Sobre el fantasma de Eva Perón y uno que otro libro al respecto. (A 70 años) // Diego Sztulwark


Ante todo: si es cierto que los fantasmas subsisten ahí donde los cuerpos cesan, no menos cierto es que el fantasma actúa en la superficie del cuerpo, antes que en su inmortalidad. El fantasma se desprende continuamente del cuerpo bajo la forma de un timbre de vos, un gesto, un movimiento de los brazos o un peinado. El fantasma de Eva Perón va ligado a un cuerpo vivo, capaz de afectar a otrxs tanto cuerpos vivos (¿qué otra cosa es una política?) política antes que a un cuerpo embalsamado, siniestramente apropiado por los apropiadores de cuerpo.
(“Evita íntima”, de Vera Pichel da excelente testimonio al respecto)
Matar al fantasma de Eva Perón es matar el fantasma quizás agónico, pero no enterrado, de la igualdad. Igualdad incluso burguesamente concebida, en tanto definida por la equivalencia formal entre mercancías. En todo caso, la noción de igualdad es irrenunciable como para seguir pensándonos. Eva Perón es la formulación plebeya de este problema.
(«Los cuatro peronismo» de Alejandro Horowicz permite pensar a fondo esta cuestión)
El fantasma de Eva Perón habita en una frase: “donde hay una necesidad hay un derecho”. Esa frase fue refutada dos veces durante los últimos meses. Primero por un candidato fantoche a la presidencia, segundo, por un juez de la Corte Suprema de Justicia. En ambos casos se declara que el mas urgente de los problemas es quebrar la vigencia de aquella frase. Se trata de un razonamiento tan simple y macizo como una bala: ya no es tolerable que unos gocen de un derecho costeado por otros. Ya no hay lugar para soñar con conciliaciones de clases. Quien pretenda gozar de un derecho deberá convertirse en empresarix exitosx. La consigna es simple y eficaz, como la voz de “disparen” (o de “fuego”) que acompaña un fusilamiento. Sujetos que no “emprenden”, se tornan carentes de todo valor. Es el fin de toda idea de humanidad por fuera del mercado.
(Una atenta lectura de las intervenciones mediáticas de Javier Milei y de Javier Rosenkratz da una idea precisa del asunto)
Hábiles peronólogos han buscado sin éxito en los discursos de Eva Perón la célebre cita a ella atribuida: ¿dónde y cuándo dijo Eva Perón que “donde hay una necesidad hay un derecho»? ¿Cómo es que no aparece el día, la hora? ¿Y si no hubiera modo de demostrar que esa frase le pertenece a Eva Perón? ¿Sería la cita en cuestión tan bastarda de origen como la propia Evita, que siendo la autora indudable carecería, sin embargo, de los medios para demostrar el lazo íntimo y necesario entre ambas? Hace ya varias décadas un Juan José Sebreli muy distinto al que hoy conocemos escribió un libro -de notorias aspiraciones sartreanas-, en el que vinculaba la bastardía de Eva, su mentado «resentimiento» individual, con el destino de los humillados de todos los tiempos. Un resentimiento “destinado a coincidir, tarde o temprano, con el resentimiento histórico de la clase obrera”. Pensaba entonces Sebreli que “el día que Eva Perón advirtió que no era la única que estaba sola y desamparada, la única que sufría una injusticia, sino que vivía en una sociedad de desamparadas víctimas de alguna injusticia, ese día dejó de ser rebelde, y comenzó a su modo ser una revolucionaria”.
(Vale la pena leer “Eva Perón aventurera o militante”).
Esa última palabrita -«revolucionaria»- tiene quizás algo que decirnos todavía. Puesto que revolución ha significado durante un par de siglos la vía moderna para instituir igualdades y no contamos con ninguna política sustituta para lograr objetivos similares. Entre nosotrxs argentinxs, la última concreción en términos de igualdades sociales provino del sentido emanado de aquella cita. Por lo que haríamos bien en reconocer en ella el ímpetu de la última revolución triunfante. No por nada John W. Cooke decía del Perón derrocado en el 55: fue el líder de la revolución democrático-burguesa. Luego de eso, no hubo triunfos revolucionarios entre nosotrxs.
(Sobre el problema de la relación entre peronismo y revolución, existen ensayos extraordinarios y divergentes como “Perón entre la sangre y el tiempo”, de León Rozitchner y “Perón, reflejos de una vida”, de Horacio González )
La máquina de demolición de la igualdad apunta en el extremo a liquidar toda realidad de los cuerpos mismos. La derecha argentina, en su tentativa final por quebrar la última consistencia -como sentido de dignidad capaz de animar resistencias- apunta al último residuo resistente que anida en el imaginario de una nación. Donde hay una necesidad hay un derecho. O en una enmienda levemente spinozista: donde hay una necesidad debe hacer un poder capaz de sostener un derecho. Necesidad y derecho se concretan en un poder. Donde sólo rige el derecho a acumular capital sólo hay destrucción de derechos.
(Sobre la relación entre necesidades, derechos y contrapoderes, habrá que seguir estudiando “El tratado político” de Baruch de Spinoza, y el “Manifiesto comunista” de Carl Max y Fredrich Engels)

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