Omnipresencia del periodismo // Pedro Yagüe

Cuando el pensamiento se atrofia, se convierte en periodismo. Es el basurero al que van a parar la sociología, la ciencia política, la historiografía, el ensayo, la filosofía, incluso la literatura, cuando la experiencia no aparece y lo que se busca, de una u otra manera, es comentar la realidad. El analista político es el personaje por excelencia de estos tiempos. Exhibe lucidez en la práctica redundante de la descripción. El periodista quiere informar; el consumidor de noticias, informarse. Y como los datos en exceso pueden ser aburridos, el buen periodista, como el pedagogo, sabe que es necesario agregar un poco de entretenimiento. Pizarrones, tizas, esquemas, filminas y pupitres. La crítica política devenida en periodismo es una tecnología social de infantilización.

A mediados del dos mil, el periodismo se había convertido en el horizonte deseable de una generación que, obediente como era, festejaba junto a sus dirigentes el ansiado retorno de la militancia. Algo en eso debió sentar el terreno para la combinación de realismo político y estetización que posteriormente se produciría a través de las redes sociales. Los sujetos actuales desean estar informados, para así lograr, en sus pequeñas discusiones y posteos, un argumento convincente, irrefutable. Y como la información ya no es subversiva –no sabemos bien qué hacer con ella–, ningún centro o grupo de poder se preocupa por lo que sepamos. Como decía Žižek jugando un poco con la frase de Marx: lo saben, pero lo hacen.

La omnipresencia del periodismo es un síntoma que se refiere a nuestra dificultad para traducir lo vivido en experiencia. Al informarnos, nos enteramos detalladamente sobre aquello que nos pasa, nos anoticiamos sobre nuestra propia pasividad. Y esto se articula de manera perfecta con la sociabilidad virtual y abstracta de nuestro tiempo. La comunidad virtual, hecha a imagen y semejanza de la identidad estética que ofrecemos, nos otorga los enlaces y titulares necesarios para no quedar fuera de nuestro mundo. A veces ni siquiera hace falta leer, alcanza con algún slogan, incluso con un meme. Las intensidades encuentran un código virtual con el que expresarse: verborragia, orgullo, incriminación, catarsis. Se aprenden fragmentos, citas, listas blancas de nombres y palabras, con las que rendir, como un examen, ante el auditorio.

El panelista (desde la opinión) y el experto (desde el saber) constituyen los dos grandes modelos de intervención mediática. Son también dos modos del habla, dos formas discursivas que ya se han extendido hasta lo más profundo de nosotros. Es común que los usuarios de las redes, de un momento a otro, asuman como propia la máscara del panelista o del experto para compartir el mensaje adecuado a la identidad estética que sostienen. En 1993, con una lucidez anticipatoria, Claudio Uriarte decía: el destino inevitable de esta época y de esta generación termina siendo el periodismo, que ya organizaba las cosas de este modo antes de que fueran así. Con el tiempo, todo el mundo será periodista, en potencia o en acto.

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