El análisis literario de las novelas de Kafka arroja un resultado político. Hannah Arendt afirma que ellas tienen como «tema principal» el conflicto entre «un mundo que el escritor presenta como una maquinaria que funciona sin dificultad alguna y un hombre que trata de destruirla». La interpretación gana en agudeza leída sobre fondo de la luz que Reiner Stach arroja sobre los relatos de Kafka, sugiriendo que ellos funcionan a partir de un procedimiento recurrente: introducir una premisa ficcional en un contexto plenamente realista. Introduciendo este señalamiento de Stach en el razonamiento de Arendt, concluiríamos en que la lucha de Kafka es perfectamente real, a condición de reconocer que esa lucha sólo es posible una vez que se acepta la hipótesis fantástica de un mundo tomado por un funcionamiento sin fallas (es decir, por una maquinaria de aniquilación). En cuanto a los personajes kafkianos, Arendt los presenta como representantes de una humanidad sin atributos, meras ocasiones para enfrentar la más anormal de las normalidades: el horror cotidiano de las opiniones y actitudes que siguen dócilmente las reglas del mundo. La fascinación que ejerce Kafka sobre sus lectores -entre ellos, un sinnúmero de escritores-, no se debe, para Arendt, a inexistentes marcas de estilo, ni a sus vías de aproximación a la realidad. Muy por el contrario, la seducción de Kafka proviene de su propia atracción por las estructuras ocultas, y por su radical desentendimiento de lo superfluo. Kafka no apunta a la realidad, porque su interés se enfoca en la verdad. Y a la verdad solo accedemos por la vía de una sostenida substracción imaginativa, que nos salva de la arbitraria fuerza de la necesidad (¿qué otra cosa es la realidad?). El éxito de Kafka es, pues, hacer de la realidad una mera copia de un modelo humano verdadero. No un estilo, sino un humor.
PEDRO ROSEMBLAT ES UN HOLOGRAMA // Francisca Lysionek
Publicada originalmente en el blog Victorica Es pertinente que la IA nos