista de las condiciones objetivas de cada país y desde el punto de vista de cómo cada uno de esos movimientos fue transformando (o no) la fase destituyente en momento constituyente. Así, el 15M español se presenta como la experiencia que logró durar más, pese a no haber revertido las políticas económicas. Las revoluciones árabes fueron normalizadas con las victorias electorales conservadoras, pero los levantamientos se hacen endémicos. En Turquía e incluso en Brasil, no sabemos –literalmente– qué es lo que va a pasar. Es en el plano de las condiciones objetivas que encontramos la mayor diferencia: en España y en el Mediterráneo en general, las revoluciones están marcadas por los procesos de “desclasificación” de las clases medias. En Brasil es exactamente lo contrario: todo esto ocurre en el ámbito y en el momento de la emergencia de la “nueva clase media”. Sólo que esta nueva composición de clase es, en realidad, la nueva composición del trabajo metropolitano, que lucha por los parques o por los transportes públicos: ascendiendo socialmente, los pobres brasileños se convierten en aquello en que las clases medias europeas se convierten bajando: en la nueva composición técnica del trabajo inmaterial de las metrópolis.
Además del aumento del precio de los boletos, ¿qué otros motivos que desencadenaron las manifestaciones?
Podemos adelantar dos respuestas.
La primera es que, bien pensada, esa pregunta encuentra su respuesta en una simple reformulación: “¿por qué en las ciudades y metrópolis brasileñas no hay más luchas y más levantamientos por el sin número de motivos que los justificarían?” ¡En Brasil no faltan razones! Una vez que “pegó”, basta con elegir: la lista es infinita. Voy a dar sólo un ejemplo, contando una anécdota: un día fui a asistir a un Foro de la UPP [Unidad de Pacificación Policial] Social (que ya no existe) en dos favelitas de la Zona Norte de Rio, muy precarias. Toda la parafernalia de los gobiernos del estado y del municipio se había movilizado, con sus autos de función, para darle sentido a la pacificación. Los pocos habitantes de las favelas que hablaron se refirieron a dos problemas esenciales: primero, dijeron, vivimos en medio de las cloacas; segundo, los policías actúan de manera violenta y arbitraria. Las decenas de secretarios y otros servidores presentes no consiguieron decir nada sobre cómo iba a resolverse ese problema básico de saneamiento. Saliendo de la favelita, pasé delante de un centenar de adolescentes que estaba en la entrada sin hacer nada, y en el camino de regreso al Centro de Rio, a 5 minutos en auto, pasé frente a una obra gigantesca, faraónica: ¡el Maracanã! La pregunta de arriba encuentra una respuesta igual a la de Keynes en 1919: “no siempre las personas aceptan morir en silencio”. Había en Rio de Janeiro y en Brasil (y sigue habiendo) un sinnúmero de movimientos de protesta y de resistencia, particularmente por causa de los efectos de los mega-eventos, y hoy esos movimientos se juntaron, confluyendo con la multitud de la nueva composición del trabajo metropolitano: en Rio, los manifestantes siempre se juntan para dirigir invectivas pesadas al gobernador Sergio Cabral y al intendente Eduardo Paes.
Llegamos así a la segunda respuesta: ¡el movimiento sí que se armó para evitar la suba de 20 centavos! Sólo que ese “poco” es en realidad “mucho”. ¿Por qué? Porque la cuestión de los transportes y más en general de los servicios es estratégica para el trabajo metropolitano. Los obreros fordistas luchaban por salarios y horarios. Los trabajadores inmateriales tienen como fábrica la metrópolis y luchan por una calidad de vida de que dependerá su inserción en un trabajo que ya no es un empleo, sino una “empleabilidad”. Los obreros fordistas luchaban para reducir parte de la carga horaria que iba embutida como lucro en los autos que producían; los trabajadores inmateriales en la metrópolis desvían los slogans publicitarios de una montadora (“Vem Pra Rua” [Vení a la calle]) para re-significar los agenciamientos productivos que se diseñan en la circulación. Los obreros fordistas luchaban contra el trabajo. Los trabajadores inmateriales luchan en el terreno de la producción de subjetividad. Es en la circulación que la subjetividad se produce y produce valor de renta.
Los manifestantes dejan en claro que son a-partidarios, no quieren violencia y no tienen líderes. ¿Cómo interpreta ese discurso? ¿Cómo pensar un nuevo modelo político a partir de estas características?
Sin duda, una de las dimensiones constitutivas de la Revolución 2.0 es la crisis de representación y esta es una cuestión central. Precisamos recordar que la anticipación de la revolución 2.0 como crítica radical de la representación e sudamericana. El “Que se vayan todos” argentino anticipó en 10 años el “No nos representan” español. Sólo que las dimensiones de esta crisis son procesadas por el discurso oficial –o sea, partidario– de manera invertida. Y esa inversión no es fortuita. Por cierto, las últimas articulaciones del movimiento (las agresiones contra los partidos de izquierda en las manifestaciones del 20 de junio) nos muestran muy bien cómo funciona esa inversión. Los partidos (sobre todo los que están en el gobierno) dicen que esos movimientos son limitados porque rechazan los partidos, no son “orgánicos”, porque tienen una “ideología” que los rechaza y por lo tanto son potencialmente anti-democráticos. Obviamente, eso es correcto, pero esconde dos lindas falsificaciones. La primera también es obvia: los “grupos” que rezan por una crítica fundamentalista de la representación tienen poca consistencia social y ninguna capacidad de determinar, siquiera de influir movimientos de ese tamaño. La segunda falsificación es una consecuencia de la primera: los partidos atribuyen la crisis de representación a un proceso y a una crítica que vendría de afuera, cuando en realidad los mayores y únicos responsables de esa crisis ¡son ellos! Y la responsabilidad está en la indiferenciación del clivaje derecha/izquierda, o sea, en el hecho de que los gobiernos cambien y continúen haciendo las mismas cosas, inclusive con el reciclaje de las mismas figuras políticas. Así, el PSOE español le atribuyó al 15M su derrota electoral, cuando en realidad el 15M es apenas la consecuencia del hecho de que los socialistas españoles hacían la misma política económica de la derecha. Es exactamente lo que terminó pasando en el Brasil de Lula y sobre todo de Dilma. El movimiento que nació con la lucha contra el aumento rechaza las dimensiones autoritarias y arrogantes de las coaliciones y de esos consensos que reúnen derecha e izquierda en la reproducción de los intereses de siempre. Era Haddad el que tenía que representar lo nuevo y se presenta junto a Alkmin para decir lo mismo: que la reducción de la tarifa tendrá un costo (¡sic!). Es la coalición conservadora que gobierna el Estado y el Municipio de Rio y donde el PT planea y ejecuta remociones de pobres no respetando a la propia LOM. Son las alianzas espurias con los ruralistas de un ministro de izquierda. Es la conducción autoritaria de las mega-obras e de los mega-eventos. Es la entrega de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara a un fundamentalista que, exactamente al día siguiente de la gran manifestación del lunes, hizo votar el proyecto de Ley que define la homosexualidad como una enfermedad.
La extrema izquierda o la izquierda radical yerran cuando piensan que están “a salvo” de esta situación. Los partidos de izquierda son incapaces de entender que este movimiento se forma en el rechazo –confuso, flotante, ambiguo y hasta peligroso– del partido, de la organización separada, de la bandera. Eso porque el rechazo es general y no hace distinciones y funciona como rechazo de cualquier plataforma ideológica preparada y determinada por lógicas de aparatos separados: en eso hay una percepción de que uno de los problemas de la política es la construcción de aparatos que tienden, antes que nada, a reproducirse a sí mismos.
La agresión de un grupo organizado contra el grupo de banderas del PSTU, del PSOL y del PCB en la marcha del jueves 20 de junio quebró las ilusiones de que la crisis sería solamente del PT y asustó a todo el mundo. Con todo, en ese episodio lamentable encontramos una vez más el funcionamiento perverso de la lógica de la representación. Los grupos agresores estaban claramente organizados y tenían esos objetivos tan claros como el proceso de organización indica las manipulaciones más jodidas. Todos los análisis y denuncias que inmediatamente se hicieron identificaron a esos grupos (que claramente actuaban respondiendo a una intención de provocar esa situación) con la manifestación en general. En realidad, el apoyo genérico de los jóvenes a la palabra de orden “¡sin partidos!” no tiene ninguna significación lineal y mucho menos “fascista”. Paradójicamente, el rechazo a los partidos, inclusive a los “radicales” y a sus banderas, es el rechazo –claro que confuso y contradictorio– a la homologación entre derecha e izquierda y una demanda por una “verdadera izquierda”. Esta demanda no es idealista y no se la puede trabar con lenguajes y símbolos obsoletos (las banderas rojas, por ejemplo). Para volver a erguir las banderas rojas ¡es preciso dejarlas en casa por un buen rato! La bandera roja tiene que abandonar su dimensión ideal y transcendente (o sea, vacía) y volver a ser interna (inmanente) a los lenguajes de las luchas tal como estos son. En ese terreno es posible y necesario construir otra representación y, sobre todo, reforzar la democracia.
Usted publicó recientemente en Twitter que “las luchas de la multitud en San Pablo y en Rio son el mejor resultado de los gobiernos de Lula. Tan bueno que nadie en el PT fue capaz de anticiparlo”. ¿Nos puede explicar esta idea? ¿Se trata de la entrada en quiebra de la política?
Comencemos por el final: no estamos frente a la “quiebra de la política”. Al contrario, ¡se trata de la persistencia de la política! Frente a todo lo que los partidos de izquierda hacen para proveer de municiones al viejo discurso anti-democrático y moralista de la elite, estos movimientos muestran que la política está viva, ¡pese a los Felicianos, los Aldos, la tecnocracia neo-desarrollista y la corrupción! Estar contra el moralismo de la derecha no significa que sean “graciosos” los comportamientos inmorales de la izquierda en el poder. Se trata sólo de no caer en las trampas de la derecha, pero haciendo un esfuerzo de conjunción ética de los fines y los medios.
Este movimiento, cualquiera sea su desenlace, es el movimiento de la multitud del trabajo metropolitano, el más puro producto de los 10 años de gobierno del PT. Vamos a profundizar y aclarar esta afirmación em dos momentos. En un primer momento, esta afirmación es una valoración positiva del gobierno Lula-Dilma. Una evaluación positiva no porque hayan sido de “izquierda” o socialistas, sino porque se dejaron atravesar –sin querer– por una serie de líneas de cambio: políticas de acceso, cupos de color, políticas sociales, creación de empleos, valorización del salario mínimo, expansión del crédito. La izquierda radical juzgaba esas políticas exactamente como ahora juzgan la cuestión de las “banderas”: idealmente. “¿Lula está implementando otro modelo, otra sociedad socialista?”, se preguntaba y criticaba. Ahora, nadie implementa un modelo alternativo, aun cuando está en el gobierno. Puede apenas tener la sensibilidad de aprehender las dinámicas reales que, en la sociedad, podrán amplificarse y producir algo nuevo. Los gobiernos Lula-Dilma asociaron el gobierno de la interdependencia en la globalización a la producción, tímida y real, de una nueva generación de derechos y de inclusión productiva. Estadísticamente, eso se tradujo en la movilidad ascendente de los niveles de rendimiento de más de 50 millones de brasileños y por la entrada en las escuelas técnicas y en las universidades de nuevas generaciones. Lula no quiso saber de banderas y hasta declaró que él “nunca había sido socialista”. Quedó dentro de la sociedad yendo atrás de los lenguajes, de los símbolos y de las políticas que él entendía. Al pasar a la década de 2010, ese proceso se consolidó en dos fenómenos mayores: el primero es electoral y tiene el nombre de “lulismo”, o sea, la capacidad que Lula tiene de ganar y sobre todo de hacer ganar elecciones mayoritarias: empezando por la Presidente Dilma y llegando al Intendente Haddad; el segundo es el régimen discursivo de la emergencia de una “nueva clase media”, con base en los trabajos del economista Marcelo Neri. Con la crisis del capitalismo global (2007/8) y la llegada de Dilma al poder, el discurso de la “Nueva Clase Media” fue más allá de las preocupaciones del marketing electoral, para tornarse la base social de un giro que ve en el papel del Estado junto a las Grande Empresas el Alfa y el Omega de un nuevo modelo desarrollista (neo- desarrollista). Sociológicamente, el objetivo de neo-desarrollismo es transformar a los pobres en “clase media”, y para eso hace falta, económicamente, de un Brasil Más Grande, capaz de reindustrializarse[2]. El gobierno Dilma llegó a bajar los intereses y multiplicó los subsidios a las industrias productoras de bienes de consumo durables, en particular de los autos, y a la construcción civil. Lo que el movimiento afirmó y certificó fue la dimensión ilusoria de ese supuesto modelo (lo que no significa que el modelo no será implementado, sino simplemente que perdió la pátina de consenso que lo legitimaba y deberá mostrarse cada vez más autoritario). En el plano macro-económico, la inflexión tecnocrática no funcionó, pues el intento a tentativa de intervenir en los intereses resultó en el retorno de la inflación de los precios (que está en la base de la revuelta). La inflación de los intereses y las de los precios volvieron a presentarse como las dos caras de una impasse renovada que sólo una movilización productiva (de la cual no hay señales) puede resolver[3]. En el plano sociológico, la “nueva clase media” no existe, porque lo que se constituye es una nueva composición social cuyas características técnicas son las de trabajar directamente en las redes de circulación y servicios de la metrópolis. La figura económica (el “promedio” en el nivel de ingresos) esconde el contenido sociológico de una inclusión productiva que no pasa más por la previa implementación en la relación salarial. Este trabajo de los incluidos en tanto excluidos es un trabajo de tipo diferente: es precarizado (desde el punto de vista de la relación de empleo); inmaterial (desde el punto de vista que depende de la recomposición subjetiva y comunicativa del trabajo manual e intelectual) y terciario (desde el punto de vista de la cadena productiva: la de los servicios). La calidad de inserción productiva de este trabajo depende directamente de los derechos previos a los cuales tiene acceso y que a la vez produce: por ejemplo, ¡poder circular por la metrópolis! Es exactamente esa composición técnica y social del trabajo metropolitano la que constituye la otra cara de la “nueva clase media” oriunda del período Lula. A la vez que fue la base electoral de las sucesivas derrotas del neoliberalismo, se opone hoy, en su recomposición política, al neo-desarrollismo: para ella, la cuestión de la movilidad urbana tiene la misma dimensión que tenía el salario para los obreros, a la vez que el segmento estratégico es el de los servicios. Las ciudades y metrópolis brasileñas, y no la reindustrialización, constituyen el mayor cuello de botella, a la vez social, político y económico. La ideología y la coalición de intereses que están con Dilma no muestran hasta ahora la menor capacidad de percibir este dato. Más aún, esta nueva composición del trabajo inmaterial y metropolitano produce, a partir de formas de vida, otras formas de vida. Por eso, el movimiento del pase libre, como el de Estambul que defendía un parque, fue juntando todos los focos de resistencia que existen en las metrópolis, hasta esparcirse -como está haciendo en este momento, dramática y asombrosamente– por las periferias donde nunca hubo ninguna manifestación de masas. Lo que este “levantamiento” de la multitud del trabajo inmaterial nos muestra es que el “legado” de los 10 años de gobierno Lula está en disputa y lo más interesante es quedarse por dentro de esas alternativas, en lugar de querer poner una bandera u otra. La política y los movimientos están dentro y contra. Pensemos, por ejemplo, en la cuestión de los mega-eventos, de la Copa de las Confederaciones, el Mundial y las Olimpíadas. Muchos de los focos de resistencia en las metrópolis son movimientos que critican los gastos en obras, estadios, favelas que resisten las remociones, etc. A la vez, la posibilidad de que el movimiento se haya dado sin una represión brutal, por ahora, se debe también a la Confederation Cup. Una vez más, el conflicto es adentro y contra.
¿Qué es posible vislumbrar en el escenario político a partir de estas manifestaciones?
Creo que el evento es tan potente e imprevisto que nadie sabe cómo responder. Sobre todo en este momento: todos los días, y tal vez de hora en hora, cambian algunos datos fundamentales. Lo que podemos decir es que el escenario electoral de 2014 y hasta 2018 estaba diseñado y las variables vislumbradas eran macro-económicas. El movimiento se invitó a esa discusión. Sólo que no hay nadie que pueda sentarse a esa mesa eventual diciendo que lo representa. La tierra tembló y sigue temblando, sólo que el humo que se levantó no nos deja ver todavía qué edificios cayeron y cuales quedarán en pie. En este escenario, podemos hacer dos conjeturas. En una primera, la Presidente Dilma puede abrir por izquierda, por ejemplo con una reforma ministerial que pondría personas calificadas y altamente progresistas en Ministerios clave como los de Justicia, Ciudad y Transportes, Cultura y Educación y convocando a la sociedad a constituirse –en todos los niveles posibles– en asambleas participativas para discutir las urgencias metropolitanas. En la segunda (que, a mí me parece, es la que anunció en el discurso del 21 de junio), ella se limita a reconocer la existencia de otra composición social en el movimiento y la construcción de un gran pacto en torno a los servicios públicos, pero no anuncia nada nuevo a no ser algunas banderas de largo plazo (como destinar el 100% de los royalties del petróleo a la educación) y enfatiza la cuestión del orden: represión de los “violentos” y respeto por los mega-eventos (o sea, más represión. Y eso después de los hechos bien sombríos del jueves (la aparición de esos grupos pagos para agredir a los partidos y, en Rio, represión generalizada de la manifestación, con la persecución de cientos de miles de participantes durante toda la dispersión). El escenario que vislumbro es pesimista: me parece que buena parte de los militantes de izquierda está cayendo en la trampa de las “banderas”, que eso acabará realmente por entregar el movimiento a la derecha y, para colmo, habrá represión, eventualmente también de las opiniones. En este escenario, muy probable, para salvarse a sí mismos y evitar una renovación general, las burocracias y otros fisiologismos abroquelados en los diferentes gobiernos y coaliciones, están destruyendo las posibilidades de una gran renovación de la izquierda y arrastrando a todo el mundo al agujero que será el resultado electoral de 2014. Pero me gustaría mucho equivocarme. Si fuese verdad que me equivoco, serán las luchas de la multitud las que lo dirán. Pero el escenario que tienen que enfrentar es muy, muy complejo.
[2] Cf Giuseppe Cocco, “Não existe amor no Brasil Maior”, Le Monde Diplomatique/Brasil, mayo de 2013.
[3] Y de la que hablamos Antonio Negri y yo en GlobAL:biopoder e luta em uma América Latina globalizada, Record, Rio de Janeiro, 2005.