Anarquía Coronada

Las mujeres biodegradables y la política


“¡Qué lindo, qué lindo, qué lindo que va a ser, una clínica de plástica en el Sheraton hotel

Como luego de cada reunión de la Comisión de política internacional y turismo de Carta Abierta (alguna vez conté que en la Asamblea de Pensamiento Marxista resolvimos que era ése un espacio estratégico para dar las discusiones de fondo) los muchachos vinieron a picar algo a casa. La conversa discurrió por los canales más o menos habituales (esta vez, la cuestión del 82% móvil —¡Puro teatro para la gilada! ¡Si todo el mundo sabe que se lo vamo’ a vetar!— estuvo en el centro de una periferia de tópicos recurrentes). Ya apurando los últimos sorbos de café y mientras, a ciegas, tanteaba su campera, Ricardo, con mezcla de indignación y de asombro, insistía en que, a pesar del evidente proceso de transformación que estamos viviendo, notaba cierta baja social (y, de modo mucho más nítido, entre los compañeros) de las expectativas políticas. Cierto conformismo, decía él, impensable hace unos años atrás; cierta predisposición a asimilar los temas que van surgiendo, a tratar de acomodarse a ellos en su momento de tensión y a festejar o a putear cuando se  resuelven. Además, agregaba, esa progresiva baja de las expectativas políticas tiene como correlato el alza de la tasa de desigualdad socialmente aceptada (¡A veces nos hacemos los boludos, Horacio, no me jodas! ¡Vamos a terminar diciendo que pobres siempre hubo o que son pobres porque son vagos y no quieren trabajar!).

Cuando la indignación in crescendo le impedía encontrar su abrigo (dos veces creyó que Kautsky, el gato, era su bufanda) y acabar con el café ya helado, un grito del Gordo (que hacía ya más de quince minutos que tenía los ojos clavados en una pantalla que había pasado de 6,7,8 a Bailando por un sueño en una imperceptible maniobra de la que nadie, más tarde, se haría cargo) cortó el soliloquio: “a mí estas chicas todas iguales, con los pezones que parecen hechos de plastilina, ya me tienen las bolas llenas. Son todas de plástico. Las ves de cerca y ves que están todas operadas, los ojos, la boca, la nariz. A mí me gustan las mujeres biodegradables”. Las risas sonoras (algo espoleadas, seguramente, por los Santa Julia y la hora) y las adhesiones masivas velaron la remisión materialista de Lanzetta a las chicas de Carta como testimonio irrefutable de que la biodegradabilidad también tiene sus bemoles. Y las risas velaron, también, aquello que minutos después, cuando ya el silencio se había apoderado de la casa, se mostraba evidente: la conexión entre los dos enunciados.
Porque lo que decía el gordo no es más que lo que es (o fue) el sentido común de todos nosotros: las cirugías estéticas, las siliconas, los liftings (o estiramientos de cara hasta límites absurdos para disuadir arrugas) o los más modernos botox fueron, por definición, terreno enemigo, el otro absoluto. Cosas de vedettes más o menos infradotadas. O de mujeres desangeladas de maridos adinerados que negocian infidelidades a cambio de recauchutaje de tetas, culos, orejas o pómulos. Pero esa guerra de baja intensidad entre el cuerpo y el espejo no era propia, no era nuestra guerra. ¿Qué hubiéramos dicho de una compañera que aparecía en una reunión de núcleo con las tetas hechas a nuevo? ¿O que se preocupaba por el excesiva dimensión de sus tobillos? ¡Si hasta el maquillaje nos parecía una desviación burguesa!
Más bien, atesorábamos una batería de argumentos para refutar la obsesión por el cuerpo perfecto, argumentos que hoy, quizás, suenan algo torpes o algo rígidos (argumentos que iban desde priorizar problemas colectivos a problemas individuales hasta destacar el desarrollo intelectual por sobre el físico, o desde el intento de poner en cuestión modas y normas sobre cómo uno debía ser hasta que la salud se ocupara de quienes morían por enfermedades curables y no de quienes morían de ganas de tener una papada perfecta …). Sin embargo, no dejo de sentir cierta resignación (cierto desánimo, incluso), cada vez que esquivo estas razones para conjurar el riesgo de sonar anacrónico. No hace tanto, incluso, estas faenas estaban, aún, de la vereda de enfrente, eran parte de la fiesta menemista –fiesta  que incluyó, en su ocaso, a glorias de Frente Grande–Alianza, de Fernández Meijide a De la Rúa, ¿Y Chacho Álvarez? Ni me lo digas. (De sólo imaginar al tano De Gennaro sacándose grasita del cuello o retocándose los párpados me dan ganas de pedir a gritos que vuelvan los Ottalagano o los Margaride a la política de primera división).
Cierta resignación, decía, cierto desánimo que el proceso de transformación no logra conjurar del todo. La idea, sin embargo, es que no se note –la melancolía y el anacronismo son pasiones difíciles de digerir en nuestro crispado presente. No obstante, no logro encariñarme con el Shopping y sus marcas (el complemento, pienso ahora, ideal del cuerpo transformado: ¿cómo queda esta nariz redondeada con esta cartera Armani? ¿Esta rodilla re-esferizada con este par de botas tubulares Fendi?), no logro naturalizar el consumo como modo privilegiado de vincularse (con el otro, pero sobre todo con uno mismo, con la propia vida) ni como verificador de éxito político.
¿Restos de un ideologismo ramplón? ¿Endeble estela de un idealismo caprichoso? ¿Evidencia irrefutable de que después de los 50 mejor no apostar a nada más complejo que a un partido de Burako? ¿O, por el contrario, elemental inquietud ante un mundo que se inclina hacia su costado menos interesante, más jodido?
Pezones de plastilina, ¡qué gordo hijo de puta! Podría ser una canción de Serrat.
Horacio Tintorelli

“Que no quede… ni uno solo… Ooooh…”

Que una idea se origine en un sueño puede
resultar descabellado y hasta descalificador para nuestros parámetros
habituales de racionalidad. Y, sin embargo, lo cierto es que incluso el método
cartesiano debería ser calificado de sueño de la razón. Descartes mismo
admitió en su hora hasta qué punto sus pensamientos fueron primero engendrados
en clave imaginaria y nocturnal antes de aspirar a la exactitud
geométrico-matemática.

No hace falta, entonces, sumergirse en la interpretación
de los sueños (que, antes que nada, se elaboró en el primer monoteísmo con José
—el judío de Egipto enaltecido por el Faraón—, siglos antes de devenir discurso
psicoanalítico) para dar entidad de pensamiento a aquellos signos confusos que
un posterior avatar diurno nos evoca bajo el modo pretencioso de la idea.
Me digo todo esto al tiempo que buceo en los
residuos apenas recordados de lo que parece haber sido un sueño claro e
intenso, y que no logro capturar sino con dos palabras insistentes: “hemos
traicionado”. A pesar de la gravedad del enunciado, el tono del sueño no
presenta espesor moral. Al contrario, sus rasgos determinantes son los de la
liviandad y los de la apertura, sentimientos comparables a los de quien accede,
por fin, a la comprensión de un cierto estado actual sobre el que ha intentado
pensar una y otra vez. Y me doy cuenta, mientras mis manos redactan lo que mi
conciencia aún no esclarece, que la lectura matinal de un reciente texto de Tintorelli opera como estímulo para decodificar mi sueño encriptado.
“Hemos traicionado”, insiste el recuerdo con
una claridad ajena a todo encierro, porque el tipo de condena a la que podría
dar lugar estas palabras se ve disminuida ante lo que conquistamos en el campo
del entendimiento sobre algunos interrogantes oscuros de nuestro presente. La
traición, me digo evocando otro pasaje claro de mi sueño, consiste en haber
vuelto a “poner en juego aquello que debía haberse ido”. Esta frase la recuerdo
casi textual. Algo de nosotros mismo, algo que habíamos identificado como
causante de la fase de barbarie social y política de las últimas décadas, había
sido conjurado con aquellos cantos rituales que repetían incansablemente “que
se vayan todos”.  Ese todos no podía no alcanzarnos. Y por eso
podíamos rematar entonces gritando “que no quede ni uno solo” (de “ellos”, ni
de “nosotros”).
Cansados de lidiar con la interpretación vulgar
de aquel sueño —que no se cansa de interpretar aquellas consignas como
referidas sólo ese “ellos” (los “políticos”, o los “corruptos”, o los
“capitalistas”)— hemos accedido al fácil juego de la desilusión porque al final
“no se fue nadie” (o casi nadie). Pobre reflexión auto-expiatoria.
Mi sueño, en cambio, parece aportar más verdad
que lo que en vigilia soy capaz de reflexionar. Un monólogo capaz de aligerar
el peso de una inmersión en la vida política. El texto de mi sueño decía: hemos
vuelto a poner en juego eso que habíamos aprendido a dejar de lado
, a
identificar como complicidad, miedo, cálculo o resignación ¿hemos asumido
nuevamente un retorno a las estructuras sensibles que el rechazo masivo y
público procuraba desterrar?
Saúl Tolli

Revelación

“Después de leer este informe, me quedó un sabor amargo y la certeza de que existe un poder que está por encima de la primera magistratura. Desde hace décadas que existe un poder que intenta subordinar al Estado a sus intereses. Esto lo pude ver en todo el expediente. Lamento decirle a ese poder que no seré funcional a sus intereses

(CFK sobre Papel Prensa, 25 de agosto 2010)

¡Lobo mete la cola!

“Las escuelas están siendo tomadas por pequeños grupos y hay mucha política acá que mete la cola”

“La revolución tiene que empezar ahora” es la premisa que, como un mantra, repite la agrupación Frente de Estudiantes en Lucha (FEL) y que produjo su distanciamiento del Partido Obrero –del que dependían–, tras pedir una mayor dureza en la lucha. La frase anterior esconde una interna que todavía se respira en la toma de los colegios porteños, en la que participan ambas organizaciones y en las que las agrupaciones no siempre muestran la homogeneidad y coordinación de los últimos días. Si bien la mayor parte de los que participaron en las protestas se declara independiente, casi todos los centros cuentan con presencia de una organización política. La más populosa es Lobo Suelto [http://loboesta.wordpress.com/].

Se definenen como “izquierda independiente”, pero con simpatías “latinoamericanistas” y son unos sesenta chicos diseminados en, al menos, once colegios. “Las escuelas están siendo tomadas por pequeños grupos y hay mucha política acá que mete la cola”, se quejó ayer el jefe de Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta. 

Lobo comunero, Lobo comunacho

Lobo suelto no habla de política, no sabe hacerlo. Pero tiene debilidad por las experiencias politizantes, por los momentos en los que del cruce de cuerpos y  palabras surgen, allí donde nadie se lo imagina, nuevos modos de vida en común. Lobo va con el hocico al ras del suelo, buceando en las superficies: es ahí donde encuentra vida, movimiento, calor. A Lobo lo cautivan los encuentros, las confluencias, los momentos de hibridación: cuando se tropieza aquello con lo distinto, lo uno con lo otro: cuando se evidencia la multiplicidad como condición de lo posible. Inquieto, suelto en la metrópolis (entre la calle y la red, entre la imagen y la idea, entre la palabra y la sospecha, entre la ironía y la perplejidad), Lobo husmea, explora, indaga. Y encuentra momentos que valen la pena fotografiar con palabras.
Miércoles. 18:30 hs. Escuela del barrio de Flores, Buenos Aires, Argentina (Lobo For Export). Reunión de vecinos convocados por el tema de las Comunas (Comunas remite al nuevo modo en que la Ley de Comunas propone organizar administrativa y políticamente la Ciudad de Buenos Aires que —luego de reiteradas dilaciones— va a entrar en vigencia a mediados del año que viene. Podría decirse que, al menos en teoría, este modo de organización democratiza la política, abre alguna rendija más a la participación ciudadana, habilita una experimentación concreta de poder local —con todo lo vago del término—. Una concesión mínima, digamos, del Estado a tod@s nosotr@s). Retomemos: reunión de vecinos del mencionado barrio por el tema de las Comunas con la Comisión de Descentralización y Participación Ciudadana de la legislatura porteña (expresada en la presencia de su Presidente, Rafael Gentilli —hombre de Lozano— y de su Vicepresidenta, María Raquel Herrero —mujer de Mauricio—). Lobo animal, pero no tonto: no se ilusiona ni un poquito. No espera encontrar refugio de doctos, sabios y suicidas. Ni grandes niveles de organización. Ni discusiones fluidas. Lobo no  posee intimidad, sino sensibilidad. Y algo de intuición.
Ciento cincuenta personas (o tal vez doscientas como indicó un orador algo excedido de entusiasmo). Laga fila de sillas en torno a los legisladores. Los más viejos y entendidos en este tipo de dinámicas (cuyo promedio de edad rondaba en los 75 años) posaban sus cuerpos (cansados) en estas sillas. Se los veía cómodos, acostumbrados. El resto boyaba alrededor de la “U” que dibujaban los pre-comuneros y los legisladores (además de quienes cumplían las siempre necesarias tareas burocráticas: otorgar el uso de la palabra, elaborar la lista de oradores, tomar registro de los dichos —registro, relévese el detalle, hecho con notebook… ¿murió la estenografía o esas máquinas tienen teclado con chirimbolitos?). Había algunos jóvenes. Pocos. Lo muy menos. Lobo se da cuenta (casi de inmediato) que allí domina una suerte de gerontocracia: son lo mayores (los muy mayores) los que efectiviza el uso de la  palabra, los que definen el espacio, los tonos y los temas). Un concurrente al oído (siempre hay alguien que en estas circunstancias te habla al oído) conjeturaba que el 75% del uso de la palabra fue para los mayores de 70 años; el 20% para los que tenían entre 70 y 40 años y el 5% restante para los cuatro menores de 40 (¡De 40!) que oraron.
Paradójicamente, piensa Lobo, había jóvenes, pero todos bordeaban el encuentro, conectaban desde un lugar lateral y más o menos arbitrario: pibes bolivianos que, festivos, grababan entrevistas para un programa de radio; otros, muy jóvenes, reunidos a un costado, organizaban la edición de una pasquín de cultura marginal; y otros, finalmente, de centros de estudiantes de colegios tomados del barrio, aprovecharon la reunión para informar sobre la situación y cascotear, de paso y con ímpetu adolescente, a la maltratada Señora Herrero… a todos ellos, en definitiva, las comunas parecían importarles un huevo.
Rafael Gentili, el legislador (o diputado de la ciudad) que es presidente de la mencionada comisión, es “joven” (¿cuarentayalguito?), serio, sólido, amable… demasiado prolijo para que su política sea interesante. Es de Proyecto Sur (Solanas-Lozano) y no es difícil imaginarle una trayectoria intelectual-progresista comenzada en el PI (Partido Intransigente, toda una institución en la década del ’80 de clase media progresista urbana), seguida en el Frente Grande —esperemos que haya evitado la Alianza y el ibarrismo— hasta derivar en PS. Parece un opositor constructivo. Del gobierno y del macrismo. Le es ajeno todo discurso de barricada y toda chicana. No aprovechó esa noche, por ejemplo, ni una de las mil oportunidades que se le presentaron para distanciarse y maltratar (aunque se un poco) a la bastante maltratada compañera del PRO. Lobo lo escucha con paciencia. Siente que podría haber algún nivel de encuentro, pero también mucha distancia.
María Raquel Herrero, también legisladora, pero en esta caso del PRO, tiene voz de tanguera y actitud de puntera. No cae simpática (ni a Lobo ni al estómago promedio medio progre/K que domina el ambiente). No es prolija ni sólida (más bien contesta a todo que no sabe, que no le compete, que va a averiguar y que, si bien falta, la gestión macrista hizo mucho en la Ciudad). Los vecinos hacen filas para gritarle, para hablarle con indignación, o con ironía, o con desprecio. Se la banca bastante bien, hay que decirlo —hay que jugar de 9 visitante en el Maracaná… te cagan a patadas los negros—.
Sobre el final (cuando restaba una última media hora de pura dispersión) advino María José Lubertino, también legisladora, en este caso por el kirchnerismo. Sus aires de star, su ropa de excéntricos violetas, sus poses y ademanes exigidos, sus sonrisas, su discurso impostado, sus fotógrafos personales-tarjeteros —repartían tarjetas de Lubertino (¿?)— y su guardaespaldas contrasta con la escena hasta allí armada (“Es increíble, pero hace los mismo en todas las reuniones de Comunas —confiesa el compañero de la legislatura que se encarga de organizar estas convocatorias—: llega un rato antes de que todo termine y con su glamour algo grotesco atrapa las miradas). Intenta ser políticamente correcta todo el tiempo y acaba siendo desagradable. Está medio chiflada, piensa Lobo. Hace el esfuerzo por evitarlo, pero le cae peor que la vieja puntera. Le parece más berreta: una suerte de Susana Giménez del campo popular.
Rewind: antes del desborde-Lubertino (una frutilla sobre una tortilla a la española), la reunión en sí. Y de la reunión en sí —piensa Lobo— nada. O no mucho. La Comuna estaba presente como telón de fondo, como escenografía, pero nunca (o casi nunca) se entró en el tema, nunca se armó un diálogo (aunque fuera desordenado o ríspido) con el tópico convocante como centro de la trama. En su lugar, las mil formas de putear (merecida, justa y alegremente) al PRO, a la puntera del PRO. Y las mil formas de encontrar los mil modos de rodear sin tocar el motivo del convite. Los tonos (una obsesión de Lobo) eran predominantemente ásperos (sobre todo, en muchas intervenciones de «vecinos»), aunque por momentos se volvían plomizos, monótonos (el tono de Gentilli —serio, sólido, pero aburrido como bailar con tu hermana— y de algún mayor que la hacía larga y difícil). En otros momentos, los tonos se volvían los propios de quien se defiende (claramente, la compañera procista) y, en otros, los propios de quien gusta de lo descabellado. Siembre, en toda reunión, en todo grupo, en todo edificio, en toda familia, hay algun piantado. En nuestro caso, el compañero Biderman, un fóbico extremos a la prostitución, recordado, entre otras proezas, por ponerse con un megáfono, a los gritos, frente a las cámaras de TV a decir: “Ahí hay un Fiat Uno negro, patente GHT 759, que está consumiendo prostitución en la vía pública; allá hay otro, un Corsa azul…» y demás cosas por el estilo).
Amigos en distinto grado de Lobo pululaban por el lugar. (Lobo es amigo de gente que no conoce, pero que su infalible olfato le permite, en segundos, estrechar una amistad anónima). Decían poco. Cruzaban miradas. Se preguntaban qué era exactamente lo que estaba pasando. ¿Cuáles eran los objetivos de cada quién? ¿Alguien se fue de allí con la sensación de objetivo cumplido? No es claro. ¿O la cosa funcionó y fue Lobo el que se fue con el gusto amargo en sus pezuñas? ¿O fue un boicot del que Lobo tuvo el papel de testigo ingenuo, pero necesario? ¿O fue un fracaso colectivo, uno más en los tanto a los que los deseos de vida colectiva nos tiene acostumbrados?
La noche se cierra. Lobo, sigiloso, acomete los tejados. Entre medianera y medianera, piensa que todo no fue más que una puesta en escena bastante decadente, cuyos actores —casi todos conocidos entre sí— hace años que boyan en los márgenes de lo márgenes de la política vaya uno a saber a la búsqueda de qué (¿un hueso?, ¿un amor perdido?, ¿una intensidad que les está vedada?). Una suerte de asamblea desvaída de la que, casi con certeza, nada muy bueno puede nacer. ¿Es éste el suelo sobre el que construir las comunascomo modo de facilitar la participación de la ciudadanía en el proceso de toma de decisiones y en el control de los asuntos públicos”? ¿Es con este material  que hay que “promover el desarrollo de mecanismos de democracia directa”? 

Quizá nos encaminemos al suicidio social, lamenta Lobo. ¿No será mejor formar un partido de cuadros?

LOBO

Rezos laicos

Luego de que un querido amigo me indicase, fastidiado, que ya no presta atención a los diarios, que se leen en 5 minutos, que por eso una fugaz mirada por Internet alcanza, que el rezo de los laicos del que hablaba Hegel -última  ilusión de una práctica coordinada que nos hace parte de una misma comunidad política- se había perdido, decidí volver a prestar atención al asunto comprando excepcionalmente La Nación, así como el habitual Página 12 para leerlos con atención, sobre tinta y papel y, sorpresa de las sorpresas, encontré varios párrafos que creo de interés.

Enfoques
Comencemos por el más ajeno diario La Nación, enfrentado al gobierno nacional por la política de Derechos Humanos, por la Ley de medios y ahora, también, por la querella de Papel prensa. Como mi amigo me indica, no vale la pena detenerse en los columnistas y editoriales que, efectivamente, no indican nada que no sea presumible, aburrido y canalla. Pero a cambio de esto, el suplemento Enfoques, que dedica sus páginas centrales a una nueva e insulsa denuncia del setentismo (1) -en la pluma de Sarlo, Larraqui, etc- publica una entrevista a Enrique Iglesias, ex titular del BID, del periodista Ricardo Carnepa con momentos iluminadores. Reproduzco un fragmento, para mi revelador, del pensamiento de las derechas más explicitas:
Hay varios analistas y dirigentes que le endilgan una ideología neoliberal. ¿Es así?
-Habría que ponerse a pensar qué se entiende por neoliberal. Si ser neoliberal es creer que el mercado tiene una función importante que cumplir, diría que sí. Si es creer que las fuerzas productivas se estimulan con un mercado eficiente, diría que sí. Ahora, si es creer que no tenemos que tener Estado, diría que no. Tenemos que tener mercado, pero tenemos que tener Estado. Y si algo demostró la crisis de los últimos tres años es que el mercado, solo, puede cometer grandes errores y meternos en grandes líos. Por tanto, tenemos que tener un Estado atento, que de alguna manera regule el mercado, se convierta en un habilitador de la sociedad y también sea compensador de los sectores más desfavorecidos. ¿A todo esto, en su conjunto, usted lo quiere llamar neoliberal, neointervencionista? No sé. En este momento, estas categorías son un tanto imprecisas y tienden a confundir más que a aclarar”.
No creo que valga la pena desarrollar ahora los argumentos que podríamos extraer de estas notas, salvo retener la equivalencia entre neoliberalismo de post crisis y neointervencionismo estatal. Resulta evidente, hoy, que el problema político ya no puede plantearse, entonces, como ecuación sencilla (del tipo más estado igual progresismo, menos estado igual neoliberalismo), sino de arriesgas una discusión mucho más compleja sobre qué fundamentos y qué naturalezas caracterizan al estado actual y cómo funcionan sus “intervenciones” de conjunto, así como de abrir un examen sobre el tipo de instituciones concretas que se forjan bajo ese –u otros–  nombre.
El  mismo suplemento dedica su contratapa a informar de la salida del libro “En busca del respeto”, del antropólogo Philippe Bourgois, quien se metió a vivir, allá por los años ’80, en un barrio de New York habitado por portorriqueño y dominado por el Crack. De Bourgois se afirma allí que:
De esos años allí -donde vivió con su mujer y nació su hijo- salió con, al menos, dos convicciones. Una, que la venta de drogas organizada, con sus códigos y las habilidades personales que demanda, es «la única fuente de empleo accesible para la gente del barrio». Otra, que, a pesar de eso, “la intención de integrarse en el mundo legal no se abandona nunca”. Desde afuera del sistema, los portorriqueños emigrados reproducían en la «cultura de la calle» el modelo norteamericano inaccesible, basado en el esfuerzo individual y la acumulación de dinero. «No son ´otros exóticos´ habitantes de un mundo irracional aparte, sino productos made in USA «, dice Bourgois”.
Podemos retener al menos una noción fundamental: las prácticas neoliberales penetraron en buena parte de las comunidades urbanas, promoviendo un tipo nuevo de relación con las reglas, con la legalidad. El desdibujamiento de las legalidades (que involucra lo que se ha dado en llamar una “crisis de la ciudadanía”) responde a situaciones muy concretas y comprensibles, y no corresponde plantearlo como un fenómeno de “ignorancia” popular o a desvíos que se puedan corregir con clases de ciudadanía universal. En otras palabras: que es absolutamente ingenuo plantear la restitución de la vieja ciudadanía (y sus instituciones) con independencia de las alteraciones de base de estas subjetividades.
Página
Con estas modestas enseñanzas a cuestas abrimos nuestro diario de cabecera de cuya lectura también rescatamos algunos párrafos sugerentes, procediendo con el mismo método de eludir querellas y caudal de información que no tenga la potencia de signo que lleva a aprender alguno nuevo. 
Me detengo entonces, en primer lugar –y a modo de homenaje a quien seguramente sea el periodista que más influyó en el modo de leer noticias de toda una generación- en la nota de Horacio Verbistsky: Piedra papel y tijera, un análisis de la coyuntura semanal sobredeterminada por el informe presentado por la presidenta sobre la empresa Papel prensa. Retengo sobre todo tres párrafos:
Pese a la dificultad de un análisis propio que eluda ese exacerbado antagonismo, es inocultable que los grupos económicos que estuvieron entre los grandes apoyos de Kirchner son hoy los mayores adversarios de CFK. Pero esta constatación desmiente el relato machacado a derecha e izquierda sobre el ex mandatario como única autoridad verdadera.
No hace falta ser experto decodificador para comprender el valor de estos enunciados: la línea de oposición a los grandes grupos económicos que hoy enfrentan al gobierno encuentra mejor expresión en quien aprendió a enfrentarlos, es decir, la propia Cristina Kirchner, que en el ex presidente Néstor, quien, a pesar del gesto de ordenar retirar la foto de Videla, ha gobernado en acuerdo y no en lucha con ellos (grupo Clarín incluido).
CFK ha continuado la reconstrucción de la autoridad presidencial y la primacía de la política sobre los poderes fácticos que Kirchner inició en 2003, cuando el descrédito del sistema representativo democrático había llegado a un punto intolerable. Pero además le agregó una dosis de institucionalidad que faltó cuando sólo había urgencias, algo que tampoco es fácil de apreciar a través del lente manchado con tinta de imprenta que enturbia las percepciones de la opinión pública”.
Efectivamente, el año 2003 es la clave que permite comprender la reacción de los políticos y, en general, de una buena parte de los grupos (también los de poder concentrado) que apoyaron al primer gobierno kirchnerista en su tentativa de construir bases alternativas para la legitimidad política perdida en las calles durante la crisis del 2001. Es este “punto intolerable” el que marca el umbral a partir del cual un sector de los políticos profesionales declara la necesidad de una renovación de las prácticas con independencia de lo obrado hasta entonces para constituir nuevos apoyos. Este núcleo de la sorpresa k -sobre la cual gira la polémica política desde hace años- explica tanto el consenso del primer gobierno kirchnerista, como las disputas abierta durante el segundo. Al respecto resulta tan relevante la dinámica misma de la disputa, como ambigua es esa “dosis de institucionalidad” a la que refiere HV. El “retorno de la política” al que el autor refiere implica una nueva impronta confrontativa con ciertos poderes antidemocráticos y antipopulares que abren cauces potenciales a nuevas luchas democráticas, y al mismo tiempo (y esto es lo difícil de asumir) exhibe su rostro peligros cuando se utiliza el prestigio que otorga retomar estas luchas anteriores en el nivel estatal para marginar desde allí a sectores populares que no adhieren al tipo de proposición institucionalidad  liberal-depurada a que, según muchos, tiende.
La oposición debe elegir entre representar el interés público, acompañando la iniciativa del Poder Ejecutivo al que aspira a suceder, o afirmarse en su intransigencia pero asociada a los intereses particulares más poderosos. No es una disyuntiva fácil”.
Efectivamente, la llamada oposición parlamentaria, y de un modo muy particular las articulaciones del llamado centroizquierda (sea de Sabatella/Yaski que conceden a la iniciativa oficial, sea la de Solanas/De Genaro que se oponen), que aspiran a profundizar/reorientar el proceso político sobre el mismo plano de eficacia en que opera el gobierno se han visto superadas continuamente por la magnitud de la tentativa de renovación de la política de los k. Lo que no resulta tan evidente es que estos dilemas deban neutralizar una extensa trama de protagonismo social que no tiene por qué aceptar el dilema entre ceder la iniciativa acríticamente al proyecto de renovación kirchnerista o bien quedar subordinada a sus verdugos directos que se aprestan a boicotear tal tentativa.
Todo esto puede discutirse mucho mejor si se lee detenidamente la entrevista al intelectual que con más tenacidad se liga a la política del gobierno, Ernesto Laclau, entrevistado por Federico Poore.
Laclau afirma la situación actual de Latinoamérica, al menos desde la cumbre de Mar del plata y el rechazo al Alca como “la etapa final de la quiebra de la dominación norteamericana”, lo cual abre nuevos espacios regionales a nivel global, y permite dar sumo valor a iniciativas como Mercosur y Banco del Sur. Habla también con insatisfacción sobre la incomprensión de la socialdemocracia europea respecto del kirchnerismo y el chavismo, y distingue la situación de Venezuela de la de Argentina por cuanto esta última “cuenta con una sociedad civil mucho más organizada, donde el estado tienen que negociar con elementos de diferente índole”.
Laclau, dice la nota, “está cansado. Su última semana en San Juan estuvo repartida entre conferencias, reconocimientos y cenas en su honor bien lejos de Londres, donde vive”. Lo cierto es que acaba de organizar un Congreso de Ciencia Política en esa provincia vanguardia en minería a cielo abierto, en donde fue condecorado con palabras de Néstor Kirchner en nombre de la Presidenta. No hay más que entrar en Internet (24 de agosto de 2010) para ver las repercusiones de tal evento para comprender los alcances de este acto en el que el filósofo pronunció las siguientes palabras: “Gioja sigue los ejes del peronismo, sigue los ejes de la redistribución”. Transcribo algunos pocos tramos del diálogo que publica hoy Página:
 “–Usted sostuvo que el modelo económico argentino “rompía con el neoliberalismo de los noventa”. ¿Dónde observa estas rupturas?
–En primer lugar, si no hubiese estado este gobierno, con su capacidad de resistencia a los dictados del FMI, estaríamos en pleno ajuste”.
Como sucede con Verbitsky, la indicación de este tipo verdades indiscutibles no posee las consecuencias unívocas que los declarantes pretenden. Basta recordar cómo finalizó el gobierno transitorio de Duhalde (2002/2003) para comprender la fuerza condicionante de los movimientos sociales la fórmula hasta entonces dominante de ajuste y represión. El gobierno actual tiene el enorme mérito de prolongar a su modo, en el nivel institucional, una prohibición de ajuste económico y represión al conflicto político que viene impuesto desde abajo. Esta indicación no es ociosa cuando se trata de ampliar la mirada y considerar el proceso regional incluyendo las dinámicas sociales como variable principal, anterior e incluso ahora simultánea respecto de la zaga de gobiernos de centroizquierda.
“–¿A qué se refiere al plantear que el kirchnerismo es un significante abierto?
Es un significante abierto en el sentido de que todo lo que empezó a surgir en el 2003 recién comienza a tomar una cierta imagen. En el 2003 era poca cosa: Kirchner salió elegido candidato por uno de esos movimientos internos casi incomprensibles del peronismo y empezó a fijarse en el imaginario colectivo con una cierta idea de unidad o de acuerdo, dado que tiene que representar un arco bastante amplio de fuerzas. Afortunadamente, su núcleo político es lo suficientemente razonado como para no hacer la ingenuidad de lanzarse a conducir un partido exclusivamente ideológico. La incorporación de las distintas fuerzas que se unieron bajo la denominación de “kirchnerismo” es la misma política que ha hecho Lula en Brasil. El Partido de los Trabajadores es ideológicamente muy limitado, pero cuando llegó al Gobierno tuvo que generar una política basada en la transversalidad con grupos de centroizquierda. Las alianzas son otras, y no necesariamente tienen que competir entre ellas. Además, tienen una excelente presidenta del Banco Central, que esperemos que pueda seguir, y un papel político perfectamente claro”.
Nunca tan claro el uso de “significante abierto” o “vacío”, tomados de la teoría de Laclua. Al remitirlos a un proceso de articulación que comienza en el 2003 puede atribuir el corazón del proceso actual a la suerte del “kirchnerismo” realzando los rasgos de este movimiento político y desplazando otros momentos de verdad del largo proceso de las resistencias al neoliberalismo que han resultado decisivas para dar por cerrado un ciclo, al menos de modo parcial. El planteo de Laclau permite aclarar la paradoja que planteaba más arriba Verbistsky: además de apoyar (“ceder protagonismo” al gobierno, lo que hace buena parte del mundo k) u oponerse (subordinándose  a las corporaciones, lo que hace buena parte de la llamada “oposición”) no cabría otra cosa que hacer. Cabría discutir, sin embargo, el modo en que las resistencias quedan articuladas a ciertos sectores de poder, y a cierto estilo del gobierno que la hegemonía kirchnerista promueve, promoviendo la necesidad de nuevos replanteos. Según esto, para el mundo K es vital leer el 2001 desde el 2003, mientras que para mantener la posibilidad de un replanteo del proceso abierto en el 2001 siempre será posible invertir el uso del calendario.
Pero me parece que el tramo decisivo, en este punto, es el siguiente:
“–¿Por qué dice que la división entre Estado y sociedad civil se está borrando?
–Porque hubo una politización de una cantidad de sectores de la sociedad civil. Hace cuarenta años, si uno pensaba cuáles sectores de la sociedad estaban politizados, tenía que decir: los sindicatos. Pero hoy, junto con los sindicatos hay otro tipo de organizaciones. Después de 2001 empezaron las fábricas recuperadas, los piqueteros, movilizaciones en la sociedad que necesariamente conducen a la ampliación del espectro democrático. Estas organizaciones son cuasiestatales: participan activamente de la esfera política, varían en el tiempo y empujan cada vez más límites. El kirchnerismo se ha favorecido por el desarrollo de esos movimientos”.
Este parece ser el aspecto central del razonamiento (suyo y nuestro), que con todo lo anterior componen una cierta coherencia: una nueva politización que exige nuevos modos de pensar, representar, y concebir la misma organización colectiva. Una extensión tal de estos nuevos modos del hacer que hace ruinosa toda vocación representativa. Una cuasiestatalidad que vuelve anacrónica la idea de un estado clásico que ignore esta nueva materia institucional que son los movimientos que Laclau describe. Es decir que en muchos aspectos Laclau destaca como nadie este punto de partida del que el kirchnerismo se ha beneficiado. Laclua destaca también una dinámica que podríamos llamar de desborde, de tendencia al límite, ensayando una “cuasiestatalidad” de “movimientos”. La pregunta que nos distancia, sin embargo, consiste en tomar esta dinámica de desborde como algo radicalmente diferente de una operación de renovación de la política tratando de reabrir, en estos movimientos, una capacidad de replantear las posibilidades colectivas de manera directa y no meramente de defender y publicitar las líneas de gobierno.
DS, 29 de agosto de 2010

(1) No es que la discusión sobre el tipo de vigencia que tiene hoy la discusión sobre los años setentas sea insulsa en sí. Al contrario, creo que esos años siguen pesando sobre la conciencia de los vivos de modo decisivo y que sólo un nuevo tipo de relación con ese pasado nos podría sacar de tanta “pseudo-redención” benjaminiana al uso de cada quien, en pos de romper las dinámicas mas reactivas del impasse actual de lo político-emancipador.

Lecciones semanales de vida del Hermano Antonio

Heterodoxias K

Hermanas y Hermanos, entusiastas cofrades nocturnos, fieles devotos de nuestra excelsa comuna de iguales: el mensaje dominical en esta ocasión será breve y preciso, una misiva fugaz destinada a alertarlos, a azuzar sus mentes y sus corazones y a evitar que, aturdidos, obren en modo desafortunado.

Hermanas y hermanos, vivimos tiempos aciagos, lo sabemos; tiempos en los que la palabra parece perder su peso, su densidad, su materialidad; tiempos en los que se estima posible que cualquiera diga cualquier cosa de cualquier modo, como si el efecto de verdad residiera más en  el sonido del decir (y, así, en el aparecer diciendo) que en el sentido de lo dicho. Tomemos, hermanas y hermanos, un caso al azar.

Nuestra señora Presidenta, luego de dudas, cabildeos y ensayos, ha decido formar parte de ese singular ágora contemporánea, de la conformación del tan mentado puente que aproxima los políticos a la gente; de esa asamblea virtual en la que, aparentemente, se deliberan y resuelven muchas de las diferencias que surcan los destinos de nuestra Patria, ha decidido formar parte, decimos, de esa experiencia actual, efectiva y revolucionaria de democracia directa a la que las fuerzas indescifrables del mercado dieron en llamar Twitter. Así, en una contundente decisión, la señora Presidenta hizo propia la cuenta @CFKArgentina. «Yo llevo en mi Blackberry la más maravillosa música que es, para mí, la palabra del pueblo argentino«, dicen que se le escuchó decir, no sin cierto sarcasmo, en la presentación íntima de su nueva herramienta de comunicación en Olivos… Y si hablamos de la cuenta cómo no aprovechar la ocasión, Hermanas y Hermanos, para evocar a aquel comprometido miembro de nuestra Comunidad que como asesor de imagen de la entonces Senadora, allá por el 2006, la persuadió de usar las iniciales como marca política que la identificara con el inolvidable JFK: “Si quiere ser presidenciable, señora mia, —dice que le dijo— tiene que lograr personificar la síntesis exacta de John Kennedy y de Marilyn Monroe, es decir, del gran estadista popular y de la hembra que todo hombre quiere tener y que toda mujer quiere ser”. Dice que cumplió y que así le fue.
Pero no es exactamente de esto de lo que hoy, Hermanas y Hermanos, seguidores fieles, les quería departir, sino de un derivado menor, pero significativo de este hecho; de un actor secundario que amenaza volverse figura principal de nuestra comedia, de un recienllegado que ya tiene libre y frecuente acceso al dormitorio presidencial: “Bienvenida compañera Cristina a Twitter. Aquí también la apoyamos a construir un país más justo con memoria, verdad y justicia”, twitteó el Canciller”.
¿Quién es “el Canciller”? ¿“Aquí también la apoyamos”? ¿En Twitter? ¿”La apoyamos”? ¿“Un país más justo con memoria, verdad y justicia…”?
El Canciller es el Ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Timerman, encargado de las relaciones internacionales del País. Un hombre cada vez más cercano al riñón presidencial (¿¡cómo puede ser que “estar cerca de un riñón” pueda ser algo bueno!?). Un hombre de una basta experiencia polítiica harto compleja de desentrañar. Un heterodoxo. Un transversal. Lo mejor del kirchnerismo…y lo peor.

¿Qué nos dice su cara, sus gestos, sus ojos? No dicen, pero es sabido, que en su temprana juventud, allá por marzo del ‘76, fue Director del efímero diario La Tarde que condenaba al “extremismo”, a la “subversión” y a los “sediciosos”, mientras defendía la Dictadura y a sus Generales. Su cara no lo aclara, pero luego –cuando su padre Jacobo Timerman, fue secuestrado y torturado— abraza con ganas la causa de los Derechos Humanos (¡siempre se está a tiempo de cambiar, Hermanas y Hermanos! ¡Nunca lo olviden!) y termina exiliado en New York (¿hubo algún otro o fue el único exiliado en la Gran Capital?… Al margen, ¿puede ser confiable alguien que está tan a la derecha de su propio padre –a menos que tu padre sea Trotsky y ese es otro cantar–? 

El exilio neoyorquino devino en Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad de Columbia, en 1981, y del barrial La Tarde pasó a columnista en New York Times, Los Angeles Times, Newsweek y The Nation.
Debo decirles, fieles amigos, que yo lo último que desearía en el mundo es que una Hermana nuestra se sintiera atraída por alguien que porta esa mirada, esos ojos, esa expresión. Jamás  quisiera que ningún Hermano eligiera como socio a quien es capaz de hacer esos gestos y de usar esos anteojos de colores (y, mucho menos, a alguien que es capaz de poner Jordana y Amanda a sus hijas). 

Pero, sobre todo, jamás desearía yo tener abajo, como asistente, como subordinado, a alguien capaz de decir (como en esta imagen), con su sola expresión, “dame quince minutos y un serrucho y sabés cómo te pido el cambio, no”.

Quince minutos de pura heterodoxia K. Quince minutos en los que todo en el cosmos se re-alinea (incluso la planta, que podría ser Manzur, de Salud, o Georgi, de Producción). Un cuarto de hora para poner a cada uno en su lugar: el de la palabra de Honor, el del gesto ampuloso y la palabra ligera y su Alteza.
Con todo, Héctor Marcos Timerman es la imagen de la Argentina en el exterior, la imagen de todos y cada uno de nosotros, Hermanas y Hermanos. Pero, también, es una imagen vertida hacia el interior del propio país, es una imagen para todos nosotros, imagen nítida de la mismísima heterodoxia kirchnerista. Equivocado estaría quien dijese que expresa sólo los ribetes más ideológicamente confusos, más amorales o más torpes de este movimiento de masas (hermanos, hermanas: ¿quién está en condiciones de juzgar moralidades, ideologías o torpezas ajenas? ¡Por qué juzgarlas!). Mas miope sería quien no pudiese percibir, en términos positivos, lo que realmente es: la posibilidad misma de la política en el momento de su retorno; la evidencia de que la heterodoxia no es una apuesta ni un proyecto superador, sino una necesidad primaria, la manifestación más cristalina de que la política sólo puede existir si incorpora esa lógica post-política que conecta personajes, ideas, consignas, imágenes televisivas, tradiciones, twitters y amoríos. La política de los Macri y de los De Narváez, pero también de los Ibarra, de los Alfonsín, de los Solanas y de los Sabatella –y de cualquier otro personaje que cuente con algunos minutos de gloria, horas en algunos casos, en su haber. La política de los personajes. De ficción. De historietas. La política en la era del kirchnerismo (aunque éste crea batallar contra sí mismo).
Hermanas y hermanos, entusiastas cofrades nocturnos, fieles devotos de nuestra excelsa comuna de iguales: ya ahora estamos cerrando. No sin antes apuntarles que hemos desplazado temas de primerísimo orden, tópicos neurálgicos en la configuración del mapa político argentino. Uno de ellos, el caso Papel Prensa, con la necesaria exégesis del profundo y acalorado debate que se suscitó entre nuestra señora Presidenta, el señor Aníbal F, el nunca bien ponderado Leuco, Nelson “Roña” Castro, los amigos de 6, 7, 8, el siempre certero V. H. Morales y varios allegados y parientes del banquero David Graiver (que con 35 años era un empresario aventurero y multimillonario, además de financista de Montoneros: ¡Eso es heterodoxia! ¡Eso es transversalidad!). Otro, el caso Fibertel, una perla exquisita que evidencia cómo en relación a un tópico se puede discutirlo todo (la gestión y el control de las comunicaciones y de los vínculos en una sociedad) o absolutamente nada (“Yo tengo Fibertel desde el primer año. Si me lo sacan me vuelvo loco, afirmó con tono amenazante el gran Director de Obras maestras del cine nacional y actual  intelectual orgánico de la clase media twittera, Pino Solanas”).
Hermanas y hermanos, entusiastas cofrades nocturnos, fieles devotos de nuestra excelsa comuna de iguales: recuerden siempre cuidarse los unos a los otros y recuerden que  Kennedy murió asesinado (como el Che Guevara, como Lennon) y Marylin de sobredosis (como Janis Joplin o como Illia): murieron como no se podía morir de otro modo en los ’60. Por la boca y la tele, en cambio, mueren hoy –con mucha menos dramaticidadnuestros políticos; como no se puede morir de otro modo, ahora, al fin de la primera década del siglo XXI.


Infrapolítica // Diego Sztulwark

 

 

Acabo de leer un excelente artículo de Diego Tatián en el diario Página 12 de hoy, el mismo diario en el cual –ayer- Chantal Moufef explicaba la importancia de los llamados gobiernos populistas de Sudamérica.
Ha vuelto la política, de acuerdo. De acuerdo también en que ha vuelto bajo el modo en que se la había soñado en los años ‘80 y no en los ‘70. La distinción no es menor: la derrota sigue siendo el umbral infranqueable.
Esta política que ha vuelto no está asegurada ni ha logrado aún lo que nos proponemos, por eso hay que estar activos y atentos, de acuerdo, de acuerdo. Hay un piso mínimo: el programa de los años 80. Terminar de separar la paja del trigo en relación a la dictadura como un fenómeno militar, pero también civil. Destronar ciertas posiciones de privilegio que condicionan la democracia argentina. Muy de acuerdo.
Mientras tanto, se nos dice, hay que convivir con ciertas “complejidades” (como la minería, la privatización del petróleo, la concentración financiera, la imposibilidad de desarmar el aparato burocrático-represivo del estado, y el privado, el gatillo fácil,  etc). Hay que comprender estas situaciones como “invariantes” que escapan, aún, al poder político democrático, al menos hasta que podamos encontrar formas alternativas de gestionar eficazmente lo que estos aparatos resuelven a su modo.
Todo eso no lo entiendo, aunque concedo. Dado que jamás creí que se pidiera llegar hasta donde estamos, no me pongo en pelotudo, en izquierda-abstracta, y acepto tomar en cuenta lo real de las relaciones de fuerzas, los antecedentes históricos, los contextos regionales y, digamos, concedo.
De acuerdo en que la política, tal como vuelve, no sólo debe resultar de una declaración de intenciones (alfonsinismo), sino también lograr efectividades, sumergiéndose en el “barro de la historia” (kirchnerismo). Y que una interlocución positiva entre gobierno y demandas democráticas (Laclau, imagino) es preferible desde todo punto de vista a un estado que da espaldas a las perspectivas de cambio de la gente (lo que Mouffe llama “creación de un pueblo”).
Siempre me sorprendió como la gente que “hace” política tiene disponible un saber fundamental a su favor. Un saber sobre qué cosa es la política que surge de participar, de saberse y quererse políticos. Hay un saber supuesto real que nos enuncia este qué que la política sería.
La tapa del diario página 12 de ayer muestra a unos pocos chicos de las tomas de los colegios secundarios bajo un título que incluye la siguiente frase: “somos hijos del 2001”. Buscando dentro, el artículo traduce esta frase en dos tipos de enunciados: “desconfiamos de los políticos”, y nos interesa “la participación política” (piquete y asamblea).
A esta altura, llamaría infra-política (o, aún, micropolítica) a lo real de las experiencias que (con relaciones oscilantes y variables en relación con los “políticos” de los que desconfían) hacen sus cosas (es decir, hacen colectivo, hacen social) sin saber del todo qué cosa es la política. Ampliando y cuestionando las definiciones que, no por casualidad, nos dan quienes “saben-de-política”.
La desconfianza de la que hablan los pibes no me parece un dato secundario o contingente, sino inherente a la infrapolítica. Un dato que habla de lo irreversible de la experiencia y del saber que hizo síntesis durante la crisis del 2001. Esa desconfianza, en mi experiencia, es inseparable de un malestar inocultable en torno a la interpretación “política” de la pervivencia dos-mil-y-unera de la infrapolítica. Casi todos mis amigos y compañeros hablan de política y a veces, creo, conservan la idea de la política como síntesis y convergencia global, escena esencial que reúne y concluye lo que las prácticas y conflictos por separado no sabrían resolver de modo socialmente relevante.
De ahí su lúcido (pseudo)kirchnerismo (más o menos matizado). Malestar, digo, porque yo no logro sentir/pensar igual que ellos, y eso me trae distancias conmigo mismo, y con ellos. De alguna manera pesa sobre mí el haber sido marcado por ciertas impresiones del 2001. Una experiencia que, al hacer surco, deja su marca determinante de un gusto político. Gusto por lo infra-político.
Me “gustan” las prácticas que replantean, reabren y sostienen, ante todo, su desconfianza. Su modo de estar siempre al “acecho”, como los animales (robo esta idea a Deleuze para quien el animal está siempre atento a lo que pueda venir de cualquier lado).
De allí mi incapacidad de soportar el discurso de adhesión K, con sus implícitos tan fáciles de detectar y comprender. Si no te alineás con ellos desde lo subjetivo es porque, en el fondo, o bien sos un liberal, un individualista perdido; o bien sos un nabo que opone abstracciones a lo concreto en un momento iluminador de nuestra historia como nación.
El kirchnerismo me parece, hoy, insuperable desde el punto de vista de la política, y completamente insoportable desde el punto de vista de una infrapolítica.
Pero el asunto es difícil. Para alguien que se acostumbró a afirmarse pensando siempre en colectivo y a hablar en nombre de un “nosotros”, ¿cómo se resuelve esta tensión entre unos “amigos y compañeros” que se entusiasman con esta cara política, mientras que mi “yo” (flaquito e incapaz de ejercer su individualidad) queda del otro lado? ¿En quién confiar, en ellos o en mí? ¿Qué termino afirmar, el yo-flaquito o el colectivo que me es cada vez más ajeno? ¿Con ellos en la macro y conmigo y mis más próximos de los más próximos en la infra-política?
La cosa no funciona así. La infra-política, cada vez me resulta más claro, no renuncia a su desconfianza en la política, sino que hace de ella un arma, una distancia, un espacio diferente.   
Mis amigos, de modo mayoritario, se han vuelto “etapistas” (hay que entender la etapa, que viene luego de otra etapa y va, a su vez, hacia otra etapa; y así segmentan el tiempo a favor de sus apuestas). Pero yo ya no puedo retroceder de mi sensibilidad a favor mi ante-etapismo. A mí me parece evidente que el proceso político retrocede-avanza sin avanzar ni retroceder en bloque. Y al moverse de modo simultáneo en ambas direcciones, desdibuja la idea de un “adelante” y “atrás”. Por eso no acabo de entender muchas cosas que entusiasman a varios de mis más queridos compañeros.
No dejo de advertir que el tipo de imagen del tiempo que surge de esta reflexión es del tipo “neo-trotskysta”, al  llevar a fondo la idea de una temporalidad como intensificación permanente de lo “desigual y combinado”.
Un viejo argumento de la filosofía postrevolucionaria viene en mi apoyo de mi necesidad de una infrapolítica (o al menos eso intento). Me refiero al concepto de contra-efectuación.
La contra-efectuación es una contra-actualización. No tanto el querer lo que ocurre, sino más bien un querer la contra-efectuación de lo actual, “para así querer y pensar mejor el elemento virtual inherente al acontecimiento puro. Querer no lo que sucede, sino algo en lo que sucede”.(*)
Si nos movemos bajo la égida del concepto de revolución, si lo hacemos dentro de una ética de la efectuación de un posible igualitario —libertario— entre los hombres de una época, asumimos como supremo el momento en que tales posibles se inscriben en el estado de cosas, en las situaciones históricas concretas, en las instituciones. La revolución se conjuga con una lógica de la efectuación. Pero, claro está, toda revolución es traicionada. Los ecos trotskistas resultan insuficientes. En el extremo, toda pretensión de revolución auténtica queda anulada.
La revolución —lo que podemos hoy pensar como tal, eso que Laclau y Mouffe llaman “populismo de izquierda”— inscribe logros, avances, amplía derechos. Y no deja de constituir una ética sustentable posible para esta realización acontecimental, no importa lo limitada que nos parezca.
Sea que la revolución ya no es posible, sea que estamos viendo el curso de un nuevo tipo de revolución, la ética de la efectuación sostiene la afirmación de la actual “vuelta de la política” (y el paso de varios amigos a la política).
Volvamos a las razones de la infra-política. Junto con la ética de la efectuación sobre viene una ética posible de la contra-efectuación. Una ética de la repetición afirmada. Que reabre lo que la efectuación realiza (siempre en defensa de la diferencia actual).
La infra-política se liga con lo que cada acontecimiento tiene de “eterno”, y de allí su natural desconfianza respecto de la “política”. Quiere repetir lo actual recubriéndolo de virtualidades. Para que la cosa no muera en la inscripción. Para que siga ocurriendo por siempre, como exceso in-apropiable. Plus que rechaza de plano el cierre que nos ofrece la actualidad cerrada sobre sí misma, con sus puntos-representación a los que sólo queda obedecer.
La infrapolítica es ella misma hija del 2001. Habita un espacio-tiempo simultáneo, coextensivo y no idéntico respecto de la política (revolucionaria) o de la política a secas. Doblando su espesor, se anticipa a la traición inevitable, y se distancia, desconfiada, de ella. Contra-efectúar, me parece, quiere decir sostener, a pesar de todo, dilemas con los que la micro-política insiste contra las “soluciones” de la macro. Ética de la repetición ante toda totalización que realiza la diferencia en sí misma. La infra-política tiende a repetir el horizonte productivo de la diferencia, contra toda subsunción de lo real que nos libera del horror del pasado y nos ofrece una moral estable.
DS, 6 de septiembre de 2010
(*) “…doble obligación de desenmascarar las pretensiones de lo actual por las que quiere ser el único jugador, y de re-activar lo virtual en su proceso infinito de diferenciación respecto de sí mismo”. Ver: (ver en Boundas, “Las estrategias diferenciales en el pensamiento deleuziano”, en Gilles Deleuze y su herencia filosófica, Madrid 2007.

 

El fin de la diversidad (y otras buenas noticias)

«No queremos que nos persigan, ni que nos prendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen«.
Néstor Perlongher
¡Viva la diversidad!
Carolina Píparo

Lo sabemos: la política no puede reducirse, bajo ninguna circunstancia, a una acumulación de hechos, sean estos positivos (el peronismo fue mucho más que un conjunto de Derechos laborales vueltos leyes) o negativos (el nazismos excedió por completo al conjunto de sus de genocidios). No puede rebajarse, jamás, a ser una práctica de la cuantificación, de la enumeración, del inventario. No puede quedar librada al mundo de los porotos ni del pase de lista. La política, incluso para invocarla, debe alojar en sus entrañas un plus (aquel que tuvieron el peronismo y nazismos, por ejemplo, pero también los más diversos partidos y movimientos del siglo XX). El plus que sella una diferencia, un salto hacia lo impensado, hacia lo invisible, hacia lo irrepresentable. De ningún modo un conjunto de medidas (por más progresistas o compañeras que sean), en ningún caso una suma de hechos han logrado conformarse en ese plus. Nunca hay salto hacia lo impensado. ¿Estamos de acuerdo?
Sin embargo, al menos en esta noche en la que me encuentro algo solo, no puedo sino hacerlo de ese modo.
(“Percanta que me amuraste // en lo mejor de mi vida, //dejándome el alma herida // y espina en el corazón”, tarareo sin pensar mientras relojeo por la ventana cómo día a día la noche en Buenos Aires se vuelve más desierta, más inmóvil… una bogotización desenfrenada, pienso, y recuerdo aquella consigna oficial que sintetizaba de modo exquisito la campaña contra la inseguridad desplegada en aquella ciudad: “Los  niños buenos se acuestan temprano, a los demás los acostamos nosotros«)
No puedo evitar, decía, referirme al proceso de transformación que estamos transitando, una vez más, en esos términos. Quizá sea ésta la última vez que lo haga. Ojalá. (¿Ojalá?). Pero no puedo dejar pasar por alto un hecho de los muchos, pero de los más singulares o, por lo menos, de los menos publicitados; un hecho, compañeros, que, sin la menor duda, constituye uno de los logros centrales de la gestión k del mundo; un logro que dicha gestión no alcanzó sola —muchas cuestiones, en suma, la exceden—, pero que sin su empeño y dedicación jamás hubiese sido posible. Estamos hablando, compañeras y compañeros, de la crisis del discurso de la diversidad y de la tolerancia.
Efectivamente, cualquier curioso puede relevar cómo —quizás entre piquetes y cacerolas, pero, también, a partir de un Estado que regresa y de una Política en sentido fuerte que se pone en marcha— algunos tópicos centrales y recurrentes de los defenestrados ’90 se fueron diluyendo, evaporando; cualquier interesado puede relevar cómo las nociones y consignas comienzan a ser otras, a ser nuevas, a dibujar paisajes diferentes. En ese marco, estos dos conceptos claves de la última década del siglo pasado, estas dos nociones fundamente de la subjetividad político-urbana-neoliberal pierden peso, presencia, materialidad, hasta casi desintegrarse. Estamos haciendo referencia, compañeros y compañeras, a piedras preciosas de la ideología de la derrota, a dos pilares del decálogo de la dominación encumbrado bajo el amigable alias de Consenso de Washington. Ser tolerante implicaba aceptar con resignación altísimos niveles de deterioro social y económico; aceptar la diversidad era festejar al otro en tanto otro, pero sin preocuparse por entablar con éste nada verdaderamente común.
Diversidad y tolerancia, entonces, comienzan a perderse, en una de esas pérdidas felices, como cuando uno pierde la virginidad o cuando uno pierde el celular como paso primero y necesario para adquirir uno mejor y más moderno. Pero ¿cómo fue que esto sucedió, Compañeros? ¿Cómo fue que pasó cas sin que nos diéramos casi cuenta?
En primer lugar, arriesgamos, aquel otrora estructurante discurso fue tapado (incluso, devastado) por el discurso de los Derechos Humanos. Si el discurso de la diversidad era la reapropiación despotenciada de un problematización política real durante los ‘60-’70 (el de la emergencia de los muchos en tanto muchos); el de los Derechos Humanos lo es de su homónimo de los ’80. Reapropiación despotenciada: lo actualizo sin el elemento desestabilizador. Traigo a escena el cadáver maquillado y perfumado para la ocasión. Vuelve el problema ya cerrado, ya resuelto. Y no es un problema de propietarios, sino de efectividades. Pero, también, de auto-percepciones. Si ya a fines de los ’80, el Perlongher epigrafeado denunciaba a gritos el pasaje del deseo a la tolerancia, de lo múltiple a lo diverso, ahora —con lo Derechos Humanos como centro de la problemática política— devenimos víctimas sociales de un poder (pasado, pero siempre actualizado) más que fuerzas diversas, potentes. La discusión, además, se torna una discusión de derechos. Algo (o mucho), es obvio, se pierde irremediablemente.
Un segundo motivo que podemos invocar en este soliloquio, compañeros, es el modo en que la ampliación (objetiva) del Estado desplazó a ONG’s, fundaciones y a otros tipos de organizaciones “sin fines de lucro” que ponían el acento en la diversidad como principal problema político y en la tolerancia como inexcusable virtud social. Así, grave era no abrirse a la diversidad, no ser tolerante (sobre todo, si esa diversidad estaba compuesta por brasileños que enseñan capoeira en los gimnasios o por paraguayas que ofician de mucama, pero todo daría por evitar cruzarme con peruanos con cara de secuestro o viajar sentada en el colectivo al lado de un boliviano —con el olor a ajo que tienen, por favor—. ¡Qué buena que es la diversidad! ¡Qué civilizada!
Hay un tercer motivo evidente: el sano y oportuno distanciamiento que el gobierno popular interpuso con los organismos multilaterales de crédito o financiamiento externo —como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional—; distanciamiento que cortó el flujo de dinero que (vía deuda externa) alimentaba experiencias sociales que tenían una discursividad acorde a aquellas nociones. ¡A buscar otro curro, compañeros oenegeistas! ¡A volver a mamar del gran seno estatal!
Un cuarto, y ya para ir cerrando, motivo, se vincula con que nosotros somos, de modo innato, natural, ejemplos nítidos de la real diversidad, de la tolerancia hacia adentro (hacia fuera, quizás, todo sea teatro). Heterodoxia K, leí en algún mal texto (u Omnidoxia, como muy atinadamente le fue corregido). Por eso somos los ganadores. Los que mejor la vimos. Los que más rápido actuamos.
Finalmente, entendemos que los compañeros confundidos de siempre insistan con que el neoliberalismo no ha terminado, que como en la Cuba pos-revolucionaria, permanezcan aristas del régimen anterior: ningún proceso de transformación aparece concluido en pocas mañanas. Pero digan lo digan y piensen lo que piensen, al nivel que venimos desarrollando no hay perpetuidad, no hay neoliberalismo. Esa discursividad chota, vacía, expropiadora, tendiente a enmarañar y a desarmar ya casi ha dejado de existir. Ya no se puede esconder, bajo ningún principio de tolerancia, el racismo que reaparece como reacción cotidiana al miedo ni detener, bajo ninguna idea de diversidad, las inquietantes manifestaciones de discriminación diseminadas por todo el tejido social. Porque quiérase o no, si se los mira de cerca, es esa su real dinámica social: tal como sospecha Daniel Molina del lenguaje políticamente correcto, esconden la realidad más que “mejorarla”, enmascaran los conflictos.
Alcemos nuestras copas, compañeras y compañeros, entonces, y brindemos porque el Estado ha regresado y ha puesto la casa en orden.
El más puro H.T. 

Caperucita Roja en la guerra de las ondas

Y resulta que un buen día se me ocurre prender la tele al mediodía. Me acomodo en el sillón con el gusto tramposo de quien se sabe partícipe de un ritual que le es ajeno: sentarse a ver el noticiero –el noticioso, decía mi abuela- del mediodía. Acaba de empezar América Noticias. Una mujer homogéneamente de negro –pelo, ojos, aros, blusa- anuncia la primera noticia de la emisión: Si nos habíamos indignado con la mujer que tiraba un gato a la basura, ¿se acuerdan?, ahora es mucho peor la imagen… Es una chiquita vestida de Caperucita tirando cachorritos recién nacidos al río. Coherente con la ¿línea ediorial?, el videograph reza: Tira perritos al río. La Caperucita que indigna al mundo. La imagen, claro, tiene la inconfundible calidad berreta de los videos de You Tube. Se ve una joven con un buzo rojo con capucha y pantalón negro, al borde de un riacho rodeado por abundante vegetación. Tiene un tacho blanco del cual saca uno a uno cinco o seis cachorritos y los va arrojando con fuerza, al medio del riacho. La voz en off  relata exactamente lo mismo que vemos como si no lo estuviéramos viendo, y le agrega adjetivos calificativos: “doloroso”, “aberrante”, “impune”. La voz en off -¿el periodista?- ni siquiera se anima a afirmar que los cachorritos son recién nacidos: aparentemente recién nacidos, dice. Nada se sabe de ella –de la joven-, aunque se presume que todo ocurriría en Croacia. O sea, no tiene la menor idea.
Como atento a mi carácter advenedizo, como descubriéndome polizón, como embistiendo contra el partícipe furtivo, el noticiero me reclamaba un sacrificio ritual o, al menos, un rito de iniciación. Mi ingenuidad se ahogó, junto con los cachorritos, en el asombro. ¿Amarillismo? ¡Obvio! Para empezar, buzo rojo y pantalón negro no califica como “vestida de Caperucita” ni en la peor fiesta de disfraces. ¡Y cachorritos aparentemente recién nacidos al río! La inocencia del perro, potenciada por la del cachorro, potenciada por la del recién nacido… No podía ser peor. Pero no era lo que me tuvo estupefacto. Finalmente, uno está acostumbrado al amarillismo. Calculo que habrán sido unos 40 o 50 segundos de muerte psíquica, hasta que entendí lo que me pasaba: como quien pierde el hilo de una conversación, se me había perdido el mundo, las coordenadas espacio-temporales. ¿Dónde ocurría la matanza? No es claro… En el noticiero, en la tele, en YouTube, en Internet… Si nos habíamos indignado con la mujer que tiraba un gato a la basura, ¿se acuerdan?, ahora es mucho peor la imagen… ¿“Ahora”? ¿Qué tiempo señalaba ese “ahora”? El de la memoria de la sucesión de imágenes indignantes vistas por televisión, ¿se acuerdan? Tiempo y espacio se definían en la interioridad de la relación entre el televidente y el noticiero. Ese era el sacrifico ritual: el sacrificio de toda situación.
En los ambientes bien pensantes suele darse por sentado que los cuentos infantiles transmiten “ideologías”. Caperucita roja, por caso, divide el mundo entre un interior seguro y un afuera peligroso (el bosque), en el que hay que cuidarse de los extraños (el Lobo suelto). Pero la Caperucita de América Noticias no hacía nada de esto, no nos anoticiaba acerca del mundo. En la noticia que no anoticia, lo que cuenta no son las demarcaciones o descripciones de los estados de cosas, sino la producción de estados de ánimo. La imagen vale como elemento de una situación que es puro estado anímico: estupefacción, horror, bronca.
 
Primero recordé una sátira que hacía Capusotto en Rock & Pop. Era un programa matutino tipo Radio 10, que se llamaba “¿Hasta cuándo?”. Lo conducía Armando Perez Manija, que decía, por ejemplo: 7:24 de la mañana. Otra vez los muertos, cuatro muertos acribillados en esta mañana. Protestas también de piqueteros que van a provocar caos en el tránsito y la posibilidad de que se dificulte el andar de las ambulancias y mucha gente muera por no llegar al hospital. La consultora Orteli nos prevé una inflación del %40 para este año y rumores de subas en las tarifas. Para el sábado la desocupación podría llegar al %79. Y seguimos con el ritmo de siempre. 7.25 de la mañana. Desabastecimiento de medicamentos y más muertos, entonces. Se comenta la quiebra de 15 bancos para esta tarde: congelamiento de depósitos, apertura y confiscación de cajas de ahorros. ¡Otro muerto más en la mañana! Y así empezamos la misma con toda la información, que a usted no le sirve para nada, pero le taladra la cabeza y de apoco lo va sacando y llenando de furia… Siendo las 7.25 de la mañana. A diferencia de la Caperucita de América, “¿Hasta cuándo?” sí daba noticias. Pero la presentación, la selección, la sucesión, el conjunto evidenciaba que aunque la descripción de estados de cosas no desaparece, se subordina a la producción de estados anímicos, a la lógica de Caperucita.  
Segundo, tuve que reconocer que la Operación 6, 7, 8 parte de una constatación –intuitiva o preclara, vaya uno a saber- cierta. Lo que haga con ella, el montaje  de un aparato en espejo, una contraofensiva de buena onda a base de Pimpinela y fotos de la familia, la niñez y la amistad, es otro cantar. Y es, por otra parte, lo que desata la “guerra de las ondas”. Pero la constatación es cierta: no alcanza con sentar intelectuales, periodistas o figuras variopintas a discutir las descripciones de estados de cosas, porque junto a ellas, o incluso organizándolas, hay en juego toda una tecnopolítica que tiene por objeto directamente los estados anímicos.

S.

Entrevista a Diego Rauz

CEO de una de las empresas más rentables del país y uno de los genios que alumbró el actual boom informático

Domingo a la tarde, Diego Rauz, gerente de ventas de Tech-te-let, una exitosa micro-empresa de tecnología informática, atiende a Lobo en su despacho, entre algunas latas de cerveza y pelotitas de ping-pong. Mientras acaricia su larga y no del todo higiénica barba, Rauz habla pausado, sosegado, displicente… con un ritmo algo más lento de lo habitual… aletargado. Su mirada suele perderse en el horizonte, allí donde suele ir a buscar ideas geniales e innovadoras. Así, este introvertido profesional condujo a Tech-te-let al primer puesto en diseño y ventas de Tecnología informática menor a domicilio, un mercado que hoy su empresa domina a conveniencia. Con música electrónica de fondo, nos ofrece un almohadón para que nos pongamos cómodos, y mientras juguetea con una pelotita de goma ecológica anti-stress, comienza la charla…

LS: Notamos que su empresa no es muy ortodoxa… nada es muy ordenado y sobrio… hay música, sofás y juegos en todas las oficinas… no parecen estar pasándola mal… ¿cómo entienden hoy ustedes el trabajo?
DR: Para nosotros, para nosotros el trabajo es jugar… y yo quiero seguir jugando… Si te aburrís en el trabajo es un garrón y nadie querría hacerlo. Así que nosotros buscamos la forma de divertirnos al mismo tiempo que cumplimos con nuestra tarea y producimos valor. Por ejemplo, todos nuestros empleados tienen derecho —te diría más, la obligación—de jugar al menos una hora diaria con la Play-Station. Quizá en el momento del almuerzo, o algunos llegan más temprano para jugar un rato a la mañana que la consola está más libre. También tenemos nuestros momentos liberados para contestar correos electrónicos y mensajes de texto. Bueno, pensá, nos tenemos que distraer: muchos entramos acá a las nueve de la mañana y nos vamos a las ocho o diez de la noche… y estamos todo el tiempo al palo, conectados, mirando pantallas…
LS: ¿Y a usted no le preocupa esta conexión continua, los efectos que puede producir en los trabajadores ese tiempo y dinámica de trabajo?
Un agente de Tel-te-lech en plena gestación de una idea innovadora.
DR: Sí, claro, como no me va a preocupar si yo soy uno de ellos, de los “afectados”. El enemigo acá no es tanto el aburrimiento como el burn-out, la quemadura de la bocha. Al principio solía negárselo, como si no existiera, como si fuera problema individual de cada agente. Pero ya hace un tiempo que es evidente que si no gestionamos bien nuestra vida y nuestro tiempo de trabajo la cabeza termina por estallar. Este no es problema menor para quienes trabajamos en este tipo de empresas… ni para los accionistas porque las pérdidas por licencias médicas y por juicios laborales por afecciones de salud son muy grandes. Aquí hemos desarrollado todos estos dispositivos que te contábamos y casi lo hemos neutralizado. Hay que aprender a vivir el día, hay saber descubrir las micro-felicidades.
LS: Es decir, proponen micro-felicidades para conjurar la quemadura de cabeza…
DR: Bueno, no sólo eso. Hemos desarrollado estos años diversas estrategias de (auto)cuidado, que van de talleres de prevención a la adicción al ordenador, es decir, una asistencia a aquellos que no pueden despejar su cabeza del trabajo, que no pueden alejarse de la máquina en ningún momento del día, hasta talleres de Reiki y relajación veloz. También podría contarte sobre los cursos y talleres semanales del Programa de Distracción Asistida: hay talleres de Salsa, de dibujo japonés con tina vegetal, de cocina mediterránea, de percusión africana, de boxeo virtual, de literatura contemporánea…Y te estoy nombrando solo algunos. También está el gimnasio de uso libre y medido, la sala de proyecciones con videos y películas… Incluso, te digo más, no nos oponemos al uso de moderado de cannavis sativa con fines recreativos (varias investigaciones que hemos financiado han demostrado que un trabajador fumado no sólo es algo más dócil y agradable al trato, sino sobre todo es mucho más creativo). Súmenle a todo esto que organizamos salidas todos juntos, sobre todo a boliches o a pubs alter office. Somos, en el fondo, un grupo de amigos. Acá todo lo que hacemos lo hacemos por nosotros, por quienes trabajamos acá: nadie nos puede decir que no nos ocupamos de nuestra propia felicidad.
LS: Y así y todo, ¿ganan plata?
DR: Sí, claro… nuestra empresa es primera en diseño y ventas de tecnología menor a domicilio, lo que nos reditúa alrededor cincuenta millones de dólares anuales. Nada mal para una empresa con pocos agentes… quiero decir, en realidad, un puñado de socios. El trabajo se completa con personal externo… más de doscientas motos en la calle… mecánicos, profes que dictan talleres, asistentes de higiene, etc. Todos entran y salen. Hay movimiento incesante. Todo fluye y conecta (de algún modo u otro). Hay creación. Hay vida, ¿ustedes lo pueden ver? ¿lo sienten?
 LS: Sí, sí, aunque todo es un poco extraño, una disciplina algo particular…
DR: Claro, es justamente eso lo que acá no nos cabe: la disciplina, que nos digan cómo tenemos que ser, qué tenemos que hacer, cuándo. Acá nos ponemos nuestra propias reglas, qué se puede hacer y qué no, cuándo sí, dónde sí. Tenemos espacios adecuados para fumar (está el smoking place) y espacios adecuados para descansar (o noni site). Si alguien necesita gritar o saltar o llorar, ¿por qué se lo vamos a prohibir? Después del estallido (dijo una vez un filósofo que vino a dar una charla acá… me olvidé de decirles, pero hay un taller muy activo de filosofía, del que todos participamos y una vez por mes viene algún filósofo reconocido a dar una conferencia); después del estallido, decía él, la comunidad. “Después del estallido, la comunidad” significa la imposibilidad de distinguir los espacios del trabajo, del cuidado, del afecto, de la amistad, de la diversión, de la creatividad… de la vida, decía él. Por lo tanto, debemos hacer germinar la propia comunidad en el trabajo.
LS: Es en ese marco en el que te decidiste a ser empresario… ¿Cómo se fundó esta empresa?
Un agente en pleno proceso productivo

DR: En mi caso, yo estudiaba en el colegio humanista alemán de Olivos, en el reconocido Zur kritikder hegelschen rechtsphilosophie, y a los 14 años me convocó Microsoft Argentina para una pasantía. Colaboré tres años con ellos, hasta que con un amigo se nos ocurrió la idea: armar un grupo en Facebook que se llamara “Yo quiero ayudar al Diego a que tenga su empresa”. No sé si porque los argentinos tienen una debilidad por el sinónimo local de Dios o porque el azar más puro así lo quiso, pero la gente se empezó a sumarse al grupo (en aquel momento, recuerdo, competía con aquel otro que se llamaba: “Echemos al hijo de puta de Posse del Ministerio de Educación”) y empezó a donar plata: que un peso, que un peso; que cinco pesos, cinco pesos; que alguien tradujo (nadie sabe quién) el nombre del grupo al inglés (“I want to help Diego to take their enterprise”); y pegó. Que un dólar, que otro dólar, que cien dólares. Aprovechamos y lo tradujimos al alemán (dado que era el idioma que teníamos a mano): “Ich möchte helfen Diego für Ihr Unternehmen treffen”. Y así durante un tiempo, corto, pero para cuando terminó, ya teníamos fundada la empresa y en funcionamiento. Y lo que vino después fue un torbellino de éxitos. En síntesis, como dice Osho, toda la verdad de la vida se reduce a una buena idea, a una sola. Después, el resto (cómo gestionarla, como mantenerla, como sacarle máximo provecho). Bueno, también, quizás, se requiera algo de suerte.

LS: Nos llamó la atención el slogan de la empresa: “Otro mundo es posible”, ¿por qué lo eligieron?
DR: Nos gustó, nos pareció que hablaba de nosotros, de nuestros ideales, de nuestros deseos, de nuestra ganas de vivir en un mundo que es real por virtual y virtual por real; y, por eso mismo, ya es otro. “Tech-te-let. Otro mundo es posible” surgió mientras mirábamos Lost, cuando la estábamos fundando. Ahí nos dijimos: “Qué flash no… pegó mal o hay otro mundo posible. Con sus tiempos, con sus paisajes, con sus leyes, con sus formas de vínculo. Un mundo posible pero que nadie puede hallar a menos que explícitamente se lo proponga”. Y así fundamos esta familia, una comunidad como la de Lost, una isla que, con sus modos, busca sobrevivir en conjunto. Como allí, todo aquí dentro se reduce a aprender a cooperar con el otro como regla mínima de supervivencia.
LS: Para ir cerrando, ¿cómo ven el futuro? ¿Creen que podrán seguir sosteniendo la performance de su empresa, sobre todo en un marco que muchos empresarios llaman de inseguridad empresarial y de improvisación estatal?
DR: Mirá, ni idea. A nosotros nos va muy bien. Las peleas son algo teatrales, como si se pelearan para decir “acá estamos”, “defendemos esto o lo otro”, “tenemos estas ideas”, “estos son los malos y nosotros los buenos”. Nosotros estamos muy lejos de eso. La realidad está muy lejos de eso. A veces nos parece que son todos iguales. Son un mundo, que está ahí, con el que podés interactuar, pero que también podés ignorar. Es verdad que alguna medida puede afectarte (alguna cuestión impositiva o alguna ligada a la supervisión y al control). Pero la verdad es que, en lo fundamental, está todo dicho. Las reglas posta del juego no las manejas. Las reglas son las que ponemos en funcionamiento acá adentro basadas en una regulación más general, global. Además, si preguntas acá adentro, muchos no tienen idea de quién es el Ministro de Economía (bah, ni yo me acuerdo). Y ni hablar del de Salud o Educación. Ellos en su mundo y nosotros en el nuestro. Somos nuestro propio Avatar. Este es nuestro Metaverse para nada menos real que el de ellos. O, lo contrario, ellos viven una realidad virtual algo torpe y anacrónica, e inaccesible para nosotros.
LS: Así y todo, en el plano comercial les va bien…
DR: Sí, claro. Nosotros vemos que se mueve mucha, mucha guita. Si ese es el parámetro de éxito, no veo quién lo puede negar. Con el diseño de pen drives Bicentenario vendimos muchísimo en la primera mitad del año: todos querían regalar uno. Fue nuestro aporte a algo muy groso que pasó. Y desde el año pasado comenzamos a exportar a nuestros diseños a China y a México. Una alta movida. Ahora estamos con el proyecto de amar un mouse inalámbricos –con MP4 incluido– con forma de quena. Estamos pensando en el mercado boliviano y peruano: “el ratón del altiplano”, se va a llamar. Esperamos tener suerte, man.

Entrevista a Fernando Moiguer

De paso por Buenos Aires donde disertó en el marco del IV Congreso Nacional de Marketing, el titular de Compañía de Negocios Moiguer, Fernando Moiguer dialogó con Lobo. El empuje del consumo interno, la evolución de las marcas, los nuevos fenómenos del branding y la construcción de la marca K.
 
 
LS: ¿Cómo sigue el ritmo del consumo?

FM: El consumo vuela. Y sigue volando, aterrizará un poco en el segundo semestre y si Argentina crece 7 puntos este año, lo cual es probable, 5 puntos son consumo interno. El consumo vuela, no vuela homogéneo, pero es plazas como Córdoba el crecimiento del consumo se expande desde la lógica sojera. Marzo, abril, mayo han sido meses muy buenos.
LS: ¿Y cómo ha impactado en las marcas?
FM: Las grandes marcas no han sido afectadas en su pacto con los consumidores, pero hay unos movimientos donde los promedios ya no van porque hay pocos bienes transversales, que van a todos los niveles y edades como la telefonía celular. El otro punto es que si bien tenemos una inflación fenomenal no es una tasa que vaya a reventar y para el empleado en blanco no ha habido una fuerte pérdida de salario real. Sí ocurre en la economía en negro, pero se recupera con la Asignación Universal por Hijo.
LS: ¿Qué impacto final tendrá las 50 cuotas?
FM: Las 50 cuotas vienen justo a cerrar este punto porque van para todos los bienes. Lo que hay que entender es que el poder lo tienen los bancos y no el retail y eso es un problemón. El retail perdió el control y no pueden hacer nada y están cautivos de los bancos.
LS: ¿Con la inflación de costos hay solapamiento entre primeras y segundas marcas?
FM: Hay solapamiento entre primera y segunda y entre las nuevas primeras. Atrás de cualquier marca hoy hay un chinito, con lo cual las marcas son cada vez más fácil de comoditizar. Exagero, pero es así. Cada vez más calidad, mejor producto y la marca es el diferencial por eso ahora las marcas son del CEO. El CEO en la marca hoy encuentra uno de los pocos diferenciales para llevar el negocio adelante. Las marcas bien construidas son las que están caminando. Hoy las marcas son tarea de la alta dirección.
LS: Pagani y Crespo se “apropiaron” de la alianza Coca-Cola Arcor y construyen marcas en conjunto
FM: Exacto. Una marca como Arcor, pudiendo negociar con Coca-Cola, hace 10 años era imposible. Pero ambas se necesitan y se ponen de acuerdo los CEOs. El CEO de Coca tiene una construcción de marca mucho más potente, pero es natural y cada vez más va a ocurrir.
LS: ¿Qué se viene en el mundo del branding?
FM: Muchas cosas. Una es cómo las marcas procesen no Internet, sino entender que es una red. Que no pueden bajar de arriba, sino que son pares. Si una marca esta cerca de uno, no es oportunista ni agresiva, a la primera de cambio uno se sienta a tomar un café con la marca. Coca-Cola lo hace muy bien en general, pero hay categorías en las que no, la piña que se está comiendo en aguas saborizadas es extraordinaria.
LS: Hablas de un consumidor político, ¿cómo sería?
FM: El que te piquetea las marcas, piquetea y demanda lo que no recibe de otro lado. En la blogósfera se ven cosas infernales. O se da el caso de Fibertel donde la comunidad, la gente, lo que dice es “dejame elegir”, no dice Fibertel. No defiende a Fibertel, es un punto fantástico y la compañía lo entendió así. La marca tiene que acompañar lo que dice la gente. Y lo que puedo decir es que la manera cómo se resuelva el conflicto es cómo se van a construir las marcas en la Argentina los próximos 20 años.
LS: ¿Para tanto?
FM: Sí. Es tremendo, hay un antes y un después de cómo se resuelva esto.
LS: ¿Y el kirchnerismo tiene marca propia?
FM: Está construyendo muy bien la marca. Por oposición, tiene postura, genera promesas verificables, construye vínculo. Es una buena construcción. El kirchnerismo es marca y es post 125. Te guste o no te guste. Entre los jóvenes de Buenos Aires hay un fenómeno interesante porque es cool ser joven kirchnerista. En Córdoba no pasa porque es muy gorila. La pelea con Clarín le da identidad al kirchnerismo porque es encontrar alguien grande.
LS: ¿Y los medios?
FM: Los medios van a tener que cambiar su arquitectura de marca porque tienen que cambiar su pacto con la sociedad. Antes el pacto con el medio era informar y tener la primicia. Hoy no hay manera de llegar con algo rápido. Ahora el tema es qué se hace con la info.

 

Sacando la mierda de la escuela

 

Hay frases clarificadoras, frases cuya sola elocución consigue revelar, con excepcional talento, aquello que requeriría horas (o tomos) de paciente explicación; frases que logran condensar, de modo sublime, una sensibilidad social que, por decoro o hipocresía, suele relegarse a la intimidad de la cocina familiar o, como en este caso, escapar furtiva cuando las vallas psíquica de contención son desbordadas por incontrolables estallidos emocionales. Frases investidas de clandestina magia (como “Fue la mano de Dios” o “Se le escapó la tortuga”). Frases memorables.
Martes pasado, cuatro de la tarde en la 207 de josecepáz. Nuestra presencia allí obedecía tanto al azar como a que —como es público y sabido— nos apersonamos a fin de realizar un cobro para la emprendimiento de reparto de agua mineral en bidones que, aprovechando el crecimiento económico, montamos con otro compañero de la Asamblea de Pensamiento Marxista (en Carta Abierta). Allí, mientras la Directora firmaba el Remito —con su rostro endurecido, sus ojos cerrados, su mano temblorosa y su rancio y dulzón aroma a naftalina— advino, fulminante, el estallido (parece, según contó después Nelly, la portera, esta situación se repite tarde a tarde por distintos desencadenantes. En este caso, dicen, se debió a una travesura de los chicos de quinto: habían desnudado a un compañerito, habíanlo atado con cables y habíanlo confinado al interior del piano… con la consecuente sorpresa que este hecho suscitó en la maestra de música cuando, a minutos de haber comenzado su clase con los de segundo y dispuesta a entonar la por todos reconocible Fuego en Animaná, vio aflorar de adentro del cordófono simple a ese Adán sin hojita ni manzana… y amarrado como un hereje antes de ser incinerado en la hoguera). Junto al estallido —acá llegamos a dónde queríamos llegar— la frase clarividente y rabiosa:
No puede ser… no aguanto más… Con el trabajo que nos costó sacar a toda la mierda de la escuela, con esta Asignación Universal por Hijo nos la vuelven a meter… ¡Así no se puede seguir!
Noten, camaradas, la atormentada sabiduría que encierra este, quizá desmedido, testimonio; noten cómo da cuenta —quién podría negarlo— de un estado psíquico alterado, perturbado, desbordado; de un odio irrefrenable condensando en un solo ser; un ser que, impotente, se quiere autoridad… pero se quiere autoridad cuando se ha agotado toda posibilidad de serlo, cuando ya no hay recetas, ni modelos, ni imágenes disponibles para construirse —seguimos con la frases— como quien lleva “la sartén por el mango” o como quien “corta el bacalao”, por no decir, como decía mi abuela, la española, quien “maneja el cotarro” (¿qué carajo será el “cotarro”?)
Estudiante en su cotidianidad hiper-estimulada
Pero ¿es sólo una imagen pretérita, una imagen de lo agotado, de lo ya-sin-vida? ¿O, por el contrario, es imagen exquisita de una subjetividad bien actual, bien real, bien presente; imagen nítida de una suerte de fascismo contemporáneo, de un racismo naturalizado e incorporado, como axioma, a la vida? ¿Y qué pasa cuando este racismo se asume como piso, como invariable; cuándo corremos, con cierto disimulo —como quien pega el chicle abajo la silla— nuestros límites de tolerancia?

Debemos, no obstante, destacar una segunda cuestión, un segundo significado de aquella frase. Queremos decir: esta expresión también da cuenta (léase esto como una autocrítica, si así se lo quieren) del nivel de congénita improvisación, de cómo la política (tal cuál entiende por ella el ciudadano cualquiera) parece sólo poder existir como gestión de la dermis social, de lo que hay de más superficial en los vínculos sociales; de cómo el gobierno y la soberanía devienen necesaria gobernabilidad (“gobernar segundo a segundo y centímetro a centímetro”, solía decirnos el compañero Néstor allá por 2003, cuando todo esto recién empezaba). Visto desde aquí, no nos hallamos sino ante una sentencia que ensaya exponer, con inquietante énfasis, las implicancias psíquico-subjetivas de un plan que exige como contrapartida la escolarización compulsiva, pero que no prevé generar las condiciones reales para su realización… a menos que sea menos importante la realización efectiva que la curiosa eficacia de su mera existencia. Una experimentación sin previo aviso. Un salto (empujado) sin red.
                      
Estudiante en un evidente momento de sub-estimulación
De este modo, la frase citada no hace más que evidenciar la tensión entre el sustrato neoliberal de las instituciones que quedaron en pié (una escuela que —de modo antagónico a sus propios fundamentos modernos— funciona expulsando, excluyendo, “sacándose la mierda de encima”) y la incorporación compulsiva a la nada, a un vacío sabido y asumido, pero que existe como modo de señalar dónde está la capacidad de reglar, de inventar las reglas del juego. Una frase que, en este marco, no puede sino poner de relieve la fragilidad subjetiva (de la Directora, de todos nosotros), tanto como la fragilidad del proceso de transformación de nuestro gobierno popular.
Con todo, focalicemos en lo que hay de estructural en todo esto, puntualicemos en el racismo como rasgo contemporáneo de lo más arcaico que queda en nosotros, de lo más primitivo, de los más primario (cuando “primario” se vuelve sinónimo de no racionalidad, de estado de naturaleza animal, cavernícola); y en la gobernabilidad como el rasgo más actual, más novedoso, de la gestión de la vida, del mundo. ¿Es posible neutralizar el racismo? ¿Es posible el propio control de la vida?
Quién sabe…
Horacio Tintorelli (in Open Letter)

¿Cuánto soportamos por la puta guita?

Sobre el garrón laboral y el currículum oculto

Partimos de una certeza: ir a trabajar es un garrón. Pero, ¿qué es trabajar en las sociedades actuales? Digamos que si no pensamos nosotros estos malestares laborales, entonces lo hacen las empresas y las publicidades.

En la actualidad el trabajo no es “el ordenador social” principal de nuestra vida y de nuestro tiempo. El trabajo no nos otorga una identidad social relevante. No somos metalúrgicos, mecánicos, choferes… Está claro que no es el medio para acceder al reconocimiento social. Hoy en día se reconocen otros signos (como los del consumo: las llantas caras, el próximo-nuevo celular, el auto de las publicidades.). El sacrificio del “gil trabajador” ya no encandila, sino las habilidades del que “la hizo bien”.


Si lo principal es entonces la puta guita, se desfonda la idea de trabajo: vamos detrás del ingreso económico. Queremos la puta guita, pero no trabajar. De nuevo: trabajar es un garrón.
Pero, ¿qué hacemos en ese tiempo laboral?, ¿qué saberes sacamos del fondo de los bolsillos? ¿Cuándo aguantamos, cuándo soportamos, cuándo muleamos? ¿Qué hacemos con ese (¿inevitable?) garrón?
Los trabajos pueden volverse verdaderos campos de batalla en donde aparecen los diferentes fondos de pantalla sociales: el desierto (la lógica de la indiferencia), la selva (el canibalismo del “empleado del mes”, el individualismo, la autogestión), la exigencia al mango (como las publicidades de energizantes o los remedios que convocan nuestra fuerza vital para “rendir más”). Pero también en el trabajo se crean trincheras donde nos encontramos con otros (donde se dan escapes, huidas, que a veces se vuelven verdaderas fugas).
En los trabajos podemos mulear o soportar (estos momentos siempre son individuales). También podemos aguantar (creando nuevos espacios y tiempos, siempre requiriendo del otro). En los laburos podemos ser indiferentes con la situación de los otros, con el malestar de nuestros compañeros de laburo y con nuestro propio malestar. Pero también podemos ser indiferentes en versión activa: podemos desoír a la autoridad y a los mandatos sociales publicitarios.
El currículum oculto
Pensemos en la “oferta” de trabajos disponibles para los pibes y pibas. Y en los “requisitos” que nos ponen como condición para trabajar. ¿Qué saber necesitan de nosotros? ¿Qué información útil y necesaria portamos en nuestros cuerpos para el mercado o para el estado? Hay muchos datos que completar en un currículum vitae, pero ¿qué hay del “currículum oculto”?
Hay algo implícito y hasta obvio que requieren de nosotros y que no aparece como condición visible en el currículum.  Hay un currículum oculto del pibe y la piba: se trata de sus formas de vida, de las subjetividades, los saberes y la información que portamos para habitar y movernos en los territorios actuales.
Hay cosas que se requieren de nosotros y que no aparecen en la entrevista laboral: por ejemplo, el conocimiento de la calle en el caso de los motoqueros o los cadetes.
El aguante como saber y estrategia generacional, la creatividad, lo anímico, la disposición de todo nuestro cerebro y cuerpo para el trabajo. Un arma de doble filo para nuestros empleadores…
Cadeteando

Para cadetear la calle en moto, en bici, o a pata hay que bancarse miles de quilombos e imprevistos. Por eso las empresas requieren de tipos curtidos. Buscan tipos que la aguanten, que aprovechen todo su saber y experiencia callejera para desplazarse por la ciudad. Si hay que hacer cincuenta trámites en cinco horas, entonces… a desplegar estrategias. Ahí surge la solidaridad y la red. Vos bancas en una de las filas, mientras el otro te está bancando en aquella a vos. Pegás onda con las cajeras y cajeros, para ser más eficaz. Vas a mil por las calles. Y ante cualquier quilombo saltamos todos. Sabemos quiénes están en tal esquina y quiénes en la otra. Todo esto forma parte del currículum oculto. A todo eso se lo valora y se lo pone a trabajar. Todo eso es lo que termina volviendo difusos los límites entre trabajo y no-trabajo.

 Y entonces las preguntas nos apuran: ¿cuándo aguantamos, cuándo nos solidarizamos con el otro? ¿Cuándo nos volvemos creativos para nuestro propio beneficio y el de los amigos y cuándo para que nos sigan muleando y exprimiendo? ¿En qué punto le estamos regalando todo nuestro saber y experiencia al empleador? ¿O es eso lo que “vendemos” como fuerza de trabajo? ¿O esos gestos son grietas en el mundo laboral, escapes del tiempo-garrón que es el trabajo?
Siempre está el peligro de que seamos nosotros mismos los que nos exprimimos, convirtiéndonos en auto-empresas que gestionan cada vez más trámites para hacer unos pesitos extras, por ejemplo. ¿Cuánto valen las caídas, choques y muertes, por estar recorriendo la ciudad a las chapas? ¿Cuándo nos ponemos como combustibles de esta sociedad precaria y cuándo estamos creando zonas de libertad?
¿Cuándo le robamos “algo más” que la puta guita al laburo? ¿Cómo robarle espacios habitables a las horas laborales? ¿Cómo alargar los tiempos propios? Cuando los trabajos actuales son puros medios para obtener la puta guita, en ese “algo más” se juega todo. Algo más que el ingreso económico, algo intangible: los deseos, los anhelos. Ese “algo más” es la apuesta. Es el pasaje por los espacios laborales esquivando las muleadas o el mero “soportar”, para ir tejiendo libertades…
Colectivo Juguetes Perdidos

Tomarse las tomas en serio:

el humor como máximo nivel de elaboración política*

Lo más interesante del conflicto que estamos protagonizando es cómo éste logró alterar los lugares de cada quien, los roles que estaban legitimados. Nosotros, los chicos, conseguimos mayor capacidad de entendimiento del mundo escolar en el que nos movemos. Nos sirvió, además, para comprender muchas cosas de los adultos, de las instituciones, de los medios, pero también cosas sobre el funcionamiento de los jóvenes militantes y de su hacer política.

Hacer política

 
Por política no entendemos afiliarse a un partido o tener ciertos discursos generales. El “Fuera Macri” es coherente en sí, pero también es bastante obvio. Hay otras maneras. La toma es, sin duda, una forma importante de apriete al gobierno, una medida de lucha. Pero, al mismo tiempo, es una medida totalmente trillada y que rápidamente remite a otras épocas de este país, lo que genera en los estudiantes un sentimiento vinculado a un modo de hacer política muy tradicional: el de los compañeros.
Pero estamos, también, los que participamos de este movimiento de tomas de manera más ajena, más distante; los que nos damos cuenta de que algo anda mal cuando todos estamos reclamando y cuando esta forma basada en el reclamo no deja lugar a otros modos de involucrarnos que no sea el tradicional militante. O más puntualmente: nos involucramos cuando nos enteramos de que se iniciaba la toma, pero generamos una idea propia de la toma con nuestra actividad permanente. Y eso nos parece lo más interesante.
Lo que tenemos que buscar durante las tomas son nuevos discursos, no solamente sobre Macri, sino sobre cualquier otra cosa. Y eso no se logra fácilmente. Se consiguió hasta ahora un nivel de elaboración (¿política? ¿discursiva?) muy básico: se consiguió exigirle algunas cuestiones al gobierno (cuestiones que, hasta el momento, sólo se concedieron en algunos colegios), se consiguió hacerle saber a los estudiantes que está todo mal con Macri. Son cosas que están bien. Pero es lo máximo a lo que hemos llegado. El desafío sigue siendo llegar a otros niveles de la propia experiencia y del lenguaje con el que se la cuenta. Por ejemplo: contar la elaboración de pensamiento en los chicos. Agarrar y ponerte a hablar de cualquier cosa. A nosotros nos entretiene más hablar sobre lo que puede generar una película o discutir sobre lo que la tele está diciendo en torno a la inseguridad, y lograr diálogos interesantes. Eso nos parece mucho mejor (más divertido, más profundo) que quedarse en la confrontación con Macri.
Sobre los medios
En los medios aparece siempre el mismo tipo de pibe o piba, que dice siempre más o menos lo mismo. Pero la toma es mucho más heterogénea. Y pasan muchas más cosas que lo que los medios logran captar, muchas más cosas que las que este tipo de pibe o piba logran ver.
Nos parece interesante que se vea al adolescente haciendo algo. Nos parece mal que sólo se lo vea como el pibe toma-colegio con un discurso armado. Y eso fue lo que lograron los medios. Nos gustaría que discutan los pibes que tienen otro punto de vista, que se pueden quedar callados ante una respuesta o decirte no lo entiendo, en lugar del gesto militante de todo el tiempo responder buscando en sus archivos.
Si sos un periodista y querés llevar a alguien para discutir con Feinman vas llevar al pibe que esté gritando canciones ahí afuera y no al que está a un costado porque esas canciones le parecen lo más boludo que hay y, sin embargo, participa de la toma. Aún así, ¿qué le interesa al periodista ese pibe que está ahí con gorra, ropa deportiva, con cara de culo, mientras ve a un pibe al lado con buzo hippie, tocando la guitarra y fumando? ¿A quién va a preferir entrevistar?
Al margen, nosotros no dejamos entrar a los medios al colegio. Vino CQC y decidimos que no pasara, porque nos parecía funcional al gobierno de la ciudad.
El humor como lucidez
Estuvimos en la asamblea general de la Coordinadora Unificada de Estudiantes Secundarios (CUES) que se hizo en nuestro colegio y fue una pérdida de tiempo. Entre los chicos que van a la CUES no vemos muchas diferencias. Es dudoso que un chico como nosotros se movilizaría para ir a la CUES, porque de verdad nos parece poco interesante. Quizás nos hubiera gustado estar el día que se decidió la toma general en los 24 colegios, para ver lo que puede mover de otras maneras y hace estallar esa situación más convencional.
 Eso es exactamente lo que decimos que no se pudo elaborar: que ese chico agarre y se siente y piense de manera más abstracta por qué está ahí, que analice la situación. Lo que suele darse entre nosotros, con los amigos, es describir lo que pasa pero de manera más bien irónica, burda, tratando de desarmar los estereotipos que se imponen. Para nosotros ese tono de joda es pensamiento. Lo que pasa es que cuando te juntás con cuarenta personas ese modo ya es inaplicable. En la situación de asamblea hay que hablar de otra manera. Y lo hicimos porque nos tocó. Pero a nosotros nos hubiera encantado tener a 30 pibes jodiendo sobre lo que pasa y nos hubiera parecido increíble lograr eso en política. Porque la política, ya dijimos, es mucho menos afiliarse a un partido o tener ciertos discursos generales que que un grupo de pibes logre colectivamente problematizar una situación, encontrarle su lado grotesco, su lado estereotipado, sus lados agotados y sus posibilidades. No sabemos cómo hacerlo, pero si lográramos generar esos espacios se abriría otra manera de elaborar desde los pibes, con otro lenguaje. Que no sólo entiendan el estereotipo, sino que accedan a la situación en sí, a través de la burla y el absurdo. Porque ese tipo de humor es para nosotros entender la situación. Con ese humor podés diferenciar cada personaje, evaluar su papel. Y lograr ese reconocimiento junto a otras personas, a través de una situación de humor que es a la vez lúcida y entretenida. Creemos que llegar a hacer eso es lograr el máximo nivel de elaboración política posible. Ese tipo de humor te permite entender totalmente la situación y todo lo que interviene en ella. Estás totalmente lúcido de lo que pasa y podés bromear sobre cada cosa (¡sólo cuando comprendés de qué se trata cada cosa podés elaborar un buen chiste!).
Obviamente, también tenés que tener la capacidad de darte cuenta en qué situación la joda no debe hacerse. Por ejemplo, en los medios no podés bromear. Porque para que el chiste funcione tenés que tener cierta intimidad con el otro, necesitás haber compartido un tiempo con la persona y participar de la misma situación, estar sumergido en ella, comprenderla en el detalle. La lucidez depende también de la confianza.
¿Sería, entonces, como una Barcelona que se encarga de la situación de los colegios? No, porque ellos piensan todo el tiempo en las personas a quienes va ir dirigido el chiste y nosotros pensamos en las personas que estamos participando. Nos encantaría que hubiera más gente para integrar a esa relación, abrir la inteligencia que allí se crea a otros que estén en otros lados, pero no vemos forma de hacerlo.
El lenguaje de la ironía es selectivo, hay personas con las que no podés entenderte en estos términos. En cambio, la funcionalidad que tiene el discurso militante más clásico es que es un código fácilmente comprensible para todos, incluso para el que no está de acuerdo. Pero por eso mismo te encasilla. Pero por eso mismo muchas veces sospechamos que está agotado.
*Extracto de diálogo entre la agrupación Free (Frente Estudiantil) del Normal N° 4 y el Colectivo Situaciones / Buenos Aires, septiembre 2010.

Taller de coyuntura

Infrapolítica

Intentaremos darnos un concepto que nos permita pensar la politicidad actual más allá de lo que vemos y leemos en los medios masivos de comunicación. Si asumimos que la política es eso de lo que habla la sección Política de los medios, ¿podemos suponer que existe un espacio que acompaña a la política desde abajo, una dinámica que podríamos llamar infrapolítica?
Hablamos de infrapolítica para nombrar un fenómeno actual y coyuntural, que no es fácilmente asimilable a las categorías con las que venimos pensando lo político. En una nota recientemente publicada en el diario Página 12 sobre las tomas en los colegios secundarios de la Ciudad de Buenos Aires, los/as chicos/as dicen “somos hijos de la crisis de 2001”. No se trata de chicos del 2001. Sino de hijos de aquellas jornadas. Hijos muy diferentes a los hijos de la política de los años 70. Explican: “nos interesa la política pero desconfiamos de lo políticos”. Y esa desconfianza, intuimos, puede convertirse en un central de la micropolítica.  
Se trata de expresiones que difieren de los movimientos del 2001, pero son herederas de ellos. En aquel entonces, las asambleas barriales, los centros de trueque, los movimientos piqueteros y los grupos anticorralito se organizaron en un contexto de estallido de la macropolítica. Hoy, en cambio, hay una revitalización de la política. La pregunta es si junto a este reverdecer de la política no surgen dinámicas nuevas, subterráneas tal vez, prácticas que tratamos de entrever. 
Hablamos de infra y no ya de micro-política. Si bien Delueze y Guattari nunca se referían a la micropolítica como algo chico (la micro tiene siempre la misma extensión que la macro) los últimos años hemos experimentado micropolíticas del refugio en lo pequeño, reducidas a lo local. Como las micropolíticas, la infra comparte con las micropoliticas la ligazón con las situaciones concretas. Pero elegimos el nombre de infra para remarcar el modo en que estas micropolíticas actuales se extienden en toda la dimensión de lo político. Más que una diferencia de escala, lo que distingue macro y micro, macro e infra es una diferencia de reglas de constitución, de modos de existencia.  
La infrapolítica va cerca de la política, pero a distancia. Hace política y, al mismo tiempo, desconfía de la política. En esa desconfianza radica su heterogeneidad, su forma singular de actuar. La política está regida por una racionalidad pragmática (en el sentido que su lógica es de uso, de fuerzas, de tácticas). Lógica de poder, en la cual resulta imprescindible coaligarse con otros por pura necesidad. La infrapolitica, en cambio, es una dimensión ética, en el sentido que su punto de partida consiste en declarar que un estado de cosas nos resulta intolerable. Todo empieza cuando decimos: “esto no lo quiero”, “esto no lo soporto más”, “esto no”.
Los estudiantes, para seguir con nuestro ejemplo privilegiado, se niegan a seguir cursando en las condiciones edilicias en las que lo hacían. Las tomas se sostienen en esa expresión de disconformidad, que convive con las demandas de las agrupaciones políticas, y al mismo tiempo a una cierta distancia de lo político como tal. En una entrevista (“Tomar la toma en serio”, dialogo entre agrupación Free y Colectivo Situaciones), pibes y pibas del Normal 4 que sostienen la toma del colegio comentan su incomodidad con el discurso de los militantes, dicen que no se sienten representados, que ellos no hablan así, no piensan así.
La toma es el espacio de otras experiencias, de otros lenguajes, donde lo infrapolítico se habla cuando se charla sobre una película o sobre lo que dice un diario y no simplemente cuando se critica a Macri. Donde lo infrapolítico se habla en otros tonos, donde el chiste o la ironía encarnan una crítica a las formas tradicionales de hacer política. Una ironía que no es cinismo, porque no se coloca por fuera de lo que expresa, no pasiviza. Por eso la infrapolítica no es (en ningún sentido) semejante a una “antipolítica”, el rechazo a los intereses constituidos no se traduce en desinterés. 
En el escenario de la política los actores están siempre ya-constituidos y se enfrentan por intereses (igualmente constituidos: estado, clases). En las politicidades que describimos (infra) los actores están en constitución y no responden a intereses establecidos previamente. Son espacios en los que: (a) se generan modos de vida y modos de percepción, mientras que la macropolítica (b) es el reino de la representación.
El principio de representación permite hablar por otros, callar a unos, hacer hablar a otros a partir del lenguaje ya estructurado de la política. Un lenguaje que es el mismo que el de los medios de comunicación. Así funciona la lógica de los medios, creando estereotipos: de la diversidad de quienes participan en las tomas los medios eligen entrevistar a los militantes, cuyos discursos caben en las gramáticas de la política. Las otras voces son más difíciles de asumir en la televisión. Al igual que un sonido incomprensible no se interpreta como música sino como ruido, no se reconoce esas voces como discurso político.
Cuando esos tonos disonantes se acompasan y la experiencia de la toma cristaliza en un lenguaje político, en un “lenguaje de la toma”, eso es más el límite de la infrapolítica que su potencial. Eso que a quienes tenemos una afinidad política nos suena bien, nos produce empatía, evidencia una captura de la política.
Contra ello, la infrapolítica insiste con su “ruido” (ya decíamos en la reunión pasada que en la política había una cuestión de oído) que quiere expresarse. No se contenta con lo micro, con ser el lenguaje que se crea entre dos, en los intersticios. La infrapolítica irrumpe, es algo que acontece. Cuando emerge ¿podemos decir que está colonizando la política? No sabemos si la coloniza, pero si la interpela, la obliga a responder y, en ese punto, altera la fijeza del lenguaje establecido.
Hay una cierta fluidez entre los dos órdenes, que nos lleva a considerar a la política y la infrapolítica más como dos polos de un continum que como una dicotomía. La infrapolítica podría ser el suelo donde surgen los elementos que luego retoma la macropolítica, un nivel embrionario. Pero consideramos, al mismo tiempo, que la infrapolítica también puede retomar por su cuenta elementos de la política. 
La infrapolítica supone siempre un exceso sobre los códigos de la política: una emergencia de la multiplicidad de relaciones, algo imposible de subsumir a la lógica de la representación. Lógica de la proliferación y la ambigüedad, allí donde fracasa la idea de un “pueblo” más o menos homogéneo,  para quien politización equivale a representación, cuerpo único y todo unificable, representable. La infrapolítica designaría (si finalmente adoptamos el concepto) aquello que nunca se puede traducir por completo al lenguaje de la política, aquello que siempre sigue resonando como una política a (cierta) distancia de la política.  
Anexo: Lo que resuena la política
Nos preguntamos por lo que escuchamos cuando nos proponemos pensar la coyuntura política. Así como resulta evidente que en música o en el psicoanálisis hay un asunto de oído, podemos partir de que también en política hay una dimensión de oído. También en la política hay mucho ruido, melodías gastadas y clichés que tienden a repetirse. Entonces: ¿qué es lo que escuchamos cuando escuchamos, dónde ponemos la oreja, que pliegues, qué registros priorizamos?
Por ejemplo, entre las sonoridades de este último tiempo tenemos un gobierno que nos hace oír ciertas cosas en relación con la última dictadura. El gobierno interpela al empresariado y denuncia a los empresarios vinculados con ella, distinguiendo entre capital cómplice y capital no cómplice (seguramente los Grobo entran en esta última posición). ¿Esta de complicidad con la dictadura, a propósito de la batalla con Clarín, la historia del Papel Prensa, se deja interpretar como superación del neoliberalismo? ¿Estamos en un momento posneoliberal? ¿y que sería el posneoliberalismo?
Ante todo: ¿qué cosa es el neoliberalismo? Es un problema de oído. Puede que la dictadura haya sido más la destrucción de cierto “estado social” construido a partir del peronismo que la construcción sistemática de un estado neoliberal. Una destrucción a partir de la cual, en los 90, se afianzó una política centrada en el individuo y una economía centrada en el capital privado.
Es interesante hablar de estado-neoliberal. Porque la cantata “neo” hablaba contra la intervención del estado. Y cuando hoy se habla contra la fase neoliberal de los años noventa se afirma que el estado tiene que intervenir más. Desde ambas posiciones se silencia (como el silencio en la música) la existencia de un estado neoliberal, de intervenciones propiamente neoliberales.  
¿El neoliberalismo es un intento de recuperar el liberalismo de antaño o apunta a una nueva forma de relación entre estado y mercado? Gustavo Grobocopatel, un ejemplo de “capital-no cómplice” tuvo un debate con Mempo Giardinelli y Aldo Ferrer en Pagina 12 (lo esencial ocurrió entre el 11 al 18 de agosto de 2010). Allí sostiene que “es fundamental tener políticas de incentivo a la inversión, al combate contra la evasión y un estado fuerte y dinámico”. El empresario sojero –cuyas ganancias provienen del mercado internacional y no del consumo interno– pide un “estado fuerte”.
Una posición similar expresa hace solo dos semanas Enrique Iglesias, ex director del Bid quien se considera al mismo tiempo neoliberal y neointervencionista. Desde su punto de vista la crisis actual extrema la identidad entre mercado competitivo y fuerte intervención estatal. 
Una postura liberal estaría orientada a que el estado dejara libradas al mercado crecientes porciones de la economía. En el neoliberalismo, en cambio, el empresariado pide un estado que regule. Pero no se trata de agentes excluyentes, se deshace la disyuntiva-excluyente entre estado y mercado. El estado no limita al mercado desde afuera, sino que participa de su trama, lo incita y lo constituye.
Esta es una poco la lección de Foucault en “El nacimiento de la biopolítica”: en el neoliberalismo el estado brega por las extremadamente complejas condiciones en las cuales los mercados pueden funcionar.  

En vez de limitarse a que las políticas públicas beneficien a su sector, el reclamo de Grobocopatel se centra en que haya una política integral de desarrollo económico para el país. El neoliberalismo no es un discurso antipolítico, es un discurso político. No se trata solamente de un argumento de los empresarios para ganar más dinero. Existe también un neoliberalismo popular, una forma de ver las cosas, una racionalidad que ha penetrado tramas populares.

El neoliberalismo no impone “un” modelo de acción o un modelo de vida, su lema es “hace lo que quieras, pero que produzca valor mercantil”. Se trata de una racionalidad que supone que el principio racional de toda relación social debe estar orientado a generar dinero. Lo que no produce ganancia no tiene sentido. La vida es un capital humano que tiene que valorizarse. Los pobres no pueden tener muchos hijos porque si estos se echan a perder sus hijos no van a ser suficientemente productivos.
Esta racionalidad es efectiva en áreas enteras de la sociedad, más allá de la tónica del gobierno. Hoy el discurso oficial no es un discurso neoliberal, y se han tomado medidas que no son neoliberales, como la asignación por hijo o la ley de movilidad jubilatoria.
¿Se puede pensar a los planes de asistencia social como oportunidad de modos no-neoliberales de producción de lazos sociales, en tanto entrañan acciones que no están orientadas a generar valor mercantil? Desde una racionalidad eminentemente neoliberal, el objetivo de estos planes puede ser el de evitar que una porción de la población que podría ser conflictiva interrumpa el circuito de valorización capitalista. El neoliberalismo, que tiene como imperativo que todo lo que es en la sociedad produzca valor en el mercado, para funcionar necesita exceptuar ciertos cuerpos de esa valorización.
La exceptuación que así se aplica puede abrir a experiencias diferentes de las que produce el capital: relaciones sociales por fuera del trabajo. Fuera del trabajo no quiere decir fuera de la producción de lo social. Fuera del trabajo puede ser fuera de las delimitaciones de valor trazadas por el mercado, puede ser el espacio para una racionalidad donde toda vida es necesaria.

¿Y si dejáramos de ser ciudadanos?

Manifiesto por la desocupación del orden
Por Santiago López Petit

Nos interpelan como ciudadanos
Hoy el ciudadano ya no es un hombre libre. El ciudadano ha dejado de ser el hombre libre que quiere vivir en una comunidad libre. La conciencia política que no se enseña sino que se conquista, ha desaparecido paulatinamente. No podía ser de otra manera. El espacio público se ha convertido en una calle llena de tiendas abiertas a todas horas, en un programa de televisión en el que un imbécil nos cuenta detalladamente por qué se separó de su mujer. La escuela, por su parte,  no tiene que promover conciencia crítica alguna sino el mero aprendizaje de conductas ciudadanas “correctas”, variaciones de una pretendida “educación para la ciudadanía”. Las luchas políticas parecen asimismo haber desaparecido de un mundo en el que ya sólo hay víctimas de catástrofes diversas (económicas, ambientales, naturales…). Y, sin embargo, cuando los políticos se dirigen a nosotros, cuando se llenan la boca con sus llamadas a la participación, siguen llamándonos ciudadanos. ¿Por qué? ¿Por qué se mantiene una palabra que, poco a poco, se ha vaciado de toda fuerza política?
Antes que nada porque la identidad “ciudadano” nos clava en lo que somos. Nos hace prisioneros de nosotros mismos. Somos ciudadanos cada vez que nos comportamos como tales, es decir,  cada vez que hacemos lo que  nos corresponde y se espera de nosotros: trabajar, consumir, divertirnos… Votar cada cuatro años en verdad no es tan importante. Es mediante nuestro comportamiento, y en el día a día,  como realmente  insuflamos vida a la figura  moribunda del ciudadano.  Y, entonces,  se nos concede una vida. El ciudadano es aquel que tiene su vida en propiedad, más exactamente, aquel que sabe gestionar su vida y hacerla rentable. En última instancia, un fracasado social no es un auténtico ciudadano,  es un ciudadano de segunda clase. Ya no digamos un inmigrante sin papeles que sólo puede una sombra estigmatizada a nuestro servicio. Decir ciudadano significa decir creer. El ciudadano no es el que piensa, es el que cree. Cree lo que el poder le dice. Por ejemplo, que el terrorismo es nuestro principal enemigo. O que la vida está hecha para trabajar. En definitiva, es el que cree que la realidad es la realidad, y que a ella hay que adaptarse. Pero es complicado creer en una realidad que se disuelve por momentos: tenemos que ser trabajadores y no hay puestos de trabajo; tenemos que ser consumidores y las mercancías son gadgets vacíos; tenemos que ser ciudadanos y no hay espacio público. Por eso el ciudadano ha entendido perfectamente que para moverse con éxito tiene que guiarse por la antigua consigna publicitaria: “busque, compare, y si encuentra algo mejor… cómprelo”. No es cínico, es una figura triste que no tiene fuego dentro. Para ser un buen ciudadano hay que ser sobre todo comedido. Abominar de los excesos. Condenar todo tipo de violencia. De aquí que cuando nuestros representantes políticos hablen del ciudadano siempre destaquen su madurez y en eso extrañamente todos coinciden. Porque el ciudadano, en definitiva, es la pieza fundamental de “lo democrátrico”, y “lo democrático” es en la actualidad, la forma de control y de dominio más importante.
De la democracia a “lo democrático”
Para entender el papel central que juega la figura del ciudadano ya no podemos quedarnos simplemente en el marco de lo que siempre se ha denominado democracia. La democracia, en la medida que se hacía forma Estado y dejaba de ser “la menos mala de las formas de gobierno” como tantas veces se nos decía, experimenta necesariamente una transformación total. Para dar cuenta de esta mutación proponemos el desplazamiento desde “la democracia” a “lo democrático”. De la misma manera que  C. Schmitt en un momento propuso pasar de la política a “lo político” y  así abrió una nueva manera de abordar la cuestión de la política, nosotros creemos que hoy es factible hacer algo semejante respecto a la democracia. Si los mismos defensores de la “verdadera” democracia tienen que añadirle adjetivos para poder caracterizarla (participativa, inclusiva, absoluta…) es que la situación ya está madura para plantear su crítica.
La democracia, como hemos adelantado, ya  no es una forma de gobierno en el sentido tradicional sino el formalismo que posibilita la movilización global. La movilización global sería el proyecto inscrito en la globalización neoliberal, y como tal consistiría en la movilización de nuestras vidas para (re)producir – simplemente viviendo – esta realidad plenamente capitalista que se nos impone como plural y única, como abierta y cerrada, y sobre todo, con la fuerza irrefutable de la obviedad. Una realidad que nos aplasta porque en ella se realiza,  (casi) en todo lugar y (casi) en todo momento, un mismo acontecimiento: el desbocamiento del capital. Pues bien, la función de “lo democrático” es permitir que esta movilización global que se confunde con nuestro propio vivir, se despliegue con éxito. Con éxito significa que gracias a “lo democrático” se pueden efectivamente gestionar los conflictos que el desbocamiento del capital genera, encauzar las expresiones de malestar social, y todo ello, porque “lo democrático” permite arrancar la dimensión política de la propia realidad y neutralizar así cualquier intento de transformación social.
De aquí que  no sea fácil definir qué es “lo democrático”. El núcleo central del formalismo está constituido por la articulación entre Estado-guerra y fascismo postmoderno:  entre heteronomía y autonomía,  entre control y autocontrol. Veámoslo de más cerca. “Lo democrático” se construye sobre una doble premisa: 1) El diálogo y la tolerancia que remiten a una pretendida horizontalidad, ya que reconducen toda diferencia a una cuestión de mera opinión personal, de opción cultural. 2) La política entendida como guerra lo que supone declarar un enemigo interior/exterior y que remite a una dimensión vertical. “Lo democrático realizaría el milagro – aparente se entiende – de conjuntar en un continuum lo que normalmente se presenta como opuesto: paz y guerra, pluralismo y represión, libertad y cárcel. En este sentido “lo democrático” va más allá de esa articulación y se dispersa constituyendo un auténtico formalismo de sujeción y de abandono. “Lo democrático”, en tanto que formalismo  posibilitador de la movilización global, no se deja organizar en torno a la dualidad represión/no represión que siempre es demasiado simple. En “lo democrático” caben desde las normativas cívicas promulgadas en tantas ciudades a las leyes de extranjería, pasando por la policía de cercanía que invita a delatar. O el nuevo código penal español, el más represivo de Europa, que sigue apostando por la cárcel pura y dura. La eficacia de “lo democrático reside en  que configura el espacio público – y en último término nuestra relación con la realidad – como un espacio de posibles, es decir, de elecciones personales. Más libertad significa multiplicación de las posibilidades de elección, pero no puede emerger ninguna opción a causa de la cual valga la pena renunciar a todas las demás. Esta opción que pondría en duda el propio espacio de posibles, está prohibida. “Lo democrático” es el aire que respiramos. Se puede mejorar, limpiar, regenerar y los términos no son para nada casuales. Pero nada más. En este punto ya podemos adelantar un aspecto esencial. “Lo democrático” actúa, sobre todo, como modo de sujeción – de sujeción  nuestra a la realidad – ya que establece la partición entre lo  pensable y lo impensable. “Lo democrático” define directamente el marco de lo que se puede pensar, de lo que se puede hacer, y de lo que se puede vivir… Más exactamente: de lo que se debe pensar, hacer y vivir en tanto que hombres y mujeres que se dicen libres a sí mismos.
La crisis ha venido…
Esta rejilla de conceptos, valores y objetivos, que como ciudadanos hacemos nuestra – ser ciudadanos es  pensar y actuar mediante estas pautas de pacto con la realidad –  es la que aplicamos a la crisis. La crisis que se inicia simbólicamente  el 23 de octubre del 2008 con la caída del Lehman Brothers se presenta como la segunda gran crisis, como una especie de  prueba apocalíptica que, o bien conseguimos superar, o bien nos hunde colectivamente en la miseria. Machaconamente se nos repite que los países que hagan las reformas necesarias superarán el actual envite, y que los que no, quedarán al margen de la historia en una especie de callejón sin salida. La lectura de los informes económicos, por su parte, es farragosa y detrás de una aparente gran complejidad  lo que buscan es sencillamente colocar al ciudadano en una posición de espectador que no entiende muy bien lo que pasa, si bien colabora ya que no le queda otra remedio. Porque lo curioso del asunto de la crisis es la simplicidad analítica cuando se deja a un lado el lenguaje técnico. La crisis hace de la realidad una especie de videojuego en el que todos estaríamos participando. Que se hable de economía casino no es casualidad. En el videojuego hay un guión con sus buenos, sus malos… y sabemos que, finalmente, habrá vencedores y perdedores. Cuando la canciller alemana Merkel, por ejemplo, nos asegura que existe “una batalla de los políticos contra los mercados” dirigida a restablecer la primacía de lo político sobre la economía, está dibujando claramente algunos de los personajes principales: políticos y Estado (los buenos) son obligados por los mercados y los especuladores (los malos) a introducir reformas imprescindibles en el juego. De fondo existiría, y es un argumento esencial del guión, una especie de culpabilidad generalizada: “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Todos nosotros también somos un poco malos…
No deja de ser sorprendente que la metáfora central explicativa sea la crisis entendida como una especie de enfermedad de la que se puede salir hacia adelante, o por el contrario, perecer. Es una vieja metáfora que se remonta a la medicina griega antigua como es sabido, y que luego fue incorporada a diversos saberes, hasta llegar a la economía. ¿Cómo querer aplicarla a un capitalismo globalizado cuyo fundamento no puede estar enfermo, porque justamente, no tiene fundamento? No tiene fundamento quiere decir que el capitalismo global funciona como un desbocamiento del capital, como una fuga hacia adelante hecha posible porque entre poder y capital existe un mutuo empujarse más allá de sí. No tiene sentido seguir entonces acusando a los especuladores de ser los responsables de la enfermedad. Un profesor de futuros especuladores, concretamente profesor de ética en IESE, lo decía con claridad: “La especulación es esencial al capitalismo. Los especuladores son los buitres negros que cumplen la sana tarea de eliminar a los animales moribundos”. (El País 23 de mayo del 2010).Tampoco tiene mucho sentido pretender salvar al Estado. El Estado no está separado en una especie de autonomía relativa angelical sino directamente involucrado en la globalización neoliberal. No hay abdicación del Estado sino implicación total. La copertenencia entre capital y poder va mucho más allá de las ayudas millonarias a las instituciones bancarias en quiebra.
La crisis como operación política
Podríamos ensayar diferentes explicaciones que, teniendo en cuenta lo anterior, arrojen algunos elementos de verdad. El capital financiero  ha creído que el espacio-tiempo global generaba dinero simplemente con el movimiento de capital. Pero no es así. No existe un mercado financiero mundial capaz de  expandirse de modo integrado y flexible gracias al crecimiento del gasto público y de las innovaciones financieras. El resultado final es siempre el mismo: el incendio de capital ficticio, el estallido de la burbuja. Más concretamente. La crisis financiera se sitúa esta vez a nivel de Estados. Grecia ha sido el primer país atacado. El funcionamiento es sencillo. Los bancos y grupos financieros internacionales prestan nuevamente dinero a los Estados en quiebra – como antes lo hicieron con el sector bancario y las empresas privadas – se aseguran el cobro mediante planes de austeridad impuestos y vigilados por los organismos internacionales, y pueden además permitirse impulsar otra burbuja ganancial mediante la especulación con los bonos que el Estado debe necesariamente emitir en el mercado internacional para hacer frente a su quiebra. La crisis en sus diversas etapas y resumimos mucho (burbuja hipotecaria, burbuja financiera…) va adoptando la forma de un verdadero saqueo gestionado por auténticos criminales de “cuello blanco”. Esta  crisis que nos ha tocado vivir, no es tanto sinónimo de reestructuración como de verdadero saqueo. Saqueo, primero, de la gente que no puede pagar la hipoteca ni tampoco vender su casa, y que sólo puede huir de ella como va siendo ya habitual en USA. A continuación, saqueo de los salarios, de los fondos de pensiones… e incluso de la economía entera de todo un país. La conclusión a la llegamos no puede ser más clara: la crisis, paradójicamente, no es el momento de fracaso del capitalismo sino su momento de mayor éxito. En cuanto empezamos a desocupar la figura del ciudadano y dejamos de creer en el discurso de la crisis, la crisis en sí misma se nos muestra como un proceso de pura y simple expropiación de la riqueza colectiva.
El nuevo contrato personal y la guerra
La crisis consiste, pues, en una situación desfavorable para la mayoría que ha sido políticamente construida, y que sin embargo, se autopresenta como naturalizada. Describirla como una forma de acumulación primitiva de capital es en gran parte verdad si bien insuficiente. Si la crisis, o mejor dicho, esta crisis global tiene importancia es porque en ella  – y gracias a ella – se pone además en marcha un nuevo contrato social. Este nuevo contrato social es el que da derecho a participar en la movilización global que produce el mundo, más precisamente, esta realidad plenamente capitalista y sin afuera que es nuestro mundo. El contrato social que el movimiento obrero oficial  aceptó y que estuvo en funcionamiento hasta finales de los setenta era muy claro: “paz social a cambio de dinero”. Después de la derrota obrera a finales de setenta, el nuevo contrato social se individualiza completamente puesto que ahora se dirige a cada uno de nosotros. El contrato social se convierte en un contrato personal. Su formulación es también muy clara: “la vida a cambio de la empleabilidad absoluta”. En la época global sólo se puede vivir, y vivir es tener una vida, si esa vida que se tiene es el soporte de un nuevo modo de ser: la empleabilidad más absoluta. La precariedad se hace existencial.  En última instancia, el nuevo contrato personal te reconoce en lo que eres y sólo puedes ser: (un) capital humano. La supresión de los convenios y la reforma del mercado de trabajo hacia la flexiseguridad y el contrato único apunta en este sentido. Pero es algo que va mucho más allá de la antigua esfera laboral. El nuevo contrato personal ratifica el hecho de que la vida es el campo de batalla porque el mercado ha desbordado al propio mercado. Ahora bien, la empleabilidad absoluta no es un fin en sí mismo es el medio para alcanzar la maximización de la competencia. Y la competencia se da ciertamente entre todos aunque también respecto a uno mismo. Competitividad significa,  entonces, autoevaluación cuantitativa para gestionar el propio esfuerzo y así poder maximizar los beneficios.  Realidad y capitalismo se acercan como nunca lo habían hecho, y la vida constituye el lugar de su entera fusión. ¡Cuán parcial y tranquilizador es seguir hablando únicamente de mercantilización o de privatización ante un fenómeno que cambia tanto la subjetividad como la misma realidad!
El proyecto de la modernidad implicaba, por encima de todo, pensar la autoinstitución de una sociedad que ya no tiene a su disposición instancias trascendentes capaces de legitimar el orden. Esta autoinstitución se teorizó desde la política (Hobbes y su contrato social) y desde la economía (A. Smith y el mercado). Esos ámbitos eran los únicos desde los cuales – dada la crisis de los modelos absolutistas – parecía posible defender el orden. El contrato social de Hobbes obligaba a la sumisión ciertamente, encerraba la conciencia moral en la esfera privada, pero salvaba la vida puesto que el Estado – que con nuestra renuncia a la autodeterminación hacíamos posible – exorcizaba la guerra. El miedo a la muerte y la razón empujaban a aceptar el pacto. El mercado por su parte, era según A. Smith no sólo la verdadera representación de la sociedad sino también  el principio organizador de una sociedad pacificada que ya no tenía necesidad alguna de la política. El mercado libre basado en el egoísmo personal era capaz de generar bienestar general. El nuevo contrato personal que se instituye en la época global  combinaría ambos modelos de una manera original. “Lo democrático” y el mercado, la política y el apoliticismo se unirían en la nueva figura de ese ciudadano que es su vida en propiedad, y que así se inscribe en la movilización global. Sin embargo, el nuevo contrato personal aparentemente niega el objetivo que, tanto en Hobbes como en Smith, era el mismo: instaurar un fundamento para el orden. Porque la empleabilidad absoluta como modo de ser, la vida entendida como maximización de su rentabilidad, el yo concebido como un Yo marca, implica una humillación permanente detrás de la cual sólo puede haber la pura arbitrariedad de la violencia. Pero, cuidado, no hemos vuelto al estado de naturaleza, no se trata de la guerra de todos contra todos. Ahora se puede aclarar mejor el estatuto del nuevo contrato. El nuevo contrato personal es la consagración de la arbitrariedad en su sentido más pleno. ¿Qué es sino la empleabilidad absoluta convertida en condición de la propia existencia? Con lo que se muestra que la arbitrariedad ejercida bajo la forma de violencia (monetaria, militar…), el poder en su pura arbitrariedad, sigue teniendo paradójicamente un fundamento perfectamente definido. Dicho de otra manera. El fundamento o principio del orden (global) es  la guerra. La movilización global es la guerra contra nosotros y esa guerra organiza el mundo.
El ciudadano como unidad de movilización
Se puede decir que si la lucha de clases – el antagonismo obrero gestionado por los sindicatos de clase – constituía el motor, y a la vez, el elemento cohesionador de la sociedad industrial, ahora es la guerra gestionada desde “lo democrático”  la que realiza las mismas funciones. Se trata de una guerra jamás declarada y que nunca aparece directamente como tal. La guerra social que se nos hace se presenta bajo la forma de medidas económicas, reformas políticas, e incluso intervenciones humanitarias… siempre necesarias y siempre para nuestro bien. La guerra es, en definitiva, el nombre de esa movilización global de nuestras vidas que lentamente nos destruye. En verdad, ya no hay economía, ni política, por eso es equivocado pretender salvar la política para poder controlar la economía. La movilización global, como la realidad que produce, es un fenómeno total que no se deja reducir. “Lo democrático” – que junto al poder terapéutico encauza la movilización global – no puede situarse, por tanto, únicamente en el plano de la política. De aquí que la figura del ciudadano que sigue siendo el interlocutor del discurso político democrático, quede también redimensionada. El ciudadano, empujado por la crisis, firma el contrato personal que le inserta en la movilización global, pero esa inserción le transforma profundamente. El (buen) ciudadano ya no es sólo el que es cívico y vota, sino el que está dispuesto a hacer de su vida una  continua inversión capitalista en el pleno sentido de la palabra. “Tener una vida” significa invertir dinero, esfuerzo y tiempo, en gestionar la propia vida. Reconvertirse permanentemente, no proteger al inmigrante sin papeles, llamar la atención al que se cuela en el metro… Ciudadano, en última instancia, es  el que se adapta a las exigencias de la realidad y sabe convertirse en una auténtica pieza de ella. No es exagerado afirmar que, ciudadano es aquel que no es dueño de su propia vida, sino su esclavo. Evidentemente, esta conversión en unidad de movilización acaba con cualquier atisbo de nosotros. El nosotros del antagonismo obrero y el nosotros de las luchas por el reconocimiento, si bien no han desaparecido, han sido completamente vaciados de futuro. Pero su no-futuro no es liberador, al contrario, es repetición de lo ya conocido.
Y, sin embargo, el capital en la medida que  nos hace la guerra – y hacernos la guerra es convertirnos íntimamente en capitalismo – reconstruye forzosamente un nosotros. Un nosotros que ya no puede emplear a su favor para reconstruir el orden. Porque el nosotros que nace del malestar escapa a una lógica de la visibilización, irrumpe súbitamente y a la vez, se esconde. Si desde el 11S del 2001 la violencia ha sido esencialmente de matriz  terrorista, la violencia está adquiriendo día a día un carácter cada vez más social. Hasta ahora la violencia global era filtrada sobre todo por un Estado-guerra que había señalado al terrorista como el enemigo a combatir. Con la actual crisis, como ya hemos afirmado, el capitalismo triunfa aunque en el mismo momento construye su enemigo interno. El conflicto que servía de función de orden se convierte, a su pesar, en un rumor de fondo. El rumor de fondo, el hombre anónimo y su malestar, es el nuevo gran peligro. Enemigos son, pues, todos aquellos que no soportan que sus vidas sean aplastadas por la movilización global. Enemigos, en última instancia,  somos todos. Con razón el oráculo de Davos reunido en su guarida suiza alertó hace poco: “la severa crisis económica podría crear reacciones sociales violentas”. Ese es su gran miedo. Que ese rumor de fondo acalle el hilo musical, que la desesperación se convierta en cólera. Que ese nosotros, en silencio y en la noche, acabe por socavar definitivamente la figura del diurna del ciudadano. Ellos tienen el día, nosotros tenemos la noche. El ciudadano al que interpelan los políticos para que se apriete el cinturón frente a la crisis, ya no existe como tal. Es una entelequia, un recurso retórico para vehicular un discurso de sometimiento que permita prolongar el desbocamiento del capital. El ciudadano ha sido redimensionado como la pieza esencial de la movilización global. Nos interpelan como ciudadanos cuando en verdad, nos quieren verdaderas unidades movilizadas. Ya es hora de desocupar esa cáscara vacía, esa figura retórica por cuya boca sólo puede hablar la voz del poder. Como ciudadanos, actuando en tanto que ciudadanos, ya hemos perdido de antemano la guerra ¿Y si dejáramos, entonces, de ser ciudadanos?
La inutilidad de argumentar
Llegados a este punto el abismo se abre bajo nuestros pies y un demonio nos susurra en el oído “¿Te atreverías a abandonar tu propia cárcel?”. Dejar de ser ciudadanos  es una locura puesto que, de llevarse a cabo, toda la sociedad se vendría abajo, dice alguien. Es absurdo, e incluso reaccionario, se oye a lo lejos. Tú lo puedes decir porque no te juegas nada. Hay mucha gente en el mundo que quisiera ser ciudadano y no puede serlo. Defender el ciudadano es defender el Estado del bienestar. Bla bla bla…
Podríamos oponer muchos argumentos. ¿En estas palabras no se esconde el impasse en el que estamos metidos y la inoperancia de la misma idea de intervención política en un sentido de transformación social? Quizás habría que empezar por reconocer que el discurso de la izquierda  ha perdido toda credibilidad, y que por esa razón, en el fondo de este tipo de frases anida la impotencia.  No es casualidad que cuando la izquierda tiene poco que aportar – antes que nada porque no sabe ir más allá de las categorías de la política moderna hoy en plena crisis – sienta la necesidad de recubrirse con el manto de la moralización: desde una cierta refundación ética del capitalismo hasta la ideología del decrecimiento. Y así podríamos seguir… Pero la cuestión sigue planteada. En verdad, todas las argumentaciones que pudiéramos argüir servirían de muy poco. Porque  ¿cómo rebatir una posición que está dentro de los límites de lo que se puede/debe pensar? Discutirla es quedar encerrado también en las prisiones de lo posible, quedar clavado como una mosca muerta en el cristal de la realidad. Hay únicamente una vía: salir. Salir de todo. Salir de las seguridades mediocres que nos atenazan, de las verdades simples, de las dudas. Salir del autoengaño  y de la propagación del engaño. Salir de ese mundo. Yo no sé si podré salir.
Pero sé quien sale. Sé que hay gente que sale. «No tenemos nada que perder, ¿qué importa lo que queramos?» es lo que le contestó un manifestante griego que acababa de tirar una piedra a la policía al periodista que le interrogaba. La respuesta recuerda la conocida frase del Manifiesto Comunista de Marx “los proletarios no tienen nada que perder como no sea sus cadenas”.  El cambio es, sin embargo, esencial. Ahora no hay ningún horizonte emancipador, sólo la voluntad de hundir esta realidad que se ha hecho una con el capitalismo. La lucha es ya directamente liberación. Sale también de esta realidad quien, al querer hacer de su querer vivir un desafío, rompe su vida y ve como el insomnio se apodera de él. Salen de esta realidad los compañeros que viven con lo justo para poder sostener una editorial que es un puñal clavado en el corazón de esta realidad estúpida. Como salen asimismo los que intentan consumir menos colectivamente. O aquellos que se encuentran para ponerse, un día tras otro, frente al abismo del no saber. Salen los que no quieren engañarse y la verdad quema poco a poco.
Dos modos de desocupar la figura del ciudadano
Y con todo ¿hay verdaderamente alguna salida? ¿Es posible jugar contra el gran juego de la máquina? Si para desarmar el poder de la maquina tengo que jugar contra ella aceptando sus reglas y el espacio por ella diseñado ¿puedo realmente ganar y evitar que mi victoria sirva a los fines de la propia máquina de movilización? En el mayo del 68 los situacionistas extendieron la idea de que el poder lo recupera todo. Posteriormente aprendimos especialmente gracias a Foucault, que el poder no sólo recupera en el sentido de utilizar, sino que es capaz de producir cosas tan curiosas como verdades. En estas condiciones que la historia no hace más que confirmar ¿puede aún defenderse la idea de una salida? O más bien esa idea sería una especie de ideal regulativo que nos permite subsistir con una mínimo de dignidad. Todos los ejemplos anteriores y muchísimos más que podríamos traer a colación, no constituyen propiamente ninguna salida ya que no existe ningún afuera.  Son modos  diferentes de hacer frente a esta realidad. Hemos dicho que no queríamos autoengañarnos. Ahora bien, que rechacemos la idea de salida en su forma más abstracta y general – porque nos obliga a entrar en el camino impotente de las propuestas alternativas – no implica que no sean salidas concretas.
No sabemos si una alternativa global a esa sociedad será un día factible, lo que sí sabemos es que rechazamos esa sociedad en su totalidad. Y también sabemos que ese rechazo tiene que ser concreto puesto que una fuerza no materializada se apaga necesariamente. Luchar es inventar salidas concretas, y a poder ser, de modo colectivo. Ciertamente en esa invención nos podemos perder, ya que ese peligro es inherente tanto al acercamiento a lo concreto como a la misma autoorganización de “lo social”. Pero perderse, no tiene porque significar perder, sino justamente lo contrario. Sólo se puede atravesar la impotencia si uno está dispuesto a perderse. Perderse quiere decir abandonar la seguridad que ofrece ser un ciudadano, es decir, ser alguien protegido por el sistema de creencias y valores que construye la realidad como tautología. Perderse es por tanto salir fuera de la figura del ciudadano. Pero perderse también es saber que, en esta salida de la unidad de movilización – si deseamos evitar la muerte, la locura o la cárcel – tiene que haber algo de negociación con la propia realidad. Perderse implica sustraerse, aunque también comporta muchas veces, ensuciarse hundiéndose en esta realidad asquerosa. Manejar a nuestro favor las mismas lógicas de funcionamiento de la realidad. Si no existe un afuera, tampoco puede existir pureza ni coherencia. Sólo el poder puede ser puro poder en su máxima coherencia.
Salen, pues,  aquellos que desocupan la figura del ciudadano, y eso como ya hemos apuntado se puede hacer de dos maneras distintas. La primera consiste en construir otro mundo que se oponga a este mundo: nuestra editorial, nuestra cooperativa de softwart libre, mi enfermedad… contra ese mundo. En la oposición entre mundos, ya no cuenta en absoluto la correlación de fuerzas, sino la potencia del desafío. Un desafío que puede pasar extrañamente por oponer el mercado al propio mercado o la enfermedad a la salud. La segunda manera implica la destrucción. Dejar de ser ciudadano es, entonces, socavar los límites impuestos por una responsabilidad impuesta. “La economía está en crisis: ¡que reviente!”. Pedir e imponer derechos imposibles. La irresponsabilidad entendida como el modo de desembarazarse del miedo que se nos quiere interiorizar. La irresponsabilidad que siempre hay en todo gesto radical cuando interrumpe la movilización global, y abre un espacio del anonimato. Los espacios del anonimato no se organizan en torno a los pronombres (yo, tú, él…), por eso cortan cualquier vía política dirigida hacia un contrato social. Los espacios del anonimato son aquellos espacios en los que la gente toma la palabra y pierde el miedo. En ellos el ritmo ha venido a sustituir la relaciones basadas en los pronombres aunque no hay fusión alguna.  En la medida que son la expresión del querer vivir, el ritmo es lo que pasa a organizar el espacio. El ritmo que es lo más propio de la vida puesto que vivir es, justamente, la continua expansión del querer vivir. Cuando arden los pronombres y la noche se enciende, queda el ritmo que interrumpe la movilización global. La cuchara golpeando a la cacerola, el fuego que una y otra vez se enciende, el grito de rabia que nunca termina… El ritmo que los códigos intentan reconducir. Los espacios del anonimato se abren frente y contra de un espacio público reducido a simple vitrina de la ciudad.
La fuerza del anonimato
¿Y si dejáramos de ser ciudadanos? En verdad, no hay dos maneras de desocupar la figura del ciudadano. Construcción y destrucción no se oponen. En todo intento de construcción hay destrucción, y a la inversa. Sólo desde el poder se distingue siempre entre los violentos y los no-violentos. Dejar de ser ciudadanos es poner en marcha una potencia de vaciamiento como táctica y operar según una estrategia de transversalidad. Dejar de ser lo que la realidad nos obliga a ser, es decir, dejar de ser ese ciudadano – ciudadano, no hace falta recordarlo, es ahora el auténtico nombre de la unidad de movilización – consiste en trazar una demarcación entre lo que uno quiere vivir y lo que no está dispuesto a vivir. Transversalidad, por su parte,  significa que no hay un frente de lucha privilegiado (por ejemplo: la esfera del trabajo), sino que el combate se dirige contra la propia realidad entendida como un continuum de frentes de lucha. Cuando la vida es el campo de batalla ya no sirve de mucho seguir pensando en aproximaciones parciales. El objetivo debe ser siempre el mismo: agujerear la realidad para poder respirar. Y para ello hay que empezar a abrir tierras de nadie. Las tierras de nadie que, clavadas en el frente de guerra, son el lugar en el que reponerse para volver a atacar este maldito videojuego en el que estamos metidos. Desocupar la figura del ciudadano para que pueda emerger la fuerza del anonimato que vive en cada uno de nosotros. Esa fuerza que escapa porque nadie conoce su verdadera fuerza. Esa fuerza que es irreductible porque es la del querer vivir. Salir. Salir de todo construyendo ya un mundo entre nosotros. Salir de todo aunque sin matarse. Salir incluso de la misma idea de desocupación que este manifiesto defiende. ¿Y si dejáramos ya de ser ciudadanos?

¿Qué quiere decir laburar?

Instituto de menores José de San Martín, a una cuadra del Parque Chacabuco. Una tallerista conversa con dos pibes de 15 años.
Cuando salgan de aquí, ¿qué piensan hacer?
      – Nada, yo voy a seguir robando. ¿Qué te voy a decir? ¿Querés que te diga que “no”?
      ¿No piensan laburar, por ejemplo?
      – Laburar sí, pero de escruche, con la tarjeta.
      ¿Y por qué no laburan?
      – Porque no, es re feo. Te pagan veinte pesos por día.
      ¿Donde?
      – En todos lados –contestan a coro.
      – Mejor es ir a robar, me traigo más de veinte pesos por día.
      Pero, ¿no es más peligroso?
      – Y sí, a mí ya me dieron un tiro en la espalda…
***
Otro día, otra conversación. Mismo lugar, mismo aula. Esta vez bajaron dos chicos de Villegas, un barrio que queda pasando Tablada y Ciudad Evita, al frente de Puerta de Hierro y a la vuelta de la villa de San Pete.
– Son todos pasillos, todos laberintos. Salís para cualquier lado. Allá no te agarra ni ahí la yuta.
¿Y por qué tantos pibes de Villegas terminan acá?
– Porque salen a laburar. La mayoría roban haciendo el tarjetazo, vienen para Capital. No son rastreros.
¿Y qué es rastrero?
– Cuando roban celulares, cadenitas, carteras. Son los que le roban a las viejas.
¿No hay laburo en Villegas?
– Lo que hacen allá es vender artículos de limpieza. Pero son los drogados los que salen a vender. Los guachines salen a laburar.
¿Qué quiere decir laburar?
– Salen a robar.
¿Y por qué le decís laburar?
      – Y si es un trabajo– dice el pibe que hasta ese momento no había metido bocado. Pero el otro estaba embalado y lo pisa con su voz:
– ¿Cómo queré que le diga? “Chau, me voy a robar”. Para eso le digo que me voy a laburar y no se rescata la gente.
      Pero la tallerista alcanzó a escuchar y repregunta.
¿Vos decís que robar es un trabajo?
– Sí, es un trabajo. Y te llevás mucho más plata de lo que pensás.
****
Residencia Sánchez Picado, en el barrio de Devoto. Allí vivían algunos pibes de entre 18 y 20 años que estaban a punto de irse a la calle. Les faltaba muy poco para cumplir la condena judicial. Uno de ellos arremete:

– Para la sociedad rescatarse es no robar más: dale negro, andá a trabajar ocho horas a una fábrica. Eso sí, comprate las Nike, pero no vayas a poner el pecho. Trabajá de lunes a lunes y que tu fin, tu meta, tu objetivo sea tener algo. Digamos que la salida que te ofrecen tampoco está buena, pero antes que estar preso yo lo elijo. Antes que estar encerrado en una celda verdugueado por el servicio penitenciario… bueno, ok, no queda otra.

¿Es mejor estar encerrado en una fábrica?
– No sé si es mejor, pero por lo menos salís unas horas de la fábrica. Acá la única salida es el engome. ¿Y qué salida es el engome? Ninguna.
Otro de los chicos toma la palabra.
– Ir a robar es lo más fácil, antes que ir a laburar y ganarte tus monedas. Yo la pensaba así, pero ahora laburo. Ayer cobré y fui con mi sueldo y me hice un re-tatuaje. Capaz que si estoy en la calle y estoy robando me hago una banda, pero no tiene el mismo valor que ganártelo vos. Es mejor estar tranquilo, con tu platita en el bolsillo, sin tener que rendirle cuentas a nadie. Cuando laburás sos independiente. En la calle dependés de muchas cosas. Dependés de la droga. Dependés de los compañeros. La plata fácil cuesta mucho. La libertad no tiene precio. Cuando estás encerrado te privás de muchas cosas.
El Cochambroso

El malestar y las ganas de vivir estallan en Barcelona‏

 «La gente ha dicho basta. Las autoridades afirman que ha sido un grupo antisistema, jóvenes con estética okupa…. Pues no. Hemos sido nosotros. Ese nosotros que las furgonetas de la policía histérica persiguió durante horas por la ciudad sin poder encontrarlo. Ese nosotros que aplaudía cuando se rompían los cristales de El Corte Inglés. Ese nosotros que tomó la palabra en la primera asamblea realizada en el banco expropiado de la plaza Catalunya y dijo: “Tengo casi cincuenta años. Estoy en paro desde hace cuatro años después de trabajar toda la vida. Estoy desesperada pero esta okupación me ha devuelto la sonrisa”. En la dictadura democrática todo se puede decir y no sirve para nada. Sí, ciertamente. Pero que en un edificio de los más altos de la ciudad una enorme pancarta proclame “La banca nos asfixia, la patronal nos explota, los políticos nos mienten, CCOO y UGT nos venden… A la mierda” es una verdad demasiado insoportable para el poder. Porque además la gente acudía cada vez en mayor número. Y no había banderas ni consignas facilonas que ya nadie cree. El discurso tópico de la izquierda había quedado atrás. Éramos sencillamente vidas precarias que tomaban la palabra, y entonces asomaba toda la desesperación, y también las inmensas ganas de inventar caminos para resistir juntas. Para salir de esta cárcel en la que se ha transformado la vida. “A la mierda” era un grito de rabia. Pero poco a poco este  grito se organizaba, se ampliaba, se enriquecía… y miles de voces lo hacían suyo. Para la dictadura franquista cualquier conflicto de orden público era causado siempre por una minoría, y el modo de descalificarla consistía en  decir que se trataba de “estudiantes”. Estudiante era sinónimo de vago. Ahora la dictadura democrática insiste como siempre también en calificarnos de minoría, aunque en este caso nos llame vándalos y gamberros. No quieren saber que esa minoría – ese nosotros que se rebela contra esta realidad – es la que hace la historia. Cayó (parcialmente) la dictadura franquista. Sabemos también que tarde o temprano ese sistema de opresión y miseria será agujereado como un gruyere. Porque miles de personas están inventando miles de salidas. Y caerá. Ellos tienen el día. Nosotros tenemos la noche. No pueden identificarnos y nunca sabrán quienes somos. Por eso nos tienen tanto miedo».
Desde Barcelona, Vidas Precarias

En defensa de Hebe

Compañeras, compañeros de Carta Abierta,
como bien saben, me encuentro lejos y en extremo ocupado con la tarea que nos ha sido encomendada en la Feria de Frankfurt (al lector desprevenido, desde C.A. organizamos un seminario de lectura y discusión de Un paso adelante, dos pasos atrás, del inmenso Vladimiro Lenin como minúsculo aportar a la Revolución Latinoamericana en curso). Así y todo no puedo dejar de emplear unos minutos en trazar estas líneas que, al tiempo que abrazan y se solidarizan con la compañera Hebe, intentan —no digamos “denunciar” que suena soberbio y algo buchón— pero al menos no dejar pasar alegremente esta (nueva) muestra de debilidad de nuestro compañero (un compañero dirigente, un compañero del Buró; un compañero de los más formados y con mayor influencia sobre las masas), quizá más que compañero, Comandante (si creemos, como creemos, que nuestro actual núcleo intelectual, cual foco armado en otros tiempos, está llevando a cabo la indispensable tarea de enfrentar con las armas de la razón al pensamiento dominante)… Decía, entonces, esta muestra de debilidad de pensamiento y de espíritu del compañero Ricardo Forster que ha salido a “despegarse” y pedir que “el gobierno se despegue” (sí, esa es la imagen que usa: despegarse, no quedar pegado) de los dichos de Hebe de Bonafini sobre la Suprema Corte de Justicia porque le pareció éste un discurso “poco feliz” (pero, ¿quién le habrá dicho a nuestro bermejo amigo, compañeros, que los discursos tienen que ser felices, que los intelectuales y los militantes debemos decir cosas alegres,  encantadoras? Quizá sea esa la tarea de una conductora de televisión o de una partera o de un botón de un hotel cinco estrellas, pero no la de Carta Abierta, ni la de Forster, ni la de Hebe). “Poco feliz y extemporáneo” (¡pero no, compañero, cómo va a decir que esta muestra de la más sana crispación kirchernista  es extemporánea o inoportuna o impropia! ¡Esto es la política, la P-O-L-I-T-I-C-A, amigo, no una partida de chinchón! ¡Y es Hebe de Bonafini no Valeria Masa, alma plebeya e incontrolable por definición, la más expresión nítida de la resistencia popular desde hace más de treinta años! ¿Qué esperabas, Ricardo? ¿Qué por kirchnerista vaya a comer con Mirtha Legrand? ¿Qué se saque el pañuelo y los ruleros y vaya a la peluquería? ¿La querés tranquila y civilizada? ¿Domesticada?
Con estas expresiones no ayuda a defender lo que hay que defender que es la palabra y la libertad de prensa. ¿Vos te escuchas, Ricardo, cuando hablás? ¿“Defender la palabra”? Qué lo diga el Subcomandante Marcos en relación a un tzotzil, vaya y pase, pero que los digas vos en relación a la Corte Suprema no es fácil de sobrellevar. ¿“Defender la libertad de prensa”? En boca de Clarín, ponele; que lo afirme Víctor Hugo o Magdalena, y buee…, pero que lo diga usted, camarada, es de una candidez intelectual más propia de un colegiala que de un pensador de su envergadura.
“La República es más democracia y más igualdad no solo en la distribución de la riqueza; estos excesos no ayudan a la República«. “Democracia”. “República”. “Excesos” ¿Qué es lo que ayuda a la República, Ricardo? ¿Los ciudadanos civilizados como usted? ¿Un hombre justo, maduro, comedido, centrado? ¿El tipo que labura y paga los impuestos? ¿El lector promedio de Clarín? ¿Esa figura triste “sin fuego adentro”, como dice un amigo catalán? Sí, esos tipos, (y el gran diario argentino lo sabe, y por eso mantuvo este tema en primera plana, con el amplio abanico de repudios y despegues, todo lo que pudo), estos tipos abominan los excesos; estos tipos condenan todo tipo de violencia. Pero fundar una política, Ricardo, para esos tipos, para nuestros vecinos, digamos, una política cuyo sujeto sean los buenos ciudadanos, ¡es más bien el problema, no la solución!
Incluso, ¿no será al revés? ¿No será que lo que ayuda a la República, —que por momentos sospecho que confundís lícitamente con el kirchernismo—, digamos, lo que le ayuda al kirchnerismo (lo que le ayuda a radicalizar su propio proyecto transformador, no a conseguir más votos, entendámonos) no será este tipo de actitud que empuja el límite siempre un poquito más allá y no la actitud temerosa, más o menos timorata que suele caracterizar a los civilizados intelectuales? Entendés, Ricardo, que de este modo plegás al kirchnerismo sobre su peor cara, la que por agradar a vecinos o a los mercados prefiere quedarse en el molde, la que funciona estabilizando y no abriendo e imaginando nuevas posibilidades.
«A veces me parece que Hebe se deja llevar por una suerte de construcción imaginaria”, decís, Ricardo, finalmente, y no puedo dejar de pensar que lo que hay detrás de tu actitud posibilista, calculadora; lo que funciona como fundamento de tu rol de intelectual testeador de lo que es digerible o no para estómago de la clase media argentina es, justamente, una carencia de imaginación. Y ser un intelectual oficialista y sin imaginación, sabelo, Ricardo, es un triste destino.
Fraternalmente,
Horacio Tintorelli

Ojos que no quieren escuchar

Vi varias veces y con pavor el relato de cómo el chico secuestrado (Berardi) pidió ayuda a vecinos y remiseros y nadie lo quiso ni siquiera escuchar.
Ese abandono no fue tenido en cuenta en el relato de los noticieros que justificaban sordamente a los vecinos temerosos.
Esos vecinos, cada uno preso en su casa o en su auto, vieron en ese pibe una amenaza y luego, una vez que apareció trágicamente muerto en las pantallas, ratificaron su miedo. 
Volvieron a justificarlo. ¿Cómo, ellos, simples vecinos asustados, iban a poder diferenciarlo de un “chorro”?, es la pregunta sorda que mascullan, el consuelo que se dan, el subtexto invisible de los medios que no los cuestionan… Se ve que no importó ni siquiera el color claro de su piel, ser hijo y nieto de profesionales exitosos, y varios etcéteras que, en el relato minucioso de los medios, lo colocan más allá del identikit de pibe chorro. Pero los vecinos no podían imaginarse todo eso que después reveló su error.  Sin embargo, se pueden quedar tranquilos: nadie los hará sentir parte del grupo secuestrador. Nadie los juzgará. El miedo es ciego, dicen. Y los vecinos, por qué no, actuaron enceguecidos de miedo.
A partir de esta escena, todos y cada uno, no podrá evitar íntimamente redoblar su sensación de inseguridad: nadie está a salvo. 
Mucho menos de cualquier vecino asustado.
Dolores Rima

Para elaborar juntos, a partir de la muerte de Néstor Kirchner

La impactante muerte de Néstor Kirchner supone, a quienes le sobrevivimos, una reflexión sobre las pasiones políticas que inevitablemente nos recorren y contribuimos a forjar por el hecho ser parte de cuerpo colectivo mayor que el de la mera individualidad, que el de la familia o que el del grupo. Descubro en mí con claridad un largo y perturbador esfuerzo por moderar las oscilaciones anímicas (luego de un largo hábito de desprecio por todos los gobernantes pasados), la acentuación de cualquier pasión directa hacia estos dos últimos gobiernos. Preservación ante un amor que bien podría brotar de ciertos gestos bien importantes que desde las presidencias de estos años se realizaron con relación a la historia y al presente de las militancias justicieras, pero también y más intensamente, de una persistente desconfianza proveniente del fondo mismo sobre el cual se realizan esos mismos gestos. Esa “preservación” (no sé si es la palabra correcta), me parece, tiene un motivo: el intento propio por conservar una memoria-afectiva en torno al 2001 (y a las principales características de aquellas jornadas de lucha: autonomía como premisa, rasgo y horizonte). En otras palabras: advierto ahora que durante estos siete años intenté pensar/sentir todo lo que se abrió a partir del 2003 (con sus particiones excluyentes entre “pro” y “contra”) despojado de las pasiones directas de odio y de amor a los Kirchner que atravesaron a buena parte de la militancia y de la sociedad, como condición para abrir una dimensión infrapolítica sensible a los poderosos afectos e ideas despertados desde aquel otro proceso abierto antes, durante la crisis del 2001.

¿Substracción inmunitaria respecto de la política vigente en nombre de una suerte de nostalgia? No lo creo. En todo caso, batallas dispares en un frente doble: rechazo abierto contra los que quieren volver atrás respecto de lo conquistado durante los años 2001-2002 (prohibición a la represión, deslegitimación del sistema político y del diseño neoliberal que buena parte de la canalla “oposición” querría revertir) y polémica difícil, a veces contra uno mismo, con quienes interpretan el 2003 como fiesta y felicidad, descuidando todo efecto de cierre respecto de la experiencia de desacato más intenso que vivió nuestra generación. Como se ve, doble frente no quiere decir igualación ni simetría.

Este no-kircherismo es una tensión compleja, hecha de valoraciones y prudencias, así como de un odio a quienes odian por todo lo bien hecho durante estos años. Es tal vez la más incómoda de las posiciones: sobre todo porque nunca se trató entre nosotros antikirchnerismo. Recurro a la fórmula de un compañero para describir este afecto: “nostalgia del futuro”. Y defensa apasionada de ciertos avances que abarcan, sobre todo, a la región. Defensa que, como en su origen, necesita de un protagonismo que no se agota en los líderes presidenciales, impensables ellos mismos fuera del contexto determinado por el ciclos de luchas de la década pasada.
No sufrí ayer una excesiva tristeza personal. Pero ni puedo ni quiero desentenderme  de las diferentes tristezas de amigos, familiares y compañeros, a muchos de los cuales encontré anoche en la plaza.
Afrontando la muerte desde este lugar me pregunto hoy por la muerte del líder sin descuidar en ese pensamiento otras muertes recientes que seguimos elaborando, como las de los pibes de Bariloche, y la más reciente de Mariano Ferreyra, en muchos sentidos, más indignantes. Y en ese pensamiento me pregunto si lo que muere en todas estas muertes, junto a las personas pregnadas por los procesos sociales, no es un cierto modo de traducir, política e institucionalmente, aquello que todos descubrimos (que el sentido no preexiste, que se elabora en una complejidad transversal de prácticas, que la democracia supone, ante todo, gestos laicos de desmitificación de todas las instancias de jerarquía y de mando) en el 2001.
Existe en muchos temor y angustia por lo que pueda venir (traducciones restrictivas, sino directamente nefastas, de los micro-procesos políticos que atraviesan lo social), así como una extendida necesidad de enfatizar todo aquello que de estos años no pueda simplemente disolverse o perderse. Por eso vale la pena ocupar la plaza desde las diversas formas del sentir.  
Difícil gestión de lo sensible, ésta, que no puede (incluso en el dolor más hondo que llega desde los más próximos, así como desde las imágenes que transmiten ahora  los medios, y resultan tan impactantes como lo repentino mismo de esta muerte) sino ayudar a comprender lo que ocurre, ahora más que nunca, como complejidad (es decir, como un transcurrir en varios niveles diferentes y simultáneos) para poder asumir con serenidad la incertidumbre que nos sobreviene y con claridad los cambios de escenarios locales, nacionales y regionales que puedan advenir.
DS, 28 de octubre del 2011

«Compañeros»

No es noticia que me tira el peronismo, que aunque «piense» algunas cosas siento otras, que la historia se me arma por mi abuela peronista, que me tira el barrio aunque el pasaje por Filo me aportó otros aires. Que lo voté y la voté y la volvería a votar, pero no se trata de esto lo que me pasa.
Desde ayer temprano que ando llorando mientras sigo con mis cosas, no es llanto de parálisis sino esa lágrima que se pianta demasiado seguido. Y me pregunto por qué carajo lloro sino no soy K, como me pregunté por qué carajo lloraba con la muerte de Mercedes Sosa si ni siquiera me gusta el folklore.
Ayer en la plaza empecé a entender algo. Pasó cerca mío una banda de pibes (de esos pibes en banda de SD), de esos que te hacen asegurar la cartera: negros,  pelo rapado excepto en la coronilla, aritos, camiseta futbolera, mechitas decoloradas en el pelo, De esos que cuando abren la boca sale un sonido semigutural que dice «viejita, cobani, aguante el faso». Me entienden ¿no? Y uno de los pibes dice: COMPAÑEROS, vengan… Ese «compañeros» me atravesó como fuego, el pibe chorro era pibe militante… y lloré porque sentí que algo de este proyecto puede sacar y saca a muchos (no a todos) del choreo, porque devuelve la palabra compañeros a bocas que hacía un par de generaciones habían dejado de pronunciarla.
Me di cuenta de que extraño la militancia”
Gaby

LA EXCUSA PERFECTA

Notas para pensar la Casa de Flores *
 

La Casa de Flores no es sino la excusa perfecta para experimentar nuevos encuentros, nuevas conexiones: las que siguen son algunas imágenes que ensayan delimitar un territorio común para esos encuentros.
Intimidad pública: Durante muchos años la esfera pública fue renuncia a la intimidad, y viceversa. Esta separación entre un mundo privado de los otros y el estado donde los otros sólo existen como separados no funciona para nosotros. ¿Cómo enhebrar un lugar para cada uno y para todos, abierto y cómodo; para personas, grupos y subgrupos? ¿Cómo elaborar un espacio hecho de convergencias y de roces, para la asamblea y el silencio: un espacio sutil, versátil, constructivo?  
Una “intimidad” (aquello que sentimos en lo más hondo) deviene pública (de y para todos) cuando advertimos que lo que experimentamos tiene una cara común que nos relaciona con los otros. Un desafío para muchas de las prácticas contemporáneas pasa –precisamente por detectar y explotar esta dimensión común a partir de las vivencias que, por lo general, consideramos “privadas”: las pasiones y los afectos.
Si la política de la emancipación ha requerido innumerables veces de disciplinar estas verdades “individuales” para subordinarlas a una cierta idea instrumental de lo colectivo, muchas de las respuestas a tales “perversiones de lo político” han caído en experiencias tan pobres como aquellas, constituyendo grupos cerrados, escenas estrechamente terapéuticas, discursos aplanados sobre lo que se entiende como “autoayuda”.
Nos sentimos bien lejos de ambas formas: tanto de la que quiere diseñar lo humano como de aquella que lo asfixia en el discurso de lo hiper “personal”. Intentamos afirmar modalidades en las que lo individual y lo grupal se prolongan en lo común (y viceversa), a partir de identificar los puntos de convergencia y de divergencia entre afectos personales y colectivos. Ellos constituyen la materia de lo social y de lo político. La historia de los miedos, de las tristezas y de los amores recorre al mismo tiempo las historias personales como la calidad de las fuerzas colectivas.
Si el mercado capitalista hace “publicidad de lo íntimo” convirtiéndolo en mercancía, una “intimidad pública”, en cambio, se propone como un conjuro contra esa banalización de lo íntimo.
Provisoriedad: Se trata de forjar un nodo de prácticas (una institución) “por un tiempito”, capaz de alentar nuevos cruces y de hacer variar los roles, con apropiaciones y sin propiedades, con tiempo para el descanso y recursos contra las fijaciones. Una casa-provisoria (móvil, mutable), que trabaje durante un año, sin metas absolutas pero con objetivos parciales, en evaluación incesante, atenta tanto a los ensamblajes –productivos como a las disoluciones. Este mismo carácter provisorio tiñe las palabras e imágenes que utilizamos para seguir pensando el proceso de la casa.
Cuando hablamos de provisoriedad exponemos una experiencia del tiempo. No se trata de confirmar lo efímero e inaprensible de la velocidad postmoderna, sino de habilitar un tiempo cíclico y una cierta noción de la duración. El ciclo como las estaciones del año implica que todo tiene su tiempo y que la decadencia no es muerte sin ser, al mismo tiempo, vida necesaria. Una cara del tiempo provisorio que proponemos consiste en una atención a estos ciclos que se registran en las historias personales y colectivas. “Armar y desarmar para volver a armar” puede representar, para buena parte de nuestra cultura moderna y progresivista, el prototipo de una práctica inútil y vacía, carente de objetivos y de metas. Para nosotros, sin embargo, implica un desplazamiento de perspectivas: hay tanta verdad en los momentos de construcción como en los de disolución, fase necesaria para que nueva posibilidades nazcan. Pero disolución no quiere decir aniquilación. El tiempo cíclico se enraíza en la duración: del mismo modo que el año ocurre a través de sus diferentes estaciones y de año a año ocurren cosas muy diversas, la atención a los ciclos humanos, grupales, históricos hace proceso.
Afirmamos lo provisorio, entonces, como forma de la duración también en protesta contra tantas otras formas que celebran el puro permanecer como, por ejemplo, el mero consumo, las apropiaciones canallas de los procesos comunes, la “kiosquización” de lo público,  las verdades comunes congeladas como dogmas (los kioscos de la razón), los vaciamientos de los espacios constituyentes, los peajes y la estratificación de los pequeños poderes.
La provisoriedad, como temporalidad, no abarca sólo un tramo finito de la existencia, sino que atraviesa y tiñe todos los procesos: las ideas, las palabras, las representaciones, los modos de ser. Pero acostumbrados a darle la espalda nos cuesta prestarle atención.  La idea de ciclo y duración juntas nos permiten pensar una provisoriedad continua.
Apertura: no necesitamos sólo un tiempo abierto (de continua provisoriedad), sino también espacios abiertos; lugares donde las dinámicas y las mezclas sean posibles y efectivas. Sitios de coexistencias, de invitaciones y, también, de creación de nuevas consistencias y construcciones. Cuando hablamos de abrir decimos, sobre todo, afirmar prácticas.
Para nosotros abrir no quiere decir indefinir. Tampoco aparentar una apertura que, en el fondo, está filtrada de antemano. La apertura es, al mismo tiempo, disposición al conflicto, a los roces, a la dificultad de tratar con los otros y  apuesta a la constitución de reglas propias y variables, provisorias y mutables, capaces de producir momentos de reciprocidad; constitución de un lenguaje compartido capaz de señalar los momentos de atoramiento, de cristalización o de agrietamiento.    
Pero reglas propias y lenguaje compartido no existen antes de hacer un camino juntos. La apertura es también proceso en otro sentido: surge de trayectorias de personas, grupos, movimientos y colectivos bien diferentes que convergen en la decisión de abrir un proceso nuevo, pero no fundacional. Nuevo, porque la casa es una nueva construcción; pero no fundacional porque la casa es una estación a la que llegamos con experiencias, memorias e hipótesis de trabajo.   
Procesos discontinuos: ¿Quién sabe de antemano cuál es el tiempo adecuado para los procesos en que somos afectados y el espacio apropiado para dejarnos marcas unos a otros?
Ya lo hemos escuchado todo sobre la crisis de los procesos. Su discontinuidad frustra el cumplimiento de las metas que los definen (crisis de la educación, crisis de la militancia, crisis moral, etc.). Esta frustración respecto de los grandes ideales nos enfrenta a procesos discontinuos, a esos momentos en los que lo real aparece como arma posible contra los poderes. Estos procesos exigen un trabajo mayor para relevarlos como tales y nos desafían a partir de objetivos parciales y concretos.
Sentido común de la disidencia: Hemos conocido conmociones, crisis, encapsulamientos, guetos, desolaciones y fiestas. Somos esquirlas de viejos estallidos, pero también piezas para nuevas conexiones. ¿Qué tenemos para compartir en la diferencia, renunciando a ideales homogeneizantes? ¿Cómo se tejen hoy, entre sí, las disidencias? ¿Cómo ofrecer espacios-tiempos para tales tramas?
Siempre nos hemos hecho estas preguntas y algunas veces hemos encontrado algunas respuestas. Hemos participado en procesos políticos, educativos, intelectuales, culturales y sociales de los más diversos, en donde la disidencia fue algunas veces vocación por la diferencia activa y, otras, decisión por el antagonismo abierto.
La disidencia se ha interrogado una y otra vez por las formas en que se erigen los poderes (poderes que hoy, como ayer, definen la realidad). ¿Cómo atacar la realidad? ¿Cómo practicar hoy en tiempos de supuesta “normalidad” o de impasse nuestras disidencias?
Inquietud en el impasse: Vivimos un impasse de innovación de los movimientos, del hacer libre desde abajo. Un impasse en el proceso continental de descolonización. Podemos atravesarlo desde la im-potencia (no-poder) o desde la in-quietud (¡no quedarse quieto!). El impasse nos deja sin llegar a puerto seguro, pero no nos impide crear nuevos puntos de encuentro.
No quedarse quietos no implica adherir a un mundo que nos invita/intima a “movernos” y a “participar” en los formatos preestablecidos del régimen de visibilidad mediática. La inquietud implica, sobre todo, un desplazamiento de los lugares sociales y de los roles que cada uno de nosotros tiene pre-asignados (consumidor, trabajador, víctima, ciudadano, luchador, educador, intelectual, artista). Un desplazarse en la desorientación que va prefigurando nuevas formas de lo colectivo,  aún y sobre todo cuando se sabe que no hay punto definido de antemano al que arribar. 
 

Autonomía: para afirmar que no estamos ya hechos, que necesitamos de nuestras capacidades para problematizar el mundo de acuerdo a nuestras situaciones. Necesitamos exponer nuestra arbitrariedad, nuestra sed, nuestra desobediencia, nuestros lados vulnerables y nuestras inadecuaciones para desplegar una inteligencia colectiva que posibilite nuevas conexiones, múltiples anudamientos.
Cuando decimos autonomía nos referimos a las resonancias entre problematización e inteligencia colectiva. Las prácticas cuando están vivas trabajan por problemas. Los problemas no son una negatividad de la que tengamos que prevenirnos o que tengamos que evitar o expulsar, sino un motor que interroga a todo aquello que vive. De esta manera, la autonomía (motor de las prácticas) es entendida como una permanente disposición a plantear problemas.
Y plantear problemas es, también, vencer el miedo: trabajar por problemas nos abre a los otros en tanto “compañeros de problematización”. Y nos ayuda a hablar en voz alta.
Decíamos que no se parte de cero. Siempre traemos nuestra mirada. Pero los problemas nuevos que surgen porque los territorios en los que vivimos están vivos, y cambian, y nos sorprenden desafían nuestra mirada: requieren nuevos criterios que surgen del modo de enfrentar estas interrogaciones. Así, cada quien es su mirada, pero es también (y mucho más) su disposición a crear criterios compartidos en torno a problemas concretos. De este modo, activamos la inteligencia colectiva, que no tiene nada que ver con pensar igual o parecido, sino con mezclar colores para producir nuevas visibilidades.
Politización: Casi como síntesis de varias de las imágenes esbozadas, politización nombra, al menos, tres procesos: el de problematización; el de activar la inteligencia colectiva; y el de la construcción de modos transversales en territorios vivos. Se llega, así, a una idea de lo político muy distinta de la habitual, incluso entre quienes quieren transformar la realidad.
Los tres procesos mencionados requieren de dos cosas: de confianza y de curiosidad. Hablamos de confianza como un proceso valioso y difícil. Valioso, porque nos quita de los microclimas y nos permite entrar en nuevas relaciones con otros y otras que, de otro modo, sólo son posibles en el mercado o en las instituciones que nos gobiernan. Pero nos damos cuenta de la complejidad de este encuentro dado que no disponemos, a priori, de un código común para lograrlo. Entonces, la confianza que es un proceso y no algo ya logrado de una vez y para siempre no es sino el intento de crear lo común sin código previo. Y depende siempre de ese esfuerzo compartido. Lo contrario de la confianza, entonces, no es la traición, sino un tipo de distracción que se desentiende, en cierto momento, de la exigencia de crear una lengua común.
Y hablamos de curiosidad para evitar las etiquetas propias y ajenas. Cuando aceptamos ingresar en el sistema general de etiquetas, comenzamos a funcionar según el régimen comunicativo del estereotipo, del estigma, de la jerarquía y, en general, de los modos más estandarizados de lo mediático. Se trata de una forma  elemental y abstracta de reconocernos en la ciudad. Dado que no podemos substraernos totalmente de esta dinámica por mera voluntad, podemos sí, al menos, ejercitar la curiosidad que lleva a la duda, a la re-pregunta, a la investigación, a fin de transformar una discusión entre etiquetados en diálogos que desclasifican.  
Vida y trabajo: hay consenso en que trabajando nos volvemos “sociales” (“legales”, “racionales”, “dignos”, “decentes”). Hoy, cuando trabajo y vida (vínculos, tiempos) se funden y confunden, nos surgen las preguntas: ¿sabemos distinguir “trabajo” de “servidumbres”? ¿Qué sucede hoy con el rechazo al trabajo? ¿Podemos proveer recursos conceptuales, instrumentales y económicos para hacernos esas preguntas con más fuerza, para perforar estas representaciones y producir enunciados singulares sobre estas cuestiones tan fundamentales?
El trabajo no es un tema más entre los mil temas de los que se charla. Nos interesa de un modo muy especial. En nuestro mundo actual el trabajo está en crisis. Hasta hace pocos años se dejaba a la gente sin trabajo. Hoy se buscan con desesperación formas de poner a la gente a trabajar. Miles de formas que suelen agruparse bajo la misma noción de trabajo. Pero, ¿qué implica llamar a todas estas diferentes prácticas trabajo? ¿Es igual la actividad libre que el trabajo servil? ¿Es realmente el salario la retribución que necesitamos por el valor social que producimos? ¿Qué formas sociales de existencia deseamos y preferimos?

Investigar el trabajo implica revisar los modos de organización social: desde la proliferación de nuevas formas de esclavitud (como los talleres textiles clandestinos articulados a las grandes marcas) hasta las tentativas de nuevas formas de gestión de la producción por parte de las fábricas recuperadas; desde las organizaciones y prácticas sindicales (nuevas y viejas) hasta las políticas sociales oficiales que intentan recrear cooperativas de trabajo; desde las economías informales (e ilegales) hasta las tentativas juveniles de rechazar el trabajo bajo patrón; desde la naturaleza del trabajo doméstico a la del trabajo social; desde el modo en que se articulan trabajo y racismo hasta la forma en que lo hacen trabajo y ley, trabajo y seguridad, trabajo y ciudad; desde el vínculo que se hace entre trabajo y educación a las formas del trabajo llamado intelectual, desde la precarización del trabajo a la precarización de la vida, etc. Así, investigar, en la práctica, la relación entre trabajo, producción de valor y vida implica afinar la atención a formas de organización, resistencias, replanteos y experimentación colectiva en curso.

Vida y trabajo se cruzan de muchas formas. La micro-empresa, el servilismo de masas y la guetificación son las tres posiciones existenciales que nos interesa cuestionar de forma activa: esta Casa –excusa perfecta– surge como una tentativa apta para intervenir en estas discusiones, configurando herramientas y armas, conceptos y recursos técnicos y políticos para modificar situaciones concretas.
Un repulgue en la ciudad: instituir otro punto de encuentro entre territorios desparejos de una enorme metrópoli de la que queremos escapar y a la que no podemos dejar de volver. Una ciudad como espacio productivo gobernado por la proliferación de todo tipo de fronteras y de jerarquías, núcleo de condensación de una economía infinita (formal e informal, legal e ilegal, tradicional e innovadora, en cooperación y en competencia, que se alimenta de la experiencia y de su ausencia, de la fortaleza y de la vulnerabilidad, de la noche y del día).  
La ciudad es el tejido complejo que produce gran parte del valor social. La política no es sino la reflexión de –y sobre– este tejido vivo. Por eso nos (pre)ocupa la multiplicación de fronteras (y jerarquías) y la constitución de verdaderos guetos y maneras diferentes de encierro en la ciudad. Nos interesan de modo muy particular las formas colectivas que instituyen prácticas y dinámicas de descolonización, des-guetificación y des-racialización.  
Visibilidad: todos somos visibles. Sea como víctimas o como portadores de demandas, como “peligrosos” o como “en peligro”, como cuerpos-estigmas o cuerpos marcas, o como “gente común”. Somos clichés, imágenes ya-hechas, palabras ya-dichas. A esta “visibilidad” le proponemos una substracción, una capacidad propia para crear nuevas formas de aparecer y decir. Problematizar la imagen y la voz: esas materias con las que se hacen los estereotipos. En la ciudad mediática, un espejo contra-hecho.  
Pero, ¿cómo transformar el régimen de visibilización? Si nos mostramos, lo confirmamos y si no, desaparecemos dejándolo siempre intacto. Esta segunda opción, aún si nos resulta insuficiente, al menos evidencia que no todo lo que existe se ve y que lo que se ve no agota lo real.
Sin embargo, nos interesa más la idea de espejos contra-hechos, de imágenes que son reflejos deformados, inesperados, de lo que existe. Imágenes que no confirman, sino que ­–justamente–­ inquietan. ¿Qué imagen esperamos de una escuela, de una militancia, de un extranjero, de una noche, de un intelectual, de una conversación, de un barrio, de un trabajador? El espejo contra-hecho no refleja la realidad como lo intenta el régimen de la representación (y del “periodismo verdad”). El espejo contra-hecho inventa monstruos, fábulas, que, en su deformidad, nos enseñan algo más verdadero y más real sobre las fuerzas que atraviesan nuestros mundos. De allí la idea de una casa-espejo; casa expresiva, casa fabulante, casa esténcil.
Territorio: No hay un territorio natural para una casa como la nuestra. Está el barrio, claro, pero ¿existen aún vecinos en los barrios? La vecindad, otrora relación natural, es hoy, a lo sumo, algo a construir. Hay un territorio más amplio, el metropolitano, al que se le aplica el mismo razonamiento.
Más que un territorio natural, hay territorios vivos (y también los hay muertos); más que territorios físicos están aquellos que se disponen alrededor de un problema. Están los territorios que reconocemos a partir de señales, de signos, de llamados. Algunos ya han sido nombrados (fronteras, trabajo, educación, espacio mediático, etc.). La casa nace y tiende a reconocer distintos territorios y a fundar espacialidades.
Voz Política: necesitamos una voz diferente, desde las redes en las que nos reconocemos, una voz pensada y constituida a partir del entrecruce de prácticas. Lo político se nos aleja cuando se presenta como consigna y estructura, negocio y representación. Desplegar micropolíticas para afectar a los grandes poderes, desde nuestras preguntas, inquietudes y encuentros.  

Investigación: como “no-sabemos”, preguntamos. Se investiga en la universidad y el laboratorio, pero también en las luchas y en los amores, en la angustias y en el idioma, en las calles y en las artes, en las escuelas y entre amigos. Esta casa propone abrir un espacio-tiempo para que estas preguntas crezcan, en la fuga, la fabulación y la confabulación.

No es que no tengamos saberes. Sino que existen “saberes menores”. Saberes-resistentes, saberes que abren nuevas realidades –nuevo agujeros— en las representaciones que nos hacemos de nosotros mismos. Saberes idiomáticos, del cuerpo y la salud, de cuidados y atenciones, de tecnologías y oficios, de invitación y hospedaje, de educación y lucha. Estos saberes aumentan la potencia de nuestras prácticas.
Instituir (mas que institución): instituir como verbo, sin fijación ni articulación estatal, sino como pregunta en acto: ¿qué reglas nos instituyen y posibilitan lo común? ¿Quién las propone? ¿Bajo qué dinámicas podríamos elaborarlas? ¿Cómo se regla (y des-regla) una ciudad? ¿Y el trabajo? ¿Cómo queremos reglar nuestras prácticas? Y, también, ¿cómo sostenemos la casa?
Afinidad: No tenemos intereses asociados, ni semejanzas culturales, ni parecidos generacionales o sexuales, ni origen compartido, ni somos co-propietarios, ni somos con-nacionales o com-patriotas: experimentamos sencillamente afinidad.
La afinidad es el camino de los “sin recetas”. La afinidad elevada a su enésima potencia. Como sistema de simpatías anterior a toda opinión o identidad compartida. La afinidad como punto de partida que toma casi como un método  la problematización.
Implicación: la casa podrá tener infinidad de formas de funcionamiento, de existencias, de producción, pero habrá que establecer una premisa fundamental: la  no-delegación de las decisiones sobre los rumbos que vayamos marcando en cada momento, aunque eso suponga demoras y complicaciones.
* Este texto constituye un ejemplo de manifiesto involuntario. Fue escrito por personas pertenecientes al Colectivo Situaciones, a la Comunidad educativa Creciendo Juntos, al Movimiento de Colectivos, al grupo Simbiosis/Editorial Retazos, al de Tejedoras del Bajo Flores, al Chaski Wayras y a La Ventana (CFP-Flores), ante la posibilidad de construir juntos una plataforma para ocupar una casa, proyecto en sinuso andar.

Tres imágenesen torno a una politización posible

(Texto presentado por el Colectivo Situaciones en el 2º seminario de reflexión “Murmullos de la política” organizado por la revista Pampa el 9 y 10 de diciembre de 2010)
 Quisiéramos sintetizar nuestro desconcierto, nuestra no necesariamente ingrata inquietud respecto del presente, a partir de tres imágenes (o momentos) y una pregunta.
I.
La primera imagen está vinculada a la revuelta de 2001; una imagen conformada por las innumerables líneas y colores, cuerpos y afectos que compusieron el ciclo de luchas que, desde mediados de la década del ’90 y hasta 2003 y bajo la forma de un potente e indeterminado Movimiento de movimientos, reorganizó los modos de vínculos posibles entre las vidas (nuestras vidas) y lo político. Movimiento de movimientos cuya paradójica dinámica lo hacía tanto destituyente de las lógicas políticas que lo antecedían como creativo impulsor de renovadas experiencias de politización social, de originales (aunque precarios y frágiles) modos de organización e institución social, de nuevas formas de vida en común. Un movimiento bifronte que al tiempo que evidenciaba el agotamiento de las lógicas políticas dominantes a lo largo del siglo XX, abría un campo de interrogantes en relación al tipo de instituciones, de vínculo y de protagonismo social acorde con las subjetividades contemporáneas.
No queremos extendernos sobre esta imagen dado que, a pesar de su complejidad, estimamos que sabemos más o menos de qué estamos hablando. Sólo quizás, agregar que, en nuestro caso, este momento se relaciona inexorablemente con aquello que llamamos investigación militante, es decir, con el ensayo de nuevos modos de plantear los problemas de la transformación social en estrecho vínculo con las situaciones concretas de lucha y pensamiento que por entonces se esparcieron a lo largo y ancho del país: movimientos de desocupados, de hijos de desaparecidos, de campesinos, experiencias alternativas de educación, de comercialización y consumo, de problematización de las formas de vida urbana, etc. Esto nos exigió, obviamente, la invención de nuevos conceptos e imágenes, la creación de todo un vocabulario que le diera fuerza y consistencia a este desafío. Así, poder destituyente, nuevo protagonismo social y contrapoder fueron algunas de las nociones claves que nos permitieron explorar, en ese momento, hasta qué punto las luchas sociales no precisan de una superestructura política “externa” (que les venga de fuera), sino que en lo social activo se desenvuelven las posibilidades de una nueva politización. Se trataba, en síntesis, de poner en juego una radicalidad política que no tuviera tanto que ver con una posible toma del poder estatal sino más bien con una lógica insurreccional y de contrapoder, una imagen de democracia por abajo fundada en un diálogo colectivo en el que cada movimiento de resistencia planteaba preguntas (sobre la justicia, el trabajo, la memoria, la tierra, la ciudad) y proponía, a quien se sintiera involucrado, elaborar verdades prácticas, teorías e instituciones donde procesar la radicalidad de esas preguntas.
II-
La segunda imagen, previsiblemente, es la que se fue dibujando en estos últimos siete años, desde el súbito advenimiento de Néstor Kirchner a la presidencia de la Nación  hasta su no menos súbita partida; pasando, obviamente, por los modos en que  su figura y sus políticas (y más que su figura y su políticas, las proyección de éstas sobre nuestros amigos y compañeros, sobre nosotros mismos, sobre nuestras preguntas y sobre nuestras certezas) afectaron nuestra percepción de lo político. Una suerte de escisión (individual y colectiva) producida por el fenómeno kirchnerista pasó a adueñarse de la escena política: a la velocidad del instante, el completo arco de partidos, de movimientos, de grupos de todo tipo y color, incluso de familiares y amigos se tensó hasta la fractura, la descomposición o la mutación repentina.
Esta segunda imagen da cuenta, también, de un momento de innovación política, pero esta vez por arriba. Es evidente: sin dicha innovación no había modo de contener las fuerzas destituyentes surgidas en los años precedentes; sin creatividad no había modo de gestionar el estado de excepción abierto con el comienzo del nuevo siglo. En Argentina (pero también en gran parte de Latinoamérica) surgía una nueva gobernabilidad como emergente directo del Movimiento de movimientos; emergencia que no es herencia ni continuación, pero tampoco llana negación. La ola de los llamados gobiernos progresistas en la región dispone a una serie de paradojas y dilemas que abre una temporalidad y una escala nueva para la investigación militante.
Mucho más tiempo e información necesitaríamos para elaborar una mirada “fina” (local y regional) sobre los modos de vínculo (mucho más creativos y singulares que lo imaginado, aunque no por ello poco problemáticos) entre estos nuevos gobiernos “progresistas” de América Latina y los movimientos que combatieron (e, incluso, derrotaron) al neoliberalismo durante los años ’90. Es evidente que tanto las hipótesis de cooptación como las de fusión, legado y continuación se evidencian pobres e imprecisas. Qué tan ingenuo sería sostener que las experiencias de politización de los ’90 encontraron su encarnación en el kirchnerismo como concebir a los gobiernos conformados en 2003 y 2007 como meros continuadores de la políticas neoliberales contra las que aquellos movimientos se constituyeron. Con todo, tengamos para nosotros algunas cuestiones ciertamente complejas que ahora sólo enunciaremos:
          los dispositivos de gobernabilidad puestos en funcionamiento en estos últimos años apuntaron tanto al reconocimiento (parcial, complejo, variable pero efectivo) de los movimientos que protagonizaron la resistencia al neoliberalismo y a las luchas de los años ‘70 (sobre todo, en las políticas de  Derechos Humanos) como a la reparación de un conjunto de injusticias y problemáticas sociales. Reconocimiento y reparación se constituyeron, entonces, en todo un modo de percepción y vínculo con la sociedad y sus organizaciones, en una respuesta eficaz al rechazo social al neoliberalismo, pero también en toda una interpretación de la política, de sus dinámicas y “actores”.
          El modo de gestión del kirchnerismo (en línea con esa interpretación de la política, de sus dinámicas y actores) estuvo muy lejos de alentar la politización y la autoorganización social. Pero, tal como dice un amigo rosarino, esto sólo se puede sostener al precio de aceptar al mismo tiempo cómo la emergencia del kirchnerismo puso de manifiesto un conjunto de límites propios de la dinámica de los movimientos; límites latentes y preexistentes, aunque velados por la intensidad de su embestida.
          En esas condiciones, ensayamos la noción de impasse de los movimientos para dar cuenta de cómo la imaginación política que había caracterizado a la década pasada parecía agotada y de cómo las condiciones (políticas o subjetivas) sobre las que habíamos urdido nuestro pensamiento se volvieron fangosas, promiscuas, difíciles de aprehender. Nos encontramos frente a la experimentación de una crisis de los lenguajes, de las palabras claves, del período previo. En el envés de la trama, era evidente la restitución de un lenguaje político más tradicional y, sobre todo, la constatación de un nuevo poder mediático capaz de modular las percepciones colectivas en el que las palabras brotan desencarnadas sin un proceso de elaboración capaz significar su materialidad concreta en sentidos diferentes al consumo espectacularizado. Las preguntas que nos habían organizado se marginalizan o, sencillamente, se tornan incomprensibles, al tiempo que se restituye la autoridad de palabra a los  especialistas y las disciplinas.
          En ese escenario, se trata, para nosotros, de desentrañar qué sucede cuando el lenguaje de los movimientos y de las prácticas colectivas autónomas pasa a circular en instancias macropolíticas. Sus efectos no son lineales ni homogéneos: van de lo compensatorio a lo confiscatorio, de lo reparatorio a la neutralización, con una cantidad de matices importantes. Se constata entonces la necesidad de un cambio de lugar de enunciación que tiene como punto de partida, a- asumir un nivel evidente de desorientación, b- politizar cierta tristeza, pero también, c- descubrir qué nuevas posibilidades expresivas se abren en este período pleno en ambivalencias discursivas.
          La tentación, nunca del todo resuelta, es pensar al proceso surgido desde 2003 como un cierre por arriba de aquello que habíamos abierto por abajo: el kirchnerismo como captura, control y clausura de aquellas dinámicas de politización social. Pero, al mismo tiempo, es evidente que la revuelta de 2001 permanece como condición material de esa dinámica de gobierno; que lejos de cerrarse, opera como piso de toda configuración social y política existente, incluso para las lecturas —por momentos hegemónicas— que sólo podían (o querían) leerlo negativamente, como pura crisis. El estado de excepción no podía ser cerrado, sino, segundo a segundo gestionado, dado que la excepción se volvió regla y condición.
          Volvamos, un minuto más, a los Movimientos: si, tal como decíamos, hace unos años, las distintas hipótesis propuestas parecían insuficientes para explicar el vínculo entre gobernabilidad y movimientos, hoy podría decirse que, a nivel latinoamericano, los movimientos se volvieron parte indispensable y activa de la gobernabilidad. 
Nuestro desafío, en estas condiciones, es el de repensar la cuestión de la autonomía en un escenario “posneoliberal” (no tanto en el sentido de una superación lineal del neoliberalismo, pero sí en tanto nueva fase caracterizada por el reconocimiento de actores no neoliberales) y “neodesarrollista”. Es decir, gran parte del entramado político-discursivo de los gobiernos progresistas de América Latina –pero, también de las organizaciones sociales y movimientos que los sostienen– se sustenta en la recuperación, en condiciones extremadamente diferentes, de imágenes propias de los ciclos de lucha que los antecedieron y su inserción en un esquema de desarrollo derivado del nuevo lugar de los países del cono sur en el mercado global.
Con todo, la dinámica propiamente política (o macro-política) se presentó durante estos últimos años bajo la forma de una radical polarización, una dicotomización absoluta de los posicionamientos políticos: agudizada al extremo en ocasión de la disputa con “el campo” por las retenciones, la cuestión se armaba a partir de un asfixiante “con nosotros” o “contra nosotros”, o con el gobierno nacional o con la oligarquía. ¿Cómo conjurar esa sensación de asfixia? ¿Cómo no neutralizar, en estas condiciones, la capacidad de problematización autónoma? ¿Cómo no dejarse encandilar por los discursos de la vuelta de la políticavuelta de la militancia, vuelta del estado y relevar la complejidad de esos retornos, en tanto fenómenos contemporáneos al impasse en la producción de innovación práctica y teórica desde abajo?
En ese marco, comenzamos a ensayar una noción de infrapolítica para intentar pensar un conjunto de procesos que esta dinámica polarizadora ignora. Nos preguntamos, ¿cómo dar cuenta de prácticas y resistencias “menores”, usualmente imperceptibles a la mirada cotidiana “normalizada”, y extrañas, en principio, a la lógica de la polarización tal como recién la describimos? ¿De qué modo aprehender esas delgadas líneas que  componen modos de vida en común, líneas capaces problematizar las pasiones que hoy modelan nuestra existencia (el miedo, la soledad, la necesidad de seguridad y los miles de etcéteras que una vida caben); pasiones que se gestionan imperfectamente tanto en lo que llamamos espacio de lo “privado” como en las declinaciones no menos imperfectas de lo “público”? ¿Cómo dar cuenta (con qué imágenes, con qué conceptos) de esos nudos que enlazan lo social, lo político y lo individual y que, en su singularidad, no se dejan traducir al lenguaje de lo obvio? ¿Cómo politizar estos nudos? ¿Cómo definir el espacio (vital, subjetivo, metropolitano) en el que el miedo troca en coexistencia –sin dudas compleja, pero ya no aterrada por los fantasmas de los estereotipos mediáticos– con los demás, con los otros? ¿De que forma enunciar el lento entretejerse de las vidas urbanas allí donde no hay proximidad a priori, allí donde la ciudad no supone la existencia de “vecinos” (de una amabilidad sustentada en el hecho de ser próximos físicamente), sino más bien de cómplices en una guerra civil de modos de vida disfrazada de normalidad, allí donde es necesario inventar modos de vínculo que no pasen por el miedo ni por los estereotipos? ¿Qué lenguaje utilizar cuando el de la militancia política (aquel que, mientras traduce vidas explotadas en representación política, aspira a convencer sobre un proceso de cambio posible, sobre un conductor posible) se evidencia a todas luces insuficiente?
Se vuelve necesaria, así, una perspectiva que posibilite pensar la politicidad actual, una politicidad muy distinta tanto de las imágenes que nuestra memoria nos trae del 2001 como de lo que vemos en los medios masivos de comunicación, una politicidad que acompaña y a la vez resiste por abajo a la política. Así, la infrapolítica acompaña a la política, pero a distancia. Hace política y, al mismo tiempo, desconfía de la política. Y es en esa desconfianza donde radica su heterogeneidad, su forma singular de actuar: sabe combinar una racionalidad pragmática que prevalece (en el sentido que su lógica es de uso, de fuerzas, de tácticas) con una dimensión ética (en el sentido que su punto de partida consiste en declarar que un estado de cosas nos resulta intolerable). La noción de infrapolítica intenta dibujar una línea de salida, de escape, del impasse y, a la vez, dialogar y pugnar con la (macro) política.
Solo por intentar ser más gráficos, mencionemos algunas experiencias de politización que, sin ser indiferentes, no brotan ni se resumen en la polarización, ni en el dispositivo de enunciación propiamente kirchnerista:
–    Experiencias en escuelas donde la idea de gestión social busca producir una  perspectiva compleja redefiniendo el espacio de lo público quitándolo de la exclusividad de la forma de propiedad estatal.
–      Talleres textiles que derivan de una nueva forma de subordinación de la fuerza de trabajo a esquemas de explotación sostenidos en prácticas comunitarias y migrantes. Allí se experimentas formas complejas de resistencia que dicen mucho sobre nuestro ser social actual.
–    Luchas contra los guetos urbanos que nos confinan a circuitos entre “iguales” bloqueando la problemática y ambivalente potencialidad política del vínculo entre heterogéneos.
–     Micropolíticas de las cooperativas que replantean la idea del trabajo emanada de los programas oficiales que, bajo el paradigma del salario y el empleo sustraen las capacidades políticas restableciendo el corte clásico entre lo “social” y lo “político” produciendo una forma de subordinación que calca el modo de explotación de la precariedad.
–   Gatillo fácil cuya estructura se mantiene intacta respecto a las fuerzas represivas que libran una guerra sistemática de baja intensidad contra los pibes de las periferias. Las resistencias al gatillo fácil replantean los modos de vivir en la ciudad, y restituyen el significado político de esas muertes que se producen en los pliegues de los modos de acumulación actual y en la separación entre lo “social” y lo “político”.
–    Luchas novedosas desde lo gremial que buscan replantear las formas de trabajo contemporáneas mientras cuestionan el sistema de representación gremial y de toma de decisiones heredado del sindicalismo tradicional del siglo XX.
–    Lucha contra el neo-extractivismo que cuestionan los modos en los que se sostiene “el modelo” que tanto se busca profundizar. Son luchas que van directamente al hueso de la explotación de los recursos naturales bajo el paradigma del crecimiento económico y la distribución de sus dividendos. Hay allí una crítica radical a las formas económicas y sociales y los modos de vida que de este “neodesarrollismo” se desprenden. 
Lo fundamental de estas experiencias es, quizás, que retoman un valor de autonomía no doctrinario. La autonomía es aquí un rasgo de la lucha: tanto una premisa como, de modo inmanente, un horizonte.  En ese marco, la investigación militante (y la edición militante, también) tiene como desafío compartir estos mismos rasgos.
III-
La tercera imagen aún no llega a calificar como tal. Es, más bien, una serie de impresiones, un desfile —desordenado y frenético— de instantáneas que se imprimen en nuestras retinas: una patota sindical de la CGT —con complicidad de la Policía Bonaerense y de la Federal mata a un compañero, Mariano Ferreyra. Los efectos de esta muerte descolocan (y vuelven bastante torpe y temerario) a un gobierno que había hecho de la no represión política una de sus banderas más reconocidas. Todo esto en un contexto de máximo avance de Hugo Moyano, líder oficialista de la central sindical, de relación oscilante con la Unión Ferroviaria que perpetró el asesinato. Los efectos de esa muerte, podría hipotetizarse, se pliegan sobre otra, la del propio Néstor Kirchner, cuyo cuerpo colapsa ante el previsible esfuerzo que supone procesar la desmesura de estímulos y de energías que circulaban en torno y a través de él. Luego, un cajón centelleante en el centro de la escena, una plaza que estalla, un grupo eventual y diverso, encabezado por la viuda y Presidenta, que recibe aquella fuerza, aquella energía social. ¿Inaugura esta serie desordenada y frenética de instantáneas (a las que se podrían agregar sin duda otras muchas) un nuevo momento político? ¿En qué medida esta sucesión de hechos, que afectan centralmente al kirchnerismo, lo modifican y nos modifican? Y si sería apresurado e ingenuo sostener que esta modificación afecta a los grandes actores de este drama, ¿no es más evidente que cierta mutación de los modos de sentir —y, tal vez, de pensar— de mucha gente, de mucha gente cercana, de muchos amigos; incluso, una suerte de necesidad de “participar”, de “discutir” expresa un ademán que trae al presente cierta memoria imprecisa de las jornadas de 2001? Como dato pintoresco, pero significativo, un mensaje por Twitter, firmado por la “Gloriosa JP” que decía: “vamos organizándonos: si querés empezar a militar mandá un mail a yoquieromilitar@gmail.com” recibió, cuentan fuentes confiables, ¡700 respuestas en sólo un día!; tantas que el improvisado y oportuno convocante –un bloguero k que firma como Conurbano— tuvo que derivar los mails y la organización de esta multitud.
La encrucijada argentina adquiere su específica tonalidad, si la pensamos inscripta en el mapa regional. En aquellos países sudamericanos donde los pilares del sistema de representación fueron seriamente cuestionados (Venezuela, Ecuador y Bolivia, por ejemplo), un mismo tipo de maquinaria política fue implementada por los gobiernos progresistas: redes extremadamente extendidas y difusas donde se tramita la simpatía popular, con centros explícitos y reducidos que concentran la capacidad de decisión e iniciativa.
La eficacia de estos gobiernos tal vez sea el premio a sus intentos por escapar de las viejas estructuras partidarias e institucionales. Al mismo tiempo, la centralización extrema del mando y la incapacidad para construir mecanismos que impulsen la democratización social, los ubica en una posición de perpetua debilidad. No son pocos quienes aseguran que sin Chávez, Correa y Evo Morales, los procesos de cambio en esos países sufrirían daños quizás irreparables.
Entre el ejercicio cotidiano de la gestión gubernamental y los impulsos autónomos de organización popular, es preciso crear instituciones políticas de nuevo tipo. Los intentos se han multiplicado: asambleas constituyentes, políticas sociales cuasi universales, partido único de la revolución, transversalidades y concertaciones electorales, son apenas algunas muestras de una experimentación que se despliega a escala continental. Pero los resultados son escasos y demasiado ambivalentes. No es casualidad que el espacio propiamente público donde se dirimen las hegemonías haya sido ocupado hasta el momento por los medios de comunicación empresariales, quienes disputan palmo a palmo las alternativas del proceso.
La aparición en escena de una gran cantidad de jóvenes que se han sentido interpelados por el lenguaje de la política es en este sentido una gran incógnita. Quienes se apuran para encontrar la manera de encuadrarlos o interpretar sus intenciones, harían mejor en darse cuenta que el destino de una generación no puede ser la mera contemplación de lo actuado. Tal vez estemos asistiendo a la emergencia de aquellas energías e inteligencias que faltaban para forzar una innovación social verdadera.
Con todo, parecen avecinarse tiempos de singular complejidad. Tiempos en los que las lógicas macro y micro se entretejan de modo imprevisible. Tiempos en los que las fuerzas políticas y sociales se reorganicen, no necesariamente de modo sosegado. Tiempos que pueden abrirse a una nueva politicidad.
Y si así fuera, ¿dónde ubicarse ante tal reorganización? ¿Cómo componerse en intimidad con esta politicidad emergente? ¿Qué lenguajes inventar en esta ocasión para, desde ese suelo común y en nuevo escenario, volver a problematizar y discutir las prácticas políticas y los modos de vida?
Quizá sea necesario, en este marco, reelaborar una noción de autonomía capaz de de ser eficaz políticamente. Quizá sea necesario volver a construir —muy artesanalmente— una  interlocución sensible, permeable, a diversos problemas, hoy sepultados bajo una  discursividad tan eficaz como pobre en sus fundamentos. Quizá sea necesario doblegar los esfuerzos por poner en discusión aquello que Luis Tapia llamó, en estas mismas jornadas, el buen vivir. Y quizá haga falta delinear esta imagen de buen vivir como modo de tensionar otras imágenes propuestas (algunas muy fuertes); imágenes que sitúan al consumo como sentido y eje organizador de una vida, imágenes que sitúan a la cultura del trabajo en el centro del escenario, imágenes que sólo pueden pensar la política a partir de un Estado que organice y dirija, imágenes que sólo pueden pensar los recursos naturales como recursos económicos.
Tiempos de singular complejidad, decimos, y de posible apertura.  El desajuste del sólido dispositivo kirchnerista puede ser una oportunidad —siempre en disputa con los sectores más retrógrados el peronismo y de las izquierdas— para nuevas y seguramente conflictivas convergencias. Los rasgos autónomos de la infrapolítica podrían encontrar, en este marco y si prima el criterio mutuo de apertura, un terreno propicio de politización en espacios promovidos, incluso, por el propio kircherismo.
Por todo esto, es posible considerar que la topología de la polarización se ha agotado en su realización. La distinción entre kirchnerismo y no-kirchnerismo se vuelve inoperante. Al conflicto entre kirchnerismo y antikirchnerismo se le sobrepone uno de mayor voltaje político: apertura –que se nutre tanto de cierto kirchnerismo y de cierto no kirchnerismo– frente a cierre (venga de donde venga, incluso de sectores del kirchernismo y del no kirchnerismo). “Dentro” y “fuera” son categorías en reformulación.
El principal espacio que necesitamos abriendo (y se está abriendo) reúne, entonces, a quienes pujamos por recrear –desde una poltización desde abajo- el proceso de constitución social, y al hacerlo encontramos nuevas posiciones posibles. El propio gobierno se encuentra en una situación paradojal en esta nueva configuración de fuerzas. Exterior, cuando se articula con lógicas de poder (de nuevo, caso Ferreyra, y tantos otros), o cuando reduce todo contacto con el desborde a tratamiento meramente gubernamental. Interior cuando invoca, empuja o asume un diálogo abierto con nuevas formas de politización que no controla ni enfrenta. La complejidad del momento es enorme. Porque el gobierno está tramado por diversas lógicas simultáneas. Se trata, quizás de sustituir las “o” (o la verdad del gobierno es o bien es otra) por la “y”, que nos permite comprender la diversidad de escenas que esta situación involucra y genera. No se trata de una “y” inocente, justificadora o desentendida, sino “y” capaz de producir un desplazamiento o de rearticular un nuevo campo de antagonismos (la “o” de las politizaciones). Los procesos de politización desde abajo y los partidarios de la “vuelta de la política” (desde arriba) entran así en un diálogo difícil, y ojalá auspicioso, pleno de dificultades por dar sentido a la “y” que debería reunirlos, y ante una “o” que podría agruparlos sin borrar importantes líneas de tensiones internas. Si los pensamos desde las dinámicas de politización desconocemos esta complejidad, el horizonte será el aislamiento y el sectarismo, así como una pérdida del sentido de la oportunidad. Si los defensores de la “vuelta de la política” (desde posiciones de gobierno) desconocen el esfuerzo serio de interlocución que el momento abre (promoviendo lenguajes y militancias estereotipadas y conduciendo todo el proceso a una simplificación puramente polarizante) colocarán ellos mismos los límites al actual momento (neodesarrollista y estatalista) castrando al actual proceso de movilización de los diferentes que proyectan un deseo y una memoria común.   
En síntesis, a lo largo de estos últimos siete años, en este extenso post-2001 (casi una década marcada por su irrupción), el dispositivo de gobierno kirchnerista ha resultado insuperable en el nivel macro-político y, para muchos, insufrible en el nivel de la micropolítica. Sin embargo, sospechamos que la  masiva plaza que se (auto) convocó a partir de la muerte de Néstor Kirchner puede abrir un escenario que, hasta hace poco, se presentaba obturado, puede ofrecer una oportunidad para redistribuir sensibilidades y modos de pensar. En esas condiciones, una infrapolítica que mantenga siempre una reserva de desconfianza sobre los modos en que se traducen las luchas a un código dominante puede, al mismo tiempo, desplegar un nuevo tipo de protagonismo capaz de aproximar más las dinámicas polarizantes por arriba a los antagonismos que podamos elaborar desde abajo. Sin confundirnos, pero sin falsos reparos.
CS, Buenos Aires, 10 de noviembre de 2010

Hacia el 2011, desafío del desborde y la apertura

En la calle
Partimos de un hecho vivido: en la plaza del miércoles 27, autoconvocada ante la muerte de Néstor Kirchner, nos encontramos muchos desde diferentes modos del sentir, compartiendo dos grandes preocupaciones: el miedo a que esa muerte produzca un debilitamiento en las decisiones del gobierno nacional que luego del 2003 dieron curso a una sorpresiva serie de políticas democráticas (haciendo del gobierno un lugar activo y atento a ciertas expectativas militantes de años anteriores); la expectativa –que se fue sobreponiendo con la anterior mientras la plaza se llenaba- de una apertura, acompañada para algunos de nosotros por un cierto aire de las plazas del 2001. Memoria y deseo de  apertura surgen del (re)encuentro entre diferentes, de la necesidad de hacer fuerza política de esos diversos sentires, y de la conciencia de (y por tanto disposición a) participar de procesos bien complejos que intenten formular cambios políticos fundamentales en este presente.

2001/2010

Memoria y deseo de apertura no remiten solo a una continuidad con el 2001. Anuncian también una diferencia fundamental. Si aquellas plazas eran destituyentes respecto de unas políticas estatales de corte violentamente neoliberales, que negaban y reprimían toda verdad de las luchas populares, esta plaza del 2010 parte de un reconocimiento a ciertas políticas gubernamentales  que, más allá de sus ambigüedades señalables y siempre señaladas, mutaron ostensiblemente su relación con las formas de politización desde abajo (o políticas situacionales, o de movimientos, o micro, o infra, o como querramos llamarles). Si del 2003 en adelante hay un reconocimiento (con todo lo parcial y ambivalente que podamos considerarlas) a ciertas (muchas e importantes) luchas sociales (derechos humanos, demandas sociales postergadas, etc), octubre del 2010 parece invertir la dirección de dicho reconocimiento, y es ahora desde abajo que se insufla reconocimiento (también complejo, condicional) hacia el gobierno, y a la figura de la presidenta muy en particular, para que “no afloje”, para que sea “fuerte” y “vaya por mas”.
Dos dinámicas centrales
Dos dinámicas fundamentales, entonces. Una de ellas parte de arriba en la medida en que resulta inseparable de la instauración de una posición estatal que durante los últimos años había sido completamente destituida y desprestigiada (primero por los flujos de capitales y mediáticos y finalmente por un nuevo protagonismos social). Ni superación de lo estatal ni mera restauración, la estatalidad surgente implica reconfiguración institucional. Como sucede en otras regiones del continente, el estado postneoliberal reúne elementos bien diferentes de continuidad y cambio respecto de las formas anteriores (de Bienestar, neoliberal). Compuesto inestable, este entramado institucional opera en continua formación. Ya no se trata de la posición de estado como el monopolio exclusivo del mando político, sino de una formación que pretende devenir activa en el contexto de otras fuerzas poderosas (corporaciones, medios, sistema financiero, etc) con las que se liga y entra en conflicto de modo sucesivo y variable. 
El kirchnerismo ha sido hasta ahora la forma más clara de formulación de este tipo de estatalidad, al tiempo que sus defensores de izquierda han equiparado con énfasis esta construcción simbólica y material de institucionalidad como una justiciera “vuelta de la política”.     
La otra dinámica parte de abajo (o situada, o micro, o infra, etc) y, cuando se activa, repolitiza la vida social de un modo diferente a la anterior. No menos compleja que la dinámica propiamente estatal, la politización parte menos de una coherencia discursiva y global y más de una serie de luchas (cotidianas, de visibilidad oscilante) que toman como punto de partida las condiciones y modos de vida. Lucha contra la ampliación de la frontera sojera y los desplzamientos de los campesinos, luchas contra la precarización y tercerización del trabajo, lucha contra el uso intensivo y sin control de los llamados recursos naturales, luchas contra el gatillo fácil, contra el racismo y la getificación urbana y tantas otras formas de resistencia contra las formas de explotación y dominio que se reproducen de modo continuo entre nosotros. Estas dinámicas de politización han variado mucho desde el 2003 a la fecha. Si durante la fase “destituyente” los movimientos sociales atacaban al estado neoliberal constituyendo máquinas de guerra capaces de confrontar con el estado en áreas como el control de la moneda (trueque), de la contraviolencia (piquete) y del mando político sobre diversos territorios del país (asambleas), los movimientos organizados mejor estructurados son actualmente, hoy, parte de la nueva gubernamentalidad, y expresan uno de los rasgos característicos de esta nueva fase del estado.
Y, sin embargo, la movilidad social no se agota en estas formas de movimientos sociales de lucha que hemos conocido ni en la actual configuración de movimiento-gobierno. La plaza del miércoles mostró claramente cómo junto a muchos de estos movimientos junto a una extensa participación de personas y grupos que no consideran ni de cerca que la política se agote en el gobierno y su defensa, sino que se consideran –nos consideramos- sujetos insustituibles de una nueva fase de politización posible.
Desborde
Todo dispositivo de gobierno está sometido al riesgo del desborde. Si algo reconocemos estos días es la vocación del kirchnerismo (y a su dispositivo de gobierno, superior a la de cualquier otro grupo político nacional) por contactar con el desborde social, en lugar de reprimirlo. El bicentenario fue una muestra contundente de esa vocación (tanto por la masividad como por la versión de la historia puesta en juego aquellos días). Reconocimiento que ya entonces nos produjo una inquietud, pues el desborde colectivo, una vez contactado, puede ser tanto interpelado desde un punto de vista exclusivamente normativo, bajo la preocupación de la gobernabilidad, o bien tratado como espacio constituyente, de constitución de reglas a partir de su propia realidad material. Los mejores momentos del gobierno han sido aquellos en que ha desarrollado una disponibilidad inédita al diálogo (generalmente conflictivo pero real) con esta dinámica de desborde. Y los peores, los mas indignos y a la vez menos imaginativos, han ocurrido cuando se intentó someter estas dinámicas a dispositivos hechos de inconfesables con los poderes de turno Ambas dinámicas gubernamentales salen a la luz, como alternativas, cuando la politización desde abajo tensa la escena. La muerte de Mariano Ferreyra muestra lo esencial de esta disyuntiva: la lógica del gobierno articula empresas y sindicatos mafiosos bajo formas de gestión innobles del trabajo. La lucha de los tercerizados y luego la muerte de Ferreyra ponen a la luz la otra cara, la lógica del desborde y, con él, otras posibilidades (a las que el gobierno acudió de inmediato una vez que trascendió el crimen). Cuando hablamos de apertura nos referimos a la necesidad de profundizar esta dinámica de reconocimiento y diálogo con las formas de politización que viene de abajo. Convertir las formas de subordinación de modos de vida de los muchos en momentos de problematización y apertura política. Por eso, creemos, la plaza del miércoles es profundamente compatible (o, en todo caso, bregamos para que lo sea) con gestos contundentes en el sentido esta conversión, a partir de la tragedia de los tercerizados del Roca, para seguir con un ejemplo entre otros, para prolongar esta dinámica al conjunto.  
El desborde implica  gasto público, incontinencia presupuestaria, presión democrática, tendencia redistributiva (no sólo de ingresos sino de decisión social y política en todos los campos). El gobierno tiene el mérito excluyente del reconocimiento a esta lógica y, como ningún otro gobierno, coqueteó con ella. Desde su perspectiva se trata de “gobernar” (un equilibrio variable de los verbos contener, controlar, satisfacer, silenciar, denunciar) el desborde (el conflicto social) sin represión estatal. Esto se ve en la relación con diversas escenas como las asambleas de waleway chu, la naturaleza del reconocimiento de Moyano en detrimento del reconocimiento de la CTA, diversos manejos territoriales, etc.  Insistimos: no es que nos sorprenda que el gobierno pretenda gobernar. Pero la politización de abajo abre nuevas posibilidades que no cabe delegar –precisamente- en los gobierno. Emergiendo de situaciones y conflictos capaces de replantear los términos falsamente excluyentes entre caos y gobierno se abre una interface creativa que nosotros llamamos politización en su sentido más radical. Politización, en este sentido, no es idéntico a “vuelta de la política” (protagonismo estatal). La “vuelta de la política” implica una imagen de la política a restaurar. La politización, en cambio, es dinámica histórico-singular, salida de su propio impasse, y capacidad de replantear escenarios y de producir novedades de peso.   
Una insistencia
La irrupción democrática articula plazas como en una memoria dialéctica: plaza del 2010, del 2001. En ambos casos (completamente diferentes) la irrupción de una multiplicidad de subjetividades politizadas intentan que el juego no se cierre. El riesgo (contra el cual hubieron intentos constructivos de movimientos, de grupos, etc), durante el proceso en torno al 2001 era no tener nada que decir más allá de la destitución. En el 2010 el riesgo es que el cierre venga desde arriba como desmerecimiento de todo aquello que podría abrirse desde abajo.
Topología
Por todo esto, es posible considerar que la topología de la polarización se ha agotado en su realización. La distinción entre kirchnerismo y no-kirchnerismo se vuelve inoperante. Al conflicto entre kirchnerismo y antikirchnerismo se le sobrepone uno de mayor voltaje político: apertura –que se nutre tanto de cierto kirchnerismo y de cierto no kirchnerismo– frente a cierre (venga de donde venga, incluso de sectores del kirchernismo y del no kirchnerismo. “Dentro” y “fuera” son categorías en reformulación. ¿Al participar de la plaza del miércoles se está inmediatamente dentro del kirhernismo, del peronismo, del gobierno? Si se responde que sí, la operación de cierre vendría del interior de la plaza misma. Si se responde que no, ¿se estáaría, por eso, inmediatamente fuera y contra todo lo que esos nombres implican? Si esta es la respuesta –venga de donde venga- la plaza se cierra y se achica irremediablemente. Resulta evidente, entonces, que este sistema de percepciones probablemente ya no funcione como antes. “Dentro” y “fuera” ya no remiten (gran novedad) al modo en que se determinó el juego a partir del 2003. 
El principal espacio que necesitamos abriendo (y se está abriendo) reúne, entonces, a quienes pujamos por recrear –desde una poltización desde abajo- el proceso de constitución social, y al hacerlo encontramos nuevas posiciones posibles. El propio gobierno se encuentra en una situación paradojal en esta nueva configuración de fuerzas. Exterior, cuando se articula con lógicas de poder (de nuevo, caso Ferreyra, y tantos otros), o cuando reduce todo contacto con el desborde a tratamiento meramente gubernamental. Interior cuando invoca, empuja o asume un diálogo abierto con nuevas formas de politización que no controla ni enfrenta. La complejidad del momento es enorme. Porque el gobierno está tramado por diversas lógicas simultáneas. Se trata, quizás de sustituir las “o” (o la verdad del gobierno es o bien es otra) por la “y”, que nos permite comprender la diversidad de escenas que esta situación involucra y genera. No se trata de una “y” inocente, justificadora o desentendida, sino “y” capaz de producir un desplazamiento o de rearticular un nuevo campo de antagonismos (“o” de las politizaciones). Los procesos de politización desde abajo y los partidarios de la “vuelta de la política” (desde arriba) entran así en un diálogo difícil, y ojalá auspicioso, pleno de dificultades por dar sentido a la “y” que debería reunirlos, y ante una “o” que podría agruparlos sin borrar importantes líneas de tensiones internas. Si los pensamos desde las dinámicas de politización desconocemos esta complejidad, el horizonte será el aislamiento y el sectarismo, así como una pérdida del sentido de la oportunidad. Si los defensores de la “vuelta de la política” (desde posiciones de gobierno) desconocen el esfuerzo serio de interlocución que el momento abre (promoviendo lenguajes y militancias estereotipadas y conduciendo todo el proceso a una simplificación puramente polarizante) colocarán ellos mismos los límites al actual momento (neodesarrollista y estatalista) castrando al actual proceso de movilización de los diferentes que proyectan un deseo y una memoria común.   
DS, 2010-11-10

¿Derechos humanos?

El diaguita Javier Chocobar fue asesinado en Tucumán el 12 de octubre de 2009. Sandra Juárez, campesina santiagueña, murió el 13 de marzo de 2010 cuando enfrentaba una topadora. El qom Roberto López fue asesinado el 23 de noviembre cuando la policía de Formosa reprimió un corte de ruta donde se reclamaba por tierras ancestrales. El gobernador Gildo Insfrán es aliado incondicional del Gobierno Nacional. Quizá por eso ningún funcionario del Gobierno cuestionó la represión al pueblo originario. Al contrario: el jueves al mediodía la presidenta Cristina Fernández de Kirchner compartió una videoconferencia con Insfrán, transmitida en directo por Canal 7. Abundaron las sonrisas y felicitaciones por la inauguración de una obra eléctrica. Ninguna mención hubo sobre el asesinato. En ese mismo momento, en la comunidad indígena se daba sepultura a Roberto López y el discurso gubernamental de defensa de los derechos humanos entraba, quizá como nunca antes, en el mundo de la hipocresía.
“Este Gobierno no reprime la protesta social”. Lo dijo el ex presidente Néstor Kirchner infinidad de veces. Lo repitió (y repite) la Presidenta, ministros, legisladores. Siempre fue una afirmación cuestionada por sectores sociales de izquierda y siempre fue, también, la bandera de los intelectuales orgánicos del kirchnerismo. Ningún intelectual o periodista que apoya este Gobierno denunció el asesinato y la directa vinculación del gobierno nacional. Algunos, los menos, llegaron hasta Insfrán. Pero no a la responsabilidad de la Casa de Gobierno.
Gildo Insfrán fue vicegobernador de Formosa entre 1987 y 1995. Ese último año asumió la gobernación, cargo que mantiene hasta la actualidad. Veintitrés años en el poder provincial. Nada que envidiar a los gordos sindicales. Insfrán apoyó a Menen, a Rodríguez Saa y a Duhalde. Y fue de los primeros gobernadores en respaldar a Néstor Kirchner. Sobrevinieron siete años de apoyos mutuos.
Dentro de los espacios indígenas de Argentina, Formosa es vista como uno de los paradigmas de la represión y hostigamiento permanente. Desde hace décadas las comunidades y organizaciones sociales denuncian el régimen, que muy poca difusión tiene en los medios de tirada nacional. “Exigimos respeto” es el título de la investigación de Amnistía Internacional sobre la situación de los pueblos originarios de Formosa, donde describe la violación sistemática de derechos humanos, el despojo de territorios ancestrales, la pobreza estructural y un aparato político-estatal que margina y coacciona a los pueblos indígenas. Durante dos años Amnistía trabajó junto a comunidades originarias de la provincia y comprobó la violación de derechos constitucionales, omisiones del derecho internacional, maltrato y discriminación institucional, y coacciones propias de la dictadura militar: seguimientos policiales intimidatorios, amenazas anónimas y secuestro de personas. “El gobierno provincial no sólo ha contribuido a la violación de derechos, sino también a reforzar la situación histórica de discriminación, exclusión y pobreza de las comunidades indígenas”, afirma Amnistía.
La Jefatura de Gabinete, el Ministerio de Justicia, el Ministerio del Interior y el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (dependiente de Desarrollo Social) recibieron la investigación de Amnistía. Nada hicieron.
En abril de 2009, y durante un prolongado corte de ruta, indígenas del Pueblo Wichi también murieron en la ruta formoseña. María Cristina López, de 22 años, y Mario García, de 48. Ambos pedían lo mismo que la Comunidad La Primavera, respeto a sus derechos (consagrados por frondosa legislación nacional e internacional) y, sobre todo, exigían territorio. Murieron de mezcla de hambre, frío y enfermedades curables en centros urbanos. Los medios nacionales no dieron cuenta de esas muertes. Muchos menos el gobierno nacional.
Cuando se trata de pueblos indígenas se ejercita un doble estándar: los derechos humanos son para sectores urbanos, medios y, en lo posible, blancos. Esa discriminación la denuncian desde hace años los pueblos originarios, pero tuvieron que contar con una “voz autorizada” para amplificar su pesar: “El genocidio indígena  está invisibilizado por una cuestión de clase social y de etnia”, afirmó en 2008 el juez de la Corte Suprema de Justicia Raúl Eugenio Zaffaroni. Y retrucó: “En la última dictadura militar se avanzó sobre un sector de clase media activo en política, inclusive con un segmento universitario. Por ello se lo reconoció fácilmente como genocidio. Todo depende del sector social que sufre la represión y de su capacidad para hacerse oír en público”.
Chocobar, Juárez y López, sólo tres de una larga lista, no eran clase media urbana. Sus muertes no cuentan (para muchos sectores) como violación a los derechos humanos.
Luego del asesinato de Mariano Ferreyra, oficialismo y oposición se tiraron culpas sobre quién cargaría con la muerte y el costo político. La clase política y la corporación periodística tiraron pescado podrido según su conveniencia. Todos querían despegarse de José Pedraza. Luego de la represión formoseña nadie del oficialismo necesitó esbozar una diferencia. Asumen, y actúan en consecuencia, que el kirchnerismo es Insfrán, que Insfrán es el kirchnerismo. Y que el costo político y social del asesinato indígena no se asemeja a otras muertes. Un indígena no es comparable, creen, con María Soledad Morales, Carlos Fuentealba, Darío y Maxi. Un asesinato indígena pareciera no tener costos políticos.
Sin embargo, la complicidad de Cristina Fernández de Kirchner con Gildo Insfrán no es la mayor responsabilidad con la que debe cargar el kirchnerismo. Las causas profundas de la represión a los pueblos originarios y las comunidades campesinas es el modelo extractivo: monocultivo de soja, minería a gran escala, monocultivo de árboles, agrocombustibles y el avance de la frontera petrolera son políticas de Estado. El menemismo creó la ingeniería legal para esas industrias, y el kirchnerismo es la continuidad y profundización de ese modelo extractivo.
Sólo dos ejemplos concretos: el monocultivo de soja y la minería nunca antes crecieron tanto como en estos últimos siete años. Nunca antes se usaron tantos agroquímicos, se desmontó y se explotó recursos naturales como en la última década. Y el avance de estas industrias implica el avasallamiento de las poblaciones rurales pobres, con la violación de derechos humanos a cuesta.
En Argentina, y también en el continente, el modelo extractivo avanza y se fortalece con el apoyo de los gobiernos provinciales y nacional.
Los pueblos indígenas y campesinos tienen múltiples diferencias, pero una gran coincidencia: la necesidad del territorio, y el convencimiento para defenderlo. La conflictividad rural es una consecuencia lógica, y la represión es la respuesta estatal y privada a esa resistencia.
Salta, Misiones, Santiago del Estero y Chaco no tienen mucho que envidiar a Formosa en cuanto al tratamiento represivo de campesinos e indígenas. Todas provincias alineadas con el gobierno nacional. Al igual que San Juan y La Rioja, donde la represión recae sobre asambleas socioambientales que rechazan la minería. La oposición también hace lo suyo: Neuquén, Río Negro y Chubut siguen el ejemplo represivo de Formosa y tampoco merecen la crítica de la Presidenta.
La muerte de Néstor Kirchner fue el hecho que motivó a intelectuales y periodistas para repasar y remarcar las justas medidas que el Gobierno tomó en favor del pueblo.
El asesinato de Roberto López, originario del Pueblo Qom, debiera ser (al menos para quiénes dicen estar del lado del pueblo) el momento justo para denunciar la violación de derechos humanos y, sobre todo, la complicidad política que ocasiona esos asesinatos.
Optar por el silencio es muy parecido a decir que los pueblos originarios “algo habrán hecho”.
Darío Aranda

Encuentro sobre Prácticas Educativas en la Casona de Flores

Invitación 
No vamos a definir ahora a qué cosa hemos llamado prácticas educativas ni a desarrollar, en esta presentación, el tipo de inquietudes que las recorre y hasta desborda. Esa será, tal vez, tarea del encuentro. El propósito de esta presentación es otro: compartir la doble alegría de haber podido concretar a esta cita (postergada y retomada varias veces en el año) y de poder hacerlo en la Casa de Flores que –a eso los invitamos- quiere ser proceso de experimentación colectiva.

De hecho –y por derecho- este encuentro puede ser presentado como una invitación a la revisión institucional [1] (las preguntas que orientan esta revisión resultaron ser entre nosotros: ¿qué es lo que no va más en las prácticas educativas?; ¿qué lo que sí va?; ¿qué obstáculos encontramos en lo que sí va? Y, finalmente, ¿cuál es el sujeto de cambio de estos procesos?). Instituciones estatales (y no estatales) resultan hoy objeto de todo tipo de rechazo y también de uso, de aprovechamiento y de reforma, de abandono y de invención. Este proceso de revisión es radical y encuentra un posible rasgo común en el desborde de toda imagen clásica de lo pedagógico. La propia multiplicidad de experiencias que convergen es este encuentro, esperamos, es muestra de ello.   

Saberes y estrategias rebeldes pueden resultar compartidos —a pesar de las diversas situaciones que atraviesa cada experiencia— si, como presumimos, el sentido de la revisión en curso encuentra puntos comunes de resonancia. Sea en la calle o en el barrio, en la escuela o en los bordes de lo escolar; sea con tono militante o irónico, comunitario o nihilista; sea invocando reformas o pretendiendo fundar instituciones enteramente nuevas; sea ocupando o vaciando espacios y roles; sea en la fuga o la construcción o en la clandestinidad… sea como sea, este encuentro quisiera vencer tanto la soledad personal —y grupal— así como toda política “de sector”, para exhibir la pluralidad de prácticas dedicadas a crear otras relaciones en la ciudad, otros modos en las instituciones, otros mundos en este mundo compartido.
Exhibir prácticas no es “hacerlas visibles”. Ya sabemos que la visibilización puede ser tanto un recurso como una trampa. El objetivo de este espacio es el reconocimiento mutuo, el contrabando de recursos y tácticas, la afirmación de los procesos en que estamos inmersos. Educación supone, desde ya, algo más amplio que escuela, colegio y universidad. Más amplio incluso que Estado. Supone, sobre todo, una mirada problematizadora e intercultural del territorio, del trabajo, de la familia y de la comunidad. Del mismo modo, la diversidad exige de un pensamiento complejo de las identidades, así como de las mutaciones que nos afectan, irreductibles a cualquier tentativa de normalización.
El año 2001 resultó ser una exposición de modos de vidas en crisis (o en estado extremo de excepción). La diversidad de prácticas en que nos involucramos resulta heredera de esa pluralidad que, pasada ya una década, no se reduce a ningún molde o modelo, mostrando una persistencia propiamente política y una realidad extensa que queremos afirmar y desarrollar.
Este encuentro quisiera profundizar estas cuestiones y, al  mismo tiempo, resultar efectivo al menos en relación a los siguientes planos:
a.       reconocimiento de las dinámicas de revisión de las prácticas colectivas existentes;
b.       construcción de una conexión útil tanto al nivel de cada experiencia como en la relación entre ellas y frente a aquellos interlocutores que, en el nivel del Estado, sean sensibles a este tipo de encuentros, redes y producciones;
c.       imaginar posibles intervenciones en territorios;
d.       que la propia Casa pueda ser una referencia –entre otras, inevitablemente- de proceso de experimentación colectiva.
A tal fin, proponemos para este encuentro una dinámica de trabajo conformada por distintos modos y momentos.
Dinámica de trabajo
La dinámica de trabajo que a continuación presentamos —y que, como verán, está organizada en cuatro momentos— no se estructura a partir de un grupo que habla o expone y de otro(s) que escuchan pasivamente. Por el contrario, el esfuerzo de armar las ponencias y de invitar a amigos con algún grado de involucramiento en prácticas educativas espera tener como correlatos escuchas activas, es decir, intervenciones con capacidad de problematizar y enriquecer dichas prácticas. De este modo, invitamos a los distintos participantes a preparar experiencias para exponer, a traer elementos para anotar, a que se sumen a dar una mano con el armado y desarmado de sillas, mesas, etc.: las fronteras entre quienes organizamos y quienes aún no deben ser, como mínimo, difusas.
Primer momento (de lectura y encuentro de las experiencias presentadas)
14:30hs. Presentación de producciones impresas y audiovisuales de los participantes (sugerimos traer producciones, revistas, videos, cosas que mostrar y/o vender). Espacio para releer las ponencias presentadas con anticipación.
·      Traer impresa las ponecias que aquí enviamos, además de tinta y papel para tomar notas.
Segundo momento (de Asamblea)
15hs. Este segundo momento, a su vez, tiene dos instancias:
a- Presentación y discusión en torno de las ponencias en tanto que escenas o imágenes diversas sobre el estado de inquietud actual en las prácticas educativas (chicos criados por movimientos; movimiento de “gestión social”; escuela paralela dentro del estado; experiencias de desbordes de toda pedagogía; interculturalidad; ocupaciones; relación con el trabajo, etc), en interlocución con las experiencias de todos aquellos invitados a los encuentros que quieran interpelar a las experiencias narradas.
b- Pregunta por el desafío que espacios como estos puedan asumir durante el 2011, contando con espacios como la Casa.
Se prevé para este momento una coordinación colectiva (varios y cambiantes coordinadores del uso de la palabra) que intente evitar monólogos descolgados, que recupere momentos que valgan la pena iluminar y que realice, si es preciso, preguntas que permitan enriquecer los diálogos.  
Tercer momento (de escritura)
18:00hs. Finalmente, proponemos disponer de una momento último para la escritura en caliente, individual y/o grupal, sobre lo acontecido (qué nos dejó el encuentro, qué queremos dejar registrado, qué quisimos decir y no lo hicimos, qué se nos ocurre ahora que nos gustaría dejar sentado para próximos encuentros).
Cuarto momento (de música y choripán)
El cierre será a toda orquesta: algunos amigos ofrecerán un minirecital que acompañará este momento de escritura y de cierre del encuentro. Y otros amigos, acompañarán este acompañamiento improvisando un buffet con choripanes, hamburguesas, cervecitas y demás).
Quinto momento (post-encuentro)
Una última instancia —ya días posteriores— ensayará articular las ponencias, los intercambios, las discusiones, los registros escritos finales en un texto que, al tiempo que circula problematizando las prácticas educativas, sirva como base posible para nuevos encuentros.
Momento transversal (y simultáneo): A la par que se va sucediendo todo lo arriba contado, habrá una sala pasando distintos videos vinculados las prácticas educativas.  
Nota marginal 1: a todos aquellos que no logren contener su voluntad de colaborar con esta primera experiencia, los esperamos 30 minutos antes de la hora de comienzo y los retendremos 30 minutos después, tiempos necesarios para trasladar sillas, organizar el espacio, acarrear equipos de video y sonido y los muchos etcéteras que irán surgiendo en el proceso.
Nota marginal 2: No olvidar equipos de mate y galletas para la tarde (luego despacharemos morfi y bebidas).
Nota marginal 3: Aquellos que aún no se inscribieron para participar de este encuentro de Prácticas Educativas, háganlo sin falta y lo antes posible al correo lacasonadeflores@gmail.com contando quiénes son y en qué tipo de experiencias pedagógicas están vinculados.
En cualquier momento emerge del ciberespacio http://casonadeflores.blogspot.com/
¡¡Manténganse alerta!!
La cita es, entonces, el sábado 4 de diciembre a las 14:30 hs. en la calle Morón 2453, Flores (a cinco cuadras de Plaza Flores)
Centro de Formación Profesional (CFP) 24  (Flores)
Escuela Sarmiento (Retiro)
Comunidad Educativa Creciendo Juntos, (Moreno)
Movimiento de colectivos
Barrilete
Proyecto Caminos de la Memoria, escuela Mujica (Retiro)
Jóvenes que participaron de las tomas a los secundarios
Colectivo Situaciones – Tinta Limón Ediciones
Y más colectivos que se siguen sumando…



[1] Utilizamos la controvertida noción de institución en dos sentidos bien diferentes. 1. Como sustantivo: las instituciones se nos presentan como objetividades caducas e indeseables del mando y, como tal, como conjuntos de reglas a reformar, a refutar, a abandonar o a refundar; 2. como verbo, en infinitivo, en tanto capacidad de instituir, como acto capaz de crear espacio-tiempo colectivo autónomo. No son pocas las veces en las que se nos presenta una alternativa cerrada, demasiado sencilla para albergar la complejidad de lo real: se está dentro y a favor o fuera y contra (de las instituciones). Esta simplificación es tóxica, incluso, para los modos de vida libertarios. Al contrario, suponemos que vale la pena prestar atención a una variedad significativa de prácticas que opera revisando la trama de las instituciones como otros modos de pasar del sustantivo a su forma verbal, reconociendo una pluralidad de procesos que hoy intentan de un modo u otro fundar modos del hacer y del vivir radicalmente diferente al que se nos ha propuesto durante décadas bajo el título de “instituciones”.   


16 Feria del libro independiente – FLIA

A 30 AÑOS DEL ASESINATO DE JOHN LENNON
16 Feria del libro independiente y (A)

16 FLIA – Capital

-8 de diciembre-

En el estacionamiento recuperado por los estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales
Azcuénaga 933 – Entre Paraguay y M. T. de Alvear

no arme el arbolito
FLIA FLIA FLIA FLIA
ármese un librito
bien encolado y corregido
en el playón de sociales
suena divertido, a que sí.
FLIA FLIA FLIA FLIA
PROYECCIONES
CHARLAS
ARTES VISUALES
MUSICOS
POETAS
ESCRITORES
Y USTED
venitesumaterestate, reítecolaboráno vengasrecomendá, inventáliberatehacé burbujasrevolucioná, comete un chapati, robate un libro y regalalotocale el culo a dios, abrí los ojoscerralos, prendé la concienciarascateleedibujá, tomalo con calma


>> F L I (A) <<
Feria del Libro Independiente y Alternativa, Autogestiva, Abierta, Autónoma, Amiga, , , , , , , ,
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De aperturas y nuevas politizaciones

El desborde
Un momento de apertura política está marcado tanto por la dificultad de nombrarlo de modo fácil y preciso como por la pluralidad de significados que despierta. De allí su fuerza para trastocar la escena. Aquello que se abre también se escapa de foco: hace visible simultáneamente varios planos, en un tiempo desigual y combinado. A ese momento de apertura se lo vive con cierta perplejidad: la falta de definiciones no es, sino, efecto de lo que se resiste a ser encuadrado. Tal vez una imagen posible, a la altura de esa indefinición, sea la del desborde. Toda una secuencia de hechos históricos pueden caracterizarse por ese fugarse de lo previsto. Es esa dinámica lo que vuelve a estos hechos momentos irreversibles y únicos, capaces de reinventar el almanaque. Doble fuerza del desborde, entonces: la de salirse del cauce (como lo hace el agua) y superar las previsiones, pero también la de hacer visible una vivencia de exaltación colectiva, una demostración intensa de sentimientos.
La plaza de Mayo que se pobló tras la muerte de Kirchner (y los días siguientes) tuvo esa impronta de desborde. Tal vez su sentido más evidente haya sido defensivo: dejar claro y constatar entre los muchos que allí nos encontramos que no se admitirá un retroceso. Esto es: ni la imposición de escenarios represivos (esbozados ante todo en el criminal asesinato de Mariano Ferreyra) ni la marcha atrás de medidas de gran relevancia popular, ya asumidas colectivamente como derechos adquiridos. La convocatoria resultó sorpresiva y diversa. Imposible sería adjudicar esas presencias a la capacidad organizativa de los grupos más consolidados. Necesario resulta comprender hasta qué punto ese torrente desdibuja y rebasa todo tipo de polarización prefabricada o maniquea de los sentires. Al contrario, la fuerza de esa plaza fue la de exhibir una voluntad de profundización democrática: una nueva explicitación de esa potencia activa e intangible, sin traducción lineal, pero poderosa y decisiva que se hace presente en la calle para otorgar o retirar legitimidad a quienes ocupan el sistema político. Hay quienes llaman a esto espontaneidad. Se trata, creemos, de un efectivo sentido de la urgencia y un decidido ejercicio de la fuerza social.
La excepción
Las resonancias y las diferencias con aquella plaza de fines de 2001 son múltiples aunque no obvias. Si por entonces también se desarmó la salida represiva ya en marcha (imposición del “Estado de sitio” y asesinatos a decenas de manifestantes y militantes en esas jornadas), era evidente que la masiva convocatoria que puso fin a la legitimidad neoliberal adoptó, en plena crisis, la forma de una destitución salvaje. Sin embargo, aquel movimiento inauguró algo que el kirchnerismo supo advertir desde el comienzo: la excepción como condición de época, como terreno concreto de la política. Como debilitamiento de la lógica republicana-representativa y como imposibilidad de dar por sentada la obediencia a la regla. Como desafío que dio lugar a un tratamiento no convencional de la excepción: convivir con ella sin maximizarla pero, al mismo tiempo, sin acabar de conjurarla. La excepción se perpetúa en tanto que la soberanía del Estado, aún cuando se habla sin cesar de su vuelta, no es capaz de monopolizar la organización del entramado social, territorial, cotidiano, de millones de personas. Ni de dotarla de sentido.
La excepción, entonces, como condición de época obliga a una invención de dispositivos de gobierno de nuevo tipo, lo cual supone incorporar los enunciados y los métodos producidos desde abajo en la gestión misma de lo social, habilitando simultáneamente toda una serie de reconocimientos y de perversiones.
Así, es probable que en la relación entre momento de apertura y excepción se juegue algo fundamental del orden de la intensidad democrática. Y de la explicitada necesidad de su profundización.
Complejidades
Es imposible dejar de lado el mapa latinoamericano. En aquellos países donde hubo movilizaciones que trastornaron los pilares del sistema de representación (Venezuela, Ecuador y Bolivia), un mismo tipo de maquinaria política fue implementada por los gobiernos que le siguieron: una combinatoria de redes extensas y difusas que canalizan y traducen la energía popular con mandos explícitos y personalizados que concentran la capacidad de decisión e iniciativa. El acierto de estos gobiernos se vincula estrechamente con el hecho de haber reconocido la incompetencia de ciertas estructuras partidarias e institucionales (aún cuando en los hechos cueste replantear el problema de la organización política en términos alternativos a la de los partidos políticos con imbricaciones en el aparato del estado). Sin embargo, esta incapacidad para construir mecanismos que confíen plenamente en la democratización de las decisiones y de los recursos, los ubica en una posición de perpetua debilidad.
Entre el ejercicio cotidiano de la gestión gubernamental y los impulsos autónomos de organización popular no logran gestarse instituciones políticas de nuevo tipo. Los intentos se han multiplicado: asambleas constituyentes, políticas sociales cuasi universales, partido único de la revolución, transversalidades electorales, concertaciones partidarias; expresiones, todas, de esta tentativa a escala continental de creación de nuevas dinámicas institucionales.
Pero los resultados son escasos y demasiado ambivalentes. No es casualidad, en este marco, que ese espacio propiamente público donde se dirimen las hegemonías y se prueban los discursos haya sido ocupado por los medios de comunicación que disputan palmo a palmo las alternativas de estos procesos.
Las politizaciones más allá de la (vuelta de la) política
Del “¡Qué se vayan todos!” de las plazas de fines de 2001 al ejercicio de un reconocimiento popular hacia el actual gobierno (y a la figura de la presidenta en particular) de las plazas de fines de 2010 no hay una inversión literal. Ni, como se insistió, un camino sin más de la crisis del sistema político a su resurrección. Ni la evidencia gratificante del pasaje del infierno a la salvación. Más bien, ambos momentos pueden leerse como situaciones de alerta social en extremo sensible a los “signos de cierre” (signos de cierre provenientes de todas las fracciones ordenancistas con fuerza dentro y fuera del partido de gobierno, que se querrán llevar adelante en nombre del bien de todos, con el lenguaje del partido, del sindicato, del estado, de los pobres, de los trabajadores, de la militancia popular, etc).
De allí la complejidad de la situación presente; una situación en la que conviven, como trama de la apertura, las politizaciones desde abajo (y sus rasgos autónomos) con el llamado “retorno de la política”, entendido como  “retorno del estado”. Este “retorno”, podría decirse, tiene el mérito indiscutido de actualizar la cuestión de la política. Sin embargo, corre serios riesgos de hacerlo en términos de una discursividad que no supera el reestableciento del orden institucional y sus actores predilectos: partidos, sindicatos, intelectuales. En este sentido, la politización (en una perspectiva infrapolítica) traza una genealogía propia y trabaja a (cierta y fundamental) distancia de la discursividad institucional, aunque coexistiendo con ella en la tentativa de reorganizar nuevas posibilidades y confrontaciones.
Aperturas
Nuevas politizaciones, aventuramos, nombra los modos impropios, bárbaros,  innovadores, de vivir lo público. Da cuenta, en otras palabras, de un campo de experimentación de lo común que insiste en sus rasgos de autonomía, que se fortalece en su sensibilidad desobediente y que inventa desde abajo otras formas de la organización cotidiana. La activación de esta pluralidad de formas y lenguajes vuelve insuficiente toda tentativa de simplificar esta riqueza al mero encuadramiento. Confiamos en estas nuevas politizaciones como forma de sostener la apertura en términos de una profundización democrática.
Estos modos de politización parten menos de una coherencia discursiva y/o ideológica y más de una serie de luchas (de visibilidad oscilante) que toman como punto de partida las condiciones y los modos de vida. Lucha contra la ampliación de la frontera sojera y los desplazamientos de los campesinos, luchas contra la precarización y tercerización del trabajo, lucha contra el uso intensivo y sin control de los llamados recursos naturales, luchas contra el gatillo fácil, el racismo y la guetificación urbana (y contra sus políticas de “seguridad”), etc.
Es evidente que estas dinámicas de politización han variado mucho desde el 2001 a la fecha. Si durante la fase “destituyente” los movimientos sociales atacaban al estado neoliberal constituyendo prácticas capaces de confrontar con el estado en áreas como el control de la moneda (trueque), de la contraviolencia (piquete) y del mando político sobre diversos territorios (asambleas), una parte de esos mismos movimientos enfrentan el dilema sobre los modos de participar (cuándo y cómo) de la nueva gubernamentalidad, expresando así uno de los rasgos característicos de esta nueva fase del estado.
Y, sin embargo, las formas difusas y permanentes de una cierta movilidad social atraviesan todas estas modalidades. El desborde, como dinámica de  apertura, renueva la autonomía como premisa y horizonte en el que promover una interlocución sensible, permeable a diversos problemas que no se agotan en una discursividad “neo-desarrollista” (una discursividad, ésta, tan eficaz como pobre en sus fundamentos: el consumo como sentido primordial de las vidas, la cultura del trabajo como fundamento de la dignidad, los recursos naturales como recursos económicos, el Estado como racionalidad superior, etc.).
Desafíos
Coexisten en el país al menos dos dinámicas que organizan territorialidades diferentes. Por un lado, el plano de reconocimiento de derechos de inclusión (que mixturan políticas asistenciales con nuevas formas de ciudadanía) y de consolidación de conquistas simbólicas sobre la memoria y la justicia vinculadas a los crímenes de la dictadura. En este plano se incluye el axioma que inhibe la represión estatal del conflicto social, una de las conquistas más profundas en lo que hace a las nuevas formas de gobernar en presencia de movimientos y de luchas sociales. Las inconsistencias en la aplicación de este axioma (asesinatos y aprietes en manos de bandas sindicales que atacan a trabajadores tercerizados, guardias armadas por terratenientes, policías provinciales y locales de gatillo fácil, así como la creciente presencia de la gendarmería en villas y barrios) obligan a profundizar y extender su potencia y alcance.
Por el otro, se afirma una tendencia de alcance regional: la reconversión de buena parte de la economía a un neo-extractivismo (minería, extensión de la frontera de la soja, disputas por el agua, los hidrocarburos y la biodiversidad) que incorpora de manera directa a diversos territorios al mercado mundial y de cuyas actividades surgen los ingresos que sostienen fiscalmente a muchas de las economías provinciales y políticas sociales, así como la imagen de una nueva modalidad de intervención estatal. Los asesinatos de los pobladores de la comunidad toba en Formosa que se oponían al desalojo de sus tierras son parte de un modelo de despojo (de la tierra) y desposesión (de recursos) que está en el centro de esta tensión.
La imbricación de estas dos territorialidades es evidente. Ambas convergen para configurar los rasgos de un patrón de concentración y acumulación de la riqueza que se articula, en la primera de las dinámicas, con rasgos democráticos y de ampliación de derechos.
A la polarización política de los últimos años se le sobreimpone, ahora, un nuevo sistema de simplificación dual: cada una de estas territorialidades es utilizada para negar la realidad que aporta la otra. O bien se atiende a denuncias en torno a la nueva economía neo-extractivista, o bien se da crédito a las dinámicas ligadas a los derechos humanos, la comunicación, etc. Como si el desafío no consistiese, justamente, en articular (y no en enfrentar) lo que cada territorio enuncia como potencial democrático y vital. La riqueza de los procesos actuales se da, al contrario, en la combinación de los diferentes ritmos y tonos de las politizaciones, abandonando las disyunciones campo-ciudad, interior-capital, etc., y asumiendo las premisas transversales a las luchas por la reapropiación de recursos naturales, así como de los diferentes procesos de valorización de los servicios, de la producción, de las redes sociales como fuentes de la riqueza común. Estas combinaciones son las que permiten valorar la calidad inmediatamente política de las luchas que evidencian la trama colonial y racista en la redistribución excluyente de poder territorial, jurídico y simbólicos en villas y haciendas, en talleres y barrios que se extiende a los lugares de trabajo bajo el modo de contratación en blanco y en negro, estables y precarizados, etc.
La politicidad emergente resulta casi imperceptible en su materialidad si no se asume la complejidad de esta trama, si no se crean los espacios concretos de articulación de esta variedad de experiencias. Y su radicalidad es inseparable de la exigencia de elaborar para cada una de estas situaciones un sentido preciso de lo que significa la dinámica de desborde y apertura que se juega en cada momento.
Colectivo Situaciones
Buenos Aires, 6 de diciembre de 2010

«PROFUNDIZAR EL MODELO” DESPUÉS DE LOS 4 RECIENTES ASESINATOS EN PROTESTAS

Discurso militante K: Qué decir ante “las denuncias de represión que le hacen el juego a la derecha”
Si ud. apoya el “modelo” nacional y popular, no quiere hacerle el juego a la derecha y se comete un crimen político o por represión a la protesta social bajo el gobierno de Cristina, tenga presente estas diez recomendaciones sobre cómo proceder para ser un militante leal a la memoria y el legado de Néstor Kirchner:

1- Espere a ver los cables de la agencia oficial o los programas de 678, allí se marcará la línea discursiva correcta.

2- Si por los medios oficiales aún no se dio ninguna versión convincente, guarde silencio, esquive el tema con sus amigos, no publique nada al respecto en su blog. Minimice la noticia todo lo que pueda. Los medios que defienden el “modelo” buscarán durante esas primeras horas otras novedades para la primera línea informativa, o si no, apelarán al Fútbol para Todos o a los encuentros de la militancia del Chivo Rossi o el Chino Navarro bajo la consigna “Néstor, esto es para vos”. Así, el hecho se irá minimizado en sus repercusiones políticas con el pasar del tiempo.

3- Si aún así el tema persiste instalado en el interés social, recomendamos seguir los siguientes pasos:


4- Ante el crimen consumado, la culpa siempre la tiene otro. Siempre habrá un gobernador, burócrata sindical, jefe policial de distrito, hacia quien “tercerizar” la responsabilidad. Cristina sólo sería responsable si matara ella directamente a alguien con sus propias manos en la Quinta de Olivos, pero nunca si lo hicieran sindicalistas cercanos, gobernadores oficialistas o policías a cargo de su Ministro de Seguridad y Justicia.

5- Buscar voces oficialistas que digan lo necesario, sin importar la realidad. Tener a mano declaraciones de Juan Cabandié (“a la Unión Ferroviaria la maneja Duhalde”), de la propia Cristina (“Gracias Gobernador”, a Insfrán un día después de los asesinatos en Formosa) o Felipe Yapur (“un vecino dice que disparó la Metropolitana”).

6- Echar a rodar rápidamente la teoría conspirativa, siempre hay alguien más pior que los propios asesinos y responsables: Duhalde es peor que Moyano, el tucumano Bussi es peor que Insfrán, Macri es peor que Aníbal Fernandez (bueno, no importa, dígalo así por ahora, después vemos…). En última instancia, apele a la presencia de “infiltrados”. Pueden ser de Quebracho, FARC, Narcotraficantes o Servicios, o todo junto. Siempre sirve y alguno seguro lo reproduce en su blog. Todos ellos, por supuesto, buscan un hecho destituyente para derrocar a Cristina. Recuerde, éstos atacan al PO, a los tobas o a los villeros, por ser funcionales a la derecha (¿).

7- Hablar de “incidentes” o “hechos desgraciados”, pero no de “represión”. Decir “muertes” pero no “asesinatos” y mucho menos “crímenes”. Tener a mano un comunicado de lLa Cámpora que hable de “repudiar la violencia” y de la “solidaridad con los familiares”, mientras reafirma el aval al gobierno nacional y su decisión de “no reprimir la protesta social” (sí, no importa, repítalo así nomás).

8- Identifique a los familiares de las víctimas más proclives a ser convocados por el gobierno y para que Cristina pueda recibirlos. Prometerles “justicia”, “comisión investigadora”, “últimas consecuencias”… Con el tiempo, ofrecerles una fundación que lleve el nombre de las víctimas.

9- Si se va a hablar del jefe de las fuerzas represivas del Estado Nacional y hombre fuerte del gobierno, Aníbal Fernández, cierre filas contra los que hablan de su pasado duhaldista y su responsabilidad en los crímenes de Kosteki y Santillán. En cambio destaque que es amigo de los blogueros K, que usa remeras copadas contra Clarín y va a los recitales del Indio Solari. Prohibido hablar de los hechos recientes de la Federal como el asesinato del chico Rubén Carballo en un recital, o de la zona liberada en Barracas para el asesinato de Mariano Ferreyra. La impunidad en esos casos es porque se investigó y no se encontró nada, no porque hay encubrimiento y aval político de parte del Ministro y el gobierno. El que dice eso, ya saben a quién le hace el juego…

10 -Por último, busque declaraciones de Estala Carlotto y Hebe de Bonafini y organice un buen festival por los Derechos Humanos. Si es posible en Plaza de Mayo. Mejor con artistas latinoamericanos. Importante: llevar banderas del Pañuelo Blanco.

Felíz Día de los Derechos Humanos!!

 “Somos todos unos gobernados, y ante este título solidarios. Porque pretenden que su cometido es ocuparse de la felicidad de las sociedades, los gobiernos se reservan el derecho de pasar a la cuenta de pérdidas y ganancias las desdichas de los hombres que sus decisiones provocan o que sus negligencias permiten. Es un deber de esta ciudadanía internacional hacer siempre valer a los ojos y a los oídos de los gobiernos las desdichas de los hombres, de las que no es verdad que no sean responsables. Las desdichas de los hombres no deben ser jamás una salpicadura muda de la política. Fundamentan un derecho absoluto a alzarse y a dirigirse a quienes detentan el poder. Hay que rechazar el reparto de funciones que, muy a menudo, nos proponen: a los individuos les corresponde indignarse y hablar; a los gobiernos reflexionar y actuar. Es cierto, a los buenos gobiernos les gusta la santa indignación de los gobernados, siempre y cuando esta permanezca a nivel lírico. La voluntad de los individuos debe inscribirse en una realidad cuyo monopolio han pretendido reservarse los gobiernos, ese monopolio que hay que ir arrancándoles poco a poco, día a día”
(Michel Foucault)

Bolibofobia

Durante los últimos días, acá, en Argentina, se han presenciado, sin dudas, los actos racistas más descabellados y siniestros desde la llegada de muchos de nosotros a este país (no hablamos de migración para hacer referencia a nuestra llegada, sino de movimiento territorial). Actos racistas que no refieren tanto a los asesinos o a los delincuentes que dispararon en Villa Soldati en estas horas, sino al cinismo desalmado de una gran mayoría de la sociedad argentina (incluimos con el profundo dolor en esa mayoría a  mucha gente que conocemos). Así, no podemos dejar de relevar lo fuerte y peligroso de los permanentes comentarios racistas que se escuchan diariamente en la calle y que son pasados totalmente por algo normal y aceptados, inconsciente o conscientemente, por las personas acá. Notamos que cuando alguien dice alguna barbaridad ideológica/racista se siente con la libertad de decirlo en cualquier ámbito por el hecho de que no está mal decirlo y de que cuenta con la complicidad de las personas que lo escuchan. De este modo, frecuentemente, se expresan los inocentes y preocupados vecinos con frases que invitan a la violencia generalizada: no es raro oír referencia a los inmigrantes del tipo «hay que matarlos a todos» o «volverlos a su país de una patada«. Muchos se protegen de todo pecado diciendo: «Yo no soy racista, yo no estoy contra los bolivianos, estoy contra los bolivianos vagos«, pero en las reuniones de ocio estallan bromas a puro relax: «Parece un bolita» o «¿Tu novia es boliii?, ¡No podes!». ¿Cómo digerir tanta hipocresía?



Bolibofia, creemos, concuerda –y mucho— con todo lo ocurrido. En estos días tuvimos  la oportunidad de escuchar y analizar a varios periodistas, cronistas, locutores de radio y “vecinos” indignados por los “ocupas”. Entonces,  nos encontramos parados en medio de un racismo creciente, sin estar ocupando las tierras del INDOamericano, pero siendo igualmente agredidos por los medios de comunicación, el Gobierno de la Ciudad y estos “vecinos”, entre otros.

Xenofobia  (Del griego ξένος xeno = extranjero y φοβία fobia = temor) es el odio y rechazo al extranjero, con manifestaciones que van desde el rechazo más o menos manifiesto, el desprecio y las amenazas, hasta las agresiones y asesinatos (ESTO LO DICE WIKIPEDIA)

Xenofobia. (De xeno- y fobia).1. f. Odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros. (Esto lo dice la Real Academia Española)

racismo.1. m. Exacerbación del sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otro u otros.
                2. m. Doctrina antropológica o política basada en este sentimiento y que en ocasiones ha motivado la persecución de un grupo étnico considerado como inferior. (Real academia española)

Esto nos hace preguntarnos si, acaso, la raza humana no es una sola; si incluso totalmente heterogénea, no deja por ello de ser una misma RAZA (la raza humana). Así,  no podríamos decir que el racismo existe, entre la raza humana, como término posible.
Con respecto  al término “xenofobia”, la Real Academia Española dice muy bien que su significado remite a la “repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros”. Pero esto nos lleva a preguntarnos si, acaso, un italiano, un español u un estadounidense no son extranjero en estas tierras. ¿Qué es lo que hace que no se discrimine a un yanqui o a un europeo y sí a un boliviano? También nos preguntamos con insistencia acá, en casa, quién tiene el privilegio de ser  “vecino”, qué requisitos hay que cumplir o qué formularios llenar para tener ese privilegio.



Se utilizó este término de “vecino”, también, para diferenciarlos de los “delincuentes o asesinos”, como diciendo que los “vecinos” no son este tipo de personas, que los causantes de tanto daño y dolor no pueden ser los “vecinos” del barrio de Lugano, Soldati, Samore (y mucho menos de Palermo, Recoleta o Chacharita), etc., que solamente puede ser gente paga o cínica de otros lugares y motivados por otros intereses ajenos a la bolifobia.

Este modo de entender y presentar la situación genera una mirada encubridora que ampara a las personas que participaron de estos actos el pensar que las personas “bien” no son capaces de hacer estas cosas. Solo intentan calmar y minimizar estos hechos. Pero cualquier persona puede tener  bolifobia  pasiva, permanente y constante, y estallar ante 500 personas: el odio que genera el racismo impulsa a actos siniestros. O es, al menos, lo que prueban las muertes de Bernardo Salgueiro (paraguayo), Rosemary Cupeña (boliviana), Juan Castañeta Quispe (boliviano) y el último caso de un chico de 19 años.


Dice el diario de hoy: “El director del SAME, Alberto Crescenti, confirmó la muerte del joven de que había sido herido y estaba siendo llevado al Hospital Piñero, cuando fue “sacado por la fuerza por desconocidos” cuando ya estaba dentro de la ambulancia. “Lo remataron en el lugar”, aseguró Crescenti. La escena provocó un impacto tremendo en el médico que estaba atendiendo al chico herido de bala. Además de la muerte del joven de 19 años, el titular del SAME reportó la existencia de “numerosos heridos”.

¿Es esto, acaso, una “pelea entre vecinos”?

Frida, Ana Paula, Angel, Pablo y Hernán, Bajo Flores, 11 de diciembre de 2010

Excursión a la Casona de Flores

(a propósito del Encuentro de prácticas educativas)
 I-
La curiosidad mata al toga, dicen, y en este caso me arrojó ciegamente (impulsiva y torpemente) hacia aquello que se anunciaba bajo el incierto  título de “Encuentro sobre Prácticas Educativas”. “Encuentro”, evidentemente, no calificaba ni para “Congreso”, ni siquiera para “Jornadas”. (pero, además, ¿cómo ponerle, con cándida candidez, “Encuentro” cuando este apelativo se vincula inexorablemente a uno de los modos dominantes de cultura en la actualidad; uno de los modos, digamos, hegemónicos; entendiendo por este término aquel que quiere someter a otros con sus palabras y razones? No bifurquemos…). Encuentro sobre Prácticas educativas”, convengamos, no sonaba interesante, pero la invitación venía acompañada de dos elementos francamente tentadores: el lugar, “La casona de Flores” y un repertorio de sugerentes “ponencias”.
Primero el primero. Una casona en una zona de ex casonas. Una casona que retiene con fuerzas aquel Flores-pueblo, aquellas afueras mucho más afuera que el arrabal borgeano. El arrabal era la periferia, allí donde comenzaba a terminarse la ciudad, donde dominaban las calles de tierra y los compadritos.  Flores no era el arrabal, sino las «quintas». Con sus casonas. Y la citación era, así decía la invitación, en una Casona de Flores  (Dejamos sin abordar aquello que constituye el punto fundamental de todo esto: su singularidad geo-social. Situada en el centro geográfico de la ciudad de Buenos Aires, el complejo entramado multiétnico y policlasista que se configura en el cruce de diversas comunidades —bolivianas, paraguayas, peruanas, coreana del sur, pasando por diversos ramas de judíos ortodoxos—; en el pliegue entre la villa más nutrida y compleja de la ciudad y los talleres de costura clandestinos, atravesando las más variadas dinámicas de oferta sexual que pueblan sus calles, Flores es nítida expresión de la complejidad de las metrópolis contemporáneas).
Las “ponencias”, en cambio, eran escritos breves, de sólo algunos párrafos, donde distintas experiencias educativas contaban “algo” de sí mismas, del tipo de mundo más o menos novedoso que transitan. Y eran experiencias inquietantes. No porque a mí me inquietasen personalmente, más bien notaba cómo cada uno de estos escritos ensayaba, a su modo, una estocada al orden constituido. Una escuela de oficios amotinada contra el trabajo; una escuela primaria que, asumiendo un “no saber” como piso, ensaya diluirse en la comunidad a partir de componer un indescifrable entre lo público y lo privado (un entre que es absolutamente otra cosa); un grupo pedagógico que dice que no hay nada que enseñar, ni nada que planificar, ni nadie a quien guiar… solo estar disponible; otra escuela que asume como obligación transformar sus reglas internas para que algo del orden de lo educativo tenga lugar. Y otra que asume la interculturalidad como eje de cualquier dinámica pedagógica. Otro grupo de gente  (última experiencia que nombro y quedan algunas afuera) que educa a sus hijos de modo inmanente a sus propias vidas. Como una continuidad material  concreta de sus vidas.
Un tercer elemento convocante, por decirlo de alguna manera, era un texto que había hallado en Internet (http://www.casonadeflores.blogspot.com/) sobre la Casona de Flores como excusa perfecta para hacer algo, para juntarse, para desplegar “modos de vida en común”. La verdad, la excusa, como proyecto, me sonaba algo vago. Y el texto —para los que todavía creemos en la distinción entre la poesía y la política— muy complejo de asimilar.
Casona y ponencias. ¿Cuánto era promesa y cuánto realidad?
La Casona, deteriorada, emergía imponente al fondo de una entrada prolongada y poco cuidada. Casona que supo ser casco de chacra de algún oligarca menor; por donación, luego, se vuelve orfanato durante largo tiempo; quebrado y prestado al Estado, más tarde, pasa sus últimos años deshaciéndose. Mas hoy se halla en nuevas manos. La biblioteca y el escritorio del Presidente Manuel Quintana, un sótano con sus (hipotéticos) túneles que recorren el subsuelo del barrio, sus patios y amplios salones, su living otrora señorial, dotan a este caserón de una naturaleza singularmente atractiva.
Las ponencias, por su lado, no podían ellas, ya, defraudar: todo dependía de un indefinido nosotros. Todo pendía de un hilo.
II-
Llegué temprano. La invitación invitaba a “colaborar”: llevar sillas, cebar mate, acondicionar el lugar. No hice nada de eso; más bien, me dediqué con método a tratar de acomodar mi cuerpo en un territorio que, si no me era hostil, tampoco me era familiar. Luego de recorrer los salones y los patios de planta baja, de revisar los libros y las revista a la venta, de manotear cuanta folletería se cruzara por mi vista, de comprarle un café a una señora que parecía salida de una película de Ettore Scola, me dispuse a sentarme en la sala –ese antiguo living, grande y maltrecho– en donde se iba a llevar a cabo el evento.Tan sólo segundos más tarde ya estaba lleno de gente. 
Gente bastante distinta la una a la otra, algo poco usual en este tipo de encuentros en donde o son todos universitarios, o son todos bancarios, o son todos hinchas de San Lorenzo… Distintas en edades, en sexos, en razas, en lenguajes, en clases sociales, en vestimentas, en gestos, en gustos. Lo distinto (excepto algún episodio aislado en donde un muchachón algo torpe, que calzaba una remera del General y que luego escuché que era de “La Cámpora” fue callado, justamente, porque algo de la diferencia parecía molestarle y molestó —¿pura casualidad o habla esto, precisamente, de un modo de militancia bastante extendido en esta vuelta de la política, de un tipo de militante, de un modo del estado?­— Al margen, como dice el Japonés Vera, qué tipo de minimalismo o de absurdo homenaje es ponerse el apellido Cámpora como bandera de organización revolucionaria. ¿Cámpora no fue, efectivamente, el verdadero “chirolita”? ¿Aquel al que pusieron como doble sustituto? ¿Al que rajaron  al toque con aquello de que le prestaban el gobierno pero no le daban el poder? ¿Aquel que por indiscutible lealtad se fue sin decir “está balcón es mío”, dejando su lugar a López Rega y a la Triple A? ¡Un héroe este dentista! ¡Un superhombre tímido y fugaz! ¿Cómo es que una impotente obediencia se vuelve bandera de una juventú que busca con obstinación alguien a quien obedecer?)
Una vez todos sentados en muchas sillas distintas, en rondas (unas adentro de las otras), un muchacho de rulos desbordados explicó con cuidada pedagogía la dinámica de trabajo de esa tarde; una dinámica, quizá, demasiado compleja, tanto que todos asentimos sin saber muy bien qué hacer.
Silencio.
Silencio.
Lo rompió otro muchacho que sentado en actitud de empleado estatal hizo referencia a las ponencias y a cómo éstas presentaban distintas experiencias “alternativas” que bien haríamos en analizar. Pero casi no pudo terminar porque una señora de pelo gris claro le espetó: “¿Alternativas a qué?” “¿Cómo a qué?”, le contestaron, “al Estado. O al sistema”. O al logofalocentrísmo, si prefiere pensarlo así. “Pero, ¿somos “alternativas” a eso o somos otra cosa”, interrogó alguien con astucia. “Son experiencias de lo nuevo en relación a una dinámica escolar agotada y anacrónica”, confirmó una chica mientras succionaba una bombilla de plástico. “Pero, ¿hace falta hablar en términos de lo nuevo y de lo viejo? ¿Cuánto hace que “lo alternativo” existe y es un elemento constitutivo del estable orden de las cosas?”, replicó una, a la que otra le respondió que lo que había que pensar era realmente qué es lo que una escuela puede. “Basta de hablar de las escuelas”, se escuchó desde el fondo. “Y de qué querés que hablemos en un Encuentro de Prácticas educativas”, le contrapusieron a coro varias personas del corazón de la ronda…
Así, las voces se fueron intercalando por más de tres horas, trazando un tejido complejo que si bien no parecía echar mucha luz sobre el tópico convocante, sí expresaba una fuerza, una intensidad, una escucha atenta, un deseo —llamativo y prometedor— de estar juntos.
Y en ese punto me pareció vislumbrar algo interesante, una suerte de punto de convergencia entre lo que evidenciaban las ponencias y lo que expresaba la propia convocatoria de la Casona: curiosamente, ambas se presentaban como experiencias de producción de reglas. O, dicho de otro modo, ambas asumían que para que algo exista, más fundamental que oponerse o derribar lo (supuestamente) existente, es inventar las reglas (los modos posibles) de su existencia. Uno de los chicos que hablaron decía: “Yo no puedo dar por descontado el vínculo. No puedo creer que yo, por el mero hecho de ser “docente”, tenga legitimidad, tenga autoridad, tenga saber. Tampoco que estar en un colegio signifique (para ellos, para mí, para los directivos) demasiado. Quiero decir: cada día hay que pensar/pactar las reglas que constituyen los vínculos personales, las reglas que gobiernan los territorio y los tiempos, las reglas que posibilitan que algo exista como común”. Ups.
La Casona, del mismo modo, se proclama como una institución postestatal (sic del texto arriba mencionado), es decir, aclara “un espacio de experimentación política (de experimentación de modos de vida) cuyo potencial de existencia depende de su capacidad para producir sus propias reglas, sus propios códigos, sus propios órdenes de vínculos, sus propios tiempos y dinámicas”.  
Debo reconocer, ahora que lo pienso en frío, que no parece un mal plan. Una suerte de autonomía vital. De democracia inmanente (y de democratización permanente). Sin embargo, tengo la sospecha de que una dinámica así sólo puede existir a costa de no simplificar nunca la trama, a costa de una resistencia activa ante el cliché, a costa de nunca caer en la trampa del éxito y el modelo. A costa de no ser nunca «autonomistas«.  

Pero, ¿es posible inventar las propias reglas de existencia sin volverse gueto, un espacio cerrado sobre sí mismo (¿qué es la muerte sino el cierre sobre sí mismo?)? ¿Cuál es el modo en que la invención de las propias reglas debilita las reglas hegemónicas? ¿O es que no hay reglas hegemónicas? ¿O es que hay que actuar por sustracción, por defección, por recombinación? (¿No es un riesgo del éxodo volver sin que lo llamen?). Es decir: ¿cómo vincularse con el Estado y con el Mercado? ¿Desconocerlos? ¿Reconocerlos? ¿Implosionarlos? ¿Atacarlos por las espaldas? ¿Dejarse seducir?

— Otro cortadito —le pido a la señora (que, confirmo, escapó de Romanzo di un giovane povero), mientras comienzo a enfilar para la calle: los enigmas abiertos y la noche cálida me convencen de volver caminando a casa.
Horacio Tintorelli (por Carta Abierta)

La vuelta de Charly García (La vuelta de la política)

Este Charly García 2010, esta décima versión de sí mismo, este Charly García que festeja ante una  templada multitud el Día Internacional de los Derechos Humanos, el Bicentenario, los 27 años de democracia y los tres años del gobierno de CFK; este Charly García es, sin duda, el mejor ejemplo de la potencia del kirchnerismo. Del poder transformador del kirchnerismo. De su capacidad compleja y por demás exitosa de convocatoria. Y de su insuperable dinámica normalizadora (y “reparadora”). En el kirchnerismo todo se presenta, o bien como continuidad impostada, marchita (de la política de los ’70, de los artistas comprometidos, de los cantores de protesta, de las luchas de derechos humanos, de la política y la militancia nacional y popular) o bien como un armado ultra-ficcional: el triunfo absoluto e indiscutible del mercado y los medios de comunicación; un triunfo tan extendido y totalizante que a su alrededor sólo se pueden organizar dinámicas lúdicas que simulan ponerlos en discusión, que los enfrentan, que los cuestionan (cuando, centralmente, lo reproducen al infinito, cuando, precisamente, los legitiman como espacios centrales de reproducción de la vida y de la política); un triunfo tan amplio y contundente que permite que, en el marco de este juego, se organice una suerte de ideología enemiga y combativa, una ideología nacional y popular, una ideología que despierta luego de la pesadilla neoliberal y que viene a decirnos, con gesto de vencedora, que la casa está en orden (incluso Charly García), que podemos hacer nuestra vida con absoluta normalidad, que podemos comprar lo que queramos que hay guita y estabilidad, que podemos hacer política que total 6, 7, 8 nos tira la letra. Como si fuera un guión. Total todo es una ficción. Y en esta ficción Charly García comparte cartel con Aníbal Fernández y con Ricky Fort. Y en esa ficción Charly García abraza con devoción a Santaolalla. Lo venera. Le dice que lo quiere (sí, a ese gordito que luego de pegarla con un jingle hippie bastante pelotudo llamado Mañanas campestres –que decía algo así como: “Corramos al bosque a preguntarle a un nogal // si es verdad que llueven rosas de cristal // si la luna se ha ido a pasear // Y el viento nos cuenta la historia de un lugar”… ¿qué hijo del proletariado podía escribir una canción con ese título, con esa letra, cuando en las mañanas, lejos de correr por el bosque y conversar con nogales y rosas, se trabaja cual mula y cuando el campo no es más que recuerdo de pasado lejano, de quizá una, quizá dos generaciones atrás? Ese gordito global multipremiado incluso con el Oscar, ese gordito que optó por vivir en Los Ángeles, por amarrocar guita laburando de productor. Abrazar y venerar, decíamos, a ese gordito vuelto gurú de la música y de la vida. (¡Y nosotros estábamos convencidos de que era al revés!  ¡De que el gurú era usted, García!). Y el abrazo se vuelve triangular cuando aparece León,  famoso león herbívoro que tan bien logró sobrevivir estos años a fuerza de pastillas —sobrevivir al pasaje de los galpones piqueteros, de los recitales organizados por Asambleas, de los Encuentros Campesinos y sus festivales a todo folklore a ser el número central de la fiesta de 15 de la hija de De Vido—. 
Estos son los verdaderos ’90. (Y también el verdadero ’83, ese momento en el que casi todo se volvía alfons/cinismo). Pero ahora sí el mercado, el profesional, lo técnico se imponen ya sin controversias. Ahora sí el mercado  incorpora, deglute y corona a todo aquello que caminaba por sus bordes, que ensayaba impugnarlo por dentro. Ahora sí disciplina al indisciplinable, al eterno drogadicto, al puto, al oscuro y ultra-quilombero, al asexuado ultrasexuado. A ese que (como Hebe de Bonafini, o como Viñas, o como Rozitchner) parecía inaprensible, incomprable. A los ’90 los resistió a fuerza de merca, whisky y joda. Y a los ’80 viviendo y grabando en New York, con pelo corto, con trajes (siempre estrambóticos) y con máquinas reemplazando a los músicos y a los instrumentos. Pero el costos de estas resistencias (de esta capacidad de imprevisión, de ese salirse del lugar asignado, del lugar común o predecidle, de esa facultad de estar siempre dos pasos más allá) fueron los últimos años antes de que la máquina de reconversión kirchnerista lo salvara. Unos años transitados con un cuerpo y una mente destrozados (por las drogas, por el alcohol, por la falta de sentido, por la derrota del dinero sobre el arte y la vida). Un cuerpo eternamente marcado, pintado, dibujado por el caos mental. Un cuerpo flaco, lánguido. Una mente en extremo lúcida. Es el tipo que hizo el Himno, una versión propia del Himno. Como si fuera un Prócer. Sarmiento o Blas Parera. Un cuerpo resistente cuando todo se vendía, cuanto todo se moría. Un gesto de resistencia de una Nación que, en el fondo, le importaba un huevo. Hoy, en cambio, parece cantar el Himno con placer, con gusto, con convicción (¿o con un cinismo tan extremo y sutil que adelgaza al máximo la línea que lo separa de la sumisión?). Un Charly García Neodesarrollista. Un Charly García vuelto Natalio Ruiz. Un Charly García vuelto Elton John. Con su cara regordeta que merma la presencia del otrora capital bigote; un bigote negro y blanco, y no este amarillito patito, clarito, cortito, chaplinesco. Payasesco. Pero era la figura que faltaba. La difícil. La que hubo que ir a buscar al hospital. A la que hubo que gestionarle un tratamiento. En la que hubo que invertir un fangote de guita para obtener este brillante producto reciclado. Hecho a nuevo. Vaciado de maldad.  Un Charly García copanizado: es decir, en tipo que se cree el Silvio Rodríguez de este cachivache, el tipo que es a la música y a la poesía lo que es  Ricardo Forester al pensamiento. Un tipo que no grabó el Himno Nacional sino el de River Plate. Que se presentaba como un galán grotesco de  los años ’80 que contaba “cuántas minas que tengo”, una suerte de subjetividad premonitoria respecto de los que vendría en los ’90. Un galán, además, algo fascista, que cuando el lunes temprano prepara la agenda piensa —en claro ademán de militante del Pro— “anoto a la rubia // descarto a la renga”. Un galán que es capaz de decir la palabra “monadas” (“Haciendo el balance // del fin de semana // me miro al espejo // y me digo monada…”). Y un Galán, sobre todo, fracasado, decadente, que acaba el fin de semana solo y masturbándose. El tipo que cuando todo se desarmaba a principio de los `90 proponía canchero atarlo con alambre (en lugar de prenderlo fuego). El tipo que, cuando joven, era bueno y medio boludo y ahora es viejo, bueno y totalmente boludo. Copani. No tal alejado de García). 
Además del himno, Charly cantó “Demoliendo Hoteles” (una suerte de carta de presentación de alguien que, entre otras cosas, se llevó muy mal con los hoteles, que revoleaba sus televisores, que mostraba el culo por la ventana de la habitación o se tiraba clavados desde el piso quince y “Cerca de la revolución” (“Me siento sólo y confundido a la vez // Los analistas no podrán entender // No se muy bien que decir // No se muy bien que hacer // Todo el mundo loco y yo sin poderte ver. // Pero si insisto, yo se muy bien te conseguiré. Cerca de la revolución // El pueblo pide sangre // Cerca de la revolución // Yo estoy cantando esta canción // Que alguna vez fue hambre // Estoy cantando esta canción”). ¿Todo en Charly García tiene significado? ¿Todo es una cadena de sutilezas? Charly García era el verdadero Barthes rioplatense. O el mejor ejemplo de Barthes cuando éste indagaba las publicidades, la moda y otras mitologías, desde ese momento, globales. Charly García, que era Barthes, ahora es Fito Paéz, ese tipo al que le pasó todo tan rápido que de ser un rosarino huérfano devino en exitoso empresario de sí mismo; el tipo que de repente vendió miles de copias, que tiene miles de fans en puerta de sus casa a los gritos y al que le hacen miles de notas. Y que le canta al amor. Pero sólo el cuerpo de García puede soportar algo así. Páez se entregó casi sin resistencia. Como si ya estuviera derrotado. Como si estuviese esperando ese momento. El pacto con el diablo se había cumplido. (Pero, ¿cuánto tardarán mis amigos en volver a emocionarse con algún tema de Fito?)
Todo es un show civilizado en el que todos estamos unidos y del mismo lado. (Gonzalo y Víctor Heredia. Sandra y Miguel Russo. Hugo Moyano y V. Hugo Morales. Leo Sbaraglia, Leo García, Leo Messi. El tontón de Varsky y el cabezón de Cappusotto. Liniers y Carpani. Alejandro Dolina y Juana Molina. Un tenor, unos mozos y millones y millones de compatriotas. Charly García y Copani (y Fito Paéz, y Santaolalla). Tod@s somos kirchneristas. Tod@ somos parte de este show del disciplinamiento masivo. Nada de andar rompiendo guitarras o parlantes, nada de patear micrófonos, ni de andar llegando tan quemado que no podés ni articular tu nombre. No. Esto es al estilo Fito Páez. O Vicentico. O Santaolalla. Tipos que entienden del billete. Profesionales. Tipos que no podían dejar pasar la invitación de festejar todos juntos los Derechos humanos y la democracia (¡Algo impensable tiempo atrás! )  Algo que en Argentina sólo podía volver a pasar si venían unos tipos como los que vinieron que hicieron lo que hicieron. Néstor y Cristina. El matrimonio salvador. Fuegos artificiales. Festejemos el día de los Derechos Humanos y de la Democracia. Festejemos junto a las Madres, las Abuelas y los Hijos (por fin la familia unida). Festejemos junto a Cristina que el finado nos guía desde arriba. Una fiesta de todos los argentinos. Algo que nos enorgullece como argentinos. Una verdadera fiesta de la democracia mientras que una verdadera lluvia de fuegos de colores estalla sobre nuestra cabeza. Show. Show. Show. Todo es un gran Show. En este punto, los ’90 son  absolutamente irreversibles. Ese personaje casi ficcional que era Carlos Saúl (un personaje que escapaba, al mismo tiempo, de la obra de Breat Easton Ellis y de una épica del Pepe Rosa, con montoneras y generales incluídos) extiende sus garras sobre esta construcción ultra-ficcional. ¿Qué es 6,7,8 (o Duro de Domar) sino la aceptación de la construcción de relatos ficcionales como el piso sobre el que se discuten las reglas de juego? ¿Qué es la intervención (no tanto en el sentido político como en el artístico) en el INDEC sino la certeza de que la realidad puede ser controlada, manejada, dibujada —y, sobre todo, la certeza de que no hay otro modo, en el campo de juego, que no sea éste—? ¿Qué es (o era) la pareja presidencial sino el esfuerzo constantes (segundo a segundo), de ambos, por autoconstruirse como personajes legítimos, poderosos, temerarios, personajes principales de la inconclusa tragedia argentina? Ellos supieron de inmediato que si no querían terminar como De la Rúa su ficción debía tener muchas más capas, mucho más coraje, mucha más ficción. Qué debía incluir enunciados, y prácticas, y actores que, si no eran incorporados, jamás podríamos festejar así, todos en paz, todos unidos, el Día Internacional de los Derechos Humanos, el Bicentenario, los 27 años de democracia y los tres años del gobierno de turno.
Charly García es el mejor ejemplo de esta capacidad de convocatoria del kirchnerismo, de su capacidad de ficcionar, de inventar personajes. No hay salvación.
Ermindo Omega

Y le echan la culpa a bolivianos y paraguayos…

En un reportaje en la radio Paco Urondo, el urbanista de la Universidad de General Sarmiento Raúl Fernández Wagner explicó que la ocupación de tierras es el modo principal de acceso al suelo en todo el país, “seis de cada diez no alquilan en una inmobiliaria ni compran una casa o un departamento de modo formal”. La clave es el encarecimiento del suelo urbano debido a un mercado sin regulación. Los barrios cerrados en los que viven 200.000 personas ocupan 40.000 hectáreas, el doble de la superficie de la Capital Federal, que alberga a casi tres millones. A su juicio, la solución es la reforma urbana, que implica el disciplinamiento de los inversores, que se han beneficiado con valorizaciones extraordinarias del suelo, sin dar participación a la sociedad en esa plusvalía. En los últimos años hubo un boom de la construcción, destinada en un 80 por ciento a edificios de lujo y el resto para los sectores medios. Buena parte de esos metros construidos se volcaron al mercado de los alquileres, lo cual no resuelve el problema del 40 por ciento de la sociedad que gana menos de 4000 pesos al mes.
H.V.

¡Oooh, qué se valle todo, oooooh!

(la década impensable/caudillos muertos/arquitectura política)*
El kirchnerismo es, también, una inscripción en el espacio público. Se nutrió de las detonaciones del 2001 e hizo una reelectura propia y potente. Ya nadie clama por la extinción de la clase política. El líder que acaba de morir logró que se festejen aún sus apropiaciones indigeribles. La ambigüedad en el vallado de Plaza de Mayo
Diego Genoud
Dos tiempos superpuestos
Las vallas policiales que obturan la Plaza de Mayo están ahí hace casi diez años. Es un tajo metálico que se extiende desde Hipólito Yrigoyen hasta Rivadavia y que, en ocasiones, se expande hasta interrumpir el tránsito por completo. Cuesta ignorarlo. Son 72 bloques de hierro mallado que marcan distancia y amedrentan. Echan raíces en la plaza desde el 20 de diciembre del 2001. Recuerdan las escenas de la masacre con la que Fernando De la Rúa se despidió del bastón presidencial. Carros hidrantes, perros, caballos, gases lacrimógenos, cabezas de tortuga, bastones, balas de goma y a ese helicóptero que partió. Pero son al mismo tiempo, en los días finales del 2010, un paisaje que se volvió rutina inapelable, un elemento más de una escenografía que a nadie inquieta ni sorprende. Néstor Kirchner nunca se decidió a retirarlas. Cristina tampoco.
El día que él murió se produjo una alteración mínima. A eso de las cuatro de la tarde, un grupo de policías de la Federal comenzó a bajar vallas blancas –las mismas que se habían usado para el Bicentenario- de un pequeño camión y a delinear ese sendero angosto que entreabrió el vallado inamovible para que se ordene la fila imponente de los que querían agradecerle a Kirchner por su obra. Un vallado de contacto se convirtió en la hendija que superpuso el diseño de dos tiempos muy distintos. El del 2001 no se desarmó: siguió organizando la escena.
La plaza como amenaza 
El símbolo es potente y claro pero, por su aparente anacronismo, se presta a interpretaciones diversas. ¿Es un detalle que no habla del fondo? ¿Una parte escindida del todo? ¿Un temor infundado? ¿Apenas un olvido? ¿Un capricho de esos que los tantos que le atribuyeron a él? ¿Una muestra de que, cuando se decidiera, podría reprimir? Difícil. Las vallas de la Policía Federal persisten más bien como centinelas que advierten ante el peligro de lo desconocido y el avance del enemigo. Son el dique de contención de una marea difusa que, cuando estalla sobre las costas del poder, no da tiempo a nada. Son la conciencia de una fragilidad que –más allá del esfuerzo o la autosuficiencia- no se borrará tan fácil como se supone. La arquitectura de una gobernabilidad que decide su rumbo día a día.
En otro tiempo político, sería imposible naturalizar esa cortina de rejas. Se trataría de la afirmación imperativa de un gobierno represivo. Pero el kirchnerismo es grande por su capacidad pedagógica: nos hace entender que no tiene sentido entretenerse en cosas que todos vemos. Hoy aparece como incongruencia en el escenario semiótico de una administración con altos índices de aprobación y que evitó, casi siempre, resolver el conflicto social con represión. Rastro de una ambigüedad que se achica o se agiganta sin preaviso. Tras la muerte de Kirchner, su sentido se volvió más confuso. Todavía quedan retazos de carteles en su apoyo y las flores y espigas que lo despidieron con dolor. Como si las vallas fueran ahora apenas un paredón más en el que el pueblo se expresa.
Y pese a eso, aún delimita una frontera insoslayable. La muerte del ex presidente vuelve a invitar a pensar este tiempo de continuidades y rupturas. Algo dicen esas rejas de la democracia que renació después del estallido del 2001, algo confiesan de sus instituciones, algo enuncian con respecto al kirchnerismo. Algo dicen de Kirchner esas vallas que los sobrevivieron. El sistema político no puede prescindir de un vallado: sigue pese a todo en emergencia, en estado de vigilia, sobresaltado. Hay una turbulencia, latente y casi siempre imperceptible, que puede socavarlo. Incluso el proyecto que más adhesiones cosechó en el movimiento popular desde 1983 las quiso ahí, como reaseguro. Vallas que le cuidan las espaldas al gobierno de turno.
La calle y la reja
En la puerta de entrada a la Plaza de Mayo, el gobierno porteño también despliega su vallado policial. Pero su política de fondo para el espacio público es otra: el avance de rejas en todas las plazas de la ciudad. Es una apuesta más previsible, en busca del repliegue ciudadano y del corset para lo público. La Plaza de Mayo no ha sido enrejada aún. Es el escenario principal de la lucha política en 200 años de historia. La plaza de la revolución, del peronismo y las patas en la fuente. La paradoja es que el kirchnerismo recuperó la política y la plaza como lugar. Pero se quedó con las vallas. Escenografía parlante. Asunción de una fragilidad sistémica que no podía prescindir de advertencias para gobernar. Los manifestantes que pretendieron acceder al portón de la Casa Rosada en este período se quedaron lejos. No hubo asedio posible. Apenas un merodeo en torno al símbolo nodal del poder político.
Kirchner fue –entre tantas otras cosas que ya se dijeron- un peronista que vivió la constante de la calle como escenario decisivo. La calle como nutriente, como sostén y como termómetro, como punto de partida, como lugar de enunciación, como argumento irrebatible. Aún pese a sus dificultades para edificar una fuerza política propia y consistente, el kirchnerismo –en sus distintas vertientes- desplegó una vitalidad que muy pocos pueden exhibir. Desde ahí, obtuvo conquistas importantes y sólo perdió en el conflicto por la resolución 125.
Pero Kirchner fue también ese presidente que aterrizó en la cúspide de un edificio en ruinas y leyó como nadie de su clase el cimbronazo del 2001: tuvo presente casi siempre que el estallido había instalado como trasfondo permanente las réplicas de un sismo que habitaba la política. Se dejó atravesar por la crisis. No fue impermeable a sus esquirlas. Se nutrió de esas detonaciones. Desde ese roce, aplastó a sus rivales.
Los adversarios que lo aborrecieron hasta el fin deberían replantearse su posición ante el político Kirchner. ¿Qué sería de ellos si él no hubiera llegado para devolverle legitimidad a un sistema político que se desangraba abrazado a la receta represiva?. Deberían haber sido los primeros agradecidos: ahora pueden caminar por la calle.
Kirchner y los caídos (de su tiempo)
Durante su mandato, se aferró a la consigna de no reprimir el conflicto social. Los 1663 muertos registrados del ciclo que lleva su nombre cayeron en otro escenario. Gatillo fácil, torturas, muertos en comisarías, institutos de menores. Pobres, jóvenes, morochos. Política de Estado que trasciende pero incluye sin problemas al gobierno actual. 
Los crímenes de Kosteki y Santillán nunca dejaron de hablarle al oído. Antecedente de doble lectura. El recuerdo amenazante y, a la vez, el trauma que dio origen a su candidatura y a un nuevo tiempo. Siguió siempre que pudo esa máxima. Se dio una política con los movimientos sociales, con los organismos de derechos humanos, con las corrientes sindicales. Dividió, cautivó, debilitó, sumó, fogoneó, incidió, atendió demandas, operó en un terreno que otros daban por perdido o despreciaban. Alteró el flujo de la política: la iniciativa volvió al arriba. En poco tiempo, la plaza se fue secando de contrincantes y solo la izquierda partidaria deambuló cerca con peso relativo. La mayor parte de las organizaciones populares que apostaron al Gobierno aceptaron que sólo Kirchner sabía cuál era el momento de avanzar y cuál el de retroceder. Así pasó ante la desaparición de Julio López y el asesinato de Mariano Ferreyra.
La plaza como aval
Pero Kirchner construyó además una relación intensa y propia con la plaza. Desde ese día en que asumió y se asomó con su familia al balcón con cara de incrédulo. Soportó movilizaciones masivas como las de Blumberg y sintió también la satisfacción de ver cómo sus adherentes se adueñaban del escenario. El vallado siempre estuvo ahí, más allá de las variaciones. Incluso el 25 de mayo de 2006, cuando tuvo su Plaza del Si. Como si su supremacía política se diera sobre un fondo de precariedad, como si ya nada se consagrara con la certeza de la solidez, como si todo corriera el riesgo de ser efímero.
Después vinieron las concentraciones contra el campo, la épica antisojera, la resolución de Martín Lousteau. De fondo, sí, la necesidad de que el Estado intervenga para redistribuir la renta. Fueron por lo menos dos plazas en las que el kirchnerismo sumó por izquierda a sectores que entendieron que Sociedad Rural siempre querrá decir lo mismo.
Pero hubo una plaza más dramática, el día en que la Gendarmería se llevó a De Angeli a upa en Gualeguaychú. Esa noche, ya tarde, Kirchner fue a poner el cuerpo en la plaza con un grupo pequeño de sus compañeros. Dividió la pantalla y ganó un lugar en la tapa de los diarios a costa de ofrendar su fragilidad como espectáculo. Abrazado a sus compañeros, dio varias vueltas a la Pirámide de Mayo: lo llevaban en andas, lo despeinaban a manotazos, una bandera argentina lo cubría. La imagen transmitía una soledad que aún hoy resurge desoladora y confirma que la plaza era central para su estrategia.
En el otro extremo, están el 27 y 28 de octubre. Una vigilia popular en defensa de lo hecho, en alerta ante el vuelo de los albatros. La muerte de Kirchner cierra la década y abre interrogantes, invita a repensar los roles asumidos. El ex presidente se adueño de la iniciativa, disputó el escenario público y fue más allá de lo que la medianía suponía. Sin embargo, nunca se olvidó totalmente del 2001, del estallido como metáfora, de que debajo de la quietud puede incubarse un volcán de descreimiento. Las vallas atestiguan: muestran el reverso simbólico del kirchnerismo, como ayuda-memoria traumática, como constatación de la desconfianza ante su propia, por momentos elocuente, fortaleza. Como sello de una década que agoniza, como límite de una época que quiere trascenderla.
* Nota aparecida en la revista Crisis, Nº 2, diciembre de 2010.

Entrevista con Franco Berardi (Bifo)

“La sensibilidad es hoy el campo de batalla político”
Franco Berardi (Bifo) es filósofo, escritor y teórico de los medios de comunicación. Implicado en los movimientos autónomos en los años setenta, preconizó en los ochenta la futura explosión de la Red como vasto fenómeno social y cultural, y fundó en 2005 la primera “televisión de calle” en Italia. En castellano ha publicado, entre otros La fábrica de la infelicidad, El sabio, el mercader y el guerrero y Generación Post-alfa. Patolgías e imaginarios en el semiocapitalismo. (publicado por Tinta Limón Ediciones). Ha lanzado recientemente el sitio de comunicación th-rough.eu, una plataforma comunicativa transeuropea donde se dan cita la política, la filosofía y la crítica literaria y de arte.
En una entrevista anterior, hace ya dos años, Bifo apuntó tres claves de orientación teórica y práctica sobre la crisis europea: en primer lugar, no estamos ante una crisis puramente financiera, sino de un modelo entero de civilización; en segundo lugar, el desenlace del cataclismo económico es incierto: puede derivar hacia un “sálvese quien pueda” generalizado, o bien hacia la creación de una nueva cultura de la solidaridad y el compartir; por último, la disolución de la izquierda europea es un dato positivo, porque nos empuja a pensar y experimentar fuera de un marco conceptual y práctico que pertenece al siglo XX. Dos años después retomamos la conversación con Bifo sobre el mismo asunto.
¿Qué ha pasado en estos últimos dos años?
Sobre todo dos cosas: la esperanza Obama se ha disuelto y la crisis europea ha estallado. Una nueva lógica se ha instalado en el corazón de la vida europea a partir de la crisis financiera griega: Merkel, Sarkozy y Trichet han decidido que la sociedad europea debe sacrificar su nivel de vida actual, el sistema de la educación pública, las pensiones, su civilización entera, para poder pagar las deudas acumuladas por la elite financiera.
¿Y qué es lo que no ha pasado? Me refiero a la ausencia de las grandes luchas sociales que todos esperábamos. ¿Cómo lo explicas?
Durante los últimos diez años, la precarización general de la vida no sólo ha fragmentado el tiempo de vida y reducido el salario, sino que sobre todo ha instalado en la vida social el dominio del espíritu competitivo, con sus consecuencias de agresividad, aislamiento y soledad en las personas, sobre todo entre los jóvenes. Los efectos sobre la sensibilidad han sido devastadores y están a la vista de todos: depresión de masas, crisis de pánico, enfermedades del vacío, etc. Esa des-empatía generalizada explica el actual “sálvese quien pueda” ante la crisis.
¿Ves ahora alguna salida?
Me temo que la catástrofe presente no tiene ninguna solución, la barbarie es el nuevo orden social europeo. Eso no se puede cambiar, ya sólo podemos desertar. Tenemos que olvidar la palabra democracia, porque no hay ninguna posibilidad de restaurarla, y en su lugar escribir la palabra autonomía. Autonomía de las fuerzas de la producción técnica, cultural, creativa: lo que yo llamo ‘cognitariado’. Autonomía significa abandono y vaciamento del imaginario y los lugares del trabajo, el consumo, la competencia, la acumulacion y el crecimiento. Y la creación de un nuevo espacio mental y social separado definitivamente del económico. Ese es para mí el sentido profundo al que apuntan las primeras movilizaciones contra la crisis en Europa (Londres, Roma, etc.).
Pero los estudiantes han salido a la calle para protestar sobre todo contra el desmantelamiento del sistema educativo.
Desde luego, los estudiantes no pueden tolerar el fomento organizado de la ignorancia en los países europeos. Pero yo veo además otro elemento a tener en cuenta en la movilización furiosa y creativa del mes de diciembre: una tentativa de re-activación de la dimensión corpórea, física, deseante y sensible de las personas que componen la clase cognitaria europea. Es decir, los millones de estudiantes, investigadores, ingenieros, informáticos, periodistas, poetas y artistas que constituyen ese cerebro colectivo que es la fuerza de producción crucial y decisiva en el tiempo presente.
Pones mucho énfasis en la cuestión de la sensibilidad.
Sensibilidad es la capacidad de entender señales que no son verbales, ni verbalizables. Es la facultad de discernir lo indiscernible, aquello que es demasiado sutil para ser digitalizado.  Ha sido siempre el factor primario de la empatía: la comprensión entre los seres humanos siempre se da en primer lugar a nivel epidérmico. Y ahí está hoy el campo de batalla político. La intensificación del ritmo de explotación de los cerebros ha colapsado nuestra sensibilidad, por eso la insurrección que viene será ante todo una revuelta de los cuerpos. Pienso en un nuevo tipo de acción política capaz de tocar la esfera profunda de la sensibilidad mezclando arte, activismo y terapia.
¿Por qué el arte?
Hay una expresión artística importante en la última década que se dedica a la comprehension de la fenomenología del sufrimiento psíquico. Pienso en escritores como Jonathan Franzen y Miranda July, en vídeoartistas como Lijsa Ahtila o en cineastas como Gus Van Sant y Kim Ki-Duk. Pero el arte por sí solo no consigue modificar la realidad, sólo conceptualizarla y denunciarla. El arte debe mezclarse con la política y la política con la terapia.
Terapia y política, una extraña pareja, ¿no?
Cuando el primer efecto de la explotación capitalista del trabajo cognitivo es el agotamiento nervioso y el sufrimiento psíquico, la acción social tiene que proponerse antes que nada como terapia mental y relacional. Pero cuando hablo de terapia no me refiero a una técnica que reintegre al individuo roto a la normalidad del consumo compulsivo y la competición económica, sino a la práctica que reactiva la sensibilidad y la empatía. La terapia que propongo no es otra cosa que revuelta y solidaridad, el placer de los cuerpos mezclándose con otros cuerpos. Las movilizaciones de diciembre en Londres y Roma han sido las mejores acciones auto-terapéuticas que pueden imaginarse. Mejor que un millón de psicoanalistas.
Para acabar, te pido unas palabras sobre la situación italiana.
Dos procesos de barbarización se suman en Italia. Por un lado, un grupo de criminales notorios, de fascistas mafiosos y racistas están desmontando la estructura institucional y moral del país. Y por otro, hay una aplicación sistemática de las directrices neoliberales y monetaristas de la Unión Europea. No hay solución italiana a la situación italiana. Pero yo ya no soy italiano. Los estudiantes italianos ya no son italianos, muchos han dejado el país y viven en Londres, Berlín, Barcelona o París. Somos europeos, porque sabemos muy bien que sólo a nivel europeo se puede crear una nueva forma política adaptada a la riqueza de la inteligencia colectiva. Sólo una insurrección europea puede abrir un nuevo horizonte a la sociedad italiana.
Entrevista realizada por Amador Savater y publicada el 29 de enero de 2011 en Público, Madrid.

La lección árabe

«Boquiabiertos, sorprendidos, Occidente mira a los países árabes desde la reciente revolución de Túnez y la agitación de fondo mayor en Egipto. Y aún así seguimos creyendo que es la tecnología de Occidente la que les da herramientas de libertad, sea Twitter o Facebook. Gran error. Han sido útiles pero no son determinantes. Lo que ha ocurrido aquí es el hartazgo y el ejemplo del rebelde (Túnez). Occidente debería aprender a ser humilde y darse cuenta que ha sido aliado de embaucadores y que sus juguetes tecnológicos no son el destino de la libertad». 
Magdalena Martínez R.

Israel debí haberme llamado

Tenía una novia que viajaba vendiendo cosas, por las rutas provinciales, en ese entonces, hechas pelota. Había un puente que había que cruzar a paso de hombre. Una balsa, un cañaveral donde se atravesaban las vacas, calles de tierra y cuices saltando alocados de cuevas al costado de los arroyos.
A veces coincidíamos y yo iba con ella. Recorría -por motivos que ahora no vienen al caso- la provincia de Entre Ríos. Cuando no coincidíamos le decía «extrañame«. Y ella siempre me respondía lo mismo: «la palabra extrañar es una palabra fea, no hay que extrañar».
De las relaciones, cuando el tiempo pasa y se superponen otras alegrías, otras tetas y dolores, te quedan esa suma de detalles estúpidos repetidos hasta lo inverosímil. Cosas que solamente para vos tienen sentido. En la plenitud de lo incontable.
No te estoy extrañando ni mucho menos. Y sé que vos, por suerte, tampoco.
Pasa que volví a casa. Después de tomar varias gaseosas y licuados de fruta, perfectamente horribles. Y discutir sobre los puteríos de barrio cerrrado entre escritorios y expedientes que la joven patria contratista llama «hablar de política». Ese show de blackberrys y sacos con hombreras, pibotes jugando de pivotes y luciendo impecables afeitadas, de esas que brillan, cachetes K que, para mí, se encreman después del spá, música celta, mucha rúcula con parmesano en la república de Palermo, no les da para el cine iraní porque prefieren aburrirse con la play station, chicas moderadamente putas, reidores, claques del último chusmerío de pasillo, de una elaborada redacción, elogiable el esmero por cuidar la sintaxis al pronunciar tanta irrelevancia. Tanta pavada.
Me trajo a casa un amigo. Bajé. El sereno debe estar durmiendo. El río está a la espalda de este edificio. Y pasan taxis, el kiosco, donde venden sánguches de zapato envasado al vacío existencial, está cerrado. Sobre la persiana del kiosco duerme el pibe que canta una canción de iracundos cuando está borracho. Y siempre está borracho. Debería cruzarme y mientras duerme cagarlo a patadas en los riñones, darle en la cabeza con un bate de beisbol, por fracasado, por borracho, por arruinarme el paisaje, por basura, por miserable, por no haber comido, jamás, rúcula con parmesano. Debería ser más sincero, lastimarlo entero y llamar a la cana para que lo arrastre el Same. Le haría un favor: alguien, pibe, sabe que existís y no te viene con sensiblerías literarias. Te merecés que alguien te tenga en cuenta. Pensalo, podés volver a ser un ser humano. Sí, humillado, dolorido, rengueando, meando sangre, pero capaz que es mejor que dormir invisible temiendo a todo, sin saber qué patología portás (mirá si tenés surmenage? hacete ver, porque se te puede agravar, eh, posta, te lo digo de onda).

Cuando te decía que te iba a extrañar, para que me respondas eso de que la palabra es fea, me iba al bar de calle 3 de febrero sobre la avenida Don Bosco, frente a la villa 9 de julio. De camino, como los barrios obreros de Paraná no se iluminan, siempre me encaraba algún puto. En el bar se tocaba la guitarra, todos borrachos, con vino barato, Los Iracundos, infaltable.

Los subtes están enrejados. En esta avenida el semáforo sigue como si nada, la ciudad de Buenos Aires se queda dormida, con las luces apagadas. No quedan ni los cartoneros ya. Puedo subir, abrir la ventana, apoyar el codo, imaginar abuelos que se despiertan en plena noche, señoras mirando películas tontas, adolescentes haciéndose una paja, personas que morirán sin enterarse, un despertador que suena, una chica que llora, un ladrón que entra por el balcón, un trío con dos chicas, un oficinista tomando pastillas para dormir.

Me siento en el tercer escalón de la puerta. Me ato los cordones.
Extraño el río. Los camalotes, esos gigantes, que transportan carpinchos, y los pibes se cuelgan para que los arrastre río abajo y esquivar los remolinos, los sábalos que aparecen muertos cuando baja mucho la corriente, los mosquitos, las vinchucas, los perros comiendo esqueletos de pescado, los nenes cargando baldes con carnada, las canoas amarradas, los ranchos donde hay tachos de aceite friendo grasa y el surubí que se pasa en postas por huevo y harina y se tira y cruje y el vino blanco en damajuana y la guitarra y las barrancas en peligro de derrumbe, la pobreza del norte, el sol que se estira manso detrás de la isla, los cordones que me ato, el semáforo que cambia, pasa un taxi a baja velocidad, la travesti que espera el colectivo termina subiendo al taxi tras una breve transacción, le chupa la pija en la esquina, un policía se aburre mandando mensajes de texto, el micro que viene de La Plata y bajan tres pendejitos bardeando.

Conozco una chica que tiene 20 años y trabajaba en un comercio que cerró, trabajaba muchas horas por dos mangos y después salía a militar por el kirchnerismo, Paqui. Me gusta la gente así. Cuando Jesús discute que estamos haciendo una revolución, cuando Virginia alfabetiza en Corrientes, cuando el Cabezón me cuenta que en Salta lo ascendieron a gerente del banco y con eso puede bancar el comedor para los wichis.

Me desato los cordones, sentado en el tercer escalón, para volver a atármelos. Más que extrañar algo indefinible. Pruebo el teléfono -odio tanto tu contestador, de manera inversamente proporcional a lo que me calienta tu acento- y nada, qué rara es la palabra nada.  Es tanto como saber que la mayoría de la gente duerme, planifica, avanza, vive vidas organizadas, cuatro comidas diarias, no más que tres vicios, y el campo de noche se abre a ruidos de ningún lado, gemidos de fantasmas, ratas, un gato montés, perdices, arañas, yuyos venenosos, jejenes, el calor, la noche entera de estrellas y los árboles dibujando fieras a contraluz de la luna.
Tengo un quilombo en la cabeza.

El guardia de seguridad, efectivamente, está dormido. Disimula mirando la cámara en blanco y negro, ahí proyecta en sepia los sueños de una vida mejor. En el ascensor me miro al espejo. Me guiño un ojo. Se me está cayendo el pelo y tengo esta panza, un barril de cerveza tirada a la basura de los años. Guiño un ojo, frente al espejo. Es un gesto pelotudo. Pero por alguna extraña razón me da la pauta de que hay una conexión entre el pibito de mochila y delantal que volvía pateando piedritas por calle Ramírez hasta Urquiza, con jopo a la gomina y la tarea pendiente antes de salir a jugar a la escondida; cuando guiño un ojo frente al espejo del ascensor encuentro esa conexión con el pibito travieso que fui y este pedazo de hijo de puta al que se le arruga la cara y sonríe con mueca de loco y unas ganas imprescindibles de coger.
Nada de esto va a ocurrir. Ni sé si terminó ocurriendo. Sí, sí es verdad que antes de escribir esto abrí la ventana, apoyé el codo y me puse a mirar cómo partía el buquebus.
Hay días que tengo ganas de irme a cualquier parte. Pero me dura un rato, nomás. Hasta acordarme que ya  ya me fui, que estoy en cualquier parte. Que escribo esto y me tiro después en la cama. Paso dos capítulos de una novela policial de los años 40 y con suerte, mañana, al mirar el reloj, dormí siete horas y empieza de nuevo ese ritual de envejecer sin mucho sentido.
Esperá, no terminé: sonará poco, pero toda esta desolación te la dedico, cursimente, a vos, que le agregás valor a esta materia prima. Puedo producir palabras en cantidades industriales, pero cuando me mirás y hacés esa forma con los labios como curvados, no sé cómo explicarlo, pero en ese momento, casi todo tiene sentido. Casi todo vale la pena.
Lucas Carrasco
(http://lucascarrasco.blogspot.com)

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