Este texto es sobre un tema del que no sólo nunca me imaginé escribiendo, sino que hasta hace muy poco me imaginé no viviendo: ser madre. Esa fase que cambia todo, que parte de cero pero que a la vez es de las experiencias (de las tecnologías) más milenarias de nuestra vida en sociedad.
La maternidad apareció como opción en parte por motivos personales, y en parte porque encontré en el feminismo compañeras y formas de pensar y de vivirla que zafaban de los modelos heteronormados y machistas de maternidad que tenía hasta entonces disponibles (o cerca). Para decirlo en las palabras lo más directas posibles, antes de eso ser madre era para mí sinónimo de entregarle el útero y la vida al patriarcado y no estaba dispuesta. Algunos años después de que esa certeza empezó a desestabilizarse y después de haberme enamorado de alguien en quien confío para hacer esto, escribo este texto desde un cuerpo político y gestante. Escribo desde y sobre ese momento bisagra que es el embarazo donde aún no pero ya casi. Escribo desde el feminismo, que si pone en riesgo las visiones y prácticas hegemónicas sobre el cuerpo de la mujer, no puede saltearse la politización de una de las experiencias más normativizantes de la vida femenina: la maternidad.
¿Cómo pensarla o vivirla sin demonizarla pero también sin sacralizarla ni romantizarla? ¿Cómo politizarla y construirla cuando es elegida y problematizarla y resistirla cuando no lo es? ¿Cómo transitar afectivamente por una maternidad feminista sin que se vuelva una experiencia organizada únicamente por la resistencia y el NO a los mandatos exteriores? ¿Y a los interiorizados?
En la maternidad se encastran piezas claves de las definiciones patriarcales de lo que es y de lo que debe ser “la mujer”. En ella se juegan aspectos claves como la convivencia y la división del trabajo entre géneros, al menos para quienes hacemos esto en parejas heterosexuales unidas por el amor y la amistad. Me encantaría leer como les va a madres o padres de parejas homosexuales por ejemplo, o padres-madres que no se identifican con ningún polo del binarismo de género (ni a ellxs ni a sus hijxs), o a quienes deciden hacer esto en comunidad, pero no puedo ni pretendo hablar por ellxs.
Los imaginarios y comportamientos más populares en torno a los cuerpos de las mujeres gestantes y de las no gestantes (por elección o por impedimento) dejan claro que este periodo de excepción dice mucho sobre cómo y qué significa el cuerpo de la mujer en general; un significado que muta con el tiempo y entre culturas y aunque no debe ser universalizado necesita deconstrucción (y en muchos casos destrucción). La mater-paternidad trae adjuntas no solo alegrías, responsabilidades y un montón de corazones en instagram, sino también un container de miedos que puede llevarte muy fácilmente al conservadurismo. Para no terminar ahí (mi mayor miedo) es que escribo esto juntando algunos pensamientos gestados durante estos meses.
Empecemos por dos modelos de embarazadas o madres que el mercado social de las identidades ofrece en forma de imaginarios y de carne real: la madre emocional y la madre profesional.
La madre emocional
Según el modelo que llamaré acá “la madre emocional”, la embarazada es una especie de bólido sin control que agrega al ya impredecible e insoportable carácter hormonal de las mujeres, dosis desbordantes de arbitrariedad y sin razón. Debe por tanto ser perdonada por todo, aceptada en todo, tratada en el fondo como un ser fuera de sus cabales.
Parte de este razonamiento – que asocia a la embarazada a cierta impunidad – es construido en torno de que la embarazada “está emocional” y si bien es cierto que una ondanada de hormonas te hacen sentir a veces más drogada que después de fumarte un troncho de las mejores flores, este modelo de feminidad suena conocido y tiene como trasfondo la construcción machista de la mujer irracional, impulsiva y en definitiva histérica y loca.
La madre emocional es la punta de la madeja donde se encuentran enrollados argumentos como que la maternidad es un hecho 100% corporal y no mental, por ende biológico, por ende al que la mujer viene determinada y de hecho es su razón de ser. En esa madeja también se enreda el pensamiento sobre las emociones como algo femenino, un lugar común del machismo. Asociar a la maternidad a un hecho conmovedor en términos emocionales e intenso en términos corporales – que lo es – es a menudo confundido con tratar a la embarazada como un útero que camina, como una bola de hormonas y carne o en su versión más romántica como una analogía humana de la madre tierra: tan fértil como impredecible, tan pasiva como prelingüística.
Si una ha sido lo suficientemente valiente o nerd para adentrarse en al menos una pequeña parte de la inmensidad de la biblio y videografía sobre el tema “ser madre”, no faltan frases del tipo de que “ahora que ya no puedes pensar en otra cosa que no sea tu bebé”, o “ahora que te olvidas de todo y no puedes concentrarte en nada”. Quizás soy una gestante perversa y desconectada de su proceso gestacional (aunque no lo siento para nada así) pero cuando leo ese tipo de cosa no puedo sino pensar que me están tratando como una débil mental o bien que están preparando el terreno para que “la embarazada” vaya jubilando a sus neuronas o a cualquier proceso intelectual de su vida para ceder paso a la tarea para la que vino a este mundo: Ser Mamá.
No señores (y señoras), no es cierto que solo pienso en mi bebé. Es más, me parecería patológico y preocupante para ese ser que llega al mundo que mi único pensamiento sea ella. Creo que este tipo de relación da inicio a relaciones de apego de las madres hacia sus hijos que luego derivan en relaciones de dependencia, rencor y exigencia que no estoy dispuesta a tener para con cualquier cosa que salga de mi útero, mucho menos con alguien que tiene ya a esta altura (30 semanas) cierta autonomía como ser humana.
La madre profesional
Otro estereotipo de opera como modelo es el de la madre profesional. La especialista en cada uno de los temas y labores asociados a la gestación y a la crianza. La que ha dedicado horas y horas a lecturas, tutoriales y conversaciones que la instruyen sobre la buena mamá (igual que hace algunas décadas había que educarse para ser la buena esposa).
Es que a través de la maternidad se ponen en circulación las demandas que caen en la mujer y que si bien representan a modos de organización patriarcales, muchas (demasiadas) veces son transmitidas por vías y grupos femeninos. Círculos de mujeres donde en busca de la madre perfecta en cruza con la mujer moderna se ponen en acción toda una serie de solidaridades (o quizás decirles complicidades), consejos, tips y recomendaciones sobre qué hacer y cómo para cumplir sin errores los requisitos del perfil buscado. Me pregunto si en círculos de varones o incluso de varones en procesos de deconstrucción de su masculinidad el tema de la paternidad es tema de terapia, de bar, de chats, de infinitas conversaciones virtuales y reales con conocidos y desconocidos, de páginas y páginas de piques sobre las diversas labores, conflictos, alegrías y angustias de ser padre. Me pregunto porqué a mi pareja (hombre) no le llegan los cientos de links con recomendaciones para ir tras una lista interminable de artículos que ni te imaginabas que existían para el bebé – y por cierto varios links de un mismo tipo de artículo como para que uses todo el tiempo libre de tus nueve meses de gestación en investigar la mejor opción considerando calidad-precio. Me pregunto porqué de los varones no se espera que estén “divinas” antes, durante y después de tener un hije. De hecho una buena porción de los comentarios que he recibido durante el embarazo van desde “estás bárbara”, a “cuánto aumentaste?”, a “lo importante es no subir de peso”, o que es un error de antes pensar que “hay que comer por dos”, a relatos de cuánto engordó ella cuando estuvo embarazada, y que “siendo bailarina es bueno que te cuides para poder seguir bailando” o que me sientan bien los kilitos de más. (¿En serio? Voy a tener una fucking hija por qué no me preguntás lo que siento!).
Para algunas personas y entornos pasas directamente a ser durante nueve meses una enorme panza con patas o simplemente a perder tu nombre propio en favor de La embarazada. Grito expelido con cierto entusiasmo y cariño que personalmente me pone los pelos de punta: “ahí viene la embarazada!”. Mi primer reflejo es pensar “¿dónde?, yo me llamo Lucía”.
La madre profesional tiene que estar bien nutrida y saludable con todo lo que es bio-orgánico-reciclable y sustentable para el planeta, pero no engordar jamás ni caer en drogas letales como el azúcar (?). Tiene que ser independiente pero estar incondicionalmente para su bebé o de otro modo traumas indelebles se posarán sobre la psique del bebé cual manchas en una hoja en blanco; tiene que ser activa pero dar teta a demanda; tiene que tener todos los accesorios pero saber dónde y cuándo comprar sin gastar de más; tiene que darse el permiso de desbordes emocionales pero poder ser su propia coach y rejuntar los pedazos para seguir espléndida; tiene que tener amigas pero que éstas no pongan en peligro la estabilidad del heteronórmico hogar. La madre profesional tiene que seguir con su vida profesional pero volverse una profesional de la maternidad que leyó 30 artículos sobre cada micro decisión que el sistema médico, financiero, educativo, inmobiliario e indumentario le pide tomar: informarse exhaustivamente sobre qué cuna tener y hasta en qué momento cortar el cordón umbilical, si usará pañales descartables o reusables, si su bebé reptará hasta su teta o si dejará que lo acerque la enfermera, qué tipo de chupete comprar, qué tipo de juguetes y de muebles llevarán a tu hijo a ser un “baby einstein” o un infradotado con dificultades y retrasos en el desarrollo. Las prevenciones son tantas y los consejos también que su efecto no puede ser otro que inocularte un profundo conglomerado de todo tipo de miedos sobre todo lo que puede salir mal.
No es que quiera elevar – tampoco juzgar – a esas madres que escabiaron y fumaron durante el embarazo o bien porque quisieron, o bien porque pertenecían a otra clase o bien porque gestaron en otro tiempo donde “una copita no hace nada”. Parece bastante obvio que la variabilidad en tiempos relativamente cortos de las teorías sobre “lo que hace bien y lo que hace mal” muestran que son ideología at its purest. Y por cierto con altas cargas de moralismo adjunto.
Por otra parte estas horas y horas de conversaciones sobre qué comprar y dónde, sobre qué es malo o bueno en términos absolutos, parecen tener por objetivo rellenar con consumismo y certidumbres “prácticas” la enorme incertidumbre y vulnerabilidad que implica hacer un ser humano de cero – y poner el cuerpo para eso-, y la abismal experiencia que significa convertirse en madre o padre (superando por otra parte el imaginario que rodea a esas figuras a partir de la propia tu experiencia de vida). Todo menos prepararse para el hecho de que lx/el pibx tendrá su propio mambo que no podemos ni prever, ni controlar, ni universalizar. Tampoco comprar. Y es que el capitalismo te encuentra un flanco débil en el hecho de que ciertamente querés lo mejor para tu hijx y esa es la carnada para pescarte desde el consumismo: la idea de que eso llamado “lo mejor” está por ahí en el mercado y se trata de averiguar qué es y donde lo venden para resolverlo.
La madre profesional es hermana de la esposa profesional. Es una trampa que aunque ya no tiene por objetivo (explícito) la complacencia y manutención de “el esposo”, pone a lxs hijes como rehenes de la reproducción de las mismas viejas relaciones de sometimiento de las mujeres.
No pienso agradecerle a mi pareja porque un día hizo la cena o cambió un pañal, o conmoverme porque expresa el deseo de ocuparnos de une hije a la par. Lo doy por hecho. Sino ¿él debería agradecerme todos los días por que desde que su espermatozoide fecundó mi óvulo estoy prestando mi cuerpo y toda mi energía-fluidos-hormonas-tejidos-sangre-etc para que crezca y se desarrolle nuestra feta?, ¿o qué?
Prefiero arriesgarme (oh intrépida!) a no comprar los mejores pañales del mundo pero vivir con la política y la ética en las que creo. Y mi opción es tan política como las otras. Porque la maternidad es política y es una de las principales usinas de reproducción y producción de formas de vida. Entonces al menos nos debemos una discusión profunda sobre la dirección de los cambios que trae volvernos además de hijxs – condición irrenunciable -, padres. Y qué formas de vidas deseamos diseminar en este ya bastante jodido mundo.
Madre se hace
La madre emocional y la madre profesional funcionan no sólo como estereotipos sino también como identidades. Y sabemos que las identidades son sobre todas las cosas nichos de formas de vida que proveen de ciertas guías y contenciones a las que las personas nos apegamos para reducir la tremenda anomia que significa estar en este mundo. Pero es obvio que hay más de dos tipologías y que cruces y variaciones de ambas dan lugar a otros tipos y personajes. Está la mamá autoayuda (la que siempre tiene el consejo ideal para darse y darte), la mamá bio (que jamás dio a su hijx ni a ella misma ningún alimento o elemento procesado o transgénico, la conciente del planeta y comprometida con el medio ambiente), la madre ejecutiva (que abraza el pragmatismo que requieren nuestros tiempos y avanza sin culpa como una topadora infernal maximizadora de eficiencia), la madre feminista manijeada (gracias por existir!), la madre didáctica (que en todo ve una excelente chance de aplicar una lección educativa y ejemplarizante para sus crías o para el mundo), la madre plena (la que nació para ser madre y a eso quiere dedicar su vida), la madre con consumo problemático de hijx (que no puede despegarse un segundo ni corporal ni mentalmente de su descendencia o cosas terribles sucederán), la madre tradicional (que manda a cagar a todo y abraza las “formas de antes” no dudando en encajarle un chorrito de vino a esa mema para que duerma mejor), la madre previsora (que ya averiguó a qué liceo irá su embrión), la madre sumisa (que es madre de toda la familia incluyendo su pareja, mascotas, etc y es además la limpiadora, la cocinera, la proveedora, la encargada de las compras, de la decoración y de inventar juegos nuevos los fines de semana), la madre paranoica (que se ocupa de problemas que no están ahí), y otro sin fin de arquetipos con las que seguramente con el tiempo me cruzaré o hasta encarnaré.
No pretendo ni (auto)exijo originalidad ni burla. Apenas en mi séptimo mes de embarazo y reconociendo mi desconocimiento de lo que se viene, me queda claro que esto está salado y que no tengo ni idea de qué tipo seré yo o si voy (vamos) a lograr un mínimo de dignidad en la tarea. Solo nombro todo esto porque no aparece en los libros que leí y me parece que reírse de una, y transcribir los guiones ocultos es una buena forma de autoobservarnos, pensarnos, modificar los patrones adquiridos y los hábitos que nos transmitimos de generación en generación y de grupo en grupo. Y de poder elegir.
Cuerpo gestante en el espacio público
Para terminar algunas observaciones sobre el cuerpo de “la embarazada” desde este cuerpo transitoriamente en ese estado.
(Uno) La sobrevaloración de la mujer gestante es la contracara de la desvalorización de la mujer no gestante. Como mujer que pensó y dijo durante gran parte de su vida que no quería tener hijos y no iba a hacerlo, me sorprendió enormemente como los entornos más próximos hasta los profesionales y anónimos, la gente pasa a valorarte diferente porque estás embarazada. Esto te facilita mucho las cosas en la cotidiana, te conecta con una capacidad de empatía y amor que escasean en este mundo, y quizás es uno de los motivos por lo que varias mujeres declaran que estar embarazada es lo mejor que les pasó en la vida.
Aunque sería una hipócrita si dijera que este trato diferencial no se siente bien, también lo sería si no compartiera que también me pegó mal pensar en porqué es tan valorado el cuerpo de una mujer cuando está en funciones reproductivas. Me hizo pensar en que esa serie de usos y costumbres son lo que estimulan a las mujeres a entregar su vida (me refiero a TODA SU VIDA) a la maternidad y a encontrar la fuente de autoestima en un útero útil para la reproducción de la especie cuyo correlato es la presencia del varón aportador de la semilla. Pero ¿y si no? ¿Si no tenés ganas de estar nunca embarazada no vales igual? ¿No sos tan querida y considerada?
(Dos) La impunidad de la embarazada de la que hablábamos hace un rato – por la cual durante este período de “excepción” te está permitido todo – ¿no es un placebo chantajista para todo eso que no podemos durante el resto de nuestras vidas donde no hay un nuevo retoño de la especie creciendo en nuestras entrañas?. Disfruto muchísimo de mi embarazo, siento amor por esto que crece en mí, y me parece una conexión con la naturaleza y con fuerzas vitales que nos atraviesan y trascienden que sin duda son difíciles de comparar con otras experiencias, pero me resulta perverso el lugar que La Embarazada ocupa y el contraste con el resto de la existencia de la mujer y en otros momentos de su vida.
(Tres) Dicho todo esto, sin embargo, hay un aspecto no excepcional durante los nueve meses en que todo tu cuerpo se redondea y muta en formas que no dependen de tu voluntad, conciencia o decisión (más allá de la de no interrumpir el embarazo): el acoso callejero no deja de estar ahí. Primero porque tus tetas se inflan como burbujas intentando escalar hacia arriba en un refresco efervescente recién abierto y eso hace que “los piropos” te atomicen sin ganas ni tiempo de explicar que “además de que podes meterte el comentario en el orto, estas no son mis tetas”. Pero después, cuando ya es obvio que tenés une pibx creciendo adentro, no faltan candidatos para expresar a viva voz la calentura que les provoca la mujer fértil, la imaginación que se despierta al verte con una marca que devela que alguna vez cogiste, todo tipo de comentarios que te ponen al nivel de un animal de reproducción, te señalan como hembra preñada, te hablan sobre hacer hijxs, o aluden directamente a la zona y modo como entró el semen en cuestión y otra infinidad de otros poemas y versos que producen la náusea más fuerte que una embarazada puede experimentar. En resumen, muchos hombres – muchos más de los que una puede imaginar – tienen el fetiche de la embarazada y no dudan en hacértelo saber.
(Cuatro) Pero también está la maternidad en espacios semi públicos, que ya no son la calle sino ambientes de militancia o estudio donde una madre y un padre sin duda atraviesan experiencias bastante diferentes.
Hace poco nos preguntábamos con mi pareja porque últimamente vemos a tantos compañeros varones con sus hijxs pequeños en eventos públicos mientras que no es tan frecuente ver a mujeres con sus bebés e hijos participando de cosas como conferencias, clases etc. ¿Será que en el caso de las mujeres ir con hijxs es visto como molesto mientras que a los hombres se les celebra como una proeza? ¿O será que ahora que el cuidado está siendo más repartido sucede que los padres no dejan de ir a lugares cuando están a cargo mientras que las mujeres sí? ¿Porqué se da esta auto reclusión femenina? Observaciones preliminares me llevan a pensar que aunque en efecto el cuidado está cada vez mejor distribuído, cuando los padres se quedan con les hijes les llevan con ellxs a lugares, mientras que las mujeres se quedan en la casa. ¿O es que la mujeres participan menos en este tipo de espacios independientemente de que tengan hijxs a cargo o no? La respuesta es obvia para cualquiera que haya leído estudios más serios que mis especulaciones sobre el tema. ¿O no?
Hay cosas que aunque estén en tus narices no ves hasta que las vivis.
Lo que podríamos gestar juntes: antojos colectivos
Por cada gesto de aprobación que la sociedad o mi entorno me hizo cuando tomaba una decisión ajustada al sistema (terminar un doctorado, bailar en un teatro conocido, irme a vivir en pareja o el sumum: tener unx pibx) tengo presente los gestos de desaprobación y señalamiento cuando mis opciones, gustos y deseos no iban por la senda delineada como “el camino del bien”. No es rencor es justicia, y es recordar(me) que como mujeres no vivimos nuestras vidas para complacer a los mandatos patriarcales pero tampoco para privarnos de cosas por demostrar que podemos llevar la contra (me refiero a amar, o atravesar esta experiencia tan inmensa que es gestar a otro ser dentro de una y en colectivo pero también a cosas como ponernos una minifalda o pintarnos las uñas).
Hacer vida es (re)producir formas de vida y en ello aparecen muchas posibilidades de construir otros mundos. Por eso anoto en el cuaderno de mis luchas intentar vivir esta experiencia desde el deseo y el amor y no desde la trinchera; que les niñes que vengan no sean rehenes de nuestras cruces, traumas y normas ni tampoco los mesías y delegados de eso que queremos ser pero no nos animamos ni nosotres mismxs; que no sean una prueba de quienes somos, como modelos en miniaturas de nuestros super yos y super egos; que no sigamos tapando las enormes incertidumbres de la vida con recetas “infalibles” y links de internet; que no tapemos los vacíos afectivos de nuestras familias o vidas solitarias con objetos, consumismo y manuales; que dejemos de juzgarnos como táctica para reafirmarnos; qué formas de amor y de amar disidentes y diferentes puedan abrazarnos incluso siendo madres y padres; que estar embarazada no sea “la mejor experiencia de tu vida” o que si lo es te haga pensar en cómo va tu vida; que no digamos más “tener” un hijo como se tiene una mascota o un artículo del hogar; que ser madres y padres no sea un proyecto donde se espera éxito, eficacia y buena performance sino el inicio de una relación que va a convivir con otras relaciones, seres, tiempos; que dejemos de pensar la maternidad desde la universalización de nuestra condición de mujeres occidentales blancas y de clase media; derribar el mito del “instinto maternal” y desarrollar instintos para otras cosas; que desertemos del rol de “la mujer sensible”, la que todo lo percibe y todo lo ve mejor, desde la mugre en el baño hasta la necesidad de sus hijxs, la pareja y el hogar; que nos preguntemos si por detrás de la madre perfecta no se esconde el objetivo cuasi nazi del mejoramiento de la especie; que nos preguntemos por la ola contemporánea de higienismo y obsesión por la salud perfecta. Esos serían mis antojos de embarazada.
En resumen reinventar y re intentar un mundo afectivo por fuera de los estereotipos de lo maternal-femenino y al mismo tiempo por fuera de la estrategia de masculinización como táctica defensiva. Reinventarlo sin tener que renunciar a pensarnos desde nuestros cuerpos de mujeres. Agarrar coraje pero no para hacer la dieta del tomatito cherry cada 15hs o para ser la mujer super eficiente que puede con todo, rinde en todo, sabe todo, es sexy pero también culta, es buena madre pero también está buena, es abierta pero también organizada. Agarrar coraje en colectiva, para hacer más ancha nuestra libertad, nuestro desorden, nuestro espacio para respirar, nuestro espacio para cuidarnos y no siempre cuidar. Incluso para descuidarnos, porque a veces necesitamos eso, lanzarnos a cosas que no sabemos, poner ciertas “prioridades” en segundo o último lugar, hacer cosas que no son para “los nuestros” ni para nosotras, tirar todos los libros de autoayuda a la hoguera, no planificar ni prever, no ser preventivas ni mesuradas, ni nada.
Decidir ser madres.
Pero que otrxs sean lo normal.
me encanto la nota. facebook me prohibió compartirla por la foto.