No quería escribir sobre este libro. Quería traducirlo. Pero soy un ex traductor, por algún decreto editorial. O rumores. Así que escribo mi comentario sobre este libro genial. Escrito de una manera que cambia la manera de leer. Por eso es genial. No es por la lengua francesa, es por el autor, que la tuerce retuerce.
Un libro escrito con los hermanos Powys: John Cowper, Llewelyn y Theodore Francis. Más las hermanas, más el padre, reverendo. Más libros que escribieron.
¿Cómo dejé escapar a Patrick Reumaux? Siempre estoy atento a Marie Canavaggia, pero se ve que no estoy tan atento. O la desatendí por algún tiempo, y no me lo perdono, ella es uno de los oídos más admirables de la literatura. Ella era mi hilo conductor a Patrick Reumaux. Pero finalmente llegué por otro lado. Vi el libro sobre la mesa de una librería y leí la primera página y me caí adentro. Y lo devoré.
Deuda. «Más tarde, debemos a Marie Canavaggia la traducción (notable) de dos textos extraordinarios: Les sables de la mer (Las Arenas del mar) (1958) y la Autobiographie (Autobiografía) (1965) de John Cowper Powys…»
«François Xavier Jaujard sostenía firmemente que John Cowper Powys, había escrito, en honor a su traductora, un limerick cuyos dos primeros versos decían:
A young girl from Corsica
Called Marie Cannavagia…
Falta completar este limerick para dar testimonio de la admiración unánime inspirada por las traducciones que Marie Cannavaggia hizo de las novelas y de la autobiografía de John Cowper. Tradujo igualmente Unclay, en mi opinión la obra maestra de Theodore pero, me parece, que con menor suerte. Resumiendo, diré que tradujo el sentido, no los sonidos.»
La mesa redonda de los Powys es un libro para inútiles como yo. Los inútiles no deberíamos perder el tiempo tratando de gustarle a los payasos profesionales de la carrera literaria, que se hacen los inútiles, y solo son bordadoras de la carrera. Tenemos que cruzarnos de vereda cuando nos invitan. Solo tenemos que leer libros escritos por parias y no por diletantes que tienen respuesta para todo. Aquí, en esta mesa redonda de Patrick Reumaux un paria encuentra algún momento, y después se va por donde vino. Claro, tiene que soportar no estar con la moda, si no, es un paria de cartón. Ya casi corté con todos esos farsantes. Voy a poner algunas citas de Reumaux, solo de él, cortadas, para no cantar la bola de entrada como diría Osvaldo Lamborghini. Sin nota al pie ni número de página. Es fácil, todas pertenecen al autor de este libro.
Los parias «tienen que ser lo que siempre han sido: parias. […] Por más que traten de ser diferentes, tienen un punto en común esencial. Inútil buscar, no lo encontrarían: no saben hacer nada. Son unos buenos para nada que, literalmente, no saben hacer nada.
No tienen oficio –no tienen suficiente fuerza para ser excavadores– ningún habilidad para los negocios; tampoco saben: escribir a máquina –conducir un coche– servir la mesa, cuidar el ganado o los caballos. Y olvido otras cosas: no saben contar, tampoco sumar o restar, ni multiplicar, mucho menos dividir, solo saben hace una cosa: escribir. O cuando no escriben, vagabundear, hacer kilómetros, marchar apoyados en temibles bastones, marchar buscando… pero es otra historia.»
Y para saber qué hacen además de escribir, hay que leer este libro.
Patrick Reumaux tradujo al francés varias obras de los tres hermanos Powys. Y aquí escribe toques, abre escenas, no interpreta nada, escribe con, los cita, cita a otros, entra en ese infinito de la lectura y lo expande. Sus maneras de leer están ahí. Escritas.
Crítica. «Que sea asociativa, que se aferre al imaginario de los símbolos o que se vuelva contable […] la crítica levanta vuelo o toca fondo. Pasa al costado de su objeto. Ahí, lector, me estás esperando a la vuelta de la esquina.
–¿Cuál es entonces el objeto de la crítica?
–Un discurso del método o una meditación sobre la función del relato.
No sobre lo que significa –no sé nada de eso, no sé lo que hay en la cabeza de Theodore o en la de John Cowper, no sé si son cabezas bien o mal hechas y no tengo la pretensión de saberlo, ya que tampoco está “el gusano acurrucado en el cerebro del Demorgon” – sino el modo en el cual funciona.»
Un inútil lee a paria, lleva su libro bajo el sobaco, sabe que lleva mucho tiempo meterse en un libro, conquistarlo, y si no aspira a crítico o a pensador público, relee, acepta ese adagio que dice que leer empieza en el releer.
«Tengo ganas de de decir algo acerca de un soberbio estudio de Thomas J. Diffey, que entendió que –y no simplemente en John Cowper –«el misterio reside en la superficie. La superficie de las cosas es el corazón de las cosas» y se divierte en oponer los filósofos profesionales a los otros, lo que equivale a medir la profundidad de la tumba del academicismo, puesto que John Cowper Powys (y sus hermanos) pertenecen al campo (nietzscheano) de los pensadores privados y no al campo de Hegel («ese almacenero de la filosofía») que es aquel de los pensadores públicos.»
Y está la carta que Theodore Francis Powys le escribe a un editor que le pide que se describa: «Perdone que no hable de mí de manera más entretenida. Pero le ruego que agregue lo que quiera». Tal vez solo alguna indicación biográfica, lugar de nacimiento, y casi nada más.
Que el lector mire la solapa de este libro y entenderá por qué traduce a Thedore Francis Powys.
Y está la detestación de los bien pensantes, venga de donde venga, hacia los Powys, y viene de todas las orillas. Traduzco la traducción que hizo Patrick Reumaux de esta cita: «No entiendo por qué, escribió Richard Aldington, los Powys han reinado sobre la escena literaria durante casi medio siglo. Tendrían que haberlos estrangulado a todos ni bien nacieron, en la cuna.» Otro, crítico, y encima pretendiente a escritor famoso, tienen esa chifladura los críticos, la de escribir, dice que John Cowper Powys tiene una construcción defectuosa y que sus análisis son pesados.
Patrick Reumaux escribe su lectura y su traducción.
Me gustaría traducir el inicio de este libro, justamente el que me atrapó, pero me contengo, sigo la regla implacable de no arruinarle al lector la entrada a un poema. Además este libro sigue otra regla igual de implacable de los libros que ponen un valor: no se pueden contar por teléfono. Es el libro de un conjunto de dioses caídos.
Conjunto de hermanos (compongo con las palabras de Patrick Reumaux): John Cowper Powys, el mayor, especie de sacerdote exclaustrado, el inmóvil Theodore, el ermita que soliloquea, especie de hombre de cera que solo el demonio sabe cómo hacer para que se funda, y Llewelyn, como mono con el trasero rojo ensartando todo lo que pasa mientras hace bufonadas dignas de los primates de Shakepeare.
We are de Powyses, you and me.
Las preciosas ridículas, sean filósofos, poetas o analistas, nunca podrán leer a parias, a dioses caídos, a ineptos para pensar, nunca podrán leer powys, en la medida en que sigan agarrados uñas y dientes a la lengua.
Traduzco un poco más: «¿Los héroes de John Cowper Powys? Todos los mismos, se llaman No Man, como Ulises.»
O:
«Decir que el psicoanálisis es una de las claves que permitiría captar mejor el universo de [John Cowper] Powys, es derribar una puerta abierta, puesto que se trata de un universo donde casi no hay cerraduras. Imagen del padre, incesto, sado-masoquismo, otras tonterías explícitas o implícitas. La elucidación del ello powyseano no tiene en mi opinión ningún interés particular. Hermoso tema de tesis, sin duda, pero destinado, edípicamente, a ir allí adonde van la mayor parte de las tesis: al sótano.»
Patrick Reumaux es lo contrario del tentador que fabrica relatos para el poder, él escribe este poema y lo arroja botella al mar. Y lo puntea de sugerencias, de intrigas, de líneas que traen pasado, que rescatan olvido, y lo repone para el que quiera leer. Y nos mete en una trama familiar que excede lo familiar por obra y arte de un escribir (el de los Powys y el de Reumaux) que desacata la alcahueta obediencia a la lengua, y a la filosofía pública, (me repito para machacar) para darle entrada al universo Powys contaminado de monos y máscaras Shakespeare, de «profetas fulminantes», de fracaso, únicos y uno por uno, de pasajes, eróticos, a la acción, O, al contrario, de serpiente de mar que huye, que solo es ella misma en el suspender, en el retrasar o «en el placer indefinidamente diferido», o lentitud divina, para mí, contra el ser. Una inmovilidad desertora.
La mesa redonda de los Powys tiene un hueco a la espera de secuaces.
Una pena que no lo traduzcas, Hugo.
Si en algún momento optas por el micromecenazgo, cuenta conmigo.