Creischer y el Colectivo Situaciones
Berlín – Buenos Aires, octubre 2007
Alice: Esta correspondencia continúa con las cartas que intercambiamos hace unos años. Para seguir, me gustaría hacerles algunas preguntas, es decir “entrevistarlos”. Nuestra última respuesta a su carta sobre el agujero negro termina con el llamado a salir de una posición contemplativa. Su praxis de una investigación militante me parece claramente una salida. Ustedes saben, cuán importante fue la discusión de este concepto para nosotros y para toda la gente de ExArgentina (1), pues quizás pudo servir como tabla salvadora en el mar del arte contemplativo. Sin embargo me parece que a veces este concepto fue usado para otros fines en el debate artístico. En el texto donde ustedes más reflexionan sobre el tipo de experiencia que desarrollan (2), queda claro que la investigación militante no es una crónica de los movimientos sociales, sino más bien lo que yo llamaría una hermenéutica libidinal. ¿No se encuentran por momentos agotados, por ejemplo, por cómo se han dado las cosas en Argentina desde 2001? ¿Cómo es posible mantener esta libido íntegra? ¿Cómo ven este concepto hoy? ¿Se ha relativizado en el contexto actual de la post-crisis en Argentina? La pérdida de valor de las palabras en el discurso común, ¿no hace por momentos que estén hartos de este concepto?
CS: Tu interpretación sobre la práctica que hemos desarrollado como investigación militante es muy exacta y a la vez apunta con precisión a sus (nuestros) problemas actuales. Efectivamente, si hemos intentado aumentar nuestra propia inventiva haciéndola converger con los deseos inventivos de los demás, debemos estar dispuestos/as a comprender que no siempre vivimos en períodos luminosos. En nuestro trabajo último hay un intento de pensar estas inflexiones: ¿Qué es la “nueva gobernabilidad” en nuestro país y eventualmente en nuestro continente? ¿Qué significa hoy y aquí politizar la tristeza? No nos planteamos, entonces, desconocer la retracción de lo vital colectivo, sino elaborar una tristeza que se nos vuelve coartada para la pasividad, la soledad y el encierro consumista o resentido sobre el mundo privado. Lo que continúa –lo que resiste, lo que insiste– es la pregunta: ¿cómo construir hoy una vida política?, ¿cómo autorizarnos a nuevas aventuras, a nuevas enunciaciones?, ¿qué posibles encuentros (nuevas alianzas) nos ayudan a ir más allá de nosotros/as mismos/as? Pero también: ¿con qué textos, imágenes, temporalidades, recuerdos, ritmos y conversaciones necesitamos (re)encontrarnos hoy para constituir un nuevo impulso, luego de una larga época de activismo social y de producción-difusión de ideas?
La crisis aún no se disipó. Quedan sus marcas por todas partes. En la ciudad, en los rostros, en los vínculos. Y a la vez se la va olvidando. Se habla mucho menos de ella, y muchas veces parece desvanecerse lo que trajo como momento de apertura y mezcla social. Para nosotros la crisis permanece como “normalidad” subyacente, siempre a punto de ocurrir, siempre temida; siempre como memoria contenida y como tendencia que presiona a favor de nuevas creaciones y actos de justicia.
La noción de investigación militante fue el modo que encontramos de efectuar una nueva relación entre conocimiento y compromiso político, pero siempre intuimos sus defectos. Sobre todo el riesgo de que se literalizara demasiado, haciendo recaer sobre la palabra “investigación” un énfasis excesivo respecto a una relación puramente cognitiva con el mundo, y en “militante” un nombre trascendente o moral a la hora de recrear el compromiso.
Esa singularidad que surgió en la experiencia de confluir con un protagonismo social emergente no puede ser convertida en receta, ni estabilizada más allá de sus circunstancias concretas, mucho menos ser concedida como “metodología” inmutable, lo que sin embargo ha ocurrido algunas veces en el contexto de propaganda de la resistencia a la globalización, perdiendo así volumen y problematicidad. Pero, ¿no es esto ciertamente inevitable, un “éxito paradojal” de las invenciones?
Actualmente, en Argentina persiste una discusión, una confrontación, por establecer y distinguir distintos tipos de intelectuales. Quienes promueven esta clasificación consideran que la investigación militante corresponde al tipo del intelectual que no guarda “distancias críticas” frente a las luchas sociales. Pero esta discusión no es más que el intento de estabilizar una figura del intelectual académico luego de la crisis. Y éste no es nuestro problema. Al contrario: si algo hemos intentado en estos últimos años ha sido huir de la idea de redefinir positivamente la figura del intelectual. Nos interesa, en todo caso, el intelectual colectivo, operativo, aquel que hace pasar conceptos, pero también afectos, nociones, imágenes, en relaciones variables con las situaciones, con experiencias vitales más amplias, que no confluyen en la renovación del intelectual universitario (crítico). Sobre todo, nos convoca la disposición a rehacernos en las situaciones concretas en las que nos involucramos: ¡nada de distancias!
Dice un filósofo argentino que la filosofía no piensa cuando la resistencia social se detiene. La conceptualización abarcada en lo que hemos llamado investigación militante (a partir de la proximidad interrogativa con ciertas experiencias innovadoras del campo social) se encuentra hoy en día ante cierta indefinición práctica. Su salud depende, creemos, de redescubrir una nueva pragmática capaz de intensificar ambos componentes: las preguntas y las proximidades, venciendo prejuicios y evitando congelar operaciones y discursos.
Alice: Creo que hablamos con frecuencia sobre la relativización del tiempo histórico. Con esto me refiero al a bandono de un horizonte histórico que sólo considera como exitosas las protestas que transforman realmente una constelación de poder histórica. ¿Qué relación tienen ustedes con el tiempo histórico? ¿Es “situaciones” un concepto programático?
CS: Tu pregunta no resulta nada fácil, aún si sentimos que estos últimos años no hemos hecho más que pensar en estos mismos problemas. Precisamos romper los marcos de una historia lineal, incapaz de identificar fuerzas concretas (materialidades afectivas, operantes, con cualidades singulares) y que sólo admite “avances” y “retrocesos” amparados en premisas abstractas y homogéneas. Frente a esta perspectiva que anhela soluciones globales e inespecíficas, claro, la posibilidad de una temporalidad propia de las situaciones significa un vuelco del pensamiento.
Pero no se trata sólo de cambiar de escala, sino de reencontrarse con la fuerza de invención que cada situación posee, ligándose a ella y encarnándola. La soberanía situacional no puede ser entendida simplemente como una extensión democrática del poder de decisión sobre el rumbo general de las cosas –de ser así, mantendríamos el horizonte de un tiempo único y progresivo, limitados por la preocupación de cómo incidir en él. El verdadero desafío consiste en descubrir la posibilidad siempre singular de producir el propio tiempo, afirmando sentidos nuevos y desplegando direcciones, horizontes y ritmos imprevistos. La historia quizás no sea otra cosa que la resultante inestable de una multiplicidad de duraciones heterogéneas, que sin embargo alcanza una objetividad que parece inmodificable.
Pero si sólo respondiésemos a estas cuestiones con enunciados generales no podríamos dar cuenta, realmente, del modo en que nos afectan. Es nuestra experiencia de los últimos años, directamente aludida en tu pregunta, la que nos exige pensar este problema como una paradoja: ¿qué sucede cuado las búsquedas colectivas más radicales se detienen, se bloquean, se aíslan y sin embargo no podemos leer este proceso como antaño, acudiendo a la idea de “una derrota de los movimientos”? ¿Cómo pensar ese impasse en el que ni se avanza ni se retrocede, pero en el que se constata cómo la “sociedad” ha cambiado (lo vemos en el cambio de dinámicas) luego de la irrupción de los movimientos sociales y sus luchas? La pregunta (que justamente requiere de una “vuelta a las situaciones”) es ahora: ¿cómo intensificar la apuesta al proceso creador cuando el contexto ha variado notablemente?
La temporalidad de las situaciones concretas remite a una lógica de las preguntas. Su cadencia no está animada por las victorias y las respuestas, sino por aperturas y creaciones. Hay un tiempo de la pregunta y de su descubrimiento, que opera reorganizando los términos de las situaciones más allá de su cristalización. Ese tiempo se abre al proceso relevante de redescubrir viejos-nuevos problemas que no pudieron ser planteados en los momentos de mayor movilización social. Y es una invitación a volver a imaginar nuestras nociones comunes (el pensamiento político, al decir de Foucault, no puede ser nunca una “descripción triste”). En este juego donde se pliegan y repliegan duraciones heterogéneas, el éxito es siempre relativo aún si no resulta indiferente su obtención.
Alice: En las últimas cartas que les escribimos desde Alemania (3) el tema, quizás abordado de un modo indirecto, era la necesidad de lo colectivo como requisito para el accionar político, pero al mismo tiempo su imposibilidad: los desocupados que en sus protestas no pueden más que representarse a sí mismos, la turista en laIndia que no es más que dinero vivo. Todos aparecen como mónadas sin relaciones, cuyas pequeñas ventanas sólo dan al estado que organiza la colectividad.
Cuando leí «Mal de altura»(4) me impresionó mucho (de hecho, he citado varias partes en mi trabajo), especialmente la respuesta de un señor llamadado Roberto Salazar, quien cuenta: «La marcha se fue masificando y todos nos agarramos de las manos. Fue masiva. Masiva. Estaban todos ahí, …cuando estábamos ya llegando hacia Obrajes, empezaron a llegar los de arriba, y llegaron haciendo ruido. Cambió el ambiente. Porque eran dos marchas, una que subía y otra que bajaba. Unos mascando coca, sucios, a pie. Y yo me atreví a decir: ‘va a caer, va a caer’, y entonces me dijeron: ‘sí, sí, va a caer, porque si no fssst’ (hace un gesto con la mano como si degollara). Todo el mundo bajaba y nos mirábamos. Nosotros aplaudíamos, ellos aplaudían. Pero nosotros ¿qué teníamos? Teníamos miedo.»
Para mí esta cita narra el triunfo de un momento colectivo al mismo tiempo que el miedo individual. ¿Cuáles son para ustedes momentos de colectividad? ¿Dónde surge, dónde se desintegra?
CS: El pasaje de «Mal de Altura» al que aludís grafica una situación muy particular. Un momento de conmoción colectiva, donde la sociedad boliviana fue sacudida por la presencia del mundo popular e indígena en el centro mismo de la ciudad. Quien habla en esa escena vive en La Paz y siente miedo por aquella aparición, habitualmente negada en el cotidiano neocolonial. Esa presencia es la de los movimientos sociales, la de vidas subordinadas, replegadas, que se han potenciado, que han tomado una decisión de lucha y que cuentan con una cosmovisión que les habilita nuevos/viejos modos del hacer. A pesar de ser un hombre de izquierda Salazar habla un lenguaje pre-político, pues las categorías que hasta el momento organizaban su razonamiento se hacen trizas por un temor que es directamente proporcional a la violencia de la irrupción que tiñe hoy la vida de Bolivia –incluso la institucional–, pues cuestiona los modos más asentados y habituales.
Si comprendemos bien tu pregunta, se trata de reflexionar sobre dos aspectos. Primero: del hiato o desacople entre las proyecciones colectivas y la figura de un individuo que resiste rehacerse a partir de ella. Segundo: sobre lo colectivo en sí mismo.
Para pensar la discontinuidad entre una instancia de lo colectivo y otra de lo individual proponemos asumir que se trata siempre de dos perspectivas sobre un mismo proceso real. Que siempre hay lo colectivo, que siempre hay lo individual. Y que siempre hay relaciones entre ambas dimensiones. Pero además, que la relación entre ambas perspectivas está animada por fuerzas variables que cada vez colorean o tonifican de un cierto modo ese vínculo. Ni más ni menos que lo que Spinoza llamaba pasiones. Una argamasa que opera habilitando pasajes de lo individual a lo colectivo (formando individuos compuestos de diferente potencia), o bien descomponiendo instancias colectivas, configurando «sociales» tristes, replegados sobre cada individualidad.
Si reparamos en los sucesos argentinos de diciembre del 2001 vemos cómo se conjugan estas instancias del modo más diverso: ahorristas frustrados por el destino incierto de sus dólares y movimientos sociales organizados para resolver cuestiones tales como alimentación, salud, etc. También las asambleas de las ciudades se han mostrado preocupadas por una gestión democrática de cuestiones que tienen que ver con problemas urbanos, y por los modos de volver más fluido el intercambio social.
Si pensamos en nosotros mismos (como colectivo que ya existía antes del estallido de la crisis) vemos muy claro cómo se repite la fórmula: retomar un segmento de la vida social de modo activo. Sea en la escala que sea. Pero ese pasaje no es total, ni general, ni de una vez y para siempre, porque las pasiones organizan los cuerpos en orientaciones múltiples. No siempre lo colectivo se experimenta como un modo vital. Lo social también vuelve (en su descomposición) como miedo-terror, como carga-desidia, como aburrimiento-abatimiento, como distracción-torpeza, como moral-deber ser. O, en otras palabras: lo social está surcado por líneas de composición, descomposición y recomposición. Los grupos están siempre enredados en estas dinámicas, sometidos a ellas y a la vez produciéndolas. Así, el individuo, cada quien, cada uno de nosotros, vive su subordinación real a este proceso, hallando o no los modos de leer y de participar activamente de instancias del deseo colectivo, o bien buscando defensas ante su retorno amenazante. Creemos no errar demasiado si llamamos política a la actividad que procura revertir, en situaciones concretas, la tendencia a la pasividad y la tristeza (la dinámica que opone social a individuo), recreando un juego más abierto entre pasiones individuales y deseos colectivos.
En cuanto a cómo vivimos las formas mismas que lo colectivo adopta, resulta siempre un desafío la creación de estrategias (no estrategistas) que nos posicionen de manera activa respecto de los flujos de lo social, resistiendo el cierre en lo individual. Podríamos pensar lo colectivo como el constante esfuerzo por retomar segmentos de lo social para su reinvención.
Los grupos, en este sentido, no tienen ninguna inmutabilidad privilegiada. No escapan a la reconfiguración de los términos que cualquier situación provoca. La detención de las energías en formas cristalizadas no es más que el modo en que mejor se manifiesta la tristeza.
Entre nosotros, la dinámica de los movimientos sociales estuvo vinculada a un interrogante que permanece: ¿qué significa vivir en el contexto de una fragilidad de referencias? Quizás hoy -en un proceso de pretendida normalización- agregaríamos: ¿cómo reinventar nuestras vidas apelando a instancias comunes, colectivas cuando lo social se transforma en asignación de lugares completamente aislantes? Los colectivos, cuando no son grupos alienados, permiten ampliar las capacidades de otro modo replegadas.
Finalmente tu pregunta parece dirigirse a los efectos que lo colectivo inscribe en las instancias más amplias de lo social y a los modos en que estos efectos se tornan durables. Quizás haya aquí una diferencia de contextos, pues entre nosotros los ámbitos (como el estado) que otrora ostentaron una solidez indiscutible han perdido esa calidad de instancias inalterables de inscripción. La emergencia de formas colectivas se manifiestan en ciclos cortos y largos a la vez, mientras que las instituciones (esto es lo que hoy se discute en buena parte de nuestro continente) se desviven por comprender, traducir y articular los fragmentos de una totalidad permanentemente descompuesta y recompuesta al calor de las crisis, las movilizaciones, los cambios de tendencias. A nuestro juicio, las luchas y el pensamiento colectivo tienen una dinámica de comunicación horizontal (incluso cuando la comunicación es indirecta, por resonancias) y una propagación temporal compleja, cada vez que los efectos de una lucha son retomados por otras en un juego de relevos.
Las luchas de los mineros bolivianos se conectan con la de los piqueteros y con las formas de vida en las villas de Buenos Aires, a través de la expansión de las migraciones. Los enunciados que surgen en Chiapas como balance de la guerrilla centroamericana luego la derrota de los setentas, se recombina con la experiencia de un activismo social que crece en las luchas contra las dictaduras y por la creación de nuevos modos del vínculo social. Los escraches de los hijos se vuelven elementos de lucha contra el racismo en los barrios y la precariedad laboral. Las asambleas de trabajadores desocupados reconfiguran la dinámica de los conflictos sindicales y renacen como instrumento de la lucha ambientalista contra las transnacionales que succionan los recursos comunes.
Notas
(1) Ex Argentina fue un proyecto sobre la simetría de la crisis, las nuevas formas de articulación social y los dispositivos artísticos creados por artistas y activistas de la Argentina y de Europa, desarrollado entre los años 2003 y 2006. En el marco de este proceso se editó Pasos para huir del trabajo al hacer, ed. Alice Creischer, Andreas Siekmann y Gabriela Massuh, Buenos Aires, Köln 2004 y Lanormalidad, ed. Sol Arrese, Loreto Garin, Eduardo Molinari y Gabriela Massuh, Buenos Aires, 2006.
(2) Se refiere al prólogo del libro Hipótesis 891. Mas allá de los Piquetes, Colectivo Situaciones / MTD Solano, Buenos Aires, De mano en mano, 2002. El texto en cuestión se titula Sobre el método.
(3) Políticas de la mirada, Buenos Aires / Berlín, Septiembre del 2004.
(4) Mal de Altura. Viaje a la Bolivia insurgente, Colectivo Situaciones, Tinta limón Ediciones, Buenos Aires, 2005.
[…] 63 – Postscript. Diálogo entre Alice Creischer y el Colectivo Situaciones.(Berlín – Bu… […]