En la cercanía entre una belleza extrema y un espanto monstruoso se apoya el intento de los medios de deformación de confundir ambos polos. La hermandad entre los hinchas de todos los equipos del fútbol argentino tiene un afluente certero: Diego Maradona, mayor ícono de nuestra cultura popular, poderoso porque la gente lo quiere. Maradona y su legado, el ímpetu solidario de poner el cuerpo para fortalecer a los más frágiles y animarse a la pelea contra los más poderosos. Pero acaso la conmovedora reunión de ayer, decidida fraternidad entre los que jugamos muy en serio a ser rivales (pero guardando una moral anti-policíaca, el hinchismo, como pocos espacios sociales guardan), y que fuimos juntos con miedo, a pesar del miedo, haya sido también efecto indirecto, subterráneo, de lo que las mujeres, lo femenino, los feminismos, generaron en las sensibilidades argentinas en la última década; quizá. Hermandad igualitaria, fiesta y coraje contra los poderosos de siempre. Abuela la la la la la.
Fiesta de belleza era por sí misma la reunión multitudinaria de ayer, futboleros bancando ancianos. La barra del abuelo. Poesía pura. Pero llegábamos antes del horario pautado y ya en el andén del subte había gas lacrimógeno y el eco de las herramientas de dañar en que invierte el Estado nacional sus ajustados recursos. El gobierno implementó una represión preventiva. No querían que se reuniera la gente frente al Congreso. Entonces agredían en todas las direcciones, excéntricamente. Para esto ubicaron a sus agentes del daño en posición deliberadamente rodeada por la multitud; una estrategia que necesitaba y producía una crispación agresiva lo más alta posible de los represores. Inundaron de violencia la escena antes de las cinco de la tarde para amedrentar y que mucha gente que estuviera yendo se asustara y volviera a su casa. Muchos en efecto lo hicieron. Sin embargo éramos muchos miles. ¿Convocados por quien? ¿Organizados por quien? Por nadie, por todxs. Ninguna estructura, ningún partido, ninguna organización definida, ningún líder fetiche -solo Diego, que estás en la tierra-. La convocatoria multitudinaria de ayer no tiene propietario. Por eso los medios de deformación intentan asignarle dueños demonizados: kirchnerismo, barra brava, izquierda.
Pero la violencia salvaje que buscaba evitar que la gente llegara y, además, que que se reuniera toda junta, que los muchos fuéramos uno, es signo inequívoco del miedo que le tienen a la movilización multitudinaria. Sobre todo a la movilización multitudinaria sin jefatura: a la cultura autónoma de resistencia multitudinal argentina.
Desde el comienzo de este nuevo gobierno de la derecha se ven despliegue represivos impresionantes, que mucha gente calificó de “desproporcionados” o “desmedidos”. Pero no, no son desproporcionados: guardan proporción con lo que la movilización multitudinaria ha demostrado en la historia reciente que es capaz. La represión preventiva quiere evitar que les pase lo que les pasó en diciembre 2017, cuando la movilización social le atestó una estocada al gobierno de Macri de la que nunca se recuperó y desembocó, luego, en su estrepitosa derrota electoral. De hecho tanto el contrabandista hijo de Franco como la fanática del poder y la violencia que convierte al ministerio de Seguridad en ministerio de Represión a la protesta, varias veces dijeron que querían volver al gobierno para que no les vuelva a pasar lo que ellos nombran como “14 toneladas de piedras”. Recuerdan por supuesto también el 2001, cuando la movilización multitudinal autónoma derrocó no solamente a un gobierno, sino una política, a una forma de gobernar.
La política es entre otras cosas la distribución de los miedos (¿quién tiene miedo? ¿El laburante, de perder el laburo? ¿Los privilegiados, en cuanto tales? etc). Éste es un gobierno terrorista: triunfará si la multitud incorpora miedo y renuncia a su cultura de resistencia. Tiene dos ejes centrales el actual gobierno: la programática represión preventiva a la potencia de la movilización social, y la subordinación de la economía argentina (es decir de las fuerzas vivas que pueblan esta tierra) a los centros de poder financiero globales (particularmente yanquis, patéticos lamebotas). Huelga decir que ambos ejes son caras de una memecoin. Por eso también el presidente festeja el proteccionismo adoptado por Trump, tan contrario a la ideología que fanáticamente pregona: porque su pasión en verdad es política, y toda la ideología de la austeridad liberal, presuntamente técnica, no es sino un modo económico de reproducir cierto régimen de relaciones de poder: la desigualdad totalitaria. Robarle la calle a la movilización, que la calle ya no sea de la multitud, es parte del régimen de extractivismo extremista de plusvalor de las vidas.
Pero la gente libera las calles. Y ellos, los monstruos, los que se disfrazan de monstruos, actúan como monstruos, se convierten en monstruos, también se cansan, también se asustan, también se queman. No tienen el coraje que mostró ayer el pueblo argentino. No tienen el amor puro que mostró ayer el pueblo argentino: sus alegrías son reactivas, dependen y son inseparables de sus odios, de sus tristezas; necesitan estructuralmente la violencia; por eso son crueles: necesitan demostrar ejemplarmente la destitución de la semejanza. Hay que cuidarse tanto como no rendirse. No pasarán.