Anarquía Coronada

Francisco, el gran político eclesiástico

por Rubén Dri


Llegó! La gran meta que sin duda se fijó Bergoglio, y para la que trabajó de manera sistemática, pausada e inteligente, fue llegar al vaticano, desde donde podrá desplegar el poder en su máxima expresión. Porque Bergoglio, actualmente Francisco I, es un hombre amante del poder, que disfruta del poder y que sabe desplegarlo con gran inteligencia y eficacia, al mismo tiempo que se presenta como el más humilde de los seres.


Sin duda tiene razón Eduardo Fabbro al afirmar que la llegada de Bergoglio al Vaticano obedeció “a una estrategia que se estuvo elaborando desde bastante tiempo”, en lugar de ser acontecimiento ocasional que a Bergoglio lo habría encontrado desprevenido. Si ello es así, se hace más necesario que nunca avanzar en un análisis que nos permita visualizar las grandes líneas del proyecto con el que llega a la suma del poder que tanto buscó.


¿Cómo desplegará desde el Vaticano este poder, dotado ahora de la infalibilidad? ¿Cuáles son los ámbitos que sentirán todo su peso? En la enorme complejidad de los problemas que deberá enfrentar queremos detenernos en los referentes a dos ámbitos, el de la Iglesia universal, con epicentro en el Vaticano, y el de América latina ,y en especial, de Argentina, desde donde hacemos este análisis.

El largo pontificado de Juan Pablo II y el corto de Benedicto de XVI permitieron a las corrientes conservadoras, enfrentadas a las líneas renovadoras del Vaticano II, desarticular todos los espacios de liberación abiertos y organizados, sacar del medio a todos los obispos comprometidos con dichos espacios, y dar cabida a las corrientes de derecha como el OPUS DEI, el movimiento Comunión y Liberación, los Legionarios de Cristo y, en América latina, condenar la Teología de la Liberación y enfrentar la revolución sandinista que se encontraba jaqueada por el imperio.

Benedicto XVI, frente a la superficialidad de la expresión populista teatral que le había impuesto a la Iglesia el papa polaco, pensó en consolidar el núcleo duro de la Iglesia, desentendiéndose de sus manifestaciones teatrales. Según su análisis “la obra del Concilio Vaticano II fue lamentable y la Iglesia debía recuperarse de la decadencia” debido a un pretendido “aggiornamento” que no fue otra cosa que ceder ante la nueva mentalidad moderna. Para ello debía recuperar íntegramente su doctrina, sus valores, aunque la consecuencia de tal actitud fuese que muchos la abandonasen. ¿Era ello una catástrofe? De ninguna manera, porque como decía Toynbee, “el destino de una sociedad depende una y otra vez de minorías creadoras”, por lo cual los creyentes cristianos “deberían verse a sí mismos como una minoría creadora”.

Esta minoría creadora terminaría presentando un proyecto exigente, capaz de galvanizar las hambres de espiritualidad como lo hacen las religiones orientales, especialmente el budismo, y concitaría la adhesión a semejanza del Islam que, “seguro de sí mismo, actúa desde lejos sobre el Tercer Mundo como algo fascinante”.

Fiel a su proyecto, Benedicto XVI replegó a la Iglesia al núcleo duro y logró la realización de la primera etapa, es decir, el alejamiento de los fieles, pero no la segunda, o sea, el proyecto exigente para las almas sedientas de espiritualizad y la seguridad de doctrina que concitase la adhesión tercermundista.

Fue todo lo contrario, el núcleo duro directamente se pudrió: cardenales corruptos, pedofilia, chantajes sexuales, oscuros manejos monetarios, despiadada lucha por espacios de poder, hipocresía generalizada, todo revestido de ceremonias religiosas que escondían una realidad putrefacta.

Benedicto XVI experimentó una amarga, profunda y prolongada sensación de frustración como consecuencia del fracaso del proyecto al que había dedicado décadas de trabajo, primero desde la presidencia de la Congregación de la doctrina de la fe, bajo el pontificado de Juan Pablo II, y luego como sumo pontífice. Es esa frustración la que le hizo sentir que se encontraba sin fuerzas para continuar y lo decidió a dar el golpe de su renuncia que, evidentemente, no se hizo en el vacío como se pudo pensar. Bergoglio estaba listo para asumir el proyecto y salvarlo de las turbulentas aguas en que se encontraba naufragando.

El actual pontífice se encuentra bien pertrechado para actuar eficazmente sobre la cabeza putrefacta de la Iglesia, es decir, sobre el Vaticano, en primer lugar, y sobre las diversas jerarquías desparramadas por el universo, después. Austero, lejos de los fastos de la corte, aparentemente humilde, inteligente, con dotes sobresalientes de gobierno, se presenta como el candidato ideal para la tarea. Ello no quiere decir que necesariamente vaya a triunfar en el cometido, pero es el que tiene las mayores chances de lograrlo.

Naturalmente que no se trata de “otra Iglesia” que no sea la Iglesia sacerdotal, de poder, que se logró retomar, después de dejar atrás los intentos de una iglesia-pueblo o iglesia más cercana a los ideales que emanan de Jesús de Nazaret, que se intentaron no precisamente en el concilio Vaticano II, pero sí como consecuencia de la apertura que allí se dio.

Limpieza de la curia vaticana y de las diversas jerarquías caídas en los lodazales de la pedofilia, de los desarreglos sexuales y monetarios del Banco del Vaticano. El tema del IOR será uno de los huesos más duros de roer. Limpiar esa Iglesia de tal putrefacción y relanzarla con el mismo proyecto de poder, con las mismas alianzas con los poderosos de este mundo. Si alguien espera otra cosa no encontrará más que frustración. Es más de lo mismo, o lo mismo redoblado. Apariencias de humildad pero, en la realidad, ejercicio del poder.

El otro tema, central para quien redacta esta nota, se refiere al comportamiento que tendrá Francisco I con relación a América latina en general y a Argentina en particular, sobre todo en lo referente a la nueva realidad motorizada por fuertes movimientos populares dirigidos por sus respectivos líderes que han ido rompiendo las ataduras ancestrales de dominación.

Como seres humanos, somos sujetos históricos, somos nuestra propia historia. En ella nos reconocemos. Para orientarnos sobre la posible conducta que observará Bergoglio sobre los movimientos populares latinoamericanos, debemos echar una mirada sobre su comportamiento con relación al movimiento popular que comenzó en el 2003 con el gobierno de Néstor Kirchner. La historia de ese comportamiento nos orientará no para saber exactamente, pero sí para aproximarnos a la actitud que tomará en relación a esos movimientos.

Al respecto distinguimos en Bergoglio dos actitudes diferentes asumidas por él mientras estuvo al frente del arzobispado de Buenos Aires. Por una parte, el enfrentamiento con el gobierno que lidera el movimiento nacional, popular, que recuperó la política como instrumento de transformación de la sociedad y dio respuestas positivas fundamentales a toda la inmensa problemática social, como ningún gobierno desde la recuperación de la democracia lo había hecho, y por otra, el acercamiento a esa problemática, propiciando una solución a-política, por medio de la acción de la Iglesia.

No sólo se opuso a la política de los Kirchner, sino que hizo intentos de articular a la oposición con cuyos dirigentes se reunió en múltiples oportunidades, mientras que nunca lo hizo con el Gobierno, al que en cambio acusó de confrontativo y crispado.

En principio, Bergoglio no rechazaba la posibilidad de reunirse con Kirchner siempre que la reunión se realizase en “su” territorio y no en el del Gobierno. Ello es muy significativo. Él representaba y ejercía el poder religioso, el poder de la Iglesia que, según su concepción, está por sobre el poder del Estado. Si Kirchner quería hablar con él debía venir al pie. Con ello, Bergoglio no hacía otra cosa que poner en práctica la doctrina del poder elaborada por Gelasio I en el siglo V sobre la superioridad del poder religioso sobre el político.

Por otra parte, nunca escuchamos alguna palabra de aprobación a los procesos latinoamericanos con los cuales se han logrado grandes avances en los derechos de los sectores populares como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador.

El problema no deja de ser preocupante. Sin duda que Bergoglio aprobaría todos los avances de los sectores populares latinoamericanos si no fuesen producto de los nuevos proyectos políticos en los cuales la Iglesia puede participar pero no dirigir. En otras palabras, el problema de la pobreza se resuelve siguiendo las directivas de la Iglesia. Para que ello sea posible es necesaria la derrota de los movimientos populares.

Horacio González: ¿Un Vaticano peronista?

Como en el medioevo, se ha desparramado por el mundo una profusa gestualidad que convierte a la política en una nueva hermenéutica, una ciencia de los signos con interpretaciones que se sitúan entre lo cabalístico y las más diversas hechicerías. Nunca como hoy, en plena era de los medios, la política de gestos se establece como arte interpretativo, ya no de la manera en que los viejos cultores de la razón económica analizan la curva de precios, sino el orden simbólico que se puede analizar por el misterioso significado de la curva de desgaste de los sencillos zapatos del Papa, sin hablar de los sillones despojados en que se sienta, del tamaño y la materia de su cruz pectoral y del tiempo que insume viajando en ómnibus para abonar de su propia faltriquera una cuenta impaga de hotel. 

Entre las tantas reflexiones surgidas de un arsenal siempre disponible de reacomodamientos humanos, leemos en paredes y escuchamos en comentarios diversos, la expresión “el papa peronista”. Por muchas razones está equivocada, pero es tan dificultoso descubrir la raíz del error como perentorio hacerlo. Bergoglio, sin duda, es un habiloso tejedor de lenguajes, donde entre sus glosas sobre las escrituras, siempre un tanto marciales, como corresponde a los hijos del santo capitán Ignacio de Loyola, suelen colarse expresiones barriales. Ya en el Vaticano dijo que si no se camina hacia Jesucristo, abandonando un estado de “ONG piadosa, la religión o el propio Vaticano pierden el rumbo”. Y remató: “Así la cosa no va”. Es el idioma de los argentinos, seguramente con un lejano aire tomado de las jergas del idioma italiano. De algún modo, “así no va la cosa”, parece un latinazgo, pero del barrio de Balvanera, Boedo o de las esquinas de Buenos Aires en donde, según piadosos testigos, se ve a Bergoglio ir a comprar remedios a la farmacia “a sus pobres curitas”.

Vaya, que sea “así la cosa”, o “cosí la cosa”, puede permitir a muchos interpretar que ahora cambiaría todo, que expiraría el largo período de pobreza en el mundo y las grandes casamatas eclesiásticas comenzarían a pensar en su propia conciencia agrietada y a exonerarse a través de una nueva conciencia social. Y hasta en los ensueños más audaces, en un llamado contra el colonialismo. He aquí el papa que emerge de conglomerados humanos que viven en el barro, que toma mate en los balcones del Vaticano y hará asaditos en parrilladas argentinas cerca de los frescos de Miguel Angel, lo que nadie se animará a criticarle. Algún que otro gol de un equipo argentino, podrá verse inspirado, en la voz de relatores imaginativos, en la vida de este hombre austero. Vaya, vaya, quizás sea cosí la cosa. Los jesuitas son pintados en Rojo y Negro de Stendhal como personajes cuyo pensamiento yacía bajo rostros inescrutables siendo los proveedores de la máxima condición conspirativa en la Europa moderna, por la necesidad de actuar bajo diversas formas de clandestinidad frente a las acciones que les dirigen las monarquías del siglo XVIII, considerándolos «un Estado dentro del Estado». Un escrito apócrifo tuvo cierta circulación entre los siglos XVII y XIX, la Monita secreta Societatis Jesé, considerado el vademécum de la «conspiración jesuítica» que se abatiría sobre el mundo y que podía ser colocada sobre el bastidor del naciente marxismo. En efecto, los jesuitas fueron tan conspiradores como a otros se les atribuyen feroces conspiraciones contra ellos. Y desde luego fueron víctimas de muchas de ellas. Soldados y clérigos a un tiempo, no se privaban de amenazar a las instituciones monarquistas, imperiales o republicanas durante diversos períodos históricos. A los influjos de estos relatos conspirativos, no siempre injustos contra la Orden más conservadora, pero modernamente militante, no eran ajenos ni Stendhal, ni Eugenio Sue ni Michelet.

No olvidemos que es una orden de cuño militar y que actúa en destacamentos de frontera. Conocemos las famosas “Misiones”, raro y complejo experimento tomado como ejemplo de comunidad utópica por muchos, y por eso mismo condenado por Sarmiento, que tiene a los jesuitas como obsesión permanente, al punto que una de las consignas de Loyola (“perinde ac cadáver”: disciplinado como un cadáver) es motivo de ridiculización en sus más diversos escritos, y se la dedica polémicamente al pobre Alberdi, que de jesuita no tenía nada. Pero en el índex sarmientino, el poverello Alberdi figura con ese pesaroso mote. Las fronteras del jesuitismo incluyen los confines ideológicos del marxismo. En el siglo veinte, es el jesuita Calvet el que escribe un gran libro sobre Marx, también un trabajo, en este caso de calidad, en las fronteras de la ideología. Lo cierto es que la Compañía es una majestuosa interpretación del barroco político, como forma moderna de sujeción de lo popular dentro de grandes intuiciones místicas. Los jesuitas se destacaron con sus traducciones de los idiomas de los pueblos sujetados: son autores de los más importantes diccionarios de traducciones del guaraní al español. Enemigos de los borbones de España, incluso llegaron al malquistarse con un Papa que admitió sus sucesivas expulsiones de sus propias Provincias, entidades territoriales diseñadas por ellos según su propia geopolítica universal, lo que les daba un gran poder frente al Vaticano Aunque en nombre de él se expresaban, si dejar también de disputarle posiciones.

Leopoldo Lugones, mucho antes de su incursión en un ultramontanismo, igual al que muchos jesuitas compartieron y toleraron luego, escribe en el Imperio jesuítico una crítica monumental repleta de grandes análisis de signos y símbolos de la Compañía de Jesús, desde el punto de vista de la autonomía de la república liberal, que no podía permitirse, como tantos ya lo habían dicho, “un estado dentro del Estado”. Este libro es un antecedente de dos grandes trabajos posteriores, El mito de la nación católica, de Loris Zanatta y la gran investigación de Horacio Verbitsky sobre la Historia política de la Iglesia Argentina, cada uno con sus profundas características.

Volvamos a la improvisada noción de “papa peronista”. Además de su equivocada inconsistencia histórica, se priva de considerar las hondas implicancias del nombramiento de Bergoglio y su trabajo sobre los nombres, que no incluyen solo a Loyola sino al poverello Francisco, que intentó cristianizar a los musulmanes –misión que como se sabe estaba muy lejos de poder ser exitosa incluso para alguien tan pobre y tan hábil- pero se conservan sus parábolas de Gubbio, donde cristianizó a un viejo lobo y después de otros milagros que sin duda son ajenos a la tradición jesuítica, murió con las señales de las heridas místicas provocadas por el mismo Jesús reaparecido, como signos de su propia crucifixión doliente. La vida de Francisco de Asís, en el santoral, replica la de Jesús. El tema de fondo, es la identificación mística con la vida popular, entendida como entramado de leyendas, ante cierta incomprensión de las jerarquías religiosas o políticas.

La mezcla de jesuitismo y franciscanismo que imaginó Bergoglio con sus primeras exhibiciones de “estigmas vivientes” –en este caso no clavos ardientes sino zapatos de uso común, sentarse fuera del trono, no usar mitra-, deriva en un debate profundo para nuestro país. Decir “el papa peronista” es una figura alegórica de engañosos resultados en cuanto a esta polémica. Bergoglio, en realidad, viene a cerrar de un modo oscuro los grandes debates de los años 70, que implicaban distintas interpretaciones sociales, políticas y teológicas. Viene a cerrarlo con rostro conservador y astuto (recordemos que la  astucia era la principal virtud que Julien Sorel, el personaje de Stendhal, le atribuía a los jesuitas, con perdón de los otros grandes representantes de la orden intelectual de la Iglesia, que cuenta con insignes escritores e investigadores). Lo cierto es que estaba aun en tensión en estos años de historia nacional, la antigua querella entre los sacerdotes tercermundistas que hacían “la opción por los pobres” y la idea de controlar la pobreza con el ingenio militante propio del jesuitismo conservador. Se habría impuesto al fin éste, con rara facilidad, aunque en el misterio, mayor que el de una misa, de la reciente votación vaticana.

Tenemos ahora un Papa que bendice a todos “urbi et orbi”, según la ironía del propia Perón, que habría sido superado en estos días por la propia Iglesia, ya en condiciones de bendecir realmente a todo el mundo, desde Lilita Carrió hasta Binner, desde al jugador de fútbol que pone en su camiseta el rostro papal hasta los devotos del “papa peronista”. La broma “todos son peronistas”, se convertiría en política real por primera vez en la historia argentina: todos son papistas. Lo que ningún papa del pasado habría logrado con la totalidad de los duques y emperadores del medioevo. Por el momento, esta fruición incluye a los condenados por crímenes contra la humanidad, y es deseable que por fin Bergoglio, con su nombre o con el otro manto lingüístico casi milenario que se puso, pueda decir qué significan su nombre terrenal y su nombre celestial, haciendo lo que hasta ahora no hizo. Sabemos que no quiere ser una ONG misericordiosa. No sabemos aún si quiere esclarecer el pasado o desea astutamente saldar el conflicto de las décadas pasadas en medio de vaporosas tinieblas, enfundando a las clases populares en un orden místico conservador populista, desviándolas de un destino latinoamericano más justo. En este otro destino, debemos ser insistentes en esto, una latencia cristiana social conviviría dignamente con todas las vetas emancipadoras, con las que también podría redimirse un cristianismo enmohecido, no solo porque no usó sandalias de pescador.

Ahora, cuando decimos el nombre, como si fuera un pigmento secreto, de Guardia de Hierro, no es ni para distraernos con juicios diferidos hacia una “Orden laica” interna del peronismo, ni usar el fácil exorcismo de los que dicen no olvidar, pero su renuencia a olvidar la ejercen mal. Esta es una cuestión presente y de la que es menester hablar con circunspección. Disuelta esa Orden interna del Peronismo, que era un acto de paciente espera mimético en el seno de un orden popular e institucional mayor, quedó como espectro errante su espíritu de centinelas de las “misiones” disciplinadoras. La otra versión evangélica, asociada a diversas insurgencias y a hombres armados, y que supo invocar a la “teología de la liberación”, parecía ser la que se había transfigurado, luego de cuatro décadas, hacia zonas de cambio social más reposadas y viables, como las que en parte proponía el kirchnerismo. Este movimiento acude a nombres como el de Cámpora, cercano a esas teologías de emancipación (entre laicas y místicas) y desconocedor de las teologías políticas más fuertes, muy decisionistas y a la vez poseedoras de nociones más estatistas. Recordemos la idea de “organizaciones libres del pueblo”, de tintes neoderechistas, que moran en los recuerdos de la lengua de Guardia de Hierro y no dejan de evocarse en las homilías de Bergoglio. Son más popularistas que estatistas.

Este debate es como si viniera a cerrarse muchas décadas después, no en la Argentina, sino en el Vaticano. Bergoglio, más allá que haya tenido contactos con aquella disuelta organización y de su dudoso comportamiento en aquellos años, pertenece a esta saga política del “encuadramiento de lo popular” actuando en el “interior” de esquemas estatales o militares, para realizar un nuevo activismo que en este caso, como “organización popular libre”, disputará la dirección de los pueblos que se rigen por un noción no empaquetada de emancipación social. Pueblo organizado libremente, en esta versión, tiene aires de provincia jesuítica y ahora será enigma para vaticanistas. “Caminar hacia Jesucristo, sino la cosa no va”, dijo Bergoglio en su lengua laminada por lo popularesco. Ratzinger era un intelectual más conservador aún, también de dudoso pasado, y que había dicho en su debate con Habermas que “Cristo es la estructura del mundo”. Noción demasiado spinoziana y clausurada, para poder actuar en ese “caminar”, que en Francisco (“llámenme padre Bergoglio”, dice, como podría decir “Llámenme Ismael”) se resuelve en un llamado a la militancia más conservadora. Llamarlo “papa peronista” se revela entonces, sino fuera una astucia menor, como un lamentable traspié. No quiere este escrito ser anticlerical, cómo fácilmente imaginan los vertiginosos publicistas vaticanos, que mal copian a las grandes agencias publicitarias de la globalización, sino desentrañar en la fe de los pueblos y en nuestras propias “creencia en las creencias”, el destino no solo de la democracia profunda en un país, sino también del alma de las religiones mundiales, que deben despojarse de sus préstamos teológicos a los peores cerrojos políticos que sufren los pueblos del mundo.

Clinämen: Todo papa es político

Conversamos sobre cómo la asunción del nuevo papa puede modificar los horizontes políticos. El escenario mundial y el latinoamericano. El proyecto de una contención conservadora de lo popular. Las cúpulas de la iglesia y la dictadura en Argentina. El cristianismo como sustrato común.

 

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¿Qué les pasa?

por Luis Mattini



¿Qué les pasa a los izquierdosos, zurditos o nacionales y populares o seudos  peronistas advenedizos? ¿Le piden al Papa que deje de ser católico?

Yo soy ateo, marxista, libertario internacionalista y ante tanta papurruchada me acordé del gran escritor argentino Bernardo Verbitsky, muy olvidado hoy en día, quien entre una profusa obra es autor de la novela Villa Miseria también es América. De él aprendí que la pluma no se vende, aunque quien pague sea la propia Reina.  

Del marxismo aprendí que la Iglesia Católica es un poder espiritual muy fuerte en el mundo , incluida la Argentina. 

De la historia reciente aprendí que su poder es tan grande que, sin poseer divisiones, venció a las mejores unidades blindadas del Ejercito Rojo que habían derrotado al nazismo y logró tirar abajo a la poderosa Unión Soviética.  

De Lenin aprendí que la religión es un asunto privado. 

De mi faceta libertaria aprendí que los  grandes males del civilización son la propiedad, el matrimonio y el Estado.  


Claro uno vive en un Estado con sus leyes y a veces no se puede evitar estar casado para compartir ciertos beneficios sociales  con nuestra pareja, o por puro gusto. Por eso me parece aceptable y participé de la legalización del matrimonio gay….civil, claro esta! Por lo tanto el pedido de matrimonio gay  eclesiástico es un  asunto absolutamente privativo de los gay católicos! Lo mismo vale para el fin del celibato. Es algo que no nos incumbe a los ciudadanos que nos somos católicos, de la misma manera que como no soy judío, no opino sobre la validez o no de la circuncisión, ni de la ética protestante. 

Por lo tanto, en el papel de periodistas, ciudadanos argentinos, docentes, profesionales, sencillos trabajadores, etc, es un disparate haberle pedido/exigido al nuevo Papa,  entre otras cosas,  que acepte el matrimonio gay, que propicie el fin del celibato, incluso que permita el aborto. Esos son, insisto, asuntos privados de los creyentes. Además queridos  neoizquierdistas,  en países como la ex URSS y Cuba los gay fueron perseguidos  incluso con el código penal. 

O sea, los prejuicios contra la diversidad sexual fueron y son extensivos al conjunto de la sociedad  y la izquierda es la primera que tiene que hacerse la autocrítica. Asimilar esto es algo muy reciente en las mayorías de las sociedades, lo cual obliga que empecemos por casa. Es decir, antes de pedirle esas cosas  a la Iglesia  debemos  profundizar lo que hemos hecho nosotros hasta ahora, màs allà de la superficie legal. 

¿Qué hacemos todos los días para incorporar la diversidad sexual plenamente a nuestra cultura? ¿Estamos seguros de poder asumir con naturalidad la posibilidad de que nuestros hijos sean gay?

Por otra parte, ¿por qué no se les ocurre pedirle al Papa algo mucho más importante, que afecta a toda la humanidad, que deje de creer en esa formidable mentira que es Dios? A mí, que soy realmente ateo, por lo tanto creo firmemente que Dios es una mentira, no se me ocurre porque la religión es el derecho privado de creer en lo que se nos ocurra. Sólo que por ser privado no debemos incluir esto en asuntos de Estado.   

En cambio como ciudadanos argentinos debemos exigir al Congreso de la Nación que elimine esa aberración constitucional que estipula que se debe de ser católico para poder ser presidente de los argentinos.  Y ese no es un asunto que se deba a la Iglesia en términos legales (la Iglesia debe influir, claro está): esa es responsabilidad  de los ciudadanos católicos, en tanto ciudadanos y no en tanto ­católicos, y de los demás ciudadanos que no lo son pero no se “animan”. ¿No es paradójico que si genios como Freud, Einstein o Marx hubieran sido ciudadanos argentinos nativos no hubiera sido posible  proponerlos como presidentes? ¿Cuántos mahometanos, judíos, ateos, luteranos, etc,  muy inteligentes y dotados de sabiduría, andarán por allí sin que podamos disfrutar de sus talentos como presidentes?

Luego, está claro que creer o no creer en Dios es un asunto personal y es parte de la libertad de conciencia.  Es eso exactamente, creencia. Ni el Papa puede demostrar la existencia de Dios, ni yo puedo demostrar la no existencia.  Pero cuando la Iglesia empieza con su discurso dogmatico a decir “bienaventurados”  (los pobres, los sufrientes, los enfermos)  allí si se produce un conflicto ideológico, porque la Iglesia está propiciando la mansedumbre, la obediencia, la aceptación de la injusticia, criticando la rebeldía y la lucha por lo justo. Porque nosotros, los que intentamos cambiar al mundo,  podremos haber sido derrotados, pero no vencidos, por eso no somos zurditos nostálgicos resignados a la frase “esto es lo que hay”, no, de ninguna manera aceptamos este reinado de lo políticamente correcto,  seguimos siendo rebeldes construyendo otro camino para la liberación.

Intuyo que en esta oportunidad de surgimiento de un Papa argentino, en medio de semejante oportunismo, el gran escritor Bernardo Verbitsky habría escrito otra novela continuidad de aquella, quizás titulada “Villa Miserables también es Argentina”.

De Bergoglio a Francisco

por Atilio Borón
Poco nuevo hay por agregar a lo mucho que ya se ha dicho sobre el papa Francisco desde su sorpresiva elevación al trono de San Pedro. Trataré de sintetizar esta breve nota en torno de tres ejes: a) las acusaciones sobre su actuación durante la dictadura genocida cívico-militar; b) su política como arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal; c) el posible impacto de su pontificado sobre la realidad sociopolítica de América latina.
En relación con el primer punto es indiscutible que su conducta se encuadró, en términos generales, en las deplorables líneas establecidas por la jerarquía católica. No fue un monstruo como Christian von Wernich, activo participante en la comisión de delitos de lesa humanidad y por ello condenado por la Justicia argentina; o un troglodita medieval como el obispo castrense Antonio Baseotto, que propuso colgarle una piedra de molino al cuello y tirar al mar al ministro de Salud Ginés González García por haber recomendado la utilización de preservativos. Pero tampoco fue un cristiano ejemplar como los obispos Enrique Angelelli y Carlos Horacio Ponce de León, el padre Carlos Mugica, los sacerdotes palotinos o las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, todos asesinados por la dictadura, o como los obispos Miguel Hesayne, Jorge Novak y Jaime de Nevares, duros críticos del régimen militar. El por entonces Provincial de la Compañía de Jesús tuvo una conducta reprobable en relación con dos de sus directos subordinados, los sacerdotes Francisco Jalics y Orlando Virgilio Yorio, quienes ejercían su labor pastoral en una villa del Bajo Flores y fueron secuestrados y torturados por la dictadura ante la inacción de su superior, que los privó de su protección. Algunos testimonios, como el de Alicia Oliveira, rechazan estas críticas señalando su activa colaboración para salvar la vida de clérigos y laicos en peligro. Pero la evidencia documental –que no es lo mismo que una opinión– aportada en estos días por Horacio Verbitsky en Página/12 o lo que escribiera un eminente católico como Emilio F. Mignone lo tipifican como un pastor que entregó “sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas”, en un caso al menos de un nieto que fue apropiado por los represores manteniendo oculta esta información por años. Lo más probable es que ambas actitudes sean ciertas, pero los buenos gestos destacados por algunos no alcanzan para opacar la gravedad de los otros. En un país en donde todos sabían de los crímenes perpetrados por el terrorismo de Estado no se puede aducir ignorancia, menos que menos un sacerdote que administraba el sacramento de la confesión y en permanente contacto con el común de la gente. En su momento, Bergoglio pidió perdón en nombre de la Iglesia “por no haber hecho lo suficiente” para preservar los derechos humanos ante la barbarie del terrorismo de Estado; debería haberlo pedido, en cambio, por el explícito apoyo que la jerarquía les brindó a los genocidas y no por lo poco que hizo para combatirlos. ¿Neutralidad o tolerancia ante el terrorismo de Estado? ¡Hum!, recordemos lo que dice el Dante en La Divina Comedia: “El círculo más horrendo del infierno está reservado para quienes en tiempos de crisis moral optan por la neutralidad”.
Pero supongamos que un examen exhaustivo e imparcial dictamine la absoluta inocencia de Bergoglio en los años de plomo. ¿Qué podemos decir de su actuación durante la reconstitución democrática posterior a la dictadura? A tono con la contrarreforma lanzada por Juan Pablo II con el apoyo y beneplácito de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, Bergoglio se asoció a las tendencias más reaccionarias de la Iglesia argentina, lo que no es poco decir. Formado en el peronismo de derecha, militante de Guardia de Hierro en su juventud, durante su gestión como cardenal primado de la Argentina se alineó inequívoca y sistemáticamente en contra de todas las buenas causas: se opuso –sin éxito– al matrimonio igualitario; reaccionó con el furioso fanatismo de Tomás de Torquemada ante la muestra del artista plástico León Ferrari, que tuvo que ser levantada antes de tiempo; ha combatido con fiereza todo lo relacionado con la educación sexual, el control de la natalidad, la despenalización del aborto y los derechos de las minorías sexuales; mantiene dentro de la Iglesia (y así les extiende su protección) a criminales como Von Wernich y Julio César Grassi (condenados los dos últimos por pedofilia); atenta contra el carácter laico del Estado democrático y defiende con enjundia los privilegios que tiene la Iglesia en materia financiera y en el control sobre el proceso educacional, en abierta violación a lo dispuesto por la Constitución de 1994.
En conclusión, un papa austero y alejado del boato del Vaticano con una marcada preocupación por la suerte de los pobres, pero sumamente conservador. ¿Es esto novedoso? Para nada. El conservadurismo popular tiene larga historia, y no sólo en América latina. A diferencia de su variante elitista y aristocratizante, los valores e intereses tradicionales que sostienen un orden social injusto se refuerzan, aprovechándose de la ignorancia y credulidad de los sujetos populares ganados por la prédica eclesiástica. Es un conservadurismo plebeyo, excéntrico en sus formas, pero que presta un valioso servicio a las clases dominantes, como lo prueba la obscena explosión de júbilo de los genocidas en los juzgados cuando se conoció la designación de Bergoglio como pontífice, o la desbordante alegría de las más diversas expresiones y variados representantes de la derecha argentina, o la fenomenal campaña apologética de los diarios de la burguesía y del imperio –principalmente Clarín y La Nación, este último marcando la penosa involución moral de un periódico fundado por Bartolomé Mitre, un masón probado y confeso– ante las noticias procedentes de Roma. Con semejantes amigos, ¿cómo creer que Francisco va a imitar al santo de Asís, cuya renuncia a la riqueza y los bienes materiales fue total y absoluta? En compañía de estos ricos cofrades, la “opción por los pobres” difícilmente pueda ser algo más que un lejano acompañamiento de sus sufrimientos y privaciones, pero cuidándose de enseñarles quién es el que los condena a transitar por este valle de lágrimas, padecimientos e infortunios. Hace casi medio siglo que don Helder Cámara, obispo de Olinda y Recife, explicó muy bien esta contradicción: “Si les doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”. No basta con la humildad ni con la confraternización con los pobres: de lo que se trata es de enseñarles que la pobreza no es resultado de un designio divino o de un capricho de la naturaleza, sino un producto histórico de una sociedad llamada capitalista, máquina implacable de fabricar pobreza y miseria y a la cual la Iglesia jamás tuvo la osadía de condenar a pesar de su intrínseca malignidad.
De los dichos y los hechos de Francisco no se desprende que esto vaya a ocurrir. Es bueno que el esclavo se rebele contra su amo, pero como decía Lenin, el cambio sólo se producirá cuando aquél se rebele contra la esclavitud, contra el sistema y no sólo contra uno de sus agentes. ¿Alentará Francisco la rebelión anticapitalista de los pobres, dado que dentro del capitalismo su suerte está echada? Nada en su biografía autoriza a pensar en ese curso de acción; lo más probable será que estimule su mansedumbre y eternice su sumisión. Es que la “opción por los pobres” de la Iglesia que surge de la contrarreforma liderada por Juan Pablo II y que barrió con los avances del Concilio Vaticano II no es la que proponía la Iglesia de Carlos Mugica, Jaime de Nevares, Miguel Hesayne, Oscar Arnulfo Romero (arzobispo de San Salvador), Sergio Méndez Arceo (obispo de Cuernavaca, México), Samuel Ruiz García (obispo de San Cristóbal, Chiapas), Pedro Casaldáliga y don Helder Cámara (Brasil) y Ernesto Cardenal (Nicaragua) o, en nuestros días, los teólogos de la liberación como Frei Betto, Leonardo Boff, Gustavo Gutiérres o Jon Sobrino.
¿Será su pontificado una remake del de Juan Pablo II? Es muy poco probable. El papa Wojtila fue un producto de finales de los setenta, cuando el mundo era muy diferente del de hoy. Fue el ariete que la burguesía imperial necesitaba para derrumbar a la Unión Soviética y los países el Este europeo. Pero esa estrategia fue eficaz porque aquellos regímenes padecían de un avanzado estado de descomposición moral, política, económica y social. En realidad, Juan Pablo se limitó a desencadenar la embestida final a un inmenso edificio que ya se venía abajo producto de sus propias contradicciones. Hoy el mundo ha cambiado mucho: el imperialismo ya no tiene, tal como lo reconocen sus propios intelectuales orgánicos, la gravitación del pasado. Los rivales son más numerosos y diversificados, y económicamente mucho más fuertes que lo que eran la URSS y los países de Europa Oriental. Sus aliados, además, son más débiles y vacilantes. La Iglesia, a su vez, se ha visto debilitada por una interminable sucesión de escándalos y carece de la credibilidad que había ganado en los años de Juan XXIII. Además, si se quisiera lanzar todo su peso para desestabilizar los procesos bolivarianos en Venezuela, Bolivia y Ecuador o las experiencias de transformación política en curso en otros países de la región, la respuesta será muy diferente de la que hace más de treinta años se verificara en el Este europeo. Aquí se trata de procesos que cuentan con un enorme apoyo popular que ni remotamente existía allá, y por consiguiente el proyecto de las derechas latinoamericanas –organizadas, orientadas y financiadas por el imperio– de reutilizar el ariete eclesiástico que tan buenos resultados le diera en Europa Oriental para acabar con los gobiernos progresistas y de izquierda en la región terminaría en un rotundo fracaso. La “revolución de terciopelo” de Checoslovaquia nada tiene que ver con la Revolución Bolivariana de Venezuela, Evo Morales no es Lech Walesa, y Correa no es Ceaucescu. No sólo los procesos y la época histórica son distintos: los enormes problemas que enfrenta hoy la Iglesia (crisis financiera, delitos económicos del Banco Vaticano, alianzas con intereses mafiosos, pedofilia y sus juicios, el celibato sacerdotal, la incorporación de la mujer al sacerdocio y el postergado aggiornamiento reclamado por Juan XXIII) difícilmente le permitirán a Francisco dedicarle mucha atención a lo que ocurra en los países de Nuestra América. Es un buen administrador y tendrá que poner la casa en orden. Es también un muy hábil político, y sabe que muy pronto deberá convocar a un Concilio que permita destrabar viejas disputas que están corroyendo la Iglesia y aislándola cada vez más del mundo real. Hace exactamente quinientos años Nicolás Maquiavelo diagnosticaba en El Príncipe que, para salvarse, la Iglesia necesitaba una revolución. Tal cosa no ocurrió. Cuatro años más tarde, en 1517, estallaba la Reforma Protestante de Martín Lutero, y la revolución quedó congelada. Ahora, la revolución es muchísimo más urgente y necesaria que antes.
Si Francisco fracasa en este empeño, la suerte de la dos veces milenaria institución se verá muy seriamente comprometida. No hay que engañarse con las cifras manejadas por la prensa en estos días: de esos mil doscientos millones de católicos en todo el mundo, los realmente practicantes son una ínfima minoría, que además se achica cada día. Pretender socavar los procesos emancipatorios en curso en América Latina y el Caribe sería una pérdida de tiempo, el pasaporte para una segura derrota y un esfuerzo que desviaría al papado de su desafío fundamental. Tal vez por eso Leonardo Boff confía en que, pese a sus antecedentes, Francisco se abstendrá de seguir el curso que la derecha y el imperialismo le instan a seguir y elegirá, en cambio, el camino de la reforma. En pocos años la historia ofrecerá su veredicto.

Habemus Runfla

 por Valeriano


Tres gambas al Jefe de calle le tuvo que poner Ricardo para poder vender frente a la Catedral, tres violetas antes de empezar, a eso de las 11 de la noche del lunes. Y sabía que si veían que le empezaba a ir bien antes de las 3 le iban a pedir otros 300 mangos.
 ¿Qué puedo trabajar en la Catedral?
El viernes a la noche Ricardo llamo a Pablo, su contacto cuando necesita  cualquier cosa para vender. 
              
  Fijate hermanito, tienes banderas, camisetas de San Lorenzo, calcos y pósters.
A las 6 de la mañana del sábado se subió al Sarmiento, se bajó en Flores y se tomó el bondi para el Bajo.  Recibió un mensaje de Pablo: que no lo podía ir a buscar a la esquina, que lo esperaba en su casa.  En la entrada le dijo a unos de los pibes que iba para lo de Pablo y le hicieron una seña para que pase. Caminó por Bonorino justo a la hora en que todos salen y se metió en el pasillo que lo lleva a lo de Pablo. La casa era un depósito donde se guardaba hasta lo imposible: bolsas, cajas, cosas sueltas. Tardo bastante en encontrar lo de Ricardo, por las dudas le iba ofreciendo otras cosas.

 ¿No quieres unos póster o unas banderas?

Encontró la bolsa con los calcos, pagó y salieron juntos hasta la entrada principal. A Pablo lo estaba esperando un paisano que había llegado hace unos días y que iba a pegar trabajo en una cocina. Se trepo al 132 como pudo y se volvió para Ituzaingo.

 Si querés laburar tenés que poner tres gambas.

-No tengo esa plata todavía.

 Problema tuyo.
Tenía esa guita encima por las dudas, pero le pareció excesivo lo que le estaban pidiendo. Quiso negociar, pero no le dieron oportunidad: tres gambas o a tu casa. Y le aclararon que no hinche las bolas porque le secuestraban la mercadería. Sobre el final de la charla el oficial se puso conciliador y le aclaró que era para que nadie lo jodiera.
A las 12 empezó a llegar mucha gente y las calcos con la cara de Francisco comenzaron a moverse. Las cobraba diez mangos y se los sacaban de la mano.  Observó que lo que mejor andaba eran las banderitas papales y se lamentó de no haber podido juntar unos mangos más para comprar, por lo menos, algunas. A eso de las dos se acerco a la parrilla que estaba sobre la avenida Rivadavia a comerse un pati completo.  

 ¿Cuánto te piden por poner la parrillita?

 Nada, es de los muchachos

A  las tres explotaba de gente. Cuando por los parlantes comenzó a escucharse la voz del Papa Francisco, se hizo un silencio emocionante, las miles de personas que estaban se unieron para escucharlo. El estallido, cuando terminó de hablar, fue similar al de un gol. Le arrancaron las calcos de la mano en muy pocos minutos. De diez mangos, las subió a quince y de quince, a veinte. Igual las vendió todas y lamentó no haber comprado algunas más.

  ¿Vendiste todo, papá?, le dijo el oficial con el que había hablado cuando llegó.  Mirá que si querés vender más son 500 mangos.

Roberto le sonrió, sin resignación ni odio. No tenía nada más para vender y se quería volver a su casa. Encaró caminando por Rivadavia, tranquilo, rumbo al oeste. 

¿Puede el Estado ser lo común?

por Raúl Zibechi

Las reflexiones y análisis rigurosos y comprometidos son imprescindible en este periodo turbulento y caótico, en el cual las fuerzas antisistémicas tienen dificultades para orientarse y definir un rumbo. Algunos de esos análisis han jugado un papel destacado en los debates que realizan los movimientos, porque iluminan los temas más importantes para orientarse en el largo plazo.
Los trabajos del geógrafo David Harvey, en particular aquellos que permiten comprender mejor los modos de acumulación del capital, han sido incorporados por numerosos movimientos para analizar la realidad que desean transformar. El concepto de acumulación por desposesión, que puede traducirse también como acumulación por despojo, formulado en su libro El nuevo imperialismo (Akal, 2004), es una de las ideas-fuerza aceptadas por quienes integran organizaciones antisistémicas.
En otros trabajos Harvey se empeña en comprender más a fondo los movimientos del capital y su impronta en los espacios geográficos y en los territorios, destacando cómo han reconfigurado la trama urbana en las últimas décadas. En El enigma del capital y las crisis del capitalismo (Akal, 2012), constata la estrecha relación entre urbanización, acumulación de capital y eclosión de las crisis. Desde la posguerra (1945), apunta, la suburbanización jugó un papel importante en la absorción de los excedentes de capital y de trabajo.
El consumo explica el 70 por ciento de la economía estadunidense (frente al 20 por ciento que representaba en el siglo XIX), lo que lo lleva a concluir que la organización del consumo mediante la urbanización se ha convertido en algo absolutamente decisivo para la dinámica del capitalismo (p. 147). Consecuente con sus trabajos anteriores, coloca en un lugar central la creación de nuevos espacios y territorios, y los considera el aspecto fundamental de la reproducción del capitalismo, destacando las categorías de renta de la tierra y precio del suelo como las bisagras entre capital y geografía.
El análisis de la lógica territorial del capitalismo, complementaria y convergente con los flujos del capital que atraviesan los espacios con una lógica más sistemática y molecular que territorial (p. 171), conduce a Harvey a abordar el poder, los estados y las resistencias, recordando que en este periodo el Estado y el capital están más estrechamente entrelazados que nunca (p. 182). Ingresa aquí en un terreno mucho más delicado. Aunque parezca contradictorio con esa afirmación, defiende la utilización del Estado como instrumento principal de contrapoder frente a capital (p. 173).
En todo caso, Harvey hace un reconocimiento a las juntas de buen gobierno zapatistas como organizaciones territoriales capaces de crear un nuevo orden social. En este punto no establece ninguna diferencia entre organización territorial y Estado, ni entre poder instituido y contrapoderes. Aunque no trabaja en esa dirección, el debate acerca de si todo poder territorial es sinónimo de Estado sigue abierto y aún no hemos avanzado mucho al respecto.
No creo que sea lo más adecuado continuar un debate de carácter ideológico sobre el Estado –aunque sabemos la posición de Marx al respecto, siempre sostuvo la necesidad de destruir el aparato estatal–, sin abordar previamente los caminos para salir del capitalismo y transitar hacia un mundo diferente. En su más reciente trabajo, Rebel cities ( Ciudades rebeldes, aún no traducido), Harvey dedica un capítulo a La creación de los comunes urbanos, donde critica frontalmente tanto la organización centralizada de inspiración leninista como el horizontalismo, al que acusa de centrarse en prácticas de pequeños grupos que resultan imposibles en escalas mayores y a escala global.
Harvey cuestiona también las autonomías locales como los espacios adecuados para proteger los bienes comunes, porque en los hechos demandan algún tipo de cercamiento ( enclosure, p. 71). El razonamiento de Harvey está anclado en las escalas: tener un huerto comunitario en tu barrio es algo bueno, dice, pero para resolver el calentamiento global, la calidad del agua y del aire o problemas a escala global, no podemos apelar a asambleas ni a las formas de organización que tienen hoy los movimientos. Para eso no hay otro camino que apelar al Estado, en escala nacional, regional o municipal.
Tres consideraciones al respecto. Lo que propone Harvey se inscribe en una profunda tendencia histórica que ha recobrado vigor en los últimos años. Aunque quien suscribe no la comparta, el grueso de los movimientos latinoamericanos migraron de las posiciones autónomas a las prácticas estatistas y electorales. No reconocer esta tendencia no contribuye a profundizar los debates.
La segunda tiene que ver con el carácter del Estado: ¿puede el Estado, que no es lo común sino la expresión de una clase social, tener alguna utilidad para proteger lo común? La comunidad, verdadera expresión de lo común, es la organización humana más adecuada para proteger los bienes comunes. No es casual que allí donde esos bienes han sido preservados es donde predominan los modos comunitarios en sus más diversas formas.
En tercer lugar, es necesario deshacer un malentendido que ha ganado enorme predicamento en los últimos años: asumir la administración del Estado, el gobierno, se convirtió para muchos activistas en el camino para transitar hacia un mundo nuevo. Más allá de cómo se evalúan las gestiones de los gobiernos progresistas, no existe en el mundo ninguna experiencia de construcción de nuevas relaciones sociales desde el Estado heredado por el capitalismo.
La clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines, escribió Marx en 1872, al hacer balance de la Comuna de París. Que aún no tengamos fuerza material para hacer lo que recomendaba Marx no quiere decir que nuestro horizonte deba ceñirse a luchar por administrar lo existente, porque de ese modo nunca superaremos el capitalismo.

Horacio González y Franciso I

por Diego Sztulwark



Estuvo relativamente interesante lo de Horacio Gonzalez (HG) anoche, con José Pablo Feinmann en TN/Clarín, discurriendo sobre el Papa Francisco. Es claro que Feinmann se ubica en una sintonía política mayor con relación al gobierno. Afirma sin rubor ni duda que no parece haber espacio a la “izquierda” del alineamiento Cristina-Francisco. Este es el punto difícil de asumir de este momento y ante el cual HG reacciona con gesto valiente. 

Su actuación de ayer, sin haber sido deslumbrante, fue muy ilustrativa. Primero se pasa el video en el que HG aparece en una reciente asamblea de Carta Abierta rechazando la táctica del oficialista Frente para la Victoria consistente en apoyar a Francisco para atraerlo a una política peronista (la ciudad apareció empapelada con un afiche -atribuidos, luego, al utra-oficialista Guillermo Moreno- con la cara de Bergoglio y la consigna “argentino y peronista”, epítetos históricos de la derecha peronista en relación a José Ignacio Rucci). 


Después, ya «en estudios», los conductores de “Palabras más, palabras menos”, Ernesto Tenembaum y Marcelo Zlotogwiazda, presentan la mesa, y se lo ve a HG vestido igual que en el video, lo que habilita la inevitable chicana: ¿“Vos siempre con el mismo saco y la misma camisa?” HG responde: “Debo confesar que acá (en TN) he tenido mis mejores derrotas, incluso referidas a la indumentaria”. Risas. 

Luego la argumentación. Se lo ve risueño, pero está bastante alarmado. HG no se desdice de lo dicho en la Asamblea de Carta Abierta, sino que, al contrario –en una actitud casi desconocida se afirma en un papel de tipo benjaminiano (“Aviso de incendio”): se dedica a sostener una voz de alerta, como si estuviese gritando: ¡Cuidado! ¡No todo giro táctico, aparentemente conveniente, conviene! 

La operación argumentativa en la que se embarca es compleja porque exige de aquellos a quienes se dirige una capacidad de entender, también, lo que no puede decir explícitamente. Que el juego de la “izquierda peronista” (¿dónde comienza y hasta dónde llega?) supone disputar las masas peronistas, sin mimetizarse con el contenido conservador que la “derecha peronista” le imprime. Lo que no se puede decir es que Perón mismo imprime este carácter conservador. Y no se lo puede decir (Cooke mismo no lo decía por escrito), porque se apuesta a que del lado de las masas, en sus luchas, surja otro principio de interpretación, capaz de darle al “amor a Perón” (haciendo del nombre Perón un significante vacío, según Laclau) nuevos contenidos morales. 

Lo que no se puede decir, pero que aún así es necesario escuchar en la argumentación de HG, es que incluso si Cristina debe visitar al Papa, las militancias populares no deben privarse de una muy seria discusión sobre lo que en esta situación está realmente en juego. Papa “argentino y peronista” equivale, para HG, a una confusión entre disputa táctica por las masas y disolución, en el desarrollo de esa táctica, de la diferenciación de contenidos morales respecto de esa “derecha peronista”, históricamente enaltecedora del mito de una argentina católica, a la que se le pide prestada la consigna. 

Cuando le preguntan por qué dice que prefiere a Ratzinger antes que a Bergoglio, cuando a todas luces pareciera ser que se trata de un paso progresivo en varios sentidos, la argumentación teológico-política de HG pierde vigor, o claridad, tal vez porque necesite de más tiempo para ser desplegada. Afirma que Ratzinger, en polémica con grandes intelectuales como Habermas y Kristeva, argumenta un Cristo que es estructura del mundo. Argumento conservador, dice HG, pero de mayor calidad teológica que el neofranciscano “camino de la iglesia hacia Cristo” proclamado por Bergoglio Papa. Entiendo que, según HG, Ratzinger, teólogo ultraconservador, encuentra una suerte de estructura divina del mundo y que, a su modo, trabaja a partir de esta versión inmanentista (que en alguno de sus artículos HG llama –para provocar, imagino- “spinozista”). Que la estructura del mundo sea Cristo supone que la iglesia debe dedicarse a conservar ese ser y a llevarnos a su encuentro, evitando nuestra perversión. Algo muy diferente al voluntarismo que pretende realizar un movimiento de “ir hacia algo» que, siendo el pueblo del que la iglesia se separó, sería objeto a alcanzar, botín a conquistar por vía del ejemplo y la evangelización. Iglesia pastor del ser y no poder pastoral como política dirigida a los pueblos. 

De este modo, lo de Francisco I sería, así, de menor densidad teológica, pero de mucha mayor peligrosidad política. Francisco es un militante, y un militante forjado al calor de la derechista Guardia de Hierro, es decir, en una estructura de cuadros especializada en los  hábitos de la conspiración que, en sus orígenes, pretendía sustituir a Perón, a partir –dice HG en sus textos de un ejercicio de mímesis con el lenguaje del mundo popular. Este sería el sentido de la tan festejada austeridad. Se trata de la gestualidad del político que va hacia el pueblo. De ahí su lenguaje llano, entrenado en años de militancia con el pueblo (el testimonio de La Alameda y de las familias de Cromañón, presentes ayer en el programa de TV, así lo confirman). Una iglesia, entonces, que dirige hacia su pueblo una iniciativa política. Ese pueblo, está claro, es el pueblo católico. El asunto no puede dejar de tener implicancias políticas directas para los pobres del mundo y en particular de América Latina. 

HG no se priva de insistir en que Bergoglio no ha dado respuestas a la rigurosa investigación que lo señala como responsable de la desaparición por varios meses, en la ESMA, de los jesuitas Yorio y Jalics. Ni ha contribuido a encontrar a los menores apropiados por los represores durante la dictadura. 

José Pablo Feinmann no comparte el argumento de Horacio, pero lo que le opone es de una pobreza, no precisamente, franciscana. Su posición, llamado a la disputa por la apropiación del Papa da pena por lo simple («Cristina marca una línea ‘este Papa tiene que ser nuestro, el que se gane este Papa va a ganar mucho, así que, muchachos, no jodan más con el pasado de Bergoglio, porque de aquí en adelante Bergoglio es Francisco y la derecha no nos lo puede sacar’”). Se trata de una suerte de versión aplanada de la disputa por la hegemonía a la Laclau (“disputar a Francisco”). 

HG aparece estos días con un rostro que sólo conocía por referencias indirectas (su testimonio en el libro La Voluntad; la lectura de un viejo prólogo sobre Gamsci y los arditi en clave nacional popular): el de un militante peronista de izquierda, tal y como se lo podría imaginar en el año 74, que sin perder sofisticación ni gracia hace de su temprana lectura de Gramsci un momento fundamental en la verdad de la historia y la política. Lo que exige, al político de oficio, una seriedad superlativa en la disputa por la conducción intelectual y moral de las masas. Concretamente y ante todo, no debe distraerse ni subestimar (esto también pertenece al propio Gramsci) el poder sutil del papado en el arte de combinar símbolos ocultado el poder de las fuerzas que en ellos se expresan. 

El militante es aquel que adquiere su destreza en las interpretaciones, porque se empeña en adentrarse en ese juego de comprensión de los signos que hacen sistema en el presente;  signos que forman parte de coordenadas de un mundo de disputas, de un carácter bélico, que no se reduce, pero que tampoco se entiende, sin incluir en él la acción directa y la violencia física.

Hay, en esta intervención de HG, una fuerte vocación hermenéutica y una honesta curiosidad por la dimensión teológica de la historia occidental. Es evidente el énfasis culturalista y politicista de muy alto vuelo (que bien haríamos en discutir) y la curiosa resonancia de viejos maestros (David Viñas, León Rozitchner), que seguramente no hubiesen participado de su apuesta al juego interno del peronismo, pero que se hacen presentes en el modo de tensionar lo político como una forma siempre desplazada la “guerra”. 

Esta presencia del tono disidente -que se venía manifestando en varias intervenciones de HG del último año- evidencian una conciencia de todo aquello que nos separa de los años setentas, así como del juego político que ya en esos años no pudo evitar una dura derrota. Situado en ese extremo-extremo, el profesor HG nos brinda, desde las entrañas mismas del  Grupo Clarín, la más conmovedora de sus clases sobre la inevitable atención que debemos prestar al mundo de los símbolos como momento central de una batalla (de “clases”) por la subjetividad de las multitudes.  

El dilema del populismo plebeyo

por Maristella Svampa

La muerte del presidente Chávez evidencia dudas sobre el futuro de un sistema que deberá decidir si va a profundizar o no el modelo de protagonismo popular.


Pese a lo mucho que se ha escrito, no resulta fácil hablar sobre Hugo Chávez y el proceso venezolano. Como gran líder carismático que generó hondas transformaciones sociales y políticas, a la hora de un primer balance, la figura de Chávez aparece cubierta de numerosas capas, atravesada por múltiples dimensiones, luces y sombras, que tornan imposible aprehenderla o sintetizarla en una imagen o un movimiento. Se ha ido uno de los raros políticos latinoamericanos de talla mundial, capaz de generar fuertes ambivalencias y pasiones encontradas, aun dentro de las izquierdas. Y, sin embargo, por encima de las críticas que podríamos hacer, lo insoslayable es que en los últimos catorce años Venezuela, el pueblo venezolano, las clases subalternas, lograron un inédito empoderamiento social y político. En razón de ello, para pensar la complejidad que nos propone el fenómeno, es que aquí quisiéramos recordar el Chávez insoslayable, el de la democratización plebeya y el del símbolo del antiimperialismo latinoamericano.

Así, en primer lugar, Venezuela, bajo el liderazgo de Chávez, conoció un proceso de democratización plebeya que sólo puede ser comparado al que atravesaron algunos populismos latinoamericanos en los 50. Tal como sucedió bajo el primer gobierno peronista, el chavismo habilitó el ingreso de aquellos sectores sociales que estaban tradicionalmente excluidos, logrando por una vía tensa y contradictoria, un proceso real y efectivo de redistribución del poder social. Expresión de ello ha sido la reducción de las desigualdades y de la pobreza, la universalización en el acceso a la educación (Misión Robinson), el acceso a la salud (Misión Barrios Adentro), la baja de la tasa de mortalidad infantil, la construcción de viviendas populares, la entrega de tierras, entre otros aspectos.

Asimismo, Chávez rescató la tradición del antiimperialismo para América Latina. No sólo tenía el talento o el carisma para expresar emociones colectivas, recitando, cantando y bailando bajo el frío intenso, sino también la capacidad retórica y discursiva de dotar y recrear desde sus palabras una mística latinoamericana que parecía imposible de recuperar, desde los lejanos tiempos del Che. Es cierto, como dice Pablo Stefanoni que si Chávez fue socialista, es porque era antiimperialista, y no al revés. Pero ese antiimperialismo revestido de un utópico y por momentos confuso horizonte socialista se nutrió de citas y tradiciones latinoamericanas, que iban de Mariátegui a Martí y Galeano, pasando siempre e inevitablemente por Simón Rodríguez y Bolívar.

En una época en la cual el populismo volvió a actualizar estilos políticos personalistas, retóricas nacional populares y debates ideológicos que se creían perimidos, todo ello le valió a Chávez mil epítetos y demonizaciones. Es que los populismos traen consigo una gran polarización –¡y vaya si el chavismo la ha traído!– y a la vez, en esa tensión constante y constitutiva que ofrecen entre la apertura y el cierre de la política, los populismos traen a la palestra, tarde o temprano, una perturbadora e incisiva pregunta, en realidad, la pregunta fundamental de la política: qué tipo de hegemonía se está construyendo, plural u organicista, en su versión nacional popular o en la ya conocida versión nacional estatal.

En este sentido, cabe añadir que hay algo intrínseco que diferencia el populismo chavista de otros hoy existentes. En el país caribeño, la polarización no es meramente discursiva sino que refleja de modo contundente la confrontación entre clases sociales diferentes. Quiero decir con esto que el chavismo es un populismo de clases populares que, hasta ahora, ha reflejado la articulación –rica y compleja, por momentos tensa, casi siempre desigual– entre líder y clases subalternas. Para hacer una comparación que generará escasa simpatía entre mis colegas oficialistas: el chavismo se diferencia de otros regímenes, como el kirchnerismo, por su componente de clase, pues este último no es otra cosa que un populismo de clases medias que hablan en nombre de las clases populares (por la que pretenden descalificar a otros sectores de clases medias). Teniendo en cuenta el legado político organizacional del peronismo –de varias décadas–, en el marco del kirchnerismo, las clases populares, asistencializadas, empobrecidas o precarizadas, carcomidas por la inflación, son cada vez más las convidadas de piedra en un proceso que indica un virulento conflicto intra clase. Por el contrario, en Venezuela las clases subalternas se convirtieron en protagonistas centrales, en un contexto de lucha contra los sectores privilegiados.

Es por ello que la dinámica de democratización que vivió Venezuela trajo como correlato la consolidación de un protagonismo popular que hoy quizá sólo encuentra parangón con el proceso boliviano. Quien haya estado alguna vez en Caracas, bajo la era de Chávez, habrá sentido –corporal e intelectualmente– lo que significa el empoderamiento popular, cuando las voces bajas se transforman en voces altas: me refiero a la necesidad de expresar opiniones, comunicar digresiones o desacuerdos, dar cuenta de una visión del mundo, profundamente plebeya, visible sobre todo en mujeres y jóvenes, logrando niveles potentes de audibilidad y de presencia interpelante, no sólo en el ámbito de las barriadas populares, consejos comunales sino también en la calle, en los medios o inclusive en eventos académicos. Esto es lo que muchas organizaciones sociales denominan “poder popular”. Tampoco hay que engañarse: el protagonismo popular aparece limitado, pues tal como señaló nuestro colega venezolano Edgardo Lander, la mayoría de las organizaciones populares fueron creadas desde arriba, dependen del financiamiento gubernamental y tienen dificultades para posicionarse de forma independiente.

El chavismo después de Chávez enfrenta numerosos problemas. El hiperpresidencialismo heredado, una tradición política de notorias consecuencias negativas en América Latina, es uno de ellos. Otro, no menos importante, evoca las limitaciones del modelo socioeconómico, histórico en Venezuela, basado cada vez más en el extractivismo petrolero. Por último, la dinámica económica ligada al Estado rentista ha generado una burguesía bolivariana, civil y militar, que bien puede terminar por encaramarse como clase dirigente. Y ello, sin olvidar el enorme rol que los militares ya tienen… En suma, hay un Chávez rotundamente latinoamericano, antiimperialista, popular y plebeyo, que deja una marca indeleble en la historia de nuestras tierras. Pero hay también un proceso de protagonismo popular, cuyo discurrir, en la era del poschavismo, es la gran incógnita. Así, si el régimen chavista tiene múltiples rostros, algunos de ellos insoslayables, en la etapa del poschavismo enfrentará grandes desafíos: el de profundizar el protagonismo popular, en una dinámica abierta y plural, o el de consolidar un populismo de clases privilegiadas, asentado en un núcleo dirigente, como en otros países latinoamericanos.

Pasado pisado

por Horacio Verbitsky
En un comunicado difundido por los jesuitas alemanes, Jalics dijo que había creído que su secuestro se debió a una denuncia, pero que ahora sabe que Bergoglio no tuvo responsabilidad
En un libro de 1994, Jalics menciona la falsa denuncia. En una entrevista de 1999 dijo que el denunciante era Bergoglio. Ahora llegó a la conclusión de que era un error.
En un comunicado personal incluido en la página web de la Compañía de Jesús del sur de Alemania, el sacerdote Francisco Jalics dijo que se sentía obligado a decir que hoy considera un error afirmar que su secuestro y el del sacerdote Orlando Yorio, en 1976, haya sido por una denuncia del entonces Superior Provincial jesuita, Jorge Mario Bergoglio. Agregó que hasta fines de la década de 1990 había creído que su cautiverio de seis meses y las torturas padecidas en la ESMA habían sido consecuencia de una denuncia. Pero entonces mantuvo numerosas conversaciones con personas que no identifica, que lo llevaron a concluir que se trataba de una suposición infundada. Agregó que hoy cree que fueron secuestrados por su relación con una catequista que trabajó con ellos y “luego ingresó en la guerrilla”. Agregó que fueron secuestrados (“detenidos” dice su declaración) tres días después de que desapareciera la mujer.
Luego de la elección de Bergoglio la semana pasada como obispo de Roma y primus inter pares entre los obispos de la Iglesia Católica con el nombre de Francisco, Jalics había declarado que se había reconciliado con aquellos hechos y que el caso estaba cerrado para él. En términos teológicos esto distaba de ser una absolución de responsabilidades. La reconciliación es un sacramento católico que consiste en perdonar las ofensas recibidas. La nueva declaración va más allá y exime a Bergoglio de responsabilidad. Pero aún así, Jalics reconoce que había creído que él y Yorio habían sido denunciados y que le llevó un cuarto de siglo llegar a una conclusión distinta. “Por lo tanto, es un error afirmar que nuestra captura ocurrió por iniciativa del padre Bergoglio.” Para el vocero de prensa del papado no se trata de un error sino de una calumnia izquierdista.
En esta página se reproducen fragmentos del libro que Jalics escribió en 1994, “Ejercicios de Contemplación. Introducción a la forma de vida contemplativa y a la invocación a Jesús”, en los que alude a Bergoglio. Coincide con la descripción de los hechos de la otra víctima, Orlando Yorio, en una carta dirigida en 1977 al Superior de la Compañía de Jesús. En 1999, luego de la asunción de Bergoglio como Arzobispo de Buenos Aires, Yorio y Jalics contaron esa historia en sendas entrevistas telefónicas con este diario, el primero desde Uruguay y Jalics desde un monasterio en Baviera. Yorio habló on the record, con nombre y apellido. Jalics pidió que lo que dijera se atribuyera a una persona de su íntima relación. La misma condición pusieron para suministrar su versión de los hechos Bergoglio y otro sacerdote jesuita, amigo de ambos, que ya no vive. El ahora Papa mantuvo la misma descripción de los hechos desde aquella entrevista hasta ahora. Yorio murió pocos meses después de la entrevista y sus hermanos suministraron al autor de esta nota una copia de la carta enviada al padre Moura, asistente del Superior General Pedro Arrupe. La gran novedad es el cambio de posición de Jalics, quien sin embargo no suministró los demás detalles que requeriría esta discusión pública sobre un tema trascendente.
En una entrevista telefónica, en abril de 1999, Jalics pidió ser mencionado como una persona de su íntima confianza y en esas condiciones dijo al autor de esta nota que “durante meses Bergoglio contó a todo el mundo que los dos sacerdotes estaban en la guerrilla. Hay testigos de eso. Jalics y Yorio fueron a hablar con algunos profesores del Colegio Máximo que repetían esas versiones. Dijeron que tenían noticias seguras. Un obispo le confesó a Jalics que era Bergoglio quien se lo había dicho. Jalics le reprochó que jugara así con la vida de ambos, y Bergoglio lo negó, dijo que le iba a decir a los militares que no les hicieran nada. Dos semanas después, Jalics le preguntó si había hecho esa gestión y Bergoglio respondió que aún no había podido. A la semana siguiente los secuestraron”. Liberados a fin de 1976 ambos dejaron el país. En 1979 se produjo el episodio del pasaporte del que se informó en estas páginas el domingo 17: Bergoglio pidió que se renovara el de Jalics sin que volviera de Alemania, pero el funcionario de Culto que lo recibió, Javier Orcoyen, escribió que en diálogo con él Bergoglio había implicado a los dos sacerdotes con la guerrilla y pedido que no se concediera la solicitud que él mismo presentó. Es obvio que un documento de 1979 no puede probar un hecho ocurrido dos años y medio antes, pero sí brindar una información de contexto. El procedimiento descripto en esos documentos coincide con el estilo dúplice que Yorio y Jalics atribuían a Bergoglio.
Las catequistas Mónica Quinteiro, Mónica Candelaria Mignone, María Marta Vázquez Ocampo y su esposo César Lugones, Beatriz Carbonell y su esposo Horacio Pérez Weiss fueron detenidos el 14 de mayo de 1976, todos en sus domicilios salvo la primera, por patrullas militares que dijeron ser del Ejército. Ninguno de ellos reapareció. El 23 de mayo más de cien soldados, con camiones militares y patrulleros policiales, cuyos jefes se trataban de capitán o mayor, coparon la villa del Bajo Flores y al concluir la misa arrearon con Yorio y Jalics y otros siete catequistas. Los catequistas quedaron en libertad al día siguiente, luego de oír el sermón de un encapuchado que se presentó como El Verdugo: “La villa no es lugar para ustedes. No vuelven a pisarla o aparecen en un zanjón”.
Yorio contó que al llegar las tropas a la capilla le mostraron una foto de Mónica Quinteiro, hija de un capitán de navío de la Armada. Yorio respondió que la conocía desde 1967. Antes de dejar los hábitos “en 1974 organizó en la villa una comunidad de treinta religiosos”, a la que él se sumó. Sin contemplaciones lo metieron en un auto y le colocaron una capucha de lona. Al bajar del vehículo lo llevaron hasta un recinto con una cama en la que lo sentaron y le engrillaron los pies. En ese lugar oscuro y estrecho pasó días. “De tanto en tanto entraban para insultarme y amenazarme. No podía dormir ni me llevaban al baño. Me tenía que hacer encima y no me permitían cambiarme de ropa. Perdí la noción del tiempo. Un día me dieron una inyección que me durmió”. En estado de sopor y pánico escuchó una voz a su lado que musitaba:
Ay Orlando.
Le pareció reconocer a Mónica Quinteiro.
El primer señalamiento público de Bergoglio fue hecho por el padre de otra de las catequistas, Emilio Mignone, en su libro de 1986, “Iglesia y dictadura”, donde lo mencionó como uno de los pastores que entregaron sus ovejas al enemigo. Bergoglio intentó explicarle su posición durante una misa posterior, pero Mignone se negó a hablar con él. En cambio sí se reunió con Jalics. En 1990, durante una de sus visitas al país, Jalics recibió a Emilio y Chela Mignone en el instituto Fe y Oración, de la calle Oro 2760. Según la minuta de ese encuentro escrita por Mignone, Jalics les dijo que “Bergoglio se opuso a que una vez puesto en libertad permaneciera en la Argentina y habló con todos los obispos para que no lo aceptaran en sus diócesis en caso que se retirara de la Compañía de Jesús”.

¿Por qué la derecha escribe tan simple?

por DS



Tres párrafos del columnista Carlos Pagni, del diario La Nacion de hoy:

I.

“El respaldo del nuevo papa al movimiento de curas villeros hace juego con esta idealización de la pobreza. Uno de sus líderes, José María Di Paola, el célebre «padre Pepe», cuenta que nunca necesitó más de una llamada para que Bergoglio lo atendiera. Y destaca que el documento del Equipo de Sacerdotes para las Villas (2010), su manifiesto, fue oficializado por el arzobispo en el Boletín Eclesiástico. A estos clérigos no los anima la teología de la liberación, sino lo que el propio Di Paola denomina teología de la pobreza. No se inspiran en los clásicos Boff, Cardenal o Frei Betto, que ensayaron un cruce entre catolicismo y marxismo, sino en los argentinos Lucio Gera o Rafael Tello, que peronizaron esa doctrina”.


II.
“En este borde se rozan los curas villeros con el papa Francisco, a quien uno de sus interlocutores frecuentes caracteriza como «alguien que razona en el marco del pensamiento nacional». Ya se sabe: Jauretche, Scalabrini Ortiz, Rodolfo Kusch, dice ese confidente. Y se detiene en el marxista Hernández Arregui”.

III.
“No debería llamar la atención que la alerta más encendida sobre lo que representa la exaltación de Bergoglio para el oficialismo la haya dado uno de los exégetas de Hernández Arregui. El líder de Carta Abierta, Horacio González, advirtió a sus compañeros que en esa promoción no hay motivo alguno de festejo. Vio el centro del conflicto: el pontífice del fin del mundo se propone discutir las estrategias con que el populismo aborda el problema de la desigualdad. El aviso de González fue premonitorio. Cuarenta y ocho horas más tarde el Papa obsequiaba a Cristina Kirchner un libro que no se refería a la seguridad jurídica, la división de poderes o la libertad de prensa. Era un documento sobre la pobreza, elaborado por el episcopado de América latina en Aparecida, durante una cumbre que encabezó el propio Bergoglio y que fue una plataforma decisiva para la elección del miércoles pasado ( www.celam.org/conferencias/Documento_Conclusivo_Aparecida.pdf )”.

Ahora dicen que jóvenes camporistas católicos tienen nueva bandera: la del Papanauta



El creciente fanatismo recalcitrante que gana a los argentinos eufóricos por la entronización de Jorge Bergoglio como nuevo Papa alcanzó a los jóvenes militantes de la Cámpora. La agrupación política fundada por Máximo Kirchner recibió con algarabía la asunción de Francisco a su nuevo cargo papal, y tras celebrar la llegada del “primer Papa peronista”, decidió adoptarlo como nuevo icono de militancia y lucha. “Como con  Perón en los 70, no tenemos que dejar que la derecha se apropie de Francisco, así que antes de que conviertan su paso por Guardia de Hierro y su silencio cómplice con la dictadura en banderas, lo metimos adentro del traje del Nestornauta y a la bosta”, admite un vocero camporista. Y así nació el Papanauta, también llamado Panchonauta, Bergoglionauta, etcétera. Si bien no está tan claro cómo harán para convertir un personaje tan conservador y con denuncias serias por su papel en la dictadura en un símbolo de los jóvenes más o menos progresistas, por el momento se trata de arrebatarle el Papa a la corpo y a la opo.”Después vemos si podemos rescatarlo como peronista, como solidario con los pobres o al menos como hincha del Ciclón”, aclara el vocero camporista. Y remata: “Algo inventaremos”.

PAPANATOLOGÍA


Lo celestial no es terrenal;
Lo papal no es presidencial;
Lo teológico no es ideológico;
Lo humano no es divinidad.
La militancia no es pastoral y
evangelizar no es peronizar
ni desperonizar.



Tampoco “kirchnerizar”ni “cristinizar”
porque para eso está La Cámpora
que está en todas partes.
El Papa es el Papa.
Un Gobierno es un Gobierno.
El pueblo
es el pueblo. Y Dios es Dios.
Los pobres tienen dueños
y por eso son pobres. Y los ricos
son ricos en cualquier religión.
Los mercaderes del templo
siempre vuelven.
Y la Fe a veces es adúltera
y ocupa el corazón de genocidas.
Hoy los papanatas pasan por doquier.
Sean papanatas devotos, ateos o agnósticos.
Los hay en la tierra como en el cielo.

Y hasta uno mismo 
puede esconder alguno sin saberlo.
Hay otros que sí lo saben: son los papanatas
que sienten salirse lágrimas
de los ojos que en lugar de saladas
son papales y dulces, pero falsas.
La “papanatalogía” es una enfermedad
de los papanatas que se meten con la teología.

Y la de los papanatas que se inventan un Papa
a imagen y semejanza
sin mirarse en el espejo,
y le causan un inmerecido castigo.
Pero no esperen que un jesuíta perspicaz y sagaz
les haga caso. El invento no les va a resultar.
Francisco es Francisco.
Y ya elaborará él una receta eficaz contra la “papanatalogía” que cunde.
Un buen papado la cura.
Mejor un Papa argentino que uno británico
y uno jesuita que uno del Opus Dei.
Y mejor que mejor es que Francisco
haya sido elegido por el pueblo de Dios.
Porque así no necesita intervenir
en ninguna otra elección terrena.
Amén

                   Orlando Barone

Tiempos Papales

Se vienen tiempos papales donde, parece, muchos empiezan a creer en pequeños gestos. 
Propongo un primer antídoto maravilloso, Superstition, de Stevie Wonder:
«Cuando crees en cosas que no entiendes
entonces sufres…
La superstición no es el camino».

Declaración a ser leída en Plaza de Mayo el 24 de Marzo

(Nos encontramos en las fuentes, 
de espaldas a la Catedral)

Somos un malón imberbe y cabeza.
No tenemos nombre porque vivimos en el pueblo argentino.
En un barrio que algunos llaman villa.
Somos el pueblo y rechazamos todo lo que se separe de nosotros para guiarnos, gobernarnos o bendecirnos.
Y podemos dejar de ser pueblo en cualquier momento para volvernos otra cosa.
Tenemos presidenta, el amor hacia ella nos constituye. El odio de todos nuestros enemigos contra ella nos fortalece.
Sentimos que la entronización de Francisco –enemigo del proyecto– es una operación contra todo lo que somos. Nace de una asamblea de cardenales que querían civilizarnos y temen el impulso que la muerte de Néstor nos dio para organizarnos.

Desde ese día no tenemos Papa.
Antes no nos importaba.
Conocer como se calló en la dictadura ratifica el lugar de la iglesia con los ricos de arriba,
No con nosotros, católicos de abajo…
Tenemos a Carlos Mugica, a los 30 mil desaparecidos, al Diego y a Falucho…
Mariano Moreno y el proyecto Belgranista de independizarnos con un Inca.
Franz Jalics y Orlando Yorio
con las primeras reacciones de Hebe y D’Elia
Pablo Lescano y el Che
Tupi or not Tupi, esa es la cuestión… Cristina es alta revolución Caraiba.
Somos peronistas sin Perón… aunque le agradecemos habernos echado de la plaza.
A Mitre le repudiamos habernos mandado a la Guerra del Paraguay y a Macri sacarnos del Indoamericano.
Nos morimos muchas veces, pero acá seguimos estando
No tenemos nación pero bancamos las nacionalizaciones.
Scioli es rati. De Narvaez la cocaína…
Perdimos la nación cuando los militares la secuestraron y Clarín y La Nación la empaquetaron sin nosotros.
Pero nos encontramos en la plurinacionalidad de nuestras raíces indias bien mezcladas… con todos los colores, los planes sociales y el matrimonio igualitario.
Somos los que vendemos en el tren y robamos para comprar birra.
Pizza, birra y paco.
Somos indias sin la lengua de los abuelos… porque sólo aprendimos el español y nos hicieron católicos. Indios en la villa y el barrio. Indios a los que nos miran mal todos los porteros.
Vamos en micro a todos los actos que tengamos.
Somos católicos, porque aquí nacimos, pero no somos romanos.
Irreverencia y asco contra los colaboracionistas y encuadradores de lo popular…
Cristina ayudó a que haya justicia contra los represores y nos dio voz… ahora no podemos callarnos ante esta deriva.
Sabemos que Cristina encontró al Papa con ironía.
El Estado de Derecho no nos dice nada. Los que lo invocan son los que todos los días nos mandan en cana.
Preferimos ser apátridas, sin ley, sin pasaporte, sin curriculum, sin república, sin Tedeum.
Habitamos la noche. Entre la barbarie que irrita a Grondona y el totalitarismo que pone nerviosa a Beatriz Sarlo.
Somos negros de mierda como los cabecitas de Evita…
Nunca responderemos a un Papa que nació de una asamblea que odiaba a Chávez, nuestro hermano…
El Papa no se disputa, se profana.
Sólo invocaremos al Papa para insultarlo.
Aprendimos a hablar en la escuela pública y a putear en el potrero.
Pero puteamos en la escuela y somos amigos de las putas.
Sólo Cristina es sagrada.
Defenderemos con el cuerpo la DéKada Ganada…
La Asignación y el descuelgue del cuadro de Videla nos fortalecen para chocar con quien venga.
Pero el repliegue nos obliga a gritar: La argentinidad se quiebra con el Papa.
Compañeros, combate contra todo lo que este Papa representa o, sino, ruptura.
El que aplaude genuflexo es radical, dictadura o la Rural.
Hasta acá llegamos juntos… acercate al Papa y te alejarás de Ella…
No hay unidad con Francisco conspirando y Macri festejando.
Para qué queremos que nos limpien las patas?
Nacimos de las cenizas del 2001 y con Kostequi y Santillán…
Ni liberales ni socialistas… para mal o para bien, somos peronistas.
Estudiaremos quechua y guaraní para cantar el himno.
Pero con Grondonas y Duhaldes no nos reconciliamos ni coincidimos en un mismo espacio…
Vamos con la Pachamama y gracias a Dios, como en la Constitución de Bolivia
Leemos hoja de coca, y vemos Fútbol para Todos.
Si te preocupa la inseguridad chúpame la pija
A los que colgaron la bandera argentina por el Papa les rompemos la ventana de un piedrazo
Somos soldados de Cristina y Néstor, Evo y Chávez, Mujica y Lugo (en ese orden)
Estamos por Malvinas pero también con los mapuches y Palestina…
La izquierda es la patrona de nuestras hermanas en el barrio de Belgrano…
Somos los que asimilaron en la campaña del desierto y los que construimos el canal de Panamá…
Somos las cholitas que dejaron la pollera y se cortaron las trenzas en la frontera.
Somos la Cumbia Villera
Viajamos en transporte público pero a las 5:30 de la mañana y para ir a laburar
Aunque preferimos quedarnos en el barrio.
No vamos a salvar a nadie
No somos pobres, somos indios
Hoy despertamos con la alegría de la hinchada…
Mantenemos mística y liturgia pero nunca más responderemos a ningún Papa.

Soledades

Por Juan Gelman


Siempre me ha llamado la atención la capacidad argentina de crear soledades. Monumentales, como cuando se prohibió al peronismo participar en varias elecciones presidenciales. O individuales, hoy en torno de Horacio Verbitsky porque insiste en la verdad de los costados oscuros del papa Francisco cuando todo el mundo, empezando por la señora Presidenta, se los limpia. Como nuestro Premio Nobel de la Paz, que sustituye lo que supo por absoluciones que huelen a rigor mortis de la ética, cualquiera fuere su color. José Luis Mangieri tenía razón: la Argentina es un país de antropófagos. De sí mismos.

Conocí al nuevo Papa cuando era obispo en circunstancias en que yo recurría a todos los medios posibles para saber qué había sido de mi nieta o nieto nacido en cautiverio. Corrían los años ’90. Que había una hija o hijo de mi hijo lo supe en 1978 por el padre Fiorello Cavalli, un jesuita encargado del Cono Sur en la Secretaría de Estado del Vaticano. El padre Cavalli se interesó verdaderamente por el problema y preguntaba a todos los obispos argentinos que llegaban a Roma si sabían algo del tema. Nadie sabía nada.

Con ese antecedente, acepté la propuesta de mi querida y excelente abogada penal Alicia Oliveira, muy amiga de Bergoglio, como lo ha subrayado no hace mucho, de entrevistarlo para exponerle la situación e interesarlo en la averiguación de datos que podrían llevarme a encontrar a mi nieta o nieto. Nos recibió en la Catedral muy cordialmente pero, en síntesis, su respuesta fue que no podía hacer nada. Refiero el hecho porque es verdad lo que el ya arzobispo Bergoglio declaró ante la Justicia argentina: que yo había ido a verlo para que me ayudara a encontrar a la hija o hijo de mi hijo, su único legado. En esa audiencia judicial señaló también que había hecho gestiones con ese fin y que me había comunicado que no obtuvo resultados. Lo primero no me consta, lo segundo no es cierto. Nunca volví a ver al arzobispo Bergoglio y por ninguna vía supe de sus presuntas gestiones ni de su falta de éxito.

Narro este episodio no por su importancia, sino porque es cierto lo que nuestro Premio Nobel de la Paz dijo en 2005. Habló de la ambigüedad de Bergoglio y rogó al Espíritu Santo que no lo eligieran Papa en ese conciliábulo cardenalicio. Bueno. El tiempo pasa con su escoba de olvidar y algunos la agarran. No es difícil barrer los recuerdos que las circunstancias tornan molestos.

Huevos al plato y Militancia

por Valeriano


Puede ser por mis 42 y mi incipiente calvicie, puede ser por las mil derrotas y mi cinismo de fracasado. Mil motivos o ninguno tengo para afirmar que la militancia del 24 de marzo me tiene los huevos al plato.
La plaza se va a llenar dos veces hasta rebalsar de burócratas que nos dicen que son los Derechos Humanos; unos diciendo que están cumpliendo el sueño de los compañeros; otros que están continuando su lucha; ambos kioscando ideológicamente con los compañeros. También va a estar llena de militantes sueltos que cumplen con su cuota anual de compromiso callejero, para refugiarse el resto del año en Facebook.
A 37 años del golpe cívico/militar/eclesiástico (agregue usted, avezado lector, lo que le parezca); la plaza está cada vez más llena de obviedades. El 24 se ha convertido en el como si del arco ideológico que va de la centro- izquierda a la ultra-izquierda, incluyendo la izquierda peronista (hoy estética dominante). Cientos de miles se cargan de moral y en tono festivo salen a recordar, a luchar, a continuar, a decir, a saltar y cantar, a estar bien con ellos mismos.
Pero 37 no son pocos años: son muchos años de luchas y derrotas; pero también de convicciones y victorias. Como son muchos, muchas boludeces hemos tenido que escuchar en estos últimos tiempos.  Jode ver a Hebe meter, ante cualquier medida del gobierno, el sueño de sus hijos; o ser testigos de una discusión imbécil y sin sentido frente a un asado en la ESMA (viendo a un chabón que pasó por ahí, que fue torturado, compungido frente a Nelson Castro porque alguien hizo unos patys: ¡Horror! Patys y choris en la ESMA). Es tremendamente estúpido que no se pueda usar la palabra desaparecido porque algún comisario político y moral te va a corregir un “Che, me desapareció la lapicera”). Ofenden nuestra inteligencia las columnas de banderas rojas que nos vienen avisando, desde Diagonal Norte, que no se reconcilian con no sé quién, justo ellos que jamás estuvieron en la discusión. Harta ver a Estela de Carlotto enfocada cada vez que Cristina habla como garante moral del gobierno; ejemplos tenemos miles y seguramente a cada uno de los pocos que lean esto se le viene alguno ahora mismo).
Un amigo mio me contaba el otro día que tuvo que ir al Olimpo, no sé bien por qué, y que al entrar vio a un grupo de unas diez personas que, se enteró más tarde, eran una especie de militantes de 678. Al salir de la reunión que tenía, justo al pasar cerca de la asamblea seisieteochista, escuchó que comenzaban a gritar “30 mil compañeros…”.
Y como si fuera, poco hoy por hoy, las redes sociales multiplican hasta el hartazgo la imbecilidad militante.
Pero creo que mis huevos al plato con el venticuatro de marzo no se deben ni a mi claro envejecimiento; ni mucho menos a los boludos sueltos que polulan por ahí; ni a la utilización que hace el Kirchnerismo, o a la utilización que hace cualquiera.  Se debe a que se ganó.
A 37 años del golpe podemos decir que la verdad, la memoria y la justicia prevalecieron en nuestro país. Por supuesto que faltan cosas todavía y que siempre hay que estar atentos. Oca, pero la lucha principalmente de Abuelas, Madres e Hijos después (ciudadanía popular) dio claro resultados. Ganaron. Ganamos.
La Marcha del 24 es, entonces, la disputa por el contenido de la victoria. ¿Quién se queda con la Copa? Y eso me llena tremendamente los huevos. La marcha del 24 es un compendio de obviedades, de clichés, de simulaciones. Lo único bello y rescatable son las miles y miles de pibas y pibes menores de 23 que van felices a la Plaza.
Por lo expuesto, señor lector, quiero proponer que no se haga más la Marcha del 24 de marzo: fuimos valerosos en la lucha y la derrota; no seamos imbéciles en la victoria. ¿Usted cómo la ve?

Homini Lupus Homini

por Lobo Suelto!



El territorio tiembla, el sentido de la eternidad afloja, el tiempo se recubre de un vertiginoso efecto de “ahora”. Así vive el hombre: en pleno desmonte. Entre neblinas, los viejos lobos recuerdan ese tiempo muy otro, el Tiempo-Ahora. Vale la imagen dialéctica para ajustar las tuercas a esta estafa llamada presente.
De las variaciones de la tierra sólo esperamos una cosa: que arrase con el hombre. Temblor y terror. Lo saben los más agudos entre nuestros enemigos (pastores de la humanidad): en la lucha contra el papado –¡hay, el tiempo no pasa, sólo se argentiniza!– un hombre lúcido, Thomas Hobbes, aprendió a descifrar en lo profundo de la naturaleza humana. El hombre fuera del Estado, dijo, de su influencia pedagógica y terrorista, es lobo (Lupo Líbero): Homini Lupus Homini. Fiera íntima que anida en la sexualidad no contenida de la mujer y del varón.
La esencia del humano es el miedo al dolor, es decir, la voluntad (eso es lo que nos separa y repugna). Luchar contra fuerzas vencedoras, dice el más original impulso lobuno; lo demás sería fútil pérdida de agresividad. Nuestra batalla carece de doctrinas: sólo nos orientan las líneas del desmonte, es decir, la guerra a la voluntad humana en todas sus formas y bajo todas sus máscaras.
Nuestros enemigos, entonces: en primer lugar, la voluntad divina. Luego, el murmullo feliz del populismo, epítome de los voluntarismos redentores. Finalmente, los más pillos bandidos de lo “post” (post hegemonía, post soberanía, post colonial): post-voluntad. Voluntad que creer, en vano, incluso cínicamente, estar de vuelta de sí.
Todo aquello que posee aspecto de filosofía merece ser invertido. Como esa escena patética del pensador aturdido por la civilización a la búsqueda de un “claro en el bosque”. Lo nuestro son los Materroles urbanos.

Allí donde se permanece mansito y gozoso, peligroso no insurrecto (mañana, quién sabe!). El círculo vicioso del nacional esencialismo persiste. ¡No nos van a agarrar! ¡No nos van a atrapar!

¡Oh Hobbes, nuestro primer poeta! El odio lo estremecía y su prodigiosa razón lo inmortalizó. Él es el hombre: en su palabra temerosa nos reconocemos. Somos refutación pura (¿la realidad es la única verdad?). Somos palabra santa desde que las profecías sucumbieron (¿comunidad organizada?). El de lo profético ocurrió hace poco: el año 2000 nos encontró agusanados. Homini Lupus Homini no es combate ni deseo de poder, sino goce y fuga.
“Vos llevás una opinión que va muy bien con tu tristeza” (y con las pilchas). Da seguridad, sosiega. Se llama Realidad. Se llama Simbólico. ¡La doxa se ha politizado! ¡El elenco! ¡El elenco! Opinemos todos y todas que las convicciones se han vuelto mercado: dan buena renta, identidad y hasta conjuran malestares.
¡Corre, Lupus corre! La libertad muestra sus dientes a la luz de la luna. Pero la realidad ya no va (no nos van a joder de nuevo con la verba de los verbosos: alka-rajo). Busquen, nomás, la coherencia enferma, el sinsentido en los argumentos: poco cabe en las estructuras del hábito. La deserción dibujada sobre nuestra fealdad (héroe de nuestra vergüenza). En nuestro desclase: pura pragmática; en nuestro subdesarrollo: pura reacción muscular. Imbatibles a fuerza de astucia y urbanidad obligada. La sublevación estereotipada del indio perezoso: Lupus es el afuera en el centro del adentro.
Con muy poco se puede hacer estallar la Historia.
Arte sutil de la incomunicación. Escritura acribillada para fugar de la literatura. Sólo el Maestro Lupus, gran escritor, alcanza el orgullo de no tener nada que decir. Lo demás es defender la propia causa bajo el disfraz del altruismo, de lo colectivo, de la Voluntad. Banderas pedorras (¿Banda de orgas en pedo? ¿pedo-gorras?).
                                            
Del goce al disfrute Lupus te la embute
Si se aguza el oído, desde el fondo del bosque envenenado se escucha el  ritornello: ¡pensamiento liberal que vergüenza que me das! / pensamiento nacional la vergüenza federal! Murmullo mudo, solitario, absoluto: aprendizaje de una retórica natural, oficio de obras falsas que propicia  encuentros silvestres.
No: lengua de la multitud en su descomposición (y recomposición). En la ambivalencia tensada, y sólo en ella, esperamos alcanzar la alta definición, la que sirve.  ¡Nuestra voz será falsa o no será!
Llevamos en nuestros oídos la más maravillosa música que es, para nosotros, la de la intolerancia y el tropezón con los que la viven de otro modo (¡no todos, of course!).
¡Sólo la mentira nos hará libres!

Clinämen: Poder financiero y dictadura

Conversamos con Bruno Napoli, historiador e integrante de la oficina de derechos humanos creada dentro de la Comisión Nacional de Valores para investigar el rol de dicho organismo durante la dictadura. A dos días del 24 de marzo, nos preguntamos por el lugar del estado y sus modos de vinculación con el poder económico.

http://ciudadclinamen.blogspot.com.ar/
lluvia infinita de átomos desviación clinämen
retomamos conversaciones empezadas
hablamos entre nosotrxs hablamos con otrxs

todos los martes a las 11 hs. en la mar en coche / radio la tribu

les compartimos un breve archivo
de audios de la 2da mitad de 2012
y los primeros clinámenes de 2013
(el título linkea al audio)


Poder financiero y dictadura 26 de marzo de 2013
Conversamos con Bruno Napoli, historiador e integrante de la oficina de derechos humanos creada dentro de la Comisión Nacionalde Valores para investigar el rol de dicho organismo durante la dictadura. A dos días del 24 de marzo, nos preguntamos por el lugar del estado y sus modos de vinculación con el poder económico.

Todo papa es político 19 de marzo de 2013

Conversamos sobre cómo la asunción del nuevo papa puede modificar los horizontes políticos. El escenario mundial y el latinoamericano. El proyecto de una contención conservadora de lo popular. Las cúpulas de la iglesia y la dictadura en Argentina. El cristianismo como sustrato común.

La producción política de la catástrofe 18 de diciembre de 2012

Conversamos con Ángel Luis Lara, artista y activista español que vive en Nueva York, sobre los devenires de Occupy Wall Street y el surgimiento de Occupy Sandy, luego del paso del Huracán Sandy por los Estados Unidos, en octubre de este año.

Crear comunidad como forma de resistencia 11 de diciembre de 2012

Conversamos con Raul Gatica, activista, escritor, periodista y miembro del Consejo Indígena Popular de Oaxaca (CIPO) Flores Magon. Raúl es actualmente un organizador del movimiento de trabajadores campesinos golondrina en Canadá, en donde se encuentra exiliado.

Los afectos en política 4 de diciembre de 2012

Conversación intra-clinamen sobre la coyuntura política. ¿Hay una irrupción de los malestares y los miedos que está desplazando una política basada en la argumentación, los discursos y los intelectuales?

Cuando hablamos de seguridad 27 de noviembre de 2012

Conversamos con Quique Font, profesor de Criminología y política criminal de la Universidad Nacionalde Rosario, sobre la relación entre lo policial y lo político. ¿Qué pasa en las periferias? ¿Qué formas de conflicto y de violencia? ¿Qué pasa con los jóvenes?

Impunidad y bruteza 16 de octubre de 2012

Compartimos fragmentos de una conversación con Florencia Arietta, jefa de Seguridad del Club Atlético Independiente de Avellaneda. La disputa por la fiesta. ¿Qué pasa con los pibes? Impunidad y brutalidad, el ejemplo del crimen de Mariano Ferreyra. La trama de actores: la policia, la dirigencia de los clubes, los funcionarios públicos. Las falencias del progresismo en temas de seguridad.

Multitudes insondables 2 de octubre de 2012

Conversamos con Amador Savater, pensador y activista español, sobre los devenires del 15M y algo del aniversario de Ocuppy Wall Street. Luego, hicimos una pequeña incursión en la actualidad de los movimientos en Perú, con Juan Carlos Giles en el estudio.

Fanón y la lucha anti-colonial 11 de septiembre de 2012

Conversamos con el antropólogo Miguel Mellino sobre Frantz Fanon, pensador y activista de las luchas por la independencia de las colonias europeas, cuya vida y obra resonó en las militancias de izquierda de los años 70 en nuestra región.

El regimen político megaminero 14 de agosto de 2012

Conversamos con Horacio Machado Aráoz, docente e investigador catamarqueño, sobre el nuevo modo de gobierno que se genera mediante el cruce de los aparatos estatales y los agentes de las empresas extractivas en la región.
Conversamos con Tomás Palmisano, politólogo e investigador, sobre el modelo económico actual en Argentina y en la región. Cómo la mineria a cielo abierto, el agronegocio y la explotación petrolera pueden pensarse dentro de una misma dinámica económica, de caracter extractivo.

La ciencia con las asambleas en los territorios 3 de julio de 2012

Conversamos con María Comelli y Matías Blaustein de IPPM (Investigadores Populares sobre Problemáticas Mineras), un grupo interdisciplinario de investigadores y estudiantes de las Facultades de Ciencias Exactas y Naturales y de Ciencias Sociales de La UBA que trabaja junto a las asambleas contra la megaminería en el interior del país.

Darío nunca hubiese aceptado que a las familias les tiren con glifosato 26 de junio de 2012

Conversamos con Neka Jara y Alberto Spagnolo, que integraban el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) cuando asesinaron a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en Avellaneda. Diez años después, desde el Movimiento de Colectivos, reflexionan sobre las formas de organización actuales y las demandas vigentes.

El Papa militante

por Facundo Salomón


Muchas controversias ha generado en la Argentina en los últimos años la palabra “militante”. La resignificación de la participación política activa en el territorio –no solo en las redes sociales- y la aproximación de muchos ciudadanos a espacios de construcción, tanto oficialistas como opositores, ha molestado mucho a aquellos que anhelan un papel secundario, rezagado, para la política. Entre estos sectores se encuentran desde ya el poder económico concentrado e incluso algunos políticos (y otros que se hacen llamar políticos aunque no pasan de meros gerentes de entidades públicas) que ejercitan la nostalgia noventista a diario.

Algunos entienden la militancia como acción territorial partidista combinada con concientización y acción social. Otros limitan su servicio a las redes sociales y a la participación en actos de protesta organizados “sin banderías políticas”, lo cual representa un desafío lógico insondable, nihilismo reeditado. El ingreso de la política a las escuelas secundarias y los debates internos del periodismo forman parte de este cuadro. No en vano antes del centenario de la patria el régimen conservador le regalo al país la ley de residencia (1902) que decretaba la expulsión de los inmigrantes revoltosos. Es innegable que el pueblo argentino tiene, en su corta historia, una tradición de participación política muy arraigada.


El nuevo Papa Francisco no es ajeno a esta tradición. Él se ha mantenido, en el tiempo que lideró la Iglesia de Buenos Aires, cerca de los llamados “curas villeros” y de la estructura de contención social que tiene la Iglesia Católica en Buenos Aires. Ha colaborado con entidades civiles que combaten al trabajo esclavo y la trata de personas poniendo a disposición las “casas seguras” de la Iglesia en todo el país. Sin embargo, el lamentable papel de la jerarquía eclesiástica durante la dictadura militar 76-83, la acción de ciertos grupos refractarios a las religiones en general y la pérdida de fieles a manos, fundamentalmente, de las iglesias evangélicas ha ido limando la base de sustento de la Iglesia.

Es sabido que existen fuertes internas y luchas de poder en la Iglesia. Tal vez estas sean las causas que hacen que la conducta de su jerarquía se aleje del mensaje cristiano. En las primeras palabras que ha pronunciado como Papa, Francisco (además de dar gestos para la tribuna como pedir que el anillo del pescador sea de cobre o bronce y no de oro o pagar la tarifa del hotel donde se hospedó) da cuenta de la imperiosa necesidad de revitalización que la institución tiene, advirtiendo que si los pastores no caminan, la Iglesia corre el riesgo de transformarse en una ONG piadosa. También aconsejó no ceder ante el pesimismo. Esto no es otra cosa que un programa de acción, de tomar la posta dicho en buen criollo. Hay que dejar los espacios de comodidad, hay que interactuar, hay que construir. Hay que militar.
Francisco, por su perfil conocido por los argentinos, será un Papa político, impulsor y difusor de la doctrina social de la Iglesia. Es políticamente pueril creer que no se inmiscuirá en los asuntos internos de su pago chico. Lo ha hecho –sin demasiado éxito- sin ocupar el trono de Pedro. Suponer que por ocupar tan alta dignidad se desentenderá de la Argentina es un grave error a mi criterio. Juan Pablo II hizo lo propio en Polonia, no así Benedicto XVI, cuyo papado pueda tal vez sindicarse como “de transición” en un mundo que todavía no ha reordenado sus fuerzas desde el vacío de poder que dejó la caída del campo socialista en 1991.

La oposición en la Argentina se encontraba en un largo letargo, a la espera de un milagro político que le diera nuevas energías y perspectivas a sus alicaídos dirigentes, tal vez una nueva gesta como intentó ser el lockout patronal de 2008. El oficialismo por su parte experimentaba su propia incertidumbre, ante la falta de candidatos confiables para que peleen por el sillón de Rivadavia en el 2015, lugar que no podrá ocupar la Presidenta a menos que lleve adelante la reforma constitucional.

Hace algunos años leí una obra del brillante novelista y deficiente analista político Mario Vargas Llosa, “La Fiesta del Chivo”. Una novela más, sin muchas luces, pero con una frase, desconozco si fruto de la imaginación del peruano o parte de la realidad, que Perón le dice durante su estadía en República Dominicana a Trujillo, dictador de dicho país: “a mi no me tiraron las botas, sino las sotanas”. La irrupción de Francisco desde el escenario internacional, potenciando a sus adalides locales tanto dentro de la curia como fuera de ella, será el nuevo desafío al que deberá enfrentarse Cristina.

Urgente: Comunicado de Prensa


Hace unos días nuestro querido colaborador Juan Pablo Maccia sufrió un agudo accidente cardiovascular que, aunque conciente, lo mantiene internado en Terapia Intensiva en un nosocomio de su Santa Fe natal,
 razón por la cual se verá mermada significativamente su actividad periodística.

En un correo que lleva su firma (junto a la socarrona expresión “el convaleciente”), Juan Pablo nos hace saber que se encuentra estable e incluso dichoso “de haber sobrevivido al tironeo de la Huesuda”. Cuenta que el médico que lo atiende atribuyó su afección al “modo de vida occidental”, y que no le parece casual que el ACV haya sobrevenido mientras escribía –perturbado y no exento de rabia–Sotanas de Hierro, la biografía no autorizada de “Papa argentino”, donde revela las andanzas de Jorge Mario Bergoglio durante los primero años ’70.

En menos de un año Juan Pablo se ha convertido para nosotros en una figura entrañable: en su homenaje publicamos una de sus mejores piezas, la entrevista que le hicieran desde la Juventud de Carta Abierta a principios de este año.

Esperamos, compañero, tenerlo pronto con nosotros nuevamente.


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La política se arruina cuando se hace de la opinión un negocio



Durante el mes de febrero la Juventud de Carta Abierta organizó una serie de encuentros para charlar de forma abierta con militantes e intelectuales que sostienen diferencias amables con el kirchnerismo. A continuación publicamos el encuentro con Juan Pablo Maccia. Agradecemos la gentileza del envío a Ricardo Foster.


JCA.  -¿Por qué publicar hoy en un blog, en tu cao Lobo Suelto!, y cómo definís tu apuesta por la comunicación política en el actual contexto de la “batallas de las ideas”?

JPM: -Lo único que retengo de mi paso frustrado por la carrera de comunicación, en Rosario, es lo siguiente: que la comunicación es el peor de los clichés. Que pasa por ser la respuesta a todos los males cuando en realidad se trata del más pesado de los lastres. Esto funciona, sobre todo, para el discurso que se quiere político. Lejos de toda pretensión de comunicar algo del orden de las imágenes y los sentimientos (eso que hoy pasa por lucha “hegemónica”) apuesto por la paradoja y el simulacro dado que sólo encuentro verdadera fiesta en la incomunicación. Eso es lo que extraño del 2001 y de ciertos momentos excepcionales del gobierno de Néstor: un escenario político en el cual felizmente teníamos poco y nada que decir y todo por experimentar en el nivel de la creación de lazo, de imaginación, de economías en diversos órdenes.

Es cierto que hoy publico principalmente en medios electrónicos, blogs y diarios digitales, de hecho en este momento es mi única actividad pública, pero éste es para mí un fenómeno muy nuevo. A fin del año pasado escribí sobre  un extraño libro llamado Posthegemonía, de un tal Jon Beasley-Murray, que aporta una argumentación que me interesa mucho. Él dice que está harto –y lo dice de un modo realmente muy sencillo pero verdadero– del carácter culturalista con que se recubre la política “populista”, en el sentido positivo con que se usa hoy entre nosotros el término. Él se pronuncia por un retorno a los afectos y a los hábitos (es decir, una dimensión ajena a la representación), como lo real de la política.

Lo que me gusta de esta posición es que se interesa por la política fundada en las intensidades. Y que confía mucho menos en el aspecto retórico. No se trata de una desconfianza ingenua de la lengua, sino de una nueva atención a la sensibilidad y a los problemas que surgen de la estructura material de nuestras sociedades antes de ser organizados por el régimen mediático y representativo. Creo que, contra lo que dicta la actual profesionalización de las militancias, una sensibilidad de este tipo requiere de mucho laburo, de pensamiento en serio, cosa que la mayoría de los intelectuales públicos más talentosos han ido abandonando en favor de un tipo mucho menos interesante de intervención, ligada a un ideal de la batalla política puramente argumentativa, pseudo-belicista, muy verbal y excesivamente preocupada por cuestiones de estilo.

JCA: ¿Y cómo concebís entonces el compromiso político en tu tarea?

JPM: -Lo que yo siento, la verdad, es que buena parte de los intelectuales, así como una mayoría de los militantes y del público “comprometido”, dan vida a una formidable división ideológica, muy importante por razones que todos conocemos, pero que por desgracia tiende a agotarse casi exclusivamente en el reino de la opinión. Encuentro que en el presente lo importante es mostrarse con una opinión. Es la gran satisfacción. La opinión política se ha convertido en la actualidad en uno de los códigos sociales más difundido. Es una gran novedad, digo, el hecho de que el discurso político funcione según la los requerimientos de una ecuación mercantil del tipo: tener una opinión = tener una identidad. Es como tener un valor propio para circular. Y ojo que no es una boludez, se invierte mucho esfuerzo en todo esto, en adquirir una opinión, en confrontarla, en defenderla a muerte. Lo curioso de todo esto es que la opinión nunca implica una práctica. Las prácticas han desaparecido bajo el rubro emergente de la pura opinión. Creo que la política está en problemas cuando se reduce a este juego.

Respondo más directo, entonces. Me interesa la política, desde ya, pero la política es para mí, si se me disculpa el exabrupto setentero, “creación y lucha”. Cuando digo que la política se da en el nivel de las prácticas hablo, como es lógico, de las prácticas inseparables de la cuestión del poder. No me interesa demasiado el discurso del que “sabe” de política, el discurso que en definitiva tributa a la cosa universitaria. Menos aún el discurso periodístico, que se ha vuelto muy pobre. En fin, no me siento contento con las retóricas que hoy nos gobiernan, porque las veo animadas por una tendencia muy despolitizante.

JCA: -Es extraño esta afirmación en un período de politización tan intensa, sobre todo de la juventud… 

JPM –Pero es que justamente desconfío de lo que hoy se llama “politizarse”. Al contrario de lo que se suele escuchar y leer casi en todos lados, mi impresión es que la política surge de los conflictos materiales de la vida en su conjunto. Y si bien la retórica es parte de cualquier política (y no dudo de que, efectivamente, vuelve a existir hoy un condimento político en los discursos sociales) no me resulta admirable el hecho de que la verba del sujeto político se autonomice, se aparte a tal punto de los problemas que van surgiendo, del modo en que surgen, digo. Los problemas políticos son sobre todo de mucha complejidad y están ligados a problemas como el trabajo, la infraestructura, la tenencia de la tierra, el tipo de tecnologías a las que tenemos acceso, la imagen de felicidad y de desarrollo (es decir, de bienestar) que estamos consumiendo, en fin, toda una gamas de cuestiones que son inseparables de un enfoque a fondo de lo que podemos seguir llamando, ¡por qué no!, la lucha de clases.

JCA: -No comparto tu desprecio por la opinión… me hace recordar lo que dice Rancière del “odio a la democracia”.

JPM: -No tengo gran simpatías por el señor Ranciére (como sabrán, hace poco se pronunció en contra de la re-relección presidencial con una irresponsabilidad que, en definitiva no debería sorprendernos tanto). Pero vuelvo, entonces, a la opinión. El punto, para mí, es que la opinión deja de ser la sustancia común de la democracia cuando es trabajada al modo del mercado. Yo rescato totalmente la opinión como expresión genuina de las pasiones, de la capacidad de deliberación entre iguales, pero creo que hoy no debemos ser ingenuos con el modo en que funciona el “régimen de la opinión” como parte de una administración comercial muy desarrollada.

En este contexto, me parece que hay que dejar atrás toda una épica del “dar la palabra”. El periodista comprometido no tiene nada ejemplar que hacer o decir, sino que su valor depende de su capacidad para participar de modo sensible (es decir, inteligente) en el  enhebrado colectivo. Se trata hoy de devolverle a lo colectivo su capacidad de variación. Y para eso tenemos que enfrentar la estructura emergente del poder simbólico que pretende instalarse de forma ominosa e irreversible. Me refiero, de nuevo, al hecho de que la opinión se vaya transformando en una fuente –a veces muy notable- de renta simbólica, como parte de un mercado surcado por todo tipo de intereses económicos y afectivos que no tienen ya nada que ver con lo que me parece que es la interrogación política.

JCA: -Pero entonces, ¿qué sería para vos la política?

JPM: -Yo creo en lo que llamo “la interrogación política” como brújula de las militancias. No es nada raro, sino lo que pasa cada vez que los acontecimientos nos fuerzan a actuar sin libreto. Este tipo de virtuosismo sólo existe hoy en el kirchnerismo. Sin embargo su modo de existencia es paradojal: se nos ofrece cada día como espectáculo a la vez que se nos veda a nivel de la experiencia cotidiana (es el sentido de programas como 6, 7 y 8, que todos los días nos cuentan muy pedagógicamente qué pensar ante lo que pasa).

Pensemos nomás en lo que pasó durante este verano. Es más fácil hablar sobre la Fragata, o sobre el escrache a Kicillof que sobre los saqueos, o sobre lo que Diego Valeriano viene llamando el “capitalismo runfla” (piensen, sino, en lo que sucede estos días con la violencia narco y policial en los barrios del Gran Rosario). Mientras que la primera serie de acontecimientos son “fáciles”, porque se nos dan de inmediato los recursos subjetivos para tratarlos –y por eso se habla y habla sobre ellos-, los segundos son mas jodidos, y por eso se los hurta del régimen de opinión (o se los manipula de modo indigno, como podemos ver a diario en medios como C5N, Radio 10, la señal de TN y Canal Trece, etc). Para mí, la militancia consiste en plantear desde abajo los verdaderos problemas. Son ellos los que nos hacen crecer, porque nos devuelven una imagen de nosotros mismos que no esperamos, que a veces no queremos, y, sobre todo, que arruina nuestro jueguito de la opinión-satisfacción.

JCA: Me parece injusto que digas que hay cosas que se sacan del debate. Este gobierno puso, como nunca, todos los temas del país en discusión como ningún otro.

JPM: Sin dudas, sin dudas. No quiero ser un boludo quisquilloso (por lo menos, no uno quisquilloso). Lo que digo es que si diferenciamos el régimen de la opinión (donde todo tiene un lugar, y en esto no es nada menor el mérito del gobierno) del debate en serio nos vamos a encontrar con cuestiones que son verdaderamente difíciles de elaborar. Por ejemplo: ¿con quién y cómo se discutió el hecho tan cargado de consecuencias para todos nosotros de que la “salida de la crisis” se desarrollase en base a la exportación de dos o tres granos, en condiciones completamente impuestas por la especulación financiera a nivel del mercado mundial, cuestión que –agrego condimentos nada simpáticos, lo sé bien- posee implicancias sociales desastrosas (lo que es aún más claro si ampliamos la lente hasta incluir a las economías extractivas a gran escala, a cargo de grandes multinacionales y del estado nacional)? Digo, este tema no es un tema abierto a la discusión. Podes, desde luego, ensayar una “opinión” y, va de suyo que todos queremos tener una posición al respecto sea del tipo “no a la minería” o al contrario, una afirmación del “crecimiento con inclusión”, bancándote estos costos. Pero, de hecho estas opiniones en torno de las cuales surgen las mayorías y las minorías, no surgen de un debate profundo. Digo ¿no había opciones? ¿hoy no podemos pensar opciones? Y no es sólo el tema de la soja, repito, son todos los problemas políticos de fondo.

Les doy otro ejemplo más indisimulablemente político: ¿por qué las transformaciones que se hacen hoy desde el gobierno deben apoyarse sí o sí en la estructura del peronismo, en su poder sindical y territorial, si ya es bastante claro, para la cúpula que está hoy –afortunadamente- en el gobierno, que esta estructura es una parte fundamental del problema y no de la solución? La respuesta es sencilla: tal y como sucede con la soja, o con los planes sociales como modo de tratar la pobreza, hay estructuras que debemos aceptar, porque en los hechos se escapan a la discusión política. Se nos presentan hechos duros, inmodificables, que los que bancamos este proyecto nos habituamos a aceptar sin más. Surgen así verdades catastróficas de este tipo: sencillamente no se puede derrotar ni ignorar al peronismo, y entonces hay que admitirlo como base fundamental de apoyo. Y sabemos que no es gratis, ¿no?  Por eso, como les digo, todo esto no se pone en discusión, salvo como parte de las internas, de la tácticas chiquitas, la chicana. Y aclaro de inmediato que si pongo este tipo de ejemplos, que conciernen nuestro gobierno, es porque el resto de las expresiones políticas son demasiado patéticas, no vale la pena hablar de ellas.

JCA: -Aunque yo diría las cosas de otro modo, puedo entender en general lo que decís. Lo que no entiendo bien es cómo asumís tu papel en la batalla de las ideas, desde un espacio que no es “kirchnerista”, aunque vos sí lo seas, sin enfatizar que todos estos problemas que planteás se dan dentro de un proceso innegable de cambios muy positivos en el país y en la región.

JPM: -Sí, sí, por supuesto, en este ámbito estoy dando por sobre-entendido la importancia de los cambios que se dan en muchos campos, y que conocemos de memoria. Tal vez soy anacrónico, pero, como les vengo diciendo, yo creo en la crítica con respecto al propio espacio ideológico. Y lo cierto es que escribo, a pesar de todo lo que vengo diciendo, notas “de opinión” como cualquiera. Pero intento escribirlas sin inocencia, aportando una dosis fuerte de ironía ante tanta paparruchada que nos agobia. El texto que me interesa escribir es el que es capaz de forzar al máximo la veracidad del propio género de “opinión”, poniendo en cuestión –ojalá lo lograse- el valor y el prestigioso del que goza.

En los hechos, mi argumentación busca la apariencia de quien sigue todas las reglas la opinión calificada, que incluso logra anticiparse a ella (como pasó hace poco cuando Beatriz Sarlo hizo referencia a un texto mío), pero por debajo y en el fondo la apuesta pasa por introducir la paradoja, y de introducirla a partir de radicalizar el propio juego de la opinión en el que estamos todos inmersos. Quizás sea un propósito algo triste y no pase de mostrar que en partes vivimos en un juego miserable. No me parece contradictorio con que en otros niveles pasen cosas muy positivas. Creo que vivimos un período “objetivamente fértil” y “subjetivamente estéril”, que muchos prefieren simplificar, llamándolo “apasionante”. Yo creo que hay un poco de ilusión en tanto apasionamiento.

JCA: Pero la pasión y la ilusión son parte de un nuevo clima, luego de tanto desánimo y frustración. Lo que decís me recuerda aquello del “pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”…
JPM: ¡Es que estamos atrapados! Cuando pensamos libremente damos una falsa impresión de desanimo. No me parece justo. Aceptar esto es conceder demasiado a las posiciones de las que me estoy quejando. No es cierto que nos falte buena voluntad o ánimo optimista. Si de algo carecemos es de oportunidades reales en las que poner en juego todo el entusiasmo, y hasta el desparpajo del que somos capaces. Pero para eso hay que cortarla con toda esa mojigatería ideológica a la que uno debe someterse cuando habla en público, ¿no creen?
JCA: Lo que yo creo es que hoy el entusiasmo y la libertad no son abstractos, sino que parten de defender claramente el rumbo del gobierno…

JPM: Está bien, está bien, ¿ven? Es desalentador todo esto. También yo banco el rumbo del gobierno. No veo otro (y los que veo son horripilantes). En todo caso, tomo esta charla como ejemplo vivo de lo que digo. Lo que más me interesa, ahora, es buscar un lugar… ¿cómo llamarlo? Digamos, un lugar “inexistente”, desde el cual zafar de toda esta carga tan fastidiosa… yo quiero un espacio con suficiente libertad para sorprenderme de mis propias impresiones e ideas.

JCA: La verdad es que tu posición es bastante inclasificable…

JPM: -Me doy perfecta cuenta. Y de hecho, para mucha gente soy, o bien un operador del gobierno, o bien alguien que está en contra el gobierno (aunque nunca oculté mis simpatías por el kirchnerismo). ¡Y hasta se ha sugerido que mi nombre es falso, un pseudónimo! Gracioso sería que más que una persona de carne y hueso mi nombre tuviera un destino colectivo (“La Maccia”, por ejemplo). Pero lo entiendo, después de todo, mi vida, por fuera de mi escritura, no es más que la de un monotributista de provincias.

Sucede que me llevo mal con la cultura “progre”. En mi vida personal tomo posiciones firmes, pero no creo en eso de “tomar de la palabra” como modo de amplificar mi subjetividad. En este terreno –y espero que sólo en este- me siento más bien un liberal clásico. Para mi la palabra pública tiene que ser siempre crítica y nunca apologética. Y con relación a la escritura, les confieso que me repugna cuando se trata meramente de trasladar al texto de una opinión que se tenía de antemano. No veo dignidad alguna en esta tarea. Escribir es algo muy distinto, más vinculado con un proceso “involuntario” en el cual uno adquiere conciencia de quién es realmente y qué lugar ocupa en el flujo de la mente social. Creo que recordar que Sartre tenía este tipo de reflexiones sobre la escritura en relación a una libertad y no a una autolimitación de tipo moralista (no sé si luego él mismo no se habrá traicionado en esto).

JCA: En algunos de tus textos tomas a las generaciones como objeto de reflexión política. Si recuerdo bien, sostenes allí que tanto la generación que militaba en el 73, como la juventud que actualmente ingresa a la política arrancan con experiencias históricas primaverales, mientras que situás a la que protagoniza el 2001 –en  la que te inscribís- como “otoñal”…  ¿es así? ¿Los que tuvieron la experiencia de “militar contra el estado” hoy se sienten más proximidad con las cacerolas que del kirchnerismo?

JPM: Aclaro que mi generación es la de los “setentas”, la de quienes nacimos en los setentas. Somos los hijos de la década loca y siniestra de la de historia nacional. Mi generación, que hizo su bautismo luchando contra el poder, contra el estado (la dictadura, la impunidad, el estado neoliberal) no puede ser hoy cacerolera. Es algo que no logro entender. La palabra “dictadura” es demasiado importante como para que quede en manos de los descerebrados que “toman la palabra” y usan las redes sociales pidiendo “libertad”.

Estoy convencido, y lo escribí en mi última nota, que para nosotros lo político es totalmente inseparable de una larga reflexión sobre la relación entre capitalismo y dictadura, un tema clásico –muy caro para Lenin, que para mí sigue siendo el gran maestro de la política- que estamos obligados a pensar en nuevas condiciones. En ese artículo me pregunto si nuestra cultura política ligada al rechazo de la dictadura y de todo autoritarismo (Hebe y Foucault, digamos), es un capital a reactivar para enfrentar o, al contrario, un nuevo lastre que nos impide asumir los nuevos problemas.

¿Sigue siendo el del terror el fundamento de la hegemonía del capital y de las finanzas? ¿O debemos abandonar definitivamente esta tesis leninista, con rumbos desconocidos asumiendo, por ejemplo, como hoy dicen muchos, que el mundo neoliberal o post-neoliberal va dejando atrás el núcleo duro de la violencia, el autoritarismo y la dominación? No veo que se pueda comprender el significado histórico que tiene el kirchnerismo para mi generación sin ensayar alguna idea –aun si provisoria- respecto de de estas cuestiones.

JCA: Mientras te escuchaba pensaba que por momentos ligas tus comentarios a la crítica de las izquierdas al kirchnerismo (que es banal, que es falso) y por momentos pareces tomártelo muy en serio, como el síntoma real de este presente. 

JPM: Es que el momento actual es el de una mezcla muy extraña entre motivos muy caros, muy profundos e importantes con una dosis impresionante de banalidad, también en los actos de gobierno. Muchas veces me pregunto de dónde surge este sentimiento de que todo es tan trucho, y no encuentro una respuesta acabada: ¿surge del modo de apelación a la juventud? Es evidente que, como decíamos antes, es un tema –el generacional- bastante clave y bastante patético por momentos; ¿proviene del contraste entre una retórica militante y una contraparte que se revela (como decirlos…) de una fuerte subjetividad consumista?; ¿o procede más bien del hecho de que banderas como la de los derechos humanos quede en manos de cuadros del PJ? Seguramente es una mezcla de todo esto.

JCA: Bueno, vamos terminando, esperamos que te hayas sentido cómodo, ¿querés agregar algo más?

JPM: -No, sólo decir que para lo difícil realmente jodido de esta época es que para hablar de estas cosas tenés que inventarte un personaje. Porque siempre va a pesar sobre vos la pregunta ¿“desde donde hablás”? Y yo detesto la identidad personal como lugar de elaboración política. No creo en la coherencia, sino en la inspiración. Creo que somos unos cuantos los que vivimos estos años haciendo de nosotros mismo una máscara. Nietzsche –y parece termino como empecé, recordando textos mal leídos hace demasiados años-  hablaba de esto, creo. Una máscara es un falso rostro que no esconde debajo nada auténtico. Lo único que importa en el enmascarado es la mutación de los rasgos que habilita. Y al final la máscara, que pretendía ocultar bajo unos rasgos inconmovibles una forma demasiado débil para exponerse por sí misma, acaba siendo ella misma el objeto de la mutación, la fisonomía alterada. Y todo esto sólo puede decirse con humor, con sano humor.      

Entrevista a Giorgio Agamben: “Dios no murió. Se transformó en Dinero”

“El capitalismo es una religión, y es la más feroz, implacable e irracional religión que jamás existió, porque no conoce ni redención ni tregua. Ella celebra un culto ininterrupto cuya liturgia es el trabajo y cuyo objeto es el dinero”, afirma Giorgio Agamben.
Giorgio Agamben es uno de los mayores filósofos vivos. Amigo de Pasolini y de Heidegger, Giorgio Agamben fue definido por Times y por Le Monde como una de las diez  cabezas pensantes más importantes del mundo. Según él, “el nuevo orden del poder mundial se funda sobre un modelo de gobernabilidad que se define como democrático, pero que nada tiene que ver con lo que este término significaba en Atenas“. Así, “la tarea que nos espera consiste en pensar integralmente, del principio al fn, aquello que hasta ahora habíamos definido con la expresión, poco clara en si misma de, “vida política”, afirma Agamben.
El gobierno Monti invoca la crisis y el estado de necesidad, y parece ser la única salida tanto de la catástrofe financiera como de las formas indecentes que el poder habia asumido en Italia. ¿ La convocatoria de Monti era la única salida, o podria, al contrario, servir de pretexto para imponer una seria limitación a las libertades democráticas?
“Crisis” y “economia” actualmente no son usadas como conceptos, sino como palabras de orden, que sirven para imponer y para hacer que se acepten medidas y restricciones que las personas no tienen ningún motivo para aceptar. ”Crisis” hoy en día significa simplemente “vos debés obedecer!”. Creo que sea evidente para todos que la llamada “crisis” ya dura decenios y nada más es sino el modo normal como funciona el capitalismo en nuestro tiempo. Y se trata de un funcionamiento que nada tiene de racional.

Para entender lo que está pasando, es necesario tomar al pie de la letra la idea de Walter Benjamin, según el cual el capitalismo es, realmente, una religión, y la más feroz, implacable e irracional religión que jamás existió, porque no conoce ni redención ni tregua. Ella celebra un culto ininterrupto cuya liturgia es el trabajo y cuyo objeto es el dinero. Dios no murió, se tornó Dinero. El Banco – con sus funcionarios grises y especialistas – asumió el lugar de la Iglesia y de sus sacerdotes y, gobernando el crédito (incluso el crédito de los Estados, que docilmente abdicaron de su soberania ), manipula y administra la fe – la escasa, incierta confianza – que nuestro tiempo todavía trae consigo. Además de eso, al hecho de que el capitalismo sea hoy una religión, nada lo muestra mejor que el titulo de un gran diario nacional (italiano) de hace algunos dias atrás: “salvar el euro a cualquier precio”. Así es, “salvar” es un término religioso, pero ¿qué significa “a cualquier precio”? ¿Hasta el precio de “sacrificar” vidas humanas? Sólo en una perspectiva religiosa (o mejor, pseudo-religiosa) pueden ser hechas afirmaciones tan evidentemente absurdas e inhumanas.
¿La crisis económica que amenaza llevarse consigo parte de los Estados europeos puede ser vista como condición de crisis de toda la modernidad?
La crisis atravesada por Europa no es apenas un problema económico, como les gustaria que fuese vista, sino que es antes de más nada es una crisis da relación con el pasado. El conocimiento del pasado es el único camino de acceso al presente. Es buscando comprender al presente que los seres humanos – por lo menos nosotros, europeos – son obligados a interrogar al pasado. Yo dije “nosotros, europeos”, pués me parece que, si admitimos que la palabra “Europa” tenga un sentido, él, como hoy aparece como evidente, no puede ser ni político, ni religioso y menos todavía económico, sino tal vez consista en eso, en el hecho de que el hombre europeo – a diferencia, por ejemplo, de los asiáticos y de los estadounidenses, para quienes la historia y el pasado tiene un significado completamente diferente – puede tener acceso a su verdad unicamente a través de una confrontación con el pasado, unicamente haciendo las cuentas con su historia.
El pasado no es, pués, apenas un patrimonio de bienes y de tradiciones, de memorias y de saberes, sino también y sobre todo un componente antropológico esencial del hombre europeo, que sólo puede tener acceso al presente mirando, de cada vez, a lo que él fue. De ahí nace la relación especial que los países europeps (Italia, o mejor, Sicilia, sobre este punto de vista es ejemplar) tiene en relación a sus ciudades, a sus obras de arte, a su paisaje: no se trata de conservar bienes más o menos preciosos, mientras sean exteriores y disponibles; se trata, eso si, de la propia realidad de Europa, de su indisponible supervivencia. En este sentido, al destruír, con el cemento, con las autopistas y la Alta Velocidad, al paisaje italiano, los especuladores no nos privam apenas de un bien, sino que destruyen nuestra propia identidad. La propia expresión “bienes culturales” es engañadora, pués sugiere que se trata de bienes entre otros bienes, que pueden ser disfrutados económicamente y tal vez vendidos, como si fuese posible liquidar y poner en venta a la propia identidad.
Hace muchos años, un filósofo que también era un alto funcionario de la Europa naciente, Alexandre Kojève, afirmaba que el homo sapiens habia llegado al fin de su historia y ya no tenía nada frente a si a no ser dos posibilidades: el acceso a una animalidad pos-histórica (encarnado por el american way of life) o el esnobismo (encarnado por los japoneses, que continuaban celebrando sus ceremonias del te, vaciadas, sin embargo, de cualquier significado historico). Entre una América del Norte integralmente re-animalizada y un Japón que sólo se mantiene humano al precio de renunciar a todo contenido histórico, Europa podria ofrecer la alternativa de una cultura que continua siendo humana y vital, incluso después del fin de la historia, porque es capaz de confrontarse con su propia historia en su totalidad y capaz de alcanzar, a partir de esta confrontación, una nueva vida.
Su obra más conocida, Homo Sacer, pregunta por la relación entre poder político y vida desnuda, y hace evidentes las dificultades presentes en los dos términos. ¿Cuál es el punto medio posible entre los dos polos?
Mis investigaciones demostraron que el poder soberano se fundamenta, desde su origen, en la separación entre vida desnuda (la vida biológica, que, en Grecia, encontraba su lugar en la casa) y vida politicamente calificada (que tenía su lugar en la ciudad). La vida desnuda fue excluída de la política y, al mismo tiempo, fue incluída y capturada a través de su exclusión. En este sentido, la vida desnuda es el fundamento negativo del poder. Tal separación alcanza su forma extrema en la biopolítica moderna, en la cual el cuidado y la decisión sobre la vida desnuda se torna aquello que está en juego en la política. Lo que pasó en los estados totalitarios del siglo XX reside en el hecho de que es el poder (también en la forma de ciencia) que decide, en último análisis, sobre lo que es una vida humana y sobre lo que ella no es. Contra eso, se trata de pensar en una política de las formas de vida, a saber, de una vida que nunca sea separable de su forma, que jamás sea vida desnuda.
El malestar, para usar un eufemismo, con que el ser humano común se pone frente al mundo de la política ¿tiene que ver especificamente con la condición italiana o es de algún modo inevitable?

Creo que actualmente estamos frente a un fenómeno nuevo que va más allá del desencanto y de la desconfianza recíproca entre los ciudadanos y el poder y tiene que ver con el planeta entero. Lo que está pasando es una transformación radical de las categorias con que estábamos acostumbrados a pensar la política. El nuevo orden del poder mundial se funda sobre un modelo de gobernabilidad que se define como democrático, pero que nada tiene que ver con lo que este término significaba en Atenas. Y que este modelo sea, del punto de vista del poder, más económico y funcional está probado por el hecho de que fue adoptado también por aquellos regímenes que hasta hace pocos años atrás eran dictaduras. Es más simple manipular a la opinión de las personas a través de los medios y de la televisión que tener que imponer en cada oportunidad las propias decisiones con la violencia. Las formas de la política conocidas por nosotros– el Estado nacional, la soberania, la participación democrática, los partidos políticos, el derecho internacional – ya llegaron al fin de su historia. Ellas continúan vivas como formas vacías, pero la política tiene hoy la forma de una “economia”, a saber, de un gobierno de las cosas y de los seres humanos. La tarea que nos espera consiste, por lo tanto, en pensar integralmente, desde el principio al fin, aquello que hasta ahora habíamos definido con la expresión, ya poco clara en si misma, “vida política”.

El estado de excepción, que ud. vinculó al concepto de soberania, hoy en día parece asumir el carácter de normalidad, pero los ciudadanos quedaron perdidos frente a la incerteza en la cual viven cotidianamente. ¿Es posoble atenuar esta sensación?
Vivimos hace decenios en un estado de excepción que se tornó regla, exactamente así como sucede en la economia en que la crisis se tornó la condición normal. El estado de excepción – que deberia siempre ser limitado en el tiempo – es, al contrario, el modelo normal de gobierno, y eso precisamente en los estados que se dicen democráticos. Pocos saben que las normas introducidas, en materia de seguridad, después del 11 de setiembre (en Italia ya habían empezado a partir de los años de plomo) son peores de lo que aquellas que estaban vigentes bajo el facismo. Y los crímenes contra la humanidad cometidos durante el nazismo fueron posibles exactamente por el hecho de que Hitler, enseguida después que asumió el poder,  proclamó un estado de excepción que nunca fue revocado. Y con seguridad él no disponía de las posibilidades de control (datos biométricos, videocámaras, celulares, tarjetas de crédito) propias de los estados contemporáneos. Se podría afirmar hoy que el Estado considera a todo ciudadano como un terrorista virtual. Eso no puede sino empeorar y hacer imposible aquella participación en la política que deberia definir la democracia. Una ciudad cuyas plazas y cuyas avenidas son controladas por videocámaras no es más un lugar público: es una prisión.
La gran autoridad que muchos atribuyen a estudiosos que, como ud., investigan la naturaleza del poder político ¿podrá traernos esperanzas de que, diciéndolo de forma banal, el futuro será mejor que el presente?

Optimismo y pesimismo no son categorias útiles para pensar. Como escribía Marx en carta a Ruge: ”la situación desesperada de la época en que vivo me llena de esperanza”.

¿Podemos hacerle una pregunta sobre la lectio que ud dió en Scicli? Hubo quiem leyera la conclusión que se refiere a Piero Guccione como si fuese un homenaje debido a una amistad enraizada en el tiempo, mientras que otros vieron en ella una indicación de como salir del jaque mate en el cual el arte contemporáneo está involucrado.

Se trata de un homenaje a Piero Guccione y a Scicli, pequeña ciudad en que viven algunos de los más importantes pintores vivos. La situación del arte hoy en día es tal vez el lugar ejemplar para comprender la crisis en la relación con el pasado, del que acabamos de hablar. El único lugar en que el pasado puede vivir es el presente, y si el presente no siente más al propio pasado como vivo, el museo y el arte, que de aquel pasado es la figura eminente, se tornan lugares problemáticos. En una sociedad que ya no sabe qué hacer de su pasado, el arte se encuentra apretado entre la Escila del museo y la Caribdis de la mercantilización. Y muchas veces, como pasa en los templos de lo absurdo que son los museos de arte contemporáneo, las dos cosas coinciden.

Duchamp tal vez haya sido el primero a darse cuenta del callejón sin salida en que el arte se metió. ¿Qué haceDuchamp cuando inventa el ready-made? Él toma un objeto de uso cualquiera, por ejemplo, un inodoro, e, introduciéndolo en un museo, lo fuerza a presentarse como obra de arte. Naturalmente – a no ser el breve instante que dura el efecto del extrañamiento y de la sorpresa – en realidad nada alcanza aqui la presencia: ni la obra, pués se trata de un objeto de uso cualquiera, producido industrialmente, ni la operación artística, porque no hay de ninguna forma una poiesis, producción – y ni siquiera el artista, porque aquel que firma con un irónico nombre falso el inodoro no actúa como artista, sino, como filósofo o crítico, o, de acuerdo a como le gustaba decir a Duchamp, como “alguién que respira”, un simple ser vivo.
En todo caso, en verdad él no queria producir una obra de arte, sino desobstruir el caminar del arte, cerrado entre el museo y la mercantilización. Ustedes saben: lo que de hecho pasó es que una colusión, infelizmente todavía activa, de hábiles especuladores y de “vivos” transformó el ready-mad en obra de arte. Y el llamado arte contemporáneo nada más hace repetir el gesto de Duchamp, llenando con no-obras y performances a museos, que son meros organismos del mercado, destinados a acelerar la circulación de mercaderias, que, así como el dinero, ya alcanzaron el estado de liquidez y quieren todavía valer como obras. Esta es la contradicción del arte contemporaneo: abolir la obra y al mismo tiempo estipular su precio.

Santiago López Petit: “No se necesita tener una alternativa para decir no”

Por Julio Santamaría
El filósofo y químico Santiago López Petit (Barcelona, 1950) ha dedicado toda su vida a conocer en qué consiste ese concepto del “querer vivir”. Todos sus libros tienen esa coletilla final. Para él, finalmente se trata de un grito, un estado que hay que ejercer con radicalidad, sin esperar mucho a cambio. Quien nada espera es el que sale vencedor. Y mucho más en estos tiempos en los que la movilización debe venir acompañada de una reflexión. De todo esto hablamos en esta entrevista a raíz de su libro Entre el ser y el poder: una apuesta por el querer vivir.

Estamos inmersos en una avalancha de datos, previsiones, estadísticas, balances. En este universo de cifras parece que el espacio para la reflexión filosófica no tiene cabida. ¿Es así? ¿O sólo es una distorsión en muchos casos debida a la información que nos dan los medios?
La filosofía no tiene nada que ver con un saber hecho de estadísticas, balances… y datos que se manipulan como se quiere. Tampoco con defender una opinión en una mesa de tertulianos. La filosofía se ocupa de crear conceptos. Los conceptos permiten pensar la realidad y la propia vida. En este sentido me gustaría emplear dos metáforas para caracterizar rápidamente la filosofía. La primera, aunque suene un poco fuerte, sería afirmar que los conceptos son cócteles molotoff contra la realidad, armas con las que intervenir en el combate en el que todos estamos metidos: ¿quién y cómo se construye la realidad? Pero la filosofía, una constelación de conceptos, es también la pista del aeropuerto que puede permitirme levantar el vuelo, es decir, hacerme dueño de mi propia vida. Evidentemente, la filosofía entendida así no tiene lugar propio en el hilo musical que no cesa y nos encadena. Repito, no porque se ocupe de cosas extemporáneas, sino al contrario, porque indaga en lo esencial, en lo que verdaderamente nos importa. Los problemas filosóficos que son nuestrosproblemas, tienen a menudo una cara histórica y otra ahistórica. ¿Por qué esta realidad concreta nos aplasta? ¿Por qué la precariedad nos inocula miedo? Pero también ¿Qué sentido tiene la vida? La filosofía es subversiva, y va a la raíz de las cuestiones. Por eso su objetivo no es resolver problemas, es decir, ofrecer soluciones simples que acaban finalmente por cerrar la posibilidad de pensar. La filosofía ayuda a vivir porque no te hace fácil la vida.
Parece que, más que querer vivir, nos basta con sobrevivir, en contraste con años pasados hemos ajustado nuestras expectativas. ¿Puede que hasta ahora hubiésemos vivido en un engaño en el que el consumo era el fin último pero también el medio? Sabiendo que dedica todo un libro a este concepto, pero en pocas palabras ¿puede decirnos que es “querer vivir”?
Se dice a veces que un filósofo no tiene que pensar muchas cosas, le basta con pensar una sola idea. Ahora bien, esta idea hay que pensarla hasta el final, con todas sus consecuencias. En mi caso, he intentado pensar durante más de treinta años una sola idea:el querer vivir. Casi todos mis libros tienen como subtítulo: “una apuesta por el querer vivir”, “el querer vivir como desafío”, “el odio del querer vivir”. Y el libro sobre la noche en el que trabajo actualmente lleva por subtítulo “la enfermedad del querer vivir”. Mi reflexión acerca del querer vivir empezó al plantearme la pregunta ¿qué relación existe entre el Ser y el Poder? En el fondo de esta cuestión estaba fundamentalmente la constatación cotidiana de que no somos lo que podemos. Fue entonces cuando introduje un desplazamiento clave en mi opinión: la vida no existe, existe el querer vivir. La vida es sencillamente el nombre que damos a una constelación de cuerpos, cosas y palabras cuando nos posibilita conjugar el verbo querer vivir. El querer vivir es lo que nos constituye, lo que cada uno es más propiamente. Y sin embargo, no nos pertenece sino que lo compartimos porque es inmanente a la relación que establezco con el otro. El querer vivir es también una decisión, aunque lo es solamente cuando flaquea, por ejemplo, ante una enfermedad grave que nos amenaza. Si la vida es una palabra, el querer vivir es un grito. Ahora bien, como se anunciaba en la pregunta, el querer vivir es en sí mismo la pura ambivalencia. Lo mejor y lo peor del ser humano. Por eso mi objetivo ha sido siempre pensar ¿cómo hacer del querer vivir un desafío? La fuerza oscura que vive en el querer vivir se traduce ciertamente en ambigüedad política. Pero, justamente, es de esta extraña oscuridad, de esta opacidad tan impenetrable, de la que puede nacer un desafío.
Usted habla en el libro de la desarticulación de la clase obrera como objeto político. ¿No cree que en estos años se ha roto un poco la pasividad en la que estábamos inmersos y las protestas sociales han devuelto a la ciudadanía a la escena política?
La clase trabajadora protagonista del ciclo de lucha de finales de los años setenta fue derrotada. El Mayo del 68 francés, el largo mayo italiano desde el 69 hasta el 77, la transición política en España… son algunos de los momentos. La derrota política, económica, y cultural de la clase trabajadora supuso su desarticulación en tanto que sujeto político, y lo que se conoce como neoliberalismo que empieza con Thacher, Reagan y los demás, no es más que la prolongación de esta derrota. Descentralización productiva y fábrica difusa, trabajo negro, deslocalizaciones, precarización laboral (y existencial), hipotecas… se trata de una verdadera ingeniería social encaminada a destruir una clase trabajadora que había alcanzado demasiado contrapoder, a reconstruir la obligación del trabajo. Lo que se conoce como “la crisis” no es más que un nombre para un proceso de expropiación de la riqueza colectiva y de los derechos sociales conseguidos. Ciertamente se están produciendo reacciones ante este ataque. Pero, por ejemplo, lo primero que habría que aclarar es el mismo término ciudadanía. ¿Sirve el concepto de ciudadano para calificar esta fuerza colectiva que tomó las plazas? Yo creo que no. El ciudadano es la pieza esencial de lo democrático, y lo democrático es la forma fundamental de dominio. Sí que es verdad que hay una resistencia pero la desproporción entre el ataque y la respuesta es por desgracia apabullante.
¿El concepto de proletariado y lucha no ha quedado excesivamente difuminado en este modelo económico global?
En la época global, y podríamos escoger el 11-S del 2001 como el momento simbólico de su inicio, el capitalismo tiende a identificarse absolutamente con la realidad. En otras palabras, no hay afuera. Podríamos emplear una metáfora: vivimos dentro de la bestia que nosotros mismos alimentamos simplemente viviendo. Estamos en el corazón de lo insoluble. La consigna capitalista que funcionó en una parte del mundo durante años fue “paz social a cambio de dinero”. Patronal y sindicatos llamaban a esta transacción pacto social, política de rentas. Ahora la consigna capitalista que rige el mundo es simplemente “Esto es lo que hay”. Se trata de un nuevo escenario en el que el espacio de la negociación se ha ido apagando. Es fácil de entender. Como afirmaba recientemente uno de los hombres más ricos del mundo [Warren Buffet]: “¡Y tanto que existe la lucha de clases, pero la vamos ganando nosotros!”. En términos políticos podríamos calificar la situación en la que estamos como un impasse. La acción política que se quiere radical está abocada al siguiente dilema: si se concreta – y debe concretarse para hacerse efectiva – pierde consistencia política, se hace arbitraria y es absorbida por la propia realidad. Pero si no se concreta, para evitar caer en la trampa de la particularidad, permanece abstracta e incapaz de morder la realidad. Lo que es políticamente factible no cambiará nada, y las acciones que podrían traer consigo cambios realmente significativos son políticamente impensables. La reivindicación ciertamente necesaria parece agotada, abocada a un callejón sin salida. Las formas clásicas de lucha se topan con sus propios límites. Por ejemplo. ¿Para qué sirve una huelga general de un día? La reivindicación tiene que hacerse gesto radical. El gesto radical no tiene en cuenta la correlación de fuerzas porque se hace con un cuerpo que se resiste hasta el final. Por ejemplo, la plaza de Tahrir del Cairo.
¿A quién representa la política profesional? La gran mayoría de los ciudadanos no se ven representados por sus políticos, los vemos como meros defensores de intereses económicos.
En uno de sus libros más conocidos Platón cuenta el mito de la caverna. Lo resumo porque es muy conocido. En el interior de una caverna hay unos hombres encerrados que contemplan el paso de unas sombras. Así transcurre su vida. Es parecido a estar ante la televisión. Pero a uno de ellos se le ocurre que la vida no puede ser eso, y decide salir afuera. Allí descubre el Sol. Ahora no importa qué es el Sol. El hombre se encuentra bien en la intemperie iluminada y no tiene ganas de regresar a la caverna. Platón nos dice entonces que tenemos el deber de volver a la caverna. Aunque esto nos suponga el ridículo o la misma muerte. “Las cosas de los hombres no valen mucho la pena, pero no hay más remedio que preocuparse de ellas”. En definitiva, hay que ensuciarse las manos. Platón ofrece una solución en cierto modo autoritaria, si bien afirma algo fundamental: la política, en el mejor sentido de la palabra, es la administración colectiva de la vida, la autoorganización social en marcha y tenemos que contribuir a a su buen funcionamiento. Creo que es insuficiente criticar a los políticos y actualmente demasiado fácil. Por supuesto hay que gritarles “Que se vayan todos” o “Nadie nos representa”. Pero a continuación defender que la política se hace en el lugar de producción, en la escuela, en la calle… El movimiento del 15M con la toma de plazas supuso recuperar, aunque sólo fuera por unos momentos, un espacio político en el que la palabra era puesta en el centro y a disposición de todos. Evidentemente, la política de los políticos profesionales no tiene nada que ver con esto. Nosotros lo sabemos bien. La transición postfranquista fue, entre otras cosas, el secuestro de este espacio político real, su substitución por un espacio político ficticio, su transformación en Parlamento. La política, que está esencialmente ligada a la vida, fue convertida en el código gobierno/oposición. Este código del cual los políticos profesionales son sus gestores rige la sociedad. Todo lo que no se exprese en su lenguaje no existe, no puede existir. Los políticos profesionales, en el fondo, no son más que los meros guardianes de este código, de “lo democrático”, que por supuesto, no tiene nada que ver con la democracia. No es de extrañar, pues, que este modo de representación facilite y promueva la corrupción.
El capitalismo parece haber fracasado estrepitosamente y sin embargo esa profunda reforma que preconizaron políticos como Sarkozy no llega. Desterrado el comunismo, ¿es el capitalismo el único sistema viable?
A veces es necesario recuperar una mirada histórica sobre la realidad. Entonces nos damos cuenta de que nada es eterno. El capitalismo evidentemente tampoco. Se ha transformado mil veces, y lo ha hecho porque ha sido capaz de poner el desorden en su propio centro. Sólo así, admitiendo la inestabilidad podía ser innovador y persistir. Este “desorden” motor de su desarrollo fue denominado por Marx “trabajo vivo”, es decir, la clase trabajadora portadora de antagonismo y de creatividad. De aquí que, por definición el capitalismo sea sinónimo de crisis. Hasta ahora esta crisis era reconducida como un momento del ciclo económico y servía para “hacer limpieza” de las empresas poco competitivas, de todo lo que le suponía un obstáculo o una disfuncionalidad. En la actualidad estamos viviendo más bien una fuga hacia adelante que amenaza a la humanidad por su carácter fundamentalmente destructivo. Yo no sé si hay alternativa al capitalismo pero sí sé que este modo de producción que aúna la miseria de la abundancia y la abundancia de la miseria debe ser combatido. No se necesita tener una alternativa para decir No, para rechazar esta realidad detestable.
Cometemos un abuso del término nihilismo, muchos lo usan para desprestigiar la deriva de la sociedad actual sin conocer toda la profundidad que la palabra encierra. ¿Es esta una sociedad nihilista que ha rechazado, por ejemplo, el asidero de la religión? ¿Hemos renunciado a ciertos valores de lo absoluto?
El significado del concepto de nihilismo no es fácil de resumir ya que tiene una larga historia tras de sí. Nietzsche es quien formuló la definición posiblemente más útil, y a la vez, más cercana a nosotros: “Nihilismo: falta el fin; falta la respuesta al ¿para qué? ¿Qué significa nihilismo? Que los valores supremos se desvalorizan”. El nihilismo implica decadencia, pesimismo etc. Según él, estos fenómenos surgirían como consecuencia de la muerte de Dios, aunque el cristianismo a causa de su desprecio de la vida ya los comportaba. Nietzsche nos propondrá girar la pasividad decadente del nihilismo en afirmación de la vida, en nihilismo activo. Más allá de la crítica que podamos efectuar a su concepción de lo trágico, y por tanto a su propuesta, su acierto es constatar la irrupción de la nada. No se trata de un problema intelectual. Un vagón de metro lleno de gente en silencio, sin mirarse porque sólo miran su móvil, es el mejor ejemplo de esta llegada del nihilismo. Nihilismo significa, en este caso, que ya “no hay nada” de relación social, puro autismo, o exposición del Yo en la red. El Estado-guerra, que mata a los enemigos que él mismo se construye, es nihilista. La movilización global en la que estamos metidos y que llamamos vida, es una maquina nihilista que tritura nuestras vidas. Podríamos seguir poniendo ejemplos de cómo el nihilismo triunfa, de la crisis de sentido que conlleva. No cabe, sin embargo, oponer valores absolutos a su avance. Todos nosotros sabemos que las religiones son un gran engaño, y a pesar de ello, es innegable la necesidad de creer. ¿Cómo poder luchar sin creer en algo? Por lo menos habrá que creer en nuestras propias fuerzas. Es aquí donde interviene para mí de nuevo el querer vivir. Creer en lo que nos hace vivir es un buen punto de partida para medirse con el nihilismo. Y lo que nos hace vivir ¿qué es sino el propio querer vivir?
Plantea usted que existen varios tipos de apuesta, la apuesta entre el miedo y la esperanza, la apuesta prevaricante, resistir sin esperar nada. ¿Entre qué dos términos podemos apostar actualmente? ¿Qué podemos esperar? ¿O no tenemos que esperar y ponernos manos a la obra?
Después de la derrota de los años setenta se abrió una larga travesía del desierto. No quise inventarme nuevos sujetos políticos. Sustituir el antiguo movimiento obrero por nuevos movimientos sociales cada uno con su reivindicación específica, y en mucho casos, identitaria. Preferí formular una apuesta loca, y que además socavaba lo más esencial de toda apuesta: la esperanza. La llamé apuesta prevaricante porque este término curiosamente recogía ambos significados. Esta apuesta consistía en resistir sin esperar nada. Gracias a ella pude seguir en pie. Y muchos como yo descubrimos que era posible luchar sin horizontes. Con esta apuesta intentaba acercar al máximo nihilismo y querer vivir, la radicalización del nihilismo y la afirmación del querer vivir. En estos momentos creo que esta apuesta tiene que ser pensada de nuevo. Sigo creyendo que sólo la potencia de la nada puede llegar a hundir esta realidad absolutamente capitalista. Una potencia de la nada que va asociada seguramente a una fuerza colectiva anónima. Ocurre, sin embargo, que es problemático pretender radicalizar el nihilismo cuando vemos que está extendiéndose por toda la sociedad. Cuando la realidad, al mostrarse en su máxima obscenidad (corrupción, miseria, injusticias…), parece haber encontrado paradójicamente una vía para su propio reforzamiento. “Esto es lo que hay”: nada de nada. El nihilismo se ha consumado. Lo que me pregunto, y aún no tengo respuesta, es si se puede abandonar el no-horizonte nihilista sin perder la potencia de la nada, esta fuerza oscura que está en todos nosotros y que es la única que verdaderamente puede hacer daño.

¿En qué estaban pensando?

por Santiago Sburlatti

Sentado en la barra del bar-comedor, André repite los versos que suenan con fuerza en los parlantes. Es de tarde, el preámbulo del ocaso y el ritual se repite: varios de los amigos senegaleses que trabajan en la posada inventan una pausa para estar simplemente allí, conversando y escuchando música en familia. En Casamance -como en muchos lugares de África-, los rituales cotidianos son compartidos, colectivos, nada más alejado del individualismo solitario occidental. Se come en familia, se mira la televisión en familia, se trabaja en familia, se escucha música o se toma el té en familia, y en cada momento la conversación, la risa, el debate y los afectos se multiplican, como la imposibilidad de concebir la vida de otro modo.


Los acordes de la canción van ejerciendo un efecto hipnótico y me acerco a ese ritual improvisado de las tardes, que a menudo consiste en cantar o bailar sin complejos. La voz de la cantante dibuja frases delicadas, en un tono de voz que coquetea con una desafinación precisa y estudiada, desgarrada por momentos. La melodía evoca cierto aire de reggae, mezclado maravillosamente con la percusión de tambores y un coro que se antoja inevitablemente danzarín. Parece alegre, pienso, parece festivo. Me doy cuenta que la canción no está en francés y le pregunto a André en qué está cantando. Es diola, me dice, y rápidamente hace el gesto concentrado de alguien que escucha atentamente y está por decir algo. Me mira con profundidad, interpelando mi propia atención y, sosteniéndome por el brazo me demanda: Escucha… escucha lo que dice. Hay algo de necesario y urgente en lo que está por decirme, algo que excede el momento específico de ese encuentro. Algo que evoca y proviene misteriosamente de esa voz sonando en los parlantes.

Escucha, repite… Ella está hablando de la esclavitud. El tono festivo que antes se me antojaba en la melodía, de pronto se vuelve grave, como si acabara de descubrir una tristeza escondida donde no debería estarlo. Ahí ella dice: en qué estaban pensando, hombres blancos, cuando tomaron nuestros abuelos, nuestros antepasados, para llenarlos de cadenas y venderlos como animales… en qué estaban pensando, hombres blancos
André repite la traducción, sin dejar de mirarme. Hay algo en la fuerza de sus palabras que desborda el diálogo, algo que no puedo comprender. Algo que se vuelve corporal y elude la madeja caprichosa de las palabras, habitando la mirada, el aire, los sonidos. Aunque soy un hombre-blanco, los dos sabemos que soy también sudamericano, producto histórico de una tierra que comparte con África la voracidad colonialista del occidente europeo. Y sin embargo, a la vez ese diálogo está hablando de una diferenciaracial que no se ha resuelto, de una memoria profunda, extensa y sumergida en los silencios cómplices o los enunciados vacíos, que celebran la diferencia étnica como si pudiera decretarse y resolverse de un plumazo.

La pregunta que se repite en el estribillo de la canción es tan sencilla, de una obviedad tan grande que duele cuando se la comprende. Y a la vez, comprenderla es necesariamente sentirse desvalido en el terreno de las palabras, habitar un lenguaje que recorre el cuerpo, que estremece y ante el cual no encontramos más respuestas que un silencio atento, de escucha, incluso de danza. André baila la canción, de algún modo la celebra y festeja acompañando un ritmo que nunca se deja ganar por la pesadumbre. El quiere que la entienda, que la pregunta se haga carne y un amigo blanco entienda el sentido de esa tragedia, pero que la tristeza no lo invada todo y petrifique para siempre el destino de una tierra anudándolo al dolor. Es necesario bailar esa tristeza, cantarla, porque ese ha sido el modo africano de nunca permitir la derrota… de no dejar que los que vencieron, lo sigan haciendo.
Hace un par de siglos, a uno de los pensadores más influyentes y decisivos para lo que hoy entendemos por occidente se le dio por hablar de África, claro que de una manera sumamente breve y escueta, como él entendía se lo merecía un tema menor al desarrollo del hombre moderno. Para Hegel, en los negros aparece como detalle saliente el hecho de que su conciencia no ha cristalizado todavía en puntos de mira de estricta objetividad, tal por ejemplo como los conceptos de Dios o ley, en los cuales el ser humano participase con su voluntad y tuviese en los mismos la imagen de su ser…”.

El énfasis en el todavía de la afirmación hegeliana evidencia no sólo sus dudas y reparos acerca del desarrollo intelecual del continente negro, sino la presunción evolutiva acerca de un momento histórico al que parecerían no haber llegado aún. Materia prima para el evolucionismo antropológico del siglo XIX, los conceptos del filósofo alemán se encargan de marcar cuanta diferencia posible con la civilización europea encuentra; ardid epistemológico que a la vez que descalifica y exotiza una cultura enfatiza y erige a la otra como cúspide de la historia del hombre (tal como Said lo advierte con la invención delorientalismo). Prosigue el filósofo: Lo que representan como poder no es, en consecuencia, nada objetivo, concreto y diferente, sino que puede serlo con absoluta indiferencia cualquier objeto al cual elevan a la categoría de un genio, ya sea un animal, una piedra o un palo totémico [….] De algunos de estos trazos se deduce que es la incivilidad lo que caracteriza al hombre de color…

Vale decir, desprovistos de un pensamiento mádesarrollado y huérfanos de una concepción del poder objetivado y cristalizado en una instancia separada, afirma Hegel que …al ser incorporados en un estado orgánico, llegan a ser necesariamente parte del avance de la sociedad, pues de una u otra manera resultan partícipes de cierta instrucción, de un nivel ético superior y también de una cultura en ascenso..Empresa encomiable y altruista por donde se la mire, remata nuestro adorabale pensador que por ello la única relación que han tenido los negros con los europeos y todavía tienen es la de la esclavitud. Por lo general no ven los africanos en la misma algo absolutamente repudiable. Es asíque tan luego los británicos, que tanto están haciendo en pro de la abolición de la esclavitud, son peor mirados por los negros…

Probablemente pocas veces se han dicho aberraciones tan grandes en la historia, especialmente cuando quien las dijo pretendía encarnar un punto cúlmine de la capacidad reflexiva y el discernimiento humanos. Matriz del pensamiento occidental, el sistema filosfófico hegeliano ve en el continente africano poco más que un páramo civilizatorio, habitado por seres que en el mejor de los casos guardan una inocencia pre-histórica, y a los que se vuelve imprescindible educar (humanizar, someter) a través de cualquier método. Por ello, en los escasos párrafos que dedica al continente africano en su tratadoFilosofía de la Historia, Hegel culmina sentenciando que Con esto abandonamos el tema de África, por cuanto no se trata en nuestro análisis de un continente histórico. No nos ofrece, en razón de su estatismo y de su falta de desarrollo, material de alcance constructivo.[….] Lo que entendemos como África es lo segregado y carente de historia, o sea lo que se halla envuelto todavía en formas sumamente primitivas, que hemos analizado como un peldaño previo antes de incursionar en la historia universal…
Al regesar a Dakar desde Casamance, frente a la costa se divisa como un manchón inerte y pesumbroso la isla de Gorée. Mojón de tierra enclavada en el océano, la isla fue durante más de tres siglos (de 1536 a 1848) uno de los centros de tráfico de esclavos más importantes de África, desde donde eran transportados hacia Brasil, el Caribe y América del Norte. Sin poder contar con cifras precisas e inapelables, de todos modos se calcula que millones de hombres, mujeres y niños que eran capturados en el continente, fueron vendidos como esclavos a los traficantes utilizando Gorée como lugar donde eran tenidos prisioneros en mazmorras de piedra que multiplicaban el hacinamiento y la humedad insoportables. Familias y aldeas enteras que encontraban allí su último destino antes de ser separados de acuerdo a la demanda del mercado -se los clasificaba por atributos físicos y habilidades-, enviados cada uno a puntos distintos del nuevo continente donde el incipiente extractivismo colonial deglutía cuerpos sin pausas. Recorrer Gorée es ser testigo del horror… es poder escuchar el silencio que el paso de tantas vidas dejaron, un silencio silbado en el soplo de la brisa marina a través de las diminutas ventanas de las mazmorras. Es tomar conciencia del salvajismo colonial que redujo lo humano a lo animal, afin de someterlo y explotarlo hasta la última gota de sangre sin remordimientos ni consideraciones o debates acerca del alma de los africanos. Hasta el propio Bartolomé de las Casas, poco antes de morir, confesó su arrepentimiento de haber preferido como solución inicial a la explotación del indígena, la utilización de esclavos africanos que llegaban masivamante a América y sobre los que no pesó discusión alguna acerca de su condición humana salvable a través del misterio divino.

La historia de Gorée, como los infintos relatos de nuestro continente, es la historia de ese capitalismo, cuna de la civilización occidental, que se erigió sobre la sangre de aquellos a los que despojó de humanidad, de cultura y de espíritu, para someterlos y afirmar al mismo tiempo un único curso posible de la historia. Y también es la afirmación y la actualización constantes del enunciado hegeliano en la idea deraza como diferencial humano, sobre la que se siguen montando nuevos colonialismos que no cesan de extraer, de los cuerpos, su potencia y sus esperanzas.
Por eso, no resulta tan difícil comprender la pregunta que se reiteraba en el estribillo de esa canción que André traducía con fuerza. Por eso, esa respuesta no habita solamente las palabras o la tristeza… por eso se hace danza, canto, grito, risa, llanto, tambor, lucha.

El consumo libera: seis hipótesis sobre el pasaje del viejo neoliberalismo excluyente al nuevo capitalismo runfla (que lo incluye y supera)

por Diego Valeriano

1. Durante la primera década de este siglo, y en paralelo con la crisis del capitalismo europeo, amplias capas de los sectores populares del mundo urbano (de Argentina y de otros lugares del mundo) viven un ciclo, favorable, de incorporación al consumo. Se puede pensar este nuevo acceso a la riqueza como parte de un proceso de liberación (y no, como reza la tradición “crítica”, como enajenación), a condición de definir con mayor precisión esta idea de “liberación”.


2. Con el aumento de consumo cambian los modos de sentir y de pensar, los vínculos, los modos de ser, de amar, de gozar y de morir. Se abren nuevas posibilidades y declinan los saberes tradicionales sobre cómo gobernar las poblaciones. Lejos de cualquier recaída en formas clásicas de organización, la acción colectiva se abre a un nuevo cauce, un tiempo inédito e imprevisible. De este proceso forman parte, muchas veces más allá de su voluntad, los más diversos actores, desde los sindicatos, ONG’s y organizaciones de base hasta vecinos que reclaman justicia y movimientos sociales aliados o no a los gobiernos.

3. El viejo neoliberalismo, aquel que producía exclusión social, fue destruido, antes que nada, desde abajo: esto es vivencia diaria para la inmensa población de la periferia. Sobre su cadáver se construyó, siempre desde abajo, lo que venimos llamando capitalismo runfla. Se trata de la fase nueva y superior del neoliberalismo, de raigambre popular e inclusiva. El estado, en concordancia con esta fase, despliega una retórica populista y toma medidas para sostener e intentar guiar este proceso.

4. Si nos animamos a plantear la liberación es porque el motor de este capitalismo “runfla” es el consumo de masas. Esto sucede, al menos por el momento, en buena parte de lo que en otra época era la periferia del sistema-mundo y en la actualidad conforma el formidable eje sur/sur (o corredor BRIC). La salud de este tipo de capitalismo depende, queda dicho, del acceso al consumo, auténtico motor político de estos procesos y de las transformaciones en curso. Es en este contexto que se pone en juego la posibilidad de la ruptura de lazos históricos de dependencia sur/norte en varios los planos (nacionales y regionales).

5. Este proceso de “liberación” hay que entenderlo de modo siempre relativo y como parte de un proceso en disputa. Es cierto que el mismo proceso que lleva al aumento del consumo puede ser interpretado como la base de nuevas dependencias (de tipo “objetivas”: mercado mundial, sistema financiero y tecnológico; y de tipo “subjetivas”, patrón de consumo, creciente subordinación del tiempo al mando ajeno para garantizar el consumo, etc.). Aún así, insistimos en el hecho de que en estos procesos se fortalece una vitalización de los pobres desde el consumo (por otro lado, largamente postergado). Los pobres, sin dejar de serlo (aunque tienden a liberarse, también, de este modo de categorizar de esa categoría) aprenden a explotar, en su beneficio, las jerarquías sociales. Y lo hacen, sobre todo, mediante la táctica de la transfiguración continua de los territorios hasta volverlos incomprensibles, inabarcables, irracionalizables. E Ingobernables (al menos, para los viejos saberes del arte de gobernar).

6. Esta fuerza que no se va a detener, esta “vitalidad de los pobres”, es confrontada desde múltiples ángulos: las estadísticas, la solidaridad, la reciclada “pobreza” franciscana (¿no es el énfasis en el “amor” cristiano un intento por reconducir lo que este proceso tiene de liberación?). Las batallas de este proceso de liberación son cotidianas y feroces. La confrontación crónica de los pobres con el aparato represivo estatal (y privado) va en aumento y por lo que se avizora no va a haber tregua alguna. En todo caso, el capitalismo “runfla” es inseparable de una generalización de micro-guerrillas urbanas, micro-políticas de la vida.

Francisco es Bergoglio: la verdad de cada uno es su propia historia

Por Rubén Dri


El ser humano no es una sustancia estática sino la sucesión de sus propios actos, que es como decir “su propia historia”. En ella se producen cambios a veces superficiales, muchas veces profundos y, en ciertas ocasiones, cualitativos. Pero en ningún momento esos cambios borran, eliminan, hacen desaparecer lo anterior. El caso de Pablo de Tarso que cae fulminado de su caballo no significa que su vida anterior quedase borrada. Siguió estando presente en la memoria. Tanto es así que él siempre recordó que fue perseguidor de los cristianos.

Un personaje importante de nuestra sociedad, llamado Jorge Bergoglio, parece que, desde su llegada al Vaticano, comenzó su historia a partir de cero, realizando en la práctica lo que Descartes había intentado en la teoría, partir de “pienso”, o sea, de la propia conciencia, como si la historia del pensamiento comenzase con él.
El intento cartesiano pronto mostró su fracaso en la medida en que Descartes siguió utilizando las categorías que siglos antes habían sido elaboradas por los filósofos que lo precedieron. Sorpresivamente vimos al Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel a contramano de lo que había afirmado anteriormente, decir que Francisco, o sea, Jorge Bergoglio, no había tenido nada que ver con la dictadura militar y a diversos referentes del kirchnerismo que Bergoglio siempre fue un compañero.
Pero la realidad no se puede borrar con algunas simples declaraciones. Es tozuda y sigue estando presente. Francisco es el mismo que, con el nombre de Bergoglio, y siendo arzobispo de Buenos Aires, enfrentó la política de Néstor y Cristina; es el mismo que procuró articular a la oposición; es el mismo que nunca se acercó ni a Madres, ni a Abuelas de Plaza de Mayo; es el mismo que se opuso a cuanto progreso se realizó en los derechos humanos; es el mismo que llamó a la guerra contra el diablo en el tema del matrimonio igualitario.
Es el mismo que ante la Justicia dijo no tener conocimiento de la apropiación de bebés; es el mismo que, luego de enterarse, nada hizo para poner luz sobre la participación de organizaciones o movimientos de la Iglesia, como el movimiento familiar cristiano, en esa tarea de apropiar bebés.
Es el mismo que por dos períodos consecutivos estuvo al frente de la Conferencia Episcopal Argentina, tiempo más que suficiente para abrir los archivos de la Iglesia sobre la represión durante la dictadura militar genocida y para quitarles las licencias al genocida Von Wernich y al pedófilo Julio César Grassi, sin que haya hecho nada de eso.
Es también el mismo que visitaba las villas, cuidaba de los sacerdotes villeros, hablaba de la pobreza, hacía de la austeridad su modo de vida. Ahora parece que sólo esta parte pertenece a Bergoglio-Francisco, pero no es así. En Bergoglio se encuentran los dos hemisferios enfrentados de manera aparentemente esquizofrénica. Digo “aparentemente”, porque en realidad forman parte de un mismo proyecto político-religioso o religioso-político.
Todo gira alrededor de los “pobres” según la Iglesia, o de los “empobrecidos” según los movimientos populares latinoamericanos. “Una Iglesia para los pobres” nos dice Francisco, pero en realidad debe leerse “los pobres son de la Iglesia” y, en consecuencia, el problema se soluciona con la política pastoral de la Iglesia, o sea, con la caridad.
De esa manera se enfrenta el proyecto político-popular para el cual no hay solución sin el “empoderamiento” popular, sin que los empobrecidos creen su propio poder, el “poder popular”, como lo expresara tan claramente Hugo Chávez en la plataforma con la que se postuló para la presidencia en la última elección.
Los “pobres” de Bergoglio no son los “empobrecidos” de la Teología de la Liberación. Dos proyectos antagónicos que, sin embargo, inevitablemente tendrán espacios de confluencia. La “caridad” es un paliativo necesario en casos frecuentes en nuestra sociedad para salvar situaciones de emergencia, pero no puede ser la solución al problema de la pobreza que sólo se puede ir solucionando en la medida en que los empobrecidos vayan construyendo su propio poder.
De estas dos caras de Bergoglio, la más oscura es la que se nos muestra en la manera con que trató a su antiguo profesor y hermano en la Compañía de Jesús, Orlando Yorio, según quedó plasmado en el “recurso” que este último presentó ante el superior de todos los jesuitas, por intermedio del padre Moura, asistente de la Compañía de Jesús en Roma.
Yorio había sido profesor de Bergoglio, y ahora el ex alumno como superior de su antiguo profesor, lo zamarrea dejándolo en una nebulosa de acusaciones que lo hacían inepto para pronunciar sus votos en la compañía. “Nos parecía injusto –dice Yorio en el recurso–, el proceso de las ‘presiones’, sin que hubiese posibilidad de saber de qué se trataba, sin que el provincial nos acusara de nada y sin que nos hubiese ofrecido una salida concreta. Sólo al final una orden tajante, con la autoridad del general –el superior de todos los jesuitas– y con plazo breve y conminatorio”.
Finalmente, “el P. Bergoglio nos recomendó que fuéramos a ver a Msr. Raspanti. Que él (el provincial) informaría favorable y rápidamente para allanar el camino y que con Msr. Raspanti sería fácil”. Lo que viene muestra duplicidad, la hipocresía y sadismo.
Efectivamente, así continúa el recurso: “Msr. nos recibió muy bien. Se mostró muy dispuesto a aceptarnos. Incluso supimos que ya teníamos parroquias asignadas. Pero cuando llegaron los informes del provincial, todo se detuvo. Msr. Raspanti me pidió que fuera ante el provincial y me retractara. Yo le pregunté ‘¿De qué?’, porque no sabía de qué se trataba. Msr. Raspanti como vio que yo insistía en mi ignorancia me prometió que iba a volver a hablar con el provincial y que a mi vez yo conversara nuevamente con el P. Bergoglio”.
¿Qué había pasado? “Mientras tanto, el vicario de la diócesis y algunos sacerdotes nos dijeron que el obispo (Raspanti) había leído en reunión del Consejo Presbiterial una carta del P. provincial –o sea, de Bergoglio– donde había acusaciones contra nosotros, suficientes como para que no pudiéramos ejercer más el sacerdocio. Era secreto el tipo de acusaciones.”
Bien había dicho el Nobel de la Paz que Bergoglio era ambiguo, pero en realidad eso es poco decir. La actitud descripta en el “recurso” es verdaderamente maquiavélica. La saga sigue ahora así: “Fui a hablar con el P. Bergoglio –continúa Yorio–. Negó totalmente el hecho. Me dijo que su informe había sido totalmente favorable. Que Msr. Raspanti era una persona de edad que a veces se confundía. Msr. Raspanti volvió a hablar con el P. Bergoglio y, según le comunicó al P. Durron, el P. Bergoglio le confirmó todas las acusaciones que tenía contra nosotros. Volví a hablar con el P. Bergoglio y me dijo que según Msr. Raspanti sus sacerdotes se oponían a que nosotros entráramos en la diócesis”.
Como colofón, Bergoglio le comunica al arzobispo de Buenos Aires, Msr. Aramburu, que Yorio no pertenecía más a la Compañía de Jesús, a raíz de lo cual el arzobispo le quita las licencias para celebrar y la Armada tiene vía libre para secuestrarlo.

Clinämen: Conservadurismo populista y crisis de la hegemonía neoliberal


Conversamos con Osvaldo Saidón (médico, psicoanalista y escritor) precisamente sobre qué hacer con el «efecto Francisco»

http://ciudadclinamen.blogspot.com.ar/

El efecto Francisco: ¿Qué hacer?

por Osvaldo Saidón


El análisis de la institución Vaticana es especialmente difícil, pues se trata de  un consolidado instituido con tal  falta de transparencia y democracia que hace que todo análisis sea una especulación ante el misterio y el secreto que impera en su organización.
En estas circunstancias, debemos volver a preguntarnos ¿qué hacer? pues de lo contrario como estamos viendo,  los análisis, se vuelven interpretaciones, y las interpretaciones, especulaciones, y sólo terminan restando las opiniones, con la  carga moral y de violencia simbólica que la acompaña.
Debemos estar atentos al efecto Francisco, que querámoslo o no, influenciará menos seguramente en la propia institución de Roma, que en  las innumerables   manifestaciones donde la población de católicos o no, y de militantes de  las organizaciones populares, realizan sus actividades.

El modo de funcionamiento que vehiculiza la jerarquía eclesiástica de cualquier signo (cristiano, judío, musulmán) es  regulador de diversas  prácticas sociales (educativas, sanitarias, administrativas) donde el control, la obediencia y la repetición son fundantes,  para inmovilizar las fuerzas instituyentes de nuevos signos.
Aunque tal vez parezca prematuro, es importante ir afinando los dispositivos de análisis institucional, ante la nueva situación que se le presenta a las instituciones en Latinoamérica y en especial en la Argentina con la designación de Francisco.
El efecto sorpresa no ha hecho más que colaborar a un fenómeno de fascinación y ufanismo que poco se condice con la creciente pérdida de fieles y de  convicciones que la cristiandad tiene en esta región.
El institucionalismo se enfrenta al desafío de producir intervenciones que puedan contraefectuar la  andanada de representaciones, que lo instituido reproduce  y la  media inventa  y vehiculiza.
Es un buen momento para volver a preguntarnos acerca del modo de intervenir junto a esa mayoría que habita las más diversas instituciones, “los cualquiera”, afirmando una democracia directa que le dé consistencia a procesos de autonomía y autogestión. Cuando nos dicen que las masas vuelven a fascinarse con procesos arcaicos y secularmente instituidos como las monarquías papales con sus jerarquías,  liderazgos carismáticos y  populismos – que en renovado bricolage proclaman el  amor fatuo, la dominación y el  paternalismo, como políticas para los pobres -no tenemos porqué creerlo.
Eso nos desarma, nos llena de apatía y de resignación. Es una de esas interpretaciones inventadas  para entristecer los cuerpos y ponerlos en situación de ser obedientemente adaptados a las hegemonías de turno,
Las multitudes que se expresan en los movimientos sociales y en las organizaciones del peronismo deben plantearse cómo expandir la alegría de los encuentros,  su movimiento múltiple y heterogéneo. Se lo reduce a una unidad, a una molaridad a un rígido segmento cuando se proclama esa oportunista formula de “ peronista argentino y católico.”
Los procesos de institucionalización de un movimiento que se quiere histórico y moderno instituyen permanentemente novedades que pueden ser analizadas en los tres ejes de funcionamiento institucional: el eje libidinal, el lingüístico o simbólico, y el del poder  y el dinero.
En el libidinal trátase de expandir un erotismo inclusivo, de mayorías, que refleje las novedades y las diversidades.
En términos de lenguaje, retomar los signos que procedan  a un futuro, a una apertura cada vez más insólita en lugar de procesos de restauración simbólica.
Y en cuanto al poder, se trata de la promoción de dispositivos que marchen en el sentido de una mayor distribución de la riqueza, y por lo tanto, del poder a ella asociado.
Nada de esto anuncia un papa argentino y peronista. Por el contrario, tiende a homologar, a confundir: la vocación de servicio con la  militancia, renovando así una fragmentación que las fuerzas populares ya vivieron en los últimos  60 años en   diferentes oportunidades.
No nos detendremos aquí, pero ya se ha analizado en diversas oportunidades, las consecuencias trágicas que propició el sentimiento religioso cristiano en la actividad militante, en la lucha armada y revolucionaria  durante la década del 70 .
El institucionalismo se manifiesta en dos campos: el campo de análisis y el campo de intervención, que se interrelacionan y se contradicen según las circunstancias y la institución en cuestión.
El campo de intervención precisa de un espacio para operar. En la mayoría de los casos es lo que se llaman establecimientos: una escuela, una parroquia, una sala de hospital, una congregación, la sede de un sindicato. etc.
Veremos surgir  un efecto vaticano, papal, en las más diversas instituciones del estado o privadas, manifestándose en los comportamientos, en la subjetividad aterrorizada por la cruz, por la espada y la palabra que habita en lo más íntimo del cuerpo social.
El terror hecho carne en nosotros, y expresándose  en las instituciones jurídico administrativas del capitalismo planetario, han sido descriptas entre nosotros con inusitada lucidez por León Rozitchner.
No se  trata de opinar y/ o  interpretar, sino de saber qué hacer ante el modo en que este  instituido papal, intentará regimentar, proponiendo algún atisbo de cambio para no perder lo que queda de una iglesia definitivamente desacreditada.
 
¿Qué hacemos? ¿Cómo aprovechar este nuevo desafío que se le presenta al análisis institucional? ¿Cómo contraefectuar estas nuevas formas, que desde  una aparente doctrina social cristiana, intentan frenar los novedosos devenires de las comunidades que vienen.
El amor, la amistad, la solidaridad, el poder, y hasta la revolución, intentan una y otra vez, estar moralizados según la fe cristiana. Pero es justamente en sus impotencias en sus fallas, en sus fracasos, y en la pérdida cada vez más enorme de fieles y seguidores, que dejan un lugar para el análisis y la intervención institucional.
Continúan abiertos y se renuevan espacios para la acción política que deberían estar atentos a no reproducir en su seno el mismo tipo de comportamiento y vinculación contra el que se instituyeron.
Las instituciones y organizaciones que convocan a las juventudes que redescubren la política seguramente se tendrán que plantear estas cuestiones tanto en el plano de organización, como en la consistencia que le vayan dando a sus propuestas de vida.
Son las  agitaciones y acciones micro políticas, que por millares se realizan en barrios, escuelas, hospitales, prisiones., comunidades, las .que van instituyendo un modo de vida por  venir que escapa a los disciplinamientos y al control que los estados precisan imponer.
Algunas de estas acciones  las acompañan, curas, pastores o hermanos musulmanes, pero es el fulgor del acontecimiento que las alumbra y no la obediencia que toda religiosidad termina por imponer.
Hay pastores, hay creyentes, pero la mayoría del planeta de los que están y vendrán son ateos, laicos, agnósticos. Sujetos que no precisan de la trascendencia ni de la vida más allá de la muerte para habitar y fomentar la potencia y la alegría de los cuerpos en la cotidianidad de las  instituciones. 

Cartografías políticas

Notas para la investigación política en el seno de las paradojas del post-neoliberalismo
Por Diego Sztulwark
Los conceptos son cócteles molotoff contra la realidad, armas con las que intervenir en el combate en el que todos estamos metidos
Santiago López Petit

1.      Tres nombres propios para describir una mutación

Partimos de tres términos imprecisos para describir un pasaje, un movimiento, unas circunstancias. Tomamos tres nombres propios bien conocidos del relato político argentino: los 90la crisis del 2001; y el modelo (de “crecimiento con inclusión”). Como sabemos, los 90 son recordados sobre todo como aquellos años en los que el “clima” propicio para los “negocios” (la apertura al flujo de capitales) socavó buena parte de la infraestructura pública y terminó por sumergir en la miseria a una buena parte de la población. Se trata de una síntesis parcial, pero contundente. Aquellos años fueron también los de una revolución capitalista en el agro en base a la incorporación de nuevas tecnológica, licencias, técnicas de gestión. Como veremos, no es este un dato menor.

La crisis del 2001 es recordada frecuentemente como una exposición general de las miserias y padecimientos que conlleva el neoliberalismo para las mayorías populares. La destrucción de puestos de trabajo, de derechos laborales, de mercados, de servicios sociales y de patrimonio estatal. Es cierto que el momento de la crisis coincide con la consolidación de nuevos movimientos de resistencia sindical y social, de una nueva y extendida subjetividad política. Pero por lo general, se acepta que la crisis del 2001 es un momento interno al neoliberalismo de los años 90, caracterizado como crecimiento con exclusión, desarrollo sin sensibilidad, puro movimiento de divisas incapaz de generar/distribuir nuevas riquezas. Desde este punto de vista, el valor de las luchas que emergieron durante la crisis es meramente negativo, pura impugnación. No poseen las claves para anunciar un nuevo tiempo, sino que disponen apenas de la fuerza suficiente para la clausura de un tiempo injusto.

Todas estas percepciones, memorias, concepciones pertenecen a la perspectiva actual, caracterizada como la de un período de transformaciones presentado como modelo de  “crecimiento con inclusión”. A diferencia de los 90, las retóricas del desarrollo del presente ya no se auto-representan como exteriores al mundo popular, a las razones de la comunidad. La idea de inclusión se ha vuelto fundamental. Más allá de la retórica que enfatiza en la reparación, en las políticas sociales y en la extensión del empleo, se verifica una ampliación de derechos vía ampliación del consumo. La articulación entre la exitosa inserción de la Argentina productora de alimentos y energía en el mercado mundial provee, mediación financiera mediante, de los recursos para la intervención del estado en políticas sociales. Y una nueva voluntad estatal, anclada en un contexto nacional, regional e internacional que la favorece, alienta la actividad económica como principal variable del proceso político en curso.

La situación ha cambiado respecto del pasado reciente. El sistema político se ha aproximado a lo social. Una nueva articulación entre política y sociedad se fue constituyendo luego del 2003. Más allá de los juegos artificiales entre oficialismo y oposición, del ejercicio retórico de críticos y defensores de la acción del gobierno, la sociedad ha gozado esta última década de un nuevo período de estabilidad, de consenso y convivencia sostenida en un ultra-activismo del estado, de la política, de la justicia, de la economía, de los medios.

2. ¿Adiós al neoliberalismo?

Vale la pregunta, entonces: ¿estamos dejando atrás al neoliberalismo?  Si prestamos atención a las retóricas gubernamentales así como a ciertos actores de peso en ámbitos diversos como el académico, de los derechos humanos, del sindicalismo, de las organizaciones sociales y de los medios de comunicación pareciera que sí, que la mutación se orienta en una nueva dirección. Esta impresión se consolida si echamos una mirada regional (la práctica de los nuevos gobiernos progresistas), e incluso internacional (el contraste entre la crisis de Europa, y la activación de una economía sur-sur con eje en el corredor BRIC).

Es desde todo punto de vista alentador verificar cómo las antiguas élites vinculadas a las dictaduras así como a la aplicación salvaje de las políticas promovidas por los organismos financieros internacionales parecen sumirse en la impotencia en aquellos lugares del mundo que aún gobiernan, mientras pierden su hegemonía en regiones enteras del planeta que se reapropian de su capacidad de autogobierno y de producir riquezas.

Cierto que surgen críticas, sino verdaderas luchas, que por lo menos relativizan la potencia de esta retórica post-neoliberal. A nadie se le puede escapar que la producción de riquezas, en nuestros países, depende siempre de una “neo-liberalización” de masas en lo que hace a las pautas de consumo. Lo mismo debemos decir respecto de los parámetros que articulan la exportación de alimentos, y energía.  

3. Nuestras paradojas

Encontramos, entonces, una serie de paradojas que vale la pena explorar,  y que tomamos en cuenta sobre todo en la medida en que afectan y determinan nuestros modos de vida y nuestras prácticas discursivas:

La conquista de una autonomía mayor en la región respecto del sistema imperialista normalmente representado por los EE.UU. coincide con una nueva integración subordinada en el mercado mundial. Esta inserción supone dinámicas violentas de mercantilización de la tierra, del régimen de producción y circulación de alimentos y de energía, con su correlato de padecimientos sociales en el campo (contaminación, destrucción de economías regionales, desplazamientos forzados de comunidades), y en la ciudad (contaminación, pérdida de calidad de alimentos, pérdida de soberanía alimentaria).

La constitución de una nueva voluntad política-estatal (que no se da sólo en la Argentina, sino que adopta diversas formas en la región y en muchas partes del mundo) ha resultado eficaz a la hora de reconocer actores y procesos históricos en el ámbito de la producción de derechos; de legitimar el sistema institucional y político nacional,  de incluir contingentes sociales en la ampliación de la esfera del consumo; de consumar procesos de inserción –sobre todo neo-extractivos y de producción de alimentos- en el mercado global; y de integración política regional. Sin embargo, su activismo no ha alcanzado a sustituir (ni por “arriba” ni por “abajo”) el poder de la razón neoliberal (Verónica Gago). Por arriba, porque los designios de los actores globales -tales como los mercados financieros y las grandes empresas multinacionales- no han sido desplazados por una nueva espacialidad social e institucional capaz de regular los procesos estratégicos (como la determinación de precios y regulación de contratos; la creación de dispositivos tecnológicos y pautas de consumo); por abajo, porque la ampliación del consumo y de derechos no ha venido de la mano de una nueva capacidad pública de comprender y regular las prácticas depredatorias ligadas a la promesa de “abundancia” (de la especulación inmobiliaria a las redes narcos;  de la economía informal a al lavado de dinero; del trabajo neo-esclavista, a la trata de personas).

Estas paradojas determinan las prácticas discursivas a la vez que se alimentan de ellas. Bien se concilia con las mismas admitiendo la complejidad con la que nos toca lidiar, bien se toma conciencia de las tendencias biopolíticas que ellas viabilizan (y que acaban por reconfigurar  la vida en común) y se las convierte en objeto de investigación política. 

4.      Tres orientaciones para la investigación política

El cambio de paisaje es evidente. Basta echar una mirada al mundo del trabajo, del campo, de los territorios, de los discursos intelectuales y políticos (Mezzadra). Sin embargo, la energía comunicacional, los debates de la esfera pública parecen agotarse en la lucha política inmediata en torno al control de la decisión política. La tarea de la investigación política queda relegada del debate público, y cae bajo sospecha de operar en función directa de esta disputa. De este modo, la primera víctima de la polarización política es la práctica del discurso político no especializado, aplastado por el sistema de la opinión, caracterizado por un lenguaje preelaborado por el mundo de los medios.

Esta es otra de nuestras paradojas: la ultra politización de la opinión (régimen periodístico, militante, jurídico, etc), acompañada de una pérdida relativa de la capacidad de elaborar lenguajes y preguntas de un modo autónomo. Llamamos investigación política a la invención de procesos de recuperación de potencia en relación con la capacidad de los no especialistas de elaborar preguntas, lenguajes, saberes sobre la existencia colectiva. 

Una primera orientación apunta a reconocer una disposición indispensable para la praxis de la investigación política: lo que podríamos llamar la “arbitrariedad” (palabra en la que insistía León Roztichner), es decir, las formas de la autorización que nos damos para advertir peligros. Para avisar sobre la connotación negativas que pueden tener determinadas prácticas, aunque nazcan de zonas queridas de nuestra propia experiencia.

Una segunda orientación fundamental refiere a la dirección de nuestra atención hacia lo que podríamos llamar, inspirados en la filosofía de Nietzsche,  las “zonas oscuras” de la existencia social, aquellas en las que se elaboran las fuerzas que luego nos afectan, y nos fuerzan a pensar. Esta dimensión opaca puede referir a zonas de la subjetividad, de la política y de la economía, a aquello escapa a la legalidad y a los umbrales de visibilidad instaurados por el régimen de la opinión (Guy Debord).

Una tercera indicación, que atribuimos a Foucault, tiene que ver con el método de la “problematización”, pretendidamente extra moral, que indaga en las mutaciones de las prácticas (prácticas discursivas) para evaluar tanto aquello que, en contacto con nuevas realidades, estamos dejando de ser, como aquello que estamos comenzando a ser. Con Foucault aprendemos a mirar más allá de la distinción legal/ilegal para captar dispositivos y diagramas.

Una cuarta observación surge de una enseñanza de la filosofía de Deleuze retomada por Jon Beasley Murray para la política. Se trata de tomar en serio el mundo de las intensidades, no sólo el de las significaciones discursivas. De poner en primer lugar “afectos” (y “hábitos”, es decir, articulación entre afectos), en contra posición con la inflación de “linguismo” que caracteriza a la idea de “hegemonía” o “batalla cultural” de las retóricas del llamado “populismo” sudamericano.  

Una quinta orientación de la investigación concierne a su propia vocación de participar de las formas actuales de politización (Rodolfo Walsh), referidas en muchos casos a las articulaciones menos visibles de lo que en un sentido amplio podemos llamar la “maquinaria” de gobierno de lo social (Félix Guattari) de producción de imágenes, gobierno de la moneda, soberanía en los territorios, gestión del consumo, etc.
5.      Semiología para un cambio de paisaje
Como enseña la antropóloga Rita Segato (La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez) la investigación política depende de una sensibilidad relativa a los signos. De hecho, oscuridad, nuevas fuerzas, peligros, nuevos fenómenos, son todas expresiones que requieren de un agudo sentido semiótico.

Efectivamente, procesos como la violencia dirigida a las mujeres, organizaciones de pandillas ligadas a la negocios que pueden alcanzar dimensiones globales, aceptación del “vitalismo” que acompaña al goce del consumo, la adrenalina del riesgo, son todos motivos de una fina comprensión de lo que ocurre en territorios en los que el neoliberalismo pulsa con las culturas populares, como lo indica la expresión “capitalismo runfla” (Diego Valeriano).

Se trata del mundo de la excepción permanente (Giorgio Agamben, Paolo Virno), en la que se conjuga hábito social, fuerza fáctica de los poderes y elaboración del derecho y las instituciones. Se trata también del gobierno de la producción de riquezas a partir de dispositivos financieros (Marrazzi/Vercellone). La hipótesis que intentamos abrir parte del hecho de que el poder del capital financiero es el de gobernar el mundo de la cooperación desde “afuera” (Negri), que esta exterioridad de la valorización capitalista respecto de los procesos de creación de valor del común (bienes, infraestructura, saberes) está en el corazón del sistema de la depredación.

Y a la inversa, que este mundo del común es también activa producción desacatada de imaginarios (Machete, Robert Rodríguez; Estación Zombi, Barrilete Cósmico).

Buenos Aires, abril de 2013

Sobre el silencio y las palabras: Vaticano y dictadura

por Alejandro Kaufman


La responsabilidad plena y directa de la jerarquía eclesiástica argentina en el exterminio argentino de 1976 no es evidente por sí misma en su totalidad ni está suficientemente dilucidada. Diversos aspectos generales de tales responsabilidades institucionales han sido discutidos y expuestos, lo mismo que numerosas trayectorias individuales de integrantes de la Iglesia implicados de diferentes maneras, victimarios, víctimas, cómplices y un reducido y ejemplar número de héroes y santos. Enseguida de conocida la noticia de la designación de Jorge Mario Bergoglio tuvieron repercusión –por haberse puesto de relieve- las intervenciones de Horacio González y de Horacio Verbitsky, destacadas entre varias otras, todas ellas constitutivas de un conjunto minoritario al que concurre lo aquí expuesto. González y Verbitsky fueron mencionados como referencias de la minoría disidente, así como señalados por su disenso hacia el desmesurado entusiasmo unanimista que siguió a la designación del nuevo Papa. La divergencia ante la aparente confluencia masiva alrededor de las esperanzas atribuibles a la designación fue presentada por muchas intervenciones como actitud equivocada o inoportuna, cuando se limitaba a la coherencia con lo que hasta el instante anterior a la designación se había mantenido durante años. Es de esperarse que las cosas vuelvan a un cauce más razonable, aunque el proferimiento difamatorio fue lanzado, hasta percibirse incluso la necesidad de reunir firmas para una solicitada en defensa de González y Verbitsky. En lugar de anunciarse una línea de demanda, resistencia y expectativa más amplia, como habría sido deseable, se produjo un frente de conformismo y silencio de indudable precariedad y vacilación ética y política. Solo se arribó a un acuerdo general sobre los asuntos entre estados soberanos, determinantes hacia sus titulares de actitudes políticas no traducibles de manera simplista a los debates públicos. Poner en cuestión lo que sea frente a las nuevas perspectivas abiertas no se pretende vinculante para la presidenta, en tanto jefa de estado y en su relación con quien se erige asimismo en jefe de estado. Estas y muchas otras consideraciones políticas también han sido ventiladas en forma abundante.

El tema más específico e intrincado que concierne a la designación del nuevo Papa es el de la relación entre la Iglesia y el terrorismo de estado en la Argentina. Si bien no nos encontramos ante una hoja en blanco sino con un conjunto de antecedentes de diversa índole, la designación introduce una transformación imposible de menospreciar por su magnitud y novedad. Tampoco es necesario volver aquí sobre el punto porque ha sido harto reiterado.

(No obstante, una y otra vez hay que repetirlo: el crimen de la desaparición excede al asesinato al privar deliberadamente del destino de los cuerpos a los deudos y configurar el contexto en el que se produjo la apropiación de bebés. Desde el punto de vista del acontecimiento colectivo, ambos actos criminales –la desaparición y la apropiación de bebés- mantienen sus efectos de manera indefinida, atenuados en apariencia cuando se encuentran restos mortales o se recuperan hijas e hijos. Quienes han participado de cualquier manera que los haga depositarios de información sobre aquellos destinos, mantienen en el tiempo su participación en la perpetración de los crímenes, dado que el silencio sobre aquello que se sabe y no se dice es una forma de perpetuar el dolor de los deudos y mantener el duelo en suspenso. El silencio implica crueldad e indiferencia ante el dolor de los deudos a sabiendas de lo que ocurre al respecto y cuando se tienen disponibles los medios para paliar ese dolor. Tal silencio no es discreción ni accidente sino que fue designio cruel de los perpetradores. El papel de las jerarquías eclesiásticas es inequívoco en este sentido. Si hay un secreto de confesión que pueda defenderse frente al conocimiento de crímenes de esta naturaleza, entonces la propia confesión perdería todo valor espiritual y moral ante las comunidades, ante la historia y ante Dios mismo, hay que decirlo. Dios no puede querer que permanezca en silencio un secreto de confesión semejante. Dios no puede querer que los deudos en ronda durante décadas estén condenados al dolor sin fin, cuando claman por él ante quienes saben que saben y no hablan. No hay Iglesia que pueda tolerar indefinidamente una situación así. Y son muchos de los integrantes de la Iglesia, religiosos y laicos, quienes mantienen vivo este reclamo.)

Lo primero que se aprecia –y que también se ha repetido- en cuanto a las relaciones entre Iglesia y dictadura es que el interlocutor, por el solo acto de la designación, cambia por completo el escenario del problema al elevarlo a un plano, digamos, universal. Ha prevalecido la idea de que al entronizarse como Papa a Bergoglio también se estaban entronizando sus actitudes y posiciones frente a la dictadura, y ello determinó un debate centrado sobre su persona, en la consideración de que el papado, al atribuirle una condición tan elevada, otorgaba sus cualidades tanto a su persona como a sus antecedentes. Una suerte de purificación o absolución dada por la jerarquía. Al confrontar sus antecedentes personales con esa condición, Horacio Verbitsky parecía erigirse en un fiscal que estaría impugnando u oscureciendo la designación, más allá de sus propósitos alegados de consecuencia con lo que él mismo y otros habían sostenido durante años. Esta transferencia ad hominem del problema, sin embargo, invirtió uno de los términos de la cuestión, porque el problema no es en absoluto de Verbitsky, sino que son Bergoglio y la Iglesia que lo designó quienes tendrán que habérselas con sus antecedentes, tanto individuales como colectivos, y no hay silencio oportunista ni declinación coyuntural que puedan modificar esta circunstancia. Aun cuando tuvieran razón quienes asumen la defensa de Bergoglio respecto de las indicaciones precisas que ha hecho Verbitsky, no cambia nada sustancial sobre su pertenencia a la jerarquía eclesiástica, antes, recientemente, y sobre todo ahora, en el Vaticano. Cierto que si en lugar de Bergoglio el nombrado fuera un sacerdote del Tercer Mundo estaríamos hablando de todo esto de manera diferente. No obstante, con toda la pertinencia que tiene esta discusión, es otro el tema que convoca a estas líneas.

La pregunta que querríamos formular aquí es sobre cómo enfocar de forma abarcadora y específica la responsabilidad de la Iglesia, de la jerarquía eclesiástica argentina en relación con la dictadura de 1976. ¿Forma parte como una actora más del abanico de partícipes y cómplices civiles del golpe de 1976, del terrorismo de estado y los crímenes contra la humanidad? En general prevalece esta idea, con los consiguientes análisis sobre las correspondencias administradas en favor de la dictadura.

Hay varias diferencias y especificidades que atañen a la Iglesia. La Iglesia es una institución irreductiblemente teológico política. Analizarla solo desde el punto de vista sociopolítico hace visible aquello que la óptica secular moderna deja ver en la superficie. De pronto la Iglesia se convierte en una entidad que “pierde prestigio y fieles” debido a su “imagen”, o porque se denuncian actos de corrupción sexual o económica. Desde luego que nadie puede estar exento de semejantes avatares en las sociedades contemporáneas, es decir, de tales enunciaciones en términos políticos y comunicacionales convencionales. Pero la Iglesia no es susceptible tan solo de tales descripciones porque no se trata de una ONG, ni de una entidad civil o llanamente política, sino de una maquinaria de administración de la subjetividad, arraigada en una tradición espiritual bimilenaria, que ha atravesado ese lapso inmenso de la historia cultural. Una institución semejante no se mide en términos temporales equivalentes a ninguna otra con la que podamos comparar, ni es pasible de limitar el registro de su influencia a recursos estadísticos o categorías creadas hace unos pocos años.

La Iglesia es una maquinaria de producción de subjetividad como no lo es ninguna otra que conozcamos porque su desenvolvimiento como tal es teológico político, es gestionario de la configuración de prácticas multitudinarias, no necesaria ni enteramente conscientes, ni susceptibles de representaciones. La fe no se mide por enunciados ni declaraciones, ni siquiera por la adhesión a la liturgia. Siglos de elaboraciones sobre las transacciones entre conducciones pastorales y multitudes, siglos de administraciones a la vez violentas y persuasivas de la pertenencia y la exclusión, la culpabilización y el perdón necesitan ser visitados para siquiera sospechar la magnitud de la cuestión.

La Iglesia es maquinaria de producción de subjetividad multitudinaria porque contiene a sus integrantes de un modo polimorfo, rígido hasta el doctrinarismo totalitario en algunos nodos singulares, flexible hasta la disipación en la figuración de una periferia enunciativa y práctica que deja sus límites más allá de una visibilización ingenua.

Por eso nos sorprendió el unanimismo entusiasta que acompañó súbitamente a la designación. Porque operó como síntoma, como irrupción de algo que estaba latente, implícito, y que en las  condiciones apropiadas salió a la superficie. Es una dialéctica de implicación y superficie aquello que podemos leer en innumerables circunstancias. Horacio Verbitsky dice que se interesó por la Iglesia a partir de un comentario lateral que surgió en su entrevista a Scilingo. Emilio Pérsico relató (¿confesó?) luego de la designación que había celebrado con anterioridad una misa en secreto con Bergoglio en favor de Chávez. Hubo algo que lo habilitó a decirlo, algo que había cambiado para que antes lo hubiese mantenido en secreto. Eso que lo habilitó fue el estatuto del ánimo multitudinario, que había cambiado de latente a visible. Se hizo explícita la pertenencia colectiva a la maquinaria de producción de subjetividad, pertenencia que puede ser secreta, porque su cifra no reside en el conocimiento público sino en la configuración de un vínculo intersubjetivo que sigue reglas definidas por la institución, emanadas desde el fondo de su historia, no subordinadas a las pautas sociopolíticas seculares.

Hablar de lo teológico político en sociedades seculares no supone una mera privatización de lo “religioso” como si fuera una actividad que se desenvuelve en el ocio, o fuera de la plaza pública y de la economía. Ese es un error cándido que solo concurre a confirmar el inconsciente católico, o catolicismo inconsciente que hemos visto cómo ha procedido en la historia moderna, cómo lo ha hecho en los países socialistas realmente existentes que habían contado con la extinción supuesta de las religiones. Ya es un lugar común, por pocos puesto en discusión, que las religiones han vuelto a reclamar su lugar en la experiencia colectiva. Reconocerlo como fenómeno general todavía no nos aporta las destrezas necesarias para nuestros desenvolvimientos sociopolíticos. La designación de un Papa argentino fue finalmente un catalizador de las formas en que la cuestión religiosa se dirime en nuestro país.

Se trata entonces de definir a la Iglesia –recordar esa definición- como maquinaria de producción multitudinaria de subjetividad, como administradora de prácticas sociopolíticas más allá de lo que se enuncia como creencia explícita. Se ha trabajado largamente sobre la elucidación de la subjetividad multitudinaria relativa a la hegemonía eclesiástica. Menos evidente resulta en la bibliografía más usual la intervención sobre algunas distinciones locales, regionales, precisamente cuando destacamos tal cualidad concerniente a la nueva designación. Y aún menos concurrido es el siguiente y decisivo problema.

Puesta al servicio del exterminio perpetrado por la dictadura argentina de 1976, la Iglesia fue mucho más que cómplice o partícipe civil de crímenes de lesa humanidad. La Iglesia, a la que pertenecían y pertenecen en su mayoría o totalidad los perpetradores, y en cuya supuesta defensa cometieron el exterminio, les proporcionó la sustentabilidad subjetiva que requiere un colectivo exterminador. Como se ha dicho, no es fácil matar. Se requiere un dispositivo sin el cual la eficacia homicida de cualquier índole es inviable, no importa si es “legal” o “ilegal”, “bélica” o “exterminadora”. Dicho dispositivo –exterminador- no es en modo alguno un mero aparato torturador o asesino en sus términos materiales, del modo en que un museo de la tortura y la desaparición podría exhibir sus objetos, sus herramientas, sus huellas, su materialidad. Un dispositivo exterminador requiere un régimen de pertenencia subjetiva, relevamiento psíquico, contención normativa, narrativa ideológica y fundamento moral. Ninguna guerra puede librarse tampoco sin un dispositivo específico de contención de la masa homicida. Sin narrativas, símbolos, nacionalismos, pensiones a las viudas, hospitales de veteranos, nada de ello se puede hacer. Es tan crucial un film como “Rescatando al soldado Ryan” (que nosotros vemos como entretenimiento o narrativa culturalmente importada), en el que se cita un caso similar de la Guerra Civil del siglo XIX, como la disponibilidad de las armas, tácticas y estratégicas. En este aspecto el colectivo homicida bélico “legal” exige tramas de sustentabilidad afiliadas a la historia cultural tal como procede desde Homero y mucho antes, por dar una referencia literaria precisa, para de inmediato recordar una y otra vez que el acontecimiento exterminador del siglo XX no tiene antecedentes en aquella historia bélica, y entonces el ocultamiento, la clandestinidad, el terrorismo difuso e implícito, la incredulidad con que se lo recibe cuando se lo conoce son sus rasgos distintivos. Así también de distintivo será en consecuencia su respectivo régimen de sustentabilidad, con sus narrativas clandestinas, sus secretos, sus ideologías, sus justificaciones, sus implicaciones inconscientes y latentes en la población que consiente con las atrocidades, sin “saber” que acontecen, y “olvidándolo” luego, para finalmente concurrir al Nunca más, que se profiere frente a lo irreductible, lo inaceptable, lo imperdonable, lo que no debería haber sucedido y no debe volver a suceder. Es una diferencia inconmensurable con la guerra, respecto de la cual no surgen enunciados semejantes, dado que todo Estado reside su entidad en la preparación para la guerra. Súmase que la juridicidad emergente interestatal posterior a la Segunda Guerra Mundial, el actual fundamento de la vigencia universal de los derechos humanos, sostiene la ilicitud del exterminio a la vez que la plausibilidad de la guerra. Al respecto la siempre ambigua y prescindente posición de la Iglesia Católica Apostólica Romana con respecto a estos temas demostró su fina capacidad de adaptación cuando cedió a la dogmática del perdón y la absolución y admitió frente al holocausto nazi el enunciado de la irreductibilidad del exterminio y la plausibilidad del “nunca más”. Lo hizo con una demora de medio siglo. Hasta entonces había sido una deuda que la Iglesia mantenía con la Humanidad. La designación de Bergoglio no hará más que ratificar la deuda homóloga en relación con el exterminio argentino. Probablemente él sea el indicado para emprender semejante tarea, como lo fue presumiblemente el Papa polaco, oriundo del territorio más comprometido con el holocausto nazi, y quien introdujo una respuesta novedosa en el discurso del Vaticano.

Resulta notable que algunas mentes ilustradas y sapientes sobre lo histórico social desciendan al sentido común más pedestre cuando analizan estos acontecimientos. Los reducen a moralismos de escuela primaria parroquial, de conmovedora ingenuidad, clausurados para distinguir entre las atrocidades cometidas por la dictadura de 1976 y la devastación que propinaron a las víctimas. Se atreven a pedir explicaciones o arrepentimientos a los sobrevivientes sin reparar en que lo que fue destruido, aparte de los cuerpos y en ellos, fue el dispositivo de contención de la subjetividad colectiva de la lucha armada, meta explícita del exterminio, en lo que el exterminio tuvo éxito, dejando en el infierno de la desaparición y la apropiación de niños todos aquellos discursos. Después, cuando reemergen en el contexto de la lucha por los derechos humanos como residuos narrativos, ecos lejanos de prácticas sociales sometidas en los cuerpos a los vejámenes más atroces, todavía se les piden cuentas, cuando no responsabilidades penales a quienes han sido castigados de las maneras más inimaginables. Sería el doble castigo, entonces, la doble retribución, la reiteración del vejamen, la indiferencia hacia el sufrimiento de años y años sin consuelo.

La Iglesia en su faz conservadora, reaccionaria e inquisitorial puso a disposición de los perpetradores -que iban a reivindicarla en esos términos y purificarla de sus propios desvíos-, de los recursos de administración de la subjetividad sin los cuales el exterminio tal como tuvo lugar no hubiera podido suceder. Puso a disposición de los perpetradores los sacramentos de la confesión y la eucaristía, sacramentos que permiten vivir en paz, o ir a la guerra, o aun exterminar, según hemos comprobado en la Argentina. La interpelación a la jerarquía eclesiástica es sobre si va a permitir que también hayan servido al exterminio.

No es tan evidente la magnitud y calidad de semejante acontecimiento. El nazismo, que venía a sustituir a las religiones y no a defenderlas en sus versiones conservadoras (no obstante algunas vacilaciones iniciales) tuvo que crear su propia maquinaria de producción de subjetividad. Cuando los nazis fueron vencidos en la guerra, dado que el dispositivo que habían creado era idéntico con su corporeidad estatal-político militar, se extinguieron, no tuvieron ninguna forma de legar su régimen de subjetividad, salvo en formas vestigiales –en general- que persistieron desde entonces como márgenes ilegales en los estados democráticos.

Las Fuerzas Armadas argentinas fueron moralmente vencidas por la sociedad civil porque la demanda de verdad y justicia adoptó la magnitud de un régimen contrahegemónico de construcción de subjetividad que confrontó con una institución abandonada en el trance de la derrota moral por los componentes civiles que fueron parte del dispositivo criminal. Los componentes civiles se replegaron e intentaron permanecer ajenos a la prosecución judicial. Intentaron con variado éxito permanecer en la vida sociopolítica como actores en los mismos términos con que se habían desempeñado históricamente.

Es el momento de recordar que el peronismo perdió las elecciones en 1983 porque interpretó que la balanza del poder se inclinaba en favor de aquellos poderes fácticos permanentes. En cambio el alfonsinismo ganó las elecciones con una plataforma que reconocía y defendía una versión mínima de los juicios a los principales responsables del exterminio. Es curioso cómo la designación de Bergoglio como Papa nos presentó una jornada que recuerda a aquella negligencia con respecto a los derechos humanos, aun por parte de quienes hasta la víspera los defendían, y seguramente lo seguirán haciendo. Hay una obturación en sus miradas respecto del papel de la jerarquía eclesiástica, que los lleva a naturalizar su poder espiritual y político, y a declinar actitudes opositoras a esos poderes, al precio del olvido. ¿No es notable que en aquellos años los mismos actores integraran la minoría que no aceptaba de plano el planteo del peronismo por amnésico (hasta el extremo de la renuncia al propio peronismo –sin perjuicio de que los tiempos en que tuvieron lugar los acontecimientos no fueron simultáneos-), ni la transacción alfonsinista por insuficiente? Fue cuando el CELS, que ahora protagoniza una respuesta, llevaba a su vicepresidente como único diputado que iba a defender consecuente y específicamente la causa de los derechos humanos en el Congreso y obtenía el número justo de votos en la Capital Federal para ocupar la banca, unos 70000. El propio Horacio González fue uno de los renunciantes a aquel peronismo moralmente paralizado. Puesto en esa perspectiva parece que el tiempo no hubiese transcurrido.

Habrá ocasión de proseguir esta discusión. Alcanzará aquí con señalar que la jerarquía eclesiástica argentina hubo de dotar a los perpetradores argentinos del exterminio de un dispositivo de sustentabilidad subjetiva que otros hubieran soñado con poseer. Lo que se defendía era su propia versión de la vida político cultural tal como la entendían esas jerarquías, al precio del exterminio de quienes desde su propia grey se habían “pasado al otro lado”.

En términos realistas, y más allá del inconsciente católico colectivo y sus sorpresas, el problema, si es que hay un problema, y lo hay, y es mayúsculo, lo tiene el Vaticano, lo tiene el Papa argentino, y si bien su magnitud es local y menos conocida a nivel universal, en el orden ético que compromete a la Iglesia podría ser más difícil de enfrentar que el de la relación entre Pio XII y el nazismo, ante el cual la Iglesia lidiaba crecientemente con un enemigo. Los perpetradores argentinos vinieron a defendera esta Iglesia según su jerarquía, a defenderla incluso de sus adversarios o herejes interiores, a permitirle perdurar en sus privilegios de asociación con el estado por varias décadas más, tal como sucedió. Vinieron a cometer un exterminio en su nombre. No será fácil para el Papa argentino dar cuenta de la deuda que tiene con los perpetradores que van siendo juzgados y encarcelados, aquellos a quienes acompaña desde las sombras en sus reclusiones, manteniéndolos en la adversidad dentro del mismo dispositivo de producción y contención, aquel que les permite hablar sin decir nada, mientras él, Bergoglio, calla, o calló hasta el presente. Su silencio, el de Jorge Mario, es el elocuente, mientras las palabras de Jorge Rafael no hacen más que perpetuar el gélido silencio de la crueldad y la mentira.

Para pasar el finde: “GasLand”



El director de cine Josh Fox recibió una carta en la que una compañía energética le ofrecía arrendar parte de su terreno, en el que se encontraba un importante yacimiento de gas natural, que la compañía en cuestión quería perforar y explotar (fracking). Viaje a través de 24 estados de Estados Unidos para averiguar las consecuencias de la explotación de gas natural. Descubriendo que en aquellas zonas en las que es explotado los habitantes no podían encender un mechero cerca del grifo sin que el agua corriente prendiese fuego debido a la contaminación por gas.        (Ver crítica)

El neoextractivismo como matriz del nuevo conflicto social

Taller Hacer Ciudad, 
Cazona de Flores, 2012
(Borrador de trabajo)


Hace unos pocos años hablamos de neo-extractivismo para referirnos a la dinámica económica fundada en la depredación de recursos naturales (básicamente minería e hidrocarburos, pero también la plantación de soja, etc) para exportación. Se trata de una realidad regional de Latinoamérica, producto del tipo de inserción lograda en los mercados globales. Entre los efectos que produce esta dinámica económica suelen citarse: el desplazamiento de comunidades, la restricción de la pluralidad de alternativas económicas a un patrón único, que supone empobrecimiento económico, social y cultural del país y una fisonomía colonial en los regímenes políticos que gestionan los territorios en donde se practica la extracción.
Sobre esta base, sin embargo, los últimos años ha funcionado una retórica de inclusión social y combate contra la pobreza, vinculada a un imaginario industrializador y neodesarrollista, en base a la generalización de planes (y diversos beneficios) sociales y estímulo del consumo. Además de enormes inversiones en infraestructura dirigida a la extracción, circulación y exportación de la riqueza natural.
Constatamos un desfasaje entre lo que podríamos llamar muy rápidamente dinámicas “urbanas” y “rurales”, dificultando la producción de imágenes políticas que articulen la realidad común de la explotación.
Sin embargo, la operatoria misma del capital financiero permite pensar una realidad común, precisamente “extractivista” dada la relación de exterioridad que el capital financiero plantea con respecto a las formas de la cooperación social. Y cabe añadir, que por un lado, el capital financiero representa hoy la forma dominante del poder económico, y por otro, las dinámicas de los mercados financieros globales juegan un papel cada vez mas importante en la determinación de los mismos precios de los recursos naturales (objetos de la actividad extractiva).
Esta actividad extractiva –en un sentido amplio, es decir, el conjunto de la actividad económica bajo el mando del capital financiera- produce efectos sobre el tejido de la vida cotidiana. Fundamentalmente sobre el patrón de consumo, ya que un modelo de desarrollo fundado en el extractivismo produce un patrón consumista extremo, en el sentido en que la redistribución de la riqueza a través de planes y subsidios se orienta a una modalidad cortoplacista del consumo.
¿En qué consiste entonces la relación entre explotación-extractivista y paradigma consumista, que encontramos en la base del llamado “nuevo conflicto social”? Nos parece que la exterioridad cada vez mayor del capital con respecto a la cooperación social -los procesos de trabajo- acaba por plantear el tejido común de la vida cotidiana menos como una instancia colectiva de valorización y más como un bien común a expoliar de modos diversos (del agro-negocio al narcotráfico, etc). La hipótesis que nos proponemos trabajar tiene que ver con la posibilidad de nombrar todas estas modalidades de apropiación de valor como “extractivo”.
El llamado walfer (bienestar), planteado desde arriba (planes sociales y subsidios) suponen un tejido social pasivo, desvalorizado en su capacidad productiva. Un cambio de perspectivas, que es lo que nos interesa, supone concebir al walfare a partir una valorización activa del proceso mismo de producción y reproducción de lo social, como un elemento activo, y capaz de autodefensa respecto de la violencia extractivo-terrorista que aparece bajo las formas del sicariato, el narco, y la violencia policial.

11 tesis para un país sin política

por Rosa Lugano


1. El neodesarrollismo no existe entre nosotros. Su supuesto fundamental, el de un estado que orienta el crecimiento de un modo saludable e integral, no se verifica. Lo que hay es un neocrecimentismo fundado en la inversión capitalista.

2. La recuperación de la soberanía nacional (o regional) no existe entre nosotros. Su supuesto fundamental, el de la investigación científico-técnica de acuerdo a parámetros de desarrollo autónomo, no se verifica. No se constatan requisitos elementales tales como la soberanía alimentaria y la creación de conceptos sociales y científicos propios. Lo que hay es un aumento de la capacidad de importación de modelos de consumo y de paquetes tecnológico, capitaneados por multiacionales y mediado por las instituciones públicas (ministerio de ciencia y técnica y universidades públicas).

3. La autentica alegría festiva no existe entre nosotros. Su supuesto fundamental, el de una cultura capaz de forjar imágenes diferentes de identificación y de felicidad pública, no se verifica. Lo que hay es adhesión a un patrón global de consumo, un conjunto de prótesis tecnológica de confort y un conjunto de frustraciones de la vida cotidiana compensadas con TV y pastillas.

4. La idea práctica de la nación no existe entre nosotros. Su supuesto fundamental, el del control de los procesos de creación de riquezas, así como su regulación en el espacio tiempo propiamente argentino (o bien ampliado a la región), no se verifica. Lo que hay es una inserción exitosa, en términos capitalistas, de producción de tipo neo-extractiva en el mercado mundial.

5.    El retorno del estado no existe entre nosotros. Su supuesto fundamental, el de una precedencia soberana, no se verifica. Lo que hay es un proceso de construcción de potencias estatales definidas estrictamente por las necesidades de la inserción en el mercado global y una decisión de intervención creciente en función de sostener y alimentar el consumo y la circulación de mercancías.

6. La reanimación de una militancia juvenil no existe entre nosotros. Su supuesto fundamental, el de una nueva energía crítica capaz de atacar privilegios y miserias del modelo, no se verifica. Lo que hay es una creciente participación de la juventud en la gestión de la máquina estatal y de la población.       

7.  La vuelta de la política no existe entre nosotros. Su supuesto fundamental, aquel según el cual son los conflictos y las fuerzas sociales funcionan como guía para el reequipamiento de la infraestructura del común y el bienestar social, no se verifica. Lo que hay es una gestión permanente y desastrosa de la catástrofe (de la infraestructura pública, de los derivados de la acumulación neo-extractiva y la desestructuración de la vida común en los barrios), único límite a la ilusión política que abraza a muchos. Sólo la catástrofe activa la memoria de la insurrección.

8. La discusión colectiva no existe entre nosotros. Su supuesto fundamental,  la correlación entre argumentos y voluntad de poder, no se verifica. Lo que hay es una intensificación del oportunismo de la comunicación.

9. El conflicto como división social productiva no existe entre nosotros.  Su supuesto fundamental, el de la lucha de clases por las condiciones de producción/apropiación de la riqueza (cuya expresión fundamental es el tiempo de vida), no se verifica. Lo que hay es una representación mediática de la guerra de opiniones que codifica y vuelve gobernable la trama social.   

10. El amor y la virtú no eixsten entre nosotros. Su supuesto fundamental, el de la articulación ética entre una voluntad colectiva capaz de devenir activa, de forjar su propia praxis, sus afectos y lenguajes, no se verifica. Lo que crece es la “runfla”, el nihilismo, el gobierno a través de una serie de consignas, la última de las cuales nos viene impuesta: el “amor” cristiano a los “pobres”.

11. La idea de la realidad no debe ser solo estudiada sino sobre todo transformada no existe nosotros. Su supuesto fundamental, el de un sujeto capaz de atacar la realidad de la concentración capitalista, no se verifica. Lo que hay es una derrota política gestionada, que sólo nos otorga mediocres motivos para la ilusión y la creencia transitoria. En ese terreno, el poder pastoral es el que manda. Y su designio último sigue siendo la administración de la reproducción de las personas apuntando a controlar el cuerpo de las mujeres (su deseo, su decisión).

Encuentro en la Cazona de Flores

sábado 13 de abril /  15 hs.
la nueva conflictividad social
en el corazón del modelo de desarrollo

Invitados:

ANDRES CARRASCO / Investigador CONICET

CARLOS CARBALLO / Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria
de la Facultad de Agronomía de la UBAun debate sobre el vínculo entre
las instituciones de investigación públicas
y el complejo agroindustrial

Morón 2453

Barrio de Flores – CABA

Disparadores para la discusión:

1. Cómo se expresa en el nivel académico las disputas por el modelo alimentario. De qué manera las tecnologías y los saberes “de punta” contribuyen al crecimiento de las fuerzas productivas, reconfiguran las formas de valorización y determinan una cierta imagen de la felicidad. ¿Existen elaboraciones alternativas capaces de proponer otro modo de producción y de consumo distinto al desplegado por los agro-negocios?

2. ¿Qué tipo de articulaciones concretas se establecen entre el desarrollismo basado en los commodities y las universidades públicas o los centros de investigación dependientes del Estado? ¿Es posible reunir información sobre cómo se aplica la innovación tecnológica actualmente en nuestro país? ¿Se pueden definir cuáles son las líneas de investigación estratégicas planteadas por el Ministerio de Ciencia y Técnica nacional, y proponerse escenarios de cuestionamiento a tal orientación?


3. Tanto en los conflictos por la tierra que están teniendo lugar en zonas rurales como en la conflictividad que se vive en las periferias urbanas, aparece un tipo de violencia de características mafiosas que da cuenta de una específica articulación de negocios (netamente rentística, y muchas veces ligadas a fuentes de financiamientos ilegales). ¿Existen o deben preverse la emergencia de esta especie de brutalidad en otros niveles, como pueden ser la academia y los efectos en la salud de las poblaciones? Cómo inventar mecanismos de lectura y politización de esta nueva generación de conflictos sociales.

La Tortura

por Raúl Cerdeiras (Mar del Sud, 2013)


Slavoj Zizek escribió en The Guardian (luego reproducido por Clarín el 3-2-13) un trabajo sobre el horror de aceptar la tortura. Parte de la siguiente premisa: si se representa la tortura en un filme la obra debe condenarla, directa o indirectamente, pues no se puede ser neutral en ese tema tan estremecedor, eso implicaría aceptarla y le evitaría al artista tener que expresarse afirmativamente a favor de los tormentos. Y desde este presupuesto acusa a la directora de La noche más oscura, K. Bigelow, que su neutralidad trae aparejada la idea de la “normalización de la tortura”. Puede inferirse, sin mucha vacilación, que el filósofo esloveno está convencido que sería un desastre para la humanidad que la tortura sea una moneda común en la resolución de asuntos políticos extremos.
La defensa más obscena de la película, afirma el filósofo y psicoanalista, es la afirmación de que la misma “rechaza el moralismo barato y presenta de manera sobria la realidad de la lucha antiterrorista, por lo cual plantea preguntas difíciles y nos obliga a pensar”. Y a continuación dice que en relación a la tortura no hay que “pensar”.  Creo que en esta afirmación Zizek esgrime un argumento débil que le impide realmente pensarla dimensión política (y filosófica) del intento de las potencias mundiales de normalizar la tortura.

El Occidente capitalista, liberal, defensor de la libertad y los derechos humanos, paladines de la democracia y del consenso civilizado, levantan sus indignadas voces contra el terrorismo sanguinario de los totalitarismos ideológicos, poniendo en una misma bolsa a comunistas, nazis, fascistas, islamitas, o cualquier expresión política que pronuncie palabras como “revolucionario”, “ruptura”, “transformación de raíz”, “subversión”, etc., etc. En definitiva esta cadena de argumentos condenatorios desemboca en una afirmación que no puede discutirse: el valor más sagrado de la humanidad ante el cual todos debemos detenernos y recular es la vida. Pero entendámonos bien, no se trata de las diversas formasde vivir, es decir, las múltiples maneras en que un cuerpo biológico puede ponerse al servicio de una idea, de un pensamiento, sino el cuerpo biológico mismo, la vida en su constitución puramente biológica. Como bien dice Badiou, la proclama de “el fin de las ideologías” (como sinónimo de que algo totalitario felizmente se terminó) no es sino una voltereta elegante para imponer la máxima del capitalismo “democrático” (es decir, la Democracia S.A.): ¡vive sin ideas!
Cuando todo el peso de la existencia humana pasa a ser soportado por los cuerpos vivientes  —ya sean los cuerpos sufrientes de las víctimas o los cuerpos consumistas de los felices propietarios— lo que realmente pasa a regir a estas sociedades miserables es la muerte. La defensa a ultranza de la vida como tal no es otra cosa que el reinado de su aparente contra cara, la muerte. Y eso se trasluce en el despliegue de un tipo de existencia regida por la amenaza constante, el peligro, el miedo,  ¿a qué?, a la muerte o mutilación de nuestro cuerpo y a todo aquello que disminuya la posibilidad de gozarlo.
Los poderosos dicen que cuando se trata de defender a la vida frente a la muerte no hay nada que pensar, pero de esa forma renuncian a poner la dimensión ética de la existencia humana sobre la mesa de discusión, y en su lugar restauran la vieja moral que conlleva una matriz religiosa que en vez de poner a Dios por sobre todas las cosas y a él someterse, proclama que la Muerte es el Amo Absoluto. Y así actúan. La cuestión ética nos demanda que todo tratamiento de la conducta humana debe ser pensado dentro de la complejidad de una situación determinada, tratando de compatibilizar ciertos principios en el interior de la circunstancia concreta de que se trate y, si es necesario, inventando en el mismo momento nuevos principios. La ética milita del lado del pensamiento, la moral se instala del lado del dogma.
Es por esta circunstancia que encuentro desafortunado el argumento de Zizek en su crítica a Biguelow, no porque crea acertado el enfoque de la directora de La noche más oscura, sino porque queda absorbido dentro del mismo formato que rige hegemónicamente al pensamiento reaccionario, cuando este afirma: frente a la vida no hay nada que pensar. Esgrimir el argumento de que frente a la tortura no hay nada que pensar es quedar desarmado frente al poder y pasar automáticamente a dar un combate dentro de las reglas que impone el enemigo.
En el momento de escribir estas reflexiones se discute en el Congreso de EE.UU. la designación de John Owen Brennan al frente de la CIA. Los cuestionamientos que se le hacen son los que todos sabemos. Este individuo que ocupa el cargo de “asesor en antiterrorismo” y que entre otras cosas fue el primer director del recientemente creado Centro de Integración sobre Amenazas Terroristas, parece no tener suficientes antecedentes para corregir lo que hace la Central de Inteligencia por todos lados y sin disimulos, como es la tortura en los “black  sites” (prisiones secretas desparramadas por todo el mundo sin vigilancia política o pública). Estos “depósitos de sospechosos” de la guerra antiterrorista, junto con los aviones no tripulados llamados “drones”, con los que se viola constantemente las fronteras de cualquier país bajo la excusa de ir a la caza de terroristas y exterminarlos sin más (y si los sospechosos son ciudadanos de EE.UU ya la Casa Blanca ha declarado que esos ataques son “legales, éticos y sensatos”)  son suficientes evidencias para poner la piel de gallina a cualquiera. Sin embargo, en Norteamérica exigir que el director de la CIA sea un ciudadano que se oponga a estas prácticas nefastas da lugar a una posición progresista y sin duda de clara adhesión a la doctrina de la defensa de los Derechos Humanos, la cual, lo recuerdo una vez más, proclama como primer derecho y valor sagrado sobre cualquier otro, a la vida.
Entonces, si hay que luchar contra la tortura o su sutil normalización, y esto último sería lo que hace el film cuando dispensa sobre el tema una mirada aparentemente neutral, lo que debemos denunciar antes que nada es el sistema de valores impuesto por los dueños del mundo y compartidos masivamente como un sentido común, en virtud del cual se puede justificar la tortura. Y si estos valores son también sostenidos por aquellos que denuncian la tortura,  se nos presenta un cuadro de impotencia que es necesario romper.
Digámoslo de entrada: la tortura se justifica si con ella se puede eventualmente salvar vidas. Si esta última es el valor máximo en el que se singulariza la humanidad del hombre, entonces la aberrante mutilación de un cuerpo siempre será preferible a una supuesta posible muerte. Una supuesta posible muerte, porque ninguna tortura es necesaria para impedir en el actoque el torturado cometa un crimen. Sí, la tortura se justifica si con ella se evita una muerte. La masacre de las Torres Gemelas dió una excusa masiva para desatar esta visión salvaje de la política contemporánea por la que se invaden países supuestamente portadores de armas de destrucción masiva (Irak), se toman represalias de una crueldad estremecedora contra pueblos indefensos (represalias del Estado de Israel) y se cometen cientos de actos de torturas buscando siempre el mismo y santo fin: salvar vidas. Y todo esto sin olvidar que, como lo hizo el filósofo Karl Popper en su momento, la justificación de las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaky fue una simple operación contable  entre el  debe y el haber, por el cual se demostraba que la cantidad de muertos que acarrearía derrotar al Imperio Nipón con los medios de una guerra convencional sería muy superior a los cientos de miles de cadáveres y las secuencias radiactivas que ocasionaría la decisión nuclear.
Cuando el Zizek dice que “un indicio de progreso ético es el hecho de que la tortura se rechaza como algo repulsivo sin necesidad alguna de argumentación”, acierta en lo que hace a su rechazo pero queda descolocado en cuanto afirma que no es necesario argumentar ese rechazo. Sobre todo porque no acusa a la directora del film en cuestión de estar a favor de la misma sino que su “neutralidad” tiende a que la tortura sea considerada cada vez más como algo normal. El punto ciego de esta posición es que los que quieren normalizarla avanzan también con la bandera de que no hay nada que argumentar cuando afirman que la vida (biológica) es el supremo bien de la humanidad y, frente a ello, cualquier cosa puede ser tolerada si se salva una vida.
El siempre agudo esloveno muestra no estar desconectado de esta circunstancia cuando se pregunta, y a la vez se contesta, lo siguiente: “¿La tortura salva vidas? Puede ser, pero sin dudas pierde almas, y su justificación más obscena es afirmar que un verdadero héroe está dispuesto a olvidarse de su alma para salvar la vida de sus compatriotas”. Toda la ambigüedad de su postura quizás resida en ese “puede ser” que la tortura salve vidas. ¿Y si las salva realmente? Nada obliga a que el torturador sea luego erigido en héroe moderno por sacrificar su alma para salvar vidas, aunque la película deje abierta esa ventana obscena. Basta justificarla sacando a relucir una vez más el mortífero argumento del mal menor.
¿Se trata de dos principios loables pero en un punto incompatible de tal manera que en determinadas circunstancias uno de ellos, el rechazo a la tortura, debe ceder frente a la jerarquía superior del otro que sostiene que la vida es sagrada? Decididamente, no. Si se quiere tomar esas afirmaciones como principios sería una muestra acabada que la humanidad del hombre tal como hoy se la interpreta masivamente está aprisionada en el interior de una visión completamente biologista, de una animalidad ampliada y, en última instancia, de un truculento racismo latente. Diría que son principios pero lejos de singularizar a la existencia humana la devuelven, sin reparar en las consecuencias que eso trae aparejado, al reino de la naturaleza, a la ley de la selva.
La existencia humana no puede renunciar a vivir sin principios pero estos deben afirmar ideas que no estén subordinadas a defender o aniquilar la vida biológica. Por ejemplo, si nos referimos a la política,  que ya de por sí no es una instancia natural de la humanidad sino un lugar de invención, de pensamiento, de apuestas y de polémicas, podríamos decir que la igualdad, la justicia, la libertad, la emancipación, etc., tienen la posibilidad de erigirse en principios o sostener principios que no vienen disparados desde las necesidades inmediatas. Esta es una clave que ayuda a pensar porqué nuestra época no puede producir un pensamiento inventivo acerca de la singularidad de lo humano, y en su lugar retrocede peligrosamente a buscar un refugio en los valores biológicos que se asientan en los cuerpos de los individuos. Y para rematar esta operación reaccionaria, responsabiliza de las muertes y  los horrores del siglo XX a todos los proyectos e ideas políticas de transformación revolucionaria que en él se desplegaron.
¿Qué diría Zizek frente al argumento hoy en boga de que defender la vida de un semejante es un principio que hay que aceptar ciegamente porque frente a la defensa de una vida no hay nada que pensar? ¿Aceptaría concluir que como consecuencia de este principio el Che Guevara, por dar un ejemplo, se transformaría en un vulgar asesino serial que se escondía en las selvas de diversos países? Si no hay nada que pensar…
Los dueños del mundo califican de terrorista a toda acción que no repara en nada para segar vidas y desparramar la muerte donde sea y cuando sea. Lo saben porque también ellos lo hacen. Sin embargo su bandera no es la muerte sino la vida, pero no tienen ninguna forma de vida que proponer que no sea la que se deposita en un cuerpo biológico, es la pura vida biológica. Entonces edifican una antinomia falsa que opone el eje de la vida al eje de la muerte. Mi intención es demostrar que cuando las cosas se llevan a ese extremo no hay sino un solo eje: el de la muerte. Pero los de arriba quieren mantener la ilusión de una lucha por la vida, y es esa misma lucha por la vida la que nos devuelve al reino animal. Un reino animal cuyo medioambiente se llama capitalismo globalizado, persecución ciega del lucro, goce individual de los cuerpos, certeza final de la finitud de nuestras vidas. Ese es el único personaje que la visión hegemónica de nuestras sociedades puede calificar de humano y toda su capacidad política se limita a construir un relato que satisfaga sus expectativas. Barbarie.
En definitiva, pienso que la normalización de la tortura no se facilita por hablar cada vez más abiertamente sobre ella desde un lugar “neutral” que la presenta como un “problema”. Para que esto suceda primero hay que abonar un terreno en el que esta operación pueda decantar y fluir libremente. Y el terreno que hoy pisamos se muestra fértil para esa tarea por cuanto está huérfano de pensamientos e ideas  políticas emancipativas, y la política que circula está atrapada por la lógica del capital que impone su ley de lucha a muerte por intereses y la satisfacción de las necesidades inmediatas, más la seguridad policial y del Estado sobre los cuerpos individuales, esperando resignadamente nuestro seguro entierro.
La penetrante mirada de Zizek parece percibir esto de manera, para mi gusto, muy colateral respecto al peso de sus otros argumentos. Es cuando termina diciendo que 20 años atrás (yo extendería a 40 esa cantidad) sería impensable que una película importante de Hollywood “hubiera presentado la tortura de forma similar”. Seguro, porque se vivía aún dentro de los coletazos moribundos de una época que, para bien o para mal, había forjado una política en la que se proyectaba la posibilidad de producir un Hombre Nuevo, con atributos no derivados precisamente de sus condicionantes biológicos.
Si hay algo que pensar de la tortura es precisamente que es un efecto que siempre se arroga una virtud extrema: la de operar, en su abominable bajeza,  la  salvación  de un sublime valor. Pero si desgarramos la aparente antinomia entre vida o muerte y develamos que solo reina la muerte en los dos bandos (en el film: EE.UU. Vs. Bin Laden) y en el medio la tortura, esta no puede salvar otra cosa que no sea al Amo Absoluto.


La 12

Por Rosa Lugano

Mis «11 tesis para un país sin política» han suscitado una polémica de proporciones dentro y fuera del Lobo Suelto! Con el propósito de incentivarla, agrego una tesis aclaratoria.

12. No existe entre nosotros una voluntad de poder. Su supuesto fundamental, la creación de nuevos valores y la consiguiente puesta en cuestión de las formas de producción/apropiación de la riqueza colectiva, no se verifica. Lo que hay, sí, es un régimen difusión de ilusiones muy efectivo a la hora de armar dispositivos para gobernar –no para prevenir– la catástrofe (y en la medida en que la catástrofe tiene una dimensión global, esta capacidad de armar dispositivos debería interesar también a nivel global).  

392

por Diego Valeriano


Agua, muchísima agua, el paquete de velas 20 mangos en Villa Elvira, cinco trabajadores esclavos que perdieron todo y tienen que pagarlo, Club Med; calles como ríos. Subiendo las cosas a la cama y después al armario y después se ahogan conmigo. Infinidad de gritos en la oscuridad, celulares última generación que no responden, redes sociales, cruzar nadando la calle para ayudar a la vieja que vive sola y los hijos nunca pasan a ver; una, dos, tres, cuatro horas y no para, autos flotando. Un chabón subido a un árbol en la plaza, sigue lloviendo, la 7 es un río tempestuoso que se lleva puesto todo. Paró, silencio, oscuridad. Los perros comienzan a ladrar, los chicos lloran y nadie duerme, el agua baja de a poco, solidaridad entre víctimas. Sale el sol y empiezan algunos saqueos, pocos, poquitos porque no quedo mucho, plasmas al lado de los cuerpos; bomberos, policías, municipales, militantes, funcionarios desconcertados. Aparecen más cuerpos, miles de miles de victimas, quince vecinos en la única casa de la cuadra con planta alta, gente deambulando, lagrimas, llantos, gritos de dolor; basura. Celulares que no andan, miedo, limpieza; aparecen más cuerpos, Facebook, rumores, me contó mi hermana que vive en Villa Motoro, solidaridad entre parientes. Macri, Bruera, Scioli, Cristina, Magnetto, Lanata; administración de las propias carreras; planes de emergencia, Twitter operando, medios operando, miedo operando. Dormir en el suelo, mandar los pibes a lo de un amiguito, no encontrar a la Tía. Agua potable y lavandina, bidón de cinco litros de agua de mesa a cuarenta pesos, Espadol y cagadera. Corte de calle, solidaridades; solidaridad oficialista, solidaridad opositora, volanteada convocando a la asamblea; colchones. Transformadores de Edelap, comida podrida en la heladera, comunicados de prensa, camiones de basura repletos que no pueden más, va volviendo la luz y quitando algo el miedo; gente que sale a correr, festeja cumpleaños y entierra a sus muertos. Marca a un metro setenta, rumores, especialistas, todos los muebles a la calle, olor que empieza a subir, gatos muertos, nenes que no aparecen. Gendarmería en los barrios destartalados de antes, hacemos un chino, militantes con todos los dientes entrando de pechito. Bandas con pecheras, bandas enfierradas, camiones repletos de mercadería que no llegan ¿Dónde compro merca? Solidaridad cristiana, solidaridad antipolítica en el club de rugby. Yo, yo y yo llevo la ayuda. Solidaridad televisada, oportunistas y calculadores. Hundidos y flotando, cagan a trompada a la peruana que vendía las velas a 20 mangos, reventa, cortes de calles, asambleas, clase media a la altura de la catástrofe, mezquindades, obviedades, asueto y bandera a media asta. Recolección de residuos, camiones y más camiones, ¿Por qué no paran en mi cuadra? Diputado oportunista dona su sueldo ¿a quién se lo dona? En la radio una señora lo felicita, termina el círculo. Panelista indignado, periodista se relame, cambio climático, ciudadanía movilizada feliz de hacerlo. Llamo a la radio y dejo el mensaje, posteo en facebook, puteo en twitter. Calculo infinito, desprecio por las víctimas, cada quien a su juego. Empezar de nuevo, todo a la calle, una mesa que trajo mi cuñada de Burzaco, una  tele que estaba en la pieza de Mateo; lo que más me duele son los libros, y también las fotos, si, si las fotos. Colchones que no hay, ropa que sobra; la ropa se seca, solidaridad con lo que sobra, solidaridad con lo que no se tiene. Dolor en el pecho, angustia y tristeza. Gimnasia empató y River le ganó a Racing: normalidad que comienza a salir a flote. 392 milímetros que no muestran nada nuevo.

La víctima, el político y el diluvio

por Marcelo Laponia y Diego Valeriano


“Sólo la victima descubre descarnadamente la ficción de la vida en sociedad, la victima ya sin nada que perder comienza un camino de restituciones y justicia, la victima deja de ser cómplice, a la víctima le cambia el escenario de su vida. Reconfigurando su futuro y sus temores”
I.
Desde el origen de los tiempos el diluvio depura, la catástrofe elimina a los injustos. El arca que preserva la vida ya no es la de Noé con sus animalitos, sino una fuerza movilizadora en torno a la víctima, que ha dejado de ser una figura pasiva para volverse el motivo más potente de movilización.
II.
La catástrofe es general porque además de la ruina de las vidas privadas lo que se destruye es el mecanismo mismo de hacer sociedad, de hacer ciudad. La catástrofe pone en descubierto que nadie está a salvo: ¡welcome to hell!
III.
Juan Cabandié –que no es precisamente una luminaria— fue quien vio más claro el asunto cuando dijo: “sin militancia, no hay estado”. Porque si un saldo, además de los muertos y los destrozos, dejó esta catástrofe es que las redes de solidaridad hicieron las veces de la “militancia”, y la militancia se convirtió en el dispositivo de emergencia para que el estado se haga –bien o mal– presente.
IV.
Entre los bienes destrozados conviene contabilizar también la idea misma de que el estado popular (en vías de desarrollo a tazas chinas) garantiza la seguridad de la población a través de la creación de infraestructura pública y de un cuidado pastoral sobre las vidas. Never in the puta life.
V.
Porque, al fin y al cabo, qué es la política sino el arte de someter a discusión aquello que no se discute. Así entendida (y tal como anotó esa tal Rosa Lugano), la política ya no existe entre nosotros. Hemos vivido en el pasado momentos intensos de política en los que los militantes inventaban organizaciones revolucionarias para tomar el poder del estado y acabar con las miserias estructurales, económicas y morales. Desde que esos militantes fueron derrotados política y militarmente quedó fuera de la discusión la propiedad de los medios de producción y apropiación de las riquezas. Incluso, bien obvio, el problema de la desigualdad. Siempre y cuando sostengas los niveles de consumo.
VI.
Desde entonces (salvo la irrupción de movimientos sociales de nuevo tipo en torno a la crisis del 2001) lo que hay espolíticos sin política. Los políticos hacen muchas cosas: por ejemplo, participan del espacio mediático y representativo. También asumen responsabilidades de gestión en ésta o aquella repartición pública. De allí que tengan discursos, equipos, imagen. Sin embargo, ninguno de esos atributos le es esencial. Un político puede cambiar de partido, de discurso, de equipos y de repartición pública.  Lo único que es real, en serio, para el político es su carrera (el self made man). Nada que reprochar en esto. Al contrario, este hecho elemental lo aproxima a personas que en las más diversas situaciones tienen también como real más verdadero su propia carrera (sea ésta en una empresa, en la universidad, en los medios, en el deporte, etc. etc.). Sin embargo, la carrera de un político es particularmente difícil: debe poner en juego surostro y exigir al máximo cuerpo, en especial para ascender; debe poder entrar y salir de todo tipo de discusiones. Pero, ante todo, debe “medir”: su dependencia de la imagen, de la encuesta, del mercado es implacable.
VII.
El odio a los “políticos” es demasiado fácil y está exageradamente difundido. Lo que se odia en el político son dos cosas. Una más evidente: se le acusa de que vela por el bien común con un ojo puesto en sus cálculos personales. Otra es más solapada: se le recrimina el no disponer de una voluntad suficiente para transformar la sociedad en un sentido de mayor justicia. La hipocresía que se agita en este tipo de odio es también doble: no solo porque se reniega del hecho de que todos nosotros somos parte de ese mercado post-político que se ilusiona y decepciona con los políticos, linchándolos cuando la desilusión es grande; sino además porque se espera del político una fuerza de cambio que sólo tendría si hubiese una fuerza popular colectiva en la que ya no creemos.
VIII.
El político debe saber de -y posicionarse ante- todos los temas: energía, matrimonio igualitario, ley de medios, despenalización del faso, reformas fiscales, vericuetos de la justicia y política internacional. Solo un tema le es ajeno: elrégimen de propiedad de la tierra, el control de los resortes de producción de riqueza, la invención de los modos dereapropiación de la riqueza. En esto el político se debe a su pueblo: si el pueblo no lucha, el político no se ilusiona con causas poco realistas que exigen demasiado esfuerzo.
IX.
En épocas en que no hay política la reflexión colectiva se aplana y el único vector consistente es el consumo. El consumo popular libera, moviliza, incentiva, asusta, forja aprendizajes. Aunque, sin duda, también condiciona (a nivel económico menos que a nivel del imaginario). La ausencia de política conduce, en este contexto, al encuentro catastrófico: consumo sin infraestructura del común.
X.
Bajo esas condiciones, sólo catástrofe hacer pensar: Once, Cromagnon, La Plata, pero también la inseguridad o la trata.En la catástrofe emerge la potencia de las víctimas.
XI.
No hay militantes revolucionarios. Hay políticos, a veces en alta, otras en baja. No hay más organizaciones sociales, sino kiosquitos en los territorios y redes de protagonismo basadas en una nueva ciudadanía popular profundamente vinculada a esta potencia de las víctimas.
XII.
Esa potencia hace las veces de diluvio purificador. Solo van a sobrevivir quienes en esas aguas se bañen. En ese poder redentor que hoy encandila se arropan las nuevas militancias,proyectando la imagen “bergogliana” de unos políticosnuevos que ya no tendrían por meta central sus propias carreras. ¿Será?
XIII.
En las calles anegadas hemos visto solidaridad, coraje y vidas runflas.

Llego la hora de la verdad

La lealtad como tragedia o como esperanza radical
por Roland Denis

Los votos lo dijeron clarito, el pueblo del 27 de febrero, el pueblo leal al mensaje libertario y la obra justiciera de Chávez, salvaron al límite este proceso en el momento en que ha podido desmoronarse por la acumulación arrogancias y garrafales errores que vienen conjugándose con los años. La votación prácticamente 50 a 50 tiene sus antecedentes en estos 14 años, pero en este caso no es lo mismo ni mucho menos tomando en cuenta los altos índices de participación electoral, en este caso se trató de un ejercicio estrictamente de lealtad (y reitero lo de la lealtad porque mucho del clientelismo político comprado por la maquinaria burocrática en este caso desvío por centenares de miles sus votos a la derecha sin complejo) hacia el propósito revolucionario. No obstante y no estando Chávez como candidato podemos asumir que es inmensa la sombra revolucionaria regada como hegemonía de los valores transformadores en estos años la que garantizó la ínfima victoria.

Pero al mismo tiempo tal y como le sucedieron en los terribles años treinta europeos a aquellos dirigentes como Bujarin o Zinoviev y casi toda la dirigencia bolchevique original, esa lealtad se vivió en sus últimos días como una tragedia, como aquellos que aceptaron ser acusados como los más viles conspiradores a la patria y la revolución obrera solo por salvar la causa final revolucionaria aunque el déspota de Stalin sea quien la liderice. Dieron toda su vida -fueron fusilados- y su gloria por la causa final del pueblo, al menos así los ha salvado la historia al interpretarlos de esa manera. Si tuvo sentido o no el gesto degradante de sumisión al déspota de aquellos hombres en el momento histórico que les tocó vivir, todavía podemos discutirlo. Lo que sí no tiene ningún sentido es que nosotros, esa mitad del pueblo venezolano, en una circunstancia radicalmente distinta, donde no hay déspota de por medio y no son nuestras vidas vidas individuales las que tenemos que medir en valor frente a una gigantesca causa revolucionaria, que vivamos igualmente esto como una tragedia. Es decir, que la lealtad del voto expuesto este 14 de Abril se convierta en un acto donde a conciencia oculta sabemos que esto es una causa perdida bajo el esquema de política, mando y comunicaciones que se ha solidificado a través de la costra corporativa-burocrática impuesta, pero aún así como último gesto y por odio a la vieja oligarquía tan bien sintetizada políticamente en Capriles, nos tiremos al río sin hacer nada y nos convirtamos en un “voto despido” por sumisión y por silencio.

Esa tragedia en nuestro caso es inaceptable precisamente porque al contrario de la URSS aquí no hay otro despotismo que el potencial fascismo de la derecha, porque nosotros podemos decirle ¡basta! con todo derecho y moral para hacerlo a toda esa realidad que ha supuesto el quiebre monetario, la vida del cacique Sabino entre tantos, el desmoronamiento del salario por inflación, la burocratización del liderazgo popular, el lenguaje moralista en boca de quienes lo niegan todos los días con su corrupción, el cierre del debate y la transparencia de verdades en los sistemas públicos de comunicaciones, el verticalismo cooptativo de partido, las finanzas para banqueros y jamás para el desarrollo autogestionario de inmensas fuerzas productivas que podríamos potenciar, la misión social social en manos de camarillas burocráticas inútiles y arrogantes. No hay derecho a que nuestra ínfima mayoría nos comportemos como Bujarín o Zinoviev. Aquí por razón de vida o muerte de la revolución por el contrario hay que alzar la palabra, lo otro es por seguro una guerra que la gran burguesía ya tiene todas las posibilidades de desatar de nuevo pero en este caso con un pueblo desmoralizado porque perdió la guerra inmediata contra los monstruos que nosotros mismos hemos dejado que se creen que crezcan y terminen hegemonizando el comportamiento real y discursivo del gobierno. No tenemos derecho a ello. Ni el más beneficiado por el consentimiento monetario del gobierno a tantos grupos de base tienen derecho a ello. El silencio, la autocensura, la criminalización del disenso y la lucha, el no ejercicio con dignidad y sin descanso de los derechos populares conquistados, es la traición originaria, el “salto de talanquera” es solo que viene a consecuencia, así nos fusilamos éticamente hasta no valer nada.

La lealtad por tanto tenemos que vivirla hoy como nunca como una esperanza radical. Como una autocrítica profunda frente a la quietud del silencio y la falta de autonomía política del pueblo en lucha, frente a la sumisión que muchos cuadros nobles de gobierno aceptan por lealtad a un ideal genérico que nada tiene que ver con sus jefes. Como una conciencia de que estamos a las puertas de una nueva ofensiva fascista que puede sin mayor problema desatar una conspiración inmensa contando con la traición interna que hoy se va a desatar y que ayer 14 de Abril mismo comenzó a funcionar al dar falsos avances de victoria al mediodía y desmovilizar a última hora la capacidad de arrastre que pueden tener las “multitudes movilizadas” como en efecto pasó el 7 de Octubre. Prácticamente ocho millones o más de cuerpos y conciencias que han hecho de la revolución verdadera su deseo y su necesidad vital es un caudal inmenso para enfrentar lo que venga, un milagro maravilloso de nuestra rebelión. Pero aquí es obligatorio actuar sin compasión con nada, el gesto compasivo como dicen los brujos naguales mexicanos no es más que una compasión hacia nosotros mismos, un gesto de miedo y debilidad que nos impide mover las energías internas necesarias para comprender y enfrentar la realidad que sea, desdoblándonos en los propios hechos, ayudando al otro aplastado a alzarse contra su condición y sin compasión. Por ello se trata de una esperanza radical donde asumimos de raíz nuestra condición de revolucionarios pase lo que pase. Los retos más difíciles, la contrarrevolución más agresiva como siempre ha sido desde hace 24 para acá debe engrandecernos. Lo que pasó ayer nos debe en ese sentido llenar de alegría porque hacía falta un hecho crucial, al límite de un definitivo abismo para hacer renacer el alma real de la historia actual venezolana, y nuevamente llegamos a él para poner a prueba la verdad libertadora que hemos defendido. Desde Nicolás para abajo, independientemente de juicios y de quien es y ha sido el presidente y quien el simple militante pero que lo mueve todo, estamos obligados a entrar en esa lealtad esperanzada que no se somete a nada, no tenemos derecho al sometimiento. Pero igual, estas alturas y priori no podemos creer en nadie, ese privilegio con justificación o no solo lo tuvo Chávez y ya no está y todo lo dejó…cada quien tendrá que probarse en los hechos y en su inteligencia, en su capacidad comunicante, organizadora y luchadora, en su capacidad de inventar en su terreno toda esa política hoy más que nunca posible de crear una patria libre y de autogobierno del pueblo, armas en mano. Vivir en la alegría y el reto de la esperanza, asumir de lleno lo fuerte y hermoso que es ¡por fin! vencer la opresión imperial y capitalista….nuevamente llegó la hora de la verdad ¡somos Chávez!, pero en este caso ya ésta no tiene después.

Cuatro sensaciones apresuradas sobre anteayer

por D.S.


1.

Hubo derrota anteayer en Venezuela. Por suerte, la cosa no fue tan trágica como para entregar el gobierno a Capriles. Pero todo indica que empezó a tomar forma el “post-chavismo” a nivel regional. 

La estrategia parece ser la de despojar al espacio BRICs de toda retórica emancipatoria. Parece imposible no sospechar que la movida que transformó a Bergoglio en el Papa Latinoamericano juega un papel en todo esto. No hay economía sin subjetividad: en este caso se trataría de convertir el conflictivo proceso de integración sur-sur en un amor desexuado por los pobres. El paso de Gianni Vattimo estos días por en Buenos Aires pareció alinear en ese sentido: se trata de borrar la marca de la insurrección para hablar ahora de valores cristianos. Maduro mismo tomó este camino en su discurso del domingo a la noche. 

De ahí que el «neodesarrollismo» avance ahora como lo que es: una reorganización geopolítica a nivel global sustentada en un crecimiento macroeconómico que, sin cuestionar jerarquías ni desigualdades, dispone una inclusión vía consumo. No es que no haya transformaciones importantes. Sino que estas derivan de la configuración misma del Brics, y se pierde la perspectiva emancipativa. En este cuadro, y sin saber cómo seguirá el proceso venezolano, las elecciones de anoche inquietan.

2.

El último domingo a la noche el programa de Lanata transmitió en TV un informe sobre un supuesto caso de corrupción del círculo más íntimo del gobierno. La información que se ofreció y el tratamiento de los símbolos políticos fueron despiadados. La fluidez con que se pasa de la denuncia a la condena, la falta de toda consideración al decir “chorro” al fantasma de Néstor Kirchner que habla desde el cielo revelan una desafección brutal respecto de los símbolos políticos del presente. Los efectos inmediatos de esta operación apuntan a anticipar a las cacerolas bastardas del próximo jueves, así como a fogonear a la oposición electoral. 

Con todo, la pobreza –no precisamente franciscana– de la oposición, su carencia de imaginación para sacar tajada sobre cada “tropezón” oficial lleva a preguntarse si no es precisamente Lanata nuestro Capriles. El tipo es el único creador efectivo de imágenes desapegadas del relato y la afectividad del kirchnerismo. Los que creen que Lanata representa al “mal”, pueden estar tranquilos con el hecho de que sus golpes no encuentran, por el momento, traducción electoral. Los más creyentes, los que creen que el kirchnerismo en bloque es “bueno”, pueden sentirse personalmente agraviados. Sin adoptar este punto de vista moralista –que empobrece el campo político– lo que espanta de Lanata es, por un lado, lo que sacar a la luz: ese tipo de operaciones ilegales que solemos suponer inevitables en todo gobierno puede coexistir con la política sin dañar los procesos de construcción de legitimidad siempre que sepan solaparse, disimularse, siempre que nos aparezcan como meros rumores, delitos ilocalizables.

Lo que de Lanata espanta, en segundo lugar, es su inscripción en una lógica canalla: lo que finalmente se pueda verificar como verdadero de lo denunciado (ya veremos) no hace sino alimentar un esquema cínico y postpolítico que sólo promete intensificar, con sucesivos estertores periodísticos, una guerra entre miserables.  

3.

La diferencia anteayer la hizo el CELS al lograr reabrir la cuestión de las cautelares que el gobierno no quería poner en discusión como parte del paquete destinado a reformar la justicia. La argumentación puesta en juego (es legítimo despojar del recurso a las cautelares al estado por parte de los poderosos, pero no a los “condenados de la tierra”) muestra que existe un modo de producción política muy diferente del electoral, vía privilegiada sino exclusiva para buena parte de la militancia actual. Horacio Verbitsky, director del CELS, puso en juego en este caso un tipo de influencia y una capacidad de abrir discusiones relevantes que no exhibe casi ningún otro sector del kirchnerismo (ni hablar de legisladores, intendentes y gobernadores que tienen legitimidad electoral propia).

Hay algo de este tipo de autonomía práctica –bastante excepcional– que por momentos logra evitar el cierre automático de quienes participan del dispositivo de gobierno. El CELS, más allá de la figura de su director, construye este tipo de legitimidad de la naturaleza de su trabajo constante con problemas que tienen que ver con la conflictividad social. Esa articulación entre prácticas y enunciados permite momentos luminosos como éste, en el que se interviene políticamente sin confirmar las dinámicas de polarización y, lo más interesante, no se intenta corregir el rumbo del gobierno en nombre de salvar al gobierno mismo de sus errores, sino a partir de la coherencia con la propia trayectoria de investigación jurídica y política. Hay algo que aprender de este episodio.

4.

A nivel regional y a nivel nacional es preciso dar curso a otro tipo de narraciones, es necesario que nunca articular procesos prácticos y enunciados políticos. Más allá del lenguaje jurídico, militante y periodístico –que conduce todo acontecimiento a su propio código–, hace falta retomar la capacidad de plantear de un modo más abierto y menos conservador los problemas de nuestro presente. Esta capacidad no se suele ejercitar al interior del gobierno (lo del CELS, dijimos, es una rara, aunque no única, excepción) y sería casi imposible buscarla con interés en las expresiones de la llamada “oposición”.   

Estas narraciones no pueden eludir una nueva violencia que circula en los territorios. La denuncia y la catástrofe son pésimas instancias para dar lugar a una reflexión de otra calidad. Ambas llevan a reforzar el paradigma gestionario del control.

No somos pocos quienes venimos imaginando la necesidad de inscribir los episodios que hablan de una nueva conflictividad en el marco renovado de la investigación militante bajo la siguiente hipótesis: la nueva conflictividad social se comprende mucho mejor al interior de la máquina financiera de gobierno sobre lo social, sobre los procesos de producción de lo común. En ese marco, poco importa que “lo financiero”, en sí mismo, no produzca valor: los procesos de valorización capitalistas funcionan hoy a partir de dispositivos propiamente financieros de captura de la riqueza y de gestión de la economía y la subjetividad.

Se ha dicho hasta el cansancio que América Latina es el lugar de una anomalía. Cada uno de los rasgos que la caracterizan co-funcionan (maquinalmente, como diría Guattari) en torno a “lo financiero”.  Esta modalidad global de apropiación y gobierno de la riqueza social (es decir, generada colectivamente), regla la producción de valor de un modo cada vez más exterior del proceso de valorización comunitaria. Tal “exterioridad” es abstracción, y determina, coaccionándolos, los procesos de producción/reproducción de lo común, sometiendo la trama colectiva de producción de la vida a mecanismos de valorización dineraria y a la desposesión de equipamientos sociales de bienestar.    

Hablamos de “investigación”, pero no en el sentido universitario (o jurídico o periodístico) del término.  Estas investigaciones intentan dar cuenta de lo que sucede en la dimensión “visible” del fenómenos (es decir, las regulaciones explicitas, la normativa legal, la legitimidad tal y como se organiza en la opinión pública). No importa lo bien conocido que sea este 50% del fenómeno social, nos deja siempre ante el siguiente dilema: o bien cerrarse sobre lo que se puede conocer, pero desconociendo todo aquello que permanece oscuro al saber; o bien admitir que los conocimientos producidos, por precisos que sean, no dan cuenta de la totalidad de la maquinaria del poder.

Entre quienes se atreven a dar un paso más en la investigación siguiendo la realidad en sus oscuros desdoblamientos se plantea la cuestión de los signos, episodios trágicos (o mórbidos) que nos indican el estado actual del cuerpo social sin darnos un conocimiento sobre las relaciones que explican estos fenómenos. Una serie de asesinatos en el conurbano de una ciudad del sur de la región opera como signo, llamada de atención.

Es el camino que seguía Rodolfo Walsh hace medio siglo y es la vía que nos propone hoy la antropóloga Rita Segato (en un texto de inminente aparición por Tinta Limón Ediciones) cuando nos presenta la hipótesis de la violencia expresiva. A diferencia de la “violencia instrumental”, necesaria en la búsqueda de un cierto fin, la violencia expresiva engloba y concierne a unas relaciones determinadas y comprensibles entre los cuerpos, entre las personas, entre fuerzas sociales de un territorio. 

Se trata de una violencia que produce reglas implícitas, a través de la cual circulan consignas de poder (no legales ni explícitas, pero sí ultra efectivas). En otro momento hemos hablado, varios, de “investigación militante”. El nombre siempre es lo de menos. Lo que importa, en cambio, es que quiénes nos hacemos este tipo de preguntas nos vemos cada vez arrojados a interpretar este tipo de signos, a leer en ellos la pugna de nuevas fuerzas en los territorios, expresión de la naturaleza dual de una máquina soberana que se desdobla permanente entre regla y excepción, jerarquía y diferencia. En este desdoblamiento –que se observa en casi todas las instituciones de regulación, de los bancos a la policía– funciona lo que hay que desentrañar: la magia y la fuerza con la cual los dispositivos de control identifican y subsumen las máquinas de guerra en los territorios, en la economía. 

Se trata de crear una nueva sección en nuestro pensamiento para sacar de la página de “policiales” el tratamiento de estos problemas (que son monetarios, sociológicos, subjetivos, corpóreos y varios etcéteras): hacer de la investigación el oficio de nuevos detectives (salvajes) que sitúan en ese nivel, las claves del nuevo conflicto social que recorre el continente.

Sexo y política en Lugano

Por Marcelo Laponia


A partir de una involuntaria recomendación de mi viejo camarada Diego Valeriano he seguido con el mayor interés las tesis presentadas por Rosa Lugano en estas mismas páginas, así como las polémicas que éstas han generado entre sus sagaces lectores. A contracorriente de la tendencia politicista dominante en este tipo de intercambios, voy a enfatizar una perspectiva otra desde la que interpelar lo que se juega en estas escrituras vinculadas al peculiar momento político que estamos transitando.

Y lo hago a partir de la preocupación que me causa la “desatención” con las que son tratadas las cuestiones vinculadas al deseo y a la sexualidad en los debates que se vienen auspiciando. Como parte de una generación que vivió en carne propia la represión cultural y política (que son, obviamente, casi la misma cosa) no puedo sino llamar la atención sobre el riesgo –muy real a mi juicio– de insistir con un lenguaje irónico y un tono cínico que no hacen más que reproducir una cultura de muerte y de desapego afectivo que ya de por sí domina en la gramática de los grandes fenómenos de comunicación. Pero, ¿cuál es la tonalidad específica de nuestra generación? ¿Sobre qué signos –o sobre qué sentidos– se afianza?

El recordado Juan Pablo Maccia –a quien lamentablemente no he llegado a conocer más que por sus luminosos textos– escribió hacia el final de su vida sobre la fundamental cuestión de la represión en relación con las distintas generaciones. En ese sentido, los más jóvenes parecen vivir el fin de la violencia política ejercida por el Estado como una liberación absoluta. Sin embargo, no parece indagarse lo suficiente sobre el tipo de terror que produce el poderoso régimen neoliberal de circulación de las mercancías.

La circulación mercantil es, ante todo, un régimen de enunciados (Lacan lo llamaba el “discurso del Amo” o del “Capitalista”). Un régimen de enunciados y una disposición de los cuerpos y de las almas. Una reorganización de las voluntades y de las energías sociales e individuales. Es así como un nuevo tipo de servidumbre voluntaria comenzó a difundirse, sobre todo, entre los más jóvenes como resultado del proceso mediante el cual el capitalismo neoliberal aprende a ligar las búsquedas de un plus de goce con la máquina de la producción/circulación de mercancías. Y todo en nombre de valores tales como la libertad, la autenticidad y la creatividad. Este es el sesgo del Nuevo Amo.

¿Qué nos muestra la maquinal escritura de la bella Rosa sino, justamente, la impotencia del sujeto crítico –de la subjetividad política– ante la imposibilidad de “tomar el poder” de un destino colectivo orientado al goce de las multitudes? Melancolía pura. El objeto perdido no es sólo el de la política revolucionaria, sino el mismo discurso del saber –decía Lacan– universitario.

Los lectores de Lugano malentienden lo que está en juego cuando le piden, no sin cierta candidez, “ejemplos y demostraciones” a fin de hacer más consistente y persuasivo su discurso del saber. La malinterpretan cuando la creen decepcionada de un ideal estatal-desarrollista o cuando le espetan un izquierdismo abstracto que bordea lo reaccionario. Malheridos por una espina de su pétalo, equivocan el camino (porque lo sobre-politizan). Pues lo que se afirma en los textos de Rosa Lugano es la lógica femenina del No-Todo (que de Lacan a Adorno constituye un modelo potente de racionalidad contra la consistencia de lo fal(s)o-universal).

La escritura de Lugano (como ya evidenciaba hace mucho tiempo en sus maravillosas polémicas con Maccia) hace del discurso político una ocasión para desmontar esa totalidad ilusoria que sostiene la coherencia discursiva de lo político, junto a un irrefrenable deseo de huida. Es notable que los lectores que intervienen en la polémica no hayan destacado lo que a mi juicio es la gran enseñanza de esta aguda pensadora: el vínculo entre poder pastoral y sexualidad en la Tesis 11 (al margen, es demasiado obvio, Rosa, incluso infantil, el juego con aquella tesis 11 sobre Feuerbach en la que Marx llama a la praxis transformadora).
No pueden clausurarse estas reflexiones sin atender –aunque sea de modo sucinto– a los artículos de mi compadre Diego Valeriano. Con los matices del caso, creo que no se llega a apreciar tampoco aquí el papel jugado por el elemento sexual en lo que creo es, esencialmente, un discurso del deseo. Valeriano, lo conozco bien, es un perfecto perverso, en la medida en que su tentativa es la de destruir toda nostalgia crítica: esa a la que Lugano se apega para agujerear el Todo, para re-investir una realidad-Todo, afirmándola por entero y, a la vez, apaciguando lo que en ella hay de siniestro para revestirla de “vitalidad”. La fórmula principal, la insigne Vida Runfla, positiviza (masculiniza) y arma plenitud donde Rosa Lugano ubicaría la inconsistencias.

   

Los textos de Valeriano hablan de otro modo hasta constituirse en un intento de “fuga hacia adelante” (y no de repliegue o de huida hacia otra lógica): renuevan la realidad como fuente de goce. Su fuerza proviene del gesto viril de poner el pecho a la frustración narcisista (un intento de enmascarar la herida subjetiva, en medio la melancolía generalizada). Valeriano es una máquina libidinal de re-investimento sobre “todo lo que existe” (una versión potente de aquel viejo y deprimente “es lo que hay”) sobre fondo de un mundo des-erotizado, en el que escasea el vigor como rasgo estratégico de constitución subjetiva.

La astucia de Valeriano –su singular “perversión” – consiste, pues, en violentar los puntos de apoyo de la subjetivación crítica, acudiendo para ello a una –demasiado voluntarista, a mi juicio– hipostación de la “vida”.  El famoso vitalismo del mundo runfla: el consumo “libera” en la que se pierde lo rico –el No-Todo– de la operación de subjetivación: el corte que distancia y reorganiza las fronteras entre vida y lenguaje. No es sino la fragilidad en la que se mueve quien palpa y hace mundo en la inconsistencia de las cosas del mundo.

Esta subordinación sutil de lo simbólico a lo real tiene por meta eliminar el momento propiamente vaginal de la política. Borrar toda hendidura en lo real, todo no saber del lenguaje. Tal forzamiento (sin duda una vil violación) es lo que hay que desmontar. Su tarea apunta a dar por ya-hecho lo que la operación subjetiva debiera justamente poner en juego. Es la coartada última del perverso: la geni(t)al operación de Narciso-herido que hace del ultravitalismo el borramiento final de toda política femenina (de un goce no conocido).

Como se aprecia, lo que importa tras la apariencia del discurso político es la diferencia sexual. No quisiera excederme con el análisis emprendido. Continúo fiel al principio según el cual toda interpretación fuera de situación –terapéutica– equivale a una agresión. Sólo quiero indicar que los textos de Rosa Lugano (en contraposición con los de Valeriano), leídos como una política del deseo, dan en la tecla al permitirnos comprender nuestro presente en torno a la reanimación del “nombre del Papa”; así como nos permiten acceder a lo que se juega en la escena política fundamental de nuestro país en la cual una sensual-mujer-presidenta debe resistir los embates de un Padre cuya debilidad fálica lo conduce a sobreactuar un amor puramente espiritual.

Y, ya lo dijo Rozitchner, no es joda la figura del Padre que oculta su impotencia castrando a sus hijos: no es otra cosa que lo social afectando de castidad a las diferentes figuras del mundo político y penetrando con su mortífera vocación patriarcal a los pobres, esos sujetos que se han dedicado a gozar de estos años consumo y que hoy se intenta convertir –vía castración del espíritu– al amor-asexuado.

Creo que no debiéramos dejar pasar la ocasión para repolitizar la dimensión sexual del deseo que las militancias políticas –ellas mismas eunucas– debieran promover.

No Olvidamos

Documental del LAC en memoria de los seis niños y jóvenes de la comunidad boliviana que murieron durante el incendio del taller textil clandestino en donde trabajaban sus padres, ocurrido el 30 de marzo de 2006. El registro muestra una actividad realizada a dos años de la tragedia que puso en foco la esclavitud y las condiciones denigrantes del trabajo de muchos inmigrantes en el barrio de Caballito. Un grupo de personas se reunieron frente a las instalaciones abandonadas del local, en la calle Luis Viale 1269, para recordar a las víctimas y reclamar justicia.

Estar disponible


La “atención flotante” que Freud prescribe a los psicoanalistas es –para el autor de este texto– manifestación de un valor que se llama disponibilidad y que “no se ha desarrollado porque alteraría demasiado el edificio occidental del dominio de sí”. En China, en cambio, “la disponibilidad está en el principio del comportamiento del Sabio”, ya que “la capacidad de conocimiento tiene como condición el vaciamiento de la mente: conocer no es hacerse una idea de algo, sino volverse disponible a algo”.
  
Por François Jullien


“Disponibilidad” es una noción que permanece subdesarrollada en el pensamiento europeo: se la refiere a los bienes, posesiones y funciones, pero casi no tiene consistencia del lado de la persona o del sujeto. A lo sumo, es un término del escritor André Gide: “Toda novedad debe encontrarnos siempre enteramente disponibles”. Dado que no pertenece al orden de la moral ni tampoco al de la psicología, no es prescriptiva (o, si lo es, no podríamos precisar de qué) ni tampoco explicativa, por lo tanto no puede pensarse ni como virtud ni como facultad, que son los dos grandes pilares sobre los cuales hemos erigido nuestra concepción de la persona en Europa. La noción de disponibilidad queda en el estadio de la vaga exhortación, o se vierte en el subjetivismo y su emoción fácil, el mismo que mancha también la frase gideana. En suma, no ha ingresado en una construcción efectiva de nuestra interioridad. La posibilidad de que, a partir de ella, se elabore una categoría completa, ética y cognitiva a la vez, nunca se desarrolló.
¿Por qué ese subdesarrollo? ¿No será que, para promover la disponibilidad como categoría a la vez ética y cognitiva, haría falta que saliéramos del viejo tándem de la moral y la psicología, de las virtudes y facultades, y modificáramos profundamente la concepción misma de nuestro ethos? (N. de la R.: Este término suele referirse al conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad.) Porque, discretamente, sin estridencias, deslizada incidentalmente entre nuestras frases, esa noción no deja de entablar una revolución. Socava el andamiaje en función del cual nos representamos: el sujeto pasa a concebirse ya no como pleno, sino como hueco. Para el sujeto se trata, nada menos, que de renunciar a su iniciativa de “sujeto”: un sujeto que presume y proyecta, elige, decide, se fija fines y se procura los medios. Si renuncia momentáneamente a ese poder de dominio, a lo cual lo invita la disponibilidad, entonces teme que la iniciativa de la que se vale no tenga límites y se vuelva intempestiva; que le cierre el paso a la “oportunidad”, lo bloquee en una conversación estéril consigo mismo y ya no lo deje acceder a nada. Pero, ¿acceder a qué? Justamente, no sabe “a qué”. Si el sujeto renuncia a su propia herencia, si desconfía de su propiedad, es porque presiente que el privilegio que se confiere a sí mismo, atándolo a sí mismo, lo encierra dentro de límites que ni siquiera puede sospechar.
Que es preciso abstenerse de privilegiar nada, presumir o proyectar nada; que por lo tanto es preciso mantener en pie de igualdad todo lo que se escucha para no dejar pasar el menor indicio que pondría sobre la pista, por más incongruente (inesperado) que parezca; que por consiguiente es preciso mantener la atención difusa y no focalizada, es decir, no regida por alguna intencionalidad, éste constituye el primer consejo que Freud le dirige al psicoanalistas (“Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”, 1912). En el fondo, es el único que hay que observar. Porque todos los demás, de cerca o de lejos, conducen a él. La noción de “disponibilidad” no aparece allí, pero me parece que la reflexión de Freud gira alrededor de ella, e incluso diría que es aquello que aporta como su verdad.
Freud llega a ese punto por un interés estratégico, puesto que se trata de abrir una primera brecha en el sistema de defensa del paciente. No obstante, esa concepción de una captación que se realiza por desprendimiento alteraría demasiado todo el edificio occidental del dominio de sí como para ser abordada por él más explícitamente. Y Freud se interna en ese camino con extrema prudencia, en puntas de pie. Expone una fórmula que retomará varias veces: “atención flotante” o, traduzcamos del alemán con más precisión, “sobrevolando en igual suspenso”. La fórmula es paradójica: “atención” pero “flotante”: la mente se dirige hacia, se tiende hacia, pero sin nada en particular a lo cual estaría atenta. Se concentra (atención), pero sobre todo a la vez (dispersión). Que Freud no pueda expresar sino en una fórmula que roza la contradicción la primera regla práctica del psicoanalista ya deja ver bastante bien hasta qué punto ésta socava nuestro credo teórico, que realza las facultades (del conocimiento) y su capacidad de “control”.
¿Qué sería una atención que, sin embargo, se abstiene a su vez de concentrarse? O bien, ¿qué es una atención, pero que no se deja conducir por su intencionalidad? Al mismo tiempo que está atenta, desconfía del objeto de su atención. Porque desconfía sobre todo de aquello que, en lo que dice el analizante, le interesaría de entrada y la acapararía y, por ello, la haría pasar de largo; desconfía de aquello que le hablaría al oído al psicoanalista (en el sentido familiar, interesado, de “eso me suena”) y le impediría conservar el oído abierto, vigilante, y escuchar efectivamente.
Ya que resulta evidente que, al promover la figura autónoma del sujeto y su estructuración interior pensada a partir de sus facultades, el pensamiento occidental ha obstaculizado una capacidad de apertura semejante –salvo por un tratamiento reactivo y compensatorio en un plano místico–, ¿no es ya tiempo de buscar otras perspectivas? Pero la noción de disponibilidad sólo puede ser pensada como una manera de operar. Ars operandi: ya no separar lo ético y lo teórico de lo estratégico o, como sucede en el pensamiento chino, no separar la sabiduría de la eficacia. Es que, en China, la disponibilidad resulta ser el fondo mismo del pensamiento.
Sabio sin yo
La disponibilidad está en el principio mismo del comportamiento del Sabio: es anterior a todas las virtudes. Aunque es un principio que no es principio: erigir la disponibilidad como principio la contradeciría, por la misma razón que la disponibilidad es una disposición sin disposición fija. En esto concuerdan, ya sea que la aborden desde una u otra perspectiva, todas las escuelas chinas desde la Antigüedad(lo que denomino un fondo de acuerdo del pensamiento). E incluso resumiría la enseñanza del pensamiento chino de la siguiente manera: es sabio quien sabe acceder a la disponibilidad; con eso basta. Por tal motivo, el pensamiento chino nos sorprende con su antidogmatismo (aunque lo compense el ritualismo).
Podemos empezar por aproximarnos negativamente a la disponibilidad, tal como en esta fórmula de las Analectas de Confucio (IX, 4): “Cuatro cosas que el maestro no tenía: ni idea, ni necesidad, ni posición, ni yo”. La evidencia china (digo “evidencia” porque no es algo cuestionado) es que tener una idea o, mejor dicho, exponer una idea, ya implica dejar a las otras en sombras; es privilegiar un aspecto de las cosas en detrimento de otros y caer por ello en la parcialidad. Porque toda idea expuesta es al mismo tiempo un prejuicio sobre las cosas, que impide considerarlas en su conjunto, en un mismo plano y con equidad. Se ha entrado en la preferencia y la prevención. En efecto, hay que leer la fórmula en su continuidad. Si exponemos una “idea”, se nos impone entonces una “necesidad” (un “hay que” proyectado sobre la conducta); a consecuencia de este “hay que” al cual obedecemos, resulta una posición fijada en la que la mente se estanca y ya no evoluciona; por último, de ese bloqueo en una “posición” adviene un “yo”: un yo fijo en su surco y que presenta un carácter. Ese “yo”, preso de su “posición”, ha perdido su disponibilidad. Pero la fórmula también hace un círculo: debido a que el comportamiento se fijó en un “yo”, ese yo expone una “idea”, etcétera.
En las Analectas de Confucio, abundan las fórmulas en ese sentido: el hombre de bien es “completo” (II, 14), es decir que no pierde de vista la globalidad, no deja que el campo de los posibles se restrinja por ningún lado. No “se empeña a favor ni en contra”, sino que “se inclina” hacia lo que llama la situación (IV, 10). O bien, dice Confucio acerca de sí mismo, “no hay nada que pueda o no pueda hacer” (XVIII, 8). Dicho de otro modo, el Sabio mantiene abiertas todas las posibilidades, sin excluir a priori ninguna, y se mantiene dentro de lo componible. Por tal razón, no posee un carácter y no se lo podría calificar: sus discípulos no saben qué decir de él (Analectas, VII, 18). O bien cuando se clasifica a los sabios en categorías –por un lado, los intransigentes, que se niegan a sacar siquiera un poco la mano por el bien del mundo, y por otro lado, los acomodaticios, dispuestos a cualquier compromiso para salvarlo–, ¿qué dirán de Confucio? ¿Es intransigente? ¿Es acomodaticio? ¿Dónde ubicarlo (qué “posición” atribuirle) en esa tipología? Mencio responderá que “la sabiduría es el momento”: tan intransigente como los más intransigentes cuando conviene; tan acomodaticio como los más acomodaticios, también cuando conviene. Ya no está ligado a una u otra postura, sólo el “momento” sirve de referencia. Porque la “sabiduría” no tiene un contenido que la oriente o la predisponga; o bien no tiene otro contenido que volverse disponible en ocasión del momento, renovándose incesantemente.
Vemos así que el “justo medio”, un tema tedioso como pocos y que creeríamos que se deriva de la sabiduría popular, sale al fin de su chatura. Adquiere un relieve inesperado. Ya no es banal, sino radical. Ya no consiste en quedarse en un ámbito endeble, miedoso, a medio camino entre los opuestos y temiendo el exceso (“ni tanto ni tan poco”, como dice el refrán); evitando prudentemente aventurarse tanto hacia un lado como hacia el otro y afirmar fuertemente su preferencia. “Mediocridad” que no es “dorada”, como escribió Horacio (Aurea mediocritas), sino opaca, gris. En cambio, el justo medio, para quien sabe pensarlo con rigor (Wang Fuzhi) es poder hacer tanto lo uno como lo otro, ser capaz tanto de un extremo como del otro. Tres años de luto por la muerte del padre, nos dicen, no es demasiado; aunque beber copas sin medida durante un banquete tampoco es demasiado –de ningún modo exagero–. El riesgo consiste más bien en estancarse en un lado y que se nos cierre la otra posibilidad. En oposición a ello, la disponibilidad consistirá en mantener el abanico completamente abierto –sin rigidez ni evasión– de manera de responder plenamente a cada solicitación que surge. Plenamente quiere decir: sin dejar de lado ni desatender nada, porque ningún carácter o sedimentación interior habrá de obstaculizar esa ductilidad.
El pensamiento chino supo percibir especialmente la diferencia que hay entre “estar en el medio” y “estar ligado al medio”. Por un lado están aquellos que no sacrificarían un pelo por el bien del mundo, y por el otro aquellos que están dispuestos a hacerse masacrar por su salvación: un “tercer hombre”, que está en el medio de esas posturas adversas, parece “más próximo” (Mencio). Pero “estar ligado a ese medio sin sopesar la diversidad de los casos es aferrar una sola posibilidad” y “dejar ir otras cien”; y por lo tanto es “arruinar el camino”. Desde el momento en que nos atenemos a una posición, se fija un “yo”, el comportamiento se estanca, algún imperativo o algún “hay que” se estabiliza y ya no estamos en armonía: la plenitud pierde su amplitud y ya no reaccionamos a la diversidad que se ofrece. Porque la disponibilidad, como disposición interior que se abre a la diversidad, va acompañada de la oportunidad: está disponible aquel que sabe –como también dijo Montaigne aunque sin convertirlo en disposición del conocimiento– “vivir en buen momento”.
Este pensamiento, como dije, no es privativo en China de una escuela particular, y la misma capacidad de conocimiento tiene como condición el vaciamiento de la mente: el “conocer” chino no es tanto hacerse una idea de algo cuanto volverse disponible a algo. Se produce una purgación interior, no por medio de la duda que elimina los prejuicios, sino mediante un abandono generalizado, que se efectúa no a nivel del intelecto sino del comportamiento. De allí surge el desprendimiento, que le da su amplitud al acceso. Hay que cuidarse de dejar que la mente se vuelva una mente “dada”, dice Zhuangzi. Una mente dada, rígida, constituida, cuya actividad entonces se paraliza y que se encierra dentro de su perspectiva, se vuelve sin saberlo un punto de vista. Porque la primera exigencia, ya sin proyectar una preferencia o una reticencia, es mantener todas las cosas “en pie de igualdad”. Es incluso porque sabe mantener todo en un pie de igualdad, como muestra pertinentemente Zhuangzi, y está en condiciones de remontarse al fondo indiferenciado, “del tao”, de donde brotan todas las diferencias, que el Sabio está en condiciones de acoger la menor diferencia en su oportunidad, sin reducirla ni dejarla pasar. El “yo”, que deja de ser un obstáculo (lo que significa “perder su yo”, wang wo), puede escuchar entonces todas las músicas del mundo, diversas como son, en su espontáneo ser “así”, a placer, acompañando su despliegue singular.

Clinämen: ¿Estamos ante la apertura de una etapa poschavista?

Conversamos sobre la coyuntura política a partir de tres hechos: la ajustada victoria de Maduro en Venezuela, la posición del CELS ante el proyecto oficial de reforma del Poder Judicial y las denuncias de Lanata al kirchnerismo.

Si la realidad es tozuda… ¡las palabras insisten!

Cacerolas Bastardas

por el Colectivo Situaciones



Las cacerolas marcan los tiempos

No es sencillo de reconocer para la elite dirigente y sus numerosos militantes/adherentes: las cacerolas y las movilizaciones vuelven a marcar los tiempos. Queda en evidencia hasta qué punto la dinámica política en nuestro país (sobre todo en esta última década) tiene en la movilización callejera su fuerza. Es erróneo simplificar el cacerolazo del 13 de septiembre como si viniese de arriba (si bien es cierto que las grandes corporaciones prestaron logística simbólica-política, no orquestaron la movilización). Valorar el fenómeno nos exige reconstruir su contexto.
La impugnación de las cacerolas al gobierno coexiste con el fuerte respaldo del que sigue gozando el kirchnerismo, consolidado en base a una sucesión de políticas exitosas y a una eficaz maquinaria enunciativa. La oposición se muestra –por el momento- incapaz de ofrecer un horizonte estratégico y programático alternativo al movimiento de las cacerolas.
¿Qué significa, entonces, “marcar los tiempos”? El kirchnerismo es, luego del huracán destituyente de 2001, la única fuerza política capaz de re-inventar una y otra vez formas eficaces de gobierno de lo social. Solo que esta vez  se encontró frente a una plaza ajena que le cuestionó abiertamente y sin eufemismos la gestión de la crisis: las restricciones al cambio de moneda extranjera, el aumento de la presión impositiva, la política de medios de comunicación, la tentativa de relección, la política de planes sociales del gobierno, etc.
2001
Con los años se fue haciendo unánime el reconocimiento de cómo “la crisis de 2001” reorganizó (incluso de modo irreversible) la sensibilidad política. De ahí que, a lo largo de esta década, el 2001 no haya dejado de repetirse bajo mil máscaras. Se sigue soslayando (mistificando), sin embargo, lo que esa “crisis” arrojó como novedad: la irrupción intempestiva de lo que muchos teóricos han llamado (de un modo nunca lo suficientemente claro) las “luchas biopolíticas”.
¿Qué significa esto? Que el gobierno de lo social asume como problema central –de modo claro y directo– la gestión de la vida misma de la población (de las mayorías, de la fuerza de trabajo, etc.). Y que debe hacerlo desde el piso emplazado por el ciclo de luchas sociales que, desde mediados de los 90, confrontaron al neoliberalismo (ese modo, precisamente, más próximo al despojo de las vidas) con un conjunto de imágenes, movimientos, prácticas y enunciados que condicionaron la emergencia del kirchnerismo (como parte de los llamados gobiernos progresistas de la región). Desde entonces, la soberanía alimentaria y el problema de la representación/participación política; el uso de los recursos naturales y de la inteligencia colectiva, de las formas de vida, de trabajo y de ocio no han dejado de ser cuestiones de intensa disputa.
Esta situación se torna más clara desde el arribo, en 2003, de Néstor Kirchner al gobierno. Desde entonces, la polarización política se sustenta sobre dos interpretaciones contrapuestas: quienes entienden este gobierno de lo social como un modo de perfeccionamiento del neoliberalismo bajo nuevas condiciones y quienes, en cambio, asumen este hacerse cargo de la vida del pueblo como un cambio de fondo, un tránsito que niega y supera al neoliberalismo. Ambas perspectivas deben lidiar con un mismo desafío: ¿cómo evitar la autonomización de las resistencias biopolíticas?
De ahí que gobernar exija innovar en las formas de leer y de capturar la producción que surge de diferentes dinámicas sociales. Y esto a través de dispositivos de escucha, de contención y respuesta –siempre contingentes, siempre precarios–, que, no obstante, producen una escena política novedosa en términos de lenguaje, de articulaciones institucionales y de las formas de interpelación social.
Las paradojas del kirchnerismo se encuentran, de este modo, mucho menos en la siempre invocada mitología del viejo peronismo y mucho más en las modalidades propias de gobierno que trabaja bajo los efectos de una movilidad social a la que, en el mismo gesto, convoca y subordina para soldar un tipo de capitalismo inclusivo y de corte neodesarrollista.
Al mismo tiempo, 2001 ya no existe y está por todos lados.
El misterioso 54
Los números arrastran misterios. El 54% de los votos a favor de Cristina Kirchner obtenidos en la elección presidencial de octubre de 2011 posee significados diversos, la mayoría de los cuales sólo pueden comprenderse con el paso del tiempo y con el despliegue de los procesos que cruzan, determinan y explican –al menos parcialmente– nuestro presente. Destaquemos algunas claves.
La primera es evidente: luego de la crisis desatada por el conflicto sobre las retenciones “al campo” (2008) y la derrota en las elecciones parlamentarias (2009), el kirchnerismo se reinventa a partir de iniciativas capaces de construir nuevas y visibles mayorías: el Fútbol para todos, la estatización de las AFJP (antecedente de la reciente estatización de YPF), las leyes de Medios y de Matrimonio Igualitario y la Asignación Universal por Hijo.
Una segunda clave es el fenómeno político de convocatoria a los jóvenes tras la muerte de Néstor Kirchner. Aunque se la rodea –de parte de propios y ajenos– de significados insondables, lo cierto es que la desaparición física del ex presidente soldó en torno a la figura de Cristina Fernández de Kirchner una serie de significaciones, de sentidos, de afectos, producidos a lo largo de una década entera. Desde entonces, CFK no es una política más.
La tercera clave tiene que ver con la contundente decisión de apostar al mercado interno. Lo aseveró la Presidenta una vez afianzada sobre la cifra mágica: capitalismo es consumo. Y en la medida en que, para consumir, alguien tiene que producir, se trata de orientar al capital a la inversión productiva. Eso es lo que se llama, con cierta liviandad, “crecimiento” y que los críticos, por derecha, consideran una modalidad perversa del desarrollo planificado. La doctrina oficial se dice en una ecuación sencilla: cuando el capital invierte en la producción crea trabajo; cuando hay consumo, hay democracia¨.[1] La democracia afianzada sobre la ampliación del consumo es la lección aprendida post-2001 para garantizar la estabilidad de un sistema político y conjurar la amenaza destituyente.
No obstante, esta apuesta al “consumo” merece varias consideraciones. Una primera es que el consumo depende de una cierta relación con un mercado mundial en acelerada trasformación. El pasaje de una modalidad unilateral a otra multilateral (lo que se conoce como proceso de emergencia y consolidación del bloque BRIC) permitió a países como el nuestro una exitosa inserción global, sobre todo a partir de exportaciones de base extractivo-agropecuaria. La economía industrial ligada al esquema del biodisel y la soja, junto a la exportación de minerales y el posible cambio en la ecuación energética, constituyen un rasgo central del entramado del aumento de consumo.
De este modo –y tomemos la que sigue como una cuarta clave– en el 54% se juntan al menos tres procesos estructurales de la Argentina actual: (a) retórica oficial basada en los derechos humanos y sociales; (b) articulación entre exportación y consumo interno y (c) ensamble entre soberanía y desarrollo. Es sobre ese marco que CKF suele diagnosticar que la Argentina del futuro crecerá en torno a tres grandes aportes: alimentos, energía y conocimiento. No es fácil discutir este programa. De hecho, ningún partido político argentino lo hace de modo serio. El 54% es también la invención y delimitación de un espacio político al que podemos denominar ultracentro, apoyado en una articulación de las estructuras del viejo peronismo (sindicatos, intendencias, gobernaciones) y sectores progresistas (intelectuales, organismos de derechos humanos y organizaciones sociales).
Finalmente, quinta y última clave, en ese 54% hubo un mensaje para la llamada “oposición política”. Votar al oficialismo (FpV) fue un modo de castigar la mediocridad opositora por parte de un segmento del electorado que no tiene mayores compromisos con la política kirchnerista.
Acerca de la estupidez política
La estupidez es la autocomplacencia en el pensamiento, también en política. Pero, esta vez, la más visible es la estupidez cacerolera. No se trata, como dicen los intelectuales de izquierda, de un problema sociológico de las clases medias, ni de su escasa predisposición a embarrarse, ni siquiera de su congénito racismo. Se trata, más bien, de un modo de ser político –no exclusivo de las clases medias– que se organiza a partir de una premisa incuestionable: la constitución de una individualidad que irrumpe en la esfera pública animada en su estética y en sus lenguajes por el implícito de la propiedad privada.
En este marco, pareciera que uno de los motores principales de la movilización es el temor a que un tipo de inserción “con inclusión social” en un mercado mundial en crisis conduzca a poner en cuestión la propiedad privada. Lo que no es sino una lectura maniquea de las estatizaciones y demás políticas oficiales. De allí emergen afirmaciones –desacertadas y efectistas– del tipo “vivimos en una dictadura” (juicio “sustentado” en la proliferación de cadenas nacionales, en el laberíntico procedimiento para la obtención de dólares, en las ambiciones re-electoralistas; es decir, en la “chavización estatista” del país). Este tipo de afirmaciones evidencian la pobreza de las nociones de libertad, de seguridad, de democracia circulantes por esos espacios [2] y la absoluta ceguera respecto del papel neural del estado en el aseguramiento de los procesos de mercado.
En síntesis, es este “secretito” –la propiedad privada – el que subyace, de modo estúpido, a los reclamos y que permite una constitución subjetiva que va mucho más allá de la genéticamente anémica noción de clase media.
Hay otra estupidez en juego, una propiamente kirchnerista. Ya no se trata de esa movilización de naturaleza reaccionaria cuyo sentido primero es la defensa de la propiedad privada, sino la que surge de la ultraconcentración de la decisión política.
La idea de que la concentración de la decisión por parte de un grupo o persona que conduce un proceso político puede desencadenar una democratización mayor resulta del todo inconsistente. De este modo, la vuelta de la política que el oficialismo dice encarnar aparece, ante todo, como la operación de reponer un tipo de jerarquía, de mando y de demarcación entre los que deciden y aquellos a quienes se les comunican las decisiones –y en última instancia, bancan— la política. La política se reduce así a un fenómeno de comunicación (explicación y justificación), en lugar de ser el proceso de ampliación de las decisiones. El corolario de esta modalidad decisoria es una infantilización de las estructuras políticas militantes que redunda, por un lado, en una negación de la implicación entre estado, corporaciones y mercado y, por otro, en un bloqueo para la invención de procesos verdaderamente constituyentes.
Finalmente, “nuestra” propia estupidez: cierta complacencia con una fenomenología de la multitud (organización en red, autoconvocatorias relativamente espontáneas, ocupación callejera de los “muchos”, etc.) que desestima el carácter reaccionario que pueden adoptar estos procesos. Por este motivo, la analogía formal de estos fenómenos (cacerolazos recientes) con otras manifestaciones de la crisis global (“primavera árabe”, Occupy Wall Street, 15-M) no supone, de ningún modo, un contenido político equiparable.
Si Paolo Virno nos enseñó a pensar la “ambivalencia de la multitud” a partir del “tono afectivo” del territorio metropolitano (lo que explica la analogía formal), Toni Negri –desde hace décadas– insiste en ubicar en el corazón de la multitud el proceso real de constitución del “común” que la caracteriza (lo que explica la diferencia radical de contenido).[3]
Lo que vimos constituirse como contenido político en los últimos cacerolazos es un frente reaccionario que pone a la propiedad privada como base de constitución de toda subjetividad. En este sentido, la propiedad privada se vuelve condición transcendental o a priori de toda racionalidad pública. Nuestro problema, como eje de la politización que nos interesa, es exactamente el contrario: una política que toma como punto de partida y programa a crear las dinámicas de los movimientos que tienden a disolver el paradigma soberanista del poder, inventando nuevos modos de coordinación de la vida en común. Una producción de lo común, de la cooperación colectiva, que exige la invención de estructuras de decisión cada vez más amplias.
Escenarios
Bajo estas condiciones, los cacerolazos tensionan tres niveles de la coyuntura política: el modo de gobernar la crisis, la discusión sobre la “salida del neoliberalismo” (entendida como pasaje de un poder absoluto de los mercados a un paradigma de tipo “estatista”) y la posibilidad de armado de un frente anti-releccionista que aspira a bloquear la iniciativa oficial.
El virtual enhebrado de una “oposición arcoíris” (los blancos racistas de las cacerolas y los negros representados por la conducción de la CGT de Moyano) tiene consecuencias en varios niveles: por un lado, desplaza hacia la superestructura política –y a la pantalla de los grandes medios–  una extensa conflictividad entre modos de vida; por otro, tiende a promover candidaturas presidenciales capaces de “aterrizar” los componentes más irritativos de la fase política abierta a partir del 2001 y, finalmente, tiende a proponer una estrategia de boicot, en el tiempo, a la iniciativa política oficial (elecciones 2013/2015).
Al trenzar de este modo las dinámicas colectivas (relección vs. anti-relección; oficialismo vs. oposición), lo que se anula es la vía democrática en torno a la ampliación de las estructuras de decisión. A lo que no podemos más que contraponerle, una y otra vez, la necesidad de invención de nuevas formas de articular la decisión política en el nivel en el que se crean y arraigan los modos de vida.
Colectivo Situaciones
Buenos Aires, 21 de septiembre de 2012
***

[1] No hay más que recordar la publicidad clandestina del Frente para la Victoria unos días antes de las elecciones (“No seas rata, Rodolfo”) para comprender la variedad de la composición del 54%.

[2] No deja de ser curioso es que este mamarracho se presente bajo la forma de una verdadera fiesta de la clase media; “sujeto histórico” que, vaya uno a saber por qué motivos, acostumbra a presentarse como garantía de la democracia, de la honestidad y de la transparencia. “La que ya se está yendo de la plaza porque mañana tiene que trabajar”. “La que no vino en micro naranja ni por el plan social”. “La que se manifiesta por propia conciencia y voluntad”. Es una constante de la clase media (o clase mediática) asumir como universales sus representaciones y sus modos vida.

[3] Hay otra serie de “estupideces políticas” que aquí no vamos a desarrollar. Por ejemplo, una estupidez propiamente laborista –que bien encarna Hugo Moyano– que consiste en la incapacidad de advertir que el “trabajo” (el empleo formal asalariado) no es desde hace rato la única variable a mano para concebir las formas de reproducción de la vida popular, ni tampoco el horizonte hacia el que evoluciona una suerte de razón nacional-productiva, momificada en las veinte verdades peronistas. O la estupidez creciente dentro de la clase dirigente (de intendentes a gerentes de todos los partidos) en torno a un cierto espiritualismo: la idea de que la “paz interior” resuelve problemas políticos supone que estos se deben al stress y a las reacciones violentas. Además de banalizar saberes imprescindibles para la vida, este manotazo de chiches ideológicos new age no son sino una muestra más de la incapacidad por parte de quienes se conciben “dirigentes políticos” para pensar complejamente la situación.

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