Policroísmo

(Escrito mientras quemaba un grabado de la Melancolíade Durero)
por Abel Gance
(este texto pertenece a Prisma: apuntes de un cineasta
editado este mes por Cactus – www.editorialcactus.com.ar)

Se diría que mi fin resplandece más cuando brilla a través de mis lágrimas. Voy lentamente hacia él pues el cansancio y la enfermedad me tiran hacia atrás. Pero he aquí lo que quiero: Crear una nueva forma de arte para hacer elevar la cabeza a los hombres, puesto que ya no miran más que el suelo donde está el oro, el carbón y el féretro, para retemplar su coraje, estimular sus energías, agrandar sus prisiones, y suprimir sus crepúsculos.
Es preciso encontrar el verdadero camino de la alegría, perdido desde la muerte de Pan, sorprender y apuñalar la fatiga y su hija la Muerte, es preciso mostrar que la inteligencia puede no solamente disciplinar la materia inerte sino también la vida misma, el dolor y la dicha. Es preciso cerrar las compuertas inútiles de la tristeza y del abatimiento, vigilar a todos los descargadores de la corriente vital que, vestidos de literatura, de medicina o de moral, frenan el alma en su ascenso desde hace siglos. Abrir las esclusas soleadas del Deseo, el único verdadero creador. Si el hombre sacrifica todos sus ayunos de conciencia a la Alegríade su virilidad, recobrará así ese Paraíso terrestre que no había perdido sino ahuyentado porque el Amor estaba proscrito de allí.
Nos hace falta crear una forma de Arte para volver todo esto una evidencia de cristal. 
Tal vez podría escribir un libro de poemas sobre un plano “sublunar”, poemas de otra vida, poemas que serían percibidos por otros sentidos que los nuestros y tales como debe aportarlos sin duda una evolución bien comprendida. No se trata evidentemente de poemas sobre el más allá o sobre las beatitudes celestes. 
Apoyar a fondo sobre el acelerador de la imaginación creadora, crear nuevos ambientes intelectuales favorables a la eclosión de estos sentidos nuevos, crear una realidad al cubo de la que vivimos. Debo haber notado por otra parte que cualesquiera sean las divagaciones de un hombre en la embriaguez más loca, solo puede decir cosas posibles, o ya realizadas, o realizables.
¿Haré yo ese viaje inaudito que me permitiría ser un habitante del sonido, de la luz, de las estrellas y de mundos aun más lejanos abandonando completamente el recuerdo de la Tierra? Solo la poesía, esta filosofía de la fuerza, posee antenas lo suficientemente sutiles para captar estos nuevos mensajes. ¿Seré yo uno de los primeros en enseñarlas a los hombres? Y además, como escribía Corneille en su prefacio de Polyeucto:
La dignidad de la materia es tan alta que la impotencia del artesano no la puede revocar.
El hombre ha llegado a tal complejidad en el servicio de sus vías cerebrales que ya no sabe realmente dónde dirigir los trenes nuevos que la vida moderna le aporta tras cada descubrimiento. Se producen errores de orientación, de allí catástrofes constantes. La sonrisa, igual, permanece sobre los rostros, pero el rail se quebró, cargado a menudo de magníficas promesas… El hombre es el final del pensamiento, es decir que es necesaria otra forma de gasto de la energética humana.
¿Trabajar el cuerpo? La euforia de los atletas respira simpleza; ni corporal, ni intelectual. El cuerpo y el cerebro están al final de su ascensión mientras que el corazón y el alma tienen todavía un inmenso camino por recorrer.
He aquí el problema planteado. ¿Hacia qué estación ir?
Bajo un duro cielo de lapislázuli (ese color me da no sé qué escalofrío frío y lujurioso) una mujer me mira, calibrando nuestras fuerzas respectivas, y ciñendo su mirada mi estatura. Tiene ojos de ocre y de esmeralda, labio de realeza y anaranjado, senos prestos a hacer eclosión, caderas duras, secretas como flancos de goleta, y muslos de Diana sensualmente triangulada… Ser Centauro…
Deseos tensos cambian el corazón de lugar. Cobertura coloreada de una novela de impotente. Literatura… Necesidad de beber estrellas, Humos, qué se yo… ¿Y por qué ese lapislázuli se instala en mí como en un baño turco?

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