A partir del Laboratorio de Creación II en el Teatro Cervantes, a cargo de Silvio Lang.
La experiencia no tiene un nombre más allá de lo pactado: Laboratorio de Creación II en el Teatro Cervantes, a cargo del director Silvio Lang (aunque en privado circulen títulos subterráneos como Fuerzas silvestres o Fuerzas plebeyas). Desde el vamos la linealidad impera y el encuentro se autodefine en público como lo que es: un espacio de experimentación en el que, desde febrero, los 25 artistas seleccionados entre los 500 que se presentaron exploran un lenguaje bestial.
Sabemos que los que impulsa Lang son cuerpos insurrectos. Shorts, mallas, tops, túnicas, polleras, bombachas, pañuelos le hacen juego a la desnudez unidos por los mismos símbolos de mestizaje rupestre. En la sala (diminuta para tanto despliegue) hay pieles brillantes, húmedas, chorreantes, ensordecidas, enceguecidas como una jauría. Los del centro del espacio son palíndromos sexuales, risueños, agitados, excitados; todos uniformados por una sola tentación: la demasía.
El territorio se expande y en cada rincón que se mira hay seres en acción hasta el paroxismo. A un lado, guitarra, tambor, micrófono, un grupo rotante se convulsiona de palabras mientras otro lo hace con gestos: todo el cuerpo dispuesto en forma de gritos. Circo, acrobacias, teatro de cabaret, elementos de descarte, estética de la austeridad, retazos de feria. No hay rodeos ni metáforas en los discursos que sueltan como alaridos desbocados, vociferados de mil maneras: mensaje único pero impulsado siempre a modo de aullido social de imágenes y sonidos intempestivos, modismos impropios, desorbitados, guturales. Como rap de medianoche. Como comparsa de barrio. Como marcha en 9 de Julio.
Un enjambre de escenas codifican una mirada frenética sobre la política y los políticos actuales, los votantes y la sociedad que encuadra en esa visión del mundo. Actrices, actores, bailarinas, bailarines y performers danzan alrededor del mito de Sísifo contra el absurdo. Abren la boca dejando entrever seis dientes de arriba y seis de abajo, se aceleran mientras perrean un compás de fervor ritual o balancean su peso en tablones o caños; con tacos altísimos (aguja o Converse con plataforma) se cuelgan peligrosamente de una escalera tambaleante, baten látigos y redes y cacerolas o ruedan dentro de barriles oxidados con toda su carne expuesta y entrelazada. Son cuerpos vasculantes. Son cuerpos catárticos. Son, no hay duda, cuerpos deseantes.
Los 25 actúan el exceso casi como una pose obligada de la resistencia. ¿Así luce un cuerpo libre? El gesto desmedido funciona a repetición: la que enciende un esbozo de gratitud. ¿Es acaso un modo de impulsar una política a tono con una economía libidinal, con una maquinaria de guerra? En contra del cantar individual, desde su silla en uno de los tres frentes que abre la experiencia, Lang promueve la disciplina deslenguada de la fuerza común. No hay representación sino travestismo escénico.
Ya lo había hecho en Meyerhold, freakshow del infortunio del teatro, con las palabras de María Moreno en Salón Skeffington, las insurrecciones de Lamborghini en El Fiord o el poemario de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny que Lang llamó del mismo modo: Diarios del odio. El teatro es agite. Aquí una vez más los espectadores bordean el abismo de la abundancia a riesgo de ser salpicados por la letanía, tras dos horas de movimiento continuo, de fiesta subversiva, sin poder sumarse al convite.
Lo que dicen es tan directo (tanto más que los cuerpos) que remueven el erotismo hasta dejar solamente la cascarilla del porno. Tal vez lo que buscan es disipar dudas que nadie pregonaría. ¿Es necesario autoproclamarse teatro comprometido? Pero el designio es colectivo y resulta al menos prometedor imaginar que con sus voces esgrimidas desde un teatro nacional son y serán capaces de desarmar morales, imposiciones, normativas, potestades, con la potencia única que guarda toda invención.
FICHA
Laboratorio de Creación II, por Silvio Lang
Lugar: Teatro Cervantes (Libertad 815)
Funciones: martes a las 19
FUENTE: Clarin