Entrevista a Michel Serres
Por Juan Manuel Bellver
Después de la generación X, la generación Y, la generación ni-ni o la generación Eisntein, la última camada de la sociedad desarrollada atiende al nombre de generación Pulgarcita, bautizada así por el francés Michel Serres en homenaje al personaje del cuento de Perrault, que sería hoy una mujer de menos de 30 años, nacida con el advenimiento de la tecnología digital, que juega con su smartphone manejando los pulgares -de ahí el nombre- con habilidad pasmosa. Recientemente laureado con el Dan David Prize, Serres se centra en escribir la segunda parte de Pulgarcita (2012), una obra en la que retrata al conjunto de jóvenes crecidos en la sociedad global de las redes sociales y «destinados a transformar el mundo».
Hombre de libros pero también de acción, entre sus estudios de matemáticas, literatura y filosofía, tuvo tiempo de ser oficial de la Marina y hasta participó en la reapertura del canal de Suez. Viajero, deportista, ecologista, pacifista, divulgador de la ciencia… Para este devoto del pensamiento lógico de Leibniz su búsqueda de una epistemología de la física y química fue una consecuencia traumática de la bomba de Hiroshima. Desde entonces, trata de entender y explicar el mundo con una capacidad de síntesis admirable basada en su visión multidisciplinar del saber humano.
Pregunta.- ¿De dónde viene su interés y su conocimiento de la generación Pulgarcita y por qué la bautizó en femenino?
Respuesta.- La conozco bien por tres razones. La primera: tengo cuatro hijos, 11 nietos y seis bisnietos. La segunda: he sido profesor durante casi toda mi vida. Y la tercera: desde 1982 enseño en Stanford, que se encuentra en medio del Silicon Valley, de ahí mi experiencia con las nuevas tecnologías. En cuanto al género, en las aulas he asistido a la victoria de las mujeres. En mis clases han sido siempre más serias, más profesionales y más aplicadas que los varones. He visto cómo crecían en número en las últimas décadas y creo que hay oficios que mañana serán de su propiedad exclusiva: derecho, medicina, cultura… Soy un feminista de largo recorrido y, por todas esas razones, mi Pulgarcita es una mujer.
P.- ¿Cómo es esa mujer?
R.- Tiene el mundo literalmente en la mano. Todo su saber está en un teléfono inteligente. Con su GPS recorre el planeta, con Wikipedia atesora el conocimiento de la humanidad, gracias a su agenda se comunica con sus amigos estén dónde estén. Lo conectivo reemplaza lo colectivo, produce comunidades, asociaciones, maneras de estar juntos que antes eran imprevisibles. Pulgarcita posee la inmediatez y una experiencia del tiempo presente que nadie había tenido antes. Los viejos gruñones que la critican se refieren a un período en que primaba una idea completamente distinta del instante. Son ellos también los que han hecho de ella lo que es.
P.- ¿A qué atribuye el éxito que ha tenido su libro en Francia?
R.- Hace 30 años dediqué al mito de Hermes cinco volúmenes que anticipaban el advenimiento de la sociedad de la comunicación, pero nadie comprendió gran cosa. Ahora me escuchan mejor. Escribí Pulgarcita para ayudar a los jóvenes a adaptarse a la sociedad y a los mayores a entender a los jóvenes. Desde que se publicó, tengo infinidad de padres, educadores e incluso directores de empresa que me dan las gracias.
P.- ¿Tan difícil de comprender resulta esta nueva generación?
R.- Para cierta gente parece que sí. No olvide que llega después de todas las transformaciones del siglo XX. Cuando nuestros antepasados se casaban, se juraban fidelidad por diez años ya que su esperanza de vida sólo era de 30 años. En la actualidad, si dos estudiantes se casan, ¡se juran fidelidad por 65 años! No se trata del mismo matrimonio. Todas estos cambios hacen que mi Pulgarcita sea el producto de un mundo en mutación.
P.- Con ella se cumple entonces ese proverbio chino sobre la fortuna de quienes viven tiempos interesantes…
R.- Sin duda. No conozco generación que haya tenido tantas novedades de golpe. Esta diferencia es única en la Historia. Hasta el siglo V antes de Jesucristo, la transmisión del saber se hacía por medio de la palabra. Luego, cuando se inventó la escritura, todo cambió: el Derecho, la Ciencia , la Religión , la Pedagogía… En el Renacimiento, la imprenta desencadenó una metamorfosis total de la sociedad. Pero con la aparición de la informática, sospecho que los cambios van a ser aún más radicales. Estamos al borde del precipicio. ¿Qué hay al otro lado? No lo sé. ¿Llegaré a saberlo antes de mi muerte? Pienso mucho en ello…
P.- ¿Cómo cree que afectará todo esto al orden político?
R.- Nuestras instituciones han sido creadas en un mundo que ya no existe. Nuestras políticas también. La última campaña electoral en Francia ha sido una campaña de prostáticos. No entiendo cómo la generación Pulgarcita abordará la política. Pero está claro que el actual sistema fue inventado antes de la revolución tecnológica y se ha quedado anticuado en muchos aspectos. Así que los jóvenes tendrán que reinventarlo todo y crear una democracia nueva y más participativa.
P.- Esta generación privilegiada se enfrenta, sin embargo, a problemas muy graves en el mundo actual.
R.- Efectivamente, la reforma de la sociedad es urgente y no se sabe cómo hacerla. La economía dirige nuestras vidas de forma abusiva. Contrariamente a lo que pensamos, nuestra sociedad quizá no debía estructurarse en función de ella… Lo que hoy llamamos crisis es, en realidad, una acumulación de diversas crisis y el producto de todas las transformaciones que he descrito. Es, simplemente, una especie de alerta. Por ello, a estos muchachos no les ha tocado una vida fácil y van a sufrir lo suyo: paro, problemas de vivienda y de acceso a la vida laboral. Para colmo, los adultos se muestran frecuentemente muy egoístas con ellos…
P.- A pesar de todo, usted tiene una visión optimista de las cosas.
R.- Quizá porque he tenido la suerte de estar siempre en el lugar apropiado, cuando ocurría algo nuevo. Siendo matemático, descubrí la teoría de la información. Ejerciendo como biólogo, fui amigo de François Jacob y de Jacques Monod, los premios Nobel de Medicina de 1965. Desde que enseño en California, he visto a algunos de mis alumnos hacerse multimillonarios y fracasar luego. He seguido con entusiasmo los movimientos más importantes de nuestro tiempo y las novedades suelen contagiar alegría. Pero, evidentemente, no todo lo que ocurre es bueno. La violencia sigue estando ahí, igual que la desgracia. Hay motivos para estar atemorizado. Pero soy un optimista combativo.
P.- Leí en Philomag un artículo suyo titulado ¿Y si instaurásemos la paz perpetua?. ¿Será eso posible algún día?
R.- Se trata de un sueño pacifista que ya albergaba Kant. Pero nunca se realizará por la acción de los Estados o por el establecimiento de normas de derecho internacional, sino cuando los hombres tomen conciencia de la necesidad de unirse para salvar al planeta.
P.- Usted escribió hace décadas que «el aprendizaje es un mestizaje y el mestizaje es el futuro del mundo». ¿Lo sigue creyendo con los problemas de identidad que padece la sociedad actual?
R.- Sí. La misma mezcla racial que yo veo en las universidades se encuentra ya en internet. Es cierto que saltan chispas al vivir todos juntos. Pero es necesario construir una especie de multiculturalismo que terminará produciendo un nuevo humanismo… El mundo está cambiado de forma radical y no se puede prever si el futuro será mejor o peor. Lo único seguro es que será diferente. ¿Estamos hoy mejor que en el siglo XVII? No sabría decirle.
P.- Como poco, estamos más informados.
R.- Sí. Todo el mundo tiene acceso a muchísima información y un simple ciudadano del siglo XXI maneja más datos que los emperadores romanos o Felipe II o Luis XIV. Eso da una idea algo utópica de una sociedad nueva más justa.
P.- La fijación por la pantalla de su Pulgarcita, ¿no entraña el riesgo de que termine aislándose del mundo real?
R.- Cuando era pequeño, mi abuela decía: «El pobre Michel pasa todo su tiempo con los libros, se le llenará la cabeza de tonterías y nunca sabrá lo que es la vida». Ahora criticamos a los jóvenes por estar todo el rato metidos en sus máquinas. pero no es tan grave.
P.- Y el empacho informativo, la retransmisión de las catástrofes en tiempo real, ¿no podría conducir a una tristeza crónica del individuo debido a la comunicación permanente de todo lo horrible que ocurre en el mundo?
R.- Tiene usted mucha razón. Cuando era bibliotecario del duque de Hanover, Leibniz ya dijo que «esta horrible masa de libros nos da tal exceso de datos que arriesgamos la barbarie tanto como la cultura». Le tenía miedo a esa masa ingente de información. Pero ni usted ni yo hemos leído entera la Biblioteca Nacional. En cuanto a las catástrofes, todo forma parte de la sociedad del espectáculo, entretenida por los medios de comunicación, que se rigen por las reglas de la publicidad. Para entendernos: Unesco publicó hace unos meses sus cifras sobre la causas de mortalidad en el mundo, empezando por las enfermedades tropicales, que son la principal y de las que nadie habla. El terrorismo figura en último lugar y apenas representa nada. Sin embargo, está diariamente en portada de los periódicos, mientras que nadie hace caso, por ejemplo, de los accidentes de tráfico, que producen dos millones de muertes al año y 40 millones de heridos. Jamás el terrorismo ha sido tan letal.
P.- Así que los medios nos dan una visión parcial de la realidad…
R.- Comunican lo que les interesa vender, aunque eso no quiere decir que todo el mundo responda de la misma manera a sus estímulos. Hay gente que logra vivir de una forma diferente. Yo sólo enciendo la televisión para ver los partidos de rugby o de fútbol y trato de abstraerme del resto. He tenido ocasión de fijarme, no obstante, en el ritmo de las imágenes, que duran entre tres y cinco segundos. En un espacio informativo, a los expertos se les pide que respondan en menos de 15 segundos para no aburrir al espectador. Así es imposible decir nada. Cuando acudo a un programa, mis vecinos me dicen: «te hemos visto en la tele». Y yo les pregunto: «¿qué dije?». «Ah, ni idea», responden. Lo cual demuestra que la tele no está hecha para difundir informaciones, sino para el entretenimiento y la publicidad. En la sociedad hay gente sabia, tranquila, que no vive en ese mundo vertiginoso de consumo e impulsos permanentes. Son ellos quienes construirán el porvenir.