Publicada originalmente en el blog Victorica
Es pertinente que la IA nos preocupe desde una perspectiva filosófica y antropológica. Cada vez son más las personas, especialistas o no, que afirman que estamos lidiando con un pedazo de tecnología que no sabemos manejar, que no estamos lo suficientemente evolucionados para comprender y para la cual no habría en principio un límite claro de su desarrollo. Esto debería aterrorizar a la población entera, pero hasta ahora la única persona que actúa con racionalidad es la vulgarmente conocida como “señora holograma”. Ella es nuestro “John Nada” si pensamos en la perfecta concordancia que tiene la realidad actual con la película de 1988 They Live.
En la peli dirigida por John Carpenter los alienígenas están entre nosotros y tienen el control planetario, pero aparentan ser humanos. Su verdadera forma solo es revelada cuando John se pone unos anteojos especiales, encontrados en la sacristía de una iglesia abandonada. Estos anteojos permiten al sujeto ver la realidad desvestida de sus apariencias engañosas, no solo a los alienígenas sino sus mensajes subliminales ocultos en los afiches publicitarios, las revistas o el dinero: “este es tu verdadero dios”, “obedece”, “compra”, “consume”.
Zizek los denomina anteojos ideológicos o anteojos de crítica ideológica, instrumento penetrante y develador, pero nada así existe fuera del universo de They Live. No disponemos de aparatos que revelen la verdad. Solo sombras e intuiciones. Pocos disponen de las facultades mentales necesarias para saber exactamente dónde radican los hologramas, solo podemos conjeturar. Mi hipótesis más reciente es que Pedro Rosemblat es un holograma.
Por holograma quiero decir que es un producto de la IA, salido de la fábrica digital de chat GPT o algún depositario de información similar. Su personalidad, sus reacciones, sus gestos, sus risas, sus preguntas y sus respuestas están absolutamente pautadas, premeditadas y acordadas, pero no en el sentido en que lo haría un psicópata, un periodista, un político o un reptiliano pederasta de Hollywood.
Su manera es más creepy-tonta y digitalmente obvia. En la entrevista que le hizo al Indio Solari hay un momento clave: Rosemblat pregunta alguna boludes sobre los algoritmos y las redes sociales, y en su respuesta, el Indio desliza una apreciación profunda e interesante sobre el dolor, y cuando la pelota vuelve a la cancha del entrevistador ¡éste le vuelve a preguntar sobre los algoritmos y la tecnología! Las sutilezas (ni tan sutiles), los momentos poéticos, la llama de la verdad no roza ni inmuta el semblante humanoide de Rosemblat, que no se da por aludido ya que, al igual que todas las IA hasta ahora, no es capaz de detectar, por ejemplo, frases interesantes y significativas en una conversación.
Si a cada boludo que nos cruzamos lo llamamos holograma la distinción pierde todo su sentido ontológico. Pero sigue siendo apropiado pensarlo en el caso de Rosemblat, y más aún si tenemos en cuenta que su inventor-papá, Sergio Rosemblat, es el orgulloso creador de un concepto espectacular que él mismo llama “publicidad en vivo”. Según sus propias palabras, al fin y al cabo,“teatro y marketing son lo mismo”. Esta sentencia maquiavélica es un buen indicador de cómo debemos considerar las vicisitudes del hijo.
De la misma manera que Chat GPT solicita alegremente información a los usuarios para enriquecer su equipamiento mental, Pedro Rosemblat se acerca a los ídolos para preguntarles cómo hay que vivir. Pide consejo y opinión y piensa que haciéndolo habla en nombre de una generación. Busca engordar su base de datos, memoriza frases amigables, y su comportamiento todo se asienta en el reino de las apariencias. Aparenta ser lo que un cálculo mal hecho le dice que tiene que ser. El mismo cálculo torpe y apurado que lo lleva, por ejemplo, a noviar con un holograma programado de forma similar.
Pregunta al Indio como si no supiera la respuesta, no se da por aludido cuando aquél lo acusa de ser un virus y un tumor, aparenta no ser lo que en realidad es. Se ubica por fuera del problema que su propia existencia supone. ¿Qué podría ser más cínico que una máquina apacible advirtiendo acerca del peligro que la máquina conlleva?
De todos los problemas que se abren a partir de la posibilidad de que la IA se instale como futuro paradigma, el caso particular de Pedro Rosemblat revela algunos bien concretos. Tal vez el más preocupante es el de la estetización, fenómeno que, en sus derivas contemporáneas, demanda nuevos análisis que den cuenta de su lógica actual. Por lo pronto, algunas cuestiones.
La entrevista al Indio ilustra a la perfección un modo de entender la moral no ya desde el sentido común, ni siquiera desde su cuestionamiento, sino a través del algoritmo puro. Los héroes ya no se eligen, se sintetizan. Al héroe tampoco se lo sigue hasta la victoria o la muerte, se lo condecora, congelando su presencia en una imagen que cosifica antes de intentar hacer sentido. Se espera del héroe que comparta el trauma de una experiencia sobre la cual discursivamente la IA se pretende cercana, pero que en realidad le es totalmente ajena, y ante la cual permanece indiscutidamente impasible, ya que la idea de que vivir genera heridas, escoriaciones o dolor es algo a lo cual un robot no puede ser más que indiferente.
La glorificación del pasado viene de la mano de su petrificación, estancando cualquier experiencia, confundiendo el valor humano de la historia con otro tipo de valor, que ni siquiera llega a ser monetario. No es que este sea indiferente, por supuesto, guita es todo lo que importa, y el costo de esta orientación vital nunca es menor. El pasado se aborda con la misma curiosidad con la que alguien podría clickear un shady link que promete entrada de dinero a cambio de esfuerzo nulo. Uno tendería a pensar que en este sentido la estetización funciona como un mecanismo de ocultamiento, cortina de humo o al menos distracción de tal aparato codicioso, pero esto no es así. La codicia que moviliza a la industria y reduce la charla a título, el héroe a thumbnail, el interés a interacción y así, no se esconde sino que se enaltece en forma y contenido, es el molde de trucha silicona al cuál toda idea se adapta como puede.
En el análisis de They Live realizado por Zizek, el autor reflexiona acerca de cómo la ideología opera como dadora de sentido a través de la publicidad. Zizek sentencia que al contrario de lo que uno supone, la ideología no funciona como un par de anteojos o anteojeras que limitan la visión, mientras parcializan a la vez que materializan la realidad circundante. Por el contrario, la ideología es la realidad circundante, revestida de fantasía libidinal, oculta a través de mecanismos análogos a la fetichización, y la crítica ideológica es el instrumento que perfora, el anteojo que media entre la percepción subjetiva ideologizada y el mundo. Esto significa que el trabajo de la crítica ideológica es detectar el holograma donde aparentemente no está. Peor aún: el objetivo sería detectar dónde no hay hologramas.