Primero de Mayo: mas que plazas, lectura. Y es una pena, porque es día de sol. Todos iríamos. Con las plazas en la cabeza, las lecturas actúan a su modo. Kafka intuye hace ya más de un siglo que el trabajo está tomado por un sistema de dependencias. Percibe con claridad cómo la posibilidad misma de comprimir el trabajo en medios técnicos (mecanismos y máquinas) lo vuelven un asunto cada vez más obligatorio. Comprende bien la relación entre trabajo y medida: la parte más noble y la mas insondable de toda creación, que es el tiempo, queda prisionera en la redes de intereses mercantiles puros. En estas condiciones, el trabajo es sometimiento a una la ley externa (que otro hablante del alemán fallecido el mimo año en que K nació, llamó “ley del valor”) cuya imposición impide encontrar la interna. Kafka fue durante muchos años funcionario de un Instituto de riesgos del trabajo en Praga. Como abogado del organismo, negociaba con empresas los estatutos laborales, armaba protocolos, conocía al detalle el tema. Cierta vez, hablando con sus amigxs contó sobre lo habitual que era para él ver en el Instituto a trabajadorxs inválidxs por accidentes de trabajo solicitando esto o aquello, y cómo al verlos no dejaba de preguntarse cómo es que no venían un buen día a quemarlo todo de una vez. Son preguntas inevitables en toda ciudad marcada por el dominio de clase. Los críticos sostienen que Kafka escribía de un modo muy particular, vaciando las palabras de sus significados inmediatos y conectándolas con las tormentas afectivas que lo atravesaban. Su amigo Max Brod lo llamaba “santo”, y su otro amigo, Gustav Januch, “el último profeta”. Ezequiel Martínez Estrada lo vinculó con los profetas de los que habla Spinoza. ¿Profeta por qué? ¿Por esa capacidad de usar el lenguaje habitual en un sentido inhabitual, para conectarlo con signos de un nuevo tiempo sobre el que es difícil hablar? Si así fuera, sería “kafkiano” escribir sobre Kafka añorando plazas. Con esto en la cabeza haríamos bien, pienso, en leer este Primero de Mayo una frase de aquel K: «En la prosecución se esconde el diablo».
Posfacio con deudas // Ricardo Zelarayán (1973)
No sé cómo empezar esto pero empiezo nomás. Hoy estaba almorzando en