Anarquía Coronada

Recuperar las utopías para el mundo post-pandemia // Alejo di Risio Olivera

En la turbia calma de las cuarentenas, el mundo se retuerce entre paredes. Se acumula la manija, la calentura; la necesidad de movimiento y de acción, aunque nadie sabe bien cuál. La energía vital que encontraba cauce en la circulación, en el hacer y en los encuentros hoy está estancada, se acumula en las casas. Se multiplican las voces que reclaman el rescate urgente de la economía y del mercado, misteriosos dioses que demandan el sacrificio de vidas humanas para así mejorarlo todo y, como por arte de magia, ocasionar una lluvia de inversiones y de calidad de vida. 

 

Aunque volviésemos mañana a los ruedos callejeros, la procesión va por dentro. En las veredas casi que no queda sangre, sudor o lágrimas de los cuales valerse. Nada que aspirar, nada que explotar; todo se frena. El estallido revolucionario que pregonan algunos intelectuales europeos parece poco probable en el corto plazo. Tal vez, porque la gran mayoría no sabe cómo estallar, no lleva esa práctica. Y la única opción parece implotar. Desbordar, pero hacia adentro.

 

Si la salud mental ya estaba bastante precarizada, ahora queda poca escapatoria. El paradigma de la autorrealización personal ha logrado convencernos de que la culpa es nuestra. El desgaste de las estructuras de contención sociales y la ausencia de sueños colectivos ha virado los proyectos de éxito a ámbitos individuales e individualistas. Si es imposible construir de a muchos porque no podemos juntarnos, sólo queda ser exitosos por separado. Los hogares se convierten en islas de inquietud sin soportes sociales.

 

La sub-pandemia está presente y arremete contra las subjetividades. Si las abstractas e impersonales violencias económicas no dolían ya un montón, estos meses de cuarentena hemos sumado una nueva oleada de miedos ¿Hace cuanto que vivimos de crisis en crisis? La envidiable capacidad de mutación del poder imposibilita pensar en reconfiguraciones del tejido socioafectivo que deriven en revoluciones. Pero hay algo de lo cual nadie duda: el alquiler va a subir más que los sueldos. 

 

La certeza de que todo siempre empeora levemente y la incapacidad de pensar en lo contrario se vuelven constantes. Tal vez lo más difícil para poder cambiar las cosas, sea creerlo posible. Imaginarse ese momento donde la necesidad de crecimiento infinito afloje, de respiro. Causalmente, eso nos regaló la pandemia. Y con ello llegaron también los futuros distópicos posibles. La separación del estado del bienestar de la población, el crecimiento meteórico de la riqueza de los milmillonarios, las tecno-utopías vigilantes y la violencia represiva de gobiernos neoliberales afloraron para recordarnos los peores escenarios posibles.

 

¿No están las distopías ya demasiado cerca de la realidad? En cambio, las grandes utopías de la humanidad sólo están presentes en el terreno de la ficción y la fantasía. A medida que las dejamos desvanecer de nuestro cotidiano, queda en claro la profunda resignación que nos atraviesa; en lo individual, en lo social y en lo global. Periodistas y filósofos profetas repiten cuánto más fácil es imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Y que esto nos identifique habla de cuán grande es el desafío que tenemos por delante. Esta lógica condensa una sensación colectiva de impotencia y desesperación, pero también establece lo fundamental: no es imposible imaginar una sociedad mejor. Sólo es muy difícil. 

 

Si hay algo que la cuarentena destruye es la ilusión de que todo está bajo control; que lo único que conocemos es lo único posible. Pero ahora queda en evidencia que las estructuras sistémicas están muy cerca de fallar, que las empresas no son leviatanes imbatibles y que a la petrolera más poderosa la puede voltear el virus más pequeño. La promesa de que a crecimiento asegurado la desigualdad desaparece, se muda al terreno de la ficción y de la fantasía. La repetida frase que reza que es más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo sólo nos deja en el mismo lugar. Le pone fecha de caducidad a la esperanza. 

 

Pero esta fragilidad visible del enemigo nos permite pensar distinto; nos deja revivir la esperanza. Pensar la pandemia ya nos agarra tarde, cuando terminemos de entender lo que pasó vamos a estar volviendo a alguna normalidad (o viendo a la siguiente pandemia venir).  Lo que sí podemos es creer en el futuro, incluso con un espíritu casi adolescente. Militar la esperanza para la pos-pandemia que se viene, flashear con democratizar el deseo y redistribuir la manija. Imponer el soñar en futuros mejores y encontrar las utopías del futuro. ¿Cuál es tu mundo ideal?¿Y el nuestro? Si los podemos imaginar, podemos pensar cómo ir hacia ellos. 

 

En el medio del caos y desesperación cotidiana; en esta época de fragmentación masiva, en este momento de caída del consenso sobre la realidad, es hora de atacar la resignación. Batallarla internamente y atravesarla en conjunto. Que los derechos no haya que disputarlos, que vengan inscriptos en nuevas maneras.Terapias grupales, construcciones sociales, el placer como horizonte.

 

Resistir las embestidas es necesario, pero puede ser insuficiente si no estamos listos para ocupar los espacios que dejan las viejas estructuras. Pensar las utopías del mañana y encontrar esa dirección. Identificar puntos en común entre quienes destilan futuro para aterrizar los sueños e inscribirlos en políticas públicas. Hacernos los espacios mentales y emocionales necesarios para lograr inscribir en lo profundo del inconsciente colectivo las utopías del mañana 

 

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