1.
El 15 de marzo pasado la Negra, mi pareja, cumplía 9 meses de embarazo. Adentro de su panza se encontraba, milagrosamente, un ser humano llamado Pipi de manera provisoria. Pipi era una personita habitando el misterioso interior del útero de una mujer que había decidido que no quería saber el sexo de la criatura. Un día, bajo la obligación socio comunicativa de nombrarle, alguien dijo Pipi y así se quedó. Pipi era funcional porque no tenía genero, por lo que le otorgaba prematuramente sus derechos adquiridos de ser lo que quisiera. El problema surgía con el diminutivo, forma empleada muy frecuentemente dada la ínfima magnitud del ser en cuestión. Que Pinina para acá, que Pipino para allá, o que Pipine no sé qué.
Sin embargo, llegó el día 15 de marzo, Pipi cumplía 40 semanas ahí adentro y no mostraba señal alguna de querer salir. La decisión de cuándo salir era únicamente suya, ya que con la Negra habíamos decidido que sería un parto natural, o humanizado, como le dicen en México a un parto que se realiza fuera del quirófano. Habíamos decidido disfrutar el nacimiento del nueve integrante y no pedirle a un doctor que mirara su agenda y nos dijera que día tenía libre para desenfundar su bisturí y sacarle de ahí. Cuestión que el críe, dando vueltas en su liquido amniótico, como si estuviese en el espacio, era quien decidiría cuándo tocaba la puerta de la nave para que le abrieran. En ese momento nosotros tendríamos que salir disparados de la casa camino al hospital. Además de los nervios y los dolores, hay que considerar el hecho de que en la Ciudad de México las distancias no se miden en distancia sino en tráfico. Es decir, que el espacio se mide en tiempo aunque Stephen Hawking se retuerza en su tumba.
Así que, nos dice el ginecólogo, cuando las contracciones se repitan equis tiempo, y duren no sé cuántos minutos, significa que la dilatación es de no sé cuántos centímetros. Pipi va a salir cuando la dilatación sea de diez, por lo cual, ustedes tienen que llegar al hospital con ocho centímetros. El hospital cobra una fortuna por día, así que si llegas antes y esperas ahí, es problema tuyo. Ooooooquei. No problemo. Es decir que, a las 2 de la mañana el hospital queda a 20 minutos de la casa, pero a las 6 de la tarde, queda a una hora. Por lo que, de solo pensar en la posibilidad de qué las contracciones indiquen 8 centímetros de dilatación a las 6 de la tarde, un viernes digamos, pa ponernos un poco dramáticos… lo mejor es decirle al ginecólogo que sí todo, como a los tontos, cambiar de tema y a otra cosa mariposa. La imagen de parir en el auto es, simplemente, escalofriante. Julito Cortázar y su autopista al sur son un poroto en la Ciudad de México. O sea, un frijol. Como Pipi hace 38 semanas.
Todo iba a ser en el Hospital Durango, de la colonia Roma, donde hay una sala llamada LPR: Labor, Parto y Recuperación, que tiene la cualidad de funcionar de manera opuesta a todo el resto de los hospitales de país. Es decir, que no considera el embarazo como una enfermedad y el parto como una operación. En todo México, que no es justamente una aldea, sino una inmensa bestia feroz, solo hay tres Hospitales con dichas salas. El resto, naca la pirinaca. El 98% de los partos son por cesárea. Doctor, agenda, fecha, camilla, piernas pa´riba, epidural, bisturí, y apúrese un poquito por favor que la siguiente cesárea es en media hora, sale el bebé y antes de que la madre pueda disfrutar un poco, la enfermera malvada se lo lleva a la sala de cunas, como castigade, le dan leche de formula (la Maruchan de las leches, digamos) y punto pelota. Después, al día siguiente, si la madre se portó bien, le pasan un rato a su hije. O sea, un sistema médico sumamente violento, autoritario y anti natura. Y el padre… bien gracias. El boludo de turno.
En cambio, Pipi iba a nacer en LPR, una sala que le lleva de todo lo que usté guste. Una pelota de plástico gigante, un fular colgado del techo pa nacer como Tarzán tlaxcalteca, un banquito para nacer en cuclillas como las indias en la selva Lacandona y un jacuzzi. ¡Olé! ¡Jacuzzi! Ese nos gusta a nosotros. Pipi va a nacer en agua, y no somos más cancheros porque no tenemos tiempo.
Cuestión, que los nacimientos de los nuevos integrantes de este mundo, no son en el mes nueve, como dicen los cuentitos, sino cuando al ser en cuestión le de gana, dentro de un margen comprendido entra la semana 38 y la 42. El día 15 de marzo, en el que estaba presupuestado que naciera Pipi, era el día promedio. Y llego el día, y no había ni contracciones, ni dilatación, ni nada, solo tráfico y un pequeño detalle añadido: un virus global tremendamente hijo de puta llamado Corona Virus.
2.
Nos habíamos enterado primero de lo que estaba pasando en China, pero claro, a quién carajo le importa China. Digo, más allá de que son casi la mitad del mundo y el único contrapeso de los gringos, y que todos los objetos del mundo están hechos ahí, y que comemos su comida y nos fabrican los teléfonos, y etcétera, a quién carajo le importa de verdad lo que le pasa a los chinos.
Había un virus, decían las noticias, que había nacido en el mercado de Wuhan, un mercado que nadie conocía y que ahora, lamentablemente, es el mercado más famoso del mundo, y que se había contagiado a los humanos a través de un murciélago que un chino no se había alcanzado a comer porque se le había escapado volando del plato.
Los casos de contagios comenzaban a aumentar y nadie le daba la suficiente importancia por varias razones. La primera es que los seres humanos hemos aprendido a ser indolentes porque este mundo es una verdadera calamidad, repleta de catástrofes de todo tipo, y si uno le presta real atención a cada guerra, cada hambruna, cada éxodo, cada maremoto, cada desaparición de especies por calentamiento global, cada deformación por pesticida, la única opción posible sería la de ir a inmolarse a la casa Blanca o a alguna otra casa de los mandatarios del G20. Mejor y más sano seguir preocupados por la infinidad de problemas locales, como las desapariciones en México, las torturas en Chile o la crisis económica en Argentina. Así que, cuando nos hablaban de los chinos, preferíamos pensar que no era tan grave y que pasaría al olvido como otras tantas influenzas. Además, el desconcierto era incrementado por una cuestión de proporciones dada la gran cantidad de chines que hay en la China. Todos suponemos, por instinto matemático, que cien mil uruguayos son muchos para Uruguay, que cien mil mexicanos no son tantos para México y que, obviamente, cien mil chinos no son nada para China. Así que claro, no le dábamos la importancia suficiente. Y así nomás sucedió: el estúpido sentido común de la gente común, fue adoptado no solo por los comunes, sino por todos los mandatarios, administraciones y sistemas políticos del mundo mundial.
Resulta entonces que en diciembre ya había algunos chinos infectados por haber ido al mercado ese horrible a comerse su wantan de murciélago termino medio. Pero resulta que las autoridades chinas, que no se caracterizan precisamente por permitir el ejercicio de la libertad de expresión, no permitieron que se difundiera la noticia de los primeros infectados. Así que algunos chinos volvieron al mercado a buscar su promo de vampiro y así se empezó a ir al carajo todo. Ahí perdimos un par de meses para afrontar el asunto que se nos venía encima. Después, cuando se dignaron a blanquear la situación, los italianos y los españoles no les hicieron mucho caso y dilataron la puesta en marcha de medidas aproximadamente un mes más. Por lo que parece, si algo no tienen los epidemiólogos italianos, es visión a futuro. Quizás deberían agregarle un catalejo a sus microscopios y dejarse un poco de joder su parsimonia.
Corría la primera semana de marzo y los tanos y los gaitas ya estaban viviendo esta espantosa historia que hasta a José Saramago le parecería exagerada. Y nosotros en México, dubitativos entre pensar seriamente como escandinavos que no somos, o como buenos latinos y no hacer absolutamente nada.
3.
Era obvio que Pipi no quería salir. No hace falta hablar en amniótico para entender que estaba haciendo su propia cuarentena uterina. Y qué pasa, nos preguntábamos nosotros, si decidía salir una o dos semanas más adelante, cuando el virus estuviese más expandido, y nos obligara a ir al hospital en esos días. En México parecía que no pasaba nada. Daba la sensación de que, aunque los italianos se estuviesen muriendo a millares, aquí teníamos una fuerza que nos protegía. Quizás el calor, decían algunos, quizás los anticuerpos que les han dado las bacterias radiactivas de los tacos callejeros, decían otros. Cuestión, que le preguntamos al doctor que qué ondita con la situación. Qué si no era mejor dejarse de joder con el parto en agua, natural y con playlist de Cerati, y pensar mejor en inducir el nacimiento de el críe antes de que aumentaran los riesgos. El doctor dijo que sí. Parece que había visto mucho las noticias la noche anterior, o quizás, se estaba enterando de primera mano de casos de contagio que los datos oficiales no estaban dando. En el país, decía el gobierno, hay nueve casos, y el doctor ya estaba al tanto de 12. La cosa se ponía fea y empeoró cuando nos enteramos que el hospital donde Pipi iba a nacer, era el hospital de los trabajadores del Metro y que ya había algunos casos de contagio rondando por ahí. ¡Santa cachucha!, dijimos nosotros. Todo se desarrollaba en una tensa calma hasta que el doctor nos dijo que iba a mudar su consultorio a otro hospital, uno ultra fresa (cheto, cuico, pijo) donde había menos riesgo de contagio. Y ahí todo cambió, radical e intempestivamente. Corría el miércoles 18 y el doctor fijó la inducción con oxitocina para el viernes 20.
El cambio de hospital no era exactamente fácil. No era, como decía Aristóteles, soplar y hacer botellas. Al cambiar de hospital se mantiene al ginecólogo pero se cambia a la pediatra y a la doula, que se pronuncia dula.
Paso a explicar brevemente que es una dula y seguimos con el cuento. Una dula es una mujer (desconozco si hay dulos, calculo que sí, pero seguro que en algún país desarrollado, no en este) que acompaña a la pareja en el parto natural y le da consejos de postura, respiración y demás cuestiones que faciliten la salida del pequeñe y la tranquilidad de los padres ante tan, pero tan, extraña situación. Con la Negra habíamos decidido que no necesitábamos dula, que estaríamos los dos adentro del jacuzzi, y que simplemente tendríamos que mantener la calma, respirar profundo, y Pipi saldría de cabeza al agua. ¡Al agua pato!, creo que se dice en contextos infantiles. Así que calma, amor, paciencia, comprensión, respiración, y listo. Una semana antes del nacimiento, la Negra se despertó a las 4 de la mañana con un calambre de la puta madre, gritaba como si estuviera a punto de parir, yo intenté ayudarla y solo la hice sufrir un poco más. “Agárrame aquí” -decía ella-, “¿Aquí? -preguntaba yo-. “Nooooo, ahí no, aquí” – repetía ella”. “Ah” -decía yo-, “Nooooo, así noooo, asiiii”, “¿Así?” Al final terminó puteándome de lo lindo y el calambre se fue solo cuando se tenía que ir. La mañana siguiente acordamos que si no éramos capaces de superar juntos un calambre, menos un parto natural, así que llamamos a una dula para que nos acompañara.
Así que, teníamos 48 horas para encontrar dos personas que tuviesen permiso para trabajar en ese hospital y no fuesen chantas, fresas, místicas y nos dejaran, de paso, con la billetera vacía. Todo el miércoles y el jueves entrevistando pediatras por teléfono. La mitad eran colombianas, holísticas, integrales, hipi-chics y excesivamente cariñosas. Ah, y mientras más cariñosas de cariño, más cariñosas de caras. Y la negra con un niñe de casi 4 kilos atroden. Vaya infierno. Al final, la ultima pediatra con la que hablamos, una que parecía una persona normal, nos pareció lo máximo y aceptó parir con nosotros.
Hablamos con varias dulas ese día. Todas eran excesivamente cariñosas. Ninguna nos convenció, y decidimos recibir solos y juntitos al tan esperade Pipi.
4.
Y claro, ahí los chinos se pusieron las pilas e hicieron un hospital gigante en media hora. Un hospital donde podrían vivir plácidamente la mitad de la población uruguaya, sin compartir el mate, obviamente. Mientras las autoridades españolas se tomaban la ultima caña, algunos países nórdicos decidieron dejarse de joder y cerrar las fronteras sin titubear. Los latinos, fieles a su tradición, decidieron dejar para mañana lo que podían hacer hoy. Así, Europa comenzó a encuarentenarse de manera oficial pero tardía. Sánchez llenó la ciudad de policía para vigilar que la gente no saliera y no se le ocurrió ni por casualidad la posibilidad de generar planes sociales para los despedidos que las empresas empezaban a dejar en la calle, cosa que sí hizo Macron, que de buenas a primeras dijo que los encuarentenados no iban a pagar la renta ni los servicios. Fue el primero de los pseudo latinos en tomar medidas coherentes. Y los coreanos ni hablar. Eran junto con China e Irán, uno de los tres países más afectados, hasta que prendieron la compu, hicieron una formula rara, apretaron enter y listo, toda la población curada.
Mientras tanto en América… En América ya habíamos iniciado el concurso del presidente más fascista de la región. Porque claro, a los sudacas progres nos gusta criticar a los europeos por conquistadores y esas cosas, pero, ¿cómo andamos por casa? El primer país en tomar medidas fue Argentina. Alberto Fernández, un hombre de poca retorica, de mensajes no incendiarios, con bajas dosis de hipocresía, alejado del discurso de las falsas izquierdas latinoamericanas, un hombre de centro, medio buena onda y aparentemente sensato, que más que peronista parece radical, se dio cuenta primero que nadie que la cosa venía fea y antes de la primera muerte declaró la cuarentena, y el que salía de casa sería sancionado. Punto pelota. Las cosas como son y nos quedamos en casa por si acaso nomas. Las economías se recuperan, las muertes no.
No vaya ser que el virus no sea un cuento chino y nos venga a matar a la mitad de la población de este continente sin salud pública. Y ojo que Argentina, permanentemente en crisis, es el país con la mejor salud pública del continente. Menos mal que Macri ya no estaba porque la debacle habría sido total y hubiera obligado a la gente a ir a trabajar para no afectar la economía que por cierto, destruyó. Mientras Fernández daba el anuncio de las medidas al país, Piñera, su vecino trasandino, no tenía la más puta idea qué hacer, y Bolsonaro, el vecino fascista, parecía haberse contagiado y decía que a él no le hacen nada esas gripitas, aunque claro, él dijo gripiñas, que suena mucho mejor. Los fascistas brasileros hablan tan bonitiño que parecen menos fascistas, pero ojo, no lo son. Porque como decía Roque Dalton, “hasta el menos fascista de los fascistas, es un fascista”. Y atrévanse a negarlo.
Mientras, por aquí por el norte, el presidente mexicano se convertía en predicador y daba discursos en actos públicos por todo el país, diciendo que con unión y honestidad, los mexicanos superaríamos la pandemia. Para después bajar de la tarima y besuquear a todo el mundo, incluida una niña de 6 años que se negaba sin éxito a ser besuqueada.
5.
El viernes veinte a las 6 de la mañana salíamos con la Negra y Pipi bien guardada al hospital en la loma del orto. Un poco más lejos y nacía en Estados Unidos. El GPS nos indicó un camino equivocado así que tardamos un poco más de la cuenta. A las 7 habíamos llegado y a las 7:30 la Negra ya estaba enchufada a la oxitocina que le ayudaría a generar las contracciones necesarias para que Pipi se sintiera aludida y aceptara salir de ahí. En ese momento tuve que ir a la Administración del Hospital a pagar. Parir en México es tremendamente caro y el sistema público no es la opción que más nos gusta para parir en pandemia. La señora de la Administración me explicó todo lo que ya sabía, me pidió la tarjeta de crédito y antes de devolvérmela, me hizo firmar un boucher como garantía por todos los gastos extras que se pudiesen generar. Si Pipi no salía por parto natural, tendría que salir por cesárea, y claro, el quirófano es más feo, más peligroso, más jodido, y también más caro. Una ecuación tan rara como cierta, y tan cierta como triste. La señora me hizo firmar alrededor de una tonelada de papeles. Por mi, por la Negra, por Pipi, por el boucher, por si quería recibir publicidad, por si quería hacer una donación a una institución de muy dudosa procedencia, por si quería recibir en la habitación la visita de unas señoras religiosas del sagrado corazón de no sé qué, y varios etcéteras más. En cada una de las hojas tenía que escribir nombre completo mío y de la Negra, y yo, que hace unos cinco años que no escribía a mano, tuve que encender la memoria holográfica, recrear mi nacimiento y volver a las primeras clases de caligrafía. Todo en 15 segundos, para tardar alrededor de una hora en escribir quince veces Sebastian Kohan Esquenazi y Lorena Ahuactzin Guevara, con una letra absolutamente incomprensible. Cuando la señora vio que Pipi tendría como apellidos la nada despreciable sumatoria de Kohan Ahuactzin, apellidos de indescifrable procedencia, con ese equilibrado compendio de haches intermedias, quizá mudas, quizá no, y esa desproporcionada cantidad de consonantes desordenadas, agrandó los ojos, me miro fijamente con la mente en corto circuito, como sin poder arrancar, hasta que logró proseguir y me dijo muchas gracias, que todo salga bien. Yo, que me había puesto alcohol en gel cada vez que la señora me cambiaba de hoja y me daba el lápiz nuevamente, lo cual retrasó la sesión de firmas y caligrafía una media hora más, le di las gracias, sin darle la mano y me levantaba de la silla para irme al nacimiento de mi hije, cuando de repente escuché que la señora me decía de manera abrupta y decidida: “Primero Dios”. Yo quedé desconcertado, como atontado, sin entender qué me estaba queriendo decir. Igual de atontado que ella cuando leyó Kohan Ahuactzin. Finalmente, cuando me destrabé y logré arrancar el motor, solo atiné a decirle “bueno”, y me fui. Alguna vez había escuchado la frase “Dios mediante” y hasta me gusta un poco, pero “Primero Dios” no, y no lograba descifrarla. Camino a la habitación pensaba que quizás Dios había llegado primero esa mañana porque se sabía el camino y no había puesto el GPS y entonces nosotros entraríamos a parir después que él. Cuando entré en la habitación la Negra estaba ahí, tranquila, sola, acostada en la camilla con la bolsa de oxitocina enchufada al brazo y el goteo comenzaba a hacer su trabajo de comunicarse con Pipi de manera artificial. Dios no estaba por ninguna parte.
6.
Al principio, más allá del alto riesgo sanitario, todo parecía una cuestión de buena voluntad, de solidaridad, de no salir a la calle por el bien del otro, de lavarse las manos sin parar, con jabón y abundante agua por más de veinte segundos, cantando el estribillo de nuestra canción favorita. La cuarentena ya había comenzado en Italia y en España y el riesgo latente se hacía manifiesto. Ya no era problema de los muchos chinos lejanos, sino de nuestros conocidos españolitos que tan creyente habían hecho a la señora de la caja del hospital. La primera impresión era que había que quedarse en casa y punto, como decían los hashtags y esas cosas de milenials. Y entonces Messi, el insufrible de Sergio Ramos, Piqué, Marcelo y demás figuritas millonarias, comenzaban a viralizar videos en unas fachas horribles, haciendo jueguitos con papel higiénico para, supuestamente, crear conciencia. Anda a lavarte el orto, pensaba yo, en buen porteño.
Así, las occidentales conciencias televisivas se iban nutriendo de mensajes solidarios. No hay mal que por bien no venga, decían los optimistas comentaristas. El virus nos había convertido en una hermosa ONG donde todos velaban por el bien común y salían a los balcones a cantar o a aplaudirle a les doctores de un sistema de salud universalmente devastado. La humanidad por fin había encontrado el camino de la bondad y solidaridad universal. Más allá, claro, de los pelotudos que salen igual y que claramente son más tontos que malos. Sin embargo la gravedad de la situación no estaba ahí, en la capacidad de no salir a la calle y aprender a aburrirse (cosa que los freelance hemos hecho toda la vida), o en tener que soportar a la pareja y a los hijos durante días y días de encierro, sino en otro lugar mucho más grave que las lágrimas por la emoción de la solidaridad de Sergio Ramos no nos permitía ver.
El problema es que en el medio del pánico, los Estados y las empresas, están tramando la manera de ganar nuevamente la partida, de jugar a la bolsa, de llevarse sus dolarucos a las Islas Caimán, y dejar a la deriva a la población universal. El problema es que la crisis sanitaria activa de manera inmediata todos los mecanismos de poder que cotidianamente nos convierten a todos, en los más desafortunados.
En España, al primer día de crisis sanitaria nos dimos cuenta que el problema mayor no era la enfermedad provocada por el virus, sino que la casta de los Socialistas y los Populares, se había encargado durante los últimos veinte años de desmantelar el Estado de Bienestar y se había llevado puesto el sistema de salud. El problema no era el virus, sino que estaban faltando las doscientas mil camas que antes sí existían. Cuando parecía que el problema era un virus generado por el murciélago ese que no se dejó comer, y creíamos que los cuidándonos podíamos mejorar la situación, las empresas empezaron a despedir gente y a dejarnos confinados en cuarentena, desocupados y sin dinero para pagar la renta. Porque claro, el insufrible Sergio Ramos puede crear conciencia con su papel de baño porque su mansión es suya y el Real Madrid no lo va a despedir. Y hablando de los fachas del Madrid, que lindo va a ser si algún día vuelve el fútbol.
Triste darse cuenta, de sopetón, que el problema no era el virus sino, como siempre, este sistema donde los pocos que detentan poder, tienen la venia de los Estados para destruir las vidas de todo el resto de los mortales con total impunidad. Toda catástrofe natural se vuelve humana y sistémica automáticamente. En los huracanes, terremotos, maremotos, epidemias siempre, pero siempre, se mueren los pobres. Apenas la epidemia se hizo pandemia, se activaron los mecanismos de desigualdad a su máxima potencia. La gente desde los balcones hace su acción del día insultando al idiota que sale a la calle, pero nadie cuestiona al sistema que nos tiene abandonados a la suerte del señor. “Crisis económica” le llaman ahora a lo que no es otra cosa que la demostración de que el sistema económico no considera los riesgos que conlleva el simple hecho de vivir. El sistema neoliberal, ese al que juegan todos los países, no considera la pobreza, ni la enfermedad, ni la muerte, como crisis económica, sino como una variable necesaria de la estabilidad económica. Mientras haya pobreza, mano de obra barata y ejercito de reserva, todo va a andar bien. Y ahora que tienen que tomar medidas, se preocupan de la gente de a pie. Pues, diría yo, déjense de joder y saquen al Ejercito a repartir comida, y ya. Pan, tortillas, frijoles, porotos, alubias, judías, cada uno en su idioma que el sabor es el mismo (menos los beans ingleses que son asquerosos), y nadie se les va a morir de hambre. Que unos frijolitos no le van a hacer mella a sus cuentas. “Crisis económica” no es más que un eufemismo de la debacle planificada de la población, y el salvataje de los bancos, los ejércitos, del negocio armamentista, de las drogas, del fútbol, y obviamente, de las farmacéuticas. Los Estados solo están ganando tiempo para mantener a flote a sus amigos los privados.
Todas las crisis económicas las pagan los ciudadanos. Todas. Las de ahora y las de antes. La del Tequila en México, la de Argentina en el 2001, la de España en los dosmiles, la de Estados Unidos en 2008, cuando parecía que quebraba Wall Street, pero al final perdió la población clasemediera y el Estado aprobó un salvataje a los bancos de 700 mil millones de dólares para que no quebrara ni uno, y ahí andan, vivitos y culeando. Así nomas funcionan las cosas, siempre, pero nos olvidamos rápidamente y ahora, tanto la derecha como la izquierda, que unidas jamás serán vencidas, discuten hasta cuándo estirar la puesta en marcha de medidas sanitarias, con tal de dilatar el inicio de la “crisis económica”. En México quieren planificar un equilibrio entre medidas sanitarias y crisis económica, lo cual tendría mucha lógica sino fuese porque mientras dilatan el estado de emergencia, la gente se contagia, y al final, un poco después quizás, la mentada crisis va a llegar igual, pero un poco peor y con zombis por la calle.
Así, mientras las cuentas offshore inundan los paraísos fiscales, nosotros, clasemedieros cagados de susto, nos quedamos en casa aprendiendo a hacer pizza con la harina que compramos el día que nos agarró el pánico, y aplaudimos a Sergio Ramos porque un día amaneció solidario.
7.
A la Negra la enchufaron a la oxitocina a las ocho de la mañana. Ella en su camilla y yo en mi sillón, esperábamos la llegada de Pipi mientras veíamos CNN. El panorama era desolador en todos lados menos en México. ¿Será que el país ya está tan hecho mierda que no tiene lugar para nuevas calamidades?, pensaba yo. Mi teoría de la densidad de catástrofes por metro cuadrado fue desarticulada inmediatamente con la noticia de que Croacia había sufrido un terremoto en medio de la pandemia. El gobierno le había permitido a la gente salir a las calles, pero manteniendo su sana distancia. El doctor que revisaba el goteo de oxitocina, las contracciones y los latidos del integrante uterino, nos contaba que el gobierno les había pedido que no hicieran más pruebas del Covid19 hasta nuevo aviso y que no podían entregar los resultados de las pruebas ya realizadas. Para ganar tiempo y que la “crisis económica” inicie lo más tarde posible, hay que descubrir los casos muy de a poquito. En cualquier momento, cuando el presidente diga que está todo en orden, se nos viene el punto de inflexión, agarramos la curva a toda velocidad, llegamos al pico y nos vamos al carajo. Y hasta ahí nomás llegó el discursito de la “crisis económica”.
Al cabo de cinco horas de goteo, habían aumentado en el mundo alrededor de tres mil casos positivos, o cien infectados por gota, para ser más exactos, y Pipi, obviamente, no mostraba una sola intención de salir de su cuarentena individual. La Negra tenía pocas contracciones y el gobierno mexicano, muchas contradicciones.
8.
En Chile la gente había a comenzado a guardarse sola, antes de que Piñera decidiera una sola medida. Chile es un país que hace varios meses comenzó una revolución y la gente se está gobernando sola. El domingo 8 de marzo se habían manifestado en las calles más de un millón y medio de mujeres. El país no podía estar más encendido cuando llegó este maldito virus a intentar desactivar la movilización. Claro está que no lo va a lograr y cuando el virus se vaya, con lo que quede de nosotros, se volverá a reactivar la revolución en las calles. Quizás seremos zombis, pero furiosos. Por lo pronto, a la derecha chilena la pandemia le venía como anillo al dedo para desmovilizar a la población y prohibir cualquier tipo de manifestación. Tan hija de puta es la derecha chilena, que en vez de establecer una cuarentena o pedir confinamiento y distancia social, decretó muy tardíamente la situación bajo el pomposo y dictatorial asunto de: Estado de Excepción Constitucional por Catástrofe, con toque de queda incluido, y desplegó más de veinte mil efectivos de las Fuerzas Armadas por las calles. Así de claro. Piñera y sus secuaces aprovecharon la pandemia para fortalecer el control social y la represión. Veinte mil soldados armados en las calles y ni uno solo desinfectando la ciudad para evitar contagios. Mucha lacrimógena y poco jabón. Podrían meterle jabón al guanaco (tanque con chorro de agua) y ayudar a la población, en vez de meterla presa y torturarla, digo yo, no sé. Eso sí, antes incluso de las medidas sanitarias, habían tomado una primera decisión política: se posponía el plebiscito para redactar la nueva constitución porque la gente no se podía juntar, pero no suspendieron ni las actividades laborales y ni las clases en las escuelas. La primera noche de confinamiento en los hogares, los carabineros aprovecharon para limpiar la Plaza de la Dignidad y sacar todas los monumentos y obras de arte que había instalado la revolución. Miserables es poco. Pero no se preocupen. Apenas se curen los chilenos les van a volver a romper la ciudad entera para construir otra encima.
9.
La Negra llevaba conectada 13 horas a la oxitocina esa, las contracciones eran muchas, duraderas y dolorosas. CNN nos tenía la cabeza destrozada y la dilatación no aumentaba. Pipi no quería salir. Quizás si en la habitación del hospital no hubiese habido televisión, otro gallo cantaría. A las once de la noche el doctor nos dijo que no había señales esperanzadoras y que la única alternativa para terminar con la cuarentena de Pipi era la cesárea. Así que, a las doce de la noche estábamos en el quirófano, con la Negra abierta al medio, yo a su lado con mi telefonito grabando como un pelotudo de vacaciones, intentando no levantarme mucho y ver integro el interior de mi mujer y así mantener ciertos niveles de respeto por la intimidad de la pareja. El doctor, tras cortar varios largos tajos con su bisturí, metió una especie de cilindro de plástico con salida por ambos extremos, dejando uno afuera por el cual, yo me daba cuenta, el doc veía a Pipi agazapade, aferrade a algún órgano, o colgade cual Trazán a su cordón umbilical para no salir de ahí. El doctor metió las dos manos y le agarró pero se le resbaló. Después presionó fuertemente las costillas de la Negra con su antebrazo y metió la otra mano, pero Pipi se escabulló con una finta mágica. Por un momento pensé que se venía el nuevo Messi, pero el pensamiento no duró. Finalmente la asistente le pasó un instrumento largo, curvo y metálico, parecido a un calzador de zapatos pero gigante, que el doctor introdujo en la Negra y con el cual hizo palanca, sí señores, palanca, logrando que asomara la cabeza de Pipi. Todo ahí era asombro, sangre y amor. Cuando Pipi ya no podía volver atrás, el doctor la agarró con las dos manos y la fue levantando de a poco, como el rey león a su hijo, o como Maradona a la copa del Mundo, hasta sostenerla en aire para que la Negra la pudiera ver. Tras unos segundos de observación y silencio, la Negra dijo emocionada “Martina hermosa, ven aquí”. En ese momento el doctor me pasó una tijera para que yo cortara el cordón umbilical, ese que Martina usaba de liana para quedarse en cuarentena. Me acerqué, lo corté y en ese momento el doctor la acostó en el pecho de su madre, al que se pegó inmediatamente y del cual, una semana después, no se piensa despegar.
10.
Sin embargo Piñera no era el único que aprovechaba el virus para llevar agua a su molino. El presiente mexicano, convertido en una especie de predicador evangelista, mezcla de mesías que viene del futuro y fuerza moral que viene del pasado, aprovechaba cada pregunta que le hacían los periodistas para cambiar el tema. Como al niño que el profe le pregunta, “Pepito, ¿qué sabe usted de las hormigas?” Y Pepito, que no sabía de hormigas pero si de elefantes, responde: “Pues yo se que la hormiga es un animal muy chiquito y que el más grande es el elefante. El elefante tiene cuatro patas, una trompa y hace brgrruuuu…”. Y así hacía Obrador con las preguntas del virus, mientras besaba escapularios. La mejor fue cuando le preguntaron que qué opinaba sobre la pandemia y dijo que él confiaba en la fuerza y la honestidad del pueblo mexicano, porque la corrupción se había terminado, y que por eso ya no se iba a construir el aeropuerto de Texcoco sino el de Santa Lucía. Una joya nuestro presi. El presidente mexicano era el único mandatario no fascista del continente que no le daba ninguna importancia al tema. Había pasado de ser un hombre aparentemente empático, a un obtuso militante que creía que el virus era una invención de los conservadores para destruir a su gobierno. Debe haber leído mucho al pelotudo de Giorgio Agamben, reconocido filosofo italiano que los primeros días de marzo expresaba su izquierdismo y su rebeldía, diciendo que el virus no era tan grave, que el Consejo Italiano de Salud había dicho que era una gripe común y corriente, así que, obvio, la cuarentena era una exageración inútil impuesta por el status quo universal, para implantar un nuevo estado de excepción, restringir las libertades y dominar a la población. Cómo la escusa del terrorismo ya no era suficiente para seguir reprimiendo, se inventaron esta, dice tan pancho el señor filosofo mientras en su país se agotaron los ataúdes. Todo parece indicar que los epidemiólogos italianos leen al filosofito ese. Porque claro, es verdad que el status quo universal se va a aprovechar de la situación para generar control sobre la población, pero eso no hace al Coronavirus un virus común y corriente. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. ¡Agamben el favor!
Menos mal que la gente en México comenzó a tomar medidas antes de que las planteara el presidente besucón, y que Sheinbaum, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, actuó con seriedad ante las condiciones imperantes y comenzó a suspender actividades. El día 22 de marzo, con más de 200 contagios en México y casi medio millón en el mundo, Obrador decía lo siguiente desde un restaurant en Oaxaca, “Yo les voy a decir cuando no salgan, pero si pueden y tienen posibilidad económica, sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas porque eso es fortalecer la economía. Los mexicanos por nuestra cultura somos resistentes a todas las calamidades y en esta ocasión vamos a salir adelante. Nuestro pueblo es poseedor, heredero de culturas milenarias”. Digamos, para empezar, que lo de las culturas milenarias no tiene nada que ver con nada, porque los italianos tambien las tienen y no les ha servido de nada, y de los chinos ni hablar. El presidente mexicano prometió tres puntos de crecimiento economico cuando asumió el mandato y prefiere arriesgarse al virus y rezarle en público a las virgencitas, a vivir una crisis economica que por cierto, es imposible de evitar. Dilatar la puesta en macha de las medidas de la mentada Fase 2, para que la recesión economica dure menos es, a mi juicio, una bajeza de proporciones. La economía se va ir al carajo en todos lados y habrá que sostenerse de otra manera. Pero quién soy yo para hablar de economía, si los economistas han demostrado que hacen muy bien su laburo.
Es cierto que dos días después de esas declaraciones chamánico-mercantiles, el Secretario de Salud anunció la Fase 2 y el gobierno tomó medidas, lo que hace pensar dos alternativas: una, la del policía bueno y el policía malo, donde Obrador hace del bueno y tranquiliza a la población, para evitar el pánico y una crisis gratuita y prematura, y el policía malo, donde el resto del gobierno toma las medidas más radicales. O la otra, la más factible, es que Obrador padece una grave deformación profesional y cree que todo se mide en oficialismo/oposición (cualquier similitud con el resto de los líderes de izquierda latinoamericanos es pura coincidencia). Y así, dominado por sus sueños transformadores, y presa de su impermeable cerrazón, mantuvo un extraño y eterno soliloquio, un tanto autista, que el resto de los integrantes de gobierno fue interviniendo de a poco, rectificando el camino.
Si por alguna razón México supera sin demasiadas muertes esta pandemia, Obrador quedará como un estratega un poco sabio y un poco cauto, un poco loco, con un toque de realismo mágico y escapularios mediante, pero si por el contrario, México llega a la Fase 3, vive el punto de inflexión y da la curva pronunciada que han dado Estados Unidos, España, Italia, Francia, Irán, China y otros tantos, la actitud campechana y la dilación en la toma de medidas, se convertirán en errores criminales…
11.
Pipina, de nombre Martina, nació a las 00:23 del 21 de marzo. Yo tenía todas mis energías puestas en que naciera el día 20, o sea, 23 minutos antes para que fuera Piscis y no Aries, como la madre, y en una de esas tener la esperanza de que tenga un carácter un poquito mejor, pero no se pudo. Es Aries y ahora habrá que amarlas y soportarlas a las dos tal cual son. Estuvimos los tres en el hospital dos días mientras la Negra se recuperaba del tajo ese enorme que le hicieron. Ya estamos en nuestra casa. Martina está increíble, hermosa, sana, fuerte y toma teta todo el día. Salió monotemática la nena. Y aquí estamos encerrados, en cuarennena, esperando que pase esta historia. Ahora mi pasión es cambiar pañales y sacarle los chanchitos a la 1 AM, 3 AM, 5 AM, 7 AM y así sucesivamente. Ella aun no sabe que yo existo porque no soy una teta, pero supongo que algún día diversificará sus amores y espero ser uno de ellos.
12.
La cosa está que arde. Ahora nos despertamos todas las mañanas rogando que bajen los contagios en España y en Italia, que sea real que en algún momento no muy lejano la curva de la muerte comienza a descender. Esperamos que cambie allá, para que cuando nos toque aquí, tengamos algún miserable dato del que agarrarnos, como Pipina a su cordón. La cosa está fea fea. Estados Unidos es el foco de contagio más importante del mundo, el presidente naranja dice que no puede ser peor el remedio que la enfermedad, así que mejor todos a trabajar y nada de estar enfermitos en sus casas. Y Obrador no piensa cerrar la frontera del Norte. Ahora somos nosotros los que queremos que pongan el muro. Quién lo iba a decir.
13.
Pipina linda, hermosa, ya te lo he dicho más de mil veces en estos 10 días desde que te conozco, pero te lo escribo aquí otra vez. Eres la cosa más linda que vi nunca en la vida. Te trajimos a este mundo jodido porque, aún sabiendo que estamos rodeados de personas peligrosas, creemos que la vida puede ser hermosa y digna de ser vivida. Haremos todo para que así sea. Tu hermano Ale ya sabe arrullarte y hacer que dejes de llorar. Yo no. La Negra es fuerte y te ama. Estamos felices y agradecidos de estos nueve meses que te llevó a cuestas a todos lados, y de esas tetas que te hacen tan feliz. Te tocó llegar en plena pandemia, confinamiento y distancia entre la gente. Estamos en cuarentena en la casa, carentes de contacto pero repletos de amor. Esperemos que pase esta crisis de mierda y podamos abrir las puertas de la casa para que entre la gente querida y te llene de besos, abrazos y amor.