Política del síntoma: ¿Qué tiene el psicoanálisis de político? // Lila María Feldman*

Prólogo al diálogo con Diego Sztulwark y su texto «Política del síntoma», en Lobo Suelto

Empecemos, una vez más, por Freud. Creador del psicoanálisis, elevó palabras provenientes de la política o ligadas a ella, como resistencia, represión, censura, lucha, conflicto, a conceptos teóricos y herramientas de trabajo. Sacó al «médico», o analista diremos hoy, del lugar de espectador de la locura y la enfermedad, le retiró el poder de la manipulación, por empezar del cuerpo de la histérica, y del campo de la hipnosis, sacó al sufrimiento del mundo del espectáculo, lo volvió algo a escuchar, e interpretar, no a extirpar, controlar o erradicar.
Ese «descubrimiento», fue el puntapié para la invención-construcción de un método, no una técnica. Asociación libre y atención flotante, el par que instauró un modo de hablar y un modo de escuchar y de escucharse. Libre, hay que puntualizar, como el modo privilegiado de reconstruir los caminos de la sobredeteeminacion psíquica, entonces libre no es sinónimo de indeterminado. Libre es en la medida en que se renuncia al ejercicio de un poder, y en la medida en que el saber no existe a priori, aún cuando tengamos hipótesis.
Freud, indudable lector de Spinoza, sostuvo la pregunta por la causalidad psíquica. No hay resolución sintomática sin pregunta por la causalidad psíquica. O la hay, y en ocasiones muy rápida e inmediatamente remiten los síntomas, y ello elude o detiene la pregunta por las causas. Un proceso psicoanalítico interesante y fecundo es aquel que encontró buenas preguntas, aún más que el que intentó dar rápidamente con las respuestas «adecuadas».
Conflicto como base y motor del aparato psíquico y de la vida psíquica. Y -podemos agregar e insistir- de la vida social y colectiva. Lo neoliberal rehuye a la crisis, le teme, la reprime. El psicoanálisis la recibe, la aprovecha, la trabaja, la considera terreno fértil.

El psicoanálisis: un método: ético poético político. No es una pedagogía ni una didáctica.
Es un método en el que hay asimetría pero no ejercicio de poder, y que implica revisar las servidumbres, «vasallajes» es el término que utilizó Freud.
Una política del síntoma, y del sueño. A qué nos referimos? A pensar un sujeto no colonizable, a construir y ampliar márgenes de libertad. La práctica psicoanalítica no apela al encierro, no es adoctrinamiento, no es dominación. En suma, no es una propuesta de adaptación.
Sueño: reservorio de libertad (allí nadie ingresa a la fuerza, aunque busquen penetrarlos y donesticarlos), usina de futuro, bastión de la subjetividad que hilvana potencia singular y colectiva. Recupera, en tanto es retorno de lo reprimido, pero a la vez es apertura, creación, invención, potencia de lo psíquico, potencia instituyente. Un saber no anticipable.
Política del sueño, entonces.

Si el síntoma es mensaje, desobediencia a veces, puede ser pensado como testimonio de resistencia, o incluso de revuelta, y no siempre de patología. Freud mismo pensaba que el síntoma no es necesariamente indicador o condición de enfermedad. Sabemos que será en ocasiones el prólogo de una crisis, la convocatoria a una conversación, a un trabajo de pensamiento, o a una mirada que aloje, o una forma de supervivencia psíquica, de restituir libertad, de reintroducir aspectos expulsados, sepultados.
No es acaso siempre, todo fenómeno humano, una formación de compromiso, un retorno de algún aspecto del pasado, la movilización de ciertas huellas aún cuando ocurran cosas inéditas? El síntoma es trabajo psíquico, una cierta respuesta, un cierto pedido. Mensaje. Aún cuando la mayoría de las veces no se presente ligado a palabras. Aún cuando se actúe o se muestre. Mensaje que se constituye a partir de alguien que lo lee, en transferencia. Esa lectura, tantas veces, será el germen o prólogo de la transferencia, posibilitando un trabajo analítico. Política del síntoma, también.
El psicoanálisis sigue teniendo esa especificidad. Es, por excelencia, una práctica humana subjetivante. Si lo neoliberal encarna el anhelo del fin de la historia, el psicoanálisis es una de aquellas prácticas que la reabre, la recupera y la relanza. Trabajo sin fin.
Si lo neoliberal es una propuesta de consumo como el vínculo y la forma paradigmática de la vida, el psicoanálisis, en su potencia artesanal, intransferible, y singular, es un trabajo no estandarizado ni estandarizable. Imprevisible en cuanto a los caminos que tomará y los efectos de los que será causa. Pero siempre un camino de libertad y des-sujeción, de un pensamiento que amplía sus confines y posibilidades.
Práctica artesanal, singular, en un encuentro particular, no pre-formateado, no normativizado.
La verdad se construye, por lo menos, de a dos. Verdad del deseo inconciente, de los deseos inconscientes -me gusta más en plural- que no es una verdad trascendente ni esencial, sino una verdad que se pone en juego en tanto hay un otro que escucha. Se trata de una verdad que cambia a lo largo del tiempo, susceptible de ser resignificada y hasta reinventada. Verdad histórica, no eterna ni inmutable. La verdad es de quién la trabaja, no un bien que se posee, ni el ejercicio de un poder. También allí se opone al consumo como lema y meta neoliberal.
Verdad para el sujeto no es, no puede ser, una verdad impuesta.
Psicoanálisis, entonces, que no es una pedagogía ni un ejercicio de sugestión, ni una técnica que se aplica, ni una terapia adaptativa. Y no es neutral, aunque requiera abstenerse, para el analista.
Es un método, una práctica, una clínica específica, en la que ética y poética se ordenan alrededor de una política.
El psicoanálisis, lo sepamos o no, también es una política.

      *Psicoanalista y escritora. Autora de Sueño, medida de todas las cosas (Topía 2018)

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