por Friedrich Fontana
En la esquina de Cerrito y Buenos Aires hay un tipo esperando el colectivo. Está ahí parado y zapatea. No es un zapateo folclórico ni nacionalista; el tipo zapatea porque es así. Cuando espera el colectivo zapatea y al tiempo se hace rulos con la barba; a veces se come las uñas y nunca puede dejar de pensar. No son pensamientos o ideas profundas, creativas, que devengan en la invención de algo. No. Tampoco son pensamientos literarios o estéticos. Son pensamientos secos, como cortados de las sinapsis con filo tan ardiente que la herida cauteriza de inmediato, impidiendo el sangrado. Suele decirse a sí mismo que pensar todo el tiempo le hace mal. Pensar en nada todo el tiempo hace mal.
Es temprano y el frío embota en esa esquina donde el tipo espera el colectivo. Lleva puesta una campera de cuero negro, larga hasta debajo de la cintura, un suéter color ocre y una bufanda larga haciéndole juego con sus medias rojo carmín. En los zapatos lleva doble moño, por las dudas que alguno se desate. El cabello impecable, rasurado y sin pelusas. Sin embargo tiene mal aliento, y él lo sabe. Eso lo irrita mucho.
El tipo sube al colectivo y pasa la tarjera pero algo no sucede y la tarjera queda sin marcar. No sabe qué hacer, jamás le pasó algo así. Nunca. Tampoco imaginó cómo moverse si alguna vez le pasaba, lo cual lo deja paralizado. Se queda allí al lado de la máquina mirándola. Y zapatea. Ve la flecha y la indicación: coloque la tarjeta aquí, en esta dirección. Intenta de nuevo y nada. Su viaje no se marca. Del interior de su estómago un vacío se abre. Siente sus órganos moverse, un palpitar salvaje de las entrañas. Sus piernas se consumen y pierden fuerza. No pueden sostener su cuerpo. Entonces el tipo se agarra del pasamos y mira alrededor como perdido en un túnel de cloacas.
El colectivo sigue viaje y a las dos cuadras vuelve a parar. Sube gente y pronto se amontonan porque el tipo está ahí parado, en medio del paso. Uno se queda a medio camino de la escalera y le grita:
Dale pelotudo, pasa que tenemos que subir.
El tipo se da vuelta y lo mira. Está a punto de llorar.
Lo que pasa es que no puedo marcar el viaje, no sé qué hacer.
En eso el chofer se da por enterado y abre la boca:
Pase señor, hoy viaja gratis.
En la mitad del colectivo hay dos viejas. Una de ellas cuenta que al salir de su casa encontró una paloma muerta y que la noche anterior había escuchado en el noticiero del 3 que la contaminación en la ciudad ya era insoportable. Que las palomas murieran no era el problema. La otra vieja escuchaba con atención, como si un físico cuántico le explicara que si uno juega con una pelotita contra la pared por cierto tiempo, esa pelotita podría atravesar la pared.
Ahora hay que tener cuidado, sentenció una de las viejas. Estas palomas muertas tienen una enfermedad que se contagia por al aire. Ni hablar si sos alérgica. Se te mete todo por la nariz, o por la oreja también, y en un par de semanas empiezan los síntomas. El doctor decía que hasta podes alucinar. ¿Vos sos alérgica Esther?
– Si, soy alérgica a las cosas dulces.
– Ay, que desgracia nena, ¿cómo sos alérgica a las cosas dulces? Eso es una enfermedad más que una alergia.
Sí, mi nieta dice lo mismo. Que ella no podría vivir ni un mes sin comer cosas dulces. Pero yo la verdad ya me acostumbré. Como todo viste. Ahora tengo la presión por las nubes porque le echo sal a todo. Pero bueno, de algo hay que morirse, )no?
Y no sé, si yo podría elegir quisiera no morirme.
Se quedan en silencio. El colectivo para y sube un tipo bastante extraño.
Mirale la cara a ese tipo, pobre infeliz.
Si, la verdad che. No le anda la tarjeta parece. Miralo. No sabe qué hacer el tarado. Pobre tipo. Encima zapatea, miralo vos. )Le decimos algo, lo ayudamos?
Pero no nena, mira si es un loco de esos y te pide plata o te quiere tocar. Dejalo solo, si necesita ayuda algún otro se la va a dar. Y sino que se joda, por infeliz.
Las dos viejas siguen el viaje en silencio. Al rato una se levanta y encara para el fondo. Se va agarrando con firme convicción del pasamanos e intenta decirse que todo está bien, que no hay porque temer. Interiormente siente un pánico inenarrable. Siente que se puede caer y quebrarse la cadera, o romperse la cara contra el piso del colectivo. Toca el timbre y antes de bajar mira al tipo que estaba sentado delante de ellas.
Camina algunas cuadras y encuentra varias palomas muertas. Antes de entrar al super de los chinos ve al pibe que vende películas pinchando una paloma con un palo. Se le acerca y le cuenta el porqué de la situación, con detalles que inventa. El pibe la mira con indiferencia, ascendiendo su mapeo desde los tobillos de la vieja hasta las manos, saturadas de venas azules. Se miran un rato y se odian sin saber porqué. La vieja piensa: este pibe es un desperdicio, todo el día acá afuera, al pedo, vendiendo esas películas de mierda. Sin embargo le sonríe y se va.
El pibe se sienta en un cajón de manzanas que le regaló el verdulero del súper y se prepara un mate con un vaso de plástico que lleva en la mochila. La mañana es fría y todavía no vendió ninguna película. Hoy tiene que hacer 100 pesos como mínimo porque le tiene que pasar guita a su hija. Hace más de 1 mes que no la ve y la mama, esa puta, le dijo que si no llevaba plata ni aparezca. Hoy tiene que hacer más de 100 pesos.
En eso se acerca un tipo con su hijo de la mano. Pasan caminando y se paran en el puesto de películas. Miran sobre el tablón los cientos de títulos que ofrece el pirata. El padre lo mira de reojo al pibe que vende películas y le pregunta de donde las saca. El puestero se persigue y le dice que eso no le importa, que si quiere compre algo y si no se vaya a la mierda. El padre lo mira al hijo y le dice que a estos negros de mierda no hay que comprarles nada, que seguro las roban y que con esa guita se compran droga. Que hay que ir al foco infeccioso y exterminarlos a todos. El puestero se le acerca, sigiloso y le suerte tremenda piña. El padre cae sobre el tablón y las películas se desparraman en el piso.
El puestero se le tira encima y en coordinada secuencia no deja de azotarlo. Con el puño derecho le destroza la nariz y con el izquierdo lo revolea de los pelos.
La china que atiende la caja del super sale a separar y el otro chino, el que repone la mercadería, se le suma. Entre los dos le sacan de encima al puestero que lo amasijó a trompadas. El tipo se levanta, envuelto en sangre, y toma de la mano a su hijo. Se alejan sin decir nada.
A las dos cuadras el nene le pregunta a su papa:
– Papi, ¿por qué te pego ese negro?
– Porque es lo único que saben hacer hijo. Como hablar no pueden les sale irse a las manos, así arreglan todo. Nunca te acerques a gente así, que seguro te van a querer robar o sacar algo. Porque son así, no hay con que darles. Cuando crezcas lo vas a entender.
Siguen caminando y el nene se mete la mano dentro de la campera y saca una película. Parece no saber qué hacer con ella. El papa lo nota y le pregunta:
– ¿De dónde sacaste eso?
– La agarré del suelo. Cuando el negro te tiro arriba del tablón se cayeron varias. Y mientras él te que cagaba a trompadas yo le saqué una película.