por Salvador Schavelzon
La clase media emergente habría garantizado el triunfo de Dilma frente a una clase media tradicional, inmune a las nuevas políticas y movilizada por un discurso anti-corrupción. Días después de la elección, este sector se movilizó con carteles que pedían intervención militar contra el gobierno del PT.
El Partido de los Trabajadores (PT) nació en Sao Paulo, del encuentro entre los trabajadores del cordón industrial de la capital del Estado (departamento) y los intelectuales, militantes de izquierda y movimientos sociales. Como herramienta de una sociedad movilizada, el PT fue actor clave de la “redemocratización” de los años 80. Este proceso se ve hoy sellado con la Constitución de 1988, surgida de pactos que en su momento el PT denunció, pero que después avaló y hoy respeta como el resto de los sectores políticos del país. Después de ser un fuerte partido opositor en la década del 90, el PT llega a la presidencia en 2002 y, con 12 años de gobierno, hoy es asociado a un periodo de políticas sociales que redujeron la pobreza considerablemente, y a un crecimiento económico que aumentó el consumo para la clase trabajadora. Esto sería el principal legado del “lulismo”, y es un proceso visto por muchos como ascenso de una nueva clase media.
Este sector social, que por renta familiar o escolaridad no sería una “clase media” en sentido sociológico, económico o estadístico clásico, sí lo es en el sentido identitario y como lenguaje impuesto exitosamente desde el gobierno en el debate político. Aquí también está la clave para entender el triunfo del PT en la última elección. Este sector además explica la amplia mayoría de votos obtenidos en el noreste, región que dejó de ser postergada, con un apoyo estatal en obras y planes sociales que se reflejó en los buenos resultados electorales de esta región, que en cinco Estados superaron el 70% para Dilma Rousseff, en la segunda vuelta contra Aécio Neves, del PSDB. La contracara fueron los estados Sao Paulo y Paraná, del sudeste, donde el PT obtuvo 35% contra 65% de Aécio. Aunque Sao Paulo es epicentro del aumento del consumo, el PT retrocedió incluso en los barrios populares donde irrumpió tres décadas atrás y que hasta ahora le habían sido fieles.
El noreste y la nueva “clase media” explican una foto que dejó la elección presidencial con una polarización que puede ser leída en términos de izquierda y derecha; o del norte y noreste pobre contra el sudeste y centro-oeste rico; o entre el neoliberalismo de Fernando Henrique Cardoso (que coordinaba la campaña de Aécio) y el “crecimiento con inclusión social” de Lula, padrino político de Dilma. La clase media emergente habría garantizado el triunfo de Dilma frente a una clase media tradicional, inmune a las nuevas políticas y movilizada por un discurso anticorrupción. Días después de la elección, este sector se movilizó con carteles que pedían intervención militar contra el gobierno del PT.
Pero la imagen polarizada es engañosa o al menos incompleta. La partición exagerada que mostró el segundo turno de la elección desconoce una realidad política donde en lugar de una oposición clara entre el PT y sus rivales del mercado, más bien debemos leer un sistema político que quiebra la polaridad en dos sentidos: primero, funciona entre elección y elección como bloque homogéneo conservador en la mayoría de los temas cruciales; segundo, actúa al mismo tiempo a partir de un sistema fragmentado en 28 partidos que tienen representación parlamentaria sin que ninguno tenga fuerza para constituirse en gobierno.
FRAGMENTACIÓN. Prueba de la fragmentación es que el PT no pudo imponer gobernadores en la mayoría de los Estados que votaron por Dilma contra Aécio, obteniendo solamente cinco de veintisiete gobernaciones, dos de las cuales son de estados grandes. El consenso conservador quedó en evidencia minutos tras la victoria, con la imagen televisiva del vicepresidente Michel Temer (y otros aliados), a quien Dilma agradecía en primer lugar. Son rostros que no aparecieron en la campaña y que operan todos los días en el congreso y el ejecutivo para defender privilegios y bloquear cualquier iniciativa progresista. Son sectores políticos activos en la dictadura, como brazo político del régimen u oposición legalizada, que en la democracia sobreviven aliados a todos los gobiernos, incluso a los del PT. Dicho llanamente, se trata de intercambiar gobernabilidad por favores y garantías para el poder tradicional, en un sistema que no cuestiona la violencia contra los pobres e impunidad para los ricos.
La dificultad de aprobar proyectos y gobernar sin el apoyo de sectores conservadores o los llamados “partidos de alquiler”, termina dando un peso desproporcionado a sectores como “la bancada de la bala”, que presiona por la disminución de la mayoridad penal; “la bancada evangélica”, homofóbica y contraria a agendas de indígenas, mujeres y derechos humanos; y la “bancada ruralista” que impone su fuerza económica en impunidad, en el avance de la frontera agrícola, deforestando la Amazonía y ocupando territorios de indígenas y otras poblaciones. La foto que deja el segundo turno de la elección es real, pero debe ser redimensionada como breve interrupción al consenso conservador continuo, sólido y transversal a todo el bloque gubernamental y partidario.
GESTIÓN. El apoyo de candidatos LGTB fue una inédita carta de Dilma pidiendo el voto a los pueblos indígenas, a quienes su gobierno privó del derecho a la demarcación de tierras; y especialmente el fantasma del PSDB, que también fue operado desde la campaña petista para bloquear la opción por Marina, le devolvieron al PT su lugar político histórico. Este lugar está cada vez más desdibujado en la gestión que hoy no se sostiene defendiendo el avance en las clásicas reformas reivindicadas por los movimientos sociales y la izquierda (urbana, agraria, de derechos para minorías, de mejoras sustantivas en salud y educación), sino por una irrupción socioeconómica enigmática cuyo acceso a derechos fundamentales aún no ocurrió y que no carece de una visión política muchas veces de cariz también conservador, producto también del constante avance neo-pentecostal en el mismo sector social.
La polarización entre un proyecto social progresista y uno conservador de los mercados desaparece también si recordamos las impactantes movilizaciones de junio de 2013 en cientos de ciudades. Las mismas, que tuvieron continuidad en protestas contra la Copa del Mundo, son difíciles de interpretar y tienen varios componentes, pero no pueden ser olvidadas. En la lectura que surge desde líderes e intelectuales cercanos al PT, las protestas se relacionan con la nueva clase media creada por el lulismo que, habiendo alcanzado una participación económica, ahora demandaría nuevos derechos y servicios en el sentido buscado por el Gobierno. Una explicación alternativa nos lleva de nuevo a cuestionar la polaridad reconstruida por el miedo repentino a la vuelta del PSDB.
La fuerza que dio origen a las jornadas de junio no puede ser entendida sin una lectura política que crece entre los jóvenes y en la izquierda no partidaria, por la cual el PT se integra como un partido más de un régimen político alejado de la gente. Tal lectura surgía ante alcaldes y gobernadores indiferenciados partidariamente en un frente común por el aumento del pasaje del transporte, cuando las movilizaciones estallaron. También cuando desde el gobierno federal se articuló la represión y prisión de manifestantes críticos del mundial; o en la inacción gubernamental frente a la especulación inmobiliaria; la no aplicación de multas por deforestación y el cerco a los indígenas que pierden sus territorios. Tanto el PT como el PSDB y PMDB buscaron así aliarse en las elecciones con los sectores evangélicos que frenaron iniciativas educativas contra la homofobia y hacen imposible cualquier discusión sobre salud reproductiva.
Lo que junio mostraba, y que la polarización con Aécio Neves escatima, también se expresó en los vaivenes de la propia elección. Si hace dos años el triunfo del PT era dado por descontado frente a un rival que no entusiasmaba, debe recordarse que después de las manifestaciones de junio el porcentaje de los que consideran el gobierno de Dilma como óptimo o bueno bajó del 65% registrado en mayo a 34% en julio (CNI/Ibope). En ese momento cierta ansiedad interna al PT se manifestó con el plan para que vuelva Lula como candidato, propuesta latente para 2018, después de que en octubre la diferencia con el PSDB haya sido la menor en la historia.
La imagen de Dilma se recuperó lentamente y también pudo sobrevivir al Mundial, donde un debate sobre el evento pareció terminar en empate para el gobierno después del 7 a 1 que cerró la discusión sobre el tema. El éxito en la realización efectiva del evento se equilibró con las denuncias por sobreprecios, desalojos violentos en la preparación y desaceleración económica por los numerosos feriados. Finalmente, el tema no fue mencionado en la campaña electoral, a pesar de haber sido promocionado antes como oportunidad histórica para el país.
IZQUIERDA. La aparición repentina de Marina, después de la muerte de Eduardo Campos, volvió a generar ansiedad en el Gobierno, cuando las encuestas la mostraban imponiéndose en segunda vuelta. El PT optó entonces por atacar crudamente a la candidata para garantizar un segundo turno al que todos estaban más habituados, polarizando contra el gobierno neoliberal desde una posición a la izquierda. Las decisiones de Marina en la campaña iban también en la dirección del consenso transversal desde donde gobierna el PT. Guiños a los empresarios del campo, al conservadurismo religioso y al sector financiero, la mostraron también apostando por el juego convencional.
El compromiso con el poder económico es nítido si miramos el financiamiento de todas las fuerzas con posibilidades electorales, verdadero garante del armado político que inviabiliza cualquier cambio de orientación por su influencia en el comando político. Si el PT gobierna hace años demostrando que no constituye ningún peligro “rojo”; Marina se esforzaba en sobreactuar en contra de lo que la ubicó como figura importante de la política brasileña, mostrando que no serían ningún peligro “verde” para el capitalismo en el Brasil. La repentina amenaza de Marina de hacer desaparecer el PSDB de la segunda vuelta y posiblemente vencer al PT, sin embargo, dan cuenta de que —lejos de la clásica polaridad— la foto que prevaleció entre PT y PSDB es frágil y hay algo moviéndose en la política brasileña.
Tanto las movilizaciones en las calles como Marina aportan y son producto de un posible reacomodo del régimen político donde el PT dejaría de polarizar con el poder económico tradicional y heredero de la dictadura para representarlo en un frente político de todos los partidos. El propio Lula da Silva permite entender esto cuando afirma que su proyecto es un pacto de clases en que para que los trabajadores mejoren su situación le debe ir bien a sus patrones. Desde esta concepción, “paz y amor”, que acompañó a la imagen del Lula, que después de varias elecciones accedió al gobierno, se deduce directamente que la imagen más fiel a la política brasileña actual no sea la de la polarización sino la del consenso de perfil conservador.
El camino de no confrontación con mercados y sectores económicos del poder aleja a Brasil de otros países sudamericanos. Mientras el PSDB insistía en que no suspendería los bonos sociales, el PT garantizaba a los más ricos que los mercados no tenían motivos para inquietarse. Sin embargo, es cierto que la polaridad funcionaba legítimamente frente al PSDB. Un neoliberalismo como resignación o impotencia es diferente a un neoliberalismo incitado y buscado como horizonte. Esto es visible en una incuestionable prioridad por lo público para pensar la salud y la educación. Pero así sea por dificultad del contexto político, lo cierto es que la diferencia que explica el resultado electoral radica menos en políticas concretas en ese sentido que en una garantía del PT de que con ellos no sucedería lo peor.
SUDAMÉRICA. Del mismo modo, la diferencia entre las dos opciones electorales PSDB significaría un cambio en la forma de entender las relaciones exteriores. En dirección contraria a lo que el PT garantiza en el plano regional, el PSDB anunció que buscaría modificar la cláusula del Mercosur que exige a sus miembros negociar conjuntamente cualquier relación comercial bilateral con el mundo. Es cierto que esto puede dejar de ser un consenso dentro de los gobiernos progresistas, como ya mostró Ecuador, y como el propio gobierno de Dilma debe ser analizado frente al de su antecesor. Pero no deja de ser cierto que un apoyo como el vivido en mayo de 2006 en Bolivia con la decisión de que Petrobras continúe operando, no sería ni siquiera imaginable con Aécio. Si no es la verdadera construcción de una unión sudamericana, el PT al menos no reduce sus vecinos a problemas de fronteras y narcotráfico, como lo hizo el candidato opositor.
Los sostenes narrativos que localizan al PT como alternativa progresista, sin embargo, desaparecieron después de la elección. Las indicaciones de posibles ministros que circularon desde el PT ratifican ese camino con indicaciones de un camino conservador. Manteniendo la fórmula “exitosa” de hacer una lectura polarizadora, pero gobernar sin confrontar con poderes establecidos, el PT buscaría el voto del elector de Aécio en el sudeste gobernando para él. Para eso es plausible que mantendría una base de gobierno formada por partidos que en todo el país eligieron congresistas y gobernadores que de ninguna forma representan a quien votó por Dilma contra el fantasma neoliberal del PSDB. La premisa es que para hacer política en Brasil, hoy sería importante una imagen de renovación (todos los candidatos hablaban de cambios y “lo nuevo”), e incluso de soberanía económica y derechos sociales, pero siempre y cuando los mismos vengan acompañados de una política de alianzas con la vieja política.
En otras palabras, el PT confirmó que cuando su permanencia está en riesgo, cuenta con el voto de la izquierda, por más crítica que ésta haya sido en periodos de gestión. Deberá así gobernar para acercar los votantes preocupados con la seguridad más que con los derechos humanos; con la protección de la propiedad más que con la reforma urbana y agraria para acceder a ella. Si el camino del PT tiene hoy el apoyo popular, en términos de análisis es importante incluir dimensiones que escapan a la polarización y más bien se fundan en un “pacto de todos con todos” que nunca funcionó porque se disuelve en el instante en que los trabajadores y minorías que exigen derechos buscan su parte.
Por otra parte, como en otros lugares, Brasil asiste a la lenta pero firme aparición de una agenda política no contemplada ni por la gestión ni por los horizontes del instrumento creado por los trabajadores en los años 80. La fuerza política de minorías y jóvenes en las calles se enfrenta a un pensamiento modernizador ya anticuado, que surge de una concepción de sociedad homogénea, nacionalista, paternalista y limitada por instituciones republicanas ineficaces para enfrentarse al racismo, la desigualdad estructural y la falta de participación de las mayorías. Esta política que está más allá del consumo y de la elección presidencial cada cuatro años, se expresó en las calles —junto a otras manifestaciones— pero se mantuvo silenciosa en la elección. La mayoría del voto ratificó un proyecto que rivaliza con el neoliberalismo en las elecciones pero que se disuelve en tiempos de gestión.