Reproches y pedidos desesperados al psicoanálisis en la obra de J.D. Salinger // Laura Martín

En el permanente linkear del pensamiento, a veces la lectura de una obra nos sirve de plataforma para pensar algo que nada- o casi nada -tiene que ver con el texto leído. Como lectora de Salinger encuentro objeciones y prejuicios acerca de qué es el psicoanálisis en varias de sus narraciones. Pero no todo es crítica, hay también – o quizás principalmente- una serie de pedidos desesperados.

 Su obra no pretende calculadamente ofrecernos una visión acerca del psicoanálisis, pero hay  por lo menos dos piezas en las que distintas voces expresan ideas en relación a qué puede esperarse de un analista. Ideas que hago extensivas a la confusión generalizada de la  que a mi entender la práctica analítica es objeto.

 Frecuentemente cuando escucho alguna crítica al psicoanálisis pienso que aquello de lo que el crítico está hablando no es el psicoanálisis tal como yo lo entiendo, sino una caricatura o una reducción a la imagen más infantil que se pueda tener de él.

 Este reproche salingeriano -expresado en las voces de algunos de sus personajes-, cabalga sobre el que de hecho sucede desde el surgimiento mismo de una disciplina que hiere nuestro narcisismo cuando plantea que las personas no tenemos un centro de control, sino más bien, una instancia psíquica a la que llamamos “yo” y que pretende fallidamente controlar cuestiones que si bien son orientables no se controlan.  La práctica que nació en el seno de una época objetivante y sedienta de descubrir el quid de la humanidad en el tejido cerebral, es blanco de los más irritantes reproches, antes, ahora y seguramente así lo sea siempre.

Los prejuicios acerca del psicoanálisis dejan ver una concepción del mismo muy exigente. Creo que vale, para figurárselo, usar la imagen de los pedidos tiránicos que pueden hacérsele a una mamá cuando no se la percibe  fallada y cansada, sino hiperpotente. Complementaria de esta imagen es la  del niño que pide: por favor, dame eso que no tengo y en vos reluce, por favor, dame todas las respuestas, por favor respondé a la imagen que en vos proyecto. Y como no responde-nada lo hace- surgen los reclamos incesantes. 

Quizás la posición de sabiduría que solían adoptar y aún adoptan, algunos ejemplares de la disciplina, exacerba o es la génesis misma de esta situación. ¿Quién no escuchó alguna vez “hice análisis mil años y no me sirvió para nada”? Lo que se le pide a la neurociencia, a la religión, a los dioses, a las madres percibidas hiperpotentes y al psicoanálisis mal entendido; lo que se pide de este modo imperioso que no acepta cavilaciones ni caminos alternativos, no tiene el tono suave de los pedidos clementes, sino más bien  el sonido irritante de los gritos desesperados de un lactante.  Se busca, a veces, la respuesta total que por fin haga de nosotros ese ser mítico: el hombre feliz.

Partiendo de semejante demanda, el psicoanálisis es de una insignificancia espeluznante, es chiquito, encorvado, deslucido y fláccido. Es quizás una práctica para enfermarnos en paz, fumar en paz, caminar lento en paz, no poder en paz, recalcular los recorridos en paz. Es, en términos personalísimos y probablemente ideales, una práctica compasiva. No mucho más.

 En sus “Estudios sobre la histeria” (1893-95) Freud lo escribía bellamente. Hablaba del análisis como una práctica para mudar “miseria neurótica” en “infortunio ordinario”; y así poder estar más orientado para lidiar con este último. Quizás sea por eso que el psicoanálisis no puede pensarse como un producto de mercado, porque promete poco y da mucho. Por eso no tiene lista de precios, aunque los que nos analizamos, paguemos uno.

«Repetidas veces he tenido que escuchar de mis enfermos, tras prometerle yo curación o alivio mediante una cura catártica, esta objeción : «Usted mismo lo dice, es probable que mi sufrimiento se entrame con las condiciones y peripecias de mi vida, usted nada puede cambiar en ellas, y entonces, ¿de qué modo pretende socorrerme?. » A ello he podido responder :… usted se convencerá de que es grande la ganancia si conseguimos mudar su miseria histérica e infortunio ordinario. Con una vida anímica restablecida usted podrá defenderse mejor de este último. «  (Freud, “Estudios sobre la histeria”)

            Salinger es para mí  portavoz privilegiado de la posición de reclamo descripta. Al sumergirme en su lectura descubro su sesgo: desautorizar al psicoanálisis, denunciarlo por estafa, chamullo, inutilidad.

Mucho se dijo y se dice acerca de que al ser un discurso contrario a la utopía de la plenitud, es rechazado por el mundo del capital que nos invita a conseguir cosas y sensaciones que nos llenen, una vez y otra, y otra vez, y otra más; empujándonos a sumar y sumar  para luego sufrir la contracara: el vacío estructural. La propuesta es bailar al ritmo de la sensación lleno-vacío-lleno. El psicoanálisis, en cambio es una apuesta a decidir en cada oportunidad del modo más ajustado a nuestro estilo. Hay muchas definiciones de estilo, me apoyo ahora en la idea Barthesiana.  En “¿Qué es la  escritura?”  Barthes arriesga: 

 Sea cual fuere su refinamiento, el estilo siempre tiene algo en bruto: es una forma sin objetivo, el producto de un empuje, no de una intención, es como la dimensión vertical y solitaria del pensamiento… El estilo es así siempre un secreto;….  es estilo una suerte de operación supraliteraria que arrastra al hombre hasta el umbral del poder y de la magia…. el estilo se sitúa fuera del arte, esto es, fuera del pacto que liga al escritor con la sociedad. Podemos imaginar por tanto a autores que prefieran la seguridad del arte a la soledad del estilo. »  En el mismo artículo Barthes, para graficar el carácter automático del  estilo habla de la “forma de andar”, alguien puede tener un andar cerrado, uno desgarbado, y así. 

En esta línea, en el reciente artículo publicado por Revista Polvo «¿Pará que sirve analizarse?», Marina Esborraz, Luciano Lutereau y Carlos Quiroga, si bien no hablan de estilo, proponen que el análisis es para «poder estar de cierta manera».

            «El análisis es para “estar”. Es un tiempo, un modo de vida, estar de cierta manera. Muchas personas no pueden vivir sin “hacer” y se la pasan haciendo cosas, a veces sin estar en ninguna…. se dice “soy ansioso”. Pero no puede decirse «soy angustiado»; para angustiarse hay que aprender a estar, devenir situación y tiempo. Para estar hay que devenir cuerpo y no ser…. “Estar” es lo más difícil. Porque nadie elige cómo estar. Es la pasividad radical. Lo insoportable.”

El análisis es  entonces una invitación a habitar lo más genuino de uno, a estar ahí, sin optar por la vía ilusoria y sufriente del ser. Quien experimenta un análisis, en general se encuentra con la sensación de que no hay plenitud, pero sí hay formas de existir  más alegres que otras, menos atrapadas por el ideal y de las cuales se puede obtener una buena porción de  satisfacción.

 

  1. Los psicoanalistas: una casta de orejas de lata. 

En “Seymour: una introducción” J.D. Salinger  nos ofrece un cuento-ensayo, que consiste en un análisis de la obra poética del hermano mayor de la familia Glass (Seymour) por parte de su hermano Buddy. Seymour fue un poeta torturado que acabó suicidándose. Este exhaustivo análisis literario de la obra de Seymour  deja ver la relación ambivalente de Buddy con el psicoanálisis quien habla de los analistas por momentos con desprecio y por otros con dolor y desesperación. Hay un tono de reproche que se destila a lo largo del texto. Lo que más lo enoja es que los analistas no hayan podido acabar con el sufrimiento de su hermano Seymour. A Buddy lo enoja el psicoanálisis “sordo”.   

“…los eruditos, los biógrafos y sobre todo la aristocracia intelectual ahora vigente, educada en una u otra de las grandes escuelas psicoanalíticas- les reprocho con la mayor acrimonia lo siguiente: ellos no escuchan como es debido los gritos de dolor.”

 Buddy nos dice que el dolor no se cura, se escucha, y nos ofrece- casi imperceptible-  una idea bellísima y altruista: hay que prestar el oído al otro porque mientras está doliente lo ensordecen ese hielo inervado en todos sus tejidos y esa placa de metal pesado estaqueada en su pecho. Por eso, el oído y la atención se prestan para que quien esté aturdido pueda oír con el nuestro lo que dice cuando ni sabe que está diciendo algo. Siempre, hasta en el más lapidario de los dolores, hay un texto para leer o escuchar. Y esa es una apuesta grande del psicoanálisis, una decisión. Para ello son necesarios los “aparatos de escuchar”  pero Buddy se encontró con  “lamentables equipos para escuchar” y está enojado. Él dice lo que hoy tantos intentan explicar, que la humanidad no es algo a curar y entonces patologizarla y medicalizarla, eso no puede más que llevar a un terreno infernal: la pretensión de normalidad. 

 ”Son una casta de orejas de lata. Con tan defectuoso equipo, con esas orejas ¿cómo es posible rastrear el dolor, por el sonido y la calidad tan sólo, hasta su fuente?”

Más adelante en el mismo cuento, Buddy hace una declaración que expone con sencillez lo que él espera de un buen escritor: no me des tu cuento estupendo, dame tu tesoro. Buddy pide al escritor entrega, soltura, innovación no calculada, pide una voz propia, que por supuesto es mucho más que un cuento estupendo escrito para agradar al lector y para buscar premeditadamente su identificación.  Nos pide que no le demos algo estupendo curado en un buen molde, nos pide la olla sucia y vieja en la que se cuece lo más esencial. 

 Ese pedido de Buddy a los escritores puede hacerse extensivo a los analistas: denme tu tesoro, no curen mi dolor, rastreémoslo juntos hasta su fuente, ustedes y yo con sus oídos prestados, oigamos el sonido del lugar en donde surgen muerte y nacimiento a la vez. En un análisis no hay días perfectos para los peces banana, hay más bien  peces que por la boca mueren o nacen. Muere lo dicho cuando es leído de otro modo y nace entonces la capacidad de leer y escuchar entrelíneas. Teniendo en cuenta esto, el pedido de Buddy parece ser un pedido digno de ser oído.  No pide curación, pide escucha. Entonces, cuando cree que su enojo más lo aleja del psicoanálisis, él está en realidad más se acerca. 

 

  1. El psicoanalista que sabe: en realidad lo que a usted le sucede es…

  En «Franny y Zooey», la joven Franny se encuentra con su novio Lane luego de un tiempo largo de no verse. El diálogo deja ver a ambos personajes separados por una marcada polaridad Femenino-masculino. Franny se desborda, se desmaya, tiene el sentimiento oceánico que produce la espiritualidad cuando no se encasilla en ninguna religión que la estructure. Leyó el libro “El camino de un peregrino” y esa lectura desdibujó los bordes de su yo al punto de ya no tener anhelos. Desde ese lugar desorillado escucha a Lane, un joven universitario obsesionado con brillar a través de su ensayo acerca de Flaubert. Él quiere ser alguien, quiere dejar su marca en un mundo que ya cuenta con muchas celebridades en su género.

Obstinadamente Lane descree del repentino estilo desapegado de Franny y le propone que un buen psicoanalista interpretaría que en realidad lo que le sucede a ella es que prefiere dejarlo todo por su temor a competir. Desde su mundo sediento de logros mensurables no puede entender la expansión oriental de su chica e intenta por todos los medios la occidentalización de lo que ella le presenta.  Franny no duda en desacreditar ese afán psicologizante de Lane y pone inmediatamente las cosas en su lugar:

 “No tengo miedo de competir es justamente lo contrario. ¿No lo comprendes? Me da miedo ver que acabaré compitiendo, eso es lo que me asusta. Por eso dejé el curso de teatro….Me asquea no tener el valor de no ser nadie en absoluto.”  

El personaje Lane deja ver otro prejuicio acerca del psicoanálisis difícil de erradicar. ¿O acaso no nos pasa a menudo que nos pidan a los analistas que digamos qué quiere decir un sueño, o  por ejemplo alguna producción artística? Lane está tomado por esa hermenéutica psicológica compulsiva en la que las cosas son siempre una máscara ocultante. Este es otro de los rostros del psicoanálisis, otro malentendido para abonar al odio y la confusión generalizada. El psicoanálisis no es la búsqueda en las profundidades, es sencillamente la lectura de la superficie, la lectura “entre” líneas, la enunciación está “entre” no está “sub”. Creer que detrás o más abajo de lo que se está diciendo está el oro de la verdad y que sólo la iluminación psicológica accede a ella, es una de las formas de la locura. ¿O no nos dice el loco que aquello que vemos es en realidad otra cosa? ¿O no es para él el velador de su mesa de luz una cámara colocada por los servicios de inteligencia, o su dolor de cabeza persistente signo del chip que le fue implantado? 

 

  1. 3. En busca de un analista que crea en la gracia de Dios.

Más adelante en el mismo relato la familia de Franny- igual que su novio Lane- se encuentra preocupada por el afán místico y desapegado de la joven . Zooey, -hermano de Franny- propone que sólo un psicoanalista místico podría ayudarla. Únicamente un narrador no analista puede animarse a decir que una actitud agradecida y tener confianza en la gracia de dios (que no es lo mismo que creer en dios, es más bien creer en la alegría de estar vivo y agradecer lo que se nos da bien) sería un rasgo potente en un analista. Lejos de todo afán cientificista, aquí, sin querer, Salinger ubica al “buen analista” más cerca del creyente que del escéptico. Y una vez más, cuando cree alejarse del psicoanálisis, se acerca.

» Para que un psicoanalista le sirviera de algo a Franny, tendría que ser un tipo muy especial. No sé. Tendría que creer que si tuvo la inspiración de estudiar psicoanálisis fue por la gracia de Dios. Tendría que creer que si no le atropelló un maldito camión antes de que obtuviera su licencia para ejercer, fue por la gracia de Dios. Tendría que creer que si posee la inteligencia natural que le permite ayudar en algo a sus malditos pacientes es por la gracia de Dios…. Si da con alguien terriblemente freudiano, o terriblemente ecléctico, o sólo terriblemente mediocre, alguien que ni siquiera sienta una absurda y misteriosa gratitud por poseer intuición e inteligencia…, saldrá del análisis en peor estado que Seymour. Me preocupa horrores pensar en eso

 

 

Bibliografía:

-Barthes Roland, “¿Qué es  la escritura?” (VER EDICION)

-Esborraz, M., Loutereau, L., Quiroga, C., “¿Para qué psicoanalizarse”?, Revista Polvo, Junio 2020. http://www.polvo.com.ar/2020/06/para-que-psicoanalizarse/

– Freud, S. “Sobre la psicoterapia de la histeria”(1893-1895), Ed. Amorrortu, Buenos Aires 1999.

-Salinger, J. D. “Seymour una introducción”, Ed. Edhasa, Buenos Aires 1990.

-Salinger, J. D. “Franny y Zooey”, Ed. Edhasa, Buenos Aires, 1990.

 

2 Comments

  1. Excelente trabajo sobre lo que desde el psicoanálisis podemos llamar «resistencias» al mismo ,desde un lugar , el que tiene la autora, profundamente conocedor del psicoanálisis, además de sensible y piadoso ante el dolor humano.

  2. Como disputa política, uno elige a los contrincantes más débiles, que alcancen el absurdo, para poder derribarlos de un alpargatazo…
    Pero los hay también contundentes.
    La Genealogía de la Moral fue publicado -Freud lo sabrá muy bien- en 1888, y dice su última página:

    «Si prescindimos del ideal ascético, entonces el hombre, el animal hombre, no ha tenido hasta ahora ningún sentido. Su existencia sobre la tierra no ha albergado ninguna meta; «¿para qué en absoluto el hombre?» ha sido una pregunta sin respuesta; faltaba la voluntad de hombre y de tierra; ¡detrás de todo gran destino humano resonaba como estribillo un «en vano» todavía más fuerte! Pues justamente esto es lo que significa el ideal ascético: que algo faltaba, que un vacío inmenso rodeaba al hombre, éste no sabía justificarse, explicarse, afirmarse a sí mismo, sufría del problema de su sentido. Sufría también por otras causas, en lo principal era un animal enfermizo: pero su problema no era el sufrimiento mismo, sino el que faltase la respuesta al grito de la pregunta: «¿para qué sufrir?» El hombre, el animal más valiente y más acostumbrado a sufrir, no niega en sí el sufrimiento: lo quiere, lo busca incluso, presuponiendo que se le muestre un sentido del mismo, un para esto del sufrimiento. La falta de sentido del sufrimiento, y no este mismo, era la maldición que hasta ahora yacía extendida sobre la humanidad, ¡y el ideal ascético ofreció a ésta un sentido! Fue hasta ahora el único sentido; algún sentido es mejor que ningún sentido; el ideal ascético ha sido, en todos los aspectos, el fuute de mieux [mal menor] par excellence habido hasta el momento. En él el sufrimiento aparecía interpretado; el inmenso vacío parecía colmado; la puerta se cerraba ante todo nihilismo suicida. La interpretación no cabe dudarlo traía consigo un nuevo sufrimiento, más profundo, más íntimo, más venenoso, más devorador de vida: situaba todo sufrimiento en la perspectiva de la culpa… Mas, a pesar de todo ello, el hombre quedaba así salvado, tenía un sentido, en adelante no era ya como una hoja al viento, como una pelota del absurdo, del «sinsentido», ahora podía querer algo, por el momento era indiferente lo que quisiera, para qué lo quisiera y con qué lo quisiera: la voluntad misma estaba salvada. No podemos ocultarnos a fin de cuentas qué es lo que expresa propiamente todo aquel querer que recibió su orientación del ideal ascético: ese odio contra lo humano, más aún, contra lo animal, más aún, contra lo material, esa repugnancia ante los sentidos, ante la razón misma, el miedo a la felicidad y a la belleza, ese anhelo de apartarse de toda apariencia, cambio, devenir, muerte, deseo, anhelo mismo ¡todo eso significa, atrevámonos a comprenderlo, una voluntad de la nada, una aversión contra la vida, un rechazo de los presupuestos más fundamentales de la vida, pero es, y no deja de ser, una voluntad!… Y repitiendo al final lo que dije al principio: el hombre prefiere querer la nada a no querer…»

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