“La función del discurso no es, efectivamente,
dar miedo, vergüenza, deseos, impresión, etc…,
sino concebir lo inconcebible, es decir,
no dejar nada al margen de la palabra ni conceder nada al mundo inefable”
Roland Barthes: Sade, Fourier, Loyola.
…“encontrarme en el baldío…
…entre las brasas humeantes del ayer…”
The Jam, Wasteland
Juntar lo irreconciliable, recortando y proyectando las sombras del pasado en los conflictos de hoy. Convocar fantasmas y presencias incomodas, al ritmo que seca el acrílico, cuando las formas de gobierno parece inspirarse en la brujería y la ciencia ficción. Trazar círculos mágicos para no rendirse al sentido común. Socializar malestares, desde los márgenes, en una red de aliados. Eduardo Molinari y Patricio Larrambebere llevan más de dos décadas compartiendo inquietudes en distintos espacios de trabajo como el Taller Proyectual Pintura de la Universidad Nacional de las Artes, un programa de estudios dedicado a la investigación en contexto, donde se ensaya el intercambio de saberes y prácticas con herramientas artísticas. Y desde mediados de los otros años noventa, en distintas muestras como Quintaesencia (Centro Cultural Recoleta, 1996) o Manifiesto Cimarrón (Biblioteca Miguel Cané, 1999). Proyectos que negociaban con los límites de lo expositivo, declinando un mismo modo de hacer en diferentes medios: la práctica artística como toma de postura e intervención pública. Siempre desde la crítica ácida, nunca cínica, tratando de juntar la memoria colectiva y la personal, la experiencia cotidiana y miserable que se oculta en las noticias, aquella que por su proximidad resulta demasiado cegadora y no admite comentario alguno.
Más coyuntural que antológica o retrospectiva, República, Libertad y Consumo pretende abrir una discusión sobre las formas de heredar y la capacidad que tienen algunas imágenes para producir herencias. Ni anacronismo ni discontinuidad. Como los circuitos RLC1 que dibujábamos en olvidadas lecciones de física, hemos trazado en la galería HACHE un circulo vicioso. Girando y girando, al interior del maelstrom. A vueltas sobre la incertidumbre que sentimos, y sobre nosotros mismos, en un recorrido por estaciones que, articulando varias escenas o unidades de agarre, sabotean la circulación general de imágenes flotantes con la que los gobiernos aspiran al control de la subjetividad, fijando el pasado en el presente y haciendo casi imposible imaginar un futuro mejor.
Si damos por bueno que las palabrs hacen cosas, que producen realidad, no es descabellado afirmar que República, Libertad y Consumo podrían constituir la receta de una pócima secreta o los químicos de una droga de diseño. Fórmulas distintas, aunque no siempre el mismo conjuro triste, de dominación. Tres palabras que suelen aparecer como significantes vacíos. Son casi un oximorón. Que en la muestra, además, incorpora a otra palabra más, visible como bandera y en varias fotografías intervenidas: Salud. Banderas y consignas de un encantamiento que achata el mundo y desafecta. El veneno que paraliza y extrae energía vital de los cuerpos y los territorios. Ahora bien, las banderas de un potencial fármaco, de una posible curación. Como El Historiador ciego que recorre El Archivo Caminante de Eduardo Molinari. El Historiador Ciego es potencialmente vidente, abre caminos, y al mismo tiempo es agente del pensamiento opresor. No ve lo que no le conviene. Le ofuscan las luces cegadoras. «Me interesa especialmente que las imágenes puedan crear campos de fuerzas en tensión, imágenes dialécticas que permitan a los visitantes a la muestra habitar fugazmente los procesos mágicos que mutan lo visible en invisible, y viceversa. Qué nos ayuden a desestabilizar e interrumpir el régimen de visibilidad dominante”, cuenta el propio Eduardo Molinari. Así, dependiendo de quién y cómo ondee las banderas, el sentido de las fuerzas que desata esta secuencia RLC puede ser otro. No en vano, en ocasiones aparecen vientos inesperados, gradientes y luces en la oscuridad. Existe quien todavía se sabe viejos gualichos de protección. Efecto y contra-efecto: ahora captura, ahora resistencia. Dibujar y borrar las fronteras de lo posible y lo imposible. Y, en última instancia, decidir quién vive y quién muere. “Desconectar para reconectar de otro modo”2. Es decir, analizar cómo se inscriben y se capitalizan los flujos monetarios y libidinales que circulan por la Argentina, en lo que entraña, su vez, el manual práctico de cómo hacer frente a la dominación.
En vísperas de la próxima cita electoral, buscamos en el oportunismo una estrategia: la manera de actuar sobre aquello que todavía se puede transformar. Nada que ver con polémicas gratuitas, sino con recordar de qué manera para Eduardo Molinari y Patricio Larrambebere la política, como el arte, convocan una práctica encarnada y no un dejar hacer. República, Libertad y Consumo propone un juego tentacular donde la amenaza del fin del mundo y la violencia no son solo simbólicas. Juntando ese “hacer” con las nociones prácticas de “saber” y “producir”, la muestra presenta un archivo de imágenes tomadas del mundo del consumo, del diseño de producto, del comercio, del transporte y de la industria nacional, desde los años treinta del siglo XX hasta el último gobierno popular, la base material de la nación, su cultura viva. Que se yuxtaponen y se mezclan con una serie de figuras de animales y símbolos mágicos como la liebre, el hombre de maíz o el tucán, de muy distinta inspiración y procedencia. Y también con fotografías e ilustraciones de oscuros episodios y siniestros personajes de la actualidad, en forma de Tarot. Es El Tarot Ajeno de Eduardo Molinari, donde aparecen representados un equipo de expertos en magia negra y tecnologías varias para perpetuar la guerra.
Como en una olla mágica, los artistas han puesto a girar presente, pasado y futuro en un caldo de imágenes y sensaciones, que se arremolinan apenas camufladas, sin discriminar lo literal de lo alegórico. Imágenes de la historia, una historia de imágenes. Imágenes que son memoria y, con suerte, algún día, porvenir. Se trata de poner a prueba si es que existe algo inmutable o esencial, como una vez intentó Martínez Estrada. “El cuchillo va escondido porque no forma parte del atavío, sino del cuerpo mismo; participa del hombre más que su indumentaria”3. Incómodo para todos, sobre todo para sus propios compañeros, con el gran heterodoxo, con Martínez Estrada, Patricio y Eduardo comparten los sinsabores del pesimismo con método analítico. Y una estética: un paisaje entre surrealizante y metafísico. Ahora recordamos como Andre Breton, a finales de los años cincuenta, jugaba a ser adivino: “el malestar o la enfermedad que mostraba el mundo en los años veinte es distinto del actual. El espíritu, entonces, era amenazado con congelarse, con fijarse en extremo, mañana la amenaza será la disolución”4 . El surrealismo también, según Breton, un día dejó de servir al impulso revolucionario y los flujos liberadores, para pasar al servicio del capitalismo, de la maquinaria de producir imágenes demasiado seductoras que promete libertad y traen subordinación. En las paredes de HACHE aparecer este tránsito de la utopía a la distopia naturalizada, a través de pistolas y perros policías que son y no son personajes de fábula, buitres que no vuelan más y no por ello han perdido la capacidad de hostigar y teleprónters para palabras huecas, los discursos de un presidente que desearía no tener que dar explicaciones. Es verdad: también tenemos billetes de tren tipo Edmondson, aunque a este ritmo no van a quedar pasajeros, ahora que es tiempo de emigrar. Memorabilia de un progreso que termina en choque frontal. Y sin embargo clean, sin heridos ni daños materiales. Espectacular. Cuando la modernización incesante es sinónimo de racionalización. Cuando la opción progresista solo trae destrucción.
Este océano de imágenes en disputa suena como un ruido de fondo, como un mantra salpicado de ofensas que un día nos gustaría saldar. Primero toca aprender a defenderse, rastreando otras conexiones posibles, juntando imágenes sin un programa estable, en movimiento, en unidades de agarre que nos gustaría que sirvan para eso: para no soltar. Para tirar del freno de mano y abrazar fuerte lo que no tenemos intención de perder. ¿Quién quiere nostalgia cuando puede sentir ira? Valga el ejemplo de las nuevas pinturas que presenta Larrambebere. Como él mismo explica: “el antiguo Ferrocarril Midland de Buenos Aires, una línea que recorría la cuenca lechera del sudoeste de la provincia. Arrancada del suelo durante la dictadura militar de Martínez de Hoz, abandonada y desdeñada por recientes decretos que responden al modelo del realismo capitalista, ha sido reducida a su mínima expresión. Invadida por una nube de dudas (y humo) acerca de su rehabilitación desde el 4 de agosto del 2017. Hoy la desidia y el glifosato la han transformado en un baldío de quinientos kilómetros de longitud por catorce metros de ancho, donde campean el desasosiego y la soja transgénica”.
Toda herencia, no sola la cancerígena, constituye al final un problema técnico. Como Isabelle Stengers y Philippe Pignarre sugieren en La brujería capitalista, debemos adoptar estrategias que pasen por repropiarse colectivamente de lo que parecía abandonado. Por eso creemos que es crucial volver a pensar cuál es y cómo defender nuestro patrimonio colectivo, sin esteticismos ni imposturas, reflexionando sobre cómo es posible y qué vamos a heredar en este horizonte de deuda y desahucios, en el que nada nos pertenece.
Para la ocasión, hemos rastreado en la producción de los artistas, reuniendo obras de distintos periodos, formatos y materialidades: collage, fotografías intervenidas, dibujos, pinturas, affiches y algún que otro objeto. ¿Qué tienen en común más allá de los retornos fantasmagóricos que proponemos? Como las copias al ferroprusiato o cianotipos que presenta Larrambebere -una técnica fotográfica que depende por completo del revelado con la luz solar-, todos han sido producidas siguiendo procedimientos que comparten un gusto y un manejo de lo analógico, una consistencia en el tiempo, en la repetición. Técnicas y operaciones “pasadas de moda” que, por otra parte, permiten dibujar varias genealogías. Desde luego, en un sentido evidente está el vínculo sentimental que Molinari y Larrambebere tienen con la estética del documento y el universo de la militancia de los años setenta. Pero no vamos a volver sobre Tucumán Arde. Porque, por otro lado, están los Molinari y Larrambebere volcados en el estudio y el compromiso con cierta tradición local que hizo del arte y la vida un proyecto anti-elitista, una práctica abierta al comercio entre el arte de vanguardia, lo popular y lo artesanal. De hecho, los trabajos de Molinari y Larrambebere hacen de esta cuestión técnica un saber y un hacer situado en el territorio y en la historia, una sutileza y una atención más allá de lo introspectivo. Un arte menor que sondea, estratifica y espesa.
De los Artistas del Pueblo y la Sociedad Nacional de Pintores y Escultores, con su Salón de Independientes, heredan la pregunta por la función social del arte y la opción por las formas realistas como vía de denuncia de una miseria cada vez más presente, no sólo en el arrabal. De ellos también toman “una forma de producción que privilegia las técnicas y materiales bajos o poco prestigiosos, reivindicando con el uso de esas modalidades al arte como oficio manual y al creador como un trabajador”5. Estrategias que se suman al efecto movilizador de la factura artesanal propia del artista obrero, expresada en la misma multiplicidad y reproducción que inventó la modernidad. Además, tenemos la influencia no sólo formal de la pintura de los años setenta, de pintores como Juan Pablo Renzi o Pablo Suárez, con el que por cierto Patricio Larrambebere se formó. Y que se deja notar, sobre todo, en el uso de una poética de lo literal, visible especialmente en el juego de apariciones y desapariciones de la figura humana, en el juego de espacios desiertos que alertan sobre la extinción de un modo de vida. Pero volvamos sobre el oficio del artista y su trabajo, sobre cómo un saber-hacer y un tiempo de dedicación, una jornada, una vez significaron el reclamo de un salario y una política de la solidaridad. La vía de entrada a la discusión favorita del arte argentino: la profesionalización. Discusión que los jóvenes Molinari y Larrambebere vivieron en sus carnes durante los últimos años de su formación, en el ambiente de finales de los ochenta y principios de los noventa. Durante las privatizaciones y lo despidos masivos en las empresas nacionales. Antes de los dosmiles y del arte que, al parecer, “nunca existió”6 .Cuando todo era bello e inocente, cuando el arte se hacía entre y para un círculo de amigos. Antes de que el precario ambiente artístico que hoy conocemos, según algunos autores, diera “un giro hasta convertirse en un sistema organizado profesionalmente alrededor de instituciones y galerías” 7. Cronología que coincide, a todo esto, con el paso de Eduardo y Patricio a la universidad pública. Y con la aparición de varios colectivos artísticos, horizontales, auto-gestionados y transdiciplinarios como el Grupo de Arte Callejero, Grupo Etcétera y la Internacional Errorista, la Agrupación boletos tipo Edmondson que Larrambebere fundó a finales de los noventa, o también el Archivo Caminante que Eduardo Molinari fundó en 2001.
Coda
Pero volvamos a la muestra, ya que quedan todavía algunas preguntas por responder. Sin duda, la principal sería ¿en qué medida son o no recuperables las palabras que dan título a este proyecto? Es decir: ¿hay algo que salvar de la secuencia República, Libertad y Consumo? Por ejemplo: ¿es posible una forma no neo-liberal de consumir? ¿Hay libertad por fuera del mercado? Son cuestiones para debatir. De mano, es curioso ver cómo al ser pronunciadas en una conversación se tuerce la cara del interlocutor. República, Libertad y Consumo conforman una secuencia entre incongruente y maldita. Un espejo donde todos se ven representados, pero cuya reflejo tenebroso nadie quiere asumir. Ese es, en definitiva, su poder. No son palabras estériles, ni tampoco inocentes. Todavía son capaces de suscitar pasiones.
En su texto Salir del underground, entre el populismo y el modernismo popular, el crítico cultural Mark Fisher intentó una jugada más bien polémica. Más aún si es trasladada al contexto argentino, en donde lo popular significa muchas cosas que no significa en el Reino Unido. Es decir, donde no está tan claro que pueda darse una cultura popular al margen de lo que se teorizó y practicó como populismo. Y sin embargo, merece la pena discutir su hipótesis: parte del arte y, en general, la cultura juvenil difundida por los medios de comunicación modernos (prensa, radio, TV…), principalmente de los años cincuenta a finales de los años setenta, hasta que se produjo la contra-ofensiva conservadora, se atrevió a nombrar sus fantasmas e intentó transformar muchos sentimientos reprimidos en formas de vida alternativa y prácticas de liberación que atentaban contra las instituciones sociales y la moral. Esto es, pretendió transformar mucha frustración de clase en historias personales y comunitarias que, sin embargo, no lograron transgredir los estrechos límites del mundo burgués que criticaban. El resultado, piensa Fisher, es algo así como una revolución latente, por venir, al interior de las promesas y ejemplos que quedaron suspendidos del tiempo, virtuales, sin llegar a ser llevados a cabo por completo. O quizás si fueron llevados a cabo y resulta que nuestra visión exótica del pasado, en verdad pragmática y fetichista, no lograr distinguir entre lo verdadero y lo verosímil.
Molinari y Larrambebere parecen tomarse en serio a Fisher porque, una vez más, de lo que se trata es de problematizar y politizar los procesos de herencia o cómo agenciarse de aquello que ya no nos pertenece. “Confrontar el proceso por el cual vemos a lo dado por hecho transformarse en lo imposible. El modo de evitar la nostalgia es mirar las posibilidades perdidas de cualquier era”8 . En otras palabras, celebrar en las mil derrotas que quedan, sin dejarse eclipsar cuando se tiene en bandeja el poder.
1 En electrodinámica un circuito RLC es un circuito lineal que contiene una resistencia eléctrica, una bobina (inductancia) y un condensador (capacitancia). Existen dos tipos de circuitos RLC, en serie o en paralelo, según la interconexión de los tres tipos de componentes. El comportamiento de un circuito RLC se describe generalmente por una ecuación diferencial de segundo orden (en donde los circuitos RC o RL se comportan como circuitos de primer orden). Con ayuda de un generador de señales, es posible inyectar en el circuito oscilaciones y observar en algunos casos el fenómeno de resonancia, caracterizado por un aumento de la corriente (ya que la señal de entrada elegida corresponde a la pulsación propia del circuito, calculable a partir de la ecuación diferencial que lo rige). Fuente: Wikipedia.
2 Isabelle Stangers y Philippr Pignard: La brujería capitalista. Hekht, 2018.
3 Martinez Estrada: Radiografía de la Pampa. Ediciones Losada, 2006.
4 Hal Foster: Belleza Compulsiva. Adriana Hidalgo, 2008.
5 VVAA: Redes de vanguardia. Amauta y América Latina. 1926-1930. Museo Reina Sofía, 2019.
6 Rafael Cippollini: “La verdad es que somos cualquier cosa”. Apuntes para una estrategia argentina del siglo XXI”. En Prácticas contemporáneas, apuntes y aproximaciones. FNA, 2011.
7 Claudio Iglesias: Falsa Conciencia. Metales Pesados, 2017.
8 Mark Fisher: Los fantasmas de mi vida. Caja Negra, 2018.