Reseña de Sueño, medida de todas las cosas, de Lila Feldman // Nicolás Vallejo

Desde hace varios años la revista Topia sostiene la apuesta por un psicoanálisis plural, crítico y volcado a la articulación entre la subjetividad, la sociedad y la cultura, y promueve no solamente un lector atento a ello sino también la posibilidad de ejercer la práctica escrituraria premiando, anualmente, a los mejores ensayos psicoanalíticos que respondan a esas inquietudes editoriales. El ensayo de Lila María Feldman Sueño, medida de todas las cosas, que intentaremos reseñar en esta oportunidad, fue el que obtuvo el primer premio del mencionado concurso, el año pasado.

En principio, nos gustaría recordar que, en el ensayo como género, o como forma, se reconocerá la presencia de aquello que Adorno denomina su carácter mestizo, que se aloja en el intervalo que existe entre la producción científica y la creación artística. Ni completamente del lado de la ciencia ni decididamente del lado del arte, la forma del ensayo evita toda reducción a un principio rector acentuando lo parcial y lo fragmentario en detrimento de lo total y lo definitivo. Otorga dignidad ontológica a lo mínimo y a lo fugaz y habilita la singularidad y lo extraño. Como el arte y como el sueño, crea imágenes y como la ciencia, produce conceptos. Al decir de Didi Huberman, el ensayo es ese género que le propone un “dulce desafío” al ideal de la percepción clara y distinta. Es ese género, realista y soñador que hace surgir la luz de la totalidad desde un rasgo parcial. Género, en definitiva, en el que coexisten, de manera fundamental, la imagen y el concepto. El ensayo reúne en sí mismo, y de ahí su mestizaje, el procedimiento poético de las intelecciones con el espíritu crítico de las imágenes.

El ensayo escrito por Lila Feldman no solo satisface cabalmente estas puntualizaciones de Adorno y Huberman, y produce un texto dónde el procedimiento poético se hace presente sin descuidar el pensamiento conceptual (siguiendo la huella de aquello que Pontalis denomina pensamiento soñante) sino que también establece al

propio sueño en esa zona intermedia, intersticial o transicional situada entre la imagen y el relato, entre el sentido y la experiencia o entre lo individual y lo colectivo. En el capítulo del libro titulado, justamente, Sueño y ensayo leemos: “Entre sueño y vigilia, entre proceso primario y proceso secundario. Entre lo que tiene medida y lo desmedido. Entre lo desahuciado y la ilusión creadora. Entre lo que aún no y tal vez sí. El sueño también ensaya y busca ser acontecimiento para el pensar”.

 

Entre la imagen y el relato

 

“¿En que consiste interpretar?” Se pregunta Feldman en el capitulo Sueño e interpretación. “El trabajo interpretativo desandará los caminos que tomó la construcción narrativa del sueño, en un lenguaje particular, hecho de imágenes y palabras”. Y más adelante precisa: “El sueño por otra parte ya es en sí mismo, una obra interpretante. Una obra que autointerpreta deseos y dolores. La interpretación en análisis tomará esa primera interpretación”. ¿Cuánto de ese dolor (o de ese deseo) admite la puesta en relato para volverse comunicable? ¿En qué medida el lenguaje (interpretante) estabiliza lo que la imagen disloca, es decir, dice locamente? Aquí también Lila recupera a Pontalis, quien recuerda que Bachelard reivindicaba, frente al terrorismo de las interpretaciones, el derecho a soñar. A la escucha de una narración que sustituye la visión de imágenes, la operación freudiana agregará dos movimientos sucesivos y complementarios: Remitir ese relato a un texto y, finalmente, descomponer, desatar y destejer las tramas de ese texto. Este movimiento que acabamos de señalar, denominado por Pontalis la operación freudiana, produce el desencantamiento del sueño, es decir, La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung) “sustituyó la poesía, lo atractivo del sueño por una prosa con su gramática y su sintaxis. Sintaxis de nuestros deseos, a no ser de nuestras penas. Decididamente el sueño de los románticos es el objeto perdido del sueño de Freud”. Ahora bien, “¿de qué nos vamos a desprender, se pregunta inmediatamente Pontalis, de la imagen o de su culto? ¿De la infancia o de su nostalgia? ¿De la ilusión de una plena satisfacción?”.

Frente a lo que denomina imagen-fetiche, que cubre la ausencia, el historiador del arte Di-di-Huberman opondrá la imagen-jirón. Imagen que no es ilusión pura ni toda la verdad, que es destello y no sustancia, a veces máscara otras ve-ces hecho, vehículo de belleza y lugar de lo inson-dable, de la consolación y de lo inconsolable. No se trata de la imagen como un todo, con la capacidad de totalizar lo real al punto de sustituirlo, sino de la oportunidad de establecer un punto de contacto posible entre la imagen y lo real y de distinguir lo que hace velo de lo hace síntoma, lo que inmovi-liza y lo que la desborda hacia su excepcionalidad desgarradora.

Entre el sentido y la experiencia

“Cuando el sueño emigra a la interpretación, y de la puesta en imágenes pasa a una puesta en palabras, algo se pierde: toda conquista se paga con un exilio, y la posesión con una pérdida.” Jean Bertrand Pontalis, autor de la cita precedente y cuya presencia es indiscutible en el ensayo de Lila, ha señalado hace tiempo en un bellísimo escrito denominado Entre el sueño-objeto y el texto-sueño que Freud consagra el sueño al sentido y lo descuida en tanto experiencia del soñante. Lila prosigue en la senda señalada, siempre atenta a evitar toda tentación que la haga extraviarse hacia alguno de los polos mencionados. De todas maneras, tal como lo observara Juan Carlos Volnovich en la presentación del libro que se realizó en la Facultad de psicología de Rosario, en el marco del Segundo Congreso Internacional de Psicoanálisis, “Lila también le discute a Freud el énfasis puesto más en el contenido del sueño que en la experiencia del soñar. Ambos –contenido y experiencia— no son excluyentes, pero para Lila la experiencia del soñar tiene una potencia elaborativa insoslayable”.

A partir de su encuentro con Inés, y el trabajo analítico que emprendieron juntas, Lila se pregunta si los sueños expresan algo ya acontecido o bien, si el sueño mismo es acontecimiento, ingresando en un segmento del libro que va enlazando magistralmente, las preguntas acerca de la temporalidad del sueño en tanto acontecimiento decisivo a la hora de narrar las experiencias traumáticas. Los capítulos aludidos son: Sueño y acontecimiento; Sueño y tiempo; Sueño y trauma; Sueño y experiencia. Allí podemos leer “Los sueños son el modo de relanzar la actividad psíquica cuando ella se ve interrumpida frente a un traumatismo.” “Me gusta imaginar los sueños como ruinas vivas, ruinas abiertas al tiempo, ruina que reinscribe el tiempo.” “En mi propio recorrido, he tomado el soñar y su valor de experiencia subjetiva determinante”.

Sentido del sueño y experiencia del soñar, entonces, recordando con Oscar Sotolano la similitud que puede establecerse entre el sueño y el juego infantil, que solo conviene interpretar cuando se estanca, se traba o se estereotipa.

 

Entre lo singular y lo colectivo

En el último capitulo del libro, que se denomina Sueño, alteridad y cultura, Lila afirma que aún sin nombrarlo como tal ha trasmitido lo que considera un punto fundamental que “es la relación entre lo singular y lo colectivo, en su articulación y en su grieta”. Sueño, duelo y recuerdo, Sueño e historia y fragmentos del trabajo analítico con un paciente que comienza su relato a partir del exilio, son los capítulos que anteceden esa afirmación. Articulación y grieta, entre lo singular y lo colectivo.

Cada época sueña la siguiente. A Walter Benjamin le gustaba citar esta frase de Michelet que encabezaba un texto denominado “¡Porvenir! ¡Porvenir!”. Uno de los momentos en donde aparece es en el primer resumen del libro de los pasajes, llamado Paris, capital del siglo XIX, escrito en 1935. Luego de la cita de Michelet el texto prosigue:

“A la forma del nuevo medio de producción, que en un principio sigue estando dominada por la del viejo (Marx), corresponden en la conciencia colectiva las imágenes  en que lo nuevo se entremezcla con lo viejo. Estas imágenes son imágenes de deseo, y en estas el colectivo busca tanto superar como transfigurar lo inacabado del producto social así como las carencias del orden social de producción (…) En el sueno en que a cada época se le presenta ante los ojos la siguiente, aparece esta ultima enlazada con elementos de la protohistoria, es decir, de una sociedad sin clases. Sus experiencias generan al entremezclarse con lo nuevo la utopía, que ha dejado su huella en miles de configuraciones de la vida, desde las construcciones de larga duración hasta las modas pasaje-ras”.

No solo de noche, sino también de día se sueña. Ambas formas del sueño (el nocturno y el diurno) tienen en común, dirá el pensador alemán Ernst Bloch, el estar promovidas por el deseo y el ser un intento de realizarlo. Pero se diferencian, agrega, tanto por el hecho de que durante la ensoñación se mantiene constante la conciencia del yo, capaz de representar las imágenes y las circunstancias de una vida deseada, de una vida que se

le antoja mejor, y las proyecta hacia el futuro. Y se diferencia a su vez en cuanto a los contenidos, ya que la ensoñación diurna no es regrediente, como el sueño, que se vuelve sobre las experiencias reprimidas y sus representaciones, sino que emprende un viaje hacia adelante, de tal suerte que en lugar de renovar la conciencia de un “ya no”, mediante el ensueño pueden ser evocadas y proyectadas en el mundo las imágenes de un “todavía no”.

Entre experiencia y expectativa, entre re-cuerdo y esperanza, entre pasado y futuro, el ahora relampagueante de los sueños. Sueños que, como nos invita el recorrido emprendido por Lila Feldman en este imprescindible ensayo, se constituyen como aquel “misterioso punto de encuentro entre las generaciones pasadas y la nuestra”.

FUENTE: Revista Crítica [Año III N.º V, Diciembre de 2018, Rosario]

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