Primero hay que saber sufrir (apuntes sobre cómo llegamos a esto) // Agustín Valle

Estadista y desmovilización

Lo que seguro no es inteligente es repetir lo fallado solo que tratando de esta vez hacer más fuerza. Adaptarse con realismo a las relaciones de fuerza -por caso- es parte de lo fallado. Hacer algún tipo de balance crítico del proceso kirchnerista en este momento, con la Argentina gobernada por un ultracapitalismo cruel, es quizá poco simpático, parezca “no urgente”, incluso hasta suene inconveniente, pero a la vez imprescindible: ¿qué pasó? Milei es más consecuencia que causa. Balance “crítico” no en el sentido de rechazante sino que intente distinguir potencias y lastres u obstáculos, y extraer criterios a partir de la experiencia, etcétera. Pero si la única verdad es la Palabra de Cristina (“Habló la Estadista”), si se endiosa un liderazgo, ante la calamitosa realidad poco podremos pensar más que los malos son muy fuertes y que la gente, bueno, a veces se equivoca. La Estadista es en efecto una estadista cuando habla. Claro, “comparando” es un lujo… Hablando, les pasa el trapo a casi todes y demás. Discursos, cartas, entrevistas: alguien que discursea con atributos admirables.

Lo cierto es que el último gobierno peronista dejó un saldo político mucho peor que el de Macri. Y fue un gobierno cristinista en idea, concepción, convocatoria. Aunque después lo cascoteaba -lejos, allí, de lucidez estadista. Sucumbió el kirchnerismo al impulso de criticar al que tenés arriba y creés que no hace bien las cosas y que vos harías mejor… Que la conducción se dedique a hacer oposición interna en el oficialismo que ella misma armó, destituye buena parte del aura estadista que otrora tuviera; una mirada estadista habría estado muy por encima de esa rencilla, que, dicho sea de paso, echó a Guzman y entonces advino Massa, la economía empeoró, la famosa y reputada correlación de fuerzas en realidad también…

Pero el saldo político del gobierno de les Fernández fue dramático por su marcado sesgo desmovilizador. Las fuerzas nacional-populares, el ánimo democratizante de la multitud, los deseos igualitaristas, en fin, quedaron pasmados ante el abrumador triunfo de la razón del capital proyectada como razón pura de gobierno. Una marcada sensación de impotencia se hizo flagrante en los primeros meses del actual Gobierno, pero era sensible ya desde hacía rato (cuanto menos desde que el candidato “nacional y popular” era Sergio Massa). Impotencia como ante un terror: cerrar los ojos, endurecerse, esperar para la revisión de daños ulterior… Un estado que no era debilidad sino desarme. Como si se percibiera solo la fuerza adversa, y no también la fuerza propia, que aunque sea menor, su autopercepción naturalmente cierta confianza. Palpar y pensar desde la propia potencia, aunque sea menor y en derrota, destotaliza la relación de fuerzas, destotaliza la coyuntura, destotaliza la dominación. Luego el ánimo un poco se complejizó -en el buen sentido de indeterminar un poco lo posible, superando la simpleza narrativa del impune terror dominante- gracias a las suecesivas movilizaciones multitudinales.

Pero fue precisamente la desmovilización, la desactivación de la movilización social -de sentido nacional, popular, democratizante, igualitarista-, lo que caracterizó el saldo político de la última gestión peronista del gobierno. Que intensificó un problema de raíz previa: la inclusión en términos de consumidores, la subjetivación mercantilista promovida por el Estado (a la que adhería el Estado). Aquella conformación de ciudadanos empoderados por el Estado mediante su acceso al consumo requirió y produjo un complejo proceso de delegación del estado de ánimo, donde el legado de la revuelta, el legado de la capacidad de movilización autónoma, y su potencia destituyente, potencia de creación vía rechazo (“nada es verdad, todo está permitido”, “que se vayan todos” cantado desde un nosotros), era convertida en potencia consituyente cosificada, transferida al Estado y hasta fetichizada en el liderazgo. La fuerza generada por la movilización pasó a presentarse como generada por la representación, que desde los resortes estatales proveía pues a los ciudadanos de derechos que, básicamente, eran mejorar su bolsillo. Años felices si los hubo. La fuerza social puede ser efectiva vehiculizada vía representantes (o al menos pudo). Pero el endiosamiento de los representantes, que los sitúa en lugar de causa, los separa de los comunes, como cuerpos superiores y creadores, con un efecto de impotentizar a la multitud. Los cuerpos comunes ahora no son creadores de posibles, no son gestantes de la fuerza, sino soldados del sacro liderazgo. Consumidores invitados a creer -dar crédito-, no sin buenos motivos, por supuesto, pero motivos cada vez más viejos, abstractos, discursivos…

Y el ánimo destituyente volvió, e hizo fuerza en la política argentina, con el triunfo de LLA. Pero la potencia destituyente esta vez vino mediatizada. Delegada a un ídolo roto, un héroe con motosierra. Sicario de los Sumos Sacerdotes del orden social (los Black Rock, los Eurnekian, los Rocca, los Musk), Milei ligó afectivamente con un realismo selvático que se había vuelto inteligencia intuitiva en la multitud trabajadora. Realismo del capital que es regente en la ciudad contemporánea (en algunos sectores más agudamente que en otros, como para el masivo precariado) Al realismo selvático se le ofreció como un león (aunque sea el más salmón…). Un rugido muy gozable para la multitud bruxante.

 

El mejor llanto, perdido.

La pandemia no sólo dio lugar a movilizaciones anti todo, más bien anti Estado, anti regulación de una libertad enseñada por las tecnologías conectivas; no solo se certificó la mediatización digital de la vida, la conectividad como patrón del modo de producción actual. En pandemia, también, se abrió un consenso para sufrir. Una aceptación nacional de que la pasaríamos mal. Podía discutirse cómo (si con más empobrecimiento o con más enfermedad…), pero se aceptó masivamente que, bueno: ahora toca pasarla mal.

Este axioma se expresó ya convertido en sentido común dos años después, en ese maravilloso reverso que tuvo la pandemia, esa fiesta de quemados -o sea todes- que fue el Mundial, donde los ídolos de la Selección decían lo mismo que los comunes por la calle: somos argentinos, hay que sufrir. Notable, por cierto, que hayan sido deportistas de elite, cuerpos exitosos en el sometimiento al mando máximo del rendimiento, quienes oficiaran de voceros de este nuevo sentido común nacional: somos argentinos, tenemos que sufrir.

Esa identificación, este discurso, esta aceptación, este asumido destino de sufrimiento, cuando se lo nombra, pasa a quedar flotando, también, como mandato: hay que sufrir. Para la gloria, por otra parte lejos de estar garantizada. Una vez puesto como sentido común oficial, el sufrimiento implica todo un régimen tanatopolítico. El ser humano se las rebusca para obtener algún goce, algún placer, en cualquier circunstancia que le toque existir, ¿no?, incluso hasta en el sufrir. De algún modo se organiza. Con culpa, con sacrificio, con auto explotación, con crueldad; sufrir nosotros, pero más otros. Hay que sufrir; la distribución y régimen de sufrimiento pasa a definir la política. Adviene Milei entonces como un sinceramiento del sufrir, un blanqueo del dolor como política.

Sin embargo, en el camino de ese proceso aconteció un dolor muy grande, gigante: el llanto más grande de la historia argentina, el duelo por la muerte de Diego Maradona. El mayor ícono de la cultura popular nacional (Gardel está muy pegado a lo porteño, Eva y Perón al peronismo). Acontecimiento destinado a ser una fiesta popular conmovedora de las profundas capas tectónicas del ánimo el cuerpo colectivo; trances que te recuerdan quién sos, interrupciones al continuo bobo de lo obvio…. Era pandemia: más épica todavía. ¿Hacia cuánto la Argentina no tenía una intensificación sensible semejante con clave fraternal? Desde la marea verde, clave sorora. Jamás tantos millones de ojos lloraron las mismas lágrimas en este suelo. La tramitación compartida de la pena, los abrazos con cualquiera porque compartimos pésame, nos pesa lo mismo, porque compartimos un amor, ejerce un enorme cúmulo de rituales, mecanismos conjuntivos que dan al entramado viviente un enorme subidón de auto-sensibilización.

¿Y qué hizo el gobierno peronista? Salió a echar a la gente de la plaza. A la casa. Un peronismo alfonsinoide que lógicamente había tenido su cuarto de hora en la cuarentena (y la verdad es que Alfonsín ejerció mucho más fuerza y valentía que Alberto). El Presidente con un megáfono en la reja de la Rosada, como botón razonable explicándole a la multitud maradoniana que listo, la cosa terminó, rige la razón privada en este funeral, más allá de estas horitas de apertura popular. Echando a los negros de la plaza. Gesto de un insalvable divorcio entre la representación institucional y la movilización popular presuntamente representada, incluso más que Guernica, otro desalojo de negros con quema de sus ranchos incluida (¿no despuntaba, ahí, la pedagogía cruel?). Embalsamarlo a Diego y llevarlo de caravana por el país, o dejar abierta la Rosada 96hs, algo que realmente ponga al gobierno como instrumento del deseo popular… y que a la vez intervenga cohesivamente en el lazo social. No hacía falta ser gran estadista para “verla”, esa movida.

 

¿Quién es estúpido?

Ahora se escucha gente decir que la gente es estúpida porque votó un gobierno que la va a perjudicar, a dirigentes decir que “hay que acompañar al pueblo que le viene costando entender algunas cosas”… Pero los que votamos a la fórmula F-F también luego sufrimos un empeoramiento de las condiciones de vida. También votamos algo que nos perjudicó. ¿Nosotros que votamos al FdT somos más inteligentes? El aumento de la miseria y la entrega quemó las banderas progresistas en cuyo nombre se gestionaba. Si ese gobierno llegó a tal fue porque la movilización social resistió al gobierno de Macri -sin prescindir de las piedras- y lo derrotó. “¿Durante todo el mandato te encerrabas con Netflix desde las 7 de la tarde?, le preguntó Juana Viale, y Macri contestó: “No, fue desde diciembre del 17, y las catorce toneladas de piedras, a partir de ahí es como que deprimí”. Ahí asumieron su derrota programática y fueron a armar el plan con el FMI, que financió la campaña, a los bancos, y dejó engrampado a cualquier gobierno por venir que no osara desconocer semejante estafa.

Fue derrotado por la movilización social, aquel oficialismo que gobernaba la Nación, la Ciudad, la Provincia de BA, los grandes medios, la embajada, los bancos, los terratenientes, el circulo rojo y las fuerzas represivas… La fuerza de la movilización se tradujo electoralmente en la herramienta diseñada por Cristina (allí con gran lucidez electoral). La paliza de 48 a 32 en las PASO del 19, que hoy parece tan lejana, fue elocuente muestra de que se expresaba en las urnas un ánimo que fluía poderoso por el cuerpo social. En diciembre del 19 para festejar la asunción de un nuevo Gobierno, la Plaza de Mayo desbordó en un microcentro porteño repleto de una marea de gente que no solo era inconmensurable en cantidad, sino que tenía una fuerza, una potencia donde era insólito que alguien, allí, hablara de cautela o realismo por la relaciones de fuerza…

El kirchnerismo ofició de interfaz entre la movilización social y la institucionalidad; logró así nutrirse y encauzar la fuerza de la revuelta. En este sentido suele apuntarse a la revuelta de 2001 como condición de posibilidad del proceso kirchnerista. Pero también su condición, en tanto proceso de delegación anímica, transferencia de fuerza a la Jefatura, es 2002, la masacre de Avellaneda. El dolor y el terror generaron la disposición a delegar, dejarse representar, mediatizar. Después, la jefa dispuso, y la militancia dogmatizó, votar a Insaurralde, a Scioli, a Alberto, y aún mientras se acusaba a Alberto de traición, a Massa -¿no va a traicionar? Siempre con aquel realismo de lo dado, que es el verdadero juego a la derecha. Con el des-empoderamiento político, de protagonismo, de la multitud común. La idolatría sacralizante desarma la potencia de movilización, tarde o temprano. Hay algo en el peronismo de tragedia: pareciera no poderse sin el peronismo ejercer transformaciones igualitaristas, pero a la vez bloquea la fuerza que las sostenga. Si dependen de la Jefatura, resultan de papel, fáciles de soplar. Por supuesto, el enemigo del igualitarismo nacional y popular es el conjunto de actores que se benefician del empobrecimiento general, que hoy está de fiesta.

En algún momento cambiará la marea. Puede que vengan cosas nuevas; entre ellas, un nuevo rol del peronismo en la movilización social. Sin movilización social no hay fuerza efectiva posible para un gobierno que pretenda intervenir contra la relación de fuerzas establecida. En 2008, la Coca Cola todavía mantenía su edificio de oficinas administrativas oculto, sin cartel, invisible, por miedo a la insurgencia popular. Sin movilización social, que redistribuya el miedo y se asusten un poco las elites, un gobierno no puede más que administrar el statu-quo, el estado de cosas, a lo sumo sin crueldad, o sin hacer de la crueldad la ideología oficial, lo cual, claro, hoy sería de desear… No por arriba, sino con un estado de salud alegre y potente del cuerpo social -alegre incluso por lo que hacemos con los dolores y heridas-, en su naturaleza autónoma, fundante, gestante, puede poner coto al fascismo, que no es fascismo, pero falta palabra mejor para esta política del sufrimiento horizontal y la sacralización de los millonarios; algo nuevo, capaz de ofrecerle al sufrimiento convertirse en algo mejor.

5 Comments

  1. Valle, querido, agrego como punto crucial para pensar el porqué llegamos a esto, la transformación subjetiva que se dio en los últimos años y que, a mi entender, las izquierdas diversas no lograron leer. El modelo del kirchnerismo, y creo que esto podría ser extensivo a otros países latinoamericanos, quedó viejo ante un nuevo deseo al cual no supo interpelar. Como bien decís, siempre se trató de financiar el consumo, generando una subjetividad consumista amparada por el apoyo estatal. Pero hace ya un tiempo que el deseo dejó de soplar en la dirección del consumista pasivo y cómodo para apuntar en la dirección del emprendedor aventurado y activo. Se puede criticar desde mil lugares a ese deseo emprendedor, pero no se puede negar que encarna el ideal aspiracional de este momento. Y creo que eso le genera a las izquierdas, principalmente las que responden a tradiciones verticalistas, un problema difícil de resolver. Es por ese lado, a mi entender, que se cuela la prédica de la libertad como consigna de derecha. De otro modo no se podría entender por qué logró tener impacto un reclamo de mayor libertad en un país en el cual las libertades no estuvieron realmente amenazadas, más allá de las restricciones de la pandemia. Creo que las izquierdas necesitan revisar su propia historia y redefinir algunos aspectos profundos de su visión de las cosas para no quedarse rezagadas. Abrazo.
    Darío Semino

  2. Consideremos la magnitud del despropósito de ponernos en 2024 a hacer un balance crítico del efecto desmovilizante y desactivador del kirchnerismo, de la resubjetivación capitalista operada por la vía de la inclusión en el consumo. Cuesta asumir que estamos tan perdidos, es inverosímil.

    Esto lo veíamos y lo discutíamos en 2004 ya. Recuerdo un texto de Franco Ingrassia en indymedia, 2005 o 2006. Al subcomandante Marcos castigando lindo a Cristina por lo mismo en 2008 (hoy es un acto de arrojo?). Las discusiones con la lectura y las políticas del «desarrollo local» y de «la protesta social», misma época. Situaciones mismo, en la larga y nublada noche del «impasse», lo tenía claro.

    Que después, vaya a saber uno por qué motivos, se haya llamado a votar a estas coaliciones oportunistas, se hayan conformado públicos y audiencias que pescaban en las aletargadas aguas de ese río de cinismo, no puede validar una amnesia tan severa.

    Alejandro Horowicz tenía ya en 2004 o 2005 la fórmula de «la música del tercer peronismo con la letra del cuarto» para hablar del kirchnerismo. Más lapidario (y sutil y elegante, eso hace a una escritura potente) que esa descripción, no se consigue.

    Voces no faltaban. Quizás el balance crítico que hay que hacer es cómo se llegó a suscribir, una y otra vez, seducidos por qué, apremiados por qué, arrinconados de qué modo, a algo que era tan evidentemente reaccionario y que desembocaba congénitamente en donde desembocó.

      • En su momento fue una discusión pública, señor juez, no una profecía iluminada de un grupo particular. Estaba por todos lados. Mencioné algunas voces, pero hay muchas más (CTA criticando los planes sociales desde la primera hora, en la universidad pública, en muchos espacios ligados a la autonomía y los movimientos sociales…). No entiendo para qué pedir credenciales.

        Solicito al taquígrafo del tribunal que se modifique en la transcripción la primera persona indefinida del plural (gesto político evidentemente ineficaz) por el impersonal «esto era visible y se discutía»… Ahí va mejor.

  3. Cuando la marea (y los mareados) se retire, quedará la reconstrucción. Si no la hacemos sobre cimientos de otra materia, todo volverá a repetirse en un loop demencial. Salir del empate hegemónico, imponer una agenda retotalizante, una gramatología del poder popular, requieren – todas y cada una de estas tareas – una dosis de patriotismo salvaje, una nueva potencia fundante. Por un nuevo polo emancipador, para que reinen el amor y la igualdad.

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