Viniendo de militancias y campos intelectuales de la izquierda más convencional, pero sospechando que algo estaba funcionando muy mal ahí, hace tiempo tengo curiosidad y simpatía por posturas (digamos) autonomistas, posmodernas, micropolíticas. Sin embargo, algo de su lenguaje, sus neologismos, su tendencia a rechazar demasiado rápido todo tipo de conceptos y prácticas, su negativa a hablar de estrategias y su poca claridad sobre temas que me parecían fundamentales, me hacía no terminar de poder dialogar con esa postura.
“La ofensiva sensible”, en cambio, me pareció un libro muy importante para poner a la cuestión micropolítica en un lugar central, pero en diálogo con lo que convencionalmente entendemos como política. Digamos que pone la política en la micropolítica. El libro entiende y ayuda a entender como si en estos años el progresismo y el populismo fueron derrotados, no fue porque la derecha les “pasó por arriba”, sino “por abajo”, en terrenos como el coaching, la gestión, las iglesias, el consumo, las dinámicas de miedo en los barrios. Y si antes (y ahora) habían habido respuestas potentes al neoliberalismo, también habían sido por cosas que pasaron a ras de piso, y no por liderazgos carismáticos o buenas políticas públicas.
El libro, sin embargo, dice eso sin tanto neologismo y sin rechazos de plano. Una de las cosas que me resultó más interesante fue su lealtad para discutir con el progresismo y el populismo, sin complejos de inferioridad ni de superioridad, respondiendo de manera directa, argumentada y contundente, por ejemplo, a García Linera y a Laclau.
Y no solo hay un diálogo con el populismo y el progresismo, sino también con la tradición intelectual de izquierda. Es un libro que no teme decir lucha de clases ni síntesis ni igualdad, ni hablar de «conquistar conceptos». De hecho, traza una línea de la ilustración radical que va de Maquiavelo a Spinoza a Rousseau a Marx que tiene muchísimo sentido aunque descoloca la forma como se trazan normalmente las discusiones y las corrientes en teoría política.
Incluso aparece una especie de liberalismo desde abajo, que habla de tolerancia (denunciando la intolerancia del neoliberalismo) y denuncia al totalitarismo (del capital) y la concentración del poder (proponiendo una dispersión del poder que es muy distinta a la separación de poderes). En este sentido, uno de los puntos fuertes del libro es hablar del capital y el neoliberalismo como fuerzas normalizadoras (contra sus intentos de presentarse como libertarios), habilitando unos usos muy productivos del pensamiento de Foucault: si el capital es normalización, Foucault es un pensador de la lucha de clases.
Eso tiene consecuencias sobre la forma como se piensa la lucha de clases. El libro tiene un gran escepticismo hacia la militancia, quizás porque implica un sacrificio en pos de objetivos que la trascienden. Entonces, se plantea a la filosofía (junto con la investigación, los ejercicios espirituales y la alianza con el síntoma) y a lo plebeyo (como forma popular de no vivir según los mandatos neoliberales) como posibilidades de acción.
La idea de que hoy no hay revolución pero sí devenires revolucionarios es muy inteligente por muchos motivos. Primero, porque ofrece una posibilidad de acción y pensamiento aún en momentos de profunda derrota. Segundo, porque habilita una tregua (quizás temporal, quizás capaz de crear algo más) entre izquierdas socialistas y libertarias. Tercero, porque logra mobilizar al pensamiento micropolítico, pero enunciado de una manera que es al mismo tiempo clara y audible para posiciones de izquierda que no necesariamente comprarían todo el paquete posmoderno.