Reflexiones sobre Terapia. Una visita en el MALBA // Ruth Rajchenberg y Carolina Wajnerman

Visitamos la muestra Terapia del MALBA. Fuimos listas. Atentas. Sabíamos que, siendo el MALBA un museo, podía haber habilitaciones e inhibiciones. Conversamos entre nosotras, nos repartimos las fotos y las tareas. Una parte por semana, compartida en nuestras redes sociales. Esto es lo que quedó. Pregunta-pregunta y respuesta-respuesta. Un diálogo ping-pong en cuatro partes. Filos punzantes para caminar en la paz del museo. Concientizaciones no siempre recibidas. Hilos de poder. Invisibles.

 

Parte 1

Por Ruth Rajchenberg

 

En el año 2019, defendí mi tesis de Doctorado en Teoría comparada de las Artes en la UNTREF, con un trabajo de investigación en arte y salud mental. Me dedique a indagar los cruces entre estos dos campos, buscando echar luz sobre la historia en la que se asienta el Arte Terapia en nuestro país, afectada por la inserción del psicoanálisis en la cultura y del arte en los hospitales y servicios de psiquiatría.

De ahí se derivan dos claras líneas: por un lado, la de lxs artistas que se sienten convocados e inspiradxs a crear obra por la psicología, el psicoanálisis, los hospitales y sus usuarixs. Por otro lado, la de lxs usuarixs de los servicios de salud mental, que producen arte, desde un ámbito no legitimado por los cánones, pero sobre el que recae un fetiche, una etiqueta: la de la inspiración artística y la locura. No son lo mismo los artistas locos, que los locos que hacen arte.

 

Mientras lxs teóricxs del arte se siguen preguntando acerca del lugar de las producciones artísticas de los “locos” dentro de las categorías del arte contemporáneo, lo que sucede en los talleres de arte adentro de los hospitales es una pena. Estos están siempre desfinanciados, por el hecho de que la hegemonía médico-fármaco-céntrica no deja espacio institucional validado para aquello que es considerado una terapia complementaria: la expresión artística.

Parece haber vacíos de significación y de sentido en ambos campos, lo cual no sería un problema si la pregunta reflexiva llevara a la reconstrucción en la acción. Sin embargo el resultado es, como siempre, la deflación y el abandono de las personas que padecen etiquetas diagnósticas en el terreno psiquiátrico.

 

El Arte Terapia continúa denigrada y lo que es peor, desfinanciada. ¿Quién pone plata para comprar materiales artísticos de calidad y pagar sueldos a lxs coordinadorxs de talleres en las instituciones de salud mental públicas? Nadie. De todos modos, el museo de Arte Contemporáneo en esta ocasión muestra sus producciones, les otorga un lugar junto a artistas legitimados que se dedicaron a esta temática en su obra.



Parte 2

Por Caro Wajnerman

 

INCREPARON A MI AMIGA. 

Parecía una charla amable.

 

¿En qué se parece la terapia con ir un museo? ¿De qué buscan diferenciarse tanto el territorio de la terapia como el del museo?

Con música funcional y aires palermitanos, la muestra “En Terapia” del MALBA evoca en su inicio a los aires de “Villa Freud”, armando una sala de espera de terapia. Fuimos con mi amiga Ruth Rajchenberg, y entramos rápidamente en la lúdica sobre ese código, diciendo al chico que nos recibía que estábamos allí por turno de terapia. 

 

(Quizá es el esperar en la sala, el inicio del artificio que produce una suspensión de la realidad…)

 

Unos minutos después de entrar a la primera sala de exposiciones, me doy cuenta que detrás, una mujer le estaba hablando a mi amiga con un tono amable, explicativo. Me dio curiosidad y me acerqué a escuchar. Llego a la parte final de la charla: 

 

– “Te lo digo para concientizarte”. 

Ruth responde: – “Gracias por concientizarnos”. 

Fin de la charla. 

 

Altas paredes, espacios amplios impolutos, suelen caracterizar a los museos de arte en todo el mundo. Un espacio de paz y abstracción de las lógicas urbanas. Los techos de los consultorios no sé si siempre suelen ser tan altos. Sin embargo, la distancia de la cabeza al techo se amplía cuando la técnica utilizada incluye acostarse en un diván. Hay dispositivos terapéuticos que traen consigo una operación, desde antes de la impronta del corona: mantener cierta distancia entre los cuerpos, y de las situaciones que se nos impregnan. Y vienen con música “funcional”, para que acompañe las abstracciones del caos. 

 

Ruth me contó que la increpación que realizó la mujer en esa voz tan calma sosteniendo el autocontrol, consistió en decirle que, cuando la sobrepasó en el camino desde la sala de espera “de terapia” del museo hacia la primera sala de exposiciones, Ruth había avasallado el espacio individual de la mujer. Un espacio que, según esta última, debía respetarse, considerando especialmente que se trataba de un espacio como el museo. Es que la mujer había ido a buscar allí justamente una paz que proviene de mantener esa distancia, esa abstracción, que en la ciudad no se alcanza. Por suerte, pudo atajar los caballos de su furia para dirigirse a Ruth en voz amable y pedagógica, y evangelizarla.

 

Pero Ruth no se quedó nada calma ni tranquila cuando la mujer se fue. Le dije a Ruth cuando me explicó la situación: “Ya está sucediendo”. Es que este hecho nos estaba mostrando lo que sabíamos que encontraríamos: una determinada lectura sobre lo terapéutico. Se trata de la estética palermitana institucionalizada de lo terapéutico. Una quirúrjica del ascetismo social. 

 

No apoyarse. No tocar. Barbijo colocado en todo momento en su lugar. Clasificaciones entre salud y enfermedad mental (ver Reflexiones N° 1 de Ruth Rajchenberg). 

 

Lo sano y lo enfermo, lo movido y lo quieto, lo social y lo individual, lo caótico y lo ¿ordenado? Hay terrenos que pretenden abstraerse y abstraernos, como lógica de salud. Una distancia que no siempre se trata de promover una perspectiva que nos mantenga en contacto, que nos interpele, nos sane. Por eso, las increpaciones son tales, aunque se realicen en voz amable onda museo.

 

Parte 3

Por Ruth Rajchenberg

 

El hecho de que los textos curatoriales de la muestra, se den el lujo lingüístico de nombrar a los sujetos involucrados en estas prácticas como “Enfermes mentales”, es un detalle que merece atención. La escritura inclusiva en clave de género, aplicada a la, ya en desuso, nominación de enfermedad mental, pone en evidencia el terreno pantanoso entre quehaceres y decires en el campo de intersección del arte y la salud mental.

 

La nominación expone de manera grotesca, la controvertida cuestión de la inclusión. Estamos de acuerdo en que siempre hay que trabajar para evitar las prácticas que excluyen ciertas identidades de los espacios compartidos, en este caso del museo. Sin embargo la controversia se plantea en relación a quiénes son los excluidos que necesitan ser incluidos mediante acciones concretas. Sabiendo que diversxs somos todxs nos preguntarnos ¿cómo son las maneras de incluir? Tanto las identidades no masculinas (evidenciada en el remplazo de las vocales por la letra “e”), como de las personas neurodivergentes, pujan por sostener un espacio especial para la diversidad en la sala de exhibición.

 

Esto se hace evidente cuando nos encontramos con una habitación especial para obras producidas por los usuarixs de la Colonia Oliveros de Rosario. El montaje de estas imágenes es llamativamente diferente a las del resto de la muestra. El cuarto, con paredes pintadas de azul y el piso alfombrado, recuerda a las habitaciones acolchadas de los neuropsiquiátricos que representan en las películas. Las obras, colocadas una junto a otra a la misma altura de la vista, en contraste con el damero de imágenes que interactúan en otras secciones de la exhibición, expone una lectura lineal y unidireccional de esta parte del relato.

 

Acompañadas por las descripciones psicopatológicas en primera persona de lxs artistas, las obras del cuarto azul, nos relatan una sola cosa: la obra visual de una persona con diagnóstico en salud mental, será siempre primero “locura” y luego arte. ¿Acaso el color elegido para las paredes sea una referencia a El dormitorio en Arlés, de Van Gogh, el artista en el puesto uno del ranking del estigma arte-locura?

 

No debemos olvidar que, más allá de toda romantización del loco como genio creador, locura es sinónimo de marginalidad y precariedad de recursos. Este modo de exhibición hace referencia al “Arte de los enfermos mentales” de Hans Prinzhorn, el psiquiatra alemán que en 1900 conformó la emblemática colección de obras de internos de instituciones psiquiátricas de encierro, retomada luego por los artistas surrealistas. Parece un homenaje anacrónico, que nos exige la pronta problematización de las categorías de análisis y sobe todo, de los “modos de mostrar” tanto a las obras como a quienes las producen.

 

Parte 4. Dilemas del poder en el museo.

Por Caro Wajnerman 

 

Lo que se respira en la muestra “Terapia” del MALBA, es uno de los halos posibles de lo terapéutico. Esto es lo que sospechábamos con Ruth antes de ir al museo -emplazado en una de las zonas donde se ubica la clase alta en la ciudad-. Las terapias, es decir, las formas específicas y organizadas del cuidado más institucionalizadas, se condicen con roles y modos particulares. Hay una cultura de “la” terapia, asociada a determinados rituales y mitos fundantes, una institucionalidad en versión hegemónica. El inicio de la muestra, la sala de espera instalada por Marisa Rubio, nos permitía saber a qué terapéutica se remitía la propuesta. Invitándonos a una calma de música funcional con sala para esperar en la comodidad de muebles lustrados. Pero no todas las terapias tienen la misma impronta. Los dispositivos terapéuticos se despliegan en diversos escenarios, y es por eso que actualmente contamos con gran variedad de territorios que podemos concebir como terapéuticos.

En las partes anteriores de este escrito, pudimos desplegar diferentes aspectos que hacen a dilemas del poder en relación a la muestra: concepciones sobre el arte y lo artístico, el lugar de la diversidad mental o neurodiversidad, cruces con el género, la dimensión cultural, entre otras.

Pero no todo es hegemonía terapéutica en la muestra. Nos llamó la atención especialmente descubrir que se organizó una Marcha contra los psicoanalistas, “Contra la represión, por el delirio”. Dicha marcha se organizó porque “estamos en contra de todas las formas de la represión mental, se extiende en las familias y en la información y culmina de adultos sobre un diván repleto de pájaros que concurren diariamente a castigarse e inmolarse en la culpa que los parió”.  Esta marcha fue organizada por Los Tolchokos (Helmostro y Gusano), un martes 13 (de mayo). Sin dudas, esta manifestación tuvo que partir de una crítica a un aspecto nodal de poder en juego. Cabe destacar que en la muestra aparecen, aunque en un popurrí mixturado, referencias a terapéuticas como el psicodrama o la psicología social, así como lecturas críticas acerca de la relación entre arte y locura. 

En la salida del museo –o la entrada misma, es decir, por fuera de la muestra, en el espacio callejero- había una instalación muy interesante. Una especie de sube y baja con la particularidad de que de un lado había una silla para una persona y del otro -por una compensación producida entre un lado y el otro- podían sentarse unas 11 personas. Probamos y comprobamos que era posible un sistema equilibrado especialmente para que el peso de 11 personas fuera equivalente al de una sola. ¿Alguna semejanza con la realidad? Ninguna coincidencia.

 

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