Notificación permanente // Diego Valeriano

No puedo dejar de pensar en William Tapón, en su desenlace, en la locura, en la urgencia posteadora que lo arrinconó, en el fin de semana salvaje que lo llevó a la locura, en la vida nuestra que acá es así. Horrible, imposible, cruel. Todos somos el chabón, su hermano tumba, el árbitro busca. El arranque demente, la mamá de sus hijos, los que tuiteamos, lo que coimeamos. Un rescate, una astilla, cualquier cosa con tal de no trabajar aunque más no sea unos pares de días. Porque trabajar es horrible. Porque viajar es horrible, porque nuestro sueldo es horrible.

Todos vamos a ser cancelados, nos va tocar un allanamiento, nos van a filmar. Todos nos vamos a comer un garrón, le vamos a errar mal, la vamos a pasar peor. Un video se viraliza, te escriben, te llaman, te arroban, la ansiedad se apodera de todo, las pastillas no alcanzan. Retuit, posteo, meme. A todos nos arde el cuerpo frente a una injusticia y cuando más imbécil la injusticia más nos arde, Todos tenemos el estado de ánimo tomado y hacemos cualquiera. Todos sentimos el gusto a sangre en la boca y queremos hacer algo ¿Cuántas veces arrancamos y no hay un teléfono botón que arruina vidas? 

De una patada a la cabeza, a un scrolleo frenético; de hacer  zapping, a hacer cualquiera. Ya no hay 15 minutos de fama, solo vigilanteo, señalamiento, cancelación y frivolidad. 15 minutos que se hacen días, que se hacen una vida, que se hacen notificación permanente que no podemos dejar de abrir aunque sepamos que no son buenas noticias para nosotros.

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