Orgullo del súper-viviente // Agustín Valle

Tres o cuatro tipos charlaban en el furgón del San Martín, entre dándose risas y pensando las cosas de la vida, sobre todo la vida callejera (“se dan cuenta que estás en la calle, por la pinta nomás…”). Tiene algo de asamblea de clase trabajadora, el furgón, asamblea ocasional del precariado metropolitano (sin la dimensión decisora de la asamblea). Estos decían por ejemplo:

– El otro día volvía de la cancha, y fui por Palermo y al final me re cagaron a trompadas, unos travestis.

– No, si yo los vi pelear, son terribles peleando los travestis, porque peleando son un hombre… ¿Pero les hiciste alguna, vos?

– No, no yo ningún quilombo, venía caminando, y la ligué nomás…

– Yo donde hay quilombo, le esquivo. Me gusta la joda, me puedo sentar en una plaza hasta dormirme de escabiar, pero donde hay quilombo, no… Lo único que me falta es que me terminen cagando a trompadas.

Era de mediana edad este hombre cauto.

Después hablaron de los precios del transporte y de los colectiveros buena onda y mala onda. Uno -el que más roto parecía- hablaba de que las empresas del bondi se privatizaran… “Ya son privadas”, le contestó el prudente, pero el privatista insistía: “si el gobierno privatiza el bondi, lo va a manejar una empresa, y el Gobierno no se va a meter más en el medio, y vos vas a depender de vos mismo”, con mucho énfasis en las últimas palabras. Eso se afirmaba, depender de vos mismo. Eso es lo verdadero: la gente sobrevive gracias a su esfuerzo y rebusque (y duele, y cansa, y…), el resto es falso. Se vive en la selva hace rato (de forma desigual, claro): tiene sentido que se haya votado por un supuesto león. Que vino a blanquear, a sincerar una razón -un sentido- ya prefigurada por las condiciones de vida: vos dependés de vos mismo. El resto es chamuyo.

El agente mediático oficialista Pablo Rossi dijo en la Rural que el ajuste en curso -que llevó la miseria a niveles récord en la historia nacional- es posible “gracias al aguante del pueblo argentino”. La cultura del aguante resulta capital del capitalismo extremo. Este cinismo máximo, que convierte la capacidad de autoafirmación popular en épica del despojo, tiene, empero, encarnación realista. Sobrevivís por tu capacidad de sobrevivir, y eso -que duele- es un orgullo. Un orgullo subjetivo que se afirma: dependés de vos mismo. No hay servidumbre voluntaria, hay voluntad de sentir la fuerza propia, que en condiciones de gran despojo es la reproducción de la vida, la supervivencia. Y se siente más la propia fuerza superviviente cuando se declara que no hay otra fuerza que la propia de cada quien. Este entendible un orgullo del súper-viviente que sale al mundo con su fuerza desnuda a conseguir el mango, versión sincerada (y ajustada) del discurso emprendedurista (que otrora ofrecía devenir empresario), es fomentado desde el poder como racionalidad popular mientras la desigualdad y la concentración de riqueza/poder siguen subiendo más allá de las nubes de alienación anímica.

3 Comments

  1. Lindo texto, dosificación ejemplar.

    «Cultura del aguante» también era la del colectivo juguetes perdidos, no? Pero en un sentido activo y colectivo, en lugar del sentido pasivo e individual que tendría ahora. Habría que pensar este pasaje, con el aguante como eje, con la sospecha de si ahí no radica el corazón de nuestro plusvalor contemporáneo.

    Conviene leer la realidad a partir de los valores triunfantes de una época y sus discursos? O la cosa es más bien al revés? Aunque su registro se haya ido a las empresas, a las redes sociales, al emprendedurismo, no pueden ser sino las formas colectivas de cooperación (producción de subjetividad) las que marcan el pulso y las formas del valor.

    Mejor aún, quizás podríamos pensar ya no el pasaje de una época activa y colectiva del aguante a otra pasiva e individual, no ese bamboleo adormecedor entre márgenes de pureza mítica que hoy tanto garpa ante las cámaras y micrófonos, sino la coexistencia eterna de ambas subjetivaciones, de quien aguanta toda la mierda para sobrevivir y al mismo tiempo (con mucho énfasis en esta cuestión de la temporalidad) saca no sabe de dónde algo de fuerza que le sobra para hacerle el aguante al de al lado. Ayer era trabajar, militar, salir a pasear, estar con tus hijos, agotador e insostenible ciclo de la ambivalencia del aguante que cualquier viejo militante peronista, con mayor o menor habilidad retórica, podía contarte de taquito.

    Ese es y ha sido el germen de la militancia popular. ¿Y no es ese el milagro que ansiosamente se espera advenga hoy? Las fórmulas de la vanguardia, del militante profesional, ya nos sacan de la ambivalencia del aguante… la revolución como fin de la ambivalencia del aguante…

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