Primera impresión: Cristina deja de ser la candidata y se sitúa como la principal líder política del país. Con esa decisión, comunicada de cara al próximo 25 de mayo, queda constituido el instrumento político apto para derrotar en elecciones el programa de Macri (no importa quien sea candidatx de Cambiemos): un frente patriótico antimacrista capaz de ganarle el centro al peronismo no kirchnerista. Desde el punto de vista electoral, la candidatura del ultra-acuerdista Alberto Fernández puede llegar a resolver el obstáculo que imponía la figura de Cristina a la idea del contrato, la unidad y giro al centro.
Sería un error exagerar el efecto de «renunciamiento evitista». La novedad política tiene un sentido opuesto: el afianzamiento del liderazgo de Cristina, que se muestra capaz de aquello que se le negaba, es decir, su aptitud para conducir. Si la jugada electoral funciona -y tiene todo para hacerlo- el nuevo dispositivo queda conformado por un presidente que garantiza a los poderes un acuerdo sincero junto a una vicepresidenta que conserva el poder político suficiente para garantizar un programa mínimo de reconstitución de derechos.
Queda la pregunta: dado que no hubo espacio para una candidatura rupturista, que ponga en primer lugar gestos más radicales, ¿cómo leer desde las fuerzas militantes decididas por la transformación el sutil juego de interlocuciones que se abre con esta jugada?