Anarquía Coronada

Plaza de Mayo // Diego Valeriano


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No es plaza de Mayo, es plaza Miserere o la peatonal de José C. Paz o la feria de Morón. Es Albino que a falta de changas,  ya no puede cumplir la promesa que le hizo a su mamá de traer a su hermano que desespera en Asunción.  No es la movilización a la plaza de los Dos Congresos, es Ayelén y su cansancio que tiene que ir y además llevar a  sus dos hermanitos.

Ni tararean a volver, ¿para qué?  El solo recuerdo del pasado le estruja las tripas: La casilla inmunda, el barco eterno, ese rancho rodeado de verde y hambre, las mudanzas continuas, el hermano muerto, la resistencia como forma de vida no deseada.

No es Hurlinghan, es urlinga a la altura de Morris, bordeando el Reconquista para bañarte cuando el calor no da más. Es esperar el regreso de mamá que fue a Olmos a llevar lo poco que queda, lo poco que hay. Es el miedo de la pibita de flequillo casi rolinga que baja del 166 a las 4 de la mañana y tiene que cruzar el puente, es el miedo de la mamá que la espera y sabe lo que pasa a esa hora.

No son la resistencia, no; eso es el gordo en la punta del andén de Morón que cuida por las noches el puesto de fruta que está justo cuando bajas la escalera. Parece dormido, pero cuando pasas cerquita pone una faca enorme a disposición, por las dudas. No puede ser la política, es algo demasiado complejo, demasiado aburrido y pretencioso: es el viaje del afilador que va de Pilar a Berazategui, es la doña saltando de la chanchita antes de la estación para llegar más rápido al Mercado Central, es Ricardo con su puestito de libros usados en la peatonal, es la ilusión de la primera vez a La salada, es conseguir cama adentro, un plan de cooperativa, es jugar en Merlo, es ser chorro, es ser Gendarme. Es la posibilidad de salvarse momentáneamente.

No es Macri, ni Prat Gay, ni Cristina, ni la editorial de un diario, ya no. Es que se hace ahora, ahora con todo lo que es: con los viajes en tren a ningún lado, con los remises a la estación, con los puestos en cada hueco que se encuentra, con el chipá calentito, con los millones de Hamlet vendidos, con el cuerpo dolorido, con el miedo, con el audio de tu hija que no pudiste traer, con el ultimo wasap de tu hermano del que ya no hay noticias, con las promesas de los presos, con el pibe que hace hip hop, con los vendedores de zoquetes, con los tatuajes, con las estrías en la panza de una piba que ya tuvo demasiados hijos.

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