A continuación reproducimos un artículo escrito por el geógrafo marxista David Harvey, aparecido en la revista Jacobin de Estados Unidos. Como argumenta, “cuarenta años de neoliberalismo han dejado lo público totalmente expuesto y mal preparado para enfrentar una crisis de salud pública en la escala del coronavirus”.
Cuando trato de interpretar, comprender y analizar el flujo diario de noticias, tiendo a localizar lo que sucede en el contexto de dos modelos distintivos acerca de cómo funciona el capitalismo, que al mismo tiempo se entrecruzan entre sí. El primer nivel, es un mapeo de las contradicciones internas de la circulación y acumulación de capital a medida que el valor del dinero fluye en busca de ganancias a través de los diferentes «momentos» (como los llama Marx) de producción, realización (consumo), distribución y reinversión. Este es un modelo de la economía capitalista pensada como una espiral de expansión y crecimiento sin fin. Se complica bastante a medida que se elabora a través de, por ejemplo, los lentes de las rivalidades geopolíticas, los desarrollos geográficos desiguales, las instituciones financieras, las políticas estatales, las reconfiguraciones tecnológicas y la red siempre cambiante de las divisiones del trabajo y de las relaciones sociales.
Sin embargo, concibo que este modelo se inscribe en un contexto más amplio de reproducción social (en los hogares y las comunidades), en una relación metabólica permanente y en constante evolución con la naturaleza (incluida la «segunda naturaleza» de la urbanización y el medio ambiente construido) y todo tipo de formaciones culturales, científicas (basadas en el conocimiento), religiosas y sociales contingentes que las poblaciones humanas suelen crear a través del espacio y el tiempo. Estos últimos «momentos» incorporan la expresión activa de los deseos, necesidades y anhelos humanos, el ansia de conocimiento y significado y la búsqueda evolutiva de la satisfacción en un contexto de arreglos institucionales cambiantes, disputas políticas, enfrentamientos ideológicos, pérdidas, derrotas, frustraciones y alienaciones, todo ello en un mundo de marcada diversidad geográfica, cultural, social y política. Este segundo modelo constituye, por así decirlo, mi comprensión de trabajo del capitalismo global como una formación social distintiva, mientras que el primero trata de las contradicciones dentro del motor económico que impulsa esta formación social a lo largo de ciertos caminos de su evolución histórica y geográfica.
En espiral
Cuando el 26 de enero de 2020 leí por primera vez sobre un coronavirus que estaba ganando terreno en China, inmediatamente pensé en las repercusiones para la dinámica global de la acumulación de capital. Sabía por mis estudios sobre el modelo económico que los bloqueos y las interrupciones en la continuidad del flujo de capital darían lugar a devaluaciones y que, si las devaluaciones se generalizaban y eran profundas, eso indicaría el comienzo de las crisis. También era consciente de que China es la segunda economía más grande del mundo y que efectivamente había rescatado al capitalismo global después de 2007/2008, por lo que cualquier golpe a la economía de China tendría graves consecuencias para una economía global que, en cualquier caso, ya estaba en una situación muy grave. Me parecía que el actual modelo de acumulación de capital ya tenía muchos problemas. Movimientos de protesta en casi todas partes del mundo (desde Santiago hasta Beirut), muchos de los cuales denunciaban al modelo económico dominante que no funcionaba bien para la mayoría de la población. Este modelo neoliberal se basa cada vez más en el capital ficticio y en una vasta expansión en la oferta monetaria y la creación de deuda. Ya se enfrenta al problema de una demanda efectiva insuficiente para absorber los valores que el capital es capaz de producir. Entonces, ¿cómo podría el modelo económico dominante, con su legitimidad cuestionada/en declive y su delicada salud, amortiguar y sobrevivir a los inevitables impactos de lo que podría convertirse en una pandemia? La respuesta dependía en gran medida de cuánto tiempo podría durar y extenderse un trastorno de esta magnitud ya que, como señaló Marx, la devaluación no ocurre porque las mercancías no pueden venderse sino porque no pueden venderse a tiempo.
Hace tiempo había rechazado la idea de «naturaleza» como algo externo y separado de la cultura, la economía y la vida cotidiana. Adopto un punto de vista más dialéctico y relacional de la relación metabólica con la naturaleza. El capital modifica las condiciones ambientales de su propia reproducción, pero lo hace en un contexto de consecuencias no deseadas (como el cambio climático) y en el contexto de fuerzas evolutivas autónomas e independientes que van cambiando constantemente las condiciones ambientales. Desde este punto de vista, no existe un desastre verdaderamente natural. Sin dudas, los virus mutan todo el tiempo. Pero las circunstancias en las que una mutación se vuelve una amenaza mortal dependen de las acciones humanas.
Hay dos aspectos relevantes acerca de esto. Primero, las condiciones ambientales favorables aumentan la probabilidad de fuertes mutaciones. Es, por ejemplo, plausible esperar que los sistemas intensivos de suministro de alimentos en las áreas subtropicales húmedas puedan contribuir a esto. Estos sistemas existen en muchos lugares, incluida la China al sur del río Yangtze y el sudeste asiático. En segundo lugar, las condiciones que favorecen la rápida transmisión a través de los cuerpos anfitriones varían enormemente. Las poblaciones humanas de alta densidad parecerían ser un blanco fácil para los huéspedes. Es bien sabido que las epidemias de sarampión, por ejemplo, solo florecen en los grandes centros de población urbana pero mueren rápidamente en las regiones poco pobladas. La forma en que los seres humanos interactúan entre sí, se mueven, se disciplinan u olvidan lavarse las manos afecta a la forma en que se transmiten las enfermedades. En los últimos tiempos el SARS, la gripe aviar y la gripe porcina parecen haber salido de China o del sudeste asiático. China también ha sufrido mucho de la peste porcina en el último año, lo que ha implicado la matanza masiva de cerdos y el aumento de los precios de la carne de cerdo. No digo todo esto para acusar a China. Hay muchos otros lugares donde los riesgos ambientales de mutación y difusión viral son altos. La Gripe Española de 1918 puede haber salido de Kansas y África puede haber incubado el VIH/SIDA y ciertamente inició el Nilo Occidental y el Ébola, mientras que el dengue parece florecer en América Latina. Pero los impactos económicos y demográficos de la propagación del virus dependen de las grietas y vulnerabilidades preexistentes en el modelo económico hegemónico.
No me sorprendió demasiado que COVID-19 se encontrara inicialmente en Wuhan (aunque no se sabe si se originó allí). Claramente, los efectos locales serían sustanciales y dado que este es un importante centro de producción, era muy probable que hubiera repercusiones económicas globales (aunque no tenía idea de la magnitud). La gran pregunta era cómo podría ocurrir el contagio y la propagación y cuánto duraría (hasta que se pudiera encontrar una vacuna). La experiencia anterior había demostrado que una de las desventajas de la creciente globalización es lo imposible que es detener una rápida propagación internacional de nuevas enfermedades. Vivimos en un mundo altamente conectado donde casi todo el mundo viaja. Las redes humanas de contagio potencial son vastas y abiertas. El peligro (económico y demográfico) era que un trastorno así durara un año o más.
Si bien hubo una desaceleración inmediata en los mercados bursátiles mundiales apenas apareció la noticia, sorprendentemente pasó apenas un mes o un poco más para que los mercados alcanzaran nuevos máximos. Las noticias parecían indicar una normalidad en los mercados en todas partes, excepto en China. La creencia parecía ser que íbamos a experimentar una repetición del SARS que resultó ser bastante rápidamente contenida y de bajo impacto global, a pesar de tratarse de una enfermedad de alta tasa de mortalidad y que creó, en retrospectiva un pánico innecesario en los mercados financieros. Cuando apareció COVID-19, la reacción dominante fue presentarlo como una repetición del SRAS, mostrando que el pánico nuevamente era innecesario. El hecho de que la epidemia se haya desatado en China, que rápida y despiadadamente actuó para contener sus impactos, también llevó al resto del mundo a tratar erróneamente el problema como algo que sucedía solo «allá» y, por lo tanto, fuera su vista y mente/preocupación (acompañado por prejuicios xenófobos contra los chinos en ciertas partes del mundo). El pico del virus puso en la historia de crecimiento triunfante de China, fue incluso recibido con júbilo en ciertos círculos de la administración Trump.
Sin embargo, comenzaron a circular las noticias de interrupciones en las cadenas de producción globales que ocurrían en Wuhan. Estas fueron en gran medida ignoradas o tratadas como problemas para determinadas líneas de productos o corporaciones (como Apple). Las devaluaciones eran locales y particulares y no sistémicas. Las señales de caída de la demanda de los consumidores también se minimizaron, a pesar de que aquellas corporaciones, como McDonald’s y Starbucks, con grandes operaciones dentro del mercado interno chino tuvieron que cerrar sus puertas allí por un tiempo. La coincidencia del Año Nuevo chino con el brote del virus enmascaró/ocultó los impactos durante todo enero. La complacencia con esta respuesta estuvo completamente equivocada.
La noticia inicial de la propagación internacional del virus fue ocasional y episódica con un brote grave en Corea del Sur y algunos otros puntos críticos como Irán. Fue el brote italiano lo que provocó la primera reacción violenta. La caída del mercado de valores que comenzó a mediados de febrero osciló algo, pero para mediados de marzo había provocado una devaluación neta de casi el 30 por ciento en los mercados de valores de todo el mundo.
La escalada exponencial de las infecciones provocó una variada gama de respuestas incoherentes y en su mayoría afectadas por el pánico. El presidente Trump realizó una imitación del rey Canute ante una potencial ola creciente de enfermedades y muertes. Algunas de las respuestas han sido extrañas. Hacer que la Reserva Federal redujera las tasas de interés frente a un virus parecía extraño, incluso cuando se reconoció que la medida tenía como objetivo aliviar los impactos en el mercado en lugar de frenar el avance del virus.
Las autoridades públicas y los sistemas de atención de salud quedaron pronto saturados e insuficientes. Cuarenta años de neoliberalismo en América del Norte y del Sur y Europa habían dejado lo público totalmente expuesto y mal preparado para enfrentar una crisis de salud pública de este tipo, a pesar de que los temores previos de SARS y Ébola proporcionaron abundantes advertencias y lecciones contundentes sobre qué era necesario hacer. En muchas partes del supuesto mundo «civilizado», los gobiernos locales y las autoridades regionales, que invariablemente forman la primera línea de defensa y seguridad en emergencias de salud pública de este tipo, se vieron privadas de fondos como consecuencia de una política de austeridad diseñada para financiar recortes de impuestos y subsidios a las corporaciones y los ricos.
La corporación Big Pharma tiene poco o nulo interés en la investigación no remunerativa sobre enfermedades infecciosas (como toda la clase de coronavirus que se conocen desde la década de 1960). Muy rara vez invierte en prevención y tiene poco interés en invertir en la preparación para afrontar una crisis de la salud pública. Eso sí, le encanta diseñar las curas. Cuantos más nos enfermamos, más aumentan sus ganancias. La prevención no contribuye ningún valor para las acciones. El modelo de negocios aplicado a la provisión de salud pública no cuenta con la capacidad de afrontar posibles contingencias económicas que serían necesarias en una emergencia. El campo de la prevención ni siquiera era un campo de trabajo lo suficientemente atractivo como para garantizar asociaciones público-privadas. El presidente Trump había recortado el presupuesto del Centro para el Control de Enfermedades y disolvió el grupo de trabajo sobre pandemias del Consejo de Seguridad Nacional con el mismo espíritu con que recortó todos los fondos de investigación, incluso sobre el cambio climático. Si quisiera ser antropomórfico y metafórico sobre esto, concluiría que COVID-19 es la venganza de la naturaleza por más de cuarenta años del maltrato grosero y abusivo de la naturaleza a manos de un extractivismo neoliberal violento y no regulado.
Quizás sea sintomático que los países menos neoliberales, China y Corea del Sur, Taiwán y Singapur, hayan superado la pandemia hasta ahora en mejor forma que Italia, aunque Irán desmentirá este argumento como un principio universal. Si bien hubo una gran cantidad de evidencia de que China manejó bastante mal el SARS, con mucho disimulo inicial y negación, esta vez el presidente Xi Jinping rápidamente se movió para exigir transparencia tanto en los informes como en las pruebas, al igual que Corea del Sur. Aun así, en China se perdió un tiempo valioso (en estos casos solo unos pocos días hacen la diferencia). Lo que fue notable en China, sin embargo, fue el confinamiento de la epidemia a la provincia de Hubei con Wuhan en su centro. La epidemia no se trasladó a Beijing ni al Oeste o incluso más al Sur. Las medidas tomadas para confinar el virus geográficamente fueron draconianas. Sería casi imposible replicarlas en otro lugar por razones políticas, económicas y culturales. Los informes que llegan de China sugieren que los tratamientos y las políticas fueron todo menos cuidadosos. Además, China y Singapur desplegaron sus poderes de vigilancia personal a niveles invasivos y autoritarios. Pero parecen haber sido extremadamente eficaces en conjunto, aunque si las otras medidas se hubieran puesto en marcha solo unos días antes, muchas muertes podrían haberse evitado. Esta es una información importante: en cualquier proceso de crecimiento exponencial hay un punto de inflexión más allá del cual la masa ascendente se descontrola por completo (observe aquí, una vez más, la importancia de la masa en relación con la tasa). El hecho de que Trump haya perdido el tiempo durante tantas semanas aún puede resultar costoso en vidas humanas.
Los efectos económicos están ahora fuera de control tanto dentro como fuera de China. Las perturbaciones que se produjeron en las cadenas de valor de las empresas y en ciertos sectores resultaron ser más sistémicas y sustanciales de lo que se pensaba originalmente. El efecto a largo plazo puede consistir en acortar o diversificar las cadenas de suministro y, al mismo tiempo, avanzar hacia formas de producción que requieran menos mano de obra (con enormes repercusiones en el empleo) y una mayor dependencia de los sistemas de producción con inteligencia artificial. La interrupción de las cadenas de producción conlleva el despido o la cesantía de trabajadores, lo que disminuye la demanda final, mientras que la demanda de materias primas disminuye el consumo productivo. Estos impactos en el lado de la demanda, por sí mismos, al menos, una leve recesión.
Pero las mayores vulnerabilidades existían en otros lugares. Los modos de consumismo que explotaron después de 2007-8 se han estrellado con consecuencias devastadoras. Estos modos se basaban en reducir el tiempo de rotación del consumo lo más cerca posible de cero. La avalancha de inversiones en estas formas de consumismo tuvo todo que ver con la máxima absorción de volúmenes de capital exponencialmente crecientes en formas de consumismo que tenían un tiempo de rotación lo más corto posible. El turismo internacional era emblemático. Las visitas internacionales aumentaron de 800 millones a 1.400 millones entre 2010 y 2018. Esta forma de consumismo instantáneo requería inversiones masivas de infraestructura en aeropuertos y aerolíneas, hoteles y restaurantes, parques temáticos y eventos culturales, etc. Este sitio de acumulación de capital está ahora muerto en el agua: las aerolíneas están cerca de la bancarrota, los hoteles están vacíos, y el desempleo masivo en las industrias de la hospitalidad es inminente. Comer fuera no es una buena idea y los restaurantes y bares han sido cerrados en muchos lugares. Incluso la comida para llevar parece peligrosa. El vasto ejército de trabajadores de la economía del trabajo o de otras formas de trabajo precario está siendo despedido sin ningún medio visible de apoyo. Eventos como festivales culturales, torneos de fútbol y baloncesto, conciertos, convenciones empresariales y profesionales, e incluso reuniones políticas en torno a las elecciones son canceladas. Estas formas de consumismo vivencial «basadas en eventos» han sido cerradas. Los ingresos de los gobiernos locales se han reducido. Las universidades y escuelas están cerrando.
Gran parte del modelo de vanguardia del consumismo capitalista contemporáneo es inoperante en las condiciones actuales. El impulso hacia lo que André Gorz describe como «consumismo compensatorio» (en el que se supone que los trabajadores alienados recuperan su espíritu a través de un paquete de vacaciones en una playa tropical) fue aplastado.
Pero las economías capitalistas contemporáneas están impulsadas en un 70 o incluso 80 por ciento por el consumismo. En los últimos cuarenta años, la confianza y el sentimiento del consumidor se han convertido en la clave la movilización de una demanda efectiva y el capital se ha vuelto cada vez más impulsado por la demanda y las necesidades. Esta fuente de energía económica no ha estado sujeta a fluctuaciones salvajes (con algunas excepciones, como la erupción volcánica de Islandia que bloqueó los vuelos transatlánticos durante un par de semanas). Pero COVID-19 no está apuntalando una fluctuación salvaje, sino un choque todopoderoso en el corazón de la forma de consumismo que domina en los países más prósperos. La forma espiral de la acumulación de capital sin fin se está colapsando hacia adentro desde una parte del mundo a otra. Lo único que puede salvarla es un consumismo masivo financiado e inspirado por el gobierno, conjurado de la nada. Esto requerirá socializar toda la economía de los Estados Unidos, por ejemplo, sin llamarlo socialismo.
La primera línea
Existe un mito conveniente de que las enfermedades infecciosas no reconocen las clases u otras barreras y límites sociales. Como muchos de esos dichos, hay una cierta verdad en esto. En las epidemias de cólera del siglo XIX, la trascendencia de las barreras de clase fue lo suficientemente dramática como para dar lugar al nacimiento de un movimiento por la salud pública (que se profesionalizó) que ha perdurado hasta nuestros días. Si este movimiento fue diseñado para proteger a todos o solo a las clases altas no siempre estuvo claro. Pero hoy en día la diferenciación de clase y los efectos e impactos sociales cuentan una historia diferente. Los impactos económicos y sociales se filtran a través de discriminaciones «tradicionales» que están en todas partes en evidencia. Para empezar, la fuerza de trabajo que se espera que se ocupe de los crecientes números de enfermos suele ser altamente tipificada por género, raza y etnia en la mayor parte del mundo. Se asemeja a la fuerza de trabajo que se encuentra en, por ejemplo, aeropuertos y otros sectores logísticos.
Esta «nueva clase obrera» está en la primera línea y soporta lo más duro de ser la fuerza de trabajo con mayor riesgo de contraer el virus a través de sus puestos de trabajo o de ser despedida sin recursos debido a la reducción económica impuesta por el virus. Existe, por ejemplo, la cuestión de quién puede trabajar en casa y quién no. Esto agudiza la división social, al igual que la cuestión de quién puede permitirse aislarse o ponerse en cuarentena (con o sin sueldo) en caso de contacto o infección. De la misma manera que aprendí a llamar a los terremotos de Nicaragua (1973) y Ciudad de México (1995) «terremotos de clase», el progreso de COVID-19 exhibe todas las características de una pandemia de clase, de género y de raza. Si bien los esfuerzos de mitigación están convenientemente encubiertos en la retórica del «todos estamos juntos en esto», las prácticas, particularmente por parte de los gobiernos nacionales, sugieren motivaciones más siniestras. La clase obrera contemporánea en los Estados Unidos (compuesta predominantemente por afroamericanos, latinos y mujeres asalariadas) se enfrenta a la fea elección entre contagiarse en nombre del cuidado y el mantenimiento de los lugares claves de provisión (como las tiendas de alimentos) o el desempleo sin prestaciones (como una atención médica adecuada). El personal asalariado (como yo) trabaja desde casa y obtiene su salario como antes, mientras los directores de empresas vuelan en aviones privados y helicópteros.
Las fuerzas de trabajo en la mayor parte del mundo han sido educadas durante mucho tiempo para comportarse como buenos sujetos neoliberales (lo que significa culparse a sí mismos o a dios si algo sale mal, pero nunca atreverse a sugerir que el capitalismo podría ser el problema). Pero incluso los buenos sujetos neoliberales pueden ver que hay algo malo en la forma en que se está respondiendo a esta pandemia.
La gran pregunta es: ¿cuánto tiempo durará esto? Podría ser más de un año y cuanto más tiempo dura, aumenta la devaluación, incluyendo la de la fuerza laboral. Es casi seguro que los niveles de desempleo aumentarán a niveles comparables a los de la década de 1930 por la ausencia de intervenciones estatales masivas que tendrían que ir en contra de la naturaleza neoliberal. Las ramificaciones inmediatas para la economía, así como para la vida cotidiana social son múltiples. Pero no todos son malos. En la medida en que el consumismo contemporáneo se estaba volviendo excesivo, se acercaba a lo que Marx describió como “el superconsumo y el consumo insensato, llevados hasta lo descomunal y lo extravagante”, lo que caracteriza la caída de todo el sistema. La imprudencia de este consumo excesivo ha jugado un papel importante en la degradación del medio ambiente. La cancelación de los vuelos aéreos y el frenado radical del transporte y el movimiento han tenido consecuencias positivas con respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero. La calidad del aire en Wuhan ha mejorado mucho, como también en muchas ciudades de Estados Unidos. Los sitios de turismo ecológico tendrán un tiempo para recuperarse de los pisotones. Los cisnes han regresado a los canales de Venecia. En la medida en que se frene el gusto por el sobre consumismo imprudente e insensato, podría haber algunos beneficios a largo plazo. Menos muertes en el Monte Everest podrían ser algo bueno. Y aunque nadie lo dice en voz alta, el sesgo demográfico del virus puede terminar afectando a las pirámides de edad con efectos a largo plazo sobre las cargas de la Seguridad Social y el futuro de la «industria de la salud». La vida diaria se desacelerará y, para algunas personas, eso será una bendición. Las reglas sugeridas de distanciamiento social podrían, si la emergencia continúa lo suficiente, conducir a cambios culturales. La única forma de consumismo que casi con toda seguridad se beneficiará es lo que yo llamo la economía «Netflix», que atiende a los «adictos a las series» de todos modos.
En el frente económico, las respuestas han sido condicionadas por la forma de éxodo del desplome de 2007-8. Esto implicó una política monetaria ultra laxa, junto con el rescate de los bancos, complementada por un aumento espectacular del consumo productivo por una expansión masiva de la inversión en infraestructuras en China. Este último no se puede repetir en la escala requerida. Los paquetes de rescate establecidos en 2008 se centraron en los bancos, pero también implicaron la nacionalización de facto de General Motors. Tal vez sea significativo que, ante el descontento de los trabajadores y el colapso de la demanda del mercado, las tres grandes compañías automotrices de Detroit estén cerrando, al menos temporalmente.
Si China no puede repetir su papel de 2007-8, entonces la carga de salir de la actual crisis económica ahora se trasladará a los Estados Unidos y aquí está la ironía final: las únicas políticas que funcionarán, tanto económica como políticamente, son mucho más socialistas que cualquier cosa que Bernie Sanders podría proponer y estos programas de rescate tendrán que ser iniciados bajo la égida de Donald Trump, presumiblemente bajo la máscara de “hacer grande a Estados Unidos de nuevo”.
Todos aquellos republicanos que se opusieron tan visceralmente al rescate del 2008 tendrán que admitir que se equivocaron o desafiar a Donald Trump. Este último, si es sabio, cancelará las elecciones basado en la emergencia y declarará el origen de una presidencia imperial para salvar al capital y al mundo de los «disturbios y la revolución».
Traducción: Cecilia Mancuso
Fuente: La Izquierda Diario