Anarquía Coronada

El humor: ‘una forma amable de la desesperación’ // Cora Gamarnik

Los despidos de Clarín tuvieron una consecuencia inesperada. Lograron que se viralizara una foto tomada por Rubén Digilio, uno de los despedidos con más de 20 años de antigüedad en el diario y a quien le faltaban dos años para jubilarse.

En el 2014 cuando Macri ya estaba de campaña Rubén fue por cuarta vez a sacarle fotos al entonces candidato. Las veces anteriores Macri lo había tratado mal. No le había dado tiempo suficiente para que Rubén saque las fotos y en la última oportunidad además lo había sobrado, le había dicho ‘ya está pibe… ya hiciste muchas fotos’.

Ese día Pepe Mateos lo envió a realizar una nota que saldría en la sección política de Clarín: ‘Andá y hacé lo que vos sabés hacer’ – le dijo. Los dos se entendían.

Rubén planificó la foto. Llevó una luz puntual que proyectaba esa sombra y le daba un toque siniestro al personaje. Cuando llegó al lugar buscó un fondo blanco y encontró esa columna. Si lo ponía sobre un fondo oscuro se perdería la sombra. Para asegurarse le pidió al Jefe de Prensa de Macri que posase en el lugar y probó la luz. Vio que salía bárbaro. El jefe de prensa no se dio cuenta de nada.

Macri posó tranquilo, confiado, sonrió para la foto. Un fotógrafo de su diario amigo lo fotografiaba. El diario que lo llevaría a la presidencia, su principal sostén, con quien compartía planes, negocios y proyectos a largo plazo.

Pero Rubén es un trabajador, un fotógrafo profesional, un maestro del detalle y de la luz. Y además defiende su profesión y no le gusta que lo forreen.

Rubén hizo su trabajo, jugó con la luz y con la sombra. Usó la ironía, un arma poderosa contra el poder. La ironía que desnuda paradojas, resalta contradicciones y realiza críticas mordaces usando la sátira y el humor.

Freud definió la caricatura como un recurso que “puede volver cómica a una persona para hacerla despreciable, para restarle títulos de dignidad y autoridad” y René de Obladía, dramaturgo y poeta francés dijo una vez que “el humor es ‘una forma amable de la desesperación’. Las ‘estrategias del débil’ diría a su vez Michel De Certau.

Macri posó para la foto e hizo lo mismo de siempre, lo que ya le había hecho a Rubén las otras veces. Le dijo ‘dale que estoy apurado’. Pero esta vez Rubén no necesitó más que un minuto. Estaba todo planificado. La primera foto que le sacó fue la que proyectaba la sombra y le hacía esa nariz sobre el fondo blanco. Después lo llevó a una ventana para que no se le proyecte más la sombra y poder sacar la foto que si publicaría el diario.

La foto que acá vemos la guardó y recién la pudimos conocer cuando la expuso en la Muestra Anual de Fotoperiodismo Argentino del año 2015. Allí los y las fotógrafas hablan por sí mismos. Sin títulos ni artículos ni epígrafes puestos por otros. Sin el filtro editorial de los medios para los cuales trabajan.

Rubén jugó con el intertexto, con nuestra complicidad como observadores, con nuestra sabiduría popular de quien es Pinocho. Jugó haciéndonos un guiño visual, sabiendo que nosotros completaríamos el sentido.

En la foto Macri quedó desnudo. Desnudo de ‘pobreza 0’, de ‘controlaremos la inflación’, de ‘somos el mejor equipo’…

Rubén nos hizo un guiño y nosotros lo entendemos. Y el cuento infantil por un ratito se transforma en algo tangible. Y nos reímos, con la risa poderosa del que tiene al menos eso. La posibilidad de reírse del poderoso. Y festejamos la foto y la reproducimos en miles posteos y la levantamos como una imagen que denuncia los despidos de Clarín.

 

Foto de Rubén Digilio, Legislatura de la Ciudad de Bs As, año 2014.

No estamos frente al capitalismo, sino que vivimos en su mundo // Jacques Rancière

–El sistema liberal mundial cerró con candado todas las posibilidades de una transformación fría, es decir, sin violencia, mediante la concertación y la negociación. Usted, en su abundante obra, postula un modo de acción espacial y temporal casi como única legitimidad de  acción colectiva para confrontar al sistema. 

–He tratado de demostrar que ya no hay más un poder central concebido como una fortaleza y la posibilidad de un asalto contra esa fortaleza. El capitalismo está en todas partes de la vida social, no estamos frente a él sino que vivimos en su mundo. Sin embargo, el capitalismo es también frágil. Su ley choca en todas partes con resistencias locales y puntuales. En todas partes se han dado una serie de revueltas protagonizadas por comunidades específicas contra le extensión  del poder capitalista y el poder del Estado. Creo que en una situación como esta es importante que se desarrollen comunidades que tengan sus propias agendas políticas sin estar sometidas a las agendas parlamentarias porque estas se han vuelto de alguna manera agendas del Estado. En casi todos nuestros países los sistemas representativos han pasado a ser agentes del Estado, han dejado de ser una parte del poder popular. Una política efectiva o alternativa al sistema capitalista y al poder del Estado que está cada vez más integrado al poder capitalista puede existir únicamente de forma autónoma, es decir, con gente capaz de crear sus formas de organización, sus agendas y sus propios medios de acción. Se trata de desarrollar movimientos con una autonomía lo más amplia posible. Pueden ser formas de autonomía política separadas de las agendas parlamentarias, puede ser una autonomía económica a través de la creación de una red alternativa de producción, de consumo y de intercambios, o formas de autonomía ideológica o incluso militares, como en México por ejemplo. De todas maneras, esto no tiene nada que ver con las ideas que antes se tenían sobre la insurrección. Hemos dejado de estar en esa situación en la que se creía que el capitalismo produce su propia desaparición. La lógica marxista enunciaba que el capitalismo creaba un modelo de producción que lo haría explotar. Está claro que no es así. Incluso se pensó que el capitalismo se alimentaba a si mismo con el trabajo pero ya sabemos que el capitalismo lo que hace es destruir el trabajo para perpetuarse. No hay ninguna expectativa de que el capitalismo produzca el socialismo, ni tampoco de que el pueblo armado se rebele porque los obreros como las armas han desaparecido. No hay ni horizonte definido, ni fuerzas identificables. Lo que si vemos es la creación puntual de autonomías locales específicas en donde el sistema de dominación es frágil y se lo puede atacar y a partir de las cuales pueden constituirse fuerzas alternativas. Luego, esas zonas de autonomía extienden su poder tanto como pueden.

–En su filosofía la idea del tiempo y del papel que este juega tanto en los sistemas hegemónicos como en los intentos de trastornarlos es fundamental. Usted escribe al respecto que “una política de emancipación existe bajo la forma de una interrupción del tiempo”.  

–Se tiene siempre la idea según la cual están, por un lado, los movimientos efímeros y, por el otro, las estrategias a largo plazo. Pero la historia del mundo es bastante diferente. Cuando se crean alternativas al sistema de dominación siempre ocurren durante momentos singulares. Las revoluciones fueron momentos singulares que duraron días, semanas, meses o años. Esto equivale a decir que el orden normal de las cosas fue interrumpido, que, en ciertos momentos, las reglas normales desaparecen, que el tiempo queda suspendido y al mismo tiempo se acelera porque los movimientos generan altas velocidades. Un ejemplo de ello es lo que pasó en Francia en Mayo de 1968: el orden normal del gobierno y de la economía de pronto se detiene, el tiempo se para, se bloquea. Y cuando el tiempo se detiene la gente empieza a reflexionar sobre la sociedad y se lanzan iniciativas que tienen efectos muy rápidos. Estamos entonces en una situación que el sistema no previó.

–¿El movimiento de los chalecos amarillos en Francia responde acaso a esa lógica? 

–-Se trata de un movimiento interesante porque, al principio, fue protagonizado por una categoría de gente que nunca protesta. Y es interesante también porque es un movimiento de gente relativamente madura, de personas que no son oriundas de una tradición de la izquierda pero que terminan por adoptar formas pertenecientes a la izquierda internacional. Ocuparon las rotondas como los jóvenes indignados ocuparon las plazas en Madrid. Se pronunciaron a favor de una democracia horizontal, lo cual corresponde al anarquismo de la juventud intelectual. Creo que fue efectivamente un momento de suspensión que empezó como protesta contra un impuesto ecológico y acabó poniendo en tela de juicio todo el sistema. Después, los chalecos amarillos fueron un movimiento que se vio paralizado porque no sabía exactamente qué quería más allá de sus reclamos iniciales. No había un horizonte final, pero no es culpa de ellos sino porque es así: no hay horizonte final y nadie sabe hacia dónde mirar. Los chalecos amarillos reflejaron la situación global de los movimientos de protesta de los últimos años durante los cuales se vieron formas de interrupción del tiempo que al final se trabaron porque tuvieron un tiempo autónomo que no sabía hacia dónde se dirigía. Ocurre entonces que esos movimientos o se agotan o los gobiernos los transforman en enfrentamientos. Así se pierde la originalidad política de la situación.

–Esto equivale a pensar que resulta imposible constituir lo que usted llama “una comunidad de lucha contra el enemigo”. 

–Se han creado esas comunidades de lucha y muchas obtuvieron victorias. Han sido victorias puntuales, locales. Pero en realidad, en la historia de la emancipación siempre ha sido así: hay momentos de emancipación colectiva. Esos momentos pueden ser pensados como etapas dentro de una temporalidad extensa y, al mismo tiempo, como momentos en cuales la gente vivió con libertad y en igualdad. Serían como los momentos de los movimientos: vivir cierto tiempo en plena libertad colectiva. Se crean espacios, brechas, oasis, y se busca desarrollarlos, pero no es evidente. Por eso me gusta la idea de la ocupación de las plazas, de los espacios, porque indica que cuando se ocupan los espacios se crea otra forma de temporalidad.

–¿Cómo durar más allá de esos momentos?

–Ha habido intentos de crear movimientos que vayan más allá de la protesta para prolongarse en el tiempo hasta convertirse en movimientos capaces de organizar formas de vida alternativa. La historia nos demuestra sin embargo que fueron esos movimientos autónomos los que consigueron victorias, incluso parciales, contra el capital y el Estado. Hoy vemos claramente que ni los partidos revolucionarios ni los sindicalizados llegaron a ganar algo. No. Cuando hay medidas que van en contra del trabajo lo más eficaz no es la acción de los sindicatos sino la de los movimientos autónomos como los indignados, la noche de pie o los chalecos amarillos. Las estrategias de los partidos o los sindicatos ya no valen nada. Las fuerzas de la izquierda han sido integradas al Estado y llevan a cabo una política similar a la de las fuerzas de la derecha. Es paradójico porque al mismo tiempo que no sabemos hacia dónde se dirigen esos movimientos, son, de hecho, los únicos movimientos reales que impugnan al poder. En Francia, la izquierda tradicional no existe más. Queda por ahí ese presunto populismo de izquierda que intenta recuperar lo que hay y dotarse de una fuerza parlamentaria: Syriza en Grecia, Podemos en España o Francia Insumisa aquí. Pero esos partidos no organizaron ninguna lucha victoriosa contra el enemigo. En cambio, movimientos como los indignados sí lo hicieron. En Grecia, por ejemplo, Syriza cambió de bando. Al final, tenemos movimientos que nos sabemos hacia donde van pero son los únicos que existen.

–Esas tres izquierdas europeas, la de Grecia, Francia y España, al final no desembocaron en nada. Están en una situación de ocaso lento. 

–A mi me llamó mucho la atención el hecho de que en España, Podemos, cuando se constituyó, su primera acción consistió en presentar una lista para las elecciones europeas en vez de actuar allí donde su acción tenía un sentido. Creo no obstante que, como la izquierda adoptó en todas partes el perfil de la derecha, hay un lugar para la izquierda de la izquierda. Sin embargo, hasta ahora, esa izquierda de la izquierda no fue capaz de organizar ninguna acción autónoma.

–¿Qué deberíamos reformular? ¿Hacer un inventario de toda la herencia de la izquierda revolucionaria y la de transformación y, desde allí, pensar en otra cosa? 

–La única herencia real con lo que contamos hoy es la herencia que nos dejaron los movimientos momentáneos. No hay herencia de los partidos de izquierda, ni tampoco de los partidos revolucionarios que apenas consiguen escasos porcentajes en las elecciones. No estoy diciendo que se debe rechazar a los partidos de la izquierda. Se trata de constatar la verdad. En Francia, la resistencia al liberalismo ha sido tal vez más fuerte que en otros lados, pero sólo gracias  a la herencia de mayo del 68 y no a los partidos de la izquierda que, más bien, lo que hicieron fue confiscar esa herencia.

–Lo efímero es entonces lo trascendente. 

–Lo efímero es lo que rompe el curso del tiempo de la dominación y lo que deja una herencia. No es sólo una herencia sentimental sino que son hechos. En Francia, las victorias obtenidas contra la reforma de la jubilación (1995) y contra una ley de reforma laboral en 2006 se consiguieron por la herencia de mayo del 68 y no por la acción de los partidos de la izquierda.

–Las extremas derechas son la gran figura renacida del panorama mundial. Fueron creciendo proporcionalmente al ocaso de la socialdemocracia. Para usted, ¿ese retorno es un momento efímero o veremos un arraigo temporal más consistente? 

–El fenómeno mayor, para mi, no es el de una extrema derecha que regresa después de haber estado escondida. No, lo esencial es cómo la derecha tradicional se fue a los extremos. En la medida en que la izquierda implementa la misma política económica y social que la derecha, la derecha tuvo que buscarse una figura especifica para existir. Es por eso que la derecha necesita radicalizarse y apelar a toda una serie de instintos y pasiones que hace 30 años no necesitaba. Antes, la derecha se presentaba como una fuerza de centro, medio liberal, medio modernista. Ahora eso se acabó. Para existir en el parlamento deben radicalizarse. Por eso no pienso que la extrema derecha sea una expresión de las clases populares. Ese es el análisis oficial. El auge de la extrema derecha se debe a la radicalización de la derecha. Desconfío de la idea acerca de un supuesto arraigo popular de la extrema derecha. La idea de un pueblo francés racista que tiene enfrente a los inmigrados ha sido construida por todo un sistema de propaganda.

–Hago una escala en uno de sus libros más bellos: “Los tiempos modernos”. Por lo general se habla de “modernidad” y no de tiempos modernos. ¿Cuál es la diferencia entre la modernidad y los tiempos modernos? 

–-Para mi la idea de la modernidad es totalmente falsa, tanto como el enunciado según el cual la modernidad ha funcionado como una declaración de la autonomía del arte. Siempre traté de demostrar que era lo contrario, es decir, que si existía una modernidad artística ésta consistía en la voluntad de unir el arte con la vida y no de hacer que el arte fuera autónomo. Con este libro quise demostrar que no existe una temporalidad de la modernidad sino que hay varias maneras de construir la modernidad. Tiempos Modernos porque son varios y varias: está la modernidad económica y la modernidad industrial y ambas no se corresponden con la modernidad política o espiritual. No hay un sólo tiempo moderno. Una historia con una gran H y un tiempo homogéneo no existe. Hay, sí, temporalidades diferentes. También se ha acuñado la falsa idea de que la modernidad es un proceso continuo dentro de un tiempo único y similar. No, no hay tiempo sino tiempos. El arte y los artistas crean en cierto momento un tipo de tiempo moderno que no es en nada homogéneo. Es una suerte de paradigma de la modernidad, una manera de ligar el tiempo, el movimiento, la comunidad, el presente, el futuro.

–Hoy vivimos dentro de varios tiempos dictados por la tecnología y dentro de la noción de “pos”: pos modernidad, pos verdad. Se evoca así el fin de todo pero todo sigue…

–El término pos, en realidad, corresponde un poco al discurso del intelectual cansado que dice “todo está terminado”. Ya se empezó a decir que todo estaba terminado en los años 1820…En aquella época ya se hablaba de la literatura industrial y se afirmaba que la literatura y la cultura se habían terminado, que sólo importaba el mercado. Hace dos siglos que se afirma esto. Este discurso le conviene a todo el mundo: tanto a quienes se presentan como los últimos defensores de la civilización como a los que se creen innovadores de un nuevo tiempo y portavoces de ese tiempo. Son nociones sin interés porque después, bueno, todo sigue, continúa, no estamos ni en el pos ni en el fin de la civilización. Es una construcción falsa aunque sea intelectualmente tan útil para los filósofos crepusculares como para los se creen vanguardistas. Es un doble juego donde, en lo que atañe a la verdad, se decreta que la verdad se ha terminado, que los hechos carecen de importancia y que lo importante es el análisis y la interpretación porque estamos más allá de todo, en un pos infinito. Aquí vemos claramente que estamos ante a una forma de administrar la opinión en donde los hechos han dejado de ser necesarios y donde lo importante es integrarlos en un sistema de explicación preexistente y, por consiguiente, no hace falta que los hechos sean verdad.

Eduardo Febbro  para Pagina|12

El futuro prefiere lo inestable // Diego Sztulwark

I

La única novedad relevante de la coyuntura política argentina del último tiempo es el fracaso del gobierno en su intento de implementar a fondo su programa económico y en concitar adhesiones a tales fines. Ni la candidatura de Cristina ni la de Lavagna se explican fuera de ese contexto. El fracaso es de tal magnitud que no bastaría con un mero cambio de candidato para sostener el peso muerto de su programa inviable. Siendo esta la variable principal de la situación, sería útil intentar darle una explicación propiamente política, es decir, capaz de dar cuenta de las causas de este fenómeno y del juego de poder que este debilitamiento abre.   

Así como el gobierno de Cristina dejó de controlar las prinicipales variables políticas en 2013 (luego de las presidenciales de 2011, aquel célebre 54%, el kirchnerismo perdió todas las elecciones: 2013, 2015, 2017), el de Macri fue derrotado en 2017, meses después de haber sorteado sin dificultades las elecciones parlamentarias de medio término. Mientras aún se escrutaban los votos, el gobierno anunció un ciclo de “reformas permanentes” cuya marcha debió detenerse en unas pocas semanas. A partir de allí, todas fueron malas noticias para el gobierno: el incremento constante y efectivo de la movilización popular, con un radicalización máxima en diciembre de ese mismo año; la restricción del crédito externo por exceso de endeudamiento para financiar su política “gradualista”; su condición de minoría parlamentaria, que si bien se moderó algo con las elecciones de octubre, quedó agravada en la medida en que su propia debilidad política le meguó parte del apoyo incondicional que parte importante del peronismo le había concedido desde un inicio; las corridas cambiarias iniciadas en 2018; y el malestar que produjo en grupos empresarios su torpe manejo de la causa de los cuadernos.

Esta coyuntura condujo al gobierno a considerar, durante el transcurso de 2018, una serie de acuerdos económicos con el FMI de naturaleza eminentemente política. Visto desde el punto de vista del gobierno, los acuerdos son una fuente de poder y de legitimidad indispensables para sostener un gobierno que no encuentra apoyos suficientes dentro de las ofuscadas coordenadas de la política nacional. Se trata de una operación eminentemente política: un acuerdo con los EE.UU. (verdadera autoridad de control del FMI) con el fin de contener descontento al conjunto de las clases y de los grupos locales, con el objetivo de ganar tiempo para llegar a las próximas elecciones presidenciales.  

 

II

La lectura del diario La Nación no deja de ser un ejercicio fértil a la hora de hallar confesiones de clase. El mismo día en que el gobierno presentaba su plan de precios cuidados, Morales Solá advertía que “el dilema fundamental del Presidente sigue siendo el mismo: o hace lo que tiene que hacer o se dedica a ganar las elecciones». No es fácil encontrar frases tan transparentes para explicar lo que se quiere decir cuando se enuncia que democracia y ajuste son incompatibles. En ese mismo artículo, el columnista aclara que “obviamente, los anuncios fueron negociados con el Fondo Monetario Internacional. Es imposible suponer que se tomarán decisiones económicas, en el actual estado de la economía argentina, sin consultar antes con las autoridades del Fondo”. Por reconfortante que pueda ser verificar de modo tan nítido lo que los discursos críticos venían advirtiendo, el cuadro de conjunto es demasiado frustrante. Ni siquiera quienes defienden al gobierno de Cambiemos procuran disfrazar este humillante estado de cosas.

Ya sin pudor, el columnista emblema de la derecha argentina expresa sin tapujos las mortificaciones que hasta ahora se murmuraban en voz baja: «¿Qué sucedería con la economía si Cristina le ganara a Macri por unos pocos puntos en las primarias de agosto?”. Y es que es cierto: el fracaso del programa de Macri colocó a Cristina Fernández de Kirchner en un lugar expectante, al que tal vez no habría llegado por otros medios, sobre todo si se considera que ella resultó fuertemente debilitada después de la derrota electoral del FpV en 2015. Fue acusada de casos de corrupción; su fuerza nacional se dispersó de modo notable –buena parte de los legisladores que accedieron al parlamento por las listas del Frente para la Victoria votaron las peores leyes de Macri–, lo que quedó del kirchnerismo no jugó un papel estratégico de dirección de la resistencia al programa de Macri durante los años 2015-2017; y durante 2017 tampoco demostró una suficiente potencia electoral propia en casi ningún lugar del país.

Cristina Fernández de Kirchner queda instalada en una situación nueva a expensas del fracaso de Macri: ya no es la jefa de una poderosa fuerza nacional, pero en cambio se está convirtiendo de a poco en la candidata preferida por cuadros políticos no kirchneristas que han protagonizado luchas del último tiempo y, sobre todo, de segmentos mayoritarios del peronismo, de una parte considerable de la iglesia católica y de extensos sectores de la población perjudicados por el programa de Macri. Lo cierto es que, según todas las encuestas, el electorado está crecientemente dominado por corrientes de opinión securitistas, punitivistas y conservadoras, lo cual constituye un verdadero límite para una candidatura de CFK. Esta última esperanza lo lleva a Morales Solá a concluir que “el único estímulo que le queda a Macri es que es él quien controla el Estado”. ¿Para qué lo usará?

 

III

También Carlos Pagni ha confesado sus deseos. El analista estrella de La Nación escribió días atrás que “la relación con el Fondo es el gran trauma de la disputa electoral. También mortifica a Cristina Kirchner. Ella sabe que, en caso de regresar a la Casa de Gobierno, no podrá romper ese contrato. Aquí está el problema: mantenerlo la obligaría a encarar reformas, para sus seguidores, inconcebibles: laboral, previsional, tributaria. Recuerdos de su amigo el griego Alexis Tsipras, que en 2015 ganó un referéndum rechazando un acuerdo con la Unión Europea y el Fondo, pero debió resignarse a pactar un plan de ajuste peor que el repudiado por el pueblo”. Esta comparación entre Argentina y Grecia, que puede ser cuestionada desde varios ángulos, permite verificar, sin embargo, los principales datos del análisis político y aprender algo sobre el funcionamiento de los deseos de los más reflexivos analistas de la derecha.

Por un lado, Pagni reconoce implícitamente que la Argentina es, como Grecia, un país recorrido por luchas y resistencias que tiende a repudiar los planes de ajuste. Viniendo de donde viene, esta admisión resulta significativa: en nuestro país, las clases dominantes no alcanzan a contener con recursos nacional-democráticos los desbordes y resistencias de las demás clases y grupos sociales, y tienden a recurrir a instancias financieras trasnacionales para frenarlas. El acuerdo con el Fondo es un cerrojo político proyectado hacia el futuro y no solo un salvataje económico ante una crisis inminente. Por otro lado, añade al análisis sus propios deseos al señalar que el acuerdo con el Fondo es, ante todo y como sucedió con Grecia, un dispositivo de control irrecusable: “Grecia es una advertencia”, señala. La lección de Pagni es la siguiente: la derrota de Alexis Tsipras se debió a la falta de apoyo de las masas europeas, y no hay un liderazgo político antineoliberal que pueda quebrar el dispositivo político de las finanzas globales en el marco de la movilización del espacio nacional. Gobierne quien gobierne, sugiere, será el FMI quien imponga sus condiciones. 

Finalmente, el texto de Pagni describe una situación que anticipa escenarios desde ya dificiles de administrar. La evolución política que se deriva de su análisis conduce bien a una crisis del precario equilibro actual vía explosión de variables económicas, o bien al desastre social vía implosión, hipótesis utópica del conservadurismo de un disciplinamiento colectivo pocas veces visto, que legitime sin más el poder de mando del FMI.

 

IV

Hay quienes piensan que un gobierno de CFK podría ensayar una opción intermedia. En un reciente artículo, el economista Claudio Katz explica en qué consistiría la apuesta de algunos economistas kirchneristas frente a una renegociación con el FMI, y expone las razones por las que la considera inviable.

http://contrahegemoniaweb.com.ar/argentina-mas-grave-que-grecia-y-lejos-de-portugal/?fbclid=IwAR0QnOhfk_JPc6glLEk66NI19bSEl6MejCWcjLgFO8iY7WSRG8DFmR_ZHU0

Hace unos días, un amigo bien informado advertía, al igual que Katz, que el kirchnerismo no está pensando en una radicalización desde arriba para ganar autonomía política frente al Fondo, y proponía un escenario que considera tan dificil como deseable: «El esquema para mí más interesante es que, al mismo tiempo que Cristina hace su trabajo por arriba, emerja una nueva capacidad de movilización social que presione para modificar los términos del poder aquí adentro, en un sentido democratizador. Allí depende de nuevos sujetos, como el feminismo y otros, que no subordinen todo su potencial y su estrategia a investir a Cristina de legitimidad, sino que abran el horizonte de otra manera”.

Una plaza con esta composición es casi inimaginable, tanto por lo inédito (sería una plaza que no brinda apoyo, sino que exige; que no delega poderes, sino que los exhibe; ¿quiénes serían los convocantes?) como por lo incierto de sus consecuencias (¿Hay en el peronismo y/o en el kirchnerismo en el poder alguna disposición a recrear liderazgos de abajo hacia arriba? La falta de antecedentes no resulta auspiciosa.). El realismo político enseña a no hacerse ilusiones. Hace unos días, una amiga me envió una cita de Robert Musil que me viene a la mente cada vez que se habla de la proximidad de las elecciones de agosto: “En lo inestable tiene el futuro más posibilidades que en lo estable”.

 

La deuda es un pacto entre caballeros // Luci Cavallero y Verónica Gago

El ministro de Hacienda Nicolás Dujovne se refirió al acuerdo de precios supuestamente alcanzado entre empresas monopólicas de alimentos y el gobierno como “un pacto entre caballeros”, que consistiría en el congelamiento de 60 productos de la canasta básica por seis meses. Quiso explicar así que no necesita de un reaseguro institucional o un compromiso por escrito ya que confía en la cofradía masculina entre empresarios y funcionarios.

Esta fórmula del “pacto entre caballeros” habla de algo más amplio: una propuesta patriarcal de resolución de la crisis. ¿Qué quiere decir esto?

1) “solucionar” la crisis confiando en los monopolios.

La crisis que, como sabemos, afecta a la vida cotidiana de modo directo -¡estamos hablando de “alimentos básicos”!- quiere ser encapsulada en un acuerdo entre señores que son responsables (como clase política y empresaria) de la concentración vía despojos de productores familiares y del ahorcamiento de otras economías de menor escala y, por tanto, de la libre suba de precios. Esto tiene efectos exponenciales frente a la ya consolidada financierización de la provisión de alimentos (a través de la individualización bancaria compulsiva lograda hace una década por medio de las tarjetas alimentarias) y la expansión del agronegocio como modelo productivo (hoy llevado al extremo con la fumigación de escuelas recientemente aprobado por la gobernadora Vidal en la provincia de Buenos Aires).

2) “solucionar” la crisis con más endeudamiento.

Otro de los anuncios para el “alivio” de la crisis fue un nuevo shock de créditos que se otorgarán a través del ANSES, a jubilada/os y receptora/os de AUH y asignaciones familiares. El objetivo es profundizar la explotación financiera sobre los sectores de menores recursos, llevando la deuda como dispositivo de empobrecimiento a futuro a cada hogar. El endeudamiento de las economías familiares, domésticas y, especialmente, de las economías populares tiene un objetivo político, porque expandir la red capilar de obligación financiera “contiene” el descontento, privatiza la angustia de la crisis y responsabiliza moralmente a las “deudoras” por el descalabro gubernamental. Hoy la deuda se usa para pagar alimentos, medicamentos y servicios básicos y ¡aun así no alcanza! Lo que se busca es justamente una “economía de la obediencia” que sirve a los sectores más concentrados del capital y a la caridad como despolitización del acceso a recursos.

 

3) “solucionar” la crisis alambrando el problema financiero como un debate entre técnicos.

Esto no sólo es propuesto por el gobierno, sino también por algunos actores de la oposición. El lenguaje sobre la deuda externa y privada pretende dar por desalojadoel conflicto social. La especulación financiera es impensable sin la especulación política. Ambas son una maquinaria de la “espera”, del juego con nuestros futuros: recordemos la última corrida del dólar que los titulares de Clarín decían que el Banco Central “trata de controlarlo vendiendo futuros”. El problema financiero, cuando se narra como técnico, es delegado a una negociación entre caballeros. La despolitización es doble: no se puede intervenir “ahora” y se niegan las consecuencias cotidianas de las finanzas. Esto sintetiza un modus operandi que caracteriza no sólo al gobierno: esperar a octubre. La especulación política se acompasa al ritmo de la especulación financiera y la especulación financiera deriva en especulación política.

Desde el feminismo se vienen “aterrizando” las implicancias del endeudamiento en cada territorio en conflicto: doméstico, barrial, campesino, etcétera. Desde el feminismo se ha evidenciado la relación del endeudamiento con los despojos de infraestructura pública, se ha señalado su vínculo estrecho con las economías ilegales y, sobre todo, se ha marcado su nexo con las violencias machistas. De esta manera queda claro cómo la deuda externa tiene una implicación directa con el endeudamiento privado. No son circuitos autónomos. No hay especulación de los grandes actores sin que se utilicen los ahorros privados (¡hasta las cuentas-sueldo!) como malabares especulativos o bicicleta financiera de los bancos.

La desobediencia financiera, sin embargo, ya está sucediendo en cada lucha por despidos, por presupuestos públicos, por más salarios sociales, por todas las iniciativas que combaten el ajuste impuesto por el pacto de caballeros con el FMI. En los barrios, son las mujeres las que están inventando institucionalidad popular para enfrentar la inflación: desde el pasanaku (préstamo mutuo sin interés) hasta las ollas colectivas; desde nuevas formas de trueque y feria a organización de cuidados colectivos. Esto no puede ser reducido a minúsculos paliativos (en la lógica del “miserabilismo”) porque eso implica desconocer su fuerza política de insubordinación, su capacidad concreta de no acatamiento en el día a día a la dictadura de las finanzas. Es el desconocimiento y desvalorización de estas estrategias lo que permite abstraer en lenguaje técnico el supuesto “alivio” de la crisis y la mentada “negociación” de la deuda.

El problema financiero exige ser desafiado y discutido por todos los sectores sociales que, haciéndose cargo de la larga experiencia de movilización y desobediencia en este país a los ajustes, han abierto la temporalidad política, una y otra vez.

FUENTE: Revista Crisis

Las pibas // Redacción La Tinta

Hace unos cuantos años leí un título que hoy busco y encuentro: “Está embarazada, tiene 15 años y se dedica a secuestrar”. Triste resumen de Clarín sobre la vida de Silvina, protagonista de Pollita en Fuga crónicas de la periodista Josefina Licitra. En el 2003, plena fiebre de los “secuestros exprés”, Silvina fue para quien quería leer, el vivo relato de la vida marginal y de las condiciones de detención de las pibas adolescentes.

La vida de las mujeres jóvenes se trama en hilos particulares. Las condiciones actuales configuran una realidad que tiene un peso específico sobre sus cuerpos. “Para una piba no es gratuito estar a todo ritmo” dicen desde el Colectivo Juguetes Perdidos, “para una piba -por ser piba- es más difícil rajar de un modo de vida y moverse de rol”. Modo de vida ligado a la reproducción, el sostenimiento, a un cotidiano familiar que deja pocos y difíciles lugares de fuga de los mandatos morales, de los roles impuestos.

En contextos de precariedad de las existencias, son los cuerpos de las mujeres los que se hacen cargo de parchar y gestionar la vida, de resistir la muerte programada del sistema. De ellas y de todos los suyos y las suyas. Además de resistir todas las violencias.

Estas particularidades se trasladan a los contextos de encierro. Actualmente, tal vez por la baja cifra de detenidas en el sistema penal juvenil, pero también por la invisibilización histórica de las mujeres, las adolescentes no son una población que suele aparecer en los análisis. Del total de adolescentes privadxs de libertad, las mujeres alcanzan alrededor del 5%. Además, existe un modelo hegemónico de infracción adolescente en términos de varón y pobre.

En la ciudad de Córdoba la SENAF (Secretaría de Niñez Adolescencia y Familia) utiliza el eufemismo “centros socioeducativos” para referirse a los espacios de encierro de lxs menores, afectadxs por causas penales. En su página web éste organismo explica que su función, a contrapelo de todo lo conocido, es brindar “a los adolescentes alojados protección y asistencia integral y una serie de actividades educativas, deportivas, recreativas, y de formación laboral, con el objetivo de estimular actitudes de autocuidado y aquellas habilidades sociales que faciliten su integración social”. El de mujeres se llama Centro Socio Educativo para Mujeres Adolescentes (CESAM), situado en Nueva Córdoba.

El sociólogo Matías Bruno explica que el propósito de estos lugares es “corregir los desvíos de criaturas violentas que, expulsadas del sistema y una vez apresadas, deben pagar por sus culpas”. El castigo como supuesta reinserción, idea caduca desde hace décadas, pero que sigue funcionando en las sociedades adictas a la mano dura. A las pibas no se las priva de la libertad, se las encierra y aprisiona en instituciones de castigo y control, pensadas desde una concepción androcéntrica que no mira las particularidades de género, y por eso profundiza la desigualdad y las violencias. Además, estos centros se diferencian de las cárceles “comunes” en el agravante de encerrar personas en un período de desarrollo diferente al de los adultos, porque además las instituciones estatales son adultocéntricas.

Existen percepciones, prácticas y estereotipos discriminatorios sobre lxs pibxs, y una tendencia social a considerarlxs población “peligrosa” que debe ser “sujeta a control”. Es una población que se encuentra, por tanto, en mayor situación de vulnerabilidad. Los sentidos sociales construidos sobre lxs pibxs pobres son especialmente negativas y estigmatizadoras, y se les concibe como propensxs a la violencia y al delito, culpandoles de ser los responsables de la “inseguridad”. ¿Qué duda cabe cuando se está tratando la baja de edad de imputabilidad? De ahí los acosos y abusos policiales, las persecuciones y la cantidad creciente de casos de gatillo fácil.

Una piba percibida como autora de un delito es un incómodo eslabón salido de la cadena, es una provocación doble y un manotazo desarmando mandatos. Se rompe la normatividad penal y la de género. La corrección disciplinaria entonces es más pesada, los cuerpos de las mujeres se colocan como un elemento central, lugar de conflicto y sometimiento. La moralidad que sostiene las opresiones de género, clase y etárea, muestra sus garras: mujer, pobre y joven. Todo para perder.

Los “desvíos sexuales”, la “promiscuidad”, los embarazos y las maternidades tempranas son ejes que se combinan con los delitos penales cometidos. Mujeres que se atrevieron a transgredir el rol tradicional donde las tareas de reproducción y cuidado debiera ser central. Las condenas sobre las pibas caen con más fuerza, por ser pibas.

El género es una dimensión constituyente del sistema penal y un componente siempre presente en el tránsito de las mujeres por sus instituciones, que conlleva situaciones de desigualdad y violencia sobre sus cuerpos. Que las mujeres en situación de encierro sean menos no responde a la benevolencia de los funcionarios de turno.

Según un informe elaborado por el Observatorio Regional de Justicia Penal Juvenil en octubre de 2015, para los países del cono sur, “las adolescentes mujeres sufren altos niveles de violencia de parte de los funcionarios de las instituciones del Estado que intervienen en el sistema penal juvenil, así como específicamente por parte de la Policía”. En muchos casos las pibas sospechosas de alguna infracción no llegan a la Fiscalía o al Poder Judicial, sino que se resuelve en las comisarías y controles policiales a través de la exigencia de retribuciones sexuales a cambio de libertad. Sobran relatos, aunque no tantas denuncias, por miedos y amenazas, y porque denunciar es evidentemente un riesgo. Así el cuerpo y la sexualidad de las pibas es un lugar privilegiado para el ejercicio de control y abuso de poder, cubierta por las estructuras de impunidad del Estado y sus instituciones.

La baja de edad de imputabilidad significa someter legalmente aún más a las pibas a un sistema penal perverso. Ellas, siempre preparadas para la resistencia, tejen sus estrategias de cuidado y auto cuidado. Nosotras, ponemos también el cuidado en el centro y decimos #CórdobaNoBaja, #NoALaBaja.

 

La Tinta  

Imagen: Eloisa Molina para La tinta

Notas extremadamente subjetivas sobre el estado de la cuestión: goce, escritura, inflación e inclusión // Roque Farrán

I.El neoliberalismo avanza como un monstruo gigante y descerebrado, avanza y sigue destruyendo todo a su paso. No podemos pararlo porque estamos encerrados y le hacemos el juego a cada paso, cada quien en su pequeño círculo, comunidad, clan o tribu de pertenencia, implementado estrategias mínimas de supervivencia y desconfiando de los demás. ¿Qué nos falta para encontrarnos, para unirnos, para enfrentar al monstruo o dejarlo caer, en lugar de alimentarlo constantemente con miedos y prejuicios? ¿Mística, épica, un/a líder fuerte y decidido/a que interpele el sentido de lo no dicho aún? ¿Un cónclave de sabios y caciques, madres y abuelas que reagrupen las fuerzas? Puede ser, quizás haga falta todo eso y más, pero sobre todo hace falta, pienso, un nuevo concepto de lo político. Un concepto de lo político que piense la articulación desde la lógica del no-todo y el goce femenino. Un modo de articular las diferencias, sin excepciones ni totalizaciones, pero bien anudadas, bien tejidas las diferencias, para que el inveterado monstruo caiga por su propio peso. En consecuencia, estoy escribiendo un texto monstruoso, mutante, feminista y algo más, que desea producir ese otro concepto de lo político. Además me divierto mucho al escribirlo, indudablemente hay un goce ahí, por algún lado, deslocalizado, que me permite jugar entre instancias formales y circuitos de legitimación para hacerles trampa: hacer pasar de contrabando otra cosa, encriptar y desencriptar, jugar el juego de la lengua, los dispositivos y las prácticas. Solo la escritura podría habilitarme semejante cosa.

II Pero no solo son las condiciones de producción las que hay que cambiar, bajo los movimientos políticos en curso, sino los modos de circulación y recepción de los pensamientos y escrituras que se generan. Doy un ejemplo. Un amigo me manda un escrito muy bueno, sobre las condiciones subjetivas en el neoliberalismo, donde cita un trabajo que escribí hace tiempo; no sé si le aporto mucho en realidad pero le agradezco el gesto. Recuerdo también a otro amigo, hace varios años, atribuyéndome la autoría de una idea nodal ante su maestro de prestigio internacional (Laclau), en un Workshop, cuando yo era un absoluto desconocido. Más acá de la justeza o no de ciertas situaciones, es indudable que a todes nos gusta el reconocimiento. El yo, el narcisismo, la especularidad son irreductibles. No tiene sentido denostarlos o querer superarlos porque forman parte de nuestra naturaleza humana y social, tanto como el ser “seres hablantes, mortales y sexuados”. No es culpa de las nuevas tecnologías, la necesidad de reconocimiento es intrínseca y ancestral. El asunto es poner cada cosa en su lugar, encontrar el ajuste más económico a los registros de la experiencia: imaginario, simbólico, real. Reducir el daño y el sufrimiento en vano. Es cuestión de análisis y luego de escritura. Las escrituras se comunican desde su singularidad-plural, se entreveran los nombres propios como constelaciones; no vale la pena forzar las cosas, ni las palabras, ni las citas. Si bien muchas veces me suelo preguntar por qué tal o cual no me cita ni me nombra, si conoce mi trabajo, etc., lo sé por experiencia propia: a veces no es cuestión de relaciones de poder y mero prestigio, también prima el olvido, cuando la identificación o la proximidad son fuertes, o cuando la ambivalencia afectiva impide reconocer en el otro lo que se cree propio, etc. En cualquier caso, vale la pena decirlo, exponerlo con honestidad y apertura, sin cálculo ni estrategia, porque entre amigos o aliados no puede primar la lógica de destrucción del enemigo. Somos responsables por reponer las mallas de lo imaginario, lo simbólico y lo real en la escena pública que el neoliberalismo destruye y los pequeños circuitos de supervivencia deniegan obstinadamente.

III. A veces siento que nos empatanamos demasiado con ciertos conceptos, como “lucha de clases”, “poder” o “goce”; conceptos que parecen explicarlo todo en última instancia (o en primeras nupcias). Y sin embargo, al repetirlos y repetirlos, no hacemos más que aumentar el pantano en que nos encontramos metidos. Como si fuésemos el Barón de Münchhausen y quisiéramos sacarnos de allí por nuestros propios cabellos. Hace falta otra cosa que la explicación redundante; necesitamos prácticas efectivas y variables: éticas, políticas y epistémicas. Realizar otros movimientos, decursos y rodeos, inventar o forjar nuevos conceptos. Incluso practicar una escritura que nos saque de nosotros mismos, del pantano y del marco simbólico en que nos hundimos sin cesar, junto a él y sus inconsistencias. En definitiva, una escritura que nos constituya a nosotros mismos en otra escena. Hay algo del difícil concepto de lo genérico que trabaja Badiou que me resulta familiar en ese extraño sentido: lo absolutamente cualquiera. Pienso en esa suerte de coleccionismo desprolijo que practicaba mi viejo, tempranamenente objetado por mí según me contaron luego. Salíamos a dar vueltas por la plaza Colón o alguna otra plaza y mi viejo juntaba piñas en el cochecito, cuando se quería acordar yo las había tirado a todas. Si bien no llegó a ser tan grave como en los casos patológicos de amontonamiento descomunal, siempre hubo en su casa lugares donde se acumulaban objetos sin uso. También se acumulaban personas en reuniones interminables, o caían a toda hora de manera imprevista. Jamás fui demasiado afecto a los objetos y a las reuniones prologadas, creo que solo los libros han llegado a incrustarse en la materialidad del espacio que habito; o me han permitido crear ese espacio que llamo casa. Sí, recuerdo ahora con más agrado aquella vez que nos volvimos del primer viaje al mar con bolsas de arpillera repletas de caracoles, almejas y conchillas. ¿Dónde habrán quedado? Quizás algún resto de esos objetos perdidos -no toda reunión era mala, por lo visto- motiva el impulso de escritura y el amor por los libros que hacen que la gente se junte, cada tanto.

IV Se me podrá objetar que apele a cuestiones demasiado subjetivas para exponer conceptos que no las solicitarían en principio. Pero no es por casualidad ni capricho, el estilo de escritura que cultivo. Parte de un diagnóstico de los malestares de nuestra época, las imposibilidades de conexión y el aplanamiento discursivo que supone la división de esferas en la sociedad. Que no asume la división de y en el sujeto, su impureza ligada a la verdad. En el célebre caso de extorsión que involucra toda una trama de complicidades entre la Justicia, los medios y la política, parece que D’Alessio le habría dicho justamente a Etchebest: “la verdad es subjetiva”. Alto vuelo filosófico el del canalla. Supongamos que es cierto y hagamos el siguiente ejercicio teórico, en lugar de condenar el posmodernismo banal, el subjetivismo y el pensamiento francés in toto. Etchebest le podría haber respondido: “sí, la verdad es subjetiva y vos sos un hijo de yuta” (lo cual debe ser literalmente cierto). Pero si hubiese leído a Badiou, quizás podría haber sofisticado la respuesta. Le habría dicho entonces: “sí, la verdad es en parte subjetiva, pero hay distintos modos de ser sujeto y responder por la verdad; tipos como vos son operadores oscuros de la verdad, de cuyo acontecimiento ustedes no quieren saber nada, por eso los motiva el odio y la destrucción, la avaricia y la canallada sin límites; mientras que hay otros sujetos cómplices de la verdad que se hacen los boludos y miran para otro lado, porque deniegan el acontecimiento, le restan importancia, y solo piensan en contabilizar ganancias según una lógica meritocrática que nos conduce a la autodestrucción; por último, hay sujetos fieles a la verdad, de la cual no creen saber nada porque es genérica, no puede dar lugar a la estafa ni al cálculo de valores, no excluye a nadie y se activa en un acontecimiento cuyas consecuencias se trata de seguir rigurosamente. A elles me confío ahora”. Suponiendo que hubiese podido articular semejante respuesta teórica, la verdad es que muchos sujetos se sienten estafados y desamparados ante el macrismo porque no encontraron el acontecimiento político y los nombres propios en que esa verdad genérica se verifica y fortalece (aún en la extrema debilidad). Para muchos de nosotres el acontecimiento habrá sido el kirchnerismo y sus modos inevitablemente fallidos y parciales de dar lugar a la verdad genérica que somos. Si volvemos a gobernar tendremos que transmitir rigurosamente los conceptos necesarios y practicar la teoría de un modo que no dé lugar a especulaciones vanas. Materialismo a todo nivel, incluso y sobre todo en las subjetividades implicadas.

V Por último, la inflación presente afecta sin dudas a las subjetividades implicadas. La inflación económica y la inflación narcisista, ambas están hechas para las heridas. Por eso pienso que necesitamos, inlecutablemente, recuperar un pensamiento genérico del Estado que descomprima las cosas, las palabras y las diferencias. “La inflación es la demostración de la incapacidad para gobernar”, dijo Macri. Al contrario, “la inclusión es la muestra palmaria de la capacidad para gobernar”, decimos nosotros. La inclusión genérica es lo que hace un Estado popular, nacional, democrático y feminista que no consiente las distinciones entre clases, razas y géneros como operadores fundamentales del reparto, porque piensa en el conjunto y su trama. La lógica política no puede subordinarse a otras lógicas. Es lo que muchos que votaron no entendieron. Pero quizás ahora esa verdad genérica muestre su fuerza ineluctable, aunque sea un momento de extrema vulnerabilidad para todes -o justamente por eso.

 

Roque Farrán, Córdoba, 17 de abril de 2019.

Síndrome de Estocolmo // Diego Valeriano

Adriana empieza el día temprano, toma unos mates con Alejandro antes que él salga para el laburo y le cuenta que va a venir Mauricio. Adriana es una traidora y Alejandro, ay Alejandro. La única que zafa es la nenita, ella no traiciona, no es cómplice, no habla de transparencia, ni se come las giladas de la madre. La pibita mira con esos ojos enormes a Macri, lo mira como miran las nenas que saben todo  y por eso en mitad del video la sacan.

Adriana justifica, comprende, banca en esta etapa. Banca porque entiende, banca frente a todos, banca en soledad. Banca aunque en las torres más tarde los guachos le van a gritar cosas, aunque escriban su nombre y el de Macri en las puertas de los ascensores y le dibujen una pija, aunque casi nadie le diga de manera cómplice “te vi con el presi”. Aunque los memes sean demoledores y no pueda entrar al Face por unos días.

Muchos dicen que hace de extra, que le pagan, que le dan algo a cambio. Pero no, ella cree realmente, cree que el país necesita esto para salir adelante, cree con el corazón. Con ese corazón ortiba que desde chiquita hizo que sea buena alumna, que haga las cosas como corresponden, como deben ser. Que le hizo saber que nadie le va a regalar nada y que para todo hay que esforzarse.

Banca fuerte y le hace bajar la mirada a Alejandro que ya no banca, que ya no puede más y  que sabe la gastada que se va a comer en el laburo más tarde.

Pájaros de la cabeza. Elogio de la autonomía intelectual (A propósito de Amargura metódica. Vida y obra de Ezequiel Martínez Estrada, de Christian Ferrer) // Diego Sztulwark

Consistente en la comprensión del funcionamiento de las cosas, el proyecto crítico se relanza vía arañazos, sin su antigua pretensión de superación. Todo reciclaje destinado a embellecer la escena del pensar es mentiroso y tóxico; desviante, en último término, del único punto de partida saludable: la exigencia de decir rectamente la verdad de lo que somos.  El proyecto de la crítica es, por tanto, político; aun si el lenguaje de la política es refutado como mero vehículo de una voluntad de poder expresado por igual en el estado y en las universidades, en los modelos de consumo y de fascinación por los objetos técnicos o en las militancias y en el mundillo de los intelectuales. Esa voluntad de poder (que se llama “política”) se consuma en la máquina “progresista” del capital. Este saber es el que pulsa en Amargura metódica.

No es necesario haber leído Martínez Estrada para recibir de lleno la sacudida que su pensamiento produce a partir de la escritura, simple a fuerza de cuidada, de Christian Ferrer: “palabra y estilo parecían venir –en aquel notable ensayista– de un potente drama somático”. Inclasificable e incómodo, nunca fue valorado como propio por las tradiciones intelectuales consolidadas. Pájaros e intelectuales caben por igual en el registro desencantado e hilarante de Ferrer. Más próxima a la historia que a la filosofía, su comprensión de Martínez Estrada gira en torno al “amargor de las cosas”, regusto de una prematura madurez del escritor en su comprensión del país.

Quien fuera capaz de radiografiar la pampa, “no disponía de un sistema teórico general ni procuraba conseguírselo”. Pensaba, en cambio, “a partir de estímulos y obsesiones”. A diferencia del universitario (“servidor de una máquina que produce saber”), la autodidaxia de Martínez Estrada se fundaba, dice Ferrer, en “engañarse lo menos posible” respecto de la realidad presente y, sobre todo, en no “entregarse apasionadamente a ningún prejuicio de que el mundo sea distinto de lo que es”. Su mecanismo de pensamiento se cifra en la a amalgama entre la paradoja (“mueca mental […] unión de lo desemejante por la analogía única que pasa desapercibida”) y una incurable angustia personal por la fallida constitución de la Argentina.

Sí, una inadvertida pero evidente falla orgánica, una patología, encuentra Martínez Estrada en el origen patrio, una historia cruel e irresuelta fundada en el fratricidio y la guerra social (la pampa es hembra despreciada y la generalizada insatisfacción sexual es causa de revueltas políticas). Como en su hora Nietzsche, le diagnosticaba al país una incontrolable manía por la “administración técnica y el derroche de esfuerzos” sin “posibilidad de transmutar la psique dañada o el símbolo despotenciado en algún tipo de grandeza”.

Pero no eran pasiones tristes las que motivaban a Martínez Estrada. No hay recelo, ni envidia ni odio en sus expresiones. Tampoco resignación. Más bien, sufría de superabundancia de amor: mecanismo de la crítica para comprender a la Argentina, la amargura metódica consiste en detectar una invariante histórica por debajo de la novedad rutilante. Evita, así, el remanido recurso nacional al optimismo y la reducción del sentido a buena voluntad transformadora, disposiciones ambas igualmente debilitantes en la medida en que posponen y obliteran el enfrentamiento con lo trágico real del presente. Tal invariancia del destino se viene arrastrando desde los comienzos de lo que puede considerase como la historia argentina. Facundo, Rosas, Roca, Yrigoyen, Uriburu, Justo y Perón no son sino “reencarnaciones momentáneas de un estado de cosas irresuelto cuyas tres primeras vértebras siempre fueron el ejército, la iglesia y la burocracia pública”. No es revisionismo histórico lo de Martínez Estrada, sino otra cosa (algo más próximo, quizás, al mundo “en estado de coartada” del que habla Horacio González en Besar a la muerta). Su crítica  del “caudillaje institucionalizado” refiere a un mecanismo simple y siempre actual, que se repetirá una y otra vez a los largo del tiempo: hacer leña del árbol caído. “Todo el mundo se declara caído del catre” mientras “las segundas líneas se trasviste y las terceras se mimetizan con el entorno”.

El cuadro de lo que no cambió es el juego del odio y la frontera. El indio (“odioso obstáculo para los negocios”) es expropiado de sus tierras; el gaucho sabio y libre es reducido a peón de campo como corolario de una fulgurante modernización de la valorización agraria: “el fátum psíquico perdura”, se hace negocios para unos pocos en nombre de todos. Y si la frontera ha sido reabsorbida, no ha desaparecido, sino que ha transmigrado, junto al odio, “a la villa miseria, a los arrabales”, a los asentamientos y a otros bordes; y “a los acuerdos de mafias variopintas ni tímidas ni secretas, y a la pasión por la ilegalidad de políticos y respectivos electores, en fin, a las oficinas estatales, donde se practica el gatopardismo rotativo”.

Y lo peor de todo es que los escritores, de quienes se podría esperar la palabra salvadora, se han involucrado por migajas. Contra su defensa de la escritura como procedimiento de “autodestrucción”, los intelectuales suelen moverse por el “ansia de los hombres de ideas por brindar apoyo a gobiernos, no importa de qué signos, pues eso es cuestión de gustos, sin que redunde en ruptura del círculo infernal de los gobernados”, expresión de la “causa metrópoli contra la historia rural e indígena”.

La “lengua argentina” se le aparecía, como al gaucho, lengua de la ciudad, extranjera. A “la labia de las ciudades le faltaba la conexión con el habla emocional más intuida que hecha responsable ante un canon, y además estaba muerta antes de nacer y desarrollarse, tanto en los ámbitos cultos como después en la escolarización obligatoria”.  Y “así sigue sucediendo hoy”, agrega Ferrer. O bien: “de igual modo, hoy se nos articula al mercado mundial mediante variantes populistas de la instalación, la performance, la intervención callejera y las interfaces con máquinas de información. Un patriotismo de símbolos en épocas de vacas gordas, consignas de orden y menos precio del pobre”.   

Este “de igual modo” (como aquel “sigue sucediendo hoy”) indica bien la relación del ensayo sobre Martínez Estrada con el presente político en el (y al) que de un modo indirecto pero efectivo apunta Ferrer. En efecto, aunque el autor rechaza que su escrito dependa del tiempo veloz y en última instancia banal de lo “actual”, parece indudable que este elogio del intelectual autárquico, intuitivo y desbordado está signado por una admirable disposición polémica con los valores que el presente ha enarbolado en nombre de la batalla ideológica y otros slogans.

La incomodidad con lo efímero y la búsqueda de algo que permanezca es, quizás, el motor más efectivo de esta preocupación por la figura del biografiado. Menos con la voluntad explícita de destituir tal o cual aspecto de la actualidad que de impugnar el modo en que lo ilusorio y acomodaticio de la época devalúa sus posibilidades. Es este desencanto el que se deja atraer por las grandes sentencias de Don Ezequiel, curandero de la sociedad, que decía que había que “hablar del pueblo con el lenguaje de la purificación, no de la seducción”.

¿Saca partido Ferrer del aparente desencuentro “ontológico” entre el pensamiento de Martínez Estrada (“raíz de las cosas todo es oscuro, humilde y humillado”) y la política? Puesto que la terapia que ofrecía al país consistía en ver lo que realmente somos y en aquello que Foucault llamó parresía (tener el coraje de decir la verdad), lo político en juego se reviste de muy diferentes cualidades: el hecho de tener (o aparentar) razón en las discusiones pasa a ser del todo irrelevante y el juego de la clasificación amigo/enemigo queda impugnado dada su indisoluble ligazón con un horizonte de eliminación del adversario que le es propio. Asuntos importantes que se pierden de vista en tiempos de “optimismo” político ya que “todo entusiasta político” pretende en el fondo que el gobierno sea como una superficie sobre la cual se proyectar sus propios deseos en lugar de ver lo que efectivamente es: “el espejismo en política es siempre auto-retrato”.

Con todo, equivocado sería pensar que Martínez Estrada no tuvo ideas (federalistas, utópicas, tercermundistas, incluso ácratas, dirá  Ferrer) o que nunca se consagró a los entusiasmos políticos (como sí sucedió con Fidel Castro, el Che Guevara y la Revolución Cubana). Peros estos pensamientos no son –en el retrato que este libro construye– asuntos de transformación de la realidad, sino armas para demoler ídolos y funcionamientos sociales indignos. Martínez Estrada le permite a Christian Ferrer contar historias: la de la “sociología salvaje” de la Argentina y de la ciudad (previa a la sociología científica de Gino Germani); la de la una historiografía nacional irreductible a la polarización entre cosmovisiones liberales y revisionistas; la de una materialidad del peronismo incomprendida, incluso por el peronismo mismo; la de una crítica de la universidad y de la Reforma Universitaria perfectamente vigente y la de una valoración autónoma de la literatura escrita en el país.

Este capítulo dedicado a la literatura argentina (a la que le faltó “solidaridad con los desdichados” al decir de Martínez Estrada) tiene relatos cómicos de escritores (¡caso Gálvez!) y de la sociedad que los reunió durante años (la SADE); un fervoroso retrato del amor por Hudson y los pájaros, y otro de su  amistad con Victoria Ocampo y de la comunión espiritual con Héctor Murena (a quien se le dedican páginas importantes en el libro), así como de la ruptura con Borges y con los escritores liberales luego de la “fusiladora” y de la tensión con la revista Contorno.

Verdaderamente original e interesante es la historia del Caribe, de Cuba y del anarquismo español-cubano que precede a la parte final del libro. Después de recibir el premio Casa de las Américas, Martínez Estrada vivió un par de años finales y felices en La Habana, aunque murió en la Argentina. Ferrer le reprocha este capítulo de su vida. La ve como una claudicación parcial del viejo, un entusiasmo inconsecuente que lo llevó a desdecirse de muchos de sus escritos. Deslumbrado por los brillos de los comienzos siempre “solares” de un pueblo en movimiento, lo real, dice Ferrer es que “pronto correría sangre”. Y Martínez Estrada  “defendió los fusilamientos” ejecutados por el poder revolucionario.

Y aun así, Ferrer distingue a Martínez Estrada de una larga lista de personas “y figurones” imantados por un “inoxidable romanticismo político” cuyo combustible es la idealización que otorga “sentido a la propia vida más que a la de los demás”. Lo que le interesa de esta época no son sus escritos en favor de la Revolución, sino aquellos que exploran la profecía americanista de José Martí (un “anarquista filosófico”)  o las bellísimas páginas que dialogan con el poeta comunista Nicolás Guillen (que “habla de pueblo sin ser populista”, lanzando un desafío poético-somático a la literatura burguesa). Pero en el fondo y fundamentalmente, el reproche por su aventura cubana que le hace Ferrer a Martínez Estrada es el de un desvío y el de una incoherencia, porque “ponerse al servicio de la revolución cubana” supone “despedirse de la figura del intelectual autónomo”.   

La discusión política es conducida así menos hacia el adversario peronista y más frontalmente con la revolución socialista –cuyos nombres son sobre todo para Ferrer: Stalin, Mao y Fidel. Cada uno de estos líderes es examinado en última instancia bajo el prisma del no matarás en la estela de la polémica que hace unos años propuso el filósofo argentino Oscar del Barco. De trasfondo humanista, la pregunta última es: ¿importan los muertos asesinados?. León Rozitchner, que conoció muy de cerca la experiencia cubana durante aquellos primeros años de Revolución, participó de la discusión propuesta por Del Barco. Lo que Rozitchner propone es un razonamiento ético-político capaz de articular una condena muy firme de la violencia asesina, pero a partir de otros fundamentos e implicancias. En efecto, a partir de tomar en consideración el carácter agonístico de lo político (la cuestión de una “contra violencia” de naturaleza completamente diferente a la de la violencia asesina), Rozitchner plantea una crítica feroz no a la violencia en general –cosa en la que Ferrer tampoco cae, al menos cuando describe la violencia anarquista de comienzo del siglo XX- sino a la presencia de la violencia “de derecha” en los hombres “de izquierda”. De todos modos Ferrer no es del Barco y en este texto que se comenta apunta menos contra la violencia en nombre de las revoluciones que contra la indiferencia de quienes pueden pensar hoy sin hacerse cargo de esas muertes. La intensidad de esa preocupación redunda en una exigencia: no pensar ni vivir como si esas muertes, cada una de ellas, no importaran.

En síntesis, en más de 600 documentadísimas páginas y sin una sola nota al pie, Christian Ferrer construye el elogio del intelectual autárquico dedicado a forzar “las formas cristalizadas de la sociedad”, del escritor que transforma el “ensayo en género dramático” y moviliza una “energía autónoma” distante de las ofertas en pugna y para quien “los cambios sociales comienzan por la conducta recta”, porque quien “ama la política detesta la moral”  dado que el pathos político es menos asunto de ideas que de consistencia ética. Una conciencia así puede constituirse, enseña Ferrer con una palabra: No; y con esta otra: Basta.

¿Como se llora otra pibita muerta? // Diego Valeriano

¿Cómo se llora otra pibita muerta? ¿Cómo se apaga eso que tanto duele? ¿Cómo se sigue? ¿Cuánto escabio, cuántas pastillas, cuantas puteadas, cuánta falopa, cuánto odio y devastación? ¿Cómo se vive la ausencia infinita de una nena de 11?

¿Quién entiende el miedo de todas las pibas? Ese miedo que casi ni se dice, ese miedo que nace cuando cae el sol, cuando van al almacén, cuando el cuerpo es otro, cuando quedan solas con el novio de la mamá. Ese miedo que apenas se desvanece cuando sale el sol. Mataron a Sabina y el llanto se repite, lo inexplicable se hace diario y el terror, de manera absurda y manija,  es algo con lo que se aprende a convivir.

El barrio se hunde, las aulas se oscurecen, las amigas quedan mudas para casi siempre, las mamás abrazan fuerte escondiendo el llanto y ya nada va a ser lo mismo nunca más. ¿Y qué va a hacer el jefe de calle, la psicóloga, el educador que va tres veces por semana al barrio, la trabajadora social del juzgado, el gordo de la rotisería, todos los pajeros, el curita nuevo?

¿Qué candidato va a nombrar a Sabina? ¿Dónde va a ser bandera, pintada, posteo. consigna? ¿Quién se va a acordar en una semana? ¿Quién va a marchar cuando se cumpla un año?

La soledad de la mamá apenas acompañada por todas las mamás del barrio. El vacío que es para siempre. La gorra que nunca cree, la ausencia de todo a esta hora, a cualquier hora. Un escracho en la piel que duela para siempre. La desesperación por ser pibita que estruja la boca del estómago hasta hacerse grito.

 

Diego Valeriano para La Tinta

Las fuerzas ortibas. La cueva de los sueños // Andrés Fuentes

Uno de los berretines mas tradicionales de las fuerzas ortibas es la crítica al timbeo por empiojar la racionalidad de ustedes los jugadores en el manejo de sus presupuestos; se malgastan los ingresos en vez de cubrir necesidades de primer orden. ¿Pero qué es lo importante? ¿Quién lo define? Somos testigos de una distribución moral de las necesidades básicas. La producción de una escala de gustos como  ordenamiento del deseo en una tabla de mandamientos con sus jerarquías de importancia. Con lo que no puede quedar afuera –pagar un alquiler, comprar la comida– como con aquello que es una herejía -todavía retumba la sentencia de “la asignación universal se va por la canaleta del juego y la droga” (Iglesias dixit). Sea porque son mantenidos o ellos mismos se la ganan laburando, no se puede creer que los de abajo se la patinen timbeando. Un blindaje a los deseos populares y mucho más en tiempos de ajuste y bolsillos desplumados: si hay bolsillos secos, a gastar en lo importante.

Fuerza ortiba que apunta mucho a ustedes las mujeres: si históricamente son quienes de forma híper racional hacen rendir el sueldo del marido en la economía doméstica, estirándolo hasta donde se pueda y haciendo magia si es necesario, también tienen fama de que son más sensibles y proclives a gastar. Lo que ven, lo quieren y se lo compran. Más hoy en día que muchas laburan o manejan fondos de programas estatales, esta repulsión a la mujer gastadora irrumpe con fuerza en muchos discursos ortibas. El imaginario tan expandido de la mujer como un ser sensible, afectuosa, poco racional y pensante, habilita la noción de que es fácil de engatusar y caer bajo los cantos de sirena de la interpelación publicitarias. Las fuerzas ortibas no reconocen la yapa que se llevan muchos timberos al gastar su moneda en las salas. Este gasto se traduce en incorporar fuerzas anímicas. Es el rol terapéutico del juego. Es la carga energética de los nervios que ante las afecciones que nos provoca la precariedad urbana, repara los daños causados, desconectando a los cuerpos de esa rutina e inyectándole una buena dosis de combustible para amortiguar lo que se viene, o por lo menos, lo saca de circulación y le hace olvidar los golpes recibidos, lo cual no es poco. Terapéutica que da más fuerzas para encarar lo que se viene, multiplica la potencia de los cuerpos para que hagan más de lo que hacen, o al menos los equilibra, les permite no sucumbir y desarmarse ante la presión de la rutina. Un hacer más que puede torcer mandatos, conquistar una singularidad que rompa con la exigencia del laburo por ejemplo, como no; ser una intensidad que motoriza seguir con las obligaciones de siempre, todo aquello que hay que hacer. Sea lo primero o lo segundo, las fuerzas ortibas obturan esta terapéutica y le quitan toda importancia.

En la organización lineal de los deseos no entra la timba, dejando sin aliento a multitudes que necesitan  de este apoyo. Lo denuncia como un gasto inútil, una ilusión para bobos que no se dan cuenta de que nunca van a lograr lo que buscan, desconociendo la ganancia libidinal –en sus diferentes sentidos– que esta experiencia significa para muchos.

Otro frente que abre la fuerza ortiba es la crítica a la desintegración social: la timba empuja a los problemas laborales y a las peleas familiares. Faltazos, desconcentración, quilombos de guita con otros compañeros: apostar y trabajar no van de a mano. Pero el zoom de esta crítica recae sobre la sagrada familia y en la erosión de su integrante más sensible: las mujeres. Es casi inconcebible que una mujer no se ocupe de sus hijos, las actividades domésticas, o que después del laburo no vuelva a su casa porque se fue a jugar unos pesitos… Una postura que entiende que por fuera del modelo de la sagrada familia, hay caos. Si la mujer es concebida como el sostén del hogar, que esa columna se quiebre es condición de desastre.

Pero la timba conecta de distintas maneras con el mundillo familiar. En primer lugar, muchas mujeres utilizan parte de sus ingresos en asuntos personales sin dar cuanta a nadie, siendo esto aceptado. Mujeres solas que bancan a sus hijos y que no tienen obligaciones con nadie. Mujeres en pareja que van con sus maridos, donde comparten una salida que les resulta muy atractiva (“hacemos algo juntos pero cada uno por su lado”). Hay quienes lo hacen a escondidas (las varias veces mencionadas escapaditas) por gastar en lo que no hay que gastar o en una frecuencia excesiva. Ahí aparece un cortocircuito que más que ver con el juego, se relaciona con una jerarquía de roles donde las mujeres salen desfavorecidas. Se tensionan las asimetrías. El discurso ortiba es miope a estas experiencias. Por ejemplo: si una mujer sale del laburo y no va para la casa sino para el bingo, además de las chirolas que ponga en la sala, hay que ver cómo tensiona todo un abanico de expectativas familiares que la agobian. Más allá de que gane o pierda apostando, su gasto permite un ingreso que abre su autonomía como persona y le genera mucha ganancia en tanto fortalecimiento de sus estrategias vitales. Las tensiones familiares, la conquista de cierta libertad, la generación de fuerza de alguien que está en el fondo del mar y erupciona con todo… todo eso queda por fuera de estas miradas.

La crítica moral es otro clásico del sentido común antibingo: que las recaudaciones de las apuestas en las salas son parte de un financiamiento oscuro. Las salas bombean recursos que son irrigados por toda una serie de conductos clandestinos que habilitan negocios ilegales o iniciativas políticas de todo tipo. Un sistema comandando por una runfla de personajes oscuros, tirando de hilos muy complejos, allá lejos, en una zona inaccesible para la comprensión del resto de los mortales.

Muchos de ustedes los timberos comparten esta apreciación; flota en el aire una creencia del tipo “anda a saber lo que hay detrás de todo esto”. Pero todo esto es secundario: lo que más les importa es que las salas son lugares seguros y tranquilos. Ese es uno de sus valores fundamentales: un reducto que repele los trastornos que pululan a rabiar por otros espacios sociales. Es la tranquilidad que brinda el amontonamiento sin contacto, el ámbito poblado pero sin relación. La crítica moral fuerte de los jugadores a las salas es que no dejan ganar. Que esta todo preparado para que los premios no caigan nunca. Que cuando se gana está todo arreglado y se lo dan a quien quieren. Y si llegas a ganar un premio fuerte olvidate de que te lo paguen… más allá de lo verídico o no de estos enunciados, lo cierto es que forman parte de un sentido común timbero. Un manojo de creencias que reciben una crítica porque el bingo rompe la primera regla de todo juego: si se ganó, hay que ponerla.  Sea la crítica que sea, cualquier crítica moral pivotea siempre alrededor de la ley. Hay corrupción porque se viola una ley existente, o se aprovecha un hueco legal para mandarse alguna que esté en contra de lo santo, del bien común. El problema de estas posturas es que reducen lo turbio a un vínculo con la ley. Y no desglosan lo legal con lo normativo. La ley es una norma entre normas. Una regla con el peso de ser la más legítima, la más importante de todas por contar con el respaldo estatal, pero no deja de ser una norma más. Reglas que organizan estrategias. Dan cuerpo a deseos que circulan. La ley, entonces, es una dimensión de las normas que regulan estrategias. La ley es una norma  que regula otras normas que habilitan y modelan lo que sucede en las estrategias y la economía afectiva. Insistir en hablar desde la ley, si se cumple o no, es obnubilar todo el sistema de normas, y en especial, naturalizar un solo tipo de estrategia (el bien común que decía). Discutir dentro del escenario legal es marginar la trama normativa y la multiplicidad de estrategias siempre latentes que gravitan por lo social. Cuando hay una estrategia que está atascada, cuando no hay normas que la vigoricen, ahí hablamos de una cosa turbia. No necesariamente cuando se viola una ley. Lo turbio es el bloqueo de una estrategia. De ahí que el punto a observar son los desfasajes entre las acciones y la ley en tanto si potencian o no las diferentes estrategias que circulan. Y la crítica a lo turbio depende de qué estrategia está atascada. Ese es el problema.
Un caso son las empresas violando leyes y normas, quebrando cualquier relación más democrática con los laburantes, deshilachando búsquedas de mejores condiciones de vida. O podría ser al revés: la producción de estrategias de mayor involucramiento en el timbeo por los apostadores implica una organización de la experiencia que necesita corromper el control empresario. Ambos casos son experiencias turbias; pero con diferentes estrategias corrompidas. En la primera se abroquela una estrategia de muleo y explotación purgándola de iniciativas que la sacudan un poco, mientras que en la segunda la puja destartala un deseo de dominio para activar mutaciones y reorganizar el escenario timbero de otra manera. No hay corrupción en sí misma. Lo importante es diferenciar entre valoraciones de las estrategias: si congelan el deseo o lo complejizan. En el primer caso la producción moral corrompe la producción extramoral; en el segundo, la producción extramoral corrompe la moral.

 

LA CUEVA DE LOS SUEÑOS
Precariedad, bingos y política
Andrés Fuentes
Tinta Limón
Diciembre 2018

Ortiba como transar un paro el 1ero de Mayo // Diego Valeriano

Ortiba como transar un paro el 1ero de Mayo, como Peña en el Congreso, como prohibir que laburen los pibes en bici, como llamar a la gorra por una joda del vecino. Como insistir con que Santiago se ahogó solo. Ortiba como ser gato del Papa y andar opinando, como twitera sabelotodo, como varón antipatriarcal que postea sus giladas, como corrector del teclado.

Como los curas villeros, como las trabajadoras sociales del juzgado, como todo el gabinete psicopedagógico de la escuela del Cruce. Ortibas los que critican al Diego, la directora que se enoja con los guachos que no dan cabida al acto del 24, la doña que chusmea por las rendijas de la persiana con el wasap del comisario a mano.

Ortiba como estos chetos que nos piden un esfuerzo cuando esto ya no da para más, como las que creen en la educación, como hablar de límites. Ortiba, muy ortiba, como los que escabian solo los sábados, como las que andan con el vaso térmico y el paso apurado, como el chabón que postea contra una piba en tetas, como la señora que llama a la unidad del pañuelo celeste y verde.

Como la moral militante, como las que callan los casos de abusos en su orga, como los que se enteraron que la policía era brava el 10 de diciembre del 2015, como los que reivindican a la víctima según quien sea el victimario.

Ortiba los que no segundean, las que no bancan, los que andan en patrullero, el transa que no entiende. Ortibas los que no crean vida manija, ni alianzas insólitas, ni fabulan el mundo. Ni se ponen del lado piola de las cosas, aunque más no sea de vez en cuando.

¿Que busca Deleuze en el cine? // Diego Sztulwark

Cuanto más nos acercamos a la Tierra, más rebelde a la forma se hace la materia, más rebelde al modelo se hace la copia.

Gilles Deleuze, Cine III

¿Qué busca Deleuze en las imágenes cinematográficas? Un acceso directo a un tiempo no domesticado. Y, quizás, una política. ¿Qué encuentra? Un cristal que permite retener la potencia, verla en su carácter virtual, substraerla del mando productivista. Un vagabundeo. ¿Es poco?

 Acto de creación

La filosofía de Deleuze se refiere a las imágenes en numerosas ocasiones. Lo hace tanto en sus obras sobre cine, literatura y pintura como en aquellas dedicadas a la filosofía y al psicoanálisis. Pero a diferencia de otros pensadores, Deleuze no pretende reflexionar sobre las imágenes al modo de los críticos. Ya sea la imagen en cine, en literatura o en pintura, se trata siempre, para él, de escribir desde sus propias preocupaciones filosóficas. Esto implica establecer las posibilidades legítimas de conexión entre arte y filosofía, asunto al que se dedica junto a Félix Guattari en su libro ¿Qué es la filosofía? Allí se trazan distinciones precisas entre la filosofía como práctica inventiva de conceptos, y el arte como proceso de creación de sensaciones o bloques de afectos y perceptos. Filósofos y artistas se dedican por igual a actividades extractivas: el filósofo procura extraer el concepto del mundo de las opiniones establecidas, y el artista apuesta a extraer el afecto (devenir no humano) del mundo de los sentimientos (demasiado humano), y el percepto (paisaje anterior a lo humano) del mundo de las percepciones naturales.

Crear conceptos y sensaciones, afectos y perceptos, implica una disposición a la huida. Se inventa con vistas al desierto. En cada fabricación está en juego una nueva forma de vivir, de escapar del orden de las formas preestablecidas. El creador deleuziano –filósofo, artista– debe partir, ajustar cuentas con el mundo de los clichés, hacer fisurar el orden, emprender un éxodo mental a través del caos en busca de una Figura, una “nueva tierra”, un pueblo por venir (Paul Klee). Para decirlo en spinoziano: si los afectos son variaciones de la potencia de existir, los perceptos son las visiones que se desprenden con cada variación y los conceptos son las representaciones que formamos tomados en esos devenires.   

En una conferencia de fines de la década de 1980 a estudiantes de cine –“Acto de creación”–, Deleuze afirma que es en virtud de tratarse de procesos creativos que trabajan a partir de ideas que la filosofía y el cine tienen algo que decirse mutuamente. Las ideas son potenciales excepcionales que surcan el pensamiento, y que nacen ya desde el comienzo implicadas o comprometidas en determinado medio de expresión. De modo que no existen las “ideas generales”. Hay ideas en filosofía, o bien ideas en cine. Las ideas en filosofía son tratadas en virtud de una creación específica, que es la creación de conceptos. Mientras que en el cine las ideas están siempre ya implicadas en la creación de sensaciones, en bloques de movimiento y duración.  

La filosofía busca crear forma de vida a partir de su propia trinidad. Deleuze, en las clases publicadas bajo el título Cine III. Verdad y tiempo. Potencias de lo falso (Cactus, 2018), explica que todo concepto es “pulmonar y visionario”, es decir, inseparable del afecto y del percepto: “Un concepto es una inteligibilidad que solo adquiere su sentido por los afectos a los cuales está ligado en tanto que concepto y por los nuevos perceptos que da”. Un concepto es “una nueva manera de recortar el mundo”, los conceptos “inducen nuevas maneras de percibir, de hacer ver. Pero el concepto no es inocente: modifica una potencia de existir, puede disminuirla o aumentarla. Eso es un afecto”.

En busca del tiempo perdido

¿Qué busca Deleuze en su aproximación filosófica al cine? Su díptico Imagen-movimiento e Imagen-tiempo –a lo que hay que sumar los voluminosos tomos que editó editorial Cactus con sus cursos sobre cine– pone de relieve hasta qué punto se interesa por pensar (en particular a partir de su lectura de Bergson) el problema del tiempo de un nuevo modo. El tiempo estuvo siempre en el centro de interés de la filosofía de Deleuze. El eterno retorno nietzscheano y el aión de los antiguos griegos están en el corazón de su conceptualización más consistente sobre los acontecimientos, las diferencias y los devenires.  

¿Cómo es que se pasa, en la historia del cine, de una imagen indirecta del tiempo derivada del movimiento –técnicas de montaje–, a la imagen directa del tiempo? A grandes rasgos, Deleuze interpreta que el cine clásico, anterior a la Segunda Guerra Mundial, trabaja con imágenes-movimiento, es decir, con las imágenes propias del encadenamiento sensorio-motor de las situaciones en las que reaccionamos ante el mundo (imagen-percepción, imagen-afección e imagen-acción), mientras que el cine moderno, a partir de Ozu en Japón y del neorrealismo europeo, ve nacer las imágenes directas del tiempo durante la posguerra. Las imágenes-tiempo surgen, a partir de espacios vacíos o desconectados, de la ruptura de los encadenamientos sensorio-motores, de la aparición de situaciones ópticas y sonoras puras.

El derrape de los encadenamientos sensomotores está directamente vinculado a la aparición de la visión, del cine vidente. Si la imagen-movimiento muestra personajes que perciben-sienten-actúan, es decir, que reaccionan ante las situaciones, la imagen-tiempo nos muestra a personajes arruinados, incapaces de responder, perdidos. Algo excesivo ha ocurrido, algo demasiado importante ha interrumpido los canales habituales de reacción ante las situaciones. Solo pueden ver. Ver, oír. La crisis de la acción da paso a la visión pura, visión del tiempo en estado puro.

Esta bancarrota de la acción que da acceso al tiempo interesa tanto al cine como a la filosofía. La descripción de los personajes visionarios coincide con las que Deleuze suele introducir en sus textos sobre la contemplación. Deleuze está fascinado con la contemplación plotiniana. No deja de citarlo. En Cine III, Deleuze confiesa su envidia por un fragmento de Plotino que cita de modo libre: “Todo es contemplación. Una roca es una contemplación, un animal es una contemplación. Y me dirán que afirmar que todo es contemplación es una broma. Y yo respondo que sí. Pero quizás la broma es ella misma contemplación”. El “alma contemplativa” es muy próxima al visionario deleuziano. Ambos liberan al tiempo de su subordinación al movimiento. Ambos se encuentran en una posición óptica privilegiada. Es como si, para Deleuze, Plotino hubiera descubierto en su meditación sobre el alma el régimen de los cristales. En su clase del 10 de enero de 1984, Deleuze dice a sus alumnos que al poner entre paréntesis la prolongación motora, el ojo accede a “otra función distinta de la que consistía simplemente en ver”. Accede a otra función que propone llamar visionaria y que remite a un régimen cristalino. “¿Qué veo en el cristal? En el cristal veo la cosa misma, o al menos menudos fragmentos sin importancia de la cosa, caracteres extraídos de la cosa y que flotan en el espacio desconectado”.

¿Qué es lo que ve el visionario? Quizás podamos responder: lo virtual de su propia imagen virtual. Si Deleuze no cesa de repetir en sus textos la formula spinoziana “no se sabe nunca lo que puede un cuerpo”, es necesario distinguir allí dos términos inseparables –cuerpo y potencia–, actual y virtual. Todo cuerpo (imagen actual) se define por su potencia de existir (imagen virtual). En otras palabras, un cuerpo es siempre más que sí mismo. Un actual cargado de virtuales. Es el cuerpo y lo que puede, cuerpo y potencia. La contemplación es la posición en la cual el actual accede a su propio virtual sin ponerlo a trabajar. Disfruta de su virtualidad sin exigencia alguna de actualizarla. Shabat. Goce de su propia potencia virtual substraída de todo mando. Es el descubrimiento de su doblez y de sus posibilidades de autovaloración.

El visionario es un ser en estado receptivo. Substraído de los automatismos de la reacción al mundo. Deleuze dice de él: ha visto algo excesivo. Algo demasiado bello o demasiado injusto. Esa desmesura, ese desbarranque de los mecanismos de reacción, lo han dejado sin capacidad de respuesta ante lo intolerable. El estado contemplativo conecta, por fuera del régimen orgánico de la acción, una experiencia de lo intolerable (imposibilidad, vergüenza) con la visión de un nuevo posible.

Resulta tentador extraer de aquí un punto de vista político específicamente deleuziano. Él mismo sugiere esta posibilidad varias veces a lo largo de sus clases publicadas en Cine III. Dos ejemplos. El primero, cuando se refiere a lo que llama “cine del tercer mundo” determinado por el problema de “la construcción directa de una memoria”. Deleuze cree que no se trata para nada de reencontrar unas raíces populares, sino de algo mucho más “molesto” y “agresivo”: “servir de memoria al mundo”. Se trata de inscribir la miserabilidad en la memoria del mundo. “La memoria del mundo y el tiempo son lo mismo”, sería “otra manera de alcanzar la imagen-tiempo”, por medio de “imágenes-tiempo perturbadoras” de “valor político intenso”. Segundo ejemplo, cuando se refiere al neorrealismo y al “nuevo cine político” como un modo específico de “crítica social a través de la visión”. Se trata de un cine que parece decir “he visto lo insoportable”. La imagen-tiempo es una política en la medida en que interrumpe automatismos, conecta con un exceso, permite desprogramar dispositivos de percepción-acción, ver lo intolerable, inventar nuevos posibles. Una política que es una investigación sobre los posibles aún no inventados (los imposibles del presente). De allí que no haya para Deleuze acto de creación que no implique ya un acto de resistencia.

Imagen-Cristal

Bajo el título “Los cristales del tiempo”, Deleuze trata en Imagen-Tiempo el régimen cristalino de las imágenes. El punto de partida es considerar las imágenes a partir del mundo que las rodea. Cada imagen actual está siempre ya vinculada con otras imágenes a partir de circuitos más grandes. Aunque para que estos circuitos grandes existan, estos deben sostenerse en los circuitos más pequeños, aquellos formados por la intimidad que logra una imagen actual con una imagen virtual. La imagen-cristal es “la unión de una imagen actual con su doble inmediato” o su reflejo. La imagen actual se refleja en una imagen virtual que simultáneamente la envuelve. Entre ambas imágenes se produce un “doble movimiento de liberación y captura”. Una imagen actual, escribe Deleuze, “cristaliza” con “su” imagen virtual. En la imagen-cristal, ambas caras se distinguen al tiempo que advienen estrictamente indiscernibles. Cada una toma el papel de la otra. “No hay virtual que no se torne actual en relación con lo actual, mientras este se torna virtual por esta misma relación: son un revés y un derecho perfectamente reversibles”.

En Bergson, lo que es actual es siempre un presente. Solo que un presente nunca pasaría, no se convertiría en pasado, como tampoco un nuevo presente lo reemplazaría si no fuera él mismo ya pasado al mismo tiempo que presente. El pasado coexiste con el presente que él ha sido. Si el presente es la imagen actual, su pasado contemporáneo es la imagen virtual: la imagen en espejo. Lo que Bergson llama pasado es la imagen virtual en estado puro definida en su autonomía. En la formación cristalina sucede que una imagen actual entra en relación con una imagen virtual pura, que no es obligada a actualizarse en otra imagen actual. La imagen virtual permanece virtual a la vez que se torna correlativa de la imagen actual a la que espeja.

La imagen-cristal permite ver la operación fundamental del tiempo: su escindirse a cada instante en presente y pasado o, mejor, su continuo desdoblarse en dos direcciones heterogéneas, “una que se lanza hacia el futuro y otra que cae en el pasado”. Es necesario que el tiempo se escinda al mismo tiempo que se afirma o desenvuelve: se escinde “en dos chorros asimétricos”, uno que hace pasar todo el presente y otro que conserva todo el pasado. El tiempo consiste en esta escisión, y “es ella que se ve en el cristal”. El cristal muestra la perpetua fundación del tiempo no cronológico (tiempo del acontecimiento). Es lo que Deleuze llamará la “poderosa Vida no orgánica que encierra el mundo”. El vidente es aquel que ve en el cristal el “brotar del tiempo como desdoblamiento”.

Cine Capital

Lo que permite ver el régimen cristalino es la adherencia de un plus de potencia inherente a toda imagen actual. Esa potencia es la correspondencia que toda imagen actual tiene con respecto a su imagen virtual. El pasado permanece en su relación con el presente “tan bien adherido como un rol al actor”. Toda imagen actual y todo presente es siempre más que sí mismo. Jun Fujita Hirose, en su libro Cine Capital, parte de este “circuito mínimo compuesto por una imagen actual y una imagen virtual o, lo que es lo mismo, por un acto y su propia potencialidad”. La imagen-cristal es una “imagen empírico-trascendental en la cual se ‘ve’ ese circuito mínimo de acto-potencia”. En ella se afirma y se reconoce como tal la virtualidad.

En el régimen cristalino, las imágenes se liberan de la compulsión a actualizarse y devienen revolucionarias: “el devenir revolucionario de las imágenes”, es decir, su desviación con respecto al “régimen orgánico” y hacia el “régimen cristalino”, libera a las imágenes que reencuentran así su propia autonomía, su posibilidad de autovaloración. Cada imagen reencuentra su propio “más” virtual y se relaciona libre con su propio exceso: la imagen actual es desconectada de sus encadenamientos sensorio-motores y la imagen virtual es emancipada del mando que la obligaba a actualizarse en nuevas imágenes actuales. La imagen-cristal es el goce que la imagen hace de sí.

Fuyita encuentra un pensamiento inexplorado sobre la política, en estas páginas de la obra de Deleuze sobre cine. La imagen-movimiento resulta inseparable de un cine capital, dominado por un régimen orgánico, que somete a las imágenes a una permanente actualización, al tiempo que esconde el fondo dinerario de este encadenamiento: el sueño de Hollywood como ilusión de acceso al mundo, sin tratar con el reverso necesario. Mientras que la imagen-tiempo del cine moderno deviene revolucionaria, tras romper con el régimen orgánico desplazándose hacia un régimen cristalino.

El devenir revolucionario de las imágenes y de las personas consiste en un mismo pasaje del régimen orgánico de la acción, en el que el tiempo está sometido a los requerimientos del presente actual (movimiento), al régimen cristalino de la contemplación, en el que el tiempo se emancipa de la acción para descubrir lo intolerable del mundo y acceder a nuevos posibles impensables en el circulo del tiempo domesticado. Los devenires revolucionarios son aberrancias del movimiento que afectan la manera de captar el tiempo. Tomado en sus dos realidades distintas, una actual hecha de movimiento (actos y palabras), y otra virtual hecha de puros signos ópticos y sonoros (se ve, se oye), los devenires revolucionarios consisten en hacer prevalecer la dimensión virtual del tiempo sobre las exigencias actuales del movimiento. En esa prevalencia se ve lo “intolerable”, se hace posible crear lo que Fujita llama la “posibilidad de otra cosa”.  

A propósito de Visconti, Deleuze dice en Cine III: “Nunca concibió, durante su período comunista, un comunismo sensorio-motor, llamo comunismo sensorio-motor al comunismo oficial de los partidos comunistas”. Y le parece evidente que en La Tierra Tiembla lo que se da es una imagen-tiempo comunista, una “unidad sensible y sensual de la naturaleza y el hombre”, una unidad “puramente sensitiva” de la que “están excluidos los ricos”. El “comunismo de Visconti es un comunismo visionario. No digo utópico, para nada. Porque a mi parecer, este punto de vista de la visión, desprender lo intolerable, denunciar lo intolerable, es extremadamente profundo y muy, muy práctico”.

La ruptura con el régimen orgánico, escribe Fujita, se da al mismo tiempo en el cine y en la política. Es la gran afinidad entre la imagen-tiempo y el 68. En ambos casos se plantea una nueva relación entre personaje y situación. Dice Deleuze en Imagen-tiempo: “Por más que se mueva, corra, se agite, la situación en la cual está desborda por todas partes sus capacidades motrices, y le hace ver y oír lo que de derecho ya no es susceptible de una respuesta o una acción. Más que reaccionar registra. Antes que ser comprometido en una acción, está liberado a una visión, perseguido por ella o persiguiéndola”.

Se trate de Mayo del 68 o del cine moderno, lo revolucionario es descubierto –ya sea en la gente o en las imágenes– como un proceso cristalino en el cual la videncia prevalece sobre la acción, o lo virtual sobre lo actual o, aún más, el tiempo sobre el movimiento. Vagabundeos, agites, flotaciones en espacios desconectados son todas figuraciones deleuzianas en las que se describe el plebeyismo de unas imágenes que comienzan a abandonar toda consigna de sumisión a la producción para comenzar a disfrutar de sí –y a actuar– por su propia cuenta.

Te quedás sin laburo // Mayra Arena

Te quedás sin laburo y es como una piña en la frente. Se te vienen mil cosas a la cabeza y se te instalan ahí para no soltarte. Desde el momento en que te rajan arrancás a pensar cómo carajo vas a hacer para pagar las cuentas, intentás recordar dónde andaban buscando gente, le avisás a todos tus conocidos que buscás lo que sea, donde sea. Publicás en face. Después de unos días salís a tirar currículums, fotocopia por fotocopia tirás en las consultoras y negocios que pensás que pueden tomarte. Cualquier cosita te llamamos, escuchás.

Después de gastar en fotocopias, colectivos, trenes y pedaleadas se te cae la moral a pedazos. Sentís que es tirar plata al pedo. Mirás el diario todos los días, mirás los grupos de internet. Mirás el celu a cada rato, controlando que ande bien.

Nadie llama. Se acabó el frasco de café y se vació el freezer. Gustitos que no vas a volver a comprar hasta que no tengas laburo asegurado.

Después de un par de semanas empezás a mirar con atención a tu alrededor a ver qué carajo podés vender. No hay nada de valor. Pensás en vender la ropa que no usás, no vale nada pero en alguna feria capaz te dan unos pesos, para pagar el fiado o comprar algo de mercadería. Todo el día es pensar y pensar de dónde carajo vas a sacar guita. Mirás a tu alrededor: todo el barrio está vendiendo empanadas, sorrentinos y pizzas caseras. Todos están en la misma.

Nadie llama. Hace rato no hay azúcar, sale mate amargo como siempre y los chicos toman el té con unos sobrecitos de edulcorante que estaban en la alacena hace mil años.

Después del mes empezás a dejar de lado todo tipo de orgullo. Empezás a mirar la basura de los barrios chetos: alguna mochila rescatable, un par de zapatos, lo que sea. Nada sirve de un carajo, pero igual estás atento. Pensás en ir a la municipalidad pero no “parecés” tan pobre aunque lo seas. Desarmás una tele vieja para vender el cobre, abollás una olla que tenías en el patio para venderla por aluminio. Te enterás de un trueque y salís con lo poco que te queda, a buscar aceite, arroz y yerba.

Nadie llama. Hoy abriste el último paquete de fideos. Vas a comprar varios más ni bien consigas un peso.

Después de dos meses sin laburo ya dejaste todo lo que se puede dejar. Usás el champú más barato y lo estirás con agua si es necesario. Dejaste de cenar y te tomás un té caliente con pan, total ya te vas a la cama. Dejaste el queso rallado, el tuco, la carne y los lácteos. Dejaste de andar en bondi porque está carísimo, sólo te manejás en el barrio. Dejaste de buscar trabajo porque es una pérdida de tiempo: no hay nada. Dejaste de ser un laburante para ser uno más de los casi 13 millones de argentinos que por más que se rompan el lomo, se vuelven cada día un poco más pobres.

Mirás a tu alrededor. Llegó el aviso de corte de luz. No queda nada para vender. No queda nada para comer.

Nadie llama.

La Tinta

Algo (se perdió) en el camino. Un ensayo sobre Kurt Cobain // Mariano Pacheco

Pasaron 25 años desde la muerte de Kurt Cobain, el líder de de la banda punk norteamericana Nirvana, el “suicidado por la sociedad”.

Hay algo de la escena punk-rocker que va asociado con la juventud, y otro tanto, con el suicidio. De Sid Vicious de Sex Pistols a Ricky Espinosa de Flema, pasando –obviamente– por Kurt Cobain de Nirvana, la hipótesis puede argumentarse con datos empíricos. Pero en este texto no quisiéramos perdernos en los laberintos de ninguna sociología (psicologizada) de la cultura, sino más bien adentrarnos en una crítica política de la cultura burguesa, tan cuestionada por la invasión del 77, que tanto tuvo que decir una década más tarde, con esa nueva invasión ruidosa que se presentó en ese entre-mundos (el del fin de la bipolaridad y los Estados de Bienestar y el unicato del Nuevo Orden Mundial).

¿Qué pasa con los cuerpos cuando transcurre el tiempo? ¿Cuanto logran –o no– resistir los cuerpos a los imperativos categóricos de una sociedad que impone la seriedad para la adultez y hace de la madurez un linkeo directo con el ideal de éxito, como si se tratara de una especie de fatalidad natural? La edad de la razón –para decirlo sartreanamente– sería aquella en la que todas las rebeldías se dejan a un lado, las relaciones se estabilizan (se monogamizan), las pasiones se adormecen y los encuentros se encaminan más a reproducir que a producir.

En sus famosas “Tesis sobre el cuento”, el crítico argentino Ricardo Piglia sostiene –muy hegelianamente– que es el final lo que otorga sentido a una historia (narrativa). ¿Debe ser así, necesariamente, en el devenir de una existencia humana?

La cuestión del suicidio en Kurt Cobain –como en Ricky Espinosa– es recurrente, es cierto, y es un tema espinoso, desde su tratamiento por el filósofo Baruch Spinoza hasta las declaraciones de la Organización MUndial de la Salud, que en 2014 lo declaró epidemia mundial (una persona se suicida cada 40 segundos en el mundo, en la mayoría jóvenes). ¿Pero eso implica, necesariamente, que debamos tamizar toda la vida de Kurt Cobain desde ese episodio final? Está bien: la muerte, el suicidio, recorrían la vida del líder de NIrvana como un espectro que no dejaba de acecharlo (“el suicidio de su tío, los primos y otros amigos, fueron las imágenes con las que Cobain tuvo que lidiar desde muy temprano”, escribe Esteban Rodríguez Alzueta en su “Kurt Cobain suicidado por la sociedad”). Pero no es tanto en ese episodio final en donde quisiera concentrar la atención de este escrito, sino en lo que está en el medio, en su vida plena de creación artística.

El desamparo existencial

La primera vez que Kurt Cobain escuchó una canción suya en la radio no lo pudo creer. Era como si se cumpliera un sueño. “Ahora voy a poder pagar el alquiler”, pensó.

La música había sido su forma de crearse un mundo ante el desamparo social, económico y familiar que lo rodeaba, a él, y a la generación de jóvenes de Aberdeen.

“Tenía diecisiete años y estaba en tercero del bachillerato, aunque se saltaba la mayoría de las clases. Nunca había trabajado, no tenía dinero y todas sus pertenencias cabían en cuatro bolsas de basura. Tenía claro que se iba, pero no sabía adónde”, puede leerse en Heavier than heaven. Kurt Cobain: la biografía, el libro de Charles R. Cross (las resonancias Cobain/Espinosa son permanentes, y en este caso basta recordar la canción “Mucho mejor que en casa”, de Flema, en donde Ricky canta: “no importa donde estás, no importa donde vas si es lejos de tu casa…”).

Para entonces la vida familiar de Cobain se había convertido en una prisión, y llevaba ya una década. Según los relatos (propios, y de cercanos), no puede decirse que la vida de Kurt fuera infeliz desde su nacimiento. Más allá del autoritarismo de su padre (“el miedo permanente de que no esté todo perfecto”) las escenas infantiles recuperadas por Kurt con el paso del tiempo son las de su madre leyéndole y ayudándole con sus dibujos; las de su tía introduciéndolo en el mundo de la música (a los ocho años le regaló una guitarra con un parlante, y discos de Los Beatles), como puede verse en el film Montage of heck, de Brett Morgen. Pero luego, el divorcio de los padres, una madre extremadamente joven que empieza a beber, un padre que –según sus propias palabras– “se rindió” (respecto a él). “Pienso que mi generación fue la última generación inocente”, se escucha decir a Kurt en la entrevista radial que sostiene con Michael Azerrad, y que sirve de base para el film About a son.

El divorcio de sus padres a mediados de la década del 80 del siglo XX expresa algo más que un fracaso familiar de los Cobain. Es la expresión del fracaso de un modo de vida conservador, que en su reverso, se planteaba el ideal del progreso. “Mi historia es exactamente igual al 90 % de la gente de mi edad”, comenta Kurt.

Los dilemas en el joven Kurt siempre encontraban una vía de escape… y luego, la madriguera taponada nuevamente. Yirar por la ciudad, dormir en el banco de un hospital o en el sofá n algún garage. Volver a lo del padre, tocar la guitarra y encontrar un modo de tolerar la vida a través de la música. Pero las presiones no se hacen esperar: hay que estudiar o trabajar, y sino… hay tabla (la tercera opción siempre es la peor, en este caso, alistarse en el Ejército). La fuga religiosa y la posibilidad de un nuevo hogar. Un techo, amistades y una familia que lo pueda cobijar (los Reed). Pero enseguida llega el mandato productivista. Kurt ingresa como lavacopas a un restaurant, pero pronto se corta un dedo y deja el empleo. Las drogas y el alcohol, y un nuevo episodio desafortunado que lo lleva a las calles nuevamente.

A los diesiocho años, por tercera vez en dos años, otra vez sin hogar. Otra vez la opción de estudiar o trabajar (o servir a la patria imperialista, que contempla, y luego descarta). De nuevo a yirar, a dormir en el asiento trasero de un auto, o en cualquier lugar. El descontrol y el desacato a la autoridad. La falta de dinero, incluso la cárcel.

En ese contexto el punk no es mero pasatiempo, como cada quien se puede imaginar. Componer o dibujar, ensayar con la guitarra o leer una revista o fanzine son una forma de activar, de trazar nuevos rumbos.

Something in the way

“Algo se perdió por el camino”, anota Blake, el personaje que el actor MIchael Pitt interpreta en Last Days, el film de Gus Van Sant  inspirado en Kurt Cobain.

Podemos verlo allí, encorvado, sentado en una silla, sus pelos rubios sobre el rostro, pullover de franjas rojas y negras, como escribe en el cuaderno aquella frase que nos remite a “Something in the way”, la canción incluida en Nevermind (1991) que hace referencia a los tiempos en que Cobain yiraba por ahí, y terminaba durmiendo debajo de un puente. Pero entonces, con todas las adversidades y el desamparo encima, Kurt se encontraba en el camino, dejando cosas atrás, pero con un mundo por delante que conquistar (conquista en el sentido de imprimir formas).

A los veinte años Cobain por fin se va de su ciudad natal. Olympia, a unos 100 km de Aberdeen, ya es capital de Estado, ciudad universitaria donde feministas se cruzan con rebeldes con vocación de cambiar las cosas, y diversos artistas encuentran un ecosistema favorable para convidar sus creaciones. La moneda, esta vez, no cayó del lado de la soledad.

“En Olympia su vida interior artística se desarrollaría más que nunca”, redacta su biógrafo. Escribir diarios o componer canciones, dibujar o pasarse horas frente a la pantalla de TV en búsqueda de quién sabe qué, lo mismo da.

La relación con Tracy, su primer amor (con quien estuvo tres años), lo lleva a emprender la construcción de una heterodoxa (para el modelo patriarcal familiar) nueva dinámica familiar: ella trabaja, él cocina y se encarga de las tareas del hogar. Todo marcha sobre ruedas, pero la madriguera se vuelve a taponar. Kurt vuelve a trabajar. Pero esta vez, el dinero del trabajo asalariado tendrá una utilidad: contribuir a fomentar la experiencia musical.

En busca de la perfección

El dinero que Kurt juntó de su trabajo sirvió para financiar –en enero de 1988– el primer demo de NIrvana, que ya venía tocando en varios lugares desde 1987, pero no siempre con el mismo nombre. La grabación de las diez canciones sirvió en gran medida para reconfirmar la vocación de Kurt y edificar el mito de origen de Nirvana, la banda que lleva el nombre de esa búsqueda budista de la perfección, según lo entendía aquel joven rockero de veinte años.

Lo que sigue después es lo más conocido: Kurt se separa de Tracy y al tiempo conoce a Countrey, una joven como él, rockera, atravesada por desamparos afectivos, acostumbrada a andar de casa en casa (e incluso en reformatorios), con quien ráìdamente tiene una hija (Frances).

El proceso de ascenso de la banda es explosivo: Nirvana graba Bleach en 1989, Nervermaind en 1991 e In utero en 1993. Rápidamente comienzan las giras, atravesadas por los períodos de adicción de Kurt a la heroína; sus permanentes dolores de estómago; el aislamiento de la fama; el malestar de ciertas dinámicas sociales para quien entiende que el lujo es vulgaridad y cultiva cierta austeridad.

A la fama sobreviene el escándalo, la sobredosis y, finalmente, la muerte, cuando recién tiene 27 años.

Como Ricky Espinosa en Argentina, Kurt Cobain seguramente –por heterodoxo– fue el último punk de habla inglesa.

Sin crestas ni camperas de cuero, ni borceguíes, ni pelos parados, cultivando una escucha del género para más allá de él (incluyendo pop y heavy metal en su repertorio) Cobain rompió los códigos de la propia estética y estilo punk. Sus ropas viejas siempre envolviendo ese cuerpo flaco, sus ojos de mirada triste y su voz dulce acompañan la fortaleza de unas canciones que vienen a expresar un último grito de rebeldía en el momento en donde las desobediencias comienzas a ser aplastadas en todo el mundo.

El líder de NIrvana dijo alguna vez que con el punk (más realista que el simple rock) se había dado cuenta de quién era. “El punk puso mis valores en perspectivas”, expresó el Kurt Cobain que hoy, 25 años después de su muerte, sigue contribuyendo a poner en perspectiva los valores de quienes no nos resignamos a obedecer el orden que se nos impone, y seguimos apostando a que las desobediencias devengan rebelión y, por qué no, también insurrección.

Lágrimas de guachín // Diego Valeriano

El guachín llora, sus lágrimas caen. Llora por hambre y acusa con sus ojos negros, hermosos, enormes que se meten en la cámara. La tele feliz, los posteos urgentes, las panelistas corren cuando se enciende la cámara. El régimen de visibilización se activa. Todo se activa. Un guacho llorando, indefenso, angustiado, con hambre, con esos ojos negros,  que habla sin berretines y que denuncia con lágrimas, esas lágrimas de una potencia única.

El guachín sabe lo que él genera con esas lágrimas. Sigue, por pura intuición, un guión no escrito. Segundea a la madre, aliada de mil batallas. Ella, pilla, alza la voz, resalta las lágrimas, pide que lo escuchen. Ambos saben. Las hermanitas también saben. Miles de movilizaciones, cortes, cambios de banderas, listado de altas, discursos insípidos, hacer la cola con los tappers metidas en el barro, aplaudir a quien haga falta. Estrategias puras de sobrevivencia que enseñan, marcan, forjan.

Una tía que vive en Buenos Aires le manda un audio porque lo vio en la tele. Los de la radio se vienen a la puerta de la casa. La referente pasa a tomar mate. Tal vez por unos días tengan beneficios, tal vez los visite alguien, tal vez tengan la vacante en la guardería. En el barrio corre el rumor, la fama se viraliza, las doñas hablan, la ex mujer del papá de su hermanita la acusa de algo por Facebook.

Él, pillo, se mira en el celu: tiene su imagen hecha meme, hecha dolor de movilero, hecha consigna, posteo indignado. Captura la imagen y la pone como fondo. Le gusta que quede para siempre, que quede hasta que le roben el teléfono, hasta que no prenda más. Sonríe al verse. Sonríe de una manera amplia, grande, bastante luminosa, como sonríen los guachines cuando saben que les sale una bien.

Resistencia // Diego Sztulwark

A veces parece

que estamos en el centro

de la fiesta

sin embargo

en el centro de la fiesta

no hay nadie

En el centro de la fiesta

está el vacío

Pero en el centro del vacío

hay otra fiesta.

Juarroz

Emergencia! Es el grito atorado de una vida que se desmultiplica en zonas de adaptación y confort y zonas de padecimiento y rabia. ¿Se trata de aprender a gestionar nuestras pasiones? ¿no es justamente este poder de auto-regulación lo que nos ha sido despojado? ¿no este último capítulo, el de la desposesión subjetiva, individual y comunitaria, lo que llamamos, en el fondo, neoliberalismo? ¿hay política posible sin cuestionar esta desapropiación que nos vuelve gobernables, sin apropiarnos de una autonomía pasional colectiva?

En la escisión entre régimen de opinión y desposesión afectiva se juega el registro de lo político contemporáneo. Lo político mas como medio socialización anímica que como revisión de nuestras servidumbres maquínicas. Incluso allí dónde lo político entusiasma. Ni hablar cuando deprime.

Tomados en ese vaivén, en la Argentina -luego de un período de notable entusiasmo- se escucha hablar de “resistencia”. El primer recuerdo histórico que esa palabra evoca es la resistencia obrera, primero anarquista o irigoyenista, y luego mayormente peronista, durante los años sesentas. Aquella resistencia, sin embargo, se desarrollaba al interior de un paradigma represivo, mientras que los poderes actuales, aún cuando no han dejado nunca de acudir a la represión y perfecciones sus medios, operan de manera productiva –modulando positivamente los modos de vida- y movilizante. ¿Qué puede significar, en este contexto, la noción de resistencia?

La transacción neoliberal no se da sin ganancia subjetiva (en términos de consumo, de libertad, acceso a servicios e información). Esta ganancia es el principal obstáculo para una política de transformación fundada en la voluntad de cambio. ¿La resistencia a la normalización de la vida y de la política que experimentamos puede ser vital sin ser política: puede también ser política sin ser vital? ¿Y cómo podría la política, siendo lo que es, ligar con lo desafiante vital?

Lo primero entonces, es aclarar esta noción de lo vital. Que el neoliberalismo reivindica para sí en términos de goce y movilización.  Y que lo resistente no puede concebir sino como persistente no-adecuación. Lo neoliberal es el esfuerzo por difundir códigos de adaptación. Lo resistente por tomar distancia de ese esfuerzo, por resistir el llamado a amar las cadenas. Sin esa resistencia no se crea vitalidad. Sencillamente se la consume.

Han Fallada ha escrito en 1946 un libro sobre la resistencia: Sólo en Berlin[1]. Una pareja de obreros (los Quangel) adherida al modo de vida nazi predominante durante los años 40- 42. Una vida sencilla, sin preguntaba por el destino de quienes caían en desgracia.

Un día como tantos, los Quangel, reciben una carta que les comunica la muerto de su único hijo en el frente de batalla. Una espesa conmoción se apoderó de ambos. Luego, el silencio. Días de silencio. De trabajo, rutina y silencio.  Días que incuban una transformación de alcance inesperado. Otto, el marido, comienza a escribir una postal dirigida a la máquina asesina del Tercer Reich: “Madre: El Führer ha matado a mi hijo…”. Anna, la mujer, comprende que “con esa primera frase él ha declarado una guerra eterna”. Guerra que deberán librar “ellos dos, unos pobres, pequeños insignificantes trabajadores que con una palabra podían ser  borrados para siempre, y al otro lado el Führer, el Partido, con su enorme aparato de poder y su esplendor y tres cuartas partes, incluso cuatro quintas partes del pueblo alemán detrás”.

Un día tuvieron un hijo, el Führer lo ha asesinado y ahora escriben postales. Unas postales que dejarán semanalmente en escaleras de edificios en los que viven médicos y abogados, por las que circulan clientes y pacientes. “Inundaremos Berlin de postales”, dice Otto a Anna: “entorpeceremos el funcionamiento de las máquinas, derribaremos al Führer, pondremos fin a la guerra…”.

El viejo Quangel seguirá siendo el mismo jefe de taller de fábrica, ese hombre “viejo y estúpido”, “poseído por el trabajo y una sucia avaricia”. Nadie sabrá jamás que por su cabeza bullen ideas que no tienen sus jefes ni los trabajadores a quienes vigila. “Todos ellos morirían de miedo si los asaltaran semejantes pensamientos”. El viejo Quangel los tiene, y los engaña a todos.

Y cuanto más postales difunden más mutan sus modos de percibir lo que sucede en su entorno. Ya no aprueban tan dócilmente la persecución de los judíos que, “como la mayoría de los alemanes” los Quangel habían aprobado en “su fuero interno”. Ahora que se habían convertido en “enemigos del Führer” esas cosas adquirían para ellos un aspecto y una relevancia completamente diferentes.

¿Que harían los Quangel cuando ya no debieran ocuparse más de escribir sus postales? ¿ya encontrarían algo por lo que merezca la pena luchar, decía Anna, algo público y notorio, sin tanto peligro? “Peligro siempre hay”, respondía Otto: “de lo contrario no sería lucha”. El peligro acecha, lo huele.  “El peligro no acecha en la escalera, ni al escribir. El peligro está en un lugar diferente que no puedo precisar. De pronto nos despertaremos y sabremos que siempre ha estad ahí, pero no lo hemos visto. Y entonces será demasiado tarde”.

El peligro, escribe fallada, no estaba en los detalles operativos. Sino en el hecho que, como a todo el mundo los Quangel “creían en su esperanza”. No sabían que casi todas las postales iban siendo capturadas por la Geheine Staatspolizei (Gestapo). Cuando los interrogadores policiales le pregunten cómo fue posible que creyese que él sólo, junto a Anna, pudiera derrotar al aparato de Führer, Otto respondió: “usted no lo entenderá nunca”. “Da igual que sólo luche uno o diez mil; cuando alguien se da cuenta de que tiene luchar, lucha, sea sólo o acompañado. Yo tenía que luchar, y siempre volvería a hacerlo. Sólo que de un modo distinto, completamente diferente”.

La historia de los Quangel es tan real como ficcional. Fallada (su verdadero nombre era Rudolf Ditzen;1893-1947) accede a ella a partir de los archivos de la Gestapo. Sus amigos de la recién creada Liga Cultural para la Renovación Democrática de Alemania, fundad en 1945, le habían ofrecido el legajo y proponía que escribiera una novela sobre la historia del matrimonio Hampel (los Quangel). El encargo sólo surtió efecto cuando el escritor se convenció de la singularidad del caso: “no se trataba de una actuación derivada de un compromiso político consciente, sino de la voluntad individual de dos personas corrientes de vida retirada”. Tiempo después Primo Levi escribió que se trataba del libro “más importante jamás escrito sobre la resistencia alemana».

¿A qué podemos atribuir esta importancia? ¿al relato “micropolítico” de Fallada, que nunca sacrifica los tejidos efectivos entre vidas y hechos al juicio ideológico totalizante? ¿a la captación de una alteración molecular, una desviación afectiva respecto de la norma que hace que un matrimonio del todo ligado al orden se convierta en una autentica máquina de guerra? ¿en la enseñanza de la fuerza que adquieren las batallas movidas por un arraigo involuntario a la vida, por sobre la frágil solidez de los enfrentamientos fundados en motivos de conciencia teórica? ¿al modo para nada estetizante de concebir lo resistente, que no apela a la ostentación de lo “alternativo” sino que hace de las variaciones imperceptibles el arma más poderosa, la que transforma más radicalmente la existencia sin alterar en apariencia la vida cotidiana? ¿del modo en que convoca un desafío vital como exigencia interna de toda acción verdaderamente resistente, es decir, creadora de nuevos hábitos y perspectivas? Tal vez haya que buscar por otro lado: por la des-estereotipización de lo resistente que pone en juego al descubrir en la ruptura de los afectos que enemista con el orden, vivida sin ayuda alguna de fuerzas colectivas en que lo político pudiera reinventarse, no lo “antipolítico” y el refugio en lo individual, sino el punto en el cual lo político mismo comienza a faltar, empieza a estar en falta y por una vez debe inclinarse ante la vida sacudida y abandonar su altanera pedagogía.

La resistencia puede adquirir tal vez la forma de los “precursores oscuros”, aquellos elementos de los que se presume que forman parte del orden sin serlo, partículas que tantean cursos aún inexistentes buscando catalizar un potencial ignorado, ideando encuentros que actualizan nuevas fuerzas. Una ética de precursor supone actuar sin creer en el orden, en continua atención, aún en la oscuridad.

Diego Sztulwark para Internacional Errorista Mayo 2016

El Nietzsche de Deleuze // Mariano Pacheco

(@PachecoenMarcha)

La reciente publicación del pequeño libro Nietzsche, de Guilles Deleuze, permite a los lectores de lengua española acercarse de manera simultánea a la filosofía de los pensadores más importantes de los siglos XIX y XX.

En 1965 Gilles Deleuze tenía 40 años y hacía una década larga que era profesor de filosofía. Ese año, siguiendo las pistas de un Nietzsche que había escrito que su Así habló Zaratustra era un libro “alegre y demoledor”, Deleuze escribe su propio Nietzsche, en una clave alegre y demoledora también.

Si bien para entonces ya había escrito sobre Hume y estaba a unos años del umbral filosófico (en su vida, en Francia, en occidente) que implicó la publicación de sus libros Diferencia y repetición y Lógica del sentido (en 1968 y 1969) y, por la misma época, su cruce con Félix Guattari (que desembocará en la redacción de Antiedipo, primer tomo de Capitalismo y esquizofrenia publicado en 1972), este pequeño pero intenso libro sobre el autor de Genealogía de la moral es un verdadero golpe de martillo a la tradición filosófica vigente hasta entonces.

Resulta conveniente destacar que, así como Martin Heidegger fue el “filósofo oficial” del régimen nazi, Nietzsche fue algo así como el “alma espiritual” del Tercer Reich, y que la labor realizada por los comunistas italianos Giorgio Colli y Mazzino Montinari (que retrabajaron las traducciones) fue fundamental para entender la recepción que el “loco de Turín” tuvo en el ámbito de las izquierdas y el pensamiento crítico tras la finalización de la segunda guerra mundial.

La nueva edición de las obras de Nietzsche permitió, entre otras cuestiones, “despegar” al autor de Ecce Homo de las tergiversaciones operadas por su hermana Elisabeth, quien durante años monopolizó lo que se suponían era libros de Nietzsche y no eran más que “cortes/pegues” de fragmentos que quedaron consagrados en el Nietzsche-Archiv organizado por ella, quien se casó con Bernard Forster, un hombre particularmente antisemita, con quien marchó a fundar una colonia aria en Paraguay (episodio narrado magistralmente por Ricardo Piglia en su cuento “El fluir de la vida”). “Deleuze llega a calificar como “suprema traición” la operación de Elisabeth de intentar poner a Nietzsche al servicio del nacionalsocialismo, y encuadra esta “fatalidad” dentro del rasgo de “parientes abusivas” que figura en el cortejo de cada “pensador maldito”.

Momento de auge de luchas anticoloniales y anticapitalistas, pero también de ascenso de un profundo cuestionamiento a los “modos soviéticos” de construir el socialismo (crítica anti-estalinista), los años sesenta/setenta serán también los momentos en los que aparece fuertemente el cuestionamiento a Hegel y una búsqueda por ligar el pensamiento de izquierda con una genealogía que recuperaba algunos autores malditos como Nietzsche y Spinoza. Obviamente, el rescate de Nietzsche que hacen tanto Gilles Deleuze como Michel Foucault en la Francia de esos años será fundamental para entender el crecimiento exponencial del autor del Anticristo en el último medio siglo.

Si bien Deleuze ya había publicado tres años antes un libro (más extenso y profundo)  sobre este autor (Nietzsche y la filosofía), el Nietzsche cobra un relieve particular porque, entre otras cosas, logra una profunda concentración de ideas en un desarrollo extremadamente breve.

Con dos bellos y breves capítulos titulados “La vida” y “La filosofía”, Deleuze logra entrar en los núcleos centrales del pensamiento y el devenir biográfico nietzscheano: la cuestión de la locura, de las “comunidades de amigos”, el vínculo entre pensamiento y vida, la salud y la enfermedad, los conceptos de muerte de Dios, eterno retorno y transvaloración de todos los valores, la función crítico-creadora del filósofo (“médico” que diagnostica síntomas; “artista” que modela tipos; “legislador” que determina el rango, que opera como genealogista).

El libro cuenta además con un diccionario donde Deleuze describe los principales personajes de Nietzsche (de Ariadna a Zaratustra, pasando por Dionisio y Cristo), y una selección de 34 extractos de textos de sus principales libros.

La edición de este libro, que hace años no se conseguía en el mercado editorial argentino, resulta un verdadero convite a introducirse a las lecturas de Nietzsche y de Deleuze, a revisitar sus planteos intempestivos para seguir desarrollando el pensamiento crítico en este convulsionado siglo XXI.

CONFERENCIA DE PUTAS // Silvio Lang

Así como, en la década de 1970, las feministas del movimiento italiano “Salario para el trabajo doméstico” revolucionan la idea de trabajo, a partir de la valorización de las tareas de reproducción de la vida y de la fuerza de trabajo, en la familia nuclear capitalista (Silvia Federici), el movimiento de “les putas feministas” plantean hoy otro paradigma social que desafía al Capital. Feministas y putas abren un nuevo campo de batalla en el seno de la normalidad capitalista.

Si las amas de casa producen y preparan la fuerza de trabajo para el Capital les putas producen y modalizan la fuerza sexual y afectiva de la sociedad. Nuestra investigación Conferencia de putas planea implicarse y reivindicar desde el plano de composición escénico estas hipótesis sobre el trabajo y la formación sexual, así como aliarse a sus luchas y sujetos activistas. Se trata de reconocer en cada época las intensidades que nos son explotadas por el Capital. Queremos liberarlas para autonomizar los procesos vitales que deseamos. Cuando les putas feministas disidentes grafitean LAS PUTAS EN LA CALLE: GUERRA DE INFRAESTRUCTURA, entre otras cosas, están disputando la idea capitalista de trabajo asalariado tanto como derechos laborales. Pero, también, el modo de materialización y sensualización de los cuerpos en la sociedad.

¿Qué función han ejercido les putas y cuál ejercen hoy en la sociedad? El capitalismo usa a les putas al mismo tiempo que les desprecia y les reprime. Sin embargo, una nueva figura militante ha surgido: le puta feminista  -en Argentina encarnada, por primera vez, en la década de 1970, en la trabajadora sexual y activista Ruth Mary Kelly. ¡Qué existan les putas! Ya no la esclava del sexo, ya no “la prostituta respetuosa”, sino une militante del deseo en guerra contra la explotación capitalista de nuestra energía sexual. Une puta autónoma de sujeciones y tutelajes del Estado, del Mercado, de la Publicidad y de la Policía.

La prostitución no es la trata de personas. La trata es un dispositivo de control y tutelaje del Capital. Mientras que la prostitución es un trabajo sexual y afectivo en deriva, una máquina de guerra al Capital. El trabajo sexual es una práctica de subjetivación, de trazado de posibles sexuales y afectivos. Hacerse prostitute, por ejemplo, es también una manera de rehacer el propio cuerpo y volverse deseable para otres. El erotismo, la seducción, la sensibilidad, los goces, los sentimientos son trabajos, producen valor: fabricaciones sociales de escenas sexuales, dramaturgia de gestos, montaje de imágenes, compuestos de afectos que individualizan a cada cuerpo ya sea de manera homogénea, o bien, singular,  depende las prácticas y conceptos que se pongan en juego. Hay trabajo sexual no solamente por el hecho de que media una paga si no por la capacidad de formación sexual y afectiva de les partenaires en el juego pautado entre clientes y putas. La prostitución es una potencia de educación sexual y afectiva capturada por el Capital… Liberémosla!

*Conferencia de putas, es una investigación escénica argentina-croata desarrollada por les artistas Silvio Lang y Bruno Isakovic. En septiembre 2019 se prevé la presentación de una performance, creada y protagonizada por putas activistas feministas, en el marco de las residencias coreográficas “Danza al borde”, del Complejo Teatral de Buenos Aires, Centro Cultural San Martin y UNSAM.

Entrevista a María Pía López: “La fuerza del feminismo popular es seguir forjando un sujeto político autónomo” // Soledad Sgarella

—En el epílogo, hacés especial hincapié en que “Es un libro que no quiere ser libro, sino material de agitación, de circulación, de provocación”. ¿Nos ampliás esto?

—Me gustaba la idea de escribir un libro que funcione como material de agitación en el sentido de producir un texto que esté pensado desde la coyuntura y en la coyuntura… como una intervención.

Es decir, no es un libro de fondo, no es un libro teórico, sino es un libro donde las hipótesis más teóricas y las interpretaciones más generales se ponen al servicio de tratar de situar cuáles son los debates y los problemas que atraviesan -en este momento- los feminismos populares y también lo mucho que esos feminismos populares prometen con relación a la construcción de una alternativa antineoliberal.

Un poco tiene sentido como una intervención, te decía, urgente, porque se está discutiendo explícitamente durante 2019 -y eso tensiona mucho, todo, los activismos y las movilizaciones- la cuestión de cómo se forja una alternativa a la gobernabilidad que postula la Alianza Cambiemos y la continuidad de esa lógica de gobierno.

—¿Cuáles son los aportes principales en este momento tan particular del país?

—Me parece que, en muchos casos, muchas personas que participan, hablan y activan desde el campo opositor, sostienen que los feminismos vienen a poner la agenda que parte el campo nacional y popular, interrumpe las posiciones de unidad y que, entonces, habría que relegar alguna de esas posiciones para construir una fuerza común capaz de derrotar a la Alianza Cambiemos.

Entonces que, partir de ahí, no es un modo erróneo de poner en primer plano lo que se llamarían las contradicciones secundarias, sino de pensar cómo se constituyen, efectivamente, los modos de antagonizar contra las formas opresivas del neoliberalismo.

Y, por otro lado, tiene otros sentidos… acá te estaba narrando la intervención de urgencia en el sentido de la constitución de frentes antineoliberales, pero también está el otro plano -aún te diría tan o más fundamental- que tiene que ver con el intento que percibo permanentemente en las propias políticas del gobierno de traducir nuestra fuerza movilizada, nuestra capacidad de poner luces a la calle, la potencia que tenemos, en parte de la legitimación de su propia gobernabilidad, ¿no? Eso lo hicieron en la discusión sobre la legalización del aborto y lo van a seguir haciendo, me parece, incluso con el tema de la violencia de género y la acción del Instituto de la Mujer, o campañas de lavado rosa de sus propias políticas.

En este sentido, los aportes que espero tenga el libro es de tratar de abrir y situar las discusiones. Quiero decir: es un libro que tiene menos la idea de construir una doxa que de decir, bueno, en qué terrenos discutimos entre compañeras, con compañeres, en organizaciones mixtas. Cómo construimos los nudos problemáticos y apostamos a algo que nos parece que es central que es la idea de que los feminismos son imprescindibles y que van más a la raíz de toda la lógica de opresión -en este momento-, pero que, al mismo tiempo, decir feminismo sin pensar en su componente popular, en su intersección con otras cuestiones que no son cuestiones de género (y que tienen que ver con la clase, la raza, los distintos tipos de jerarquías y desigualdades) me parece que construye un feminismo por lo menos chueco o muy asimilable a la propia lógica del gobierno.

 

—Y en un año electoral, ¿qué papel debemos ocupar las militancias feministas?

—Podemos sumar tomando en serio la cuestión electoral y, al mismo tiempo, sabiendo que esa cuestión no debe interrumpir nuestra propia constitución de una fuerza autónoma, popular y capaz de seguir abriendo escenarios permanentemente, antes y después de las elecciones.

Es decir, es evidente que todas nosotras, militantes feministas, al mismo tiempo, estaremos tensionadas por nuestras pertenencias partidarias, nuestros activismos políticos y estaremos, de algún modo, participando con más o menos alegrías y angustias del proceso electoral, pero, al mismo tiempo, es imprescindible saber que nuestra fuerza, incluso dentro de los partidos, nuestra fuerza incluso dentro del momento electoral, surge de la capacidad que tengamos de seguir forjando un sujeto político que es autónomo, que es díscolo, que es capaz de poner en juego otra imagen de sociedad y una apuesta a formas de vida novedosas.

Me parece que nuestra fuerza, lo que podemos aportar al proceso electoral, es menos ponernos al servicio de ese proceso poniendo nombres y caras (que nos puede convertir en algo, digamos, que legitima otro tipo de lógicas, partidarias y electorales) que no está mal, pero no es la fuerza real que podemos poner en juego. La fuerza real me parece que es la capacidad de seguir poniendo una agenda desde una perspectiva autónoma y la capacidad de movilizar en la calle y de enlazar nuestras propias movilizaciones con todos los temas que hacen a la explotación y a la reposición de jerarquías que implica el neoliberalismo.

Por otro lado, creo que si algo nos caracteriza es la capacidad que hemos tenido de poner en escena una idea de vida y eso es fundamental en el combate anti neoliberal, que es una idea de vida que no es reducida a la biología. Y que es una idea de vida que se sostiene fundamentalmente sobre la afirmación de la autonomía y el deseo, y eso, poner en juego eso ante un régimen que todo el tiempo produce vidas desechables y políticas de muerte, es un acto fundamental e imprescindible y es lo que nosotras podemos estar poniendo a lo largo de todo el año y también durante el proceso electoral.

 

Soledad Sgarella para La tinta

 

¿Qué es lo real? La filosofía como arte de lucha y práctica de libertad // Roque Farrán.

I. Me gustaría abrir este breve escrito con algunas preguntas inquietantes que se desprenden de lecturas recientes en torno a la ciencia, lo real, el sujeto y las desapariciones: ¿Y si la ciencia contemporánea nos hubiera planteado la desaparición cómo única respuesta posible ante lo real? ¿Y si ese estado potencial de nuestro modo de ser, más que responder a la posibilidad efectiva de la bomba nuclear, obedeciera a la calculabilidad integral del sujeto? ¿Si la algoritmización de nuestras vidas, cantada como el último avatar del sujeto, no fuese más que el corolario empobrecido y reificado de aquello que se produjo hace ya mucho tiempo? Creo que algo de eso nos trata de transmitir Agamben, con su habitual jovialidad y elegancia, en el opúsculo: ¿Qué es real? Allí se detiene a analizar la misteriosa desaparición de un brillante físico italiano, Ettore Marjorana, quien habría advertido muy tempranamente que los experimentos en torno a la física cuántica iban “por mal camino”. La hipótesis que desliza Agamben, desmarcándose de un anterior estudio, es que el problema no residiría tanto en las consecuencias prácticas de la teoría cuántica, esto es: la fabricación de la bomba atómica, sino en lo que implicaba ontológicamente para el sujeto, en su misma historicidad arrojada al cálculo extendido de probabilidades (tanto en la física como en las ciencias sociales).

La hipótesis que intentamos proponer es que si la convención que rige la mecánica cuántica es qu la realidad debe eclipsarse en la probabilidad, entonces la desaparición es el único modo en el cual lo real puede afirmarse perentoriamente como tal, sustrayéndose a la sujeción del cálculo. Majorana hizo de su propia persona la clave ejemplar de la condición de lo real en el universo probabilístico de la física contemporánea y produjo de este modo un acontecimiento al mismo tiempo absolutamente real y absolutamente improbable. Con la decisión, esa tarde de marzo de 1938, de disolverse en la nada y de borrar toda huella experimentalmente comprobable de su desaparición, le planteó a la ciencia la pregunta que todavía aguarda una respuesta que no puede exigírsele y que, no obstante, es ineludible: ¿Qué es real? 1

Es interesante esta hipótesis agambeniana: la única posibilidad de responder ante la generalización del sujeto que opera la ciencia moderna, su sujeción al cálculo probabilístico, es la desaparición sin dejar huellas. Una reivindicación de lo real que no es nueva, si se recuerda a aquel sabio oriental que se incineró para mostrar un punto ante los insistentes argumentos pirronianos, o la misma Simone Weil que se dejó consumir como forma de protesta política, etc. (aunque sabemos que la “pasión por lo real”, como bien señaló Badiou en El siglo, fue un sino importante de las subjetividades del siglo XX). Lo importante es que la pregunta por lo real, sea lanzada en la cara de los incrédulos sin ningún pathos subjetivo, en un acto implacable.

Diría, aunque me adelanto a lo que vendrá, que la respuesta a lo real asume dos formas perentorias: anudar o desaparecer.

II. Retomo la pregunta por el lado político, entonces: ¿Qué es lo real? Durante la jornada del 24 de marzo anduve dándole vueltas todo el día a esa cosa. La “cosa misma”, podría decir. Pero no puedo. Entonces escribo. Entre idas y vueltas, paseos y la Gran Marcha. Escribí bien temprano: “Memoria, Verdad y Justicia hacen un nudo irreductible”. Es una forma de lo real, sin dudas. Y pensaba en el nombre del cuarto nudo, en el nombrar, en la implicación, en cómo seguir anudando, etc. ¿Es necesario acaso?, ¿o la cosa se sostiene así, y nada más? También pensé que escribir en serio sería desaparecer, no como un ejercicio de coquetería intelectual, sino desaparecer efectivamente, en lo real: tocando ese punto insoportable en torno al cual quienes sostienen y reproducen este mundo miserable ya no (te) soportarían más, ni un minuto más, y (te) desaparecerían. El nudo real se verifica por el corte: “violencia divina”, escribía Benjamin. Quizás algo de eso no ha cesado de escribirse. Devenir puro e insensato médium de los desaparecidos de la historia, por el lado de aquello que no la tiene ni nunca la ha tenido: lo no-sido, lo inexistente, lo real. Tocar lo real, escribir lo real, devenir real en acto, no debe ser fácilmente soportable por nadie. A lo mejor es una de las formas de la muerte; esa palabra que designa muchas cosas que ignoramos, en el límite de la imaginación. A lo mejor es un nombre del deseo, purificado, lo cual es siempre un peligro. Pero no lo sabemos. Escribimos a ciegas lo real, en torno a los otros dos (simbólico e imaginario), como podemos. Y recordamos. O anudamos, con otras palabras. Nada más. No lo sabremos hasta el corte final. Mientras tanto la vida va, y no es poca cosa. Cuestiones ontológicas que encarnan en su historicidad concreta.

III. No obstante, siempre he sostenido que lo real no se verifica sólo por el corte; también hay cicatriz, que recuerda. La escritura que sigue el deseo es una de las formas de esa cicatriz. Por eso no es bella, o no lo es al menos bajo el patrón de belleza actual. Quizás tiene algo de anacrónica. De a poco voy entendiendo la lógica retroactiva que permite cernir el deseo, en ese sentido escritural o cicatricial, no tan puro. Deseo de filosofía, escribí hace tiempo. Pero antes fue la tesis, el proceso institucional y su defensa; luego le siguieron otras, innumerables defensas en otros terrenos, ataques y entrenamientos coyunturales que resignificaron los anteriores. También la precipitación material del nombre de lo que hacía (Nodaléctica) y, finalmente, las tomas de posición y las definiciones más ajustadas al caso. Ahora puedo decir que arribo a una definición clara y consecuente de mi práctica, la filosofía, que me resulta bastante adecuada a lo real del objeto: el vacío atravesado en el anudamiento de las condiciones materiales. Y además, se sitúa de manera decidida entre las prácticas sostenidas por mis maestros, sin identificarme plenamente con ellos y sin alejarme tampoco apresuradamente de ellos. Tomando el tiempo necesario para la elaboración del modo singular. Acá estoy, escribiendo, y sí, qué importa quién habla, mientras tome posición y se haga cargo de responder por lo real en juego, donde le toque en suerte. Entonces la pregunta correcta sería: ¿anudar o desaparecer? La decisión insondable responde por lo real en juego. La decisión no es soberana ni excepcional, es absolutamente singular: un modo de ser irreductible. La existencia está sujeta a valores trascendentales, el ser no: hasta un cúmulo de cenizas desperdigado en el espacio, un múltiple cualquiera, da cuenta de ello.

La clarificación de esta tesis, que es también una apuesta por el pensamiento en vida, exige tomar posición no sólo respecto a la ontología sino al modo de practicar la filosofía. Vayan algunas definiciones en ese sentido, que interpelen a otres.

III. En principio, suscribo a la definición althusseriana de la filosofía como “lucha de clases en la teoría”, sólo que me gustaría complejizar ambas nociones: la de “lucha” y la de “clase”. Aquí tenemos que seguir el ejemplo de Althusser, sin imitarlo. Así como Althusser permitió complejizar la casualidad estructural entre los diversos niveles, instancias y prácticas de la formación social, con el concepto de “sobredeterminación”; y luego otros althusserianos han propuesto, siguiendo sus mismos pasos, hablar de “sobreinterpelación” para pensar la complejidad de los mandatos y discursos amos que constituyen a los sujetos; pues asimismo, creo que tenemos que pensar la “lucha de clases” en su complejidad inherente y no como un principio unívoco: no sabemos cuáles son las clases hasta que no entran en lucha, y no sabemos tampoco cómo se darán las luchas, es decir, el modo que asumirán en qué estructuras, niveles y prácticas. Entonces no podemos descartar a priori ningún modo, ningún espacio, ninguna táctica de intervención: instituciones, asambleas, redes sociales, medios, el estado mismo, etc. El dinero no define la pertenencia de clase; la clase no define el modo de inclusión del Estado; el Estado no se define solo por la reproducción de las clases; las clases no están definidas sino por las luchas concretas y reales que conducen a la transformación de las relaciones de producción, en cualquier nivel de pertenencia o inclusión; las relaciones de producción no son sólo económicas, se encuentran sobredeterminadas. Desajustando pertenencia e inclusión, anudando las luchas en simultaneidad, saliendo de los esquematismos de toda clase, podremos transformarnos efectivamente. Sino seguiremos en la repetición, por arriba o por abajo, por izquierda y por derecha, por afuera o por adentro. ¡No cedamos en ningún terreno, materialistas unidos en lucha!

IV. En consecuencia, concibo a la filosofía como una práctica de libertad, es decir, como producción de un espacio liberado de las coacciones y urgencias diarias que permite, no obstante, entrenarse y ejercitarse para responder a ellas de la manera más efectiva posible. La filosofía como práctica concreta y completa de formación: acotada en sus bordes o condiciones materiales, e infinita en sus mediaciones conceptuales o ejercicios espirituales; no mera teoría del conocimiento, ejercicio lógico-sofístico, historia del pensamiento o hermenéutica epocal del ser. Claro que se trata de ejercitarse para las luchas reales, en efecto, pero luchas que se practican en condiciones de cierta protección y cuidado, con una orientación basada en la experiencia y la tradición, como sucede por ejemplo en un Dojo. Es decir, no se trata en filosofía de la lucha diaria, del ajetreo cotidiano librado al azar de choques y repeticiones, en la calle o en las instituciones; como tampoco en las artes marciales luchamos siempre en torneos y competencias, o eventualmente en la calle misma. Antes –durante y siempre– hay que entrenar el cuerpo y el alma, prepararse para la lucha a todo nivel. Por eso es necesario sostener un espacio de entrenamiento diferenciado, lo más riguroso y protegido posible, donde se cultive la disciplina y el respeto, como también la posibilidad de juego e invención. No se trata de que todos hagan lo mismo, que reine la confusión o la indiferencia en los grados, destrezas y responsabilidades, tampoco de confundir los espacios y los roles, pero sí de habitarlos sabiendo de esas posibilidades de entrelazamiento y transferencia que hacen a la formación conjunta. Entender que una forma de vida nueva tiene que saber anudar, llegado el caso: conocimiento técnico y sabiduría, experiencia e invención, afectos y modos de transformación de sí en cada coyuntura. No me gustan las comparaciones externas ni las analogías apresuradas, hablo de lo que practico: inmanencia de las prácticas, incluida esta breve y condensada escritura. Desde allí –o aquí– deseo interpelar para que otros también lo hagan a su modo. Para eso, sostengo hace tiempo, necesitamos en concreto una teoría materialista del sujeto.

V. Sigamos el ejemplo de Marx, también sin imitarlo. Así como Marx, a diferencia de los socialistas utópicos, se alejó de una crítica moralizante al capitalismo por considerarla inefectiva, y elaboró en consecuencia una crítica rigurosa de la economía política; asimismo, nosotros, tenemos que alejarnos de una crítica moralizante al neoliberalismo y su cultivo del individualismo contemporáneo, para efectuar en consecuencia una crítica rigurosa de la constitución del sí mismo y el sujeto. No basta con escandalizarnos y clamar a viva voz por los viejos valores perdidos del colectivismo y el pacto social primigenio, tenemos que trabajar sobre el terreno del adversario, invirtiendo sus mecanismos y dando vueltas sus cañones. Necesitamos, repito, una teoría materialista del sujeto que nos encuentre implicados en cada punto de este entramado social que rápidamente se descompone. Nunca existió eso que idealmente creemos ver en el pasado, por eso la crítica materialista no repone “valores” sino que trabaja sobre lo que hay para hacerlo mucho mejor. Cultivar un ethos materialista, en consecuencia, resulta necesario para elaborar una teoría materialista del sujeto. Una teoría materialista del sujeto no puede ser solamente contemplativa, comprensiva o explicativa, sino que ha de implicar ejercicios concretos que formen y transformen al sujeto en cuestión: desde la escritura hasta la invención de conceptos, pasando por multiplicidad de prácticas (políticas, ideológicas, científicas, marciales, espirituales, etc.). Una teoría materialista del sujeto ha de implicar, ante todo, al sujeto que teoriza en su formación y por ella se transforma; cuestión que siempre sucede junto a otros, en distintos niveles, espacios, tiempos y prácticas.

VI. Por último, una breve mención a la lógica que podría orientarnos en este proceso de constitución ontológico-política. Ante la forma-mercancía y la lógica del valor, anteponer siempre la forma-nudo y la lógica del entrelazamiento. La sustitución del modo de producción capitalista que atraviesa y desorganiza todas nuestras actividades cotidianas, desde las prácticas económicas a las prácticas afectivas, puede comenzar en cualquier parte o lugar del tejido social. Las células del modo de producción y la forma de vida deseables que lo sustituyan (no importa ahora cómo se llame), pueden constituirse en cada ínfimo acto o gesto, en tanto no busquen la producción de algo que entre en una zona de intercambios valorizables, sino que procedan mediante el entrelazamiento riguroso y la producción de la forma-nudo. Imaginemos en cada instancia, nivel y práctica social cómo proceder, de tal modo que si uno de los términos del enlace no se sostiene el conjunto de la trama se desvanece. Máxima sustentabilidad, rigurosidad y solidaridad en los enlaces e intercambios que nos constituyen. Sólo eso, llevado a la enésima potencia, hará que el régimen de verdad que sostiene este modo de producción ya inviable caiga por su propio peso.

1 Giorgio Agamben, ¿Qué es real?, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2019.

Presa política del patriarcado // Cosecha Roja

Yanina Farías está detenida hace más de un año y medio por el “homicidio agravado por el vínculo” de su beba Xiomara. La acusan de “mala madre”: para el fiscal Yanina debió haber impedido que Alfredo Leguizamón, un amigo de su madre, matara a su beba a golpes. Hoy comienza el juicio en su contra a cargo del Tribunal Oral en lo Criminal 4 de Mercedes.

Desde que fue detenida organizaciones feministas exigen la libertad de Yanina y reclaman justicia por Xiomara. Convocan a una movilización el viernes 29 hacia los tribunales de Mercedes. “Esperamos que el desarrollo del juicio pueda poner en claro que esto se trata de un femicidio vinculado y que Yanina es sólo una víctima más”, dijo el abogado Alejandro Bois al diario Tiempo Argentino.

El 6 de agosto de 2017 Yanina Farías estaba cambiando el pañal de su beba de dos años cuando Leguizamón la agarró de atrás y la intentó violar. La mujer, que nació con retraso madurativo, trató de zafarse. Él la tiró al piso y le dio una paliza a ella y a sus dos hijos, Juan Gabriel de 4 años y Xiomara de 2 años. Cuando se recuperó de la paliza, Yanina vio que la beba se desvanecía y le costaba respirar. La llevó a una Unidad de Pronta Atención de Moreno y luego fue trasladada al hospital Garrahan por su estado de gravedad donde murió el 8 de agosto. La beba también tenía lesiones viejas y se comprobó que había sido violada.

Desde ese día Yanina Farías y Alfredo Leguizamón quedaron detenidos en la comisaría 4ta de Cuartel V en Moreno. Según el fiscal Yanina “debió velar por la integridad de su hija, y representándose que, con su inacción y por la violencia inusitada puesta de manifiesto a través de las lesiones que se ocasionaren, provocará el desenlace irremediable de la muerte de su propia hija”.

***

Yanina vivía en casa de su hermana Mayra en Merlo, en el oeste del conurbano bonaerense. En julio de 2017 la mamá de las chicas les avisó que se iba a trabajar a San Luis y le pidió a Yanina que le cuidara la casa en el barrio Cuartel V de Moreno.

Ella se instaló con dos de sus tres hijos: Xiomara, de dos años, y Juan, de cuatro. El más grande, de siete, vivía con el padre. Dos días después llegó Alfredo Leguizamón, el amigo de la madre. Se iba a quedar un tiempo en la casa para ayudarla en el cuidado de los chicos y construir en el fondo del terreno otra casa. Pero no fue así.

Yanina soportó durante 15 días violaciones, golpizas y maltratos psicológicos. Leguizamón la tenía secuestrada: había clausurado las ventanas con cadenas y candados y cerraba la puerta con llave cuando se iba. Él le decía a los vecinos del barrio Cuartel V que eran pareja.

La tarde del 6 de agosto Yanina intentó resistirse. Él la agarró de atrás para violarla y forcejearon. Le pegó y la tiró al piso. El nene de cuatro años intentó defender a su madre pero Leguizamón le pegó a él y su hermana.

Ocho meses pasó Yanina sin saber por qué estaba detenida y recién días después de que Xiomara fuera llevada al hospital, la familia le contó que su beba había muerto a causa de los golpes.

Para la justicia patriarcal Yanina no es una víctima. No importa su padecimientos, las violaciones y golpes que sufrió. Ella fue invisibilizada. Solo importa que no fue capaz de cuidar a su hija, que fue una “mala madre”.

 

 

Cosecha Roja 

Constitución y excedencia (prólogo al libro Marx y Foucault, de Toni Negri) // Diego Sztulwark

  1. Una escritura salvaje

 

La experiencia de Toni Negri se funda en una decisión biográfica, intelec- tual y política que afecta por completo su escritura: el ser es excedencia y constitución. Lo que es se da como apertura y producción. Si hay violencia en la ontología se debe a la ruptura que el ser opera respecto de toda medida impuesta. La vivencia de lo real es la del disfrute de la materia y del cuerpo, la alegría del fenómeno y el despliegue de la desmesura dentro de y contra los límites que supone toda síntesis dialéctica. Esta decisión inicial se despliega en una serie de oposiciones generativas: potencia contra poder, singularidad contra individualidad, dinámica constituyente contra fijación, expresión contra representación, antagonismo contra antítesis, anomalía contra normativización, común contra privado-público, his- toricidad contra teología, desborde contra adecuación. Siendo proceso abierto, el ser o lo común solo existe como aquello que debe ser construido y verificado en el plano de la historia efectiva, a lo largo de una vida, a través de unos textos, por medio de una praxis.

¿Cómo procesa la prisión, la frustración de los proyectos colectivos un comunista de esta índole? Según sus palabras, sosteniendo el deseo de “mantener más allá de la derrota una verdad que de lo contrario habría desaparecido, y una lectura del destino político de mi generación que de lo contrario habría sido falseada por la represión”. Había una línea fuerte que defender, una potencia producida por una pasión. Así comienza Historia de un comunista, su autobiografía. El problema que atañe a Negri es el siguiente: ¿es convincente el dispositivo existencial, intelectual y político que le permite investigar la productividad del ser –la irreversibilidad del tiempo y la determinación histórica– soportando el peso de una profunda derrota? Gombrowicz escribió en su Diario argentino que los comunistas le causaban una doble impresión: le fascinaba la lucidez crítica de su diagnóstico del presente y lo irritaba la puerilidad que se apoderaba de ellos cuando describían el tiempo de la emancipación por venir. Crítica y utopía como momento fuerte y débil. Este libro pretende romper ese tipo de teleología blanda, crítico-profética. Captar este esfuerzo es imprescindible para leer a Negri. Su creencia en el movimiento de la historia surge de una razonada conversión personal –realizada sobre la base de una temprana adhesión al inmanentismo bruneano– desde la militancia cristiana al materialismo comunista. Esa conversión fue intelectualmente intensa y dio como resultado una articulación origi- nal entre ontología e historia que intenta problematizar y resolver la relación entre necesidad y contingencia, crisis e innovación, decisión y estructura. En Marx y Foucault se retoma esta labor articulatoria a partir de la tensión específica que se plantea entre determinación y subjetivación: Marx es el nombre de la determinación real e histórica (el hoy); Foucault, el de la subjetivación, la creación de dispositivos de apropiación creativa y de apertura de nuevos horizontes (el mañana): Marx es el ahora, Foucault, el porvenir. La propia noción de horizonte es tratada de un modo anti-utópico: nada abajo, nada arriba. Solo es- pacio para el juego conflictivo de las fuerzas. El comunismo de Negri, despojado de trascendencia y nostalgia, se da como el conjunto de las percepciones y afecciones que se experimentan dentro y contra el poder. Excedencia y constitución son las categorías principales de la dia- léctica negriana en la que el Uno se divide en dos. Siendo la ambición de lo Uno desafiada por el movimiento de una diferenciación interna y antagonista. Lo Uno sueña que persiste igual a sí mismo (régimen de la representación) mientras resulta socavado-desbordado por un movimiento de constitución que rompe y va más allá de toda mistifica- ción (régimen de la expresión). ¿Qué mistificación? La que conduce el monismo hacia lo Uno. Porque el ser no es Uno, término substancial, homogéneo y permanente, sino relación, multiplicidad, dinamismo productivo. Excedencia y constitución son los rasgos fundamentales de una ontología materialista del devenir que se localiza en el nivel de los cuerpos, de los afectos y de los conocimientos, es decir, en el nivel de una vivencia común continuamente enriquecida de interacción de las singularidades. El carácter concreto de esta experiencia da su sentido particular al léxico negriano: historicidad, fundación, investigación, crisis, tendencia, común, composición y apertura.

2. El método de la autonomía

La obsesión central de Negri ha sido siempre el método: cómo aferrar lo real. ¿Qué nociones permiten agenciar, en el plano de la historia y de la acción política, esta manifestación de excedencia –que se impone como determinación efectiva– en términos de una nueva constitución, es decir, de apertura de nuevos horizontes subjetivos, ético-políticos? La primera resolución es spinozista: el método es insurreccional, determinista y abierto. La excedencia como generosidad de la diferencia se expresa como potencia que anima y explica la composición constituyente de las singularidades. La segunda será un historicismo absoluto, la exigencia de elaborar las categorías capaces de operar una comprensión y una transformación sobre la realidad. En Negri, esta exigencia historicista está dominada por la experiencia de su militancia en el autonomismo obrerista, corriente fundada en los años sesenta por Alquati, Panzieri y Tronti en torno a la subjetividad del trabajo vivo en la fábrica (rechazo a la explotación, autonomía de la lucha por el salario, reapropiación de la tecnología, coinvestigación obrera), núcleo central de lo que Negri llama “la diferencia italiana”. Este es el énfasis de Marx y Foucault. Se trata de aprehender sobre el terreno de la historia la dimensión ontológica y práctica del antagonismo a partir del surgimiento de deseos organizados en luchas concretas, en las que se forjan conocimientos, afectos, modos de vivir. El método es, en tercer lugar, entonces, investigación militante o coinvestigación en el plano de las luchas, atención analítica y creación de conceptos a la altura de este ensamble antagonista entre ontología e historia, excedencia y constitución, determinación y subjetivación. Lo que la investigación persigue es una completa recomposición de la razón bajo los efectos –aprendizajes– de los deseos comunes que emergen en las luchas (Negri las llama “mutaciones antropológicas”). El instrumental autonomista se vale aquí de dos nociones operativas: composición técnica y política del trabajo. El método es, en cuarto lugar, un composicionismo: deduce la determinación y la subjetivación obrera de las mutaciones de la composición orgánica del capital (trabajo vivo que produce valor sometido a trabajo objetivado que lo conserva y que es utilizado como dispositivo de explotación). Al investigar el proceso de producción de capital desde abajo, como una relación conflictiva cuyo dinamismo fuerza la mutación de la composición orgánica, se distinguen las figuras anticipatorias del trabajo según una dimensión técnica que remite a la determinación objetiva (la relación con las máquinas, las disposiciones laborales, las cualidades puestas en juego en el proceso de trabajo), y según una dimensión política (que refiere a la subjetivación, a los procesos de autonomización, de organización, de reapropiación).

El método entonces tiende a profundizar en la dinámica real y concre- ta de la lucha de clases. Lukács, Merleau-Ponty, Kosík. La insurrección adquiere rasgos concretos en la composición técnica y política de la clase obrera. En la época actual, definida por el pasaje del obrero masa al obrero social, cuando la subsunción del trabajo vivo en el capital es completa y la explotación se extiende al conjunto de la actividad social, la composición técnica se define por el hecho ultra-significativo de la aparición del sujeto maquínico, que apropiándose de cuotas de capital fijo, es decir, de medios de producción, adquiere una composición política que tiende a la autonomización de la cooperación productiva respecto del mando del capital. Composición técnica y composición política definen, en el pasaje del fordismo al posfordismo, un nuevo concepto de clase que Negri llama multitud. Este nuevo concepto de clase se caracteriza por su inclinación a valorizarse a través de conexio- nes cognitivas, lingüísticas y afectivas que escapan (excedencia y fuga) al consumo del capital. Esta valorización autónoma es creación de subjetividad. El antagonismo viene dado, entonces, por la resistencia que en este contexto oponen los modos de vida a la traducción del valor en valor capitalista. Cuando esta resistencia deviene bloqueo del proceso de la acumulación de capital, cuando el carácter excedentario del trabajo inmediatamente social ya no se deja capturar por el coman- do del capital, la crisis se convierte también en posibilidad de crear representaciones, traducciones e instituciones no capitalistas del valor socialmente producido.

El método deviene diagnóstico y política. El diagnóstico se revela dispositivo productivo. En la época de la subsunción real de la sociedad en el capital –predominio de la plusvalía relativa sobre la absoluta–, cuando el conocimiento deviene fuerza productiva tendencialmente dominante, el antagonismo se da sobre el inmediato plano de lo social (la vida, los modos de vida), de tal manera que ya no es posible dis- tinguir antagonismo social, lucha de clases y ciencia política. Cuando la productividad del trabajo es la actividad colectiva (virtuosismo del lenguaje, de los afectos, del conocimiento, de los cuidados, de la comunicación) capaz de reapropiarse de segmentos de los medios pro- ductivos y de profundizar en concreto su deseo de autonomía dentro de la fábrica social (por medio de las luchas del trabajo metropolitano en todos los planos de la existencia), la exigencia de renovación del método se agudiza y necesita corroborarse en el plano de la organiza- ción de lo que Negri llama lo “común” (y que hace corresponder con la “biopolítica” foucaultiana).

La importancia de la dimensión metodológica se corrobora no solo en la práctica de la co-investigación y en la experiencia de la política sino también en la polémica y en las enemistades filosóficas de Negri: su relación con la dialéctica hegeliana, a la que adhirió de joven (Negri fue traductor de Hegel y autor de Estado y derecho en el joven Hegel, nunca publicado en español) y a la que reprocha su racionalización idealista de los procesos reales y una solución reaccionaria de las oposiciones reales (de clase), por medio de una mediación sintética que reúne y limita; su ambigua reacción ante el diagnóstico de los pensadores de la Escuela de Frankfurt de una sociedad alienada, completamente reorganizada por el mando del capital, y una dialéctica en suspenso o negativa, que Negri reconstituye críticamente mediante la exaltación de la noción marxiana de la subsunción real de la sociedad en el capital y también de la distin- ción entre biopoder y biopolítica en Foucault, que le permite admitir la hegemonía del capital reabriendo al mismo tiempo la asunción de un espacio de antagonismos y crisis; su rechazo terminante del pesimismo ontológico heideggeriano, asociado a una ética impotente y a una des- activación de la praxis, que se vuelve contra las tecnologías bloqueando toda comprensión de los procesos de reapropiación de la máquina por el trabajo; su rechazo práctico de la llamada “autonomía de lo político” tal y como la formuló el pci a partir de Togliatti y que abrió paso a la política del “compromiso histórico” como apuesta a la participación en el control del aparato del estado, que reduce lo político como un ejercicio del poder soberano sin atender al problema de los valores, es decir, a la continuidad de la representación del valor trabajo como valor capital, cuestión medular que lleva a Negri a realizar una lectura izquierdista de Foucault, acentuando el dominio de las micropolíticas (el juego cualitativo que se da en el plano de las relaciones sociales), y nos lleva a nosotros, lectores sudamericanos, a reflexionar en la reducción de lo político sobre lo estatal realizada por los gobiernos llamados progresistas; por último, las refutaciones a los más importantes filósofos actuales tales como Bruno Latour (cuya antropología de la vida afirma una cosmo- política que anula, según Negri, la historicidad biopolítica del mundo), Rancière y Agamben (pensadores de lo político como sustracción, en los que se debilita la dimensión histórica y se disuelve el peso de las singularidades) y, sobre todo, Alain Badiou, cuyo platonismo sería una reacción contra la materialidad de la lucha de clases, el comunismo una idea y la noción de acontecimiento una formalización de la ruptura que rechaza toda inmanencia con la materialidad del antagonismo.

3. De la renta al fascismo

El método aspira a captar lo real, es decir, el modo en que la actividad humana crea valor, pero también el modo en que el capital se repre- senta ese valor (el modo en que se lo apropia), y el antagonismo que mediante la lucha del trabajo vivo anticipa las nuevas figuras subjetivas.

La secuencia podría formularse así: en primer lugar, dar con la exce- dencia; en segundo, comprender las formas de explotación (siempre conectadas con las formas de dominio); y finalmente, determinar el antagonismo hacia la autonomía. La investigación muestra hasta qué punto la actividad productiva se extiende al conjunto de la actividad humana (poniendo en el centro el conocimiento y el intelecto general del que habló Marx); verifica el pasaje por el cual la vieja clase obrera cede lugar a nuevas formas del trabajo y a la cooperación social, esparcida ahora al conjunto del territorio y la vida (biopolítica); se esfuerza por comprender los modos de explotación capitalista sobre las conexiones afectivas, intelectuales, lingüísticas; y elabora hipótesis antagonistas sobre las tendencias autonomistas de los modos de vida.

¿Qué resultados arroja hoy la investigación? En primer lugar, la nue- va figura del trabajo inmediatamente cooperativa (social, cognitiva), ligada a la máquina, extendida al territorio; en segundo lugar, el papel del capital financiero como representación del valor, que se despliega a partir de las funciones del dinero como medida, comando y control de la actividad social y de la renta como dispositivo privilegiado de apro- piación de plusvalor (y, por tanto, de creación de clase dominante); en tercer lugar, las luchas por el salario social, la reproducción y la creación de modos de vida que exceden los dispositivos financieros de captura y bloquean la acumulación generando crisis continuas.

Esta comprensión del capital financiero como modo específico de acumulación se enfrenta a la comprensión habitual de la crisis como oposición de una figura “mala” del capital (las finanzas como especu- lación parasitaria) frente a una “buena” (el capital como desarrollo, industria), y recupera la correlación entre lucha de clases y crisis. Según Negri, hay un tejido inmanente entre nuevas figuras productivas y he- gemonía de las finanzas. Pero se trata de un tejido complejo y opaco. A diferencia del patrón metido en la fábrica, el comando financiero no organiza la producción sino que explota la cooperación. La ganancia deviene renta.

La crisis de la acumulación de capital es explicada por Negri por la presencia, en su interior, de la actividad cooperativa cuya demanda de un salario social y defensa del welfare tiende a la autonomía por la vía de la reapropiación de las condiciones de su auto-organización y auto- valorización. El carácter biopolítico de las luchas impugna la relación de representación tanto en el nivel político, el nivel de la legitimación electoral del estado neoliberal, como en el nivel de la representación capitalista del valor-trabajo al interior de la relación de la subsunción real. Esta doble impugnación está en el corazón de la crisis del neoli- beralismo y le impide consolidarse sin acudir a elementos del fascismo que apuntan a destruir la excedencia y a interrumpir momentos cons- tituyentes por la vía represiva (racismo, sexismo, clasismo).

El fracaso del llamado populismo de izquierda en constituirse en alternativa fuerte de lo neoliberal se sitúa exactamente en este punto. Su incapacidad de cuestionar la doble representación en la que se basa la hegemonía del capital se evidencia en la pobreza de las hipótesis sobre los usos posibles de las finanzas en una perspectiva de lo común, y en imaginar formas constitucionales que devuelvan poder de decisión a las figuras de la cooperación. Sin embargo este fracaso puede convertirse en una buena noticia si redunda en un nuevo alineamiento de alianzas y estrategias en el enfrentamiento con las élites neoliberales, si redunda en una nueva comprensión de la hegemonía como protagonismo de las luchas biopolíticas, si –a diferencia de planteos como el de Ernesto Laclau– la producción de hegemonía queda a cargo de estas luchas: en torno a la reproducción, las formas de reapropiación de las tecnologías (para que no queden del lado de la soberanía y de la acumulación), la defensa del welfare, la lucha contra el racismo, el sexismo, el clasismo y la invención de la infraestructura y los derechos para disfrutar el común.

4. Foucault para leer a Marx más allá de Marx

En Historia de un comunista, Negri describe la evolución de la academia europea como el ámbito en el que madura una filosofía reaccionaria y contrarrevolucionaria que decanta en la filosofía de Heidegger. Marx y Foucault opone una contrahistoria: la de la fragua de un nuevo materialismo filosófico que corona en los intelectuales del obrerismo italiano, en ciertos pensadores del postestructuralismo francés, sobre todo Michel Foucault y, junto a él, Gilles Deleuze y Félix Guattari. Nuevo materialismo quiere decir aquí reinmersión del pensamiento que surge en contacto con las luchas, (68 francés; 68-77 italiano). Una mención especial le dedica Negri a Mario Tronti, fue él quien le enseñó a concebir el trabajo vivo como subjetividad, auténtica singularidad de la italian theory. El nexo a identificar es entonces aquel que liga a Tronti con Foucault. A propósito, Negri cuenta que leyó a Foucault mientras escribía su trabajo Marx más allá de Marx. Y agrega que su lectura de Foucault fue particularmente cuidadosa de ciertas categorías de Gramsci (en concreto, sugiere cierta relación posible entre biopoder y “revolución pasiva”). Foucault representa para Negri una renovación del método: actualización de la ontología y reconocimiento de las nue- vas determinaciones, pero sobre todo comprensión del nuevo espacio de subjetivación de las luchas dentro de y contra un biopoder. Es ese proceso de subjetivación el que se acentúa en Negri, en polémica con una lectura de Foucault (sobre todo anglosajona) que anula la diferencia entre biopoder y biopolítica. Contra la presentación de un Foucault fascinado con los biopoderes neoliberales, Negri insiste en identificar en los últimos años de la enseñanza de Foucault el momento metodológico decisivo, que funda una versión fuerte y productiva de lo posmoderno, que capta el antagonismo al interior del capitalismo contemporáneo. Es forzando esta distinción, creando la noción de biopolítica, que se abre el espacio para reconocer y participar de las dinámicas de subjetivación de las determinaciones materiales. Si el biopoder es el medio en el que se extienden y explotan las nuevas formas de cooperación (la subsunción real desde el punto de vista del control de la vida), la biopolítica es el dentro, contra y más allá que permite captar la riqueza de las resistencias en cuanto que plus (reapropiación-autonomía-invención de modos de vida): excedencia y constitución.

4. Un príncipe para las micropolíticas

Marx y Foucault ayuda a plantear un nuevo concepto de lo político. La inspiración maquiaveliana de la política como división del campo social, como pragmática del deseo y como distinción entre poder y potencia (que está por detrás de la diferencia biopoder/biopolítica), funciona como polémica con la teología política de Carl Schmitt (la “decisión soberana” y la “excepción”). La noción negriana de antagonismo provee criterios materialistas capaces de retomar el dinamismo de la relación amistad-enemistad fuera de toda mistificación.

En torno al príncipe se juega, entonces, un nuevo momento del método: el de la construcción de la decisión por parte de la multitud. Se trata del momento de la organización, de la creación de los disposi- tivos que crean subjetividad, del paso del “en sí” al “para sí”. Con una salvedad fundamental: que este pasaje es fuertemente inmanente y se da en el interior del antagonismo. Es el momento de mayor creatividad del pensamiento de Negri, donde mejor se resuelve la continuidad entre su propia experiencia militante y su encuentro con Foucault. El príncipe como multitud se constituye en un pasaje fuertemente micropolítico, que implica inventar prácticas de neutralización y reapropiación de cada una de las tecnologías de producción que operan al mismo tiempo como tecnologías de mando (tecnologías, moneda, medios de comunicación). Así como Panzieri, Alquati y sus compañeros de los Quaderni Rossi enseñaron a Negri, a comienzos de los años sesenta, la práctica de la autonomía obrera, de la coinvestigación con los trabajadores de la Fiat como un instrumento directo de organización, y donde se trataba de comprender cómo el poder del capital sobre la clase obrera pasaba por el uso de la máquina como dispositivo de mando, pero también cómo sabotear ese comando, Foucault le ofrece las claves para actualizar el método de la coinvestigación/organización en el nuevo espacio de los biopoderes. El príncipe como multitud emerge en el pensamiento de Negri como forma política de expresión de los deseos de no ser gober- nados, rechazo al trabajo, apertura de modos de vida contra el poder soberano subsumido en los biopoderes.

Solo resta comprender cómo este nuevo maquiavelismo funciona dentro de la crisis de la democracia y el estado de derecho liberal (y esto es particularmente claro en América del Sur en las últimas décadas), es decir, buscar las conexiones internas entre el papel de las luchas micro- políticas/biopolíticas y las dificultades de expansión del neoliberalismo. Y volver entonces (para precisar aún más el momento imaginativo en el esfuerzo de la organización) al encuentro impensado entre Maquiavelo y Foucault. Un encuentro que se da a nivel conceptual a través de la filosofía que Deleuze y Guattari ponen en marcha en El Anti-Edipo y Mil mesetas. Deseos, agenciamientos y máquinas abren una nueva vía para escapar del mando y abrir nuevos territorios.

También aquí se detecta una respetuosa conversación con Gramsci, para quien el príncipe no es una figura del realismo del poder soberano sino al contrario, el operador revolucionario que conecta excedencia con constitución, praxis de clase con conocimiento histórico, hegemonía con nueva institución. Negri retoma a Gramsci, sitúa al príncipe sobre la senda spinoziana de las nociones comunes tal y como se producen en la relación antagonista, y lee las nociones “fortuna” y “virtud” con el par determinación/subjetivación. Si para Maquiavelo el príncipe poseía un saber finito y debía una y otra vez abrirse a lo incalculable del azar y a las circunstancias cambiantes en función de una determinada tarea histórica (la unidad burguesa de Italia), en Gramsci el moderno príncipe se vuelve una instancia colectiva (partido comunista), que hace una filosofía (virtud) de la praxis (fortuna) para realizar la tarea histó- rica del comunismo. Negri recupera esta tradición para dar forma a su Príncipe-Multitud, modalidad organizativa que busca construir decisión política dentro de la trama de las luchas biopolíticas, dentro de y contra el mando del capital financiero y en función de un commonwealth, más allá de la relación convencional entre partido y Estado-nación.

4. ¿Una nueva constitución? (Brasil y Argentina)

El método reconoce un último momento en el que excedencia y cons- titución devienen derecho, institución, articulación entre una mate- rialidad concebida en mutación dinámica y formalización plástica y abierta. La coyuntura política es leída, entonces, a partir de un ángulo institucional. El derecho debe captar y dar curso al acontecimiento. No hay política de izquierda, en el sentido ya argumentado de una política que sustituya la representación capitalista del poder y del valor (es decir, más allá de la propiedad estatal y privada), sin un deseo de constitucionalización de la excedencia.

Marx y Foucault propone este tipo de cuestiones a la discusión política y leído desde la coyuntura sudamericana actual, tanto de la situación brasileña como de la argentina, permite pensar productivamente la crisis de legitimidad del programa neoliberal así como su último recurso a elementos neofascistas tendientes a reprimir, como en el caso de Brasil, los elementos de excedencia (negros, favelados, mujeres, comunistas) a fin de estabilizar el orden, pero también permite problematizar el horizonte de una posible derrota electoral del programa neoliberal, que sería completamente insuficiente sin un impulso constituyente ausente en los partidos políticos, pero presente en movimientos sociales de mujeres, de las diferencias sexuales, antirrepresivos, en defensa de los bienes comunes o de trabajadores precarios. Marx y Foucault ayuda a plantear el problema de la reforma de la constitución como una cuestión absolutamente central para refundar una idea de izquierda que no se disuelva en un populismo centrista ni en una izquierda impotente.

¿Qué nos dice Negri respecto de una reforma de la constitución? Primero, que las constituciones liberales que organizan la racionalidad del estado en nuestros países tienen un a priori sólido en la propiedad privada y no en la producción del común. Este es el primer bloqueo a la representación no capitalista de la actividad social que haría falta remover, por la sencilla razón de que la producción y la innovación, la expansión de la riqueza social depende del acceso a los bienes comunes (recursos naturales, conocimientos, información, infraestructuras). Lo que implica inventar un nuevo humanismo, el humanismo de la época poshumana, es decir, asumir las condiciones en que los humanos pro- ducimos humanos (welfare), un pensamiento radicalmente alternativo frente a aquel que sostiene las actuales condiciones fundadas en las exigencias de la renta financiera. Construir criterios para sustituir el fundamento liberal de tal representación por otro del común sería una primera tarea estratégica de los constituyentes.

En segundo lugar, y tomando en cuenta el papel del conocimiento en la producción social, resulta absolutamente estratégico desplegar políticas de autoformación y formación del común en torno al mundo laboral, las comunicaciones, las universidades y el mundo educativo y cultural como dinámicas de valorización e integración –construcción– de lo social mismo. Este punto adquiere una importancia coyuntural de primer orden, además, en la confrontación con los neofascismos y populismos de derechas, puesto que sin la expropiación de instrumentos de producción y comunicación capaces de elaborar verdades comunes, el entero mundo de la esfera pública queda soldado al poder de las finanzas.

Deducido de lo anterior, y esto es lo tercero, hace falta implementar –dice Negri– políticas de democratización de las finanzas, orientarlas a la producción de lo social como tal, rediseñando los bancos pero tam- bién los mecanismos de inversión: “se trata de inventar instrumentos democráticos de big governance, volviendo permanentes los instru- mentos utilizados en momentos agudos de la crisis”. Tomar la moneda como momento del común e imaginar inversiones no dominadas por la noción de ganancia.

En cuarto lugar, se trata de superar la política sustentada en prác- ticas de representación y profesionalización. La propia experiencia de movimientos de masas y la multiplicación de organizaciones sociales es la base desde la cual es posible esta superación. En quinto lugar, y correlativo a lo anterior, se trata de imaginar una descentralización federalista del poder lo más pegada posible a esa base.

Estas y otras propuestas para una reforma de la constitución tienen el valor de abrir el horizonte de la coyuntura política en lo que quizás sea la más delicada fase del método: el de la adecuación continua de los procesos formales y de gobierno a las modificaciones ocurridas en el sistema social (constitución material). En este punto resurge toda la problematicidad de la relación entre método y coyuntura, que no puede ser resuelta sin dar pasos efectivos en la reinvención de disposi- tivos de investigación militante capaces de crear en y desde las luchas los lenguajes, los diseños y las reformas, pero también la fuerza con la que atravesar cada vez el orden jurídico.

 

 

1-  Con historia rerum gestarum se hace referencia a la “historia sobre las cosas que ocurrie- ron”, es decir al relato, la narración de las cosas que ocurrieron; res gestae significa en cambio “las cosas que ocurrieron” en cuanto cosa de lo ocurrido”, la historia como materia. La primera se ofrece como descripción de los hechos; la segunda como ciencia orientada a la “re-composición” o análisis del proceso histórico –historicidad (Geschichlichkeit) en cuanto ciencia, destreza o aptitud–. [N. del T.]

2-Dilthey, “Concepción del mundo y análisis del hombre a partir del Renacimiento y la Reforma” (1911).

3- “Atrévete a saber”, también usado como “ten el valor de usar tu propio entendimiento”. [N. del T]

  • Merleau-Ponty, Las aventuras de la dialéctica, trad. L. Rozitchner, La Pléyade, Buenos Aires, 1974, pp. 37-38.
  • Ibidem, p.49

Necesitamos un traductor para entender lo que dicen // Luciano Debanne, Diego Valeriano

Un traductor wacho-gato, laburante-gato, vieja-gato, piba-gato, indio-gato, pobre-gato, contador que antes tenía veinte clientes buenos y ahora sale a asesorar monotributistas que quieren darse de baja-gato.

Un intérprete para picarle el boleto, para saber de qué carajo están hablando cuando dicen lo que dicen. A quién le hablan, de qué se ríen, por qué modulan así. Para saber por qué no hablan ni argentino, ni peruano, ni uruguayo. Por qué los excita tanto la nobleza.

Necesitamos un traductor para entender las razones de los que los siguen defendiendo, para interpretar a Tetaz, al gordo de la rotisería que está por cerrar pero insiste con que quiere un país en serio para sus nietos. Necesitamos un traductor que nos diga por qué festejan el asesinato de un pibe. La gendarmería, la persecución, las entrevistas obsecuentes en la radio y la televisión.

Un traductor para que sepamos cómo decirles que se vayan a la mierda, que los odiamos, que son la puta oligarquía, la gorra, el padrastro violador, el patrullero en la entrada del barrio, gendarmería en el sur y en las rutas y en las terminales de bondi, la vieja imbécil y porteña con su cartel y su cartera, el caretaje, el virrey escapándose a Córdoba para que no lo fusilen. Son Córdoba y los curas rosqueando una contrarrevolución.

Un intérprete que les transmita que queremos mandarlos al carajo, para que lo entiendan. Fuerte y claro. Un traductor que nos diga cómo se dicen las puteadas, mientras nos cagamos de risa, de su modo de hablar, y de su poder, y su incapacidad para ranchar rápido y bien.

Necesitamos un traductor cura villero-piba que muere por un aborto, jetón con pechera-doña que moviliza por el bolsón, feminista cheta-piba que baja del bondi picana en mano, posteador progre de capital y wifi-cagado de hambre del interior, militante consignero del partido-indio al que no recibe ningún gobernador, despolitizado anarco cool-enfermo pobre de VIH, sindicato-trava del parque.

Mina-vago, vieja-wacho, progre-pobre, militante-despolitizado, opinadores bien intencionados-cagados de odio porque ya estoy harto, todos me cagaron siempre, esto no da para más, que se vayan todos a la mierda, chabón

Necesitamos un intérprete que nos dé una mano, porque tampoco alcanza con compartir la lengua si no se comparte el sabor.

Reirse de estos chetos // Diego Valeriano

Hay que reírse de estos chetos que nos gobiernan, usar la risa como castigo popular, decirles cosas hasta que lloren, hasta que los invada la tristeza, esa tristeza que te come por dentro por saber que te tomaron de punto, esa tristeza que les re cabe.

Reírse fuerte, hacer miles de memes, escribir ordinarieces en las puertas de los baños de la Rosada, contar chistes en el furgón. Frenar el ajuste con ingenio popular o por lo menos hacer que la burla los persiga, que la vergüenza los despierte en el medio de la noche, que nuestra risa los atormente: usar el humor como arma principal.

Que duerman mal porque se les ríe el chofer, los granaderos, el mozo que al principio lo respetaba. Que a la hija no le dejen usar la tablet para que no vea cómo se burlan de su madre que hasta hace poco era canchera y linda. Que mueran de odio cuando vayan a comer y les llegue el murmullo burlón de las mesas de al lado. Que lloren de bronca por saberse unos giles, por saber que son el centro de todas las risas, porque son conscientes de la gastada que se están comiendo.

Frente al ajuste y la miseria planificada, la burla como antídoto, como lluvia de piedras, como saqueo, como fiesta. Hacer chistes pavos, gritarles cosas para que la banda delire, descansarlos con sabiduría. Tararear instintivamente Boluda Total cuando aparece Michetti, usar de meme la cara de Majul, hacer un sticker de Pato escabiando, cantar en los 15 de tu sobrina el hit del verano pasado.

Hay que poner la cara que puso el Papá Noel que llevaron a la Rosada, los dedos en V y la sonrisa pilla como hizo el de la UOCRA, y putearlos como putean las viejas. Hay que reírse a carcajadas como se les ríen las putas de la colectora. Hay que esperarlos en los timbreos y reírnos en sus caras, hacer rimas con sus nombres, verduguearlos mal.

Porque esa vergüenza, la vergüenza que les da ser verdugueados, no se quita ni con guita, ni con viajes, ni con pastillas.

Largar la carcajada bien desde adentro, como en un asado a las cuatro de la tarde, como las pibas previando, como cuando fumamos mirando Los Simpson, como se ríen los guachines cuando se cae un viejo.

Porque les duele más la burla que el fierrazo. Les duele ser unos panchos más que cualquier movilización. Le temen más al desprecio genuino de un chiste que a esos chabones con pechera que ni se ríen. Porque la risa no la reprimen, porque el ingenio popular nunca descansa, porque aunque se escondan, aunque blinden sus actos, la gastada se les filtra.

Ahora que en diciembre se van y vuelven a sus casas bien chetas, a sus barcos, a sus viajes por el mundo, ahora que por fin se van, tienen que saber que adonde vayan los van a perseguir nuestras risas despectivas, esos memes que no paran, todos los apodos que les pusimos, nuestro desprecio genuino, nuestra pequeña, manija y duradera venganza.

Diego Valeriano para La Tinta

Sólo un ethos materialista podrá salvarnos // Roque Farrán

Noté la otra vez conductas temerosas entre gente que antes no se comportaba así. Sin dudas no está muy claro cómo pero las libertades se ven restringidas de manera insospechada e incierta. Se nota en los cuerpos entumecidos que no encuentran el modo de distenderse y relajar, por más yoga o baile o piruetas performáticas que ensayen. Es el modo de producción, me dirán, y sí, pero la modulación que toma en esta coyuntura problemática muestra otras aristas e implicaciones. El peligro de perder el trabajo, la vida, las cuentas, el no llegar a fin de mes, sí, todo eso pero incluso algo mucho más banal: el temor de hablar en nombre propio, decir lo que se piensa, exponerse, reír, gritar. Se halla restringida la palabra, la lengua que inventa, el concepto que invierte, los dispositivos y prácticas que subvierten las cosas y transforman a los sujetos en verdad. La escena pública está comprimida al mínimo y viciada, ya casi no circula la palabra libre y responsable de sí. La palabra justa. Prácticas de libertad nos faltan, ¡pero si hasta Debray y los estalinistas parecen a lo lejos más provocadores y (re)sueltos que nosotres! Los cuerpos tiesos, temerosos o acalambrados prevalecen en la escena de la posthistoria.

Hace unos días tuve que ir a hacerme un par de sesiones de masaje porque hacía semanas que tenía la espalda contracturada y no daba más, somos muchos los que andamos así: cabeza inclinada por el celular o la tristeza. Y hay un mandato de felicidad, éxito e hiperactividad constantes, que contribuye a reproducir el círculo vicioso. Veo recién en las noticias a un tenista muy muy joven caer entumecido y acalambrado después de jugar apenas un par de sets, la empresa que lo patrocinaba esperaba mucho de él, dicen los periodistas asombrados. También leo en el diario que la popularísima actriz que interpreta a Daenerys de GoT tuvo tres aneurismas durante temporadas pasadas y relata la presión del éxito que sentía en el arduo proceso de recuperación. Estamos desquiciados, sin dudas. Y es por el modo de producción que nos atraviesa, no como una abstracción teórica o una base estructural imposible de cambiar, sino por nuestras propias conductas y hábitos cotidianos que lo reproducen sin cesar: por lo que hacemos a diario y cómo nos relacionamos con los otros, con nuestros cuerpos, con las palabras, la lengua y lo que aún no pensamos. ¿Cuándo vamos a empezar a ocuparnos de nosotros mismos en serio?

No es sólo cuestión de hacer terapia o psicoanálisis, se trata de una práctica ética generalizada que afecte todos los niveles posibles. Si hay un descubrimiento mayor del psicoanálisis, para mí no es en sí el inconsciente, sino ese mecanismo paradójico por el cual mientras más cedemos en nuestro deseo y condescendemos al goce más sufrimos (conocimiento que permite conciliar las sabidurías antiguas, más o menos ascéticas). Pues lo paradójico y tortuoso del superyó, es justamente que puede tanto prohibir como estimular la descarga -y se sobrecarga e inviste con esa lógica recursiva- porque tiene la forma esencial del mandato y del circuito pulsional cerrado y garantizado del goce; lo que no se soporta allí es la apertura y la indeterminación objetiva del deseo. Es lo que vivimos hoy a diario en todos los niveles sociales, con los mandatos de goce estimulados por el mercado y los sacrificios del gasto inducidos por el gobierno, más la deuda e(x)terna; cuestiones que podrían entenderse como contradictorias, funcionan perfectamente en conjunto en esta lógica desquiciante del superyó generalizado. Por eso una intervención materialista, sea a nivel individual o colectivo, tiene que apuntar a interrumpir los cortocircuitos pulsionales y abrir otros modos de composición y soporte vía el entrelazamiento de los circuitos libidinales; vía el anudamiento simultáneo que propicia el deseo de deseo sin garantías.

En definitiva, ¿cómo hacer para no insensibilizarse ante el horror de lo que sucede a diario, de lo que no ha dejado de suceder y “oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”, y a la vez no dejarse aplastar por la gravedad de las cosas, esas fuerzas inerciales que parecieran ajustar el nudo de la coyuntura a la medida de nuestro propio pesquezo? A esa pregunta trata de responder singularmente un ethos materialista, para el cual no hay coartada utópica ni científica que suplante la eficacia de las prácticas, en su entrelazamiento solidario y en su juego serio; es decir, en su distensión y ajuste necesarios al caso: a lo que cae por su propio peso.

No hace falta usar el sintagma “lucha de clases” para plantear que la lucha es lo que orienta cualquier práctica materialista que busque subvertir el orden actual de dominación. No solo sostengo -y practico en consecuencia desde antes de forjar cualquier arma de legitimación institucional- que la filosofía materialista consiste en llevar la lucha de clases a la teoría, como quería el viejo Althusser, sino que he tratado de mostrar que la lucha no se reduce a plantear el “desacuerdo” o el “antagonismo” constitutivo de lo social en términos exclusivamente teórico-políticos; o sea, en lenguaje politológico.

La lucha de clases se amplía y diversifica en múltiples terrenos y lenguajes, cuando la práctica filosófica materialista avanza sin hacer concesiones a los idealistas de todos los sectores, sobre: la ontología, la lógica, las matemáticas, el psicoanálisis, los ejercicios espirituales, las prácticas de sí, la escritura, etc. Y no se trata simplemente de replicar saberes sino de situar los puntos donde ellos se dislocan y abren a las verdades singulares-genéricas. En cada terreno se puede dar lucha porque hay posiciones conservadoras y reproductivas del statu quo y posiciones que transforman las relaciones de poder-saber imperantes.

En consecuencia, asentada esta posición, quisiera señalar tres principios metodológicos que orientan el ethos materialista, es decir, como disposición o actitud antes que como saber de todo: 1. Como no hay fines ni principios fundamentales, y la contingencia es absoluta, entonces el pensamiento materialista empieza por cualquier parte (“toma el tren en marcha”); 2. Como nada vale más que nada, la lógica de valoración ha sido suspendida, cualquier práctica puede ser la clave de incidencia en la coyuntura; 3. Como todas las prácticas se encuentran entrelazadas, no hay jerarquías estructurales fijas, un corte efectivo en cualquiera de ellas puede acabar con el conjunto.

Claro que esto no supone desconocer las rígidas jerarquías y los circuitos cerrados que imponen el goce y la subordinación obsecuentes, pero si permite aflojar y distender los nudos que nos constituyen para abrir la posibilidad a otra cosa; si no, con nuestras valoraciones a priori, seguiremos reproduciendo el statu quo, aún con las mejores intenciones.

 

Roque Farrán, Córdoba, 23 de marzo de 2019.

La voz propia. Sobre Engendros, de Pedro Yagüe // Eva Tabakián

Engendros no es un libro más, su título lo delata y localiza a su autor en un espacio que implica varias elecciones. Desde ya, claramente, la de los autores –escritores, pensadores– que incluye en la lectura, y la posición que sustenta esta decisión. Traza un camino que transita con la fuerza y la potencia que sus convicciones le posibilitan.  

Primera y central convicción: el combate, eje de su construcción y escritura, que está en el fundamento de su propia altura. Yagüe lo propone desde la Introducción: un hombre llega al pueblo en la búsqueda de aquel con quien medirse, sabiendo que lo hará solo con él –el guapo entre los guapos–. Es decir, un hombre que sabe lo que quiere y lo que busca. Enfrentamiento.

Engendros nos ofrece un cuchilleo de las palabras, un desafío en un “mundo en el que nadie mata y nadie muere”. Sin embargo, este intento de falta de respeto, de contraponer la palabra pensante a la palabra poema (tradición que va de Spinoza a Heidegger y Lacan), permite ingresar en un texto que dará cuenta del modo en que cada escritor se enfrenta con su propia escritura, por supuesto, y en el que Yagüe se inscribe en primer plano.

Modalidades del combate que se manifiestan en la violencia, en el duelo, en el enfrentamiento con la academia, y también con los talleres de escritura, en cuanto proponen y producen un imaginario que conduce a una complicidad con la política: solo simulacro y complicidad. Entonces se entiende que cultura, en su más amplio sentido, es uno de los modos de la falta de combate.

La intensidad de la lectura de Yagüe recupera esta ausencia con los textos que convoca inscribiéndolos en el espacio de la literatura como resistencia. En esto consiste la falta de respeto que se permite y que sostiene ante cada uno de los autores que componen este libro, todos ellos desafiantes de la palabra.

Comienza con Rafael Barrett, cuyos textos han caído en el olvido y del cual rescata el gesto ético en el sentido spinozista, del respeto por el afecto, en su intento de sentir al semejante como parte de lo mismo.

O Mansilla, en su relación con el otro por y dentro del combate. Esa relación que se extiende desde los sentidos primeros –tacto, oído, sabor, olor– hasta los repliegues del corazón ajeno.

David Viñas se incluye en esta serie con la aguda mirada de Yagüe, quien rescata la venganza y el odio como proyecto teórico y político, y su posición de combate desde la negación que lo lleva no solo a la construcción de su propia obra sino también a la de la revista Contorno que instaurará un nuevo modo de lectura crítica en la Argentina. Sus posiciones ideológicas y políticas culminaron en el exilio y el silencio que acompañó a su escritura, hasta su retorno al país y el encuentro con el reconocimiento que varias generaciones pudieron revelar y aprovechar en muchas producciones.

Entre tanto hay un Fogwill pasional, que da cuenta de la eficacia de la palabra sobre los cuerpos, cuya escritura tiene un vínculo fundamental con un tipo de escucha profundamente relacionada con el canto. “Vivía en la música y escribía bajo su efecto”.

En esta batalla/combate con la escritura aparecen las diferentes formas de prácticas. En Gombrowicz, el rescate de la inmadurez frente al orden y la cultura; en Lamborghini, la cuestión de lo poético en cualquier género (prosa, ensayo, poesía) y en Asís, un materialismo chamuyero que no requiere ninguna justificación porque se constituye en y desde una derrota que se hereda y que se opone al triunfalismo de la “cultura”.

En este devenir entre lectura, escritura y cuerpo, el libro culmina con la inclusión de León Rozitchner en quien se resume la propuesta del propio Yagüe –leer y escribir es pensar contra–, y este es el único modo de acceder a una voz propia que se constituye en la refutación, la batalla y el enfrentamiento. Esto solo es posible si el pensar es “el resultado de un cuerpo que le exige a la razón estar a la altura de su pasión”.   

Tariquía: la contraofensiva patriarcal que violenta a las mujeres y a las comunidades // Marxa Chávez León y Claudia López Pardo

Fuente: https://www.paginasiete.bo/

La ya conocida lucha de la Reserva de Tariquía, situada al sur de Bolivia, se enfrenta a un escenario lleno de violencia y a una paradoja que vale la pena analizar. La paradoja se produce de la mano de acciones contra la lucha comunitaria que hasta hace poco sostuvo un bloqueo en el sector de Chiquiacá, al noreste de la reserva.

Varios mecanismos de represión forman parte de un conjunto de violencias contra las mujeres y las comunidades que recientemente han enfrentado la ocupación policial en su territorio. Cabe señalar que las comunidades se oponen a la entrada de petroleras desde que el Gobierno boliviano en 2015 legalizara actividades hidrocarburíferas en áreas protegidas consolidando la profundización de un régimen extractivista.

El pasado 14 de febrero en conferencia de prensa funcionarias del Ministerio de Hidrocarburos y principalmente  Edith Condori, amenazaron a tres dirigentes de Tariquía acusándolos de violencia e intimidación durante una visita realizada con el objetivo de socialización de proyectos que beneficiarían a las comunidades que estén de acuerdo con la presencia de petroleras en la reserva.

Las funcionarias terminaron la conferencia señalando que demandarán a los dirigentes por violencia de género, amparándose en la Ley 348. Por su parte, las comunidades y los dirigentes acusados -entre ellos dos mujeres y un hombre- niegan el hecho y afirman que se defenderán por medio de la justicia comunitaria.

En su último resolutivo, la subcentral campesina de Tariquía manifestó que respalda a sus dirigentes por ser gente de paz, desmintiendo las declaraciones de las funcionarias.

¿No es acaso violento que la paradoja se inscriba en la amenaza estatal que busca criminalizar a dos mujeres y a un hombre de la subcentral de Tariquía? Recordemos que el gobierno de Morales aprobó la Ley 348 en marzo de 2013, en medio del recrudecimiento de feminicidios.

Diferentes grupos y organizaciones de mujeres y feministas impulsaron la ley en medio de un sentimiento de indignación por la muerte de la periodista Hanalí Huaycho quien murió en manos de su esposo, el policía Jorge Clavijo. Las contradicciones estatales señalan las inconsistencias de dicha ley.

 

¿Qué significa que el violentador se victimice?

La paradoja se instala tras la amenaza de las funcionarias de gobierno y encubre varios hechos que hay detrás. Por un lado, la maniobra gubernamental en un ejercicio de mediación patriarcal intenta contraponer a mujeres contra mujeres utilizando la Ley 348 que en teoría garantiza a las mujeres una vida libre de violencias.

Por otro, visibiliza que el Estado hará uso de cualquier recurso legal o no para quebrar la defensa de la reserva, y principalmente, enviar mensajes disciplinadores a las mujeres de Tariquía, quienes en estos años han sostenido el veto que impide la ocupación petrolera en aquel territorio.

Hasta ahora, la historia de la lucha de las mujeres de Tariquía lleva consigo un denominador común que le asemeja a otras luchas socio ambientales. La defensa no sólo contiene la clave territorial, sino que ha significado enfrentar una serie de violencias múltiples a las que las comunidades y las mujeres se enfrentan cuando deciden oponerse a los propósitos estales-capitales que quieren despojarles de sus medios de existencia.

Esto quiere decir que el Estado se disputa con las organizaciones tariquiyeñas el control de la riqueza social, e incluso el control de la forma política comunitaria territorial.

En este análisis abordaremos algunas de las violencias que se han reproducido en los últimos tres años que cercan a las comunidades con el objetivo de hacerles desistir de la lucha. Queremos argumentar cómo el Estado agresor/disciplinador, desde un lugar de dominación y con el argumento de “razón de Estado”, construye un falso discurso victimizándose para criminalizar a las defensoras.

El ejercicio del poder estatal se ha reflejado en el uso de  políticas públicas, leyes o discursos así como en acciones que van desde la cooptación o la anulación de organizaciones sociales que se le oponen.

Desde que el Gobierno boliviano abriera las áreas protegidas para las actividades hidrocarburíferas por medio de los decretos 2298, 2366 y 2400, ha fijado nuevas reglas para procesos de consulta previa y ha modificado las normas ambientales que, en cierta medida, salvaguardaban a parques, reservas y otras áreas naturales.

Estas medidas implicaron un hito en la política hidrocarburífera que expandió la frontera petrolera de 2,5 millones de hectáreas a 29 millones del 2006 al 2017. La forma cómo el Gobierno impuso semejante política ha sido por la implementación de una guerra contra cualquier comunidad que se oponga a su régimen de acumulación.

Cabe destacar que en el caso de la Reserva Nacional de Flora y Fauna Tariquía, el 55% del territorio está concesionado a favor del capital transnacional como Shell a través de las empresas BG Bolivia, Chaco y Petrobras.

La guerra que produce el régimen extractivista contiene una lógica intrínseca de violencia estatal que se encadena muy bien con los otros tipos de violencia.

Contiene un tipo de pedagogía ejemplificadora  cuyo objetivo es disciplinar a las mujeres y a las comunidades.

Algunas formas concretas de ejercicio de violencia son: intimidación, amedrentamiento, insulto, persecución, chantaje, hostilidad, y soborno. Acciones llevadas a cabo por representantes, funcionarios estatales y por dirigentes del corporativismo sindical.

Hechos no menores que provocaron la división entre comunidades alterando las relaciones comunales y familiares desde el 2016.  Es así que desde los inicios de la lucha por la defensa de la Reserva de Tariquía, no han cesado las llamadas, el boicot y las amenazas a las mujeres -principalmente a las dirigentes- por ser quienes garantizan la lucha a través de su trabajo reproductivo.

Con el objetivo de generar desinformación, el recurrente ocultamiento de datos sobre los proyectos petroleros, la poca claridad sobre las operaciones de exploración en la reserva, o el ejercicio engañoso de “la consulta”, aunque explícitas, son formas silenciosas de violencia patriarcal que provocan incertidumbre y miedo.  Por ello, la sensación de inseguridad es persistente.

Así es como han vivido las familias en Tariquía hace más de tres años. Aunque las comunidades han enfrentado estos sentimientos con acciones de reapropiación territorial o con movilización, esta sensación continúa porque se la enfrenta casi a ciegas.

La guerra también trajo consigo violencia política en los espacios comunitarios que se despliega de manera sistemática con el propósito de anular la lucha a través de estrategias prebendales o de amenaza directa a la vida comunitaria y a la forma orgánica de ejercer la participación política de las comunidades de base.

Esto ha significado un ataque directo a mujeres quienes en la subcentral Tariquía, otorgan a la lucha frente a los proyectos hidrocarburíferos, una clave diferente y nueva de practicar la vida sindical.

Otra de las estrategias de división ha sido el ofrecimiento de planes y proyectos con el afán de fragmentar a las comunidades.

Por ejemplo, en abril de 2017 se inauguró el plan de viviendas en las comunidades de Acherales, San José y Puesto Rueda en fechas clave en la cronología de la lucha para hacer desistir a los marchistas que partían en protesta a la ciudad de Tarija.

Frente a esas medidas la dirigencia de la subcentral realizó una serie de gestiones y reclamos para garantizar que los proyectos lleguen a todas las comunidades de manera equitativa. Así la dirigencia de Pampa Grande ha logrado la construcción de 55 viviendas en su comunidad.

Otro ejemplo. En una reunión interinstitucional realizada en junio de 2018, las denuncias de la subcentral se centraban en los condicionamientos y chantajes de funcionarios estatales a mujeres que se oponen a la entrada de proyectos petroleros, excluyéndolas de la provisión de cocinas.

En el reciente bloqueo en Chiquiacá Norte,  el uso de fuerzas represivas policiales para garantizar la realización de obras de Petrobras señala el carácter represivo estatal cuyo objetivo es asegurarse legitimidad y concretar el régimen.

 

El escenario actual

En las próximas líneas queremos argumentar los hechos que alimentan a la paradoja caracterizando el último conflicto en Chiquiacá para ayudar a la comprensión de cómo se sigue reproduciendo violencias múltiples en este caso específico.

En abril de 2018 se promulgaron los decretos que establecen la firma de contrato del Gobierno boliviano y la empresa estatal YPFB, con la empresa Petrobras, para la exploración y explotación en los bloques San Telmo y Astillero en la Reserva Tariquía.

Las comunidades del sector Chiquiacá iniciaron a fines de 2018 otro frente de lucha ante el ingreso de Petrobras y unieron fuerzas con la Subcentral Tariquía. Con la consigna de defensa de la vida, comunidades de Chiquiacá, encabezadas por la subcentral Pampa Redonda, protagonizaron dos momentos importantes de movilización en octubre de 2018 y febrero de 2019. Todo, a pesar de los mecanismos de represión, cooptación y división que la empresa y el Estado dirigieron contra ellas.

Según habitantes de Chiquiacá, la empresa y funcionarios de Gobierno, visitan la zona desde hace por lo menos dos años, tratando de que la población acepte los proyectos hidrocarburíferos.

A fines de octubre de 2018, las comunidades de la zona protagonizaron el primer bloqueo de caminos para impedir que la empresa realice los últimos estudios que le permitirían obtener la Licencia Ambiental.

Aún en ese escenario, el Gobierno otorgó hasta el mes de noviembre, tres licencias que incluyen al bloque Churumas, en el área núcleo de la Reserva, donde viven especies en peligro de extinción.

En la consulta sólo se tomaría en cuenta a parte de las comunidades de Chiquiacá. Las autoridades la desarrollaron en el sector en noviembre de 2018. Como narra Jenny Mesa, vicepresidenta del Comité de Defensa en Chiquiacá: “solo en esa comunidad donde fueron consultadas solo las autoridades y algunas personas, pero no todo el cantón ni tampoco toda la comunidad (…) ellos no nos quieren tomar en cuenta, las empresas, ni el Ministerio de Hidrocarburos”.

La presencia de petroleras ha traído ya la división de las comunidades en Chiquiacá,  al introducir programas de “desarrollo” para las comunidades que acepten el ingreso de la empresa petrolera y no para las personas en lucha. Como afirma Paula Gareca, dirigente de la Subcentral Tariquía: “Ya habían hecho la reunión con la empresa  y les habían obligado ya que la próxima reunión, (…), y de afuerita solamente ellos tenían opción era presentar proyectos, para que se beneficien y como beneficiarios, e iba a entrar la empresa”.

Al parecer, la reunión realizada el 24 de enero de 2019 entre representantes de Petrobras y comunarios a favor de la empresa petrolera,  definiría el destino de Tariquía, pero  la sorpresiva presencia de las comunidades en defensa de la reserva en el lugar dio un nuevo giro a la ya larga historia de lucha comunitaria.

No obstante, Petrobras confirmó que iniciaría trabajos en 10 días a pesar de la oposición comunitaria en esa jornada. Desde el 7 de febrero de 2019, las comunidades protagonizaron un bloqueo que logró frenar el ingreso de Petrobras y la Policía.

Sin embargo, de manera inesperada, el 26 de febrero haciendo uso de engaños, la empresa ingresó al territorio custodiada por la Policía.

Mesa relata  la amenaza del personal de Petrobras  en el segundo intento de ingresar a la reserva ese mes: “vamos a ver quién se va primero, ustedes o nosotros.  Claro, como el Gobierno les paga un sueldo, ustedes tienen un sueldo, pero nosotros no tenemos un sueldo pero igual vamos a resistir y vamos a estar aquí hasta que ustedes se vayan; al día siguiente tratan de amenazarnos, que van a venir las fuerzas armadas a levantarnos”.

Tras el retiro del personal de Petrobras, las comunidades de Chiquiacá conformaron el comité de defensa que se encuentra en vigilancia permanente para evitar la ocupación petrolera.

 

Incertidumbre en el horizonte

El núcleo de la “razón de Estado” se sintetiza en hechos violentos que intentan desarmar lo tejido con gran esfuerzo por mujeres y comunidades en tanto tiempo de lucha y resistencia. Como vimos, el despojo pretende imponerse mediante dispositivos patriarcales, y de represión; mientras, las mujeres y los habitantes de Tariquía sostienen la lucha trasladada ahora al escenario de Chiquiacá Norte.

La lucha comunitaria que rechaza el ingreso petrolero un poco más de tres años insiste en mantener su veto, pero se sabe que el Gobierno y las empresas son también insistentes.

No hace falta explicar que el dilema sigue generando violencia. Se espera que la próxima reunión del lunes 25 de marzo entre Estado, empresa y comunidades, el Gobierno rompa el violento pacto de silencio y aclare el escenario sobre sus verdaderos planes y proyectos para el territorio tariquiyeño.

 

Reseña de Sueño, medida de todas las cosas, de Lila Feldman // Nicolás Vallejo

Desde hace varios años la revista Topia sostiene la apuesta por un psicoanálisis plural, crítico y volcado a la articulación entre la subjetividad, la sociedad y la cultura, y promueve no solamente un lector atento a ello sino también la posibilidad de ejercer la práctica escrituraria premiando, anualmente, a los mejores ensayos psicoanalíticos que respondan a esas inquietudes editoriales. El ensayo de Lila María Feldman Sueño, medida de todas las cosas, que intentaremos reseñar en esta oportunidad, fue el que obtuvo el primer premio del mencionado concurso, el año pasado.

En principio, nos gustaría recordar que, en el ensayo como género, o como forma, se reconocerá la presencia de aquello que Adorno denomina su carácter mestizo, que se aloja en el intervalo que existe entre la producción científica y la creación artística. Ni completamente del lado de la ciencia ni decididamente del lado del arte, la forma del ensayo evita toda reducción a un principio rector acentuando lo parcial y lo fragmentario en detrimento de lo total y lo definitivo. Otorga dignidad ontológica a lo mínimo y a lo fugaz y habilita la singularidad y lo extraño. Como el arte y como el sueño, crea imágenes y como la ciencia, produce conceptos. Al decir de Didi Huberman, el ensayo es ese género que le propone un “dulce desafío” al ideal de la percepción clara y distinta. Es ese género, realista y soñador que hace surgir la luz de la totalidad desde un rasgo parcial. Género, en definitiva, en el que coexisten, de manera fundamental, la imagen y el concepto. El ensayo reúne en sí mismo, y de ahí su mestizaje, el procedimiento poético de las intelecciones con el espíritu crítico de las imágenes.

El ensayo escrito por Lila Feldman no solo satisface cabalmente estas puntualizaciones de Adorno y Huberman, y produce un texto dónde el procedimiento poético se hace presente sin descuidar el pensamiento conceptual (siguiendo la huella de aquello que Pontalis denomina pensamiento soñante) sino que también establece al

propio sueño en esa zona intermedia, intersticial o transicional situada entre la imagen y el relato, entre el sentido y la experiencia o entre lo individual y lo colectivo. En el capítulo del libro titulado, justamente, Sueño y ensayo leemos: “Entre sueño y vigilia, entre proceso primario y proceso secundario. Entre lo que tiene medida y lo desmedido. Entre lo desahuciado y la ilusión creadora. Entre lo que aún no y tal vez sí. El sueño también ensaya y busca ser acontecimiento para el pensar”.

 

Entre la imagen y el relato

 

“¿En que consiste interpretar?” Se pregunta Feldman en el capitulo Sueño e interpretación. “El trabajo interpretativo desandará los caminos que tomó la construcción narrativa del sueño, en un lenguaje particular, hecho de imágenes y palabras”. Y más adelante precisa: “El sueño por otra parte ya es en sí mismo, una obra interpretante. Una obra que autointerpreta deseos y dolores. La interpretación en análisis tomará esa primera interpretación”. ¿Cuánto de ese dolor (o de ese deseo) admite la puesta en relato para volverse comunicable? ¿En qué medida el lenguaje (interpretante) estabiliza lo que la imagen disloca, es decir, dice locamente? Aquí también Lila recupera a Pontalis, quien recuerda que Bachelard reivindicaba, frente al terrorismo de las interpretaciones, el derecho a soñar. A la escucha de una narración que sustituye la visión de imágenes, la operación freudiana agregará dos movimientos sucesivos y complementarios: Remitir ese relato a un texto y, finalmente, descomponer, desatar y destejer las tramas de ese texto. Este movimiento que acabamos de señalar, denominado por Pontalis la operación freudiana, produce el desencantamiento del sueño, es decir, La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung) “sustituyó la poesía, lo atractivo del sueño por una prosa con su gramática y su sintaxis. Sintaxis de nuestros deseos, a no ser de nuestras penas. Decididamente el sueño de los románticos es el objeto perdido del sueño de Freud”. Ahora bien, “¿de qué nos vamos a desprender, se pregunta inmediatamente Pontalis, de la imagen o de su culto? ¿De la infancia o de su nostalgia? ¿De la ilusión de una plena satisfacción?”.

Frente a lo que denomina imagen-fetiche, que cubre la ausencia, el historiador del arte Di-di-Huberman opondrá la imagen-jirón. Imagen que no es ilusión pura ni toda la verdad, que es destello y no sustancia, a veces máscara otras ve-ces hecho, vehículo de belleza y lugar de lo inson-dable, de la consolación y de lo inconsolable. No se trata de la imagen como un todo, con la capacidad de totalizar lo real al punto de sustituirlo, sino de la oportunidad de establecer un punto de contacto posible entre la imagen y lo real y de distinguir lo que hace velo de lo hace síntoma, lo que inmovi-liza y lo que la desborda hacia su excepcionalidad desgarradora.

Entre el sentido y la experiencia

“Cuando el sueño emigra a la interpretación, y de la puesta en imágenes pasa a una puesta en palabras, algo se pierde: toda conquista se paga con un exilio, y la posesión con una pérdida.” Jean Bertrand Pontalis, autor de la cita precedente y cuya presencia es indiscutible en el ensayo de Lila, ha señalado hace tiempo en un bellísimo escrito denominado Entre el sueño-objeto y el texto-sueño que Freud consagra el sueño al sentido y lo descuida en tanto experiencia del soñante. Lila prosigue en la senda señalada, siempre atenta a evitar toda tentación que la haga extraviarse hacia alguno de los polos mencionados. De todas maneras, tal como lo observara Juan Carlos Volnovich en la presentación del libro que se realizó en la Facultad de psicología de Rosario, en el marco del Segundo Congreso Internacional de Psicoanálisis, “Lila también le discute a Freud el énfasis puesto más en el contenido del sueño que en la experiencia del soñar. Ambos –contenido y experiencia— no son excluyentes, pero para Lila la experiencia del soñar tiene una potencia elaborativa insoslayable”.

A partir de su encuentro con Inés, y el trabajo analítico que emprendieron juntas, Lila se pregunta si los sueños expresan algo ya acontecido o bien, si el sueño mismo es acontecimiento, ingresando en un segmento del libro que va enlazando magistralmente, las preguntas acerca de la temporalidad del sueño en tanto acontecimiento decisivo a la hora de narrar las experiencias traumáticas. Los capítulos aludidos son: Sueño y acontecimiento; Sueño y tiempo; Sueño y trauma; Sueño y experiencia. Allí podemos leer “Los sueños son el modo de relanzar la actividad psíquica cuando ella se ve interrumpida frente a un traumatismo.” “Me gusta imaginar los sueños como ruinas vivas, ruinas abiertas al tiempo, ruina que reinscribe el tiempo.” “En mi propio recorrido, he tomado el soñar y su valor de experiencia subjetiva determinante”.

Sentido del sueño y experiencia del soñar, entonces, recordando con Oscar Sotolano la similitud que puede establecerse entre el sueño y el juego infantil, que solo conviene interpretar cuando se estanca, se traba o se estereotipa.

 

Entre lo singular y lo colectivo

En el último capitulo del libro, que se denomina Sueño, alteridad y cultura, Lila afirma que aún sin nombrarlo como tal ha trasmitido lo que considera un punto fundamental que “es la relación entre lo singular y lo colectivo, en su articulación y en su grieta”. Sueño, duelo y recuerdo, Sueño e historia y fragmentos del trabajo analítico con un paciente que comienza su relato a partir del exilio, son los capítulos que anteceden esa afirmación. Articulación y grieta, entre lo singular y lo colectivo.

Cada época sueña la siguiente. A Walter Benjamin le gustaba citar esta frase de Michelet que encabezaba un texto denominado “¡Porvenir! ¡Porvenir!”. Uno de los momentos en donde aparece es en el primer resumen del libro de los pasajes, llamado Paris, capital del siglo XIX, escrito en 1935. Luego de la cita de Michelet el texto prosigue:

“A la forma del nuevo medio de producción, que en un principio sigue estando dominada por la del viejo (Marx), corresponden en la conciencia colectiva las imágenes  en que lo nuevo se entremezcla con lo viejo. Estas imágenes son imágenes de deseo, y en estas el colectivo busca tanto superar como transfigurar lo inacabado del producto social así como las carencias del orden social de producción (…) En el sueno en que a cada época se le presenta ante los ojos la siguiente, aparece esta ultima enlazada con elementos de la protohistoria, es decir, de una sociedad sin clases. Sus experiencias generan al entremezclarse con lo nuevo la utopía, que ha dejado su huella en miles de configuraciones de la vida, desde las construcciones de larga duración hasta las modas pasaje-ras”.

No solo de noche, sino también de día se sueña. Ambas formas del sueño (el nocturno y el diurno) tienen en común, dirá el pensador alemán Ernst Bloch, el estar promovidas por el deseo y el ser un intento de realizarlo. Pero se diferencian, agrega, tanto por el hecho de que durante la ensoñación se mantiene constante la conciencia del yo, capaz de representar las imágenes y las circunstancias de una vida deseada, de una vida que se

le antoja mejor, y las proyecta hacia el futuro. Y se diferencia a su vez en cuanto a los contenidos, ya que la ensoñación diurna no es regrediente, como el sueño, que se vuelve sobre las experiencias reprimidas y sus representaciones, sino que emprende un viaje hacia adelante, de tal suerte que en lugar de renovar la conciencia de un “ya no”, mediante el ensueño pueden ser evocadas y proyectadas en el mundo las imágenes de un “todavía no”.

Entre experiencia y expectativa, entre re-cuerdo y esperanza, entre pasado y futuro, el ahora relampagueante de los sueños. Sueños que, como nos invita el recorrido emprendido por Lila Feldman en este imprescindible ensayo, se constituyen como aquel “misterioso punto de encuentro entre las generaciones pasadas y la nuestra”.

FUENTE: Revista Crítica [Año III N.º V, Diciembre de 2018, Rosario]

Hermanxs somos todos // Agustín Jeronimo Valle

“No son 30mil”, dice una pared acá en Paternal. Contradice, en realidad, porque está escrita manchando una pintada previa. La derecha se define por ser reactiva (pañuelo celeste contra el verde…). Orden-sobre los cuerpos que, por naturaleza, son previos a todo orden; incluso, sí, al orden que los produce: de ahí el temor eterno del orden hacia sus cuerpos hijos. Aunque gane, la reacción corre siempre de atrás a la vida. De ahí su saña: la crueldad y la tortura son y fueron de ellos. Quienes peleaban por la revolución mataban, y esa decisión es cuestionable, discutible, pero no torturaban ni violaban, porque mataban sujetos que eran obstáculo de un deseo de vida inclusivo e igualitarista. El sadismo es el goce triste del poder: goza por su dominio, odiando porque sabe de fondo que algo siempre se le escapa, que ese cuerpo -la vida que lo atraviesa- no termina nunca de ser suyo; el sadismo busca alcanzar lo que se le escapa. Por eso el orden domina y mata pero nunca deja de temer y odiar. Temernos y odiarnos. Es simple: la desigualdad radical, la brutal concentración de la riqueza, es contraria a la física natural. Requiere violencia y violencia y violencia.

No son treinta mil, dicen y hacen síntoma: obvio que no sabemos cuántos desaparecieron, justamente porque los desaparecieron. Treinta mil es una cifra sensible, en medio del imperio del número. Un número cuya verdad no es mercantil ni burocrática ni informática. Mensurado por el dolor, es un número cuyo grito compartido hace de la tristeza, rabia, y hasta alegría de ser tantos gritando: treinta mil compañeros desaparecidos, presentes. Alegría de ser multitud presente. Treinta mil, y treinta mil, y treinta mil, presentes. En el imposible de la cuantificación burocrática, hay un espacio afectivo abierto.

Del imposible hicieron las Madres su consigna, Aparición con vida. No busca producir lo que dice, la consigna. No: produce el espacio subjetivo de su enunciación. No se sabe con exactitud cuántos desaparecieron, precisamente por lo siniestro del mecanismo genocida; pero esas Madres, con un imposible de consigna, presentifican el deseo vital de sus hijas e hijos, deseo vital que el orden torturó, violó y desapareció hasta donde pudo. Son las Madres de todos y todas los que nos sentimos interpelados por el deseo de fraternidad que el Gran Padre quiso desaparecer. La saña del orden era contra algo que portaban esos cuerpos; cuantificar esa fuerza es imposible; las Madres, con una lucidez política impresionante, evitaron organizar su dolor como propiedad privada. Así pues nos encontramos: el orden quiso desaparecer algo que no puede circunscribirse a un número exacto de cuerpos individuales, las Madres hicieron del dolor un espacio abierto a la pulsión fraterna, donde entra cualquiera, sin más requisito que la implicación afectiva. Están las Abuelas, están las Madres, están los Hijos, y hermanas y hermanos somos todxs.

Hermanas y hermanos somos todos, todos lxs quen estemos, lxs presentes; al menos un rato, al menos hoy: que sea nuestra potencia fraterna la que mida el mundo. Son treinta mil -presentes- porque somos nosotrxs -presentes-.

UN OSCURO OBJETO DE DESEO // DIEGO SZTULWARK

La primera novedad de un año electoral que comienza a desperezarse es el derrumbe del gobierno nacional y de la Alianza Cambiemos, que no parece suscitar expectativas y por el momento sólo aspira a llegar a las elecciones en condiciones mínimamente aceptables. La segunda es el intento de aprovechar este derrumbe para reconstituir un escenario político despolarizado. En este esfuerzo convergen sectores muy diferentes que van del sindicalismo al empresariado, de radicales a peronistas, de Beatriz Sarlo a Marcelo Tinelli. En un artículo publicado esta semana, Pablo Seman se refiere a un “deseo Lavagna” apoyado “en las potencialidades del presente para superar su actualidad insatisfactoria”. Pero, acota, esas potencialidades requieren, para volverse efectivas, de “algo que no existe pero tiene buenas probabilidades de existir”. Ese algo que se intenta construir se llama “deseo de centro”.

La dificultad de este esfuerzo –cuyos antecedentes más nítidos son Raúl Alfonsín y Antonio Cafiero– consiste ante todo en la imposibilidad de verificar, en la actualidad sudamericana, las dos condiciones implícitas que el centrismo presupone. Por un lado,  la relativa unidad y disposición de las elites a negociar un plan político que, en cierta medida, contemple satisfacer algunas necesidades y deseos de aquellos movimientos populares que cuentan con capacidad de movilización. Por otro lado, la aptitud para crear una política con fuerza que pueda gobernar esa capacidad de movilización limitando su autonomía, subordinándola a una retórica de la sensatez y el justo medio.

El deseo de centro, de un pacto político que dé lugar a una mediación consistente, está desafiado en sus dos supuestos por la coyuntura sudamericana actual. Basta con leer contribuciones como las de Mónica Peralta Ramos –domingo a domingo en El Cohete a la Luna– para comprender con claridad el peso que tiene el avance de Estados Unidos en la región con la finalidad de recuperar espacio para sus empresas (origen del clima de invasión militar en Venezuela, del lava jato brasileño y de la operación de los cuadernos en la Argentina). Ni la capacidad de resistencia del chavismo a toda imposición violenta externa en Venezuela, ni el intento dialoguista ensayado por el PT a través de la aplicación de políticas neoliberales durante la presidencia de Dilma Rousseff estimulan el escenario de pacto que el centrismo imagina.

El desafío al segundo supuesto viene dado por la propia experiencia argentina: la ausencia de un liderazgo político de los movimientos populares no desactivó en ningún momento su capacidad de veto sobre las políticas que atacan sus ingresos. No es realista imaginar que cederían esta capacidad de movilización a cambio de una participación moderada en un gobierno de ajuste con consenso parlamentario.

La ilusión de las fuerzas de un eventual centro –“algo que no existe pero tiene buenas probabilidades”– no es más que el deseo de recuperar, en una maniobra electoral, lo que los dos grandes partidos políticos (aliados a grandes empresas) han perdido luego de una larga trayectoria histórica: el peronismo ya no contiene la fuerza obrera de los sindicatos y los movimientos sociales, el radicalismo no logra representar a los sectores medios. El fracaso de Mauricio Macri por conquistar a los primeros y garantizar ingresos de los segundos, es decir, la inviabilidad financiera y política de la Alianza Cambiemos, reactiva el viejo sueño perdido del centrismo antaño bipartidista: hacer de cuenta que volvemos a los años ’80, que el 2001 no existió.

 

2001 como coyuntura por venir

El 2001 sigue proyectando las condiciones de una resolución democrática de la crisis en la medida en que designa, en un lenguaje comprensible, la capacidad de los movimientos populares para poner límites a la violencia del poder sin disponer de una conducción política centralizada. Esta situación se repite tras la derrota del kirchnerismo en torno al año 2013. La convergencia de la elección de Bergoglio como Papa, el triunfo peronista de Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires y la crisis del dólar determinaron un fin de ciclo que conviene analizar. Las sucesivas derrotas electorales del kirchnerismo mostraron cosas importantes desde entonces. A partir de la pérdida de iniciativa y de capacidad de gobierno de Cristina Kirchner sobre las principales variables del proceso político, se produjo una disgregación de las fuerzas que componían el Frente para la Victoria; emergió una coalición de fracciones políticas dispuestas a llevar adelante un programa neoliberal explícito con aptitud para ganar elecciones; las organizaciones populares desplegaron grandes movilizaciones de masas por fuera de toda jefatura política unificada.

Como resultado del nuevo cuadro de situación y luego del triunfo electoral de Cambiemos en las elecciones parlamentarias de 2017, una nueva combinación de organizaciones sociales, sindicales y políticas –izquierda, kirchnerismo, fracciones del peronismo– logró poner en crisis el plan de reformas que se proponía el gobierno. La lucha callejera de diciembre de ese año, si bien no consiguió frenar la reforma jubilatoria, confirmó dos cuestiones centrales: que el gobierno pagaría un altísimo costo si deseaba aplicar su programa en el tiempo comprometido, y que el sistema político no podrá gobernar sin el protagonismo popular en las calles. Algo que el movimiento de mujeres ya venía exponiendo de modo ejemplar.

La reacción de los dueños del dinero ante el bloqueo del programa de Macri fue la corrida cambiaria que no tumbó al gobierno, pero sí terminó de sacar a la luz lo que Jaime Durán Barba y Marcos Peña intentaron disimular: los mercados no desconfían del programa de Macri, sino de su habilidad para aplicarlo en condiciones de resistencia social activa. Esa desconfianza es lo que Macri intentó compensar ubicando al FMI en el centro de la toma de decisiones. El gobierno compró tiempo en el Fondo para llegar a las próximas elecciones y confió sus fichas al impacto que pudiera suscitar la fracasada causa de los cuadernos, que terminó confirmando la impresión de una pudrición general del Estado que compromete al Poder Judicial y a los servicios de inteligencia.

 

Dos plazas

Herido el proyecto oficial y expresado en su debilidad el proyecto de un centro, se esboza la posibilidad de un frente electoral que reúna fuerzas que se oponen a las políticas neoliberales, lo que supone preguntas inevitables sobre el programa y la metodología de la constitución de una dinámica efectivamente democrática y capaz de bloquear las políticas el programa del Fondo. Para imaginar una hipótesis de salida al angustiante bloqueo actual, vale la pena hacer el ejercicio lúdico de distinguir la plaza del 9 de diciembre de 2015 impresa en el corazón de quienes corean “vamos a volver” (Cristina jefa, multitud agradecida), de aquella otra movilización a la que podemos aspirar para diciembre de 2019, asumiendo plenamente el nuevo contexto. Esos millones de personas deseando juntos la liquidación de las políticas neoliberales en base al masivo protagonismo de la calle de estos años, esa ciudad tomada por quienes frenaron los planes de reforma laboral, manifestaron para conseguir un salario social complementario, organizaron los paros de mujeres de los últimos 8 de marzo, ganaron la discusión pública sobre el aborto y desarrollan iniciativas contra la cultura de la violación y femicida, organizaron la resistencia contra la economía neoextractiva, marcharon los 24 de marzo y quienes protagonizan la lucha contra la represión racista en los barrios y en las comunidades, toda esa composición de una deseable “nueva tierra” ya no se reduce a la recomposición de aquella fuerza del pasado. Requiere de una constitución más amplia y radical, más madura y mejor dispuesta a desactivar la reducción de lo político a mera maniobra electoral, a desbordar toda conducción cerrada y rechazar la carga de violencia económica implícita en una precaria estabilización centrista.

 

Diego Sztulward para El Cohete a la Luna 

 

Las ganas de ir a la plaza el 24 // Diego Valeriano

De lo que aprendió con Roly le quedaron las ganas de ir a la plaza el 24, de estar ahí, de perderse entre la multitud. Lo hace como ritual, homenaje, autodefensa. Lo hace para ver de cerca un poquito todo eso que le contó Roly en las noches de Floresta, para no olvidarlo a él. No importa donde lo agarra esa madrugada, si está amanecido, preso o enfermo: el 24 es en la plaza. Él, que ni sabe de días ni de calendarios. Él, que no llega a tiempo a ningún lado. Él, que se siente mejor caminando solo.

De guachines tenían un escondite en los techos de Floresta, una ranchada de ellos dos donde en las noches de primavera se pasaban las horas fumando, mirando las ventanas de los edificios, charlando de las cosas que iban a hacer cuando fueran más grandes. Nunca soñó demasiado, nunca se animó a tanto como en esas noches de primavera en Floresta. Soñaba y se reía despacito, como para que nadie se diera cuenta.

Tenían un techo que era de ellos. Un techo al revés que no paraba nada, ni la lluvia, ni el frío, ni las piedras. Roly a veces le leía algunas cosas y después se las explicaba. Leía y le brillaban los ojos. Le contaba de chorros importantes, de robos espectaculares, de blindados que saltaban por el aire, de revoluciones, de tipos grandes que sabían caminar, de pibes que dejaban todo por cambiar algo. Tenía dos tatuajes del Che que se había hecho en el Almafuerte. Uno, con una  una lágrima en la mejilla.

Mirando el cielo estrellado de Floresta, le explicaba también de lo injusto que era todo, que lo que no tenían ellos era porque lo tenían otros. Que los que tienen el corazón ortiba nunca cambian y que las cosas solo se recuperan de arrebato.

También le habló de los que lloran y de los que luchan, de la manija de unos guachos un poco más grandes que ellos que hace una banda de años dejaron todo y se le plantaron a los milicos. Que eran chamuyo pero también fierros. En los techos de Floresta, Roly le contó que casi se ganó, que las estrellas ahí nomás, que se estuvo así de cerca de la revolución y que tal vez ahora todo sería bien distinto para ellos.

¿Cómo entender el lugar de los movimientos de los Derechos Humanos hoy? // Eva Tabakian

El hoy supone y exige una eficacia y una inserción en una actualidad que no puede leerse por fuera de la historia y los avatares de la práctica política.

Esta práctica lleva implícita modificaciones y espacios que se han ido desplazando a través de los distintos momentos del devenir político y las fuerzas en juego en cada uno de ellos: la dictadura militar, el gobierno alfonsinista, el menemismo y, si nos salteamos la aventura frentista de De la Rua, el kirchnerismo.

Los Derechos Humanos pensados como un colectivo convocatorio presenta la oportunidad de ver/vernos en un proyecto que se va modificando a lo largo del tiempo.  Significados distintos, desde el inicial hasta aquel que ahora se representa en el imaginario de las distintas generaciones, están presentes en la memoria común.

El significado como mito para algunos: un recuerdo de algo del pasado que aún sobrevive en el espacio social pero que ya no representa los lugares de lucha que se debieran dar. Es un espacio simbólico para la mayoría y, sin embargo, muchas veces un misterio para las nuevas generaciones que esperan, probablemente, respuestas que estas estructuras no pueden proveer. Sin embargo, a pesar de ello, estas funcionan como fundamento de lo que reúne y convoca en cada momento, en coyunturas diferentes. Será necesario abordar el estudio sobre qué consignas o qué preocupaciones anima cada 24 de marzo en su historia como movimiento inserto en la vida política del país, quiénes son los interlocutores de cada espacio.

Madres, abuelas, hijos, familiares aluden a un parentesco que convoca a cada uno desde un lugar distinto y no por ello indiscutible ni menos conflictivo, un vínculo no solo social sino también afectivo.  El efecto que esto provoca difiere según a quienes invoca: a los hijos que a ellas les fueron arrebatados, a los hijos de esos hijos, y a todos los actores sociales, militantes de cada uno de los colectivos (partidos políticos, sindicatos, agrupaciones sociales, grupos religiosos que se enfrentaron a la cúpula) que participaron de distintos modos en las diferentes batallas contra la dictadura y que se vieron representados en sus luchas. Abrir el camino para pensarlo, enfocarlo desde un hoy que las piensa me parece indispensable.

Habría que interrogar qué es lo que modifica el espacio que estos movimientos de los Derechos Humanos ocupan, cómo su propio discurso se reconstruye una y otra vez. Desde las primeras resistencias a la dictadura militar, que constituyó su identidad, al reconocimiento del gobierno alfonsinista con el juicio a las Juntas, un opacamiento que transcurrió en el período de los dos gobiernos siguientes –el menemismo y el frente delarruísta–, hasta la recuperación de legitimidad por el gobierno kirchnerista. Dejamos de lado los intereses de cada uno en la relación con esta temática.

Pero no se puede dejar de señalar el derrotero que va desde el reclamo del destino de sus hijos al pedido de castigo de los culpables, y a formar parte de un discurso político que incluso terminó por dividir el frente en varias agrupaciones con apreciaciones ideológicas diferentes.  

Sin embargo, a pesar de todas las objeciones y discusiones que hoy nos interpelan y que es necesario sustentar, seguramente, mañana las calles se llenaran de nuevo (como en la canción de Silvio Rodríguez) y todos participaremos de una celebración que acompaña y se sostiene como parte de una lucha de la que no hay que claudicar.

¿Nosotras somos mentirosas? // Manuela Luz Alvarez y Sofía Brihet.

Antes de afirmar intuitivamente que el universo de los Derechos Humanos sigue siendo una zona potente de creación de criterios de justicia, cabe volver a la pregunta básica: ¿qué es la Justicia? ¿Puede definirse lo justo? Está claro que no se trata de conceptos inertes: la construcción de criterios de lo que es considerado justo y la forma en que se ejerce la justicia son móviles, diferenciadas y no están exentas de conflicto.

¿Qué criterios de justicia se busca construir desde el actual gobierno nacional? Asistimos a una suerte de meritocracia del derecho. Para la ministra de seguridad, un policía que actúa como policía no debería pasar por un juzgado, aunque le haya disparado por la espalda a una persona que huye. Del otro lado, a quien le dieron el papel del ladrón, tampoco tiene la oportunidad de pasar por la justicia, porque ya está muerto. La lógica del que culpabiliza a las víctimas, aquel “algo habrán hecho”, sigue vigente en la idea de que el ladrón de algún modo merecía morir y vuelve incesantemente a la pregunta por el largo de la pollera de una chica violada.

En tiempos donde pareciera que todo es disputa semántica y espacios de opinión, importa recordar que las palabras pueden ser performativas y que los discursos envuelven acciones. La muerte es falsa en el plano de la ficción: el actor se levanta, se limpia el jugo rojo y vuelve a su casa. Todo se puede hacer y deshacer. Pero en la realidad, el cuerpo que cae no se levanta, la muerte es, y no se revierte ni se repara pidiendo perdón.

El uso de discursos ambiguos y cargados de eufemismos, que no afirman ni niegan los hechos, fue la estrategia de comunicación de quienes llevaron adelante el golpe de Estado de 1976. Videla afirmaba en una conferencia que “(…) mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está… ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Nuestro macrismo busca instalar ese tipo de discursos donde la realidad parece ser secundaria y los poderosos, amparados en la posibilidad de cometer errores, pueden hacer sin querer queriendo. En la realidad, la violencia es ejercida sobre los cuerpos. Los intentos de invisibilizarlos y de despolitizarlos no borran el miedo y el dolor que se percibe sensiblemente en un contexto de incremento de la represión con el fin de ordenar a los muchos.

Durante la última dictadura cívico-militar, tanto el terrorismo de Estado como las políticas económicas y sociales buscaron generar una atomización social, una ruptura de las solidaridades de clase y la instauración de la sospecha sobre el semejante. La continuidad de un modelo individualista y la sujeción a una productividad ubican a cada individuo en el lugar que supuestamente se merece. Si nos desidentificamos con el prójimo, el otro no puede afectarme. Frente a esta escena, la defensa de los Derechos Humanos reaparece como una posibilidad de volver a lo colectivo y de apelar a una sensibilidad empática hacia un otro con derecho a la existencia. Un otro que puede ser pobre, negro, trans, mapuche, gay, inmigrante, militante y/o mujer.

En nuestro país, las mujeres fueron pioneras en la lucha por los Derechos Humanos. Frente a la urgencia de la desaparición de sus hijos, las Madres se organizaron por fuera de cualquier canal institucional o poder establecido. Hoy las mujeres nos levantamos masivamente contra los femicidios, la violencia de género y la trata de personas. Ante la complicidad de las fuerzas de seguridad, de jueces y de políticos, se alza una lucha que nace fuera de las entrañas del poder en defensa del derecho más básico de un cuerpo a existir, con pleno derecho, con plena posibilidad. Quienes atacan hoy a la lucha feminista la tildan de ser parcial, propia de un grupo de feminazis, de adolescentes de clase media porteña, de intolerantes. Y a las Madres se las acusaba de locas. Cuando en realidad se trata de movimientos por naturaleza universales, inclusivos, plurales, que apelan a lo que todos compartimos y, sobre todo, a una sensibilidad política cuya vitalidad nos interpela a todos.

Este carácter vital se afirma en las movilizaciones del 24 de marzo, así como en las marchas del movimiento feminista. Frente a la violencia, los cuerpos salen a la calle con pañuelos blancos y verdes, bañados en glitter, bailando danza afro, murga, tocando sikus o tambores, llorando, cantando, gritando, abrazándose y dejando que corra la emoción en el cuerpo. Son marchas performáticas, donde salimos a disputar un lugar en la lucha por definir lo que consideramos justo.

Hay terror ahora // Comparsa Drag

No es la falta de terror la que nos acompaña en esta caminata, es la certeza de no ceder ante él, de no regalarle sumisión ni fiesta. No nos une el terror, sino la potencia del hartazgo. Hartas de una sociedad de policías sin placas. De tanta bala al bala. De tanto medirse las pistolas. De tanto espionaje mediático.  Andamos asqueadas de tanto oficio de botón. De tanto patova de molinete. No estamos hechas para estar mansas. Estamos vivas, tejiendo cosas, no seremos esclavas de sus impuestos al movimiento. De su masacre habitacional e inmobiliaria. ¡Saltemos molinetes! No estamos dispuestas a seguir implosionando dentro de nuestras vidas, no estamos dispuestas a entregarle nuestrxs amores y ocio. Seguimos esquivando horrores con las heridas de la dictadura. Cada evitar un golpe nuevo abre más nuestros tajos. Estamos hirviendo mientras regalan tibieza en la otra esquina. Somos una parranda manchando la geografía latinoamericana porque todo al sur está jodido, sobreviviremos a este tiempo porque somos cucarachas de treinta mil tetas presentes ahora y siempre, sobreviviremos y no dejaremos de pensar la democracia mientras vivamos. No estamos dispuestas a someternos al terror del binomio y la dicotomía. A la falacia de la democracia heterosexual. Volveremos a pensarla porque no es esta la democracia que queremos, ni merecemos, ni por la que luchamos. Somos una puja por la auto gobernabilidad de los cuerpos. No estamos dispuestas a someternos al terror del neoliberalismo Macrista ni al de Bolsonaro, al terror de los patrones, de los curas cómplices, de los machotes diarios. Será con nuestro agite como machete, será con nuestro taco en mano, siempre sin la yuta. Los calabozos los llenaremos con genocidas y al Congreso lo vaciaremos de caretas. No estamos dispuestas a su terror sanitario, a trabajar para la gorra. A la gorra nunca. A la gorra nada. No estamos dispuestas al terror de ser prisioneras entre fronteras. No tenemos límites, nuestra putez y mariconería viaja a mil millones de años luz de la cabeza conserva de quienes nos representan en este negocio en quiebra. Nosotras no estamos desconstruyendo nada, estamos viendo qué hacer con las ruinas. Miren lo que han hecho. Ahora somos hijas del desastre. No estamos dispuestas a la cipayeada con la que se nos pretende controlar. Estamos sí dispuestas a vencer el terror complejizando, a bailar para que no nos maten de tristeza, a besarnos con la pasión de mil yeguas trotando en el campo, a quemar todo si es necesario porque hay terror ahora. Hay terror ahora porque el silencio persiste. Porque las urnas se llenan de cenizas y se candidatea cualquier hijo de empresario. Porque los números de víctimas del terror de Estado se ponen en jaque y siguen subiendo. Porque entre muertxs hay clase. Porque son quienes administran los que compraron a la Argentina a costa de la sangre de treinta mil compañerxs. Porque nuestros cuerpos resisten, persisten e insisten en ser historia, en hacerla, en contarse, en seguir vivas frente al piedrazo en la jeta que nos da el fascismo y sus apellidos de siempre, sus amigos de siempre, sus fórmulas económicas de la necropolítica del marketing neuronal. Hay terror ahora y por eso andamos juntas. Pero que no se confundan ni por un ratito. No nos une el terror, sino la potencia del hartazgo.

Marchar el 24 // Diego Valeriano

Marchar a la comisaría sabiendo la respuesta, llorar a los muertos de ambos bandos, hacer cuadras de más para evitar a los giles, esperar el 238 en Libertad. Acompañar a la mamá con los tapper al comedor, marchar unos pares de veces para que ella entre en el listado de altas. Pensar en su viejo cuando escucha hablar de desaparecidos en la Básica de la otra cuadra. Embarrarse al pedo, hacer los deberes en la copa de leche, sentir vergüenza en la escuela.

Los besos que ya no quiere dar, los pibes que son unos panchos. Las amigas hechas madres, hechas putas, hechas mierda. Los besos que sí quiere dar pero no encuentra. Los cansancios, los exámenes. Aprender a caminar haciéndose respetar donde no existe el respeto, ni la memoria, ni la verdad, ni la justicia desde hace muchos años.

Volantear en el centro con tal de no quedarse en el barrio. Un trabajo, una excusa, una huida, estar en marcha. Ser promotora para no querer ser nunca madre, cualquier cosa menos madre, menos hija. Repartir papelitos en el centro, respirar ese aire sucio. Soportar la mano del chabón sobre la calza bien clavada. Soportar las cosas que le dice al oído, las invitaciones, soportar cualquier cosa, pero cualquier cosa posta con tal de estar lejos.

Le duele como acá, por la boca del estómago y se le llenan los ojos de lágrimas cuando vuelve en el Sarmiento. No quiere ni volver, ni estar, ni irse. No quiere ya casi nada. No quiere esto que siente y no sabe qué es.

No quiere nunca más acompañar a la abuela al cajero, hacer la cola mientras esa vieja egoísta espera sentada en una parecita a la sombra. No quiere ir a trabajar a la feria para la tía que mal paga. No quiere ir a la parroquia ni a los talleres por la beca.

No quiere reemplazar a Gladys el 24 en la marcha porque es feriado y no tiene donde dejar a sus nenas. No quiere ir por un bolsón, no quiere viajar tan lejos por tan poco, no sabe qué puede pasar. Está harta de hacer caso, no quiere volver tan tarde, no quiere soportar a los guachos que se escabian y se ponen pesados, ni llevar la bandera porque le da alta vergüenza que alguien la vea.  

Para qué sirve marchar el 24 si total ya está. // Luciano Debanne

Para qué sirve marchar el 24 si total ya está.

Total ya nos ganó esta runfla de canallas, ya nos pasó por arriba el tsunami, nos llegó el agua al cuello, ya fue todo, vendo todo me voy a la mierda, Mauricio Macri la puta que te pario.

¿Para qué sirve si total ya volvieron ellos mientras nosotros cantábamos que íbamos a volver, si lo irreversible se revirtió, si el amor no venció y fue vencido, si el otro era la patria pero también era peor de lo queríamos que fuese?

¿Para qué sirve si total se mueren las viejas, con sus lágrimas y sus carteles a cuesta, y con los que quedan no estamos de acuerdo, si es un quilombo de peleas por ver quién va primero, si los que cantan son los de siempre y los que hablan también, si los choripanes son cada vez peores y más caros, si ya hay otras marchas carnavalescas, festivas, novedosas e ingeniosas para subir a las redes?

¿Para qué sirve marchar el 24 si al costado de la marcha van a estar los que duermen en la calle, los nenes pidiendo comida, los negocios cerrados, las prostitutas adolescentes de los pueblos chicos, los pibitos que se suben a la 4×4 por 50 pesos, los merenderos de techo de chapa y gotera, los hacheros que duermen bajo el nailon roto de la silo bolsa y toman agua con tierra de un tacho, las trabas que no fueron invitadas, la verdulera a la que le afanaron la caja del día la vez pasada, el remisero que tiene parado el auto porque se le hizo bosta el tren delantero en un pozo durante la ultima lluvia y no hay un mango para arreglarlo y no tiene qué hacer?

¿Para qué sirve marchar el 24 justo ahora que es año electoral, y se superponen los actos, y hay que decidir dónde poner la guita, y el sonido, la plata para los afiches, las ganas de movilizar, no podemos mover a las bases todos los días, vamos a convocar a delegados y cuerpos orgánicos, más que eso no nos da; decidir donde poner las fuerzas, y los jirones de ganas de activar que quedaron guardados en un frasco en el frezeer pero es lo último que hay?

¿Para qué sirve marchar este 24 por un 24 de hace tanto tiempo cuando todos los días estamos estrenando una miseria?

¿Para qué sirve seguir andando con las caras en blanco y negro si seguimos sumando carteles con gente nueva, si siguen desapareciendo gente, y también desapareciendo indios y trabas y wachos y presas y viejos olvidados en hospitales públicos y enfermos pobres de HIV?

¿Para qué sirve marchar el 24?

No sirve para nada.

Como no sirve para nada festejar los cumpleaños, ni encontrarse a comer asado con los amigos, ni mandar un mensaje preguntando ¿llegaste bien?, ni sacarle una foto al pibe el primer día de escuela, ni despedirse con un nos vemos, cuidate, qué estés bien.

No sirve para nada como no sirve leer un poema, escribir el nombre de quien te gusta en la parada del colectivo, stalkear al ex. No sirve como no sirve mojarse con la manguera en verano, ir al río, bailar, coger.

No sirve para nada como no sirve compartir el mate, ni reírse de los chistes boludos del compañero, ni besarse en la calle, ni decir te amo por primera vez mientras miras una serie de Netflix o te tomas una birra en la esquina o te escapas de la escuela. Como no sirve silbar, ni cantar en la ducha, ni leer mientras cagas. No sirve como no sirve el carnaval, ni la navidad, ni los feriados puentes, ni los cumpleaños. Ni burlarse del jefe por lo bajo, ni arrancarle los carteles a sus candidatos, ni putear a la línea de canas con escudos.

No sirve para nada, como no sirve reconocerse a lo lejos, saludar con la mano alzada, el puño cerrado o los dedos en V, o darse una abrazo mientras marchas por el medio de la calle, para recordar que aunque no sirva para nada acá estás ¿entendés? Acá estamos y ni toda esta camionada de mierda nos puede sacar.

No sirve para nada, y quizás esa sea la conquista: ir más allá de la estrategia,  más allá del cálculo, más allá del deber.

Tres años de gobierno de Cambiemos: El gobierno más represor desde 1983 // CORREPI

A tres años cumplidos de gestión de Cambiemos, hoy el Archivo refleja el imponente salto represivo del gobierno que ha batido todos los récords de sus antecesores desde fin de 1983, y ya ha comenzado a superar los propios. A fin de 2017, decíamos que, por primera vez en los 35 años transcurridos desde el fin de la dictadura cívico-militar-eclesiástica, el actual gobierno había superado la barrera de un muerto por día a manos de su aparato represivo.

Señalábamos que, frente al promedio de un muerto cada 30 horas del conjunto de los 12 años de gobierno kirchnerista, e incluso frente al pico de uno cada 28 horas de 2015, el macrismo había incrementado la frecuencia exponencialmente, con un caso cada 25 horas para fin de 2016 y uno cada 23 al año siguiente.

Tres años después, el promedio de muertes bajo el gobierno del PR gravedad del dato, que es mucho más que un número, basta comparar el ritmo del crecimiento: Al kirchnerismo le llevó más de 10 años pasar de un caso cada 30 horas a uno cada 28. El macrismo, en apenas tres años, incrementó a más del doble la frecuencia.

En el curso de este año incorporamos 1.102 casos al Archivo, totalizando 6.536 hasta diciembre de 2018, y 6.564 si incluimos 28 casos ya chequeados de 2019, ocurridos en enero y primeros días de febrero, contra 5.462 que teníamos registrados hace un año.

Un total de 1.303 personas fueron asesinadas por el aparato represivo estatal durante la gestión de Cambiemos, entre el 10 de diciembre de 2015 y el 12 de febrero de 2019.

 

 

Más del 85% del total de personas asesinadas por el aparato represivo estatal estaban en un calabozo o caminaban por un barrio.

Las recurrentes y ampliadas campañas de “ley y orden”, al amparo del discurso oficial de la “inseguridad”, invisibilizan los homicidios de gatillo fácil contra jóvenes y pobres, que sólo trascienden en circunstancias muy particulares, o cuando son seguidos de una fuerte reacción popular que atraviesa el muro mediático. En estos tres años se da una paradoja significativa, al ritmo de la época: mientras los fusilamientos de personas desarmadas, en particular varones jóvenes, como se verá más adelante, crecen a un ritmo nunca antes visto, es cada vez menor el reflejo de esos hechos en los medios del sistema. Excluyendo los casos de contacto directo con la familia o amigos, son los medios de comunicación popular y las redes sociales los que nos permiten enterarnos la mayoría de las veces. A la vez, se desató como nunca antes una campaña de legitimación de estos fusilamientos, protagonizada por los funcionarios de primera línea del gobierno y amplificada hasta el paroxismo por los medios hegemónicos. El abrazo del presidente Mauricio Macri al policía de gatillo fácil Luis Chocobar y el de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich a la policía fusiladora Carla Céspedes son las dos fotos que ilustran uno de los rasgos distintivos de la gestión Cambiemos: la explícita y frontal reivindicación pública del gatillo fácil como política de estado, que se complementa con medidas normativas, como la Resolución 956/18 y el Programa Restituir.

En la categoría de muerte de personas privadas de su libertad, que incluyen cárceles, comisarías y todo otro lugar de detención (incluso patrulleros) confluyen los clásicos “suicidios”, que encubren, en una enorme proporción, la muerte por aplicación de tormentos, e incendios que se inician como medida de protesta o pedido de ayuda y que, invariablemente, no reciben auxilio o lo reciben tardíamente. En 2018, resulta inevitable destacar el caso de la comisaría de Transradio, Esteban Echeverría, que estaba inhabilitada para tener personas detenidas por la falta de condiciones mínimas para el alojamiento. De 27 personas hacinadas en un calabozo con capacidad para mucho menos que la mitad, 10 murieron como consecuencia de un incendio. Por otra parte, las muertes violentas por heridas de arma blanca son, en muchos casos, ejecuciones por encargo de los servicios penitenciarios, que usan para ello los llamados “coches-bomba” (sicarios). También se registran de manera creciente fallecimientos por enfermedades que nunca causarían la muerte con una mínima atención médica (apendicitis, hepatitis, tuberculosis, etc.).

En los pocos casos en los que podemos acceder a datos oficiales, como los de la Procuración Penitenciaria de la Nación respecto de las cárceles federales, o los de la Comisión Provincial por la Memoria bonaerense, constatamos que también en este “rubro” el gobierno de Cambiemos muestra su eficacia represiva, con un promedio cercano a las 150 muertes al año solo en unidades penales de la provincia de Buenos Aires. Es indudable que el aumento espectacular de la población carcelaria condiciona el incremento de las muertes intramuros. En las cárceles federales, con una capacidad para 12.235 personas, se hacinan hoy 13.529, mientras que las unidades bonaerenses, con capacidad para 29.000 personas, hay 38.000, sin contar las más de 4.000 amontonadas en comisarías de la provincia, con espacio para menos de 1.000 y sólo por períodos breves.

 

La casi totalidad de las muertes en comisaría corresponde a personas que no estaban detenidas por acusaciones penales, sino arbitrariamente arrestadas por averiguación de antecedentes o faltas y contravenciones. En esos casos resulta aún más incomprensible el argumento de la “crisis depresiva”, como dicen los partes policiales, pues son personas que en horas recuperarán la libertad. Rodolfo Walsh lo explicaba mejor que nosotros: “Como todo el mundo sabe, la melancolía que inspiran las altas paredes de una celda fomenta negras ideas en los jóvenes débiles de espíritu, los ebrios, los chilenos carteristas y, en general, la gente sin familia que pueda reclamar por ella. Otro factor deprimente que acaso contribuya a la ola de suicidios en tales calabozos son las inscripciones que dejan los torturados”.

Las casi 200 desapariciones registradas no están desagregadas como modalidad aparte, pues pueden concurrir tanto con fusilamientos de gatillo fácil como con muertes bajo custodia y hasta con asesinatos intrafamiliares u otras modalidades. Así, los casos en los que la víctima fue vista en una comisaría, o cuando la detenían, están listados bajo la categoría muertes en lugares de detención; los casos en que la víctima fue fusilada y luego desaparecida están bajo la modalidad gatillo fácil, y Santiago Maldonado, se sumó, junto a Rafael Nahuel, al listado de asesinados en la represión a la protesta y el conflicto social. En los casos que no se conoce lo sucedido, o no se trata de ninguna de las modalidades principales, se incluyen en la categoría “otras”.

Los asesinatos en el marco de causas fraguadas para “hacer estadística” y los hechos resultantes de otros delitos cometidos por miembros de las fuerzas de seguridad, reconfirman la constante participación policial en delitos comunes, vendiendo información, proveyendo zonas liberadas, proporcionando armas o interviniendo directamente en la organización de robos tipo comando, tráfico de drogas y autos robados, secuestros extorsivos, trata de personas, etc., incluso a veces como parte de “operaciones de prensa” para ganar prestigio desbaratando los ilícitos que ellos mismos generan, o para ganar espacios en sus disputas de poder internas, potenciadas por la coexistencia de más de una fuerza en los territorios.

Los asesinatos en el marco de la protesta social, en marchas, movilizaciones y cortes de ruta, suman 91 desde 1995. El gobierno de Cambiemos inauguró en 2017 su cuenta, con la desaparición y asesinato de Santiago Maldonado, y el fusilamiento de Rafael Nahuel, por mano de GNA y PNA respectivamente, y sumó, en 2018, los asesinatos de Ismael Ramírez (13) en la represión a un piquete de desocupados en Sáenz Peña, Chaco, y de Rodolfo Orellana, militante de la CTEP, en la represión a un conflicto por tierra y vivienda en La Matanza.

8M en Guadalajara: de cómo los cuerpos alumbraron la calle // Ita del Cielo

Lo que parece generación espontánea en el tercer llamado internacional de Huelga Feminista, no lo es. Para que un torrente de miles de mujeres pusiera el cuerpo con tanto ímpetu en las calles, hubo atrás un proceso organizativo tejido con paciencia, asamblea tras asamblea, acuerdo sobre acuerdo. Palabras cuidadosamente escogidas, gestión de tiempos y modos.

Acuerpadas en la red Yo si voy 8 de Marzo –nacida en 2014– el núcleo organizador de las jornadas del 8M en la capital jalisciense, tras seis asambleas públicas y abiertas, decidió ocupar la Avenida Alcalde. Justo a un costado de la catedral emblema del conservadurismo católico, un enorme pañuelo verde anuncia la entrada al territorio rebelde: la maternidad será deseada o no será.

Frente a la Rotonda de las personas ilustres -un redondel con quince estatuas en su mayoría de hombres destacados de la región- fueron montadas tres carpas: Vulva, Deseo y Libertad para impartir talleres. En algunos se trata de involucrar al cuerpo en todos la reflexión a través de la palabra: “Juego de pelota feminista”[1], “Microtaller de poesía de autorretrato”, “Feminismo como práctica transformadora”, “La Vulva: posibilidades del placer”, “Ecofeminismo”, “Tejer como forma de sanar”, “Mapeo colectivo” “Qué es el género” “Línea del tiempo”, entre otros.

Por ejemplo, Abril del Ángel, explica la hipótesis de la ecología feminista: “la naturaleza está igualmente oprimida que las mujeres por el sistema patriarcal”, en este escenario la crisis ambiental sería el resultado de las relaciones desiguales que hay entre hombres y mujeres, como las hay del ser humano con el entorno natural. La conversación colectiva intenta conectar las luchas que han encabezado las mujeres en defensa de los bienes comunes, como en Tariquia, Bolivia –contra el extractivismo petrolero—como en Cherán, Michoacán –en defensa del bosque– donde son Ellas, las primeras que salen para defenderlos frente a la tala clandestina. Se trataría entonces de pensarnos como parte de la naturaleza defendiéndose.

De forma más discreta otras dos carpas acompañan la jornada: una donde se compartirá la comida y otra habilitada como ludoteca/guardería a cargo de varones. A las 5 de la tarde, cuando la temperatura ha bajado de los 30 grados, las estatuas del redondel fueron intervenidas con pañuelos verdes. Minutos después en el Paseo Alcalde un grupo de mujeres cuelga un paliacate[2] en el rostro de una estatua monumental: “Nosotras con las zapatistas”.

Marea de emociones

La Perla de Occidente, como se le conoce a esta ciudad,  la tercera más grande de México, ubicada a unos 500 kilómetros al Este de la capital, se caracteriza por haber sido por años fiel territorio católico y región apta para lavar dinero proveniente del narcotráfico. “Jalisco tierra de Mariachi, Tequila y feminicidio” apunta acertadamente una activista. En los últimos años, el azote de la violencia paraestatal, lo que la narrativa mediática llama “delincuencia”, ha provocado la ausencia de mil quinientas mujeres. Apenas es enero y ya faltan 24 mujeres que han sido asesinadas tanto en espacios domésticos como públicos.

Quizá por ello sorprenda más la radicalidad y audacia –ante los ojos de los incrédulos— con las que flujos de mujeres jóvenes tomaron las calles del centro histórico el pasado viernes, con la intención de romper la gubernamentalidad del miedo. La potente manifestación encabezada por la consigna: ¡Organizadas paramos la violencia! culminó en un coro de miles de voces en la Glorieta de los y las desaparecidas, donde por lo menos dos mil cuerpos rebeldes prendieron una luz, para recordar la llama encendida en el Encuentro Internacional de mujeres que luchan, realizado el año pasado en el Caracol Morelia.

Si en cada localidad el llamado internacional de Huelga Feminista tomó formas singulares al reclamar la calle, en Guadalajara la propia manifestación ofertaba ya una serie de prácticas para buscarle un apellido al feminismo. En la vanguardia, entusiasta batucada de mujeres con orígenes y edades diversas van sabiendo encontrar su ritmo, sus garrafones a modo de tambores retumban el détournement: “¡No-que-re-mos ma-chos-que-nos-asesinen!”.

Atrás, las pancartas sacuden las mentes: “Ya párese señora” “No es histeria, es historia”, “Nos enseñan a ser rivales, decidimos ser aliadas”, “Orgasmo: derecho divino”, “Educación sexual feminista”.

El bloque lesbofeminista a todo pulmón, reclama existencia lésbica: ¡Pucha[3] con pucha, lesbianas en la lucha! ellas proponen amar a las mujeres como política sexual elegida “porque nos sabemos merecedoras de amor, placer, y fuerza”.

Enseguida, una compañera del bloque antiespecista, vestido de negro, sostiene el dibujo de una manada de animales no humanos al lado de una mujer: “mi cuerpo no se come, no se viola, no se vende”.

Luego están las familias de las ausentes, acompañan y sostienen por tres horas un tendedero caminante de siluetas para hacer presentes a mil 500 desaparecidas en la entidad. El grito desesperado de este bloque provoca escalofríos: “¡Señor, señora no sea indiferente se mata a las mujeres en la cara de la gente!

Al fondo colectivos mixtos –zapatistas, comunistas. “Patriarcado y capital, alianza criminal”, sostiene un chico militante quien marcha como aliado.

 

Los pañuelos, negro, verde, morado, rojo, coloreados minutos antes de la marcha. La intervención performática que incluía látigos y carne de bistec de cerdo como metáfora viviente del consumo masculino de cuerpos feminizados. Lo que podría parecernos soliloquios fragmentados, pueden ser leídos también como pétalos que coexisten.

El sol aún no se oculta, en la parada de la calle Federalismo se busca encender las primeras lucecitas dirigidas a las zapatistas: “les pensamos, les respetamos y les acompañamos”. Ahí, un contingente se suma con un enormísimo banner: “¡No a los megaproyectos! Luchar, resistir, el acuerdo es vivir”.

Como si fuera presagio antes del anochecer, la tonalidad de la tarde transitó a cielo violeta. A su paso por el edificio de la Universidad de Guadalajara, la rabia estalla: “¡No más acoso en la universidad!”, exige el numeroso contingente de jóvenes estudiantes

Política de contagio

Lo que mostró el despliegue sincronizado de cuerpos rebeldes y organizados esta tarde es creación e inteligencia colectiva. A cada quien según su capacidad, de cada una según su interés. Una especie de autopoiesis. Pero ¿de qué se nutre? ¿Serán los años de experiencia de las veteranas, será el ímpetu de las más jóvenes, será la necesidad de buscar otra forma de vida, será la claridad política de algunas? “Lo que nos ha dado fuerza es la amistad”, reflexiona Evelyne Herrera, desde la Comisión de Logística.

Pero y, ¿cómo gestionar las diferencias realmente existentes entre mujeres? Las jerarquías a ratos de diluyen, a ratos se tensionan. Más que la edad o el origen, son las formas, cuidar las formas. “A veces reproducimos lo que hemos aprendido de las organizaciones políticas de las que venimos”, y a pesar del cansancio reconoce su propio esfuerzo por no “tirar la toalla” durante el proceso organizativo. Identifica que han sido en los círculos de estudio –convocados después de la visita de Silvia Federici a Guadalajara— realizados en el espacio feminista Cuerpos parlantes, donde se ha afianzado un potente lazo entre mujeres.

Se trata de una “política de contagio”, explica con agudeza Fernanda Justo Hernández, activista  de la Organización del Pueblo Trabajador, ella insiste en que el feminismo es justamente una práctica transformadora inserta en una lucha más grande, la anticapitalista y antirracista, de ahí la necesidad de buscar alianzas.

¿Qué hay de común en la experiencia de la manifestación? Para Sarai, diseñadora y fotógrafa, oriunda de Mazatlán, la manifestación se trata  de “un espacio seguro cercano al corazón”, y al mismo tiempo “un lugar triste porque estamos marchando por las mujeres que ya no están, que quizá no pudieron alzar la voz”. Y es que además de las pasiones tristes, el maquillaje y la brillantina, las máscaras, las flores,  forman parte de una ritualidad alegre y festiva. Encontrar juntas una pulsión de vida para no “sofocarnos con el dolor”. El cuidado de las otras está presente: hay una chica que pregunta si te has puesto bloqueador solar, pues los rayos aún arrecian. Carteles improvisados y esténciles cuidadosamente preparados para intervenir los muros, recuerdan que no todo está bajo control, que los desbordes son parte del contagio.

Desde otra perspectiva, igualmente situada, la veterana Belinda Aceves Becerra, de oficio bibliotecóloga acompañada de la colectiva Mujeres Insurgentes, organizó el taller “La línea del tiempo de los derechos de las mujeres”, un recorrido que si bien comienza en Europa con Olimpia de Gouges abarcó las geografías de Medio Oriente y México. “Hay que entender que el patriarcado ha estado a lo largo de la historia, y hay que reconocer también donde estaban nuestras abuelas, madres y en que momento nacimos”. Arelly y Adanelly, dos hermanas de 19 y 21 años originarias del pueblo de San Marcos, relatan que fue en la ciudad donde conocieron el feminismo gracias al tema de la menstruación. Acudieron al taller de Belinda donde descubrieron, a modo de diálogo intergeneracional, que “esta lucha no es de unas cuantas, sino de miles de mujeres a través de la historia”.

De la lucecita vendrá una llamarada

Si la consigna de las manifestaciones de izquierda sacrificial rezan así: “ésta marcha no es de fiesta, es de lucha y de protesta”. El pasado 8 de marzo quedó claro que la acción feminista está renovando el lenguaje de las protestas callejeras. Puede que el dolor y la tristeza por las ausentes convoque a muchas, pero lejos de quedarse sumidas en la impotencia, aparece la digna rabia.

Caída la noche, se encienden las lámparas integradas en cientos de teléfonos móviles, éste es el modo urbano para responder la pregunta zapatista que a contrarreloj obtuvo centralidad simbólica en las acciones ¿Dónde está pues tu lucecita que te dimos?

El coro repite al unísono con júbilo: «Compañeras, hermanas, cuando estamos juntas se encienden dentro de nosotras, poco a poco, unas lucecitas. Son las que nos dieron las mujeres zapatistas que resisten desde las montañas de Chiapas, pero son también las que nos han dado todas las mujeres que luchan en el mundo. Quizás no siempre sea fácil ver estas lucecitas, pero en el centro de ellas hay fuegos que arden y que se buscan para crecer. De nuestro tejernos vendrá una llamarada y brillará todo.

Al finalizar la marcha, todavía hay energía para la fiesta, Cuerpos parlantes, un espacio clave para esta jornada,  se habilita para una celebración no-mixta. Las DJs inyectan ritmo a lo que se vive como todo un éxito colectivo. El núcleo organizador mueve las caderas gozosamente.

 

[1] Hace referencia al juego de pelota que tuvo orígenes con los pueblos mesoamericanos

[2] Pañuelo con diseño hindú, utilizado para cubrir el rostro de los militantes zapatistas

Del estado somos todos al gobierno crítico de nosotros mismos // Roque Farrán

Si ha fallado la interiorización del Estado y el empoderamiento ciudadano, oportunidad abierta luego de la crisis de gubernamentalidad de 2001, eso no se puede remediar con una lógica puramente militante y voluntarista; sino que es necesaria una crítica inmanente y rigurosa de nosotros mismos -allende las ideologías- que exceda la mera culpabilizacion y atraviese todos los niveles y prácticas de conducción: educativas, barriales, sindicales, estudiantiles, partidarias, parlamentarias, ejecutivas, comunicacionales, etc. El procedimiento judicial en pos de la verdad también tiene que ser impecable y seguir hasta las últimas consecuencias. No es cuestión de partidismos o ideologías, en este caso, hablamos de la constitución de nosotros mismos. Constitución Nacional, sí, pero también Constitución Ontológica. Nada menos que eso está en juego: o nos transformamos o perecemos.

Cuando Foucault vuelve sobre el caso de Edipo, en “El gobierno de los vivos”, para analizar el cambio de un “régimen de verdad” (cuestión que excede el “trillado círculo de poder-saber”, como él dice, e implica a los sujetos en la manifestación de la verdad), resulta clave justamente el pasaje de un modo poder-saber basado en la sentencia oracular al de uno en que prima la racionalidad sin concesiones del procedimiento jurídico. Claro que ese pasaje no es para nada simple, porque implica también a los sujetos en cuestión, en calidad de operadores, testigos u objetos; no hay racionalidad pura sin interpelación al sujeto en la manifestación de la verdad, que es lo que quiere mostrar Foucault. Es increíble que lo que estamos viviendo hoy los argentinos se aproxime tanto, por estructura, a aquel relato clásico y a los avances investigativos en torno al modo de gobierno que ensayaba Foucault en los 80. Estamos ante la posibilidad de un cambio régimen de gran magnitud, un cambio de régimen de verdad. Si Macri fuese consecuente como lo fue Edipo, e hiciera todo lo posible para que el procedimiento jurídico llegase hasta las últimas consecuencias en el cuestionamiento del círculo de poder-saber (como a veces sugiere), entonces se produciría un verdadero cambio: caería lo que tenga caer, rigurosamente, incluido quizás el mismo presidente (como sucedió con Edipo), su entorno familiar, y en nuestro caso también caería esta suerte de madre sustituta y perversa de la repuliqueta que es Carrió (junto a su séquito). Por eso, digo, si entendemos ante qué nos encontramos, no podemos enredarnos en el juego de la posverdad, el relativismo o la lógica militante, acá el procedimiento jurídico riguroso de la verdad anuda todas la dimensiones necesarias al caso.

Roque Farrán, Córdoba 17 de marzo de 2019

La revuelta en la cultura // Lila María Feldman*

Julia Kristeva dedicó mucho de su escritura a la cuestión de la “revuelta”, palabra en la que me vengo ocupando (La lengua revuelta, El cuerpo revuelto) para pensar este tiempo histórico y los modos actuales de subjetivación. Siguiendo la pista dejada por Julia Kristeva, me interesa abordar ese territorio particular de los sujetos que lo colocan tanto como sujeto del inconsciente, como sujeto de la cultura.

¿Por qué hablar de revuelta?

Me interesa poder situar algunas coordenadas en la búsqueda de sentido, en tiempos donde para muchos de nosotros el sentido está fuertemente conmovido.

Particularmente para les psicoanalistas, que trabajamos con los pacientes de hoy, resulta urgente revisar nuestras teorías (y que ello no quede sólo en una formulación de un deseo), si queremos estar a la altura de la época y sostener el psicoanálisis en la posición de quien lo creó -y tantos rescatamos- de haber sabido nutrirse de la cultura de su tiempo para interrogarlo, cuestionarlo, y revolucionarlo. Ser consecuentes con lo mejor del psicoanálisis es ser capaces de revisar los propios fundamentos. El texto será «revuelto» por la experiencia. La autoridad es la experiencia, único modo de que el texto no se convierta en libro sagrado, o dogma. El texto está vivo cuando admite ser des-leido.

«Cultura-revuelta» es sinónimo de libertad y creatividad, de autonomía singular y colectiva. En ese sentido es que propongo, aquí, profundizar y trabajar la palabra «resistencia» a partir de la palabra «revuelta». No se trata simplemente de un juego de palabras, es más bien, intenta serlo, afianzar una posición. ¿Resistimos y sostenemos ese lugar para detenernos y resignarnos, «aguantar», esperar tiempos mejores, aferrarnos a los viejos esquemas, o estamos dispuestos a asumir una posición bien activa, y tomamos la delantera? ¿Cómo logramos volver sobre la historia y producir rupturas? Desde ya, las revueltas están ligadas al acontecimiento, no se planifican. Para Kristeva, revuelta involucra varios sentidos: centralmente la aborda desde la noción de movimiento, y la noción de espacio y tiempo. Revuelta es paradójicamente retorno y viraje, giro, vuelta, curva, conmoción, recubrimiento y desenvolvimiento. Releer, revolución, rebelión, sub-versión, mutación; ha tenido y sigue encerrando numerosos sentidos. Sin dudas, no hay en ella un movimiento lineal, progresivo, ininterrumpido o directo. Concentra lo anterior y lo novedoso. Retorno y proceso. Kristeva resalta la plasticidad del término a lo largo de la historia junto a su dependencia respecto del contexto histórico. También la palabra muta, se recrea, siempre en torno a alguna dimensión de conflicto.

El avance feminista no atañe únicamente a mujeres, es un movimiento de revuelta cultural. Está vivo en las calles, en los consultorios, en los pacientes y en nosotros mismos. ¿Está vivo el psicoanálisis? ¿sabrá escuchar no sólo los sufrimientos actuales? Me pregunto si también será capaz de volver a pensar los modos en los que un sujeto se construye, desde su nacimiento en adelante. ¿Sabrá seguir siendo revuelta, como lo fue en sus mismos orígenes, y en tantos otros momentos de su historia?

La revuelta es entonces la operación que hace de la cultura, y del psicoanálisis, algo vivo. Experiencia, no texto en el que resistir (religiosamente), mientras lo viejo se derrumba y desmorona. La condición para la revuelta es poder pensar contra uno mismo: contra el propio pensamiento y lo ya pensado, cerca de lo desconocido más que de la confirmación de lo ya sabido. Retomo así la «reivindicación de la revuelta», que propuso Kristeva, cuyos tres sentidos más fuertes se resumen en: transgresión, elaboración y desplazamiento, o juego.

La revuelta, hoy, una vez más, ha extraído algo de lo carcelario e inmutable al cuerpo y al lenguaje. Avancemos: ¿qué puede hacer la revuelta en la cultura? ¿Y en el psicoanálisis? Mi planteo es que la revuelta es condición para el porvenir del psicoanálisis.

La revuelta entonces es apertura para «des-encantarnos» de ese apego fascinado por lo ya pensado, de las lecturas ritualizadas y rumiantes, salir también de los «encantamientos» que nos oprimen. Pasar de sujeto iluso, «ilusionado», a sujeto soñante. En otro lugar propuse pensar a la utopía como la versión política, por excelencia, del sueño, en contraposición a las ilusiones-espejismos que nos pasivizan y encandilan. El sueño, entonces, es el lugar de la libertad y la creación, es trinchera, allí nadie ingresa a la fuerza. Reducto, bastión de la subjetividad, usina de futuro. Futuro psíquico y futuro político.

Cuando sueña, el sujeto del inconsciente -a la vez que sujetado a un campo de determinaciones- se des-captura. El sueño, a través de la aventura psicoanalítica, vía transferencia e íntimidad, se constituyó en un campo privilegiado de trabajo con uno mismo y con el lenguaje. El sueño fue clave absoluta en el armado psicoanalítico, en la Obra freudiana es punto de partida, los propios sueños de Freud y el trabajo con ellos (en su autoanálisis) lo fueron, así como el descubrimiento de la escucha analítica diferenciada respecto de la mirada examinadora del «médico», espectador de los síntomas histéricos. Freud propuso, descubrió, que había que escuchar a las histéricas. Centralmente sus sueños. El par asociación libre-atención flotante es tributario de ellos.

Los psicoanalistas seguimos escuchando sueños. También estamos viviendo y protagonizando un tiempo en el cual algunos sueños, colectivos, son causa de luchas, extensión de la libertad, potencia transformadora. Los escuchamos, en cada una de las historias con las que trabajamos. ¿Sabremos vitalizar el psicoanálisis a partir del trabajo con ese material, en cada biografía particular, con los variadísimos fenómenos que desencadenan? Al psicoanálisis se lo crea y se lo inventa cada día. Con los sueños de hoy. Freud definió sujeto y definió cultura. ¿Son definiciones definitivamente cerradas, o podremos volver a definirlos? ¿Son definiciones absolutamente delimitadas una de la otra? Particularmente en una época en la que se pelea por los modos, los derechos, y las libertades para definirnos, cada une, y con los otres.

Me preguntaba antes si el psicoanálisis hoy puede escuchar a los sueños. También habría que preguntarse: ¿puede el psicoanálisis soñar? ¿Seguir soñando? El psicoanálisis nació con los sueños. Se engendró-descubrió con un sueño, el de «la inyección de Irma».

En este siglo pasamos de la histeria al feminismo. ¿Qué hace, hoy, la palabra de las mujeres con el lenguaje? Las histéricas del siglo XIX se valían en primer término del cuerpo, ese pudo ser el lugar paradigmático, a través del síntoma, de su revuelta. El psicoanálisis inventó un dispositivo para escucharlas: así instauró un pasaje del cuerpo a la palabra. Hoy, las palabras, el lenguaje, se redefinen también. ¿En cuáles palabras, en qué lenguaje nos reconocemos? ¿Cómo nos posicionamos frente al poder patriarcal, organizador de los discursos, los relatos y los mitos con los que se forjó la subjetividad occidental y moderna? Porque Freud pudo pensar, por supuesto, desde ahí.

Ésta revuelta, ¿se atreverá a discutir los cimientos mismos del edificio psicoanalítico? ¿Qué es ser consecuentes entonces con el descubrimiento freudiano? Freud construyó saber desde la marginalidad y desde la transgresión a los saberes dominantes, y a sus propios maestros. Kristeva dice que «…en la escucha de la experiencia humana el psicoanálisis finalmente nos comunica esto: la felicidad no existe sino al precio de una revuelta». Es lo opuesto a normativización, y es una llama por reavivar, siempre, porque para el sujeto siempre hay necesidad de experiencia, una experiencia capaz de dar sentido. No siempre hay capacidad de revuelta.

Avancemos.

¿Qué sobrevive de lo ya pensado? ¿El sujeto del inconsciente es a-histórico? ¿Qué mito fundacional hoy nos subjetiva?, ¿qué idea de cultura tenemos, cómo nos representamos y subjetivamos? ¿Es la narración de Tótem y tabú la narración con la cual pensarnos? ¿La horda de hermanos, varones, sigue siendo el ámbito central donde la cultura humana se funda? ¿Y las mujeres? ¿Las mujeres se reparten, según el deseo del hombre, que encuentra regulación en la salida de lo incestuoso, y con ella la exogamia? ¿La salida exogámica es privilegio y potestad de los varones? En muchos momentos lo femenino queda demasiado enlazado a lo materno. Lo femenino, dice Kristeva, «quedó en la oscuridad, absorbido, reabsorbido en el pacto de los hermanos». El campo de los deseos y la sexualidad, de la cultura y el pacto que la sostiene, se ordenan en función de lo masculino como lugar hegemónico.

¿Hoy mantenemos ese mito -me pregunto- a la hora de pensarnos, cuando trabajamos con pacientes, cuando pensamos subjetividad y cultura, cuando nos ubicamos respecto de cierta idea de aparato psíquico, cuando pensamos en la sexualidad y los enigmas y desafíos que ella presenta? ¿En qué modos retorna eso oscurecido y reprimido? Indudablemente, retorna. Lo femenino retorna y apunta fuertemente a reformular los.andamiajes de nuestra cultura.

Y más allá de «Tótem y tabú», ¿seguimos identificando terceridad con función paterna? ¿El estadio del espejo en torno a la función materna? ¿Seguimos pensando funciones con relación a un género en particular?

Hoy el asesinato totémico y mítico del padre se revuelve a partir del asesinato, inconcluso aún, pero de ninguna manera mítico, del patriarcado. El campo psicoanalítico tiene por delante esa empresa. Hay bastante que revisar, si queremos seguir pensando y no quedar obturados por las teorías sexuales infantiles…del psicoanálisis en los tiempos de su creación, con todo lo que pudo, y con todo lo que no.

El porvenir de una ilusión, hoy se encuentra, en nuestro país, como en otros, frente a una posible, a mi modo de ver urgente, experiencia-revuelta: separar Iglesia de Estado (forma de regulación y organización político-cultural).

Freud murió en tiempos en los que la religión fue una de las causas de la mayor tragedia de la Historia: en nombre de una religión y una raza «superior» (resumiendo bastante toda la complejidad de ese tiempo histórico) se exterminó a millones de mujeres y hombres, niños y niñas, instaurándose una política de muerte.

Freud miraba el porvenir preguntándose qué lugar ocupaban las creencias religiosas, si eran necesarias para un aglutinamiento cultural, y qué lugar ocuparían en un futuro. Se respondía que no. Las pensaba cercanas, vinculadas, a las creencias y teorías propias de la neurosis infantil. Ilusiones… su historia, genealogía, y pertenencia judía, parte vital de la composición de su pensamiento, no le impedía cuestionar y pensar la función que pueden cumplir ciertas creencias. Sobretodo cuando se movilizan y se ponen al servicio de algún poder. En la actualidad, en nuestro tiempo histórico, también posibilitan, enlazadas al discurso del Poder Neoliberal, políticas de muerte: condenan a la clandestinidad y la muerte a tantas mujeres. E impiden el acceso igualitario a una educación sexual integral.

¿El psicoanálisis es ajeno a todo ello? No lo era para Freud.

Sostengo que separar cultura y religión es un trabajo pendiente para el psicoanálisis, la política y la cultura de este tiempo. El feminismo es el nombre de la experiencia-revuelta hoy.

Separar, hoy, Iglesia de Estado es una operación que permitiría desarticular la función pastoral (que lo neoliberal reproduce y amplifica), en la regulación y acceso a recursos públicos, así como en la posibilidad de constituirnos en sujetos, todes, de Derechos. Es extraer del campo de la política buena parte del ordenamiento pastoral que regula en función de culpas y pecados, y divide en puros e impuros, prometiendo cielo o infierno según los grados de sumisión.

La revuelta tal vez permita, en eso estamos, que podamos revisar los fundamentos mismos del Estado. No solamente sus promesas.

Un porvenir subjetivado y subjetivante no es un porvenir que se aguarda, ni en el que solo se resiste. Es un porvenir que se sueña y se crea. En las vidas singulares y en los encuentros y ámbitos colectivos. En la cultura, en general, y en el psicoanálisis, en particular. Fundamental para trazar un pensamiento que sepa transformar realidades, no sólo describirlas, en la búsqueda de una vida capaz de hallar mayores márgenes de libertad y menor sufrimiento.

La experiencia-revuelta, que hoy es el feminismo (que tiene historia y nunca empieza de cero), con su potencia des-naturalizadora, máquina hecha de sueños pero también usina generadora de sueños, tal vez podrá ser lo que permita el pasaje de la política de los espejismos a la política de la libertad y la ampliación de Derechos.

Honrar la revuelta freudiana y apostar al porvenir del psicoanálisis es volver a ser, seguir siendo, capaces de revueltas.

Bibliografía:

-Anzieu, Didier: «El autoanálisis de Freud y el descubrimiento del psicoanálisis», Vol. I y II. Siglo XXI editores. México, 2016.

-Feldman, Lila María: «Sueño, medida de todas las cosas». Bs.As; 2018.

«El sueño es al futuro lo que el azogue al espejo», Revista Topía. Bs.As; Noviembre de 2018.

«La lengua revuelta», Página 12. Bs.As; 2019.

«El cuerpo revuelto», Lobosuelto.com. Bs.As; 2019.

-Freud, Sigmund: «La interpretación de los sueños». En Obras completas. Vol. IV y V. Amorrortu Editores, Bs.As; 1992.

«Tótem y tabú». En Obras completas. Vol. XIII. Amorrortu Editores, Bs.As; 1992.

«El malestar en la cultura». En Obras completas. Vol. XXI. Amorrortu Editores, Bs.As; 1992.

«El porvenir de la ilusión». En Obras completas. Vol. XXI. Amorrortu Editores, Bs.As; 1992.

-Kristeva, Julia: «Sentido y sinsentido de la revuelta». Eudeba, Bs. As; 1998.

-Pontalis: «Al margen de los días», Editorial Topía, Bs.As; 2007.

-Sztulwark, Diego: «La crítica de los gobernados (1)». Lobosuelto.com, Bs.As; 2018.

Lila María Feldman es psicoanalista y escritora, autora de Sueño, medida de todas las cosas (Paidos 2018),libro ganador del primer Premio del Sexto Concurso Topía de Libro de Ensayo 2017

Justicia reconoce el asesinato de Rafael Nahuel como una violación a los derechos humanos

La apelación del organismo de derechos humanos barilochense había sido rechazada por el juez federal Gustavo Villanueva, quien entendió que los hechos investigados no revestían una violación de los derechos humanos como para permitir dicha participación.

Sin embargo, la Cámara Federal de Apelaciones de Roca interpretó que el asesinato del joven mapuche puede encuadrarse bajo esa figura y dio crédito al planteo de la APDH que, en base a fallos de Argentina de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, sostuvo “la importancia de la participación de los organismos de derechos humanos, en causas en las que los órganos represivos del Estado son investigados como en el caso de Rafael Nahuel”. En ese hecho “su muerte se produce como resultado de un operativo represivo de las fuerzas de seguridad, donde se analiza el contexto de la represión a un grupo mapuche en el marco de una protesta social, el uso desproporcionado de la fuerza y el homicidio por la espalda del joven”.

De esta manera, la Cámara Federal citando jurisprudencia de la Corte Internacional entendió que la prohibición de ejecuciones extrajudiciales que señala el Derecho Internacional es una “grave violación de los derechos humanos”.

Para el Tribunal “hay un hecho no controvertido en la causa que es la muerte de un joven civil a raíz de un disparo de arma de fuego y la presencia en el lugar -lo que predica sobre su posible involucramiento en ese hecho- de integrantes de una fuerza de seguridad estatal”.

La presentación de la APDH fue realizada por su representante legal, Sebastián Feudal.

Con este fallo de la Cámara Federal no sólo los padres de Rafael Nahuel querellarán en la causa, sino también la APDH de Bariloche.

Para ese organismo el asesinato del joven mapuche fue “un homicidio agravado por alevosía y odio racial”, y debe actuarse “tanto contra los autores materiales como contra los instigadores y responsables del procedimiento represivo que culminara con dicha muerte”.

 

  enestosdías 

18/03/2019

 

El mesianismo plebeyo de Bombo, el reaparecido // Diego Sztulwark

Notas sobre el libro de Mario Santucho, Bombo, el reaparecido, Seix Barral, Buenos Aires, 2019

¿Se trata de una nueva historia del ERP escrita desde la autenticidad que se supone otorga la herencia de la sangre y del apellido? Nada de eso. O mejor: ¡mucho más que eso! La meticulosidad con la que Mario Antonio Santucho trata los datos históricos y emplea cada palabra revela de por sí la singularidad notable de Bombo, el reaparecido: la crítica de las armas en función de las armas de la crítica. El relato sigue la pista del misterioso Bombo Ávalos o Abad, combatiente excepcional de la guerrilla rural de quien el Estado no ha logrado precisar su apellido ni establecer las circunstancias de su muerte (Santucho registra unas seis). La búsqueda se interna en la historia de Santa Lucía, el sufrido pueblo tucumano que fue testigo privilegiado de la formación de la Compañía de Monte Rosa Jiménez, foco rural que entró en actividad en la coyuntura determinada por la muerte de Perón y la crisis del peronismo de mediados de los años setenta, y donde luego se llevó a cabo el Operativo Independencia y la carnicería del general Antonio Domingo Bussi. ¿Es posible que Bombo haya sobrevivido al horror? ¿Que lo hayan visto  de regreso, décadas después, en su Santa Lucia natal?

Lucas, un niño de una favela de Brasil desesperado por aprender a leer,  es el personaje central del corto Mi amigo Nietzsche (Fáuston da Silva, 2012). Está por repetir el año y quiere evitar la sanción. Su maestra le aconseja: “lee todo lo que encuentres, cualquier cosa”. Lucas sigue al pie de la letra su consejo mientras corre con sus amigos un barrilete y entra en un basural a jugar a la pelota. En medio del fango encuentra un libro: Así habló Zaratustra de Nietzsche. Aprenderá a leerlo no sin dificultades y con ayuda de un cartonero. En la historia de Lucas, los libros no son parte de un capital cultural ni los ladrillos iniciales de una carrera académica: están en la basura y forman parte de las ruinas de una cultura ilustrada que supo creer en ellos como un instrumento de transformación.

Siguiendo a Bombo, Santucho se sumerge en un mundo en ruinas: un universo plebeyo de sobrevivientes, en algún caso más próximo al hampa que a las habituales militancias de la memoria. Busca escapar de la esterilidad con que el dispositivo de la derrota recubre el lenguaje de la reconstrucción histórica, en particular el del progresismo y los derechos humanos. Tal como lo reconstruye Silvia Schwarzböck en su notable libro Los espantos. Estética y postdictadura (Cuarenta Ríos), tras el terrorismo de Estado que condenó a los revolucionarios al campo de concentración no hay representación material de aquello que en los años setenta podía ser vivido como vidas de izquierda. Luego de la dictadura, escribe, solo hay vidas de derecha. Siguiendo a Rodolfo Fogwill, Schwarzböck describe la postdictadura como la situación en la cual aquellos que fueron victoriosos en la guerra contrarrevolucionaria se vieron eximidos de narrar su triunfo, mientras que los derrotados –los sobrevivientes– se encontraron compelidos a tomar la palabra y narrar lo que había pasado: desde sus militancias hasta la represión. Los vencedores se dedicaron a disimular su victoria y los vencidos fueron subsumidos en la nueva atmósfera a través del dispositivo de la cultura, que ofrece espacios para enseñar, dar charlas y escribir sin tensar las relaciones sociales y políticas.

El libro de Santucho puede incluirse entre los intentos (podemos decir lo mismo de Abajo a la izquierda, libro de inminente publicación de Mariano Pacheco) por derribar este cerco de la cultura que afectó de impotencia a buena parte del discurso progresista de toda una época. El antiprogresismo de Santucho, como el de Pacheco, consiste en volver a incomodar con el testimonio de vidas de izquierda. En Pacheco, esas vidas son las de los años noventa, creadoras de una contracultura, de una nueva relación entre palabra y cuerpo capaz de reintroducir la tensión política que la derrota había aniquilado. La masacre de Avellaneda –el asesinato de Kosteki y Santillán– encarna el propósito represivo de borrar esas vidas marcadas por el protagonismo organizado de una fuerza barrial y callejera, las del movimiento piquetero argentino de inicios de siglo. En Santucho, las preguntas irresueltas vienen de más atrás y recorren los mismos caminos que Pacheco. Se trata del problema de la violencia en un contexto histórico que hace inviable la táctica de la lucha armada. Lo borrado en la posdemocracia, para Santucho, es el problema mismo. En sus palabras: la propia “iconografía progresista” tiende a diluir esta cuestión de la violencia como cuestión aún sin resolver. Y lo hace en el acto mismo de elaborar un “panteón de héroes revolucionarios” como acto de construcción de una “memoria estatal”. Este cuestionamiento de la memoria está en la base misma del trabajo de Mario Antonio Santucho. Lejos de quienes han cuestionado por la política de derechos humanos del kirchnerismo desde la censura de la lucha armada (sobre todo Héctor Ricardo Leis, autor de Un testamento de los años 70. Terrorismo, política y verdad en la Argentina), lo que interesa en Santucho es el eterno retorno, la recomposición de la enemistad, la capacidad de recobrar problemas estratégicos adormecidos por el dispositivo de la derrota que describe Schwarzböck.

Ni desmarque ni reivindicación: Mario Antonio Santucho bucea en el océano rastreando el tesoro perdido de la revolución derrotada. Ya no se trata de la mera reivindicación de la voluntad y el heroísmo, sino de una disposición a afrontar los problemas difíciles que se plantean en nuestra época. “Aprender de las revoluciones fracasadas”, decía León Rozitchner. En ocasión de la represalia llevada a cabo por el ERP ante fusilamientos de un grupo de combatientes por parte del Ejército, la guerrilla inicia una serie indiscriminada de ejecuciones de oficiales de las Fuerzas Armadas que culmina en la desastrosa operación en la que muere una de las hijas del capitán Viola. Santucho escribe: “El error de la ejecución develó el horror en la concepción”. ¿En qué consiste este “horror de concepción”? Responder con terror al terror estatal conlleva la reafirmación de un círculo vicioso en el que la guerra devora la política. Esa concepción lo horroriza. Y al mismo tiempo es necesario atravesar cada uno de aquellos dilemas irresueltos, porque en cada una de esas resoluciones insatisfactorias se descubre la persistencia de aquel tesoro buscado: un estado de indagación a fondo sobre problemas que deberán ser pensados de otro modo y en nuevos contextos. Esta disposición introduce una diferencia abismal –¿generacional?– con respecto a los ecos de la polémica abierta hace casi una década y media por la carta del filósofo Oscar Del Barco. Luego de colaborar con la guerrilla guevarista del EGP en los años sesenta, el filósofo se arrepentía de haber apoyado experiencias en las que la política se autorizaba a ejecutar actos de violencia asesina, y se pronunciaba en favor de la capacidad regulativa del mandamiento bíblico del no matarás.

La inspiración de Bombo, el reaparecido es benjaminiana. No se acepta que la crítica de la revolución deba hacerse al interior del dispositivo de la derrota. Al contrario: se parte de la convicción de que el dispositivo actúa como cierre sobre el pasado con el objetivo de tapiar toda apertura del futuro. Su empeño, por lo tanto, es volver sobre lo que la historiografía de los años setenta ha dejado de lado (¿qué sabemos realmente de Bombo?) para constituir con ese archivo imágenes dialécticas capaces de rescatar lo no realizado del pasado a fin de inventar posibles imposibles hacia el porvenir. Volvamos al libro. A propósito de la política de la vendetta del ERP, el 20 de septiembre de 1974, la guerrilla ejecuta al comerciante Héctor Zaspe y al policía Eudoro Ibarra, acusados de haber participado del homicidio del militante Ramón Rosa Jiménez, el Zurdo, en Santa Lucía. Se trató del “desgarro definitivo de una comunidad tensionada” o bien de “fogonazos que iluminaron una grieta que ya existía y se estaba tornando insoportable”. En todo caso, “la guerrilla guevarista había adquirido el poder de dar muerte en nombre de la justicia popular”. Frases como estas, que parecen buscar un inverosímil punto de equilibrio, elaboran en realidad lo esencial de la posición singular del autor, que desaprueba toda apología militarista sin  que ello implique escamotear lo esencial: la actitud que lleva a sostener abierto el problema histórico del papel de la violencia en procesos políticos determinados por la intensificación de la lucha social.

La pulsión historicista de Bombo, el reaparecido apunta a restituir lo que permaneció impensado en las aporías de la revolución, no para enmendar un sueño congelado –en tanto que congelado pernicioso– de generaciones anteriores, sino para retomar el fluido vigilia y sueño en el que los sueños son producción, como lo afirma Lila Feldman en su hermoso libro El sueño, la medida de todas las cosas. Sin ellos, aún si astillados, carecemos de materia imaginaria para afrontar la realidad efectiva de la vigilia en la que sigue presente, de un modo nuevo quizás, la cuestión de la enemistad.  

***

La pregunta ¿qué se hereda? llevó al poeta e historiador peruano José Carlos Agüero, hijo de militantes de Sendero Luminoso asesinados por el Estado, a cuestionar lo que escamotean las retóricas apropiadoras –las del Estado y las de los grupos políticos revolucionarios– del drama de la violencia política del Perú. En su libro Los rendidos se lee: “Se aprende a convivir con la vergüenza. Tener una familia que para una parte de la sociedad está manchada por crímenes, que es una familia terrorista, es una realidad concreta, como una silla, una mesa o un poema”. El libro es el resultado de notas que escribía desde hacía años en su blog con el objetivo de entender a sus padres. Escribir para “re-mirar a los culpables, a los traidores, a los criminales, a los terroristas, y por contraste también a los héroes, a los activistas, a los inocentes y quizá a los que no son nada, a los espectadores, los que creen que son el público pasivo en este drama. Y revisar nuestro lenguaje”. La otra enorme pregunta de Agüero –dirigida a su madre– es ¿de quién es el cuerpo del militante? “Al final, tu cuerpo pertenece a muchos (¿deberías haberlo considerado?)”. Su libro Persona reflexiona sobre los cuerpos destrozados, la tortura y el tratamiento que el Estado ha hecho de los militantes. Se impone la constatación de la destrucción: “No logramos conservarnos como sujetos un tiempo mínimo para fundar una historia o una experiencia que pueda ser transmitida o heredada. El cuerpo, el cuerpo mínimo para ser cuerpo, no existe”. No hay cómo desentenderse de la oscuridad de esta constatación que refiere de modo directo el desmembramiento físico de los sujetos por obra del terror político.

La búsqueda de las trazas del paso de sus padres por la existencia lo confronta con polvos, restos indiscernibles, puesto que se trata de mezcla de cenizas. Son las cenizas de otros seres, y no solo de compañeros de militancia, porque en la masacre de El Frontón (en la que fallece su padre) mueren senderistas y no senderistas. Agüero busca en su recuerdo y encuentra que “todos los senderistas eran parecidos: muchachos flacos, oliendo a cigarro”. Combatientes dominados por la necesidad de “guardar silencio. Informar. Moverse”. Recuerdos que afrontan las cenizas producidas por los hornos crematorios del Estado destinados a la desaparición de los cuerpos. Cuenta, además, con unas fotos familiares, unas prendas de vestir, una ficha postmortem. “No hay patria que se ofenda de sí misma”, escribe Agüero. Y no la hay porque esos hornos crematorios y los fusilamientos extrajudiciales, junto a los cuerpos peritados y sus respectivos certificados, erigen las verdades constituyentes de todo Estado”.

Persona propone un programa “antiheroico”, que supone defender a los muertos de las manos de los puros y de los poderosos, evitar la apropiación mitologizante, suspender la poética cómoda. Impedir la sustitución de las vidas por emblemas románticos, falsos sujetos de causas, reinos de las fantasías. Una persona es “apenas una huella”, “una representación”, “un golpe de vista”, “un mapa de sí misma”. Un programa destinado a hablar de los cuerpos como incertidumbre. Una narración hecha sin la lengua del orgullo (contra toda exigencia de identidad), como la que ensayan por aquí las ex hijas de genocidas. “Quizá lo único que podemos hacer con humildad, con respeto, es parecernos a los destruidos”, “dejar de medrar a su costa”. “Los restos sin importancia de unos terroristas masacrados están en cajas en la Fiscalía. Esperando su poeta”.

En Mario Antonio Santucho la búsqueda de una lengua de la incomodidad no supone disolver la enemistad en el perdón. La disconformidad que ambos escritores manifiestan hacia cierta autocomplacencia del mundo de los derechos humanos de la Argentina es bien diferente. En Agüero se da como desaprobación a un estilo de politización o de radicalización discursiva: “Quizá les pase a otros. No lo sé. Pero eslóganes como ‘No olvidamos, no perdonamos’. Esos rótulos tan seguros de sí, de lo que es lo correcto, nunca me han gustado, no me motivan”; en Santucho se manifiesta como insatisfacción por el modo como los organismos inscriben y destacan a las víctimas “en el gran mausoleo de la memoria estatal”. Pero se trata de disconformidades internas al movimiento. De hecho, en contextos diferentes, tanto Agüero como Santucho forman parte (y renuevan con su trabajo) de las operaciones de sensibilización del campo social inaugurado por los organismos.

***

En el epílogo, Mario Antonio Santucho busca entenderse: ¿Por qué escribir esta biografía y no afrontar de modo directo la historia de sus padres asesinados cuando él era apenas un bebé? ¿Es esta una investigación preliminar en esa dirección o más bien un modo de elusión de la conmemoración edípica, un desplazamiento que conduce a Santucho a filiarse menos con cierto activismo vinculado a la industria de la memoria y más con geografías montaraces y combatientes/sobrevivientes pertenecientes a clases populares de provincias norteñas? Si este fuera el caso Bombo, el reaparecido puede ser leído, también, como procedimiento antiedípico.

Lo que nos distingue de aquella época es la irremontable asimetría de fuerzas en favor de los que mandan: “La violencia organizada ya no constituye un recurso al alcance de los oprimidos”. Las armas pertenecen por entero al mundo de los negocios. Y los poderes “se enmascaran”, adoptan fisonomías siniestras. Mientras escribe el epílogo resulta asesinado Rodolfo Orellana, militante de treinta y seis años, de un tiro por la espalda “y no sabemos si fue derribado por una bala policial o por un disparo mafioso. Últimamente resulta cada vez más difícil distinguir”.

No hay una única verdad. Si la hubiera, si la única verdad fuese la realidad, la realidad misma sería inmodificable. Además de la verdad-realidad está la verdad-desplazamiento, como enseña el filósofo catalán Santiago López Petit. Traducido a la discusión militante argentina: la política como vocación de servicio y la utilización astuta del Estado para distribuir fondos del Estado hacia los más humildes es tan loable como idea cuanto, en el fondo, falaz a la hora de transformar la situación. “Sin ruptura no habrá nada nuevo bajo el sol”. Si la verdad-realidad abruma con pruebas, la verdad-desplazamiento actúa por signos, señales de rebeldía que anuncian otros tiempos. Seguir a Bombo, esperar su reaparición, es ya vivir la transformación de la rebeldía en rebelión: un mesianismo plebeyo.

¿Quién mandó a matar a Marielle Franco? // Jáder Santana*

Trés figuras fueron protagonistas del carnaval brasilero el 2019. Dos como referencias negativas -Bolsonaro y las naranjas que se refieren a una de las crisis más recientes de su gobierno- y una como símbolo de resistencia y lucha delante de este escenario: Marielle Franco, la concejal negra, lesbiana, de la favela, asesinada hace exactamente un año, el 14 de marzo de 2018.

Cómo si cobrara por una respuesta que tardaba, el Carnaval propagó por las calles el rostro de Marielle y las preguntas: ¿Quién la mató? ¿Quién mandó a matarla? Una semana después del día que marca el cierre del ciclo carnavalesco, se conoció el resultado de la investigación por el crimen de la concejal y su chofer, Anderson Gomes. El último martes 12 dos policías militares fueron detenidos acusados de disparar contra la quinta concejal más votada de Río de Janeiro.

El policía militar Ronnie Lessa, de 48 años, disparó 13 veces en contra el auto en que estaba Marielle -asesinada de tres tiros en la cabeza y uno en el cuello- y Gomes -que recibió tres tiros en la espalda. Quien conducía el auto en que estaba Ronnie era el ex-policía militar Élcio Vieira de Queiroz, de 46. Los dos fueron arrestados en la madrugada del martes, cuando se preparaban para huir de sus casas, lo que indica que, posiblemente, ya sabían que el cerco de la investigación se estrechaba.

Antes de ir en dirección al mar de coincidencias que pueden relacionar los dos policías a la persona que sea la respuesta de la pregunta que resta -quién la mandó mandar?-, es importante analizar el perfil de los acusados y acercarse a la línea de investigación que llevó hasta ellos. Ronnie y Élcio demostraban “abyecto y repugnante desprecio por la vida”, según denuncia el Ministerio Público de Río de Janeiro. El documento afirma: “El crimen en contra la víctima Marielle fue practicado por motivo torpe, interligado a la abjeta repulsa y reacción a la actuación política de la misma en la defensa de sus causas”.

Los promotores que investigaron los crímenes también declararon que Ronnie y Élcio prepararon el atentado por tres meses, y que el primero tenía una “obsesión” enfermiza por personalidades políticas de la izquierda. Llegaron a esta conclusión después de analizar cerca de 700 GB de datos remotos, que incluyeron el rastreo de 2.428 torres que estaban en el trayecto de Marielle en la noche de los asesinatos. Este esfuerzo se hizo difícil sobretodo por una información divulgada aún en las semanas siguientes al crimen: las cámaras de la calle en que fueron muertos Marielle y Anderson estaban estratégicamente apagadas en la noche del atentado, lo que puede indicar la acción directa de alguien de dentro de los sistemas de seguridad – visto que los dos arrestados estaban alejados de sus funciones.

Las torres de comunicación de la zona registraron 33 mil líneas telefónicas. El número fue reducido a 318 después de un cuidadoso análisis de las imágenes de un vehículo estacionado en la calle del evento en el que participaba Marielle. En el celular de Ronnie encontraron búsquedas sobre la agenda de la concejal y la dirección de su casa. Google, Apple y Microsoft colaboraron a pedido de la justicia. Declararon 230 testigos y se analizaron 190 denuncias que recibió la polícia.

¿Quién la mandó a matar?

Marielle fue asesinada cuándo dejaba la Casa das Pretas, un espacio de encuentros y desarrollo de acciones de crecimiento intelectual y cultural en el centro de Río. Participaba del evento Jovens Negras Movendo as Estruturas. Sus últimos movimientos por la ciudad dicen mucho de su trayectoria. Elegida concejal con 46 mil votos en las últimas elecciones, en 2016, Marielle dedicaba su tiempo a la defensa de los derechos humanos, a la divulgación cultural de la vida en las favelas, a la lucha en contra la violencia de género y policial y a la búsqueda por igualdad de oportunidades para mujeres negras.

Su trayectoria la puso en oposición directa con las milicias -organizaciones criminales establecidas en comunidades de la periferia y formadas sobretodo por ex-policías, que intimidan y extorsionan a los habitantes con la máxima de “justicia por mano propia”. Según la Universidade do Estado do Rio de Janeiro, hasta 2010 las milicias dominaban el 41,5% de las favelas de Río. La lucha de Marielle la enfrentaba a esta situación. Marielle incomodaba.

Marielle incomodaba la familia Bolsonaro, que tiene histórica ligación con las milicias de Río. Son alarmantes las coincidencias que acercan el clan Bolsonaro al crimen y a sus dos perpetradores. Una fotografía divulgada por grandes medios de prensa en Brasil y reproducida en las redes sociales muestra al presidente Jair Bolsonaro abrazado al expolicía Élcio Queiroz, chofer del auto del que salieron los disparos que mataron a Marielle y Anderson. Los dos sonríen en la imagen.

Bolsonaro habló públicamente sobre la situación después que los acusados fueron arrestados. En una entrevista colectiva, dijo que le sacan fotos con muchos policías, millares de ellos, por todo Brasil. Dijo aún que no tiene ningún tipo de relación con Élcio -que había sido expulso de la corporación después de investigaciones que lo relacionaban al tráfico de drogas, venta de armas y a las milicias, en 2011. El presidente también dijo que ni siquiera conocía a Marielle antes de su asesinato – aunque su hijo, Carlos Bolsonaro, también haya sido electo concejal de Río.

 

Otra coincidencia. El policía reformado Ronnie Lessa, el que realizó los disparos, vivía en el condominio Vivendas da Barra, en el barrio Barra da Tijuca. Jair Bolsonaro también tiene casa en este condominio -ahí vive Carlos Bolsonaro y adonde se ha montado el QG de su campaña presidencial. Tan pronto fueron divulgadas estas informaciones, los investigadores del asesinato se adelantaron a explicar que, a pesar de las coincidencias, no hay nada que relacione a la família Bolsonaro al crimen. Siguiendo esta declaración, un periodista le preguntó: ¿es verdad que una hija de Ronnie ha sido novia de un hijo de Bolsonaro? La respuesta: “Sí, pero eso no es importante”.

Otra coincidencia más. La madre y la mujer de un sospechoso de integrar milicias trabajaban en el gabinete de Flávio Bolsonaro, el hijo más grande del presidente, ahora senador por Rio de Janeiro. Las dos mujeres fueron contratadas cuando Flavio aún era diputado estadual. El sospechoso, Adriano Magalhães da Nóbrega, que era capitán de la policía militar, está desaparecido. La milicia que integraba Adriano, llamada Escritório do Crime, fue acusada por Marielle de promover el comercio irregular de tierras en las favelas. Investigaciones también apuntaban para la relación de esta milicia con el asesinato de la concejal.

Y una última coincidencia. En su cuenta oficial en Twitter, Bolsonaro divulgó el último lunes una charla en inglés entre una periodista de O Estado de S. Paulo y una segunda persona. En su post, Bolsonaro publicaba una transcripción del audio y atacaba la periodista, diciendo que ella tenía el deseo derribar al gobierno con chantajes. El inglés del presidente no es de los mejores, y esta claro que la periodista no se refiere a Bolsonaro en estos términos. Lo que dice, sí, es que la evolución de las investigaciones sobre corrupción pueden llevar al impeachment del líder.

Bolsonaro y sus aliados sostuvieron el error y aprovecharon para cuestionar el nivel de profesionalismo de la periodista, Constança Rezende, y de su padre, el también periodista Chico Otávio, que es profesor y uno de los más destacados de la prensa brasilera. Chico es uno de los responsables de los artículos que exhiben la relación del clan Bolsonaro con los milicianos de Río de Janeiro. Es también el autor, y acá la coincidencia es alarmante, del artículo que dio la primicia de la detención de Ronnie Lessa y Élcio Queiroz, menos de 24 horas después que Bolsonaro atacara a  su hija.

Cuestionar el profesionalismo de Chico y su hija un día antes que el mismo periodista divulgara los resultados de una investigación que puso Brasil en suspenso parece ser una estrategia del presidente para desacreditar la información que hizo temblar su imagen. Bolsonaro sabe que su fuerza está en la comunicación directa con sus millones de seguidores en las redes sociales. Pero esta también puede ser su más grande debilidad, ya que poco a poco expone sus tácticas para maquillar los problemas de su gobierno.

Es prematuro asociar de manera firme a la família Bolsonaro a los milicianos que mataron a Marielle. Pero tampoco se puede cerrar los ojos y no ver los puntos de contacto que entre ellos. Ya sabemos quién la mató. La pregunta que falta contestar es aún más importante.

 

*Jáder Santana es reportero especial del diario O Povo, en Fortaleza, Brasil.

Cosecha Roja

16/03/2019

 

 

“Tenemos que abrir centros de aborto en cada calle. Que los heteros se esterilicen masivamente. // Virginie Despentes

Tenemos que abrir centros de aborto en cada calle. Que los heteros se esterilicen masivamente. ¿Siete mil millones de esta mierda de humanos? Hay que pararlo urgentemente”

Fóllame irrumpió con una temática y una música muy disruptivas para la sociedad francesa de los años 90. ¿Por qué el aspecto político de la novela fue tan poco comentado y todo parece reducirse al sexo?

–Creo que es porque soy mujer. Cuando publiqué esta novela, yo era joven y a la crítica literaria no le parecía esperable que una mujer tuviera opinión política. Sobre todo, si no había pasado por la universidad. Por todo eso, fue un shock imaginar en aquel momento que estos pensamientos sobre el sexo podrían salir del cerebro de una chica. Era demasiado. También hay que considerar que la gran mayoría de las críticas y entrevistas fueron hechas por cerebros masculinos. Y he observado que cuando se trata de sexo, la luz desaparece de los cerebros de los machos. No quieren oír hablar de sus propias prácticas. Y aún menos verlas desde el punto de vista de una autora. Es por eso que el silencio de la prostituta es fundamental. De todos modos, cuando escribí el libro, yo no pensaba en el lado escandaloso o sexual. Estaba en ese momento muy centrada en una rabia proletaria, y muy consciente de lo que me pasaba. En Fóllame intento describir un mundo donde cuidarte es imposible porque la violencia económica y política te pesa demasiado y te come la imaginación hasta el punto en que la única respuesta posible es un baño de sangre y de nihilismo. Lo más difícil, tal como lo pienso en el libro, es asumir que no puedes tampoco cuidar a los que amas. Los ves caer uno detrás de otro. Y eso es lo que te hace perder la dignidad.

«Cuando publiqué esta novela, yo era joven y a la crítica literaria no le parecía esperable que una mujer tuviera opinión política. Sobre todo, si no había pasado por la universidad», dice Virginie Despentes.

–También su ensayo Teoría King Kong causó un enorme impacto. Era el año 2006 y la obra fue presentada como un “manifiesto del nuevo feminismo”. ¿Ese nuevo feminismo ya llegó?

–En la época de Teoría King Kong, se hablaba de la cuarta ola feminista. Supongo y espero que lo que llega hoy en día sea más un tsunami internacional que otra ola más. Y lo espero porque, si se tratara solamente de una ola, el backlash será fatal, mientras que un tsunami no dejaría nada de las viejas creencias, imposibilitando la venganza.

–En ese libro usted señalaba que los hombres también padecen el patriarcado. ¿Cómo es eso?

–Pues para empezar, trabajan para un orden patriarcal del que disfruta un determinado porcentaje de la población mientras que todos los demás son tratados como esclavos modernos. Los hombres se obsesionan con la autoridad y la autoridad no la tienen ellos: la tiene los grandes jefes de empresas o sus accionistas. Los hombres se someten a un orden que no es un orden justo y son capaces de morir para defender fronteras o valores que no son beneficiosos para ellos. Son los máximos tontos, se comen las migas de los poderosos y disfrutan en casa de una pequeña autoridad y de la posibilidad de la violencia doméstica. Eso no es una vida, es una sumisión absurda. Y por eso, por ser obedientes y cargar con lo que el patriarcado espera de ellos, aceptan mutilarse de la posibilidad de sentirse vulnerables, de la posibilidad de tener deseo propio. Es una lástima. Y lo siento mucho por ellos, que creen que luchan por sus propios intereses.

–A los 30 años dejó de beber y a los 35 abandonó la heterosexualidad para “transformarse en lesbiana”, según explicó. ¿Cuál de esas decisiones fue más difícil y qué resultado han tenido en su vida personal y profesional?

–Parar de beber es extremamente difícil. Abandonar la heterosexualidad es una fiesta. La ausencia de castigo en estos últimos diez años fue una fiesta deliciosa. Parar de beber es otro asunto, es un luto temible y una confrontación brutal contigo misma.

 

–¿El lesbianismo permite entender mejor el feminismo?

–El lesbianismo no te ayuda a entender mejor el feminismo, sino a ser feminista en la alegría. Lo veo mucho más difícil para las pobres heterosexuales que tienen que tener en cuenta sus propios problemas y además encargarse con toda la mierda de la masculinidad heterosexual, que es una catástrofe internacional extrema.

–¿Cómo es su vínculo con la maternidad?

–Afortunadamente no he tenido hijos. Ahora que tengo casi cincuenta años, me parece una catástrofe la experiencia de ser padres. Odio la estructura familiar. Odio el sentimiento de pertenencia que tienen los padres hacia sus niños. Odio la transferencia de neurosis de padres a hijos. Odio la manera en la que tener hijos te obliga a trabajar el doble para conseguir el dinero y tener una vida de mierda para mantenerlos porque nadie te ayuda para nada cuando eres padre. Y más que todo, odiaría tener ahora un adolescente en mi casa y decirle: “Este es el mundo en el que vas a vivir”. Es un mundo feísimo, brutal, absurdo, grotesco, violento, asesino. Es urgente que las mujeres y los hombres dejen de dar a luz. Y paradójicamente, nunca la idea de “ser padres” –y más específicamente de “ser madre”– fue tan glorificada. ¡Más de 7 mil millones de putos humanos! ¡Peor que las cucarachas! Agresivos, destructores, crueles. ¡Más de 7 mil millones! Y seguimos con la propaganda idiota de “qué maravilla dar a luz”. Qué horror.

–En su país, Francia, ha surgido un grupo de mujeres que publicaron un manifiesto en contra de algunas prácticas, como el escrache, y credos del movimiento MeToo: entre ellas, Catherine Deneuve y Catherine Millet. Ellas disienten en que toda mujer es, por definición, una víctima, y además alertan contra el puritanismo sexual que conllevan las denuncias de acoso. ¿Qué piensa sobre esas críticas?

–Lo más difícil para las francesas no fue la presencia en la lista de Catherine Deneuve y Catherine Millet: ahí estaba también la maravillosa Brigitte Lahaye, presentadora de radio y antigua actriz porno, y eso sí ha sido doloroso… No puedo decir que haya entendido muy bien el texto. Denuncian la sexofobia dentro del ámbito cultural y también que es más y más difícil escribir sobre pornografía o trabajar en películas con sexo explícito, fuera del gueto del porno. Sin embargo, no me pareció que las feministas tuvieran demasiado que ver con esta situación. Primero, lo analicé como algo propio de la clase alta. Eran todas mujeres heterosexuales, hijas y esposas de poderosos que venían a defender los derechos de los más poderosos y su derecho a abusar de sus poderes. Justo estamos en una época de Europa en la que los poderosos no soportan los límites. Al final creo que se trata también del temor. Estos hombres de clase alta piensan que merecen las más dóciles putas del mundo y así enseñan que tienen poder.

–Vivimos con la impresión de que impera una gran libertad sexual. Pero usted dice que “el problema es la sexofobia”. ¿A qué se refiere?

–Me refiero al hecho de que puedes vomitar tu odio en las redes sociales mientras no muestres una teta. Hay robots cazatetas… Como si fuera lo único capaz de poner en peligro el orden social. Tetas. Eso es sexofobia. Miedo irracional al cuerpo de la mujer y de la sexualización que conlleva. Me refiero al hecho de que miles de adolescentes han sufrido acoso online o en la vida real porque habían chupado una pija o se habían dejado grabar mientras cogían. Si hubiera una gran libertad sexual, seríamos incapaces en 2019 de llamar a una chica “puta” por tener deseos. Y sería impensable tratar mal a alguien porque le guste el sexo. La libertad sexual no puede pasar si no viene con una desestigmatización de la sexualidad de las calentonas, de las sinvergüenzas, de las que disfrutan de coger sin tener que justificarse con motivaciones románticas o reproductivas. No hemos salido de la sexofobia que ha caracterizado a los monoteísmos. Y no saldremos si no hacemos una revolución de género total, con la abolición de la idea misma de géneros.

–¿La joven que usted fue en sus comienzos literarios hubiera imaginado que se transformaría en miembro de la Academia Goncourt?

–No he sentido una metamorfosis radical cuando entré en ella. No me han invitado a formar parte del jurado para que cambiara lo que soy. Lo que me ha cambiado, y mucho, fue vender tantos libros con Apocalypse bebe Vernon Subutex porque hace casi diez años que la cuestión del dinero se convirtió para mí en una no-cuestión. He comprado, el año pasado, el departamento en el que vivo. Convertirme en propietaria, esto sí me ha cambiado mucho. Me da una sensación de tranquilidad económica profunda, que cambia todo mi sistema de pensamiento aunque no puedo dejar de ver que los refugiados se mueren literalemente en la miseria a doscientos metros de mi casa y eso hace que no me sienta cómoda con esta posición de nueva proprietaria. No sé lo que la joven que fui habría pensado de Virginie Despentes… Las escritoras me parecían muy lejanas. Pero me acuerdo que me parecía muy gracioso leer el Hollywood de Bukowski, cuando el pobre hombre empezaba a pensar en invertir para no pagar impuestos. Y no me parecía mal. Porque sus libros no habían perdido el tono. Espero no perder mi tono tampoco.

–En un mundo fuertemente institucionalizado, usted desarrolló una formación sobre todo autodidacta. ¿No sirven la escuela/universidad en la actualidad?

–Sirven un montón, sí. Puedes hacerlo sin formación universitaria, pero te costará más. El trabajo de escritor pide disciplina, y ésta la aprendes en la universidad. Es genial pasar tu juventud en los bares escuchando punk rock y hardcore pero no te prepara para nada en lo que respecta al trabajo de la escritura. La formación universitaria también te prepara para ser juzgada todo el tiempo y soportarlo. Y te enseña a respetar las estructuras de la autoridad, y a tragar las injusticias sin gritar como una rabiosa. Todo esto he tenido que aprenderlo muy tarde, y me cuesta.

Tiempo de rebelión // Lucía Naser

Llegó otro 8 de marzo, ese día que, si antes era motivo de algunos “feliz día” y algún que otro ramillete o bombón, ahora es resignificado por las luchas feministas. El 8M es día de lucha y de huelga feminista, es día de visibilizar el trabajo remunerado y no remunerado que hacen las mujeres, es día de habitar la calle y encontrarse con múltiples movimientos y colectivos.

Este 8 de marzo se consolidan al menos tres características que eran incipientes en años anteriores: por un lado, la huelga y la marcha se multiplican en diversos lugares más allá de la capital; por otro, los feminismos que las impulsan ya no se encuentran enfocados únicamente en luchas de y por las mujeres, sino que han entrelazado sus manos, cuerpos y consignas con otras luchas, como las de lesbianas, trans, no binarias y transfeministas. Paralelamente, se hace visible que los feminismos ya no sólo se involucran en luchas en torno al género y la sexualidad, sino que se constituyen como un movimiento político preocupado por múltiples aspectos que hacen a la vida, a su reproducción, a las diversas formas de poder, a las formas de (in)justicia social, así como al modelo político-económico que organiza formas de vida y de muerte a nivel local y global.

Mientras algunas mujeres trabajan hace meses en la organización de este día, otras acompañan con entusiasmo su llegada y otras hacen sus primeros contactos con las convocatorias y las consignas, que cambian año a año. Este 8 de marzo, la huelga feminista es convocada por un movimiento que no para de crecer y que ha aprendido a querer sus diferencias y su pluralidad, que le ha soltado la mano a la meta de homogeneidad y a la lógica de la competencia entre sus diferentes formas, para abrazar la creencia y la práctica de que está bueno ser muchas diferentes caminando hacia algunos objetivos en común.

La antesala del 8 de marzo no está llena de buenas noticias: venimos de un verano con índices terribles de feminicidios y travesticidios, de voces que se animan a denunciar y de quienes quieren deslegitimarlas, de niñas obligadas a parir cuando por ley les corresponde el derecho a abortar, de violaciones en balnearios, de iglesias que queman archivos de abusadores sexuales, de fascismos antiderechos que avanzan en la región y el mundo, de violencias contra trans, gays y lesbianas, de amenazas a sexualidades disidentes, de pibas que desaparecen y aparecen muertas, del asesinato de Natacha Jaitt en Argentina, de fallos indignantes de la justicia patriarcal, de celebraciones de congresos por la familia con el beneplácito del Estado. Pero la previa de este año también tiene el “Yo sí te creo”; la aprobación de la ley integral para personas trans luego de una campaña fortalecedora del movimiento y sus complicidades; el afianzamiento de las redes y las voces de mujeres que ya no se callan; las compañeras de Argentina que, aunque pierdan en el parlamento, se saben ganadoras; mujeres murguistas y carnavaleras organizadas; gordas y gordos organizados; campamentos feministas en el Interior; cooperativistas organizadas; mujeres artistas organizadas; más visibilidad lésbica; programas de radio, ferias y mercados feministas; caravanas en todo el país; educadoras y maestras organizadas; la emergencia de un feminismo antiespecista; iniciativas feministas en el interior de la Universidad; la politización feminista de la maternidad. Es, por otra parte, una previa signada por un gran crecimiento y la visibilización de organizaciones en todo el país, lo que ayuda a visibilizar, a su vez, que el movimiento no es únicamente capitalino ni está únicamente conformado por mujeres de clase media intelectual. Los protagonismos se hacen, afortunadamente, cada vez menos nítidos y dan un paso al frente del movimiento mujeres trabajadoras, mujeres trans, lesbianas y hasta compañeras que no se identifican con la categoría de mujeres, aunque sí con la de feministas. Acciones como las de Ni Una Menos, la campaña nacional por la ley trans o las acciones en barrios no céntricos de Montevideo realizadas por el Paro Internacional de Mujeres fueron impulsos importantes para esto. Hoy, los feminismos inundan el territorio y los cuerpos de todo el país: están la Asamblea Permanente de Mujeres Paysandú, el 8M Colonia, la Asamblea Permanente Mujeres 8M Salto, Hacia el 8M Artigas, varios colectivos en Durazno, Canelones y Rocha, y una coordinación permanente en Maldonado, entre otros.

Los feminismos son un ejemplo de que, cuando el mundo tira para abajo, es posible organizarse desde una emocionalidad no derrotista ni derrotada, sino todo lo contrario: desde la fuerza y la alegría que dan reconocer la potencia de un movimiento, la solidaridad que crece entre quienes viven cosas jodidas, pero no para radicarse en la identidad de víctimas, sino todo lo contrario, para descubrir cuánto se puede juntas. Ante el avance del fascismo, los feminismos se fortalecen, se entraman en sus diferentes ramas y vertientes para formar un caudal común. Ante el recrudecimiento de la violencia, los feminismos responden con la radicalización, la maduración y la retroalimentación de sus luchas. Como dos amigas que desde sus barrios y luego de una noche de fiesta se escriben: “Amiga, ¿llegaste?”“Amiga, llegué”. Y saben que quizás no duermen juntas, pero confirmar que la otra está ahí y constatar que estamos para nosotras es como una bocanada de aire una noche llena de peligro, una que nos permite no renunciar a la fiesta, no dejar de salir. Los feminismos despliegan lecciones prácticas y tácticas que necesitan escuchar otros movimientos y causas en crisis, porque las vamos a necesitar ante el oscurantismo que promete el panorama político del presente y del futuro próximo.

ENTRE NOSOTRAS MISMAS. Aunque el crecimiento de las movilizaciones es continuo en los últimos tiempos, año a año las organizaciones convocantes ensayan propuestas y articulaciones diferentes. La Coordinadora de Feminismos viene preparando la huelga hace semanas por medio de plenarias y comunicados abiertos. Con el título “Compromiso 8M” y el eslogan “Ante el fascismo, más feminismo”, la Intersocial Feminista envió una carta a las y los presidenciables en la que les exige “no retroceder en las leyes aprobadas que reconocen una nueva generación de derechos humanos”. Mientras que diferentes sindicatos integrantes del Pit-Cnt resolvieron diferentes convocatorias ‒con sus respectivas polémicas‒, que van desde el paro de 24 horas exclusivamente de mujeres al paro mixto desde las 16.00 para asistir a la marcha.

De las principales organizadoras, la Coordinadora de Feminismos es un pulmón de la presencia feminista en la calle, y no sólo en el 8M. La Coordinadora surgió en el proceso de organizar las alertas feministas, que se hacen cada vez que se comete un femicidio. Se caracteriza por crear formas de movilización que le ponen el cuerpo, la imaginación y la performance a la protesta, y delinear un estilo político que traduce algunas ideas fuertes del colectivo. La Coordinadora está integrada por organizaciones y feministas no orgánicas. Y tiene como principios la autonomía y la autoorganización; la performance como un lenguaje necesario para luchar contra poderes que se ejercen de forma performativa; la horizontalidad como objetivo y la relación entre mujeres como base para construir nuevas formas de vida. Como organización, también promueve un corrimiento de lo que Raquel Gutiérrez llama “política de la demanda” ‒basada en reclamar al Estado y al sistema político soluciones para los problemas‒ hacia formas de lucha no estadocéntricas, concentradas en construir alternativas desde abajo, desde las bases del movimiento, desde el nosotras mismas.

La Coordinadora no tiene un manifiesto o declaración de principios, no tiene organigrama ni estructura orgánica; teje su programa en el andar, y va armando y desarmando comisiones de trabajo según las necesidades de cada momento. Funciona en plenarias ‒que este año, y de cara al 8 de marzo, fueron anunciadas públicamente y abiertas a partir de febrero‒ y evita los nombres, tanto propios como de los colectivos y las personas que la van haciendo. Más que una lógica de pertenencia, representación o interinstitucionalidad, es un espacio en el que devenir anónimas, un camino para visibilizar a las que ya no están o para amplificar la voz de quienes encuentran más dificultades para que se las escuche. Un espacio en el que se funden sin diluirse diferentes luchas y movimientos dentro del movimiento.

Este año, como en anteriores, la Coordinadora convoca una huelga feminista de 24 horas, que afecte la doble jornada de trabajo (asalariado y doméstico), y a “concentrar y marchar, a leer la proclama colectiva en ronda y sin estrados, para volver a ser una constelación de voces, hablarnos a cada una de nosotras, reconocernos, hacernos de espejo en la lucha y decir al mundo desde ahí lo que queremos”. También se invita al ya ritual abrazo caracol y a celebrar este 8 de marzo desde luchas concretas de mujeres, trans, travas, tortas, lesbianas y disidentes en Uruguay. Una particularidad de la convocatoria de 2019 es que aparece en la plataforma una diversidad de temas que hacen pero también desbordan a la cuestión de la mujer.

La Coordinadora desplegó este año una campaña de comunicación en la que fue presentando, los días previos a la marcha, diferentes luchas y causas que hacen a la proclama y al sentido de la movilización de este viernes. Maternidades; punitivismo y justicia patriarcal; precarización de la vida; educación; trata y explotación sexual; avanzada fascista; disidencias y travesticidios; extractivismo; encierro, y violencia sexual: son los diez temas de la convocatoria, que son, a su vez, un mapa de los feminismos –y, por qué no, de la política– actuales. Por cierto, uno bien complejo y completo. Algunos cruces, como el del feminismo con la cuestión racial o de los feminismos con los anticapitalismos, no aparecen como ejes, porque se entiende que son transversales y que, por tanto, no merecen nombrarse aparte. Los textos de cada eje fueron escritos por diferentes grupos de mujeres inmersas en estas luchas concretas y articuladas entre sí en los plenarios de la Coordinadora. Todos ellos comparten un encabezado y un epílogo, que resultan un manifiesto en sí mismo: “Los eslabones de la cadena de opresión y violencia que se expanden en cada territorio y recaen sobre nuestros cuerpos son los que despiertan nuestras luchas”“Sigamos desplegando toda nuestra creatividad para continuar tejiendo nuestras luchas y mantener abierto el tiempo de rebelión”. Apertura y diversidad de colores son claves para entender qué está pasando.

El trabajo organizativo se dividió en comisiones: logística, comunicación, proclama, autocuidado, finanzas, y baile e intervenciones. En cuanto a la de autocuidado, la Coordinadora trabaja desde un pensamiento que diferencia autocuidado (que significa evitar la violencia) de autodefensa (que involucra tácticas defensivas que pueden incluir enfrentamientos). Al mismo tiempo, se propone no ser la única responsable de este aspecto de la marcha, sino compartir algunas pautas de autocuidado, pero entendiendo que la manifestación se construye entre muchas y que, por ende, esta dimensión no puede ser delegada y es responsabilidad de cada una y de los colectivos presentes. La comisión de intervenciones ensaya hace semanas una performance, que se realizará en el inicio y en el cierre de la marcha y convivirá con otras de otros colectivos ‒como La Melaza, Afrogama, Diez de cada Diez, La Caída de las Campanas, la Asociación de Danza del Uruguay‒, con un acto de Apostasía Colectiva y con otras que probablemente se hagan presentes.

CREATIVIDAD PARA CONTINUAR TEJIENDO. El dispositivo del paro o huelga ‒acompañado de consignas como: “Si nuestras vidas no importan, produzcan sin nosotras”, “Paramos el mundo mientras parimos mundos nuevos” y “Eso que llamas amor es trabajo no remunerado”‒ es activado hace ya algunos años para crear cortocircuitos en las cadenas de organización social (intra e interfamiliares) y valorizar visibilizando el trabajo que hacen las mujeres fuera y dentro de sus casas. El llamamiento es a hacerlo como y donde cada una pueda y quiera. Las respuestas van desde mujeres que detienen todas sus labores, incluido el cuidado de sus hijos, hasta quienes acompañan la decisión de sus sindicatos o se suman recién a las 18.00 para el inicio de la manifestación.

La huelga feminista reactualiza un dispositivo clásico del movimiento obrero y lo resignifica en sus propios términos, convierte el paro no sólo en un medio, sino también en un fin en sí mismo, que pone en el centro las transformaciones colectivas y los acontecimientos subjetivos que se producen en el encuentro entre mujeres de barrios y clases diferentes, en el abrazo entre madres adolescentes y viejas militantes, en la ocupación de la calle, que tan a menudo sentimos que no nos pertenece, en el canto conjunto entre quienes llevan el repertorio y quienes lo aprenden en ese momento, en la construcción de la memoria de luchas feministas del pasado, que reviven en los actos y los cuerpos del presente, en la previa de semanas llenas de debates y asambleas. Tanto que se dice que “marzo es el mes de la mujer”, pero un mes le está quedando corto al feminismo. Queda corto cuando se analizan las luchas que se entretejen en la convocatoria de este año; cuando es manifiesto que los feminismos están en las calles para oponerse a todo un sistema de poderes que trabajan juntos sin ser del todo lo mismo, y por eso requieren tácticas de lucha complejas: el patriarcado, el alzamiento y el avance de la ola de ultraderecha, el punitivismo y los dispositivos represivos que se presentan como soluciones, cuando no son más que mecanismos de vigilancia, disciplinamiento y marginación social. El modelo económico tiene alianzas y pactos con los “valores” que defienden los movimientos provida y por la familia; la familia es defendida siempre que responda a las formas de vida del cis-hetero-patriarcado, sublimando la maternidad, pero pasándoles por arriba a los derechos y los deseos de quienes deciden ser o no ser madres; el capitalismo dinamita solidaridades, explota vidas y encuentra en los cuerpos de mujeres pobres materia prima de bajo costo para su legitimidad social; la justicia es un “poder” que procede con sesgos y cegueras selectivas; el neoliberalismo avanza en su misión privatizadora de la vida y ataca a todo lo que es común, desde los recursos naturales hasta la educación pública; a los pibes se les pide todo, pero sin darles nada, salvo plomo cuando no vienen de familias “bien”; el desarrollo se abre paso obstruyendo arterias principales de una democracia que dentro de poco será una pieza de museo o una estrofa nostálgica de alguna olvidada canción.

Se habla hace tiempo de movimiento, de marea, de lucha, de ola feminista, mientras de a poco va apareciendo la palabra “rebelión”. La rebelión feminista da cuenta de un hecho que está impactando en nuestras vidas, en nuestras instituciones y en todas las luchas y organizaciones políticas del presente. Y también da cuenta de que semillas colectivas están siendo plantadas en un suelo que ya está revuelto, que ya está siendo arado, cuya fertilidad está por verse, pero que seguro nunca va volver a ser como antes.

 

Brecha

Dolor de existir, deseo de vivir. // Roque Farrán

A raíz de una serie de intervenciones coyunturales en torno a presentaciones de libros publicados el año pasado (Nodaléctica y El uso de los saberes), que fueron una puesta a prueba de conceptos y métodos filosóficos en espacios políticos y militantes, como también en virtud de un curso de formación que di en un espacio de militancia (titulado “filosofía práctica para militantes”), por invitación de una pequeña editorial estoy escribiendo un nuevo libro. Imaginaba en principio que el mismo podía estar dirigido exclusivamente a militantes, pero me di cuenta que en realidad uso el término “militantes” en un sentido mucho más abarcativo y a la vez singular que el habitual; me refiero en verdad a sujetos habitados por el deseo de orientarse e incidir materialmente en la realidad en que viven, más bien: “practicantes”. Practicantes de la política, sí, pero también del arte, del psicoanálisis, de la teoría, de la vida misma. He comenzado a recibir devoluciones de algunos efectos formativos y transformadores de aquellas lecturas, así que la alegría intelectual (“beatitud”, decía Spinoza) es mi principal motivo para hacerlo (correlato afectivo del deseo). Además, claro, todo ello se agudiza e intensifica en un momento de tanto peligro como el que estamos viviendo; un momento que, como ya he escrito antes, nos arroja a un estado de inseguridad generalizada que atraviesa todos los niveles de la formación social. Por eso, creo que resulta crucial ligar lo singular a lo colectivo (“lo personal es político”, como dicen las feministas), implicarse y formarse de nuevo en cada acto: encontrar puntos efectivos y afectivos de enlace, cualquiera sea el nivel de la práctica en que se ejerza.

El estado de la situación no hace más que agudizar cuestiones urgentes que vienen de antes: dolores y ausencias que la coyuntura actual presentifica. Quizás porque, como diría Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Cuestiones afectivas que no pasan por la lógica espuria de la deuda eterna, sino por la implicación material en acto que desea incidir en lo real de algún modo. La subjetividad y los sueños son parte de ese material que “oprime el cerebro de los vivos”, el psicoanálisis nos ha permitido reparar en ello, y por tal motivo voy a contar algo que me sucede a menudo (escribir en este caso es distinto de analizar, aunque ambas prácticas participan del cuidado de sí). Cada vez que sueño con mi hermano, lloro, lo sé porque lo recuerdo al despertar, no puedo representarme el hueco de su muerte y ahí mismo vienen toda una serie de historias inverosímiles, complicadas y dolorosas: que se fue a vivir a una isla remota, que en realidad está de viaje, o que vive a la vuelta de casa pero con una nueva personalidad, etc. Sé que la muerte es bien real y, por eso mismo, imposible. Me conecto en sueños con esa otra realidad, a veces más real que ésta, pero cuando vuelvo a despertar es siempre lo mismo, la pregunta urgente que me interpela y busco trasladar al resto: ¿Cómo diablos vencer la idiotez cotidiana que nos inocula el neoliberalismo y que no ha dejado de triunfar, no solo sobre los vivos, sino sobre nuestros muertos? Esa trampa mortal de hacernos sentir culpables de un sistema esquizoide, canalla y perverso. Alguna vez juré encontrar la salida a esto y es lo que en el fondo motiva todas mis insistencias de lecturas y escrituras. Cada tanto, me llegan noticias de que alguien en algún lugar del mundo ha hecho algo con ellas y eso basta para darme el ánimo necesario para continuar en la lucha. El motivo principal es el deseo de vivir o conatus.

Hay pues motivos afectivos y políticos bien concretos por los que escribo, los he mencionado, pero también hay una lógica rigurosa que orienta el deseo de escritura. El anudamiento de esos factores dispares hace al pensamiento materialista en el cual me inscribo. Es sabido que casi todo relato, escrito, texto o historia suelen presentar la estructura tripartita típica de introducción-nudo-desenlace. Sin embargo, la mayoría de mis escritos (sea cual sea su extensión y complejidad) suelen hacer un nudo de la estructura misma; así, se encuentra más bien un nudo generalizado: nudo-introductorio, nudo-nudo, nudo-desenlace. Nudo de nudos. Un nudo bien hecho sigue la lógica de la implicación simultánea en varias direcciones y dimensiones, con anticipaciones, cortes, empalmes y precipitaciones, y no el simple avance lineal cronológico. Eso quizás sea lo que desoriente un poco al principio y reoriente luego según el deseo de cada quien por abrazar lo real en juego. Es que un relato que se ajusta a lo real imposible y encuentra en virtud de ello su punto de incidencia no identificatorio, ha de tramarse siguiendo el mismo orden y conexión  [ordo et conexio]. Escritura de la coyuntura, crítica ideológica, ontología y ética, se encuentran allí implicadas. Lacan sive Spinoza.

En esta coyuntura puntual nos llegan reflejos del ser mismo de las cosas; las multiplicidades disolutas proliferan. Siento que todo se está deshilvanando, que el Todo mismo se está deshilvanando, y está muy bien que así sea, porque el Todo estaba muy mal, y quizás sea la única forma de hacer las cosas de otra manera, de empezar de nuevo, de tramar mejor las palabras, los cuerpos y las cosas. Pero no va a ser fácil, ni bello ni bueno, lo verdadero. Y, por supuesto, nada garantiza tampoco que suceda. Mi pregunta, la cual lanzo y relanzo una y otra vez de distintas formas, inquietud interrogante e interpelante (ethos filosófico por antonomasia), es qué hacer en cada caso, en cada nivel, en cada práctica; porque hay algo en efecto que orienta, en función de una verdad que no es ideal ni modélica; y eso que orienta es, como dije antes, el deseo. Si no hay deseo, mejor dejemos que se desintegre todo definitivamente, porque ahí, sí, el resultado será seguro. Es que la (in)seguridad es un problema que afecta radicalmente al deseo; pues lo reduce a demanda de orden. No quiero ser alarmista ni pesimista en cuanto a esto, pero no creo que haya que retroceder ante la inseguridad particular de los que demandan mano dura y represión, al contrario, pienso que hay que asumir la inseguridad en todos sus aspectos y darle batalla, excediendo la demanda mortífera hacia el deseo de vivir: asumir el coraje de la verdad interrumpiendo todos los círculos de poder donde éste se reproduce impunemente, y avanzando hacia un trenzado riguroso que sostenga el orden social que se va descomponiendo por múltiples complicidades y cobardías morales. Un proceso de reconstitución nacional, en serio y en serie, será necesario.

Son muy elocuentes en ese sentido las imágenes que circularon gracias al Ministerio de Producción, pues reflejan claramente la ideología dominante y sus inversiones subalternas; me recuerda el ejemplo de los Bororos que daba Levi-Strauss: los grupos dominantes dibujaban su aldea de manera concéntrica y armoniosa, los dominados en cambio dos partes separadas por una línea infranqueable. Ahora somos quizás más esquemáticos, en nuestro igualitarismo democrático: quién soporta a quién, es decir, quién va arriba y quién abajo (rubios o morochos). Un poco en broma y otro poco en serio, propondría una imagen alternativa para dar soporte a la imaginación, ya que nos estamos desarmando como sociedad y no sabemos muy bien cómo va a acabar la cosa (lo que es seguro que no bien): un proyecto de refundación constitucional tendría que orientarse más bien por el trenzado borromeo lacaniano, para salir de estos impases de quién va arriba de quién y cómo se teje la cosa, o sea: el sujeto material en cuestión; llamar a un gran acuerdo nacional, como se dice, tendría que trabajar con el trenzado solidario (quizás el movimiento feminista oriente al respecto).

 

  1. Unidad, Orden y Deseo contra el neoliberalismo. Un ejercicio de imaginación materialista.

 

Lo he dicho y lo he escrito desde el primer momento: Macri es un no-presidente, un no-sujeto, la inoperancia misma en acción. Su discurso no resiste ningún análisis y no es para subestimarlo de ningún modo: ha cumplido los mandatos y designios de una buena parte de la población en una época que se precipita hacia su ineluctable final. La negatividad más necia, apenas disfrazada de boba alegría y positividad, ha llegado a su (in)feliz término. Por eso, necesitamos más que nunca una teoría materialista del sujeto que pueda responder por lo real en juego en cada práctica, instancia y nivel de la formación social en que vivimos; una teoría materialista del sujeto que oriente decididamente las prácticas económicas, políticas y jurídicas; una teoría materialista que nos permita hacernos cargo de cada punto de incidencia en lo real. Necesitamos poner en acto lo que ya sabemos demasiado bien, porque esto no es posverdad ni posthumanismo, es una maquinaria de guerra que reproduce la mentira y promueve la autodestrucción sin límites.

Somos muchos los que venimos anunciando, con mayor o menor grado de urgencia y templanza, que estamos al borde de una disolución sin precedentes. En definitiva, de eso se trataba el cambio tan anunciado y prometido: un aniquilamiento de la Argentina tal como la conocíamos, con su diversidad de tradiciones y legados históricos, con sus contradicciones y singularidades. Con nuestros aciertos y desaciertos. En este contexto, resulta necesario que nos replanteemos cuestiones basales; el fatal desenlace neoliberal no nos ha dejado alternativa.

En primer lugar, necesitamos pensar en el plano político-jurídico la Unidad, plantearla desde la heterogeneidad y la diversidad irreductibles que nos constituyen, contra cualquier orden totalitario y homogeneizador; para ello es clave la alternancia en el poder de las fuerzas políticas junto a la división de poderes de los estamentos del Estado; pero, a su vez, es necesario trasladar la alternancia a los poderes en acto (no sólo ejercerla cada 4 años) para que ninguno de ellos se imponga sobre los otros en el tránsito (como vemos hoy con la arbitrariedad del poder judicial); asimismo, la división de poderes ha de trasladarse también a la alternancia misma de quienes gobiernan, para que su modo de decidir tampoco se absolutice ni unilateralice (más que un dialoguismo imposible o las “mesas chicas” siempre demasiado estrechas de miras, una verdadera práctica de la transversalidad en función de la indeterminación objetiva que afecta los saberes efectivos). División y alternancia, entonces, hacen al sujeto del deseo político que puede gobernar justa, soberana y democráticamente.

En segundo lugar, en cuanto al plano económico-social, se hace necesario reinstaurar el Orden y la previsibilidad para que la vida en común sea posible y deseable, para que no haya aumentos desmedidos de precios, especulaciones y corrupciones varias ejercidas desde aquellos sectores más encumbrados de la sociedad que mantienen de rehén a la mayoría de la población. Violencia, corrupción e inseguridad generalizadas van de la mano y se retroalimentan mutuamente (lo que Lacan llamaría un “nudo propio”). El Estado tiene que intervenir allí mostrando un ordenamiento riguroso: el trenzado solidario entre todos los niveles y prácticas económicas, políticas e ideológicas que hacen a la sociedad en su conjunto articulado. Si un sector, una clase, una parte de la formación social no se sostienen, pues nos caemos todos. La solidaridad bien entendida no tiene que ver con la caridad sectorial, sino con un principio de enlace estructural que afecta al conjunto (lo que Lacan pensó a través del “nudo impropio” o enlace borromeo).

En tercer lugar, lo que orienta y da sentido a todo este proceso de reconstitución nacional no puede ser el progreso, que por supuesto no existe (lo se gana por un lado se pierde por otro, decía Lacan), ni el voluntarismo ni las buenas intenciones de un humanismo que siempre terminan en el desastre; lo que orienta, digo, tiene que ser decididamente el Deseo. La diferencia ha de ser esencialmente ética. Solo las subjetividades deseantes y no sacrificiales o expertas, en todos los niveles y prácticas, podrán sacarnos del fondo del pozo –no sólo monetario e internacional– en que hemos caído. Aunque es cierto, por otra parte, que no hay deseo de orden que se –y nos– sostenga; eso sería más bien una demanda dirigida a un Otro omnipotente (en nuestra historia reciente fueron los militares, luego los CEOs, y próximamente serán… ¿los marines?); pero sí hay un orden del deseo que es inexorable, porque el deseo –como la ley– es riguroso: sigue al pie de la letra la falta o inconsistencia del Otro. Asimismo, sé que la ideología progresista que nos reúne no suele entender esta clase de rigor, artístico y marcial más que obsesivo y escrupuloso; pero ante todo: lógico y ontológico (más que cientificista). Y sin embargo, va a ser más necesario que nunca entenderlo y practicarlo (el orden del deseo), sea donde sea que cada quien se autorice de sí y de algunos otros para hacerlo, porque el descalabro generalizado que se viene y las demandas pulsionales de rigor que le seguirán van a ser de terror.

Por último, para concluir, propongo un ejercicio de imaginación materialista que puede orientar las prácticas, cuáles sean. 

 

Haz como si eso que haces, no importa su valor o magnitud, fuese a cambiar el mundo en verdad; o mejor: haz que eso que haces cotidianamente esté con un pie en este mundo y con otro en el nuevo mundo que imaginas deseable. Entonces, se producirá una torsión entre el lugar desde donde operas y extraes los materiales, y ese otro lugar que deseas. Un cambio de terreno, la apertura de una nueva problemática. Si se logra producir esta torsión singular, se reconcilian las figuras de la crítica, la utopía y la subversión en el mismo acto. Si ese modo de proceder se contagia, se multiplica y potencia, otro mundo advendrá efectivamente. Más que discutir y refutar autores, tenemos que aprender a usarlos para encontrar nuestro lugar en el mundo y forzarlo hacia otra cosa. Ese es el ejercicio básico de un pensamiento materialista, sea su práctica política, teórica, ética, estética o ideológica.

 

Con mis hijos no te metas // Gabriela Mendoza y Luli Chiovoloni

Miércoles a la mañana, viajamos en el furgón del tren sarmiento desde Haedo hacia Capital. Apoyadas sobre las bicis y abrazadas, entre chiste y risas nos besamos. Hasta ese entonces estamos describiendo un viaje más de los tantos que ya tenemos encima en ese tren y particularmente en el furgón. Hasta ese entonces, porque lo que pasó después nos plantó en una de las más crudas realidades por las que atravesamos lxs lesbianxs: el lesboodio.


En un intento por contextualizar lo más posible y también para hacernos ver a quienes actuamos allí y a nuestras reacciones como síntomas de un problema soslayado: no que no nos odien o no puedan entender que dos personas por fuera de la heteronormalidad quieran estar juntxs, sino que a ese odio y a esa incomprensión (llamémoslo así hasta encontrar un calificativo mejor), se le suma la fabricación de infelicidad y carencias que promueve el capitalismo y que el neoliberalismo se encarga de profundizar. Nos detenemos en el lugar mismo donde tuvo lugar la escena de odio: el furgón.


El furgón es un espacio específico dentro del tren. El del Sarmiento en particular, se caracteriza por ser bastante bardo. Es el espacio en el que transitamos les ciclistas, las mamás con niñes, cartonerxs, trabajadorxs de todas las edades y profesiones, migrantes y también (y entre otrxs) chongos horribles y muchas veces coincidimos todes ahí, porque todo se mezcla. Es mucho tiempo viajando, entonces se lo habita: se come, se duerme, se toma, se juega a las cartas, se habla por teléfono, se llora, se lee, se pelea, se consume.

Desde la tragedia de Once, en febrero de 2012, el tren sufrió muchos cambios. La reforma del furgón fue dirigida: de un vagón completo paso a ser un cuarto -o menos- y de tener nula vigilancia pasó a ser el foco de todos los controles. Y en un proceso que duró muchos meses, incluyendo la cancelación del servicio después de las 22 hs. para volver hacia el oeste, lograron normalizar los comportamientos de lxs usuarios a través del control/seguridad mediante cámaras y un disciplinamiento estricto: una vez llegadas las nuevas formaciones, por ejemplo, empezamos a respetar las filas para subir una vez que llegaba la formación a Once o que una vez abierta una latita de cerveza nos hablen directamente por altoparlantes para que la tiremos -voz que podían oir todes les viajeres- y que además cuenta con la ayuda policial, siempre presente y en gran número para este tipo de eventos.

Que el tren volviera significaba mucho para quienes viajamos, porque es el acceso más barato y rápido hacia capital, que es donde todo sucede, desde las fiestas, hasta los trabajos, pasando por las cursadas nocturnas o todo eso junto. Tal vez por eso no nos quejamos mucho, ni notamos las nuevas reglas.

Quien alguna vez haya presenciado una discusión o pelea en el tren, sabe que enseguida suelen dividirse en dos las posiciones de lxs pasajerxs, generalmente a favor y en contra y algunx que otrx un tanto indeciso, pero es muy probable que un problema que se desarrolla entre dos o más personas enseguida se vuelva un problema común, donde cualquiera puede opinar y efectivamente opina. Rebaten o apoyan argumentos de las partes involucradas y, a su vez, agregan nuevos temas a la discusión.

Lo que nos pasó puntualmente fue que una mañana viajando, entre risas y besos, se nos acerca una mujer un poco más grande que nosotras, parecida a nosotras, ergo, una aliada; pensamos que venía a advertirnos de alguna situación (por ejemplo, muchachos que estaban más al fondo)… Error, la mujer se acerca y, en un tono que hasta se podría decir “pedagógico”, le dice al oído a una: «Todo bien con ustedes, pero están mis hijos y todavía son muy chiquitos para entender algunas cosas que yo no les expliqué todavía porque son chiquitos».


Los discursos de odio aparecen así, solapados. De nuestra experiencia de trabajo con niñes podemos afirmar que cuando se presenta una escena de besos, la mayoría de las veces, tiene importancia igual a cero para elles ya sean heteros u homosexuales. Si quizá algo les llama la atención, al poquísimo tiempo ya están de nuevo inmersos en sus juegos, que es lo que realmente les importa, y si no, lo que realmente les debería importar.

Así mismo y continuando con los besos como tema, notamos que besarse entre personas del mismo género, o de géneros “dudosos” parecen habilitar la palabra y la conversación de todos y todas: nos hablan de la nada, como si tuviéramos que responder dada nuestra “condición” para validar nuestro aspecto o mejorar la impresión que causamos. Pareciera que ser lesbianx -por ejemplo- nos inhabilitara para cualquier otra transgresión: tenemos que dejar que nos cuelguen la bici en el furgón sin chistar -como si no pudiéramos hacer algo tan básico-, tenemos que responder con pedagogía frente a las “buenas maneras” del resto, aunque el contenido de lo que digan sea de odio.  Tal vez por eso, ante esta agresión no fuimos capaces del todo de replicar con argumentos de los que sí estamos convencidas realmente. Tuvimos que apelar a la tolerancia y al amor, cuando en realidad nuestras discusiones ya pasaron esas instancias. Pareciera que tenemos que educar desde el amor y el respeto al otrx odiante, porque no es “normal” que nos vean en la calle y nosotras, al fin y al cabo, estamos acostumbradas a que nos falte ese “respeto”.

Premisas que nos quedan: ¿cómo hacernos entender por fuera de nuestros círculos militantes y de formación?

 


“A mí me dan asco”


Eso aportó a la discusión una señora que estaba al lado nuestro: se refirió a nosotras por medio del asco. El asco, según el diccionario, es la denominación de la emoción de fuerte desagrado y disgusto hacia sustancias y objetos como la orina, como determinados alimentos, excrementos, materiales orgánicos pútridos o sus olores. A diferencia de otras formas menores de rechazo, el asco se expresa mediante violentas reacciones corporales como náuseas, vómitos, sudores, descenso de la presión sanguínea e incluso el desmayo.

¿A qué fluidos nuestros le teme esta señora? (Y no hablamos únicamente de vulvas) ¿Qué fluidos propios le dan asco? ¿Cuál es el imaginario de esta señora sobre nuestra sexualidad? ¿Qué puede un beso?

Con estas preguntas nos estamos cuestionando cuál es el trasfondo de una sensación tan visceral. Estamos seguras que el asco no se maneja tan conscientemente, que es necesario poder discutir previamente sobre toda la sexualidad, pero que, sobre todo, es indispensable una experiencia corporal liberadora que habilite nuestras sensaciones. Esa experiencia no podemos transmitirla con palabras, ni obligar a nadie a tenerlas. Lo que sí sabemos, es que no podemos manejar su asco, y probablemente ella tampoco pueda, pero tampoco permitir que se manifieste así sobre nuestros cuerpos y experiencias.

 

“Estaban franeleando”

 

Ya escuchamos esto en muchos otros relatos parecidos. Cuando los argumentos ya no pueden explicar el odio, la excusa es siempre que nos estamos zarpando. No creemos necesario detallar el modo en que nos besábamos, pero sí exponer que siempre un beso disidente es leído como franelero. Estamos seguras que frente a nuestros besos, la primer imagen desconcertante es sobre cómo garchamos, podemos intuir entonces que la franela se sitúa por fuera de nosotras y que aparece entonces únicamente en el imaginario de quien mira. .

He aquí otra cosa más de la que no vamos a hacernos cargo.


“Si seguimos así, en 2050 somos Sodoma y Gomorra”

 

Cuando escuchamos eso nos reímos mucho porque nos estaban demostrando que les resulta difícil, por no decir imposible, distinguir las particularidades de la sexualidad lesbiana, o bien, que el universal que puede describir todas las transgresiones sexuales es acerca de varones vinculándose con otros varones. Estamos seguras que se trata también de una disidencia, al tiempo que nos preguntamos por qué es tan difícil imaginar otras múltiples corporalidades ejerciendo su sexualidad por fuera de la heteronorma.

Ya no nos alcanza con visibilizar la homosexualidad como un conjunto cerrado e inamovible de prácticas específicas, que puede regularse nuevamente como la heterosexualidad. También queremos que todo aquello que escape a cualquier intento de normalización pueda ser imaginado y respetado (otra vez, nos parece casi ridículo tener que apelar al respeto).


A mis hijos no les hables”

 

Miramos a les niñes en cuestión. Nos miraban sí, pero más alterados por los gritos de sus “padres” que por nuestros besos y era evidente que les interesaba mucho más la pantalla del celular que el entorno. Les dijimos que estaba bien, que nosotras podíamos besarnos y que eso no era un problema. La interacción con les niñes hizo que irrumpiera en la escena el marido de esta señora totalmente sacado porque les hablábamos a sus hijes. Después de todo, quizá sí crean que intervienen en favor de elles y no por odio propio. Lo interesante de esta situación y el elemento a destruir se nos aparece entonces como nuestros propios límites, ya que inmediatamente dejamos de hablarles. Por un momento nos creímos que a sus hijes no teníamos que hablarles. Lo cierto es que con sus hijes sí nos debemos meter. No solamente porque no son suyos, sino porque nos es imposible no hacerlo. Las tortas somos educadorxs, maestrxs, profesorxs, entre un montón de otras cosas, y es nuestra obligación meternos con elles. Pero y por sobre todo porque habitamos, les guste o no, el mismo espacio y porque tenemos que poder besarnos libremente.


“Tengo 30 años de furgón”

 

La medición de la hombría en el tren puede reducirse a la cantidad de tiempo transitado en el furgón. De esta manera, se establece una jerarquía, en donde cuanto mayor sea ese tiempo, mayor es la autoridad para decidir qué puede suceder y qué no en este espacio.

Quien posea esa acumulación de tiempo, es quien va a decidir si tenemos que bajarnos o estamos perdonadas, siempre que nos mantengamos en los bordes establecidos. En nuestro tiempo transitado en el furgón vimos muchas cosas que pasaron desapercibidas: tipos tomando merca frente a pibites, nenas acompañando adultos de maneras sospechosas y también varones maltratando a sus parejas. Pareciera que hay una regla implícita dentro de este espacio de tránsito que regula en forma evidente lo que por fuera se regula de forma oculta.
Nos preguntamos ¿qué hace que este tipo en sus 30 años de transitar el mismo espacio bajo las mismas condiciones nos mire a nosotras y no pueda mirarse a sí mismo? ¿Qué tipo de carencias se evidencian y cuáles no?


La importancia de saltar

 

Frente a otras situaciones que leímos alguna vez como injustas, hemos discutido entre nosotras sobre la importancia de reaccionar. Hablamos acá de la reacción como la capacidad de posicionarse frente a una escena que se da en lo público y poder manifestarnos.

Hacia el final de nuestro recorrido, lloramos mucho, frente a todo el furgón. Lo evitamos cuanto pudimos y no aguantamos esa angustia. A la noche, hablando de esto, nos debatimos entre nuestra flojera por no aguantar el llanto y a la vez concluimos que, en definitiva, fue lo único vivo que nos pasó.

Entre quienes se posicionaron en nuestra defensa estaban una piba con pañuelo verde y naranja, ambos colgados de su mochila, un pibe con visera, otra piba, un tipo que declaró ser padre. Creemos que de alguna manera lloramos por las agresiones, y también, por quienes saltaron por nosotras. Lloramos mucho y con mucho ruido, porque no pudimos más que eso en un momento dado. Esos otros fluidos no daban tanto asco. Concluimos también que nosotras no tenemos que hacer absolutamente nada. Ni tenemos que educar, ni amarnos para besarnos, ni apelar a las propias experiencias de lxs odiantes para que nos respeten. No queremos siquiera respeto: déjennos ser.

Creemos que nunca más vamos a quedarnos calladas.


*Este escrito es una urgencia, con lo cual estamos incurriendo seguramente en errores ya sea por olvidos o ignorancia. Ojalá nadie se sienta zarpadx al leerlo. Nosotras tampoco entendemos nada.

RITA SEGATO EN LA UNSAM: “ESTAMOS POR DAR VUELTA LA PÁGINA DE LA PREHISTORIA PATRIARCAL” // Equipo de Comunicación UNSAM

¿Qué es el pensamiento incómodo? Rita Segato, de vestido morado y con los rulos al viento, se sentó frente a un millar y medio de estudiantes, docentes, periodistas y militantes de distintas agrupaciones que llegaron de todas partes del conurbano y de la Ciudad de Buenos Aires.

A Segato le gusta pensar al margen de los lugares comunes. “Me asustan las repeticiones y los clichés. Las consignas fuertes que empiezan a repetirse frenan la historia”, dijo. “Hay que salir de los círculos viciosos, de la repetición de consignas. Por ejemplo, yo no hablo de crímenes de odio, que es una idea que sentimentaliza los crímenes políticos. Empoderamiento es otra palabra que no uso, porque habla del poder, y a mí me interesa la horizontalidad. Hablar con las palabras que no representan las formas que yo pienso tiene que ver con esta idea del pensamiento incómodo”.

Dos días antes de la tercera movilización global del 8M, una multitud se reunió en el Campus Miguelete de la UNSAM para recibirla. Sus clases en la Cátedra Abierta de Pensamiento Incómodo, de la Escuela de Humanidades (EH) y Lectura Mundi, comenzarán en abril.

Desde un estand improvisado con una mesa y dos caballetes, las chicas de un colectivo barrial ofrecían banderas con las consignas “Vivan las cuerpas” y “Feminismo y revolución”. A su lado, las estudiantes de la Escuela Secundaria Técnica de la UNSAM estampaban remeras con las frases “Fuego a todos los que no nos dejan ser”, “Basta de violencia machista” y “Furia trava”.

“Somos de Florencio Varela y militamos en una colectiva que se llama La 30”, contó Natu, de 13 años. “Nos parece buenísimo que se haga en este espacio abierto, en esta universidad pública”, dijo. Micaela llegó con sus compañeras: “Vine desde Tigre para escuchar a Rita”, dice. “Dentro del feminismo enfrentamos discusiones que parecían saldadas. Tenemos que formarnos, seguir discutiendo para que no se pierdan algunas cuestiones que ya se habían convertido en derechos”.

Segato llegó acompañada por el rector Carlos Greco y por la decana de la Escuela de Humanidades, Silvia Bernatené. “Una de las principales dificultades”, dijo el rector, “es poder convocar a los mejores para que vengan a participar de una gesta universitaria en el conurbano profundo. Que hoy Rita Segato esté acá nos llena de orgullo y nos hace pensar que seguimos el camino correcto. Compartir su experiencia, su saber, su forma de decir y de actuar nos estimula a seguir actuando en pos del bien común”.

El biologicismo

En el escenario la esperaba la periodista y escritora Mariana Carbajal. “Muchas gracias a la UNSAM por darme este pequeño gran lujo. A Rita la amamos. Es un pensamiento que nos provoca, nos incomoda y nos hace pensar”, dijo. Y enseguida pasó a la primera pregunta: ¿Cuáles son los debates que hoy son incómodos dentro del feminismo actual?

“Un movimiento sin errores es imposible”, respondió Segato. “Toda normativa tiene sus fisuras, pero me sorprendió esto: un momento claro de la teoría feminista, que es un pensamiento sumamente sofisticado, es el de la desbiologización. El desacoplamiento de lo femenino de los cuerpos. La noción de género retira de los cuerpos lo femenino y lo masculino y los transforma en una estructura, una matriz que trasciende el que cuerpo que llevamos. Los fundamentalistas están queriendo borrar la palabra género. Prohibirla por amenazadora”.

“Margaret Thatcher”, siguió, “llevaba un cuerpo de mujer y, sin embargo no existió mayor enemiga de las mujeres que ella. No basta con tener un cuerpo. Hay mujeres patriarcales y hombres que pueden ser maternales, por ejemplo. Eso existe también. Y mujeres que son pésimas cuidadoras. No se puede biologizar la tarea. Debemos superar la amenaza del biologicismo. ¿Hombres débiles? ¿Femeninos? El patriarcado los castiga por desobedientes. Un problema falso que no me representa”.

“La misoginia es hegemónica, se mete en todas partes. El ojo patriarcal y misógino es hegemónico, pero eso no nos debe llevar a un fanatismo de los cuerpos. Las traiciones son constantes dentro de los movimientos políticos. Hay problemas difíciles que surgen con la profundidad histórica del movimiento. Esas dificultades son proporcionales a todo lo que hemos caminado”, dijo.

Y puso ejemplos: “¿Con el castigo voy a modificar la sociedad? Eso es falso. La ley no causa comportamientos. Si los causara no habría abortos. La ley no es determinante de las prácticas de las personas. Lo más importante es la eficacia discursiva, simbólica, performativa, que es la capacidad de persuadir, de convencer. El teatro legislativo no tiene eficacia material”.

Linchamiento o justicia

“Hablé con los rectores de dos colegios secundarios de la Ciudad de Buenos Aires”, contó cuando la charla llegó al tema de los escraches. “En los dos relatos está la idea de que entender la cuestión de género es entender la educación secundaria. Allí vemos la catástrofe del género. El feminismo pilgrim (peregrinos puritanos) de Estados Unidos vs. el feminismo de las mal fundadas repúblicas criollas”, dijo.

“Con algunas excepciones como la de Judith Butler, el feminismo pilgrim acata la idea de que durmiendo con un abogado en la almohada voy a resolver los problemas entre los chicos y las chicas. Nosotros no podemos entrar por ese camino porque nuestra sociedad, nuestra historia, nuestra fundación colonial son diferentes. Lo central es dar herramientas a las chicas y los chicos, a los hombres y las mujeres, para que puedan negociar su relación. Y eso el feminismo lo está descuidando. Las personas tienen que poder negociar sin la mediación de los Estados, que siempre nos van a traicionar. Si no aprendemos de la historia, demos clases de relojería”.

¿Le vamos a dar al Estado la negociación de cómo va a ser la sexualidad de nuestros hijos? se preguntó. “Tenemos que dar a la juventud herramientas para que puedan negociar, decir qué quieren, qué no quieren y hasta dónde. Nuestro mundo es un mundo de conversación, la Argentina todavía es un país donde las personas conversan. Pero está sucediendo que los chicos y las chicas no están pudiendo conversar más sobre sus expectativas relativas a su sexualidad, a su deseos. Hay una desconfianza extrema entre muchachos y muchachas”.

“Eso lo veo como algo negativo y tiene que ver con el punitivismo, con el castigo —que no es lo mismo que el escrache, que es una justicia noble y debatida a lo largo de muchos meses cuando no había justicia ni Estado—. En ese período, e inclusive hoy, el escrache es la forma de hacer justicia por la propia gente, pero no es espontaneísmo. No es un linchamiento. Los escraches a los genocidas en la Argentina siempre supusieron largos períodos de preparación. Ahí hay un justo proceso,  con un patrón, un protocolo y una forma de juzgar, de decidir y de punir. En el linchamiento no lo hay”.

El riesgo mayor para el feminismo, dijo, “es caer en el linchamiento moral sin parámetros claros del justo proceso. Esos errores podrían poner en jaque muchas conquistas y escraches que fueron bien procesados. La punición no lleva a una disminución de los problemas que tenemos. Los femicidios no disminuyen”.

Cambiar la base

“Los femicidios y las violaciones existen porque hay un caldo de cultivo gigantesco, diseminado en toda la esfera social, en el día a día, en las agresiones diarias que sufrimos todas las mujeres. Modificando ese caldo de cultivo, esa base del iceberg, solo así vamos a poder incidir en lo que puede ser tipificado como crimen”, dijo Segato. “De todas esas agresiones, un número muy pequeño es tipificado como crimen o delito. Desmontando el mandato de masculinidad desarticulamos ese gran caldo. Ese chiste, la mirada ultrajante y rapiñadora sobre el cuerpo de la mujer, un cuerpo que se usa para construir un vínculo entre hombres. La modificación de todo eso, que es capilar en el tejido social, será capaz de tocar allá arriba”.

Sobre el caso de Lucía, la niña de once años con discapacidad mental violada en Tucumán y a la que se le negó un aborto no punible, Segato opinó: “Es un espectáculo de crueldad. En Tucumán, en Jujuy, en el Chaco aún se practica el “chineo”, una abominación muy común en esas provincias del norte, en donde las elites se pronuncian en contra del aborto. Allí llevan a sus hijos a tener su iniciación sexual con las niñas wichis, iniciaciones en las que hay violaciones de jóvenes pobres indígenas. Prácticas asquerosas de las elites criollas del norte que todavía hoy están vigentes. Cuando hay casos de violación entre indígenas, ahí el Estado actúa, pero cuando el blanco va al chineo, la indígena es una “prostituta”.

Un discurso nauseabundo que convive con el rechazo del aborto. Cuanto más débil es el Estado, más se ensaña con la panza de la mujer. La panza es la medida de la debilidad de un Estado. No hay una cuestión moral por detrás. Las clínicas de fertilización asistida, ¿no están llenas de óvulos fecundados? ¿No son personitas por estar en una probeta? En esas clínicas se manejan grandes capitales, al igual que en los laboratorios. Allí no hay abortos, hay hipocresía pura”.

 

Si el patriarcado cae, toda la sociedad se transforma. El patriarcado es la base de la pirámide social y de todas las formas de opresión pensadas por los medios masivos de comunicación, que hoy se están rearmando para enfrentar nuestra amenaza. Una reacción virulenta que es la medida de lo que hemos alcanzado. Vamos para adelante que estamos llegando a destino. Nuestro esfuerzo tiene que retirarnos de la posición de las minorías, de las columnas marginales. Debemos ir del borde al centro de las cuestiones. Eso es lo que está pasando en el presente.

¿Qué vamos a encontrar en tu cátedra?, preguntó Carbajal casi al final de la conversación.

“Hice una lista”, dijo Segato, y leyó: “Mirar el mundo desde nuestro margen y a contrapelo del sentido común de la academia, marcada por el eurocentrismo de su fundación y el patriarcalismo de sus prácticas; permanecer en el arraigo de un paisaje nuestroamericano; saber dónde tenemos los pies plantados; cultivar el arte de pensar en conversación”.

La lista es larga. Habló de interseccionalidad, de raza,de sexo, de género. Dijo que hay que desarmar el nudo de la prehistoria patriarcal. Que estamos por dar vuelta la página de esa prehistoria. Algunos tramos despertaron una ovación. “El pañuelo azul es monopólico: nadie puede practicar abortos. El pañuelo verde es pluralista: quien quiere puede, quien no quiere no”, concluyó.

¿Cómo el macrismo organiza nuestros afectos? // DIEGO SZTULWARK Y SILVIO LANG

Hace unos años, apenas se inició el gobierno de Macri, Silvio Lang me invitó a trabajar con colectivos teatrales la ida de neoliberalismo como normalización de la cultural. Ahora que vuelvo sobre la cuestión, tratando de cerrar un libro con los amigos de Caja Negra, descubro hasta qué punto hemos subestimado -foucaultianamente- el aspecto propiamente represivo de la subjetivación neoliberal. No represivo sólo en términos policiales. Represivo ante todo en términos del tratamiento de la vida. El neoliberalismo es represión del síntoma. Su deriva fascista, hoy evidente, estuvo siempre ahí, presente: del coachin al racismo. Esa intolerancia productivista -clasistas, patriarcal- con la fragilidad es su marca más esencial. No hay política capaz de enfrentar lo neoliberal si no es capaz de percibir y rechazar esta, su violencia.

Diego Sztulwark

 

 

Transcripción del primer encuentro del Taller gratuito “La normalización de la cultura”, coordinado por Diego Sztulwark y Silvio Lang, el 21 de mayo de 2016. La organización estuvo a cargo del Taller de Actuación y Creación Escénica, que coordinan Lang y Juan Coulasso, en espacio Roseti, y surgió luego del interés que generó la conversación pública, con Sztulwark y Lang, realizada el mes anterior, bajo el mismo título. Este primer encuentro trabajó sobre la pregunta “¿Cómo el macrismo organiza nuestros afectos?”, a partir de la lectura de la entrevista a Suely Rolnik: “La base del sostenimiento del poder de la derecha es el propio deseo de la población”. En el segundo encuentro del Taller, que se realizó el 11 de junio, y que tuvo como invitados a Verónica Gago, Diego Skliar y al Colectivo Juguetes Perdidos, se trabajó sobre el eje: “figuras de afectividad no neoliberales”.

DIEGO SZTULWARK: Vuelvo sobre uno de los puntos que trabajamos en la conversación pública del mes pasado. Intentaré desarrollarla siguiente idea: hemos subestimado lo neoliberal. Nosotros conocemos al neoliberalismo como etapa del capitalismo desde hace tiempo, al menos desde la última dictadura, y luego durante los gobiernos de Menem, donde se impusieron planes económicos de ajuste y privatización esta vez desde las urnas.

Me parece, de todos modos, que hemos leído lo neoliberal sólo como una cuestión macropolítica, como una situación correspondiente a ciertas coyunturas. Luego del 2001, y de la posterior llegada de una serie de gobiernos autodenominados progresistas en el país y en buena parte de la región, hace ya una más de una década, contamos con cierta perspectiva para preguntarnos si la cuestión del neoliberalismo no tiene, junto a la realidad macropolítica ya señalada, una realidad micropolítica, muy efectiva y de larga duración, que se sitúa en el centro de las posibilidades actuales de subjetivación, en nuestra propia existencia, en nuestros modos de ser.

Podemos decir que el neoliberalismo es una forma de gobierno, no es meramente una racionalidad económica. O podemos también decir que es una forma política de dominio que pasa a través de las categorías de la economía política. Me gustaría resaltar algunos aspectos fundamentales de esta dominación. En las políticas neoliberales, en primer lugar, hay lo que podríamos denominar una “ganancia subjetiva”, en términos de consumo, de seguridad personal, de confort. Es imposible pensar la eficacia de estas micropolíticas sin considerar estas ganancias subjetivas que nos instalan de lleno en ellas.

Otra cuestión fundamental a considerar es el hecho que las micropolíticas neoliberales están en un juego nuevo con la libertad. Esto ya lo explicó muy bien Foucault. Probablemente no recordemos formas de dominación política previas que pongan tan en el centro esta experiencia inmediata de la libertad. Cierto que se trata de una idea de libertad con la que queremos pelearnos, una idea neoliberal de la libertad. Pero de todas maneras, por más que digamos que se trata de una libertad que no aceptamos, no podemos dejar de advertir que el neoliberalismo tiene un juego tan efectivo como perverso con la libertad, en la medida en que cada uno de nosotros está llamado a creer que está eligiendo a cada paso. No hay nadie a nuestro lado con un látigo que nos esté diciendo qué hacer a cada momento. En muchas situaciones no encontramos obediencia,  pero si internalizando esa obediencia en una experiencia puesta en términos de libre elección. Esta experiencia de la libertad es una experiencia de dominación, que con frecuencia se revierte en servidumbre. Haciendo lo que elegimos somos más serviles que nunca. Hay un tipo de libertad-servidumbre y una relación no muy estabilizada entre las dos, es algo que tendremos que tomar muy en cuenta y trabajar más.

En contacto con el punto anterior, cabe subrayar el lado voluntario y hasta activista de nuestra inmersión en los dispositivos neoliberales. Marchamos activa, voluntaria y alegremente hacia los dispositivos neoliberales. Nadie nos obliga a poner en facebook todo lo que pensamos, a exhibir nuestras fotos, a regalar todo tipo de información, a poner a circular nuestras cosas como si de mercancías se tratase mercancía. Es nuestro narcisismo el que goza con este sistema de visibilización. Ya en el siglo XVII Spinoza escribió una frase inquietante: “por qué luchamos por nuestra esclavitud como si de nuestra libertad se tratase”. Esa frase, en el contexto actual, nos puede ayudar.

Otro aspecto que no habría que perder de vista: estos dispositivos micropolíticos obedecen a un mando formado por el mundo de las finanzas. Tenemos algo que pensar respecto al mundo de las finanzas, en la América Latina en estos años. En un período en el que la región intentó salirse del mando más lineal y directo de lo neoliberal, que intentó hacer una experiencia diferente-y hoy podemos discutir sobre sus fracasos y sus éxitos- en la que por años se suspendió la retórica neoliberal, ligada a una  voluntad política de izquierda –genéricamente hablando (Suely Rolnik va a definir a estos gobiernos “progresistas” o de “izquierda” como los partidarios de un mínimo de resistencia a lo neoliberal). No entraría en la discusión si se trata de gobiernos más o menos de izquierda, porque todos estos años sabemos lo que pasó en América Latina. Sí tomaría en cuenta que las micropolíticas no están autonomizadas respecto de la macropolítica. No se trata de dos realidades separadas, inconexas, no hay una instancia verdadera y otra falsa. Se trata de pensar la especificidad de ambos niveles sin desarticularlos. No es posible entender acabadamente el funcionamiento del mando de las finanzas, su articulación con dispositivos comunicacionales, securitistas, la constitución de una soberanía, que parte de la constitución del mercado mundial, sin captar simultáneamente como esos grandes poderes operan en las líneas micropolíticas de nuestra existencia (y viceversa). Ahí hay un elemento metodológico que puede ayudarnos a comprender un poco más la simultaneidad en lo real de la macro y las micropolíticas.

La otra vez intentábamos, para tratar de comprender mejor esto que llamamos “el macrismo” reconstituir una secuencia que partía del año 2001. Todo el tiempo se nos recuerda que 2001 fue un tiempo de crisis. El problema es entender qué se entiende ahí por crisis. Si la crisis es algo oscuro, es una amenaza absoluta, si es indistinguible de un padecimiento sin medida y a la interrupción de los procesos de la reproducción social, como se nos ha dicho todos estos años, tal vez sea bueno recordar otra cara de la misma crisis. Una sobre la que se insiste menos. La de la emergencia de subjetividades que son inmanentes a la crisis. Estas subjetividades de la crisis son aquellas que intensificaron la crisis (en la medida no aceptaban la condición que el poder del capital exigía como solución: más ajuste y más hambre). Estas subjetividades sabían actuar en la crisis. Sabían organizar colectivamente la comida, la seguridad. Sabían actuar colectivamente. Sabían hacer en la crisis. Eran capaces de elaborar estrategias en la crisis. Porque la crisis afectó también la salud de las micropolíticas neoliberales. Y cuando ellas están en crisis, es necesario configurar estrategias de existencia. Ese costado del año 2001 –que sin embargo es parte del saber actual de contingentes sociales enteros-tiende a borrarse tanto por la necesidad del sistema político de ofrecer orden público como por el restablecer micropolíticas neoliberales sobre las que este orden se estabiliza.

Habíamos partido de ese 2001 que tuvo una efectividad política increíble, todos sabemos que después de ese año en la Argentina, los políticos no hablaron más de ajuste, de represión, de privatización y de endeudamiento por muchos años. La macropolítica se cuidó mucho de seguir reproduciendo el discurso neoliberal explícito. Nunca la legitimidad de las retóricas neoliberales fue tan nula, y sin embargo las micropolíticas neoliberales se fueron resituando con una fuerza innegable. Si pensamos en cómo funcionó la voluntad de inclusión que se constituyó en torno al kirchnerismo podremos ver bien esta coexistencia: la inclusión por la vía de las finanzas, por la vía del consumo, por la vía de la activación de un conjunto de dispositivos micropolíticos que ya no intentaban excluir sino incluir socialmente, no produjo las condiciones para una ruptura con el tipo de subjetivación neoliberal que las acompañaba. Sabemos que en la Argentina eso se ha discutido muy mal, ha rodeado de una violencia afectiva incapaz hasta ahora de producir síntesis productivas de largo alcance. Propondría trabajar ese momento, haciendo un análisis de niveles para entender esta voluntad de inclusión.

La voluntad de inclusión tendría por lo menos dos costados, aspectos o niveles. Uno sería el deseo de incluir a los llamados excluidos, dañados, la decisión de reconocer derechos antes negados. En este nivel, vinculado a una intensa movilización social enorme, reconocemos los valores que más nos enorgullecen, la decisión de no pensarse sin los otros. Es todo lo contrario de la indiferencia hacia el otro, de la crueldad. Al mismo tiempo esta voluntad de inclusión tiene una topología, un sistema de lugares, que funciona de un modo colonial: el que quedó afuera es invitado a incorporarse a un espacio que no va a alterarse con su ingreso. Este segundo aspecto de la inclusión supone que el otro que quedó afuera, quien perdió, debe ser recuperado desde el espacio incuestionado que emerge triunfal de las mutaciones históricas recientes. En la invitación a la inclusión del otro, el espacio propio no se altera, sino que se confirma. Es una confirmación absoluta del lugar de la inclusión y un tratamiento del otro como pura víctima, como pura impotencia. No se lee en los otros un saber de la crisis, una sensibilidad de la crisis, una inteligencia de la crisis, como información imprescindible para cuestionar este espacio triunfante de la inclusión. Decíamos en nuestro encuentro anterior, que esta complejidad, la coexistencia de estos dos niveles, explicaba, al menos en parte, la ambigüedad de lo sucedido estos años. Ambigüedad, en síntesis, entre una dimensión crítica, solidaria, ética, que produjo transformaciones interesantes e incluso imprescindibles, y por otro lado esta otra dimensión que limita bastante la eficacia y la posibilidad de pensarse con lxs otrxs. Habría más que decir de este período, por supuesto, pero me parece que ahí hay un elemento.

Otro aspecto que habíamos señalado, creo, para caracterizar esta ambigüedad del kirchnerismo remite al tratamiento del problema de la decisión colectiva.  El kirchnerismo supo denunciar –por primera vez en décadas- la privatización de la decisión política en manos del terror militar, primero y luego de corporaciones económicas y mediáticas. En este nivel, el aporte del kirchnerismo y de quienes confluyeron en el movimiento por la ley de medios es extraordinario. Y al mismo tiempo, sucedió que los mismos argumentos que se utilizaban contra estos los poderes que intentaban secuestrar la decisión política –ser antipolíticos, o destituyentes, no asumir la legitimidad y la autoridad del gobierno como representación política nacional-se descargaba sobre organizaciones, movimientos o personas que tenían el impulso a discutir desde una perspectiva autónoma su derecho a participar de esa decisión colectiva. De nuevo, entonces, una doble cuestión, por un lado: una enorme y beneficiosa pedagogía sobre quiénes y cómo intentan secuestrar la decisión política pública y, al mismo tiempo, un límite para construir una decisión colectiva más abierta, con actores más transformadores formando parte de esa decisión. Discutir esto más a fondo es parte de un balance necesario con vistas al futuro. Sobre todo porque hay una correlación evidente, creo, entre modalidad de decisión colectiva y modelo de desarrollo.

Y llegamos así al final de la secuencia que habíamos planteado al “macrismo” y la plena restitución de una macropolítica neoliberal adaptada a la nueva coyuntura nacional, regional, global. Después de una cantidad de años donde la presencia de la crisis determinaba un elemento de ambigüedad a la situación social y política (porque la inclusión es aún un discurso de la crisis, un tratamiento de la crisis, sólo que en ella no se afirma la subjetividad de la crisis, sino que se la negativiza, se la identifican a un lugar infernal y descalificado, que hay que abandonar), se acabó la ambigüedad. La inclusión deja lugar al lenguaje de la “integración” y la “innovación”, en el que la crisis sólo es invocada como elemento completamente negativo y amenazante, a fin de legitimar las políticas derivadas casi unilateralmente del mando del mercado mundial. El costado ordenancista previo es retomado, pero es abandonado el aspecto de sensibilidad por los otros que la inclusión de algún modo activaba. La crisis no es ya un elemento interno a una dialéctica de la inclusión, sino un elemento a normalizar por las vías que sean. Macri, aparece como la adecuación más perfecta al desarrollo de las micropolíticas neoliberales. Como si estas micropolíticas hubieran preparado el camino para lo que estaban esperando. A pesar de que a Macri le haya costado mucho llegar al gobierno, su triunfo tiene algo de obvio, de “sinceramiento” (otra palabra “Pro”). La situación depende a tal punto de un conjunto de variables bancarias, mediatizadas, la reproducción de la vida depende tanto de mecanismos ligados a estas variables, de la decisión de grandes actores capitalistas, que de algún modo uno se tienta con pensar menos al macrismo como un fenómeno político autónomo, y más como el efecto relativo de una cierta restitución de las micropolíticas neoliberales. Con esta secuencia (2001, kirchnerismo, macrismo) cerramos el segundo punto que retomamos de nuestro encuentro anterior.

El tercer punto que habíamos trabajado –y que retomaremos en nuestra próxima reunión, el 11 de junio- tiene que ver con la noción de “amistad” política, que intenta responder a la pregunta: ¿cómo reconocemos en nosotros y en los otros, afectividades no neoliberales? (porque de ninguna manera se puede aceptar que las micropolíticas neoliberales sean la única realidad!). O también: ¿cómo ponemos en juego micropolíticas no-neoliberales, que no sean mera reproducción de esos dispositivos neoliberales? Para discutir esto van a venir, por suerte, una serie de invitados que van a aportar mucho. Verónica Gago, con quien comparto muchas actividades, autora de un libro que yo creo que deben conocer, porque tuvo un impacto importante, La razón neoliberal (editado en Tinta Limón Ediciones).Verónica trabajó muy intensamente el tema de la migración y el trabajo sumergido durante los últimos años. Toda esa fuerza de trabajo precarizada, generalmente migrante, sometida a situación laboral que linda por momentos con imágenes de esclavitud; pero, al mismo tiempo, con la circulación de componentes comunitarios –en una ambivalencia muy acentuada- en muchas de esas subjetividades. Verónica plantea que en esas zonas “grises” -por llamarlas de algún modo-, en las que no es tan fácil reconocer qué es lo neoliberal (la reducción del lazo social a forma empresa) y qué es lo resistente a ello (formas familiares y comunitarias), hay que rastrear si no se está afirmando otra cosa. Le vamos a pedir a Verónica que nos ayude a ver si es posible distinguir lo neoliberal de lo no neoliberal, no como si fueran dos colores completamente diferentes, sino a partir de aprender a reconocer esa zona de ambivalencia.

Están invitados también el Colectivo Juguetes Perdidos, amigos a los que admiro mucho, que han escrito un libro notable Quién lleva la gorra hoy, también editado por Tinta Limón Ediciones, que vienen trabajando mucho en territorios del conurbano bonaerense intentando percibir qué es lo que pasa con los pibes que no se enganchan ni en una cosa ni en otra -ni en el laburo, ni en el estudio, que viven en situación de “raje”, tensionando la vida barrial y urbana. Los “JP” se interesan por estas estrategias de “raje” como modo de constituir una perspectiva que ya no es la de la inclusión (aunque tampoco desvalorizan el armado de esas redes precarias –eso es para ellos lo real de la inclusión- que permiten desarrollar estrategias), sino desde la potencia de fuga, del tipo de saber que se ha constituido en los barrios a propósito de las maneras de rajar de un conjunto de situaciones asfixiantes en el proceso de normalización –el “engorrarse”- en los territorios. Logran captar así claves importantes, incluso, de lo que ocurre en la macropolítica, como el mismo triunfo del macrismo del que hablábamos. Ahí me parece que vamos a poder pensar un poco más, qué es esta afectividad no neoliberal evitando todo tipo cliché. El punto sería: no estereotipar qué cosa es la afectividad no-neoliberal. Concebirla justamente en sus puntos de difícil interlocución.

Aquí es donde podemos retomar la referencia a la amistad política. Amigo no sería en este sentido tanto quién nos caen bien en lo personal, aquellos con quiénes opinamos igual, con quiénes nos contamos secretos, quiénes nos bancan cuando estamos bajoneados. Esa podría ser la idea de amistad personal, pero la de amistad política tendría que ver con cómo se construye utilidad común, es decir, con situaciones y personas en las que el punto de partida no es necesariamente común. No se trata ni de la confianza previa, ni de pertenecer a los mismos grupos sociales, ni de tener un gusto afín respecto de determinadas actividades. Por ese lado podríamos empezar a discutir un poco más esta estructura de la potencia colectiva, esta utilidad común que llamamos “amistad”. Pienso que la idea de amistad política puede ser útil en este momento. No por nada la trae el Comité Invisible en un libro que se llama “A nuestros Amigos” (de reciente edición a cargo de editorial Hekht). La idea de amistad ya está en La Ética, de Spinoza. Hay una tradición de pensar la amistad como una figura de politización. De eso trataría la próxima reunión.

Además le pedí a Diego Skliar, que es escritor, periodista (con Diego y con Natalia Gennero compartimos una columna radial: Clïnamen, en Fm La Tribu), que asista, que no hable, que esté callado toda la reunión, y al final nos devuelva una lectura, donde podamos trabajar de una manera diferente.

Hoy vamos a empezar a desarrollar algunas de estas ideas. Vamos a detenernos en las micropolíticas neoliberales. Vamos a apoyarnos en un texto, una entrevista de Suely Rolnik, publicada en el blog Lobo Suelto! con el título “La base de sostenimiento del poder de la derecha es el propio deseo de la población”. Suely, amiga querida también, fue un personaje importante de la contracultura brasilera de los años 70. Con la dictadura sufrió la represión y marchó al exilio en Francia, donde se conecta con Gilles Deleuze y Félix Guattari con quien se analizó. Suely regresa a Brasil donde desarrolla actividades como psicoanalista y filósofa (es autora de un gran libro, junto a Guattari, Micropolíticas, cartografía del deseo, Tinta Limón Ediciones) y forma parte activa de las experiencias del Brasil “molecular” de aquellos años, lo que abarca, también, la formación del PT. Suely fue una figura clave también para comprender la relación intensa entre Guattari y la contracultura brasileña.

La propuesta es ir leyendo párrafos claves de la entrevista, ir abriendo preguntas, intentar incluir nuestra conversación en el hilo de las micropolíticas neoliberales, siguiendo la secuencia que planteamos en la introducción.

Una aclaración importante, sobre el lenguaje (en este caso el de Suely). En la medida en que se emplean categorías teóricas (como “afecto”, “potencia”, “sujeto”, “devenir”, etc.) siempre puede dar la impresión de que estas categorías viven como “bien definidas” siempre en otro lado. Como si hubiera en alguna otra parte un diccionario preciso sobre cada una de ellas, un diccionario que siempre está en otro lado, inaccesible. Cuando tenemos esa impresión hablamos sin estar del todo seguros de qué quiere decir, por ejemplo, “subjetividad”, “rizoma”, “inmanencia”. Las usamos, a veces, pero sin tenerlas muy claras, como si su sentido estuviese en otro lado. Les propongo relajar la cuestión del saber. Suely nos está enseñando en vivo y en directo la significación de esas nociones asique, al menos, por esta vez no habría que buscarlas en otro lado, sino que iremos viendo cómo ella las explica y entre todos las vamos completando el sentido. Lo interesante es que ya no va a haber que pensar que hay otra definición mucho mejor que la que estamos usando: Suely conoce muy bien las categorías, las trabaja muy bien y vamos a ver si lo que ellas nos ofrecen nos satisface o no. Entonces no estamos ante el problema de cómo transmitir un saber, sino frente a otro problema: el de saber si lo que se está diciendo nos interesa o no, y cuánto. Y por lo tanto, el de saber si hay algo propio que va para otro lado. Si eso ocurre, ya hay una ganancia en haber hecho el ejercicio de comprensión, porque a partir de ahí se puede decir ¡no!, esto que se dice así no me cierra porque hay un punto que lo quiero pensar de otra manera. La ganancia en esa situación es descubrir una nueva dirección para el pensamiento. Sea como sea, se trataría de tomar algo de lo que vamos discutiendo y empezar a ver para qué sirve.

Con el aspecto categorial de esta filosofía creo se puede hacer lo siguiente (es un consejo que le leí alguna vez a Deleuze): como nadie está seguro del todo si está entendiendo o no, no confiaría tanto de la comprensión pura a nivel de los conceptos abstractos, y más bien se podría apostar a que cada quien se pregunte sobre qué vivencia personal se sirve para apoyar el concepto que se quiere entender. No importa que sea una vivencia noble o más bien inconfesable, no importa que sea infantil, no importa porque no hay que contarlo. Asique vale aunque uno se diga: -¡pero es demasiado tonto lo que estoy pensando! Si se puede encontrar cualquier experiencia o vivencia propia que apoye lo que se está diciendo, va a funcionar. Si no sería como una mala clase de facultad, donde salimos con conceptos medio mal aprendidos, sin saber exactamente si son los que son. Eso les propongo, veremos si funciona.

Le preguntan a Suely por la relación con Deleuze y Guattari. Ella responde que la biografía de ellos hecha por François Dosse, tiene un interés muy grande, porque a pesar de que no nos gusta mucho, tiene algo muy interesante y es que rompe la subordinación de Guattari a Deleuze. Se explica así: Deleuze, gran filósofo, Guattari estaba en prácticas psiquiátricas, militancias. La idea de que la práctica es menos inspiradora, menos noble, etc. primó mucho en ciertas lecturas, sobre todo universitarias de la obra de estos autores. Esa biografía que es muy documentada, tiene el interés de poner a Guattari muy en el centro.

LECTURA ENTREVISTA A SUELY ROLNIK:

ENTREVISTADOR*S: En la biografía de F. Dosse hay un párrafo que dice: «Deleuze tuvo metáforas muy expresivas sobre su trabajo en común. Comparó a Guattari con un rayo en medio de una tormenta. Y él, Deleuze, sería el pararrayos que capta ese rayo y lo hace reaparecer en otro lugar ya de una forma pacífica». ¿Dónde te sitúas tú en esta escena?

ROLNIK: A mí me parece perfecta la imagen que Deleuze inventa para dibujar los lugares que cada uno de ellos ocupan en su obra conjunta. Con sus radares en la tormenta, uno era el rayo y el otro el pararrayos. Guattari era muy vulnerable a las tormentas. De una vulnerabilidad impresionante. Su reacción era rápida como un rayo que irrumpía apuntando donde el deseo podría hacer conexiones capaces de crear un territorio para que la vida lograse encontrar una forma. Algo que per-formatease lo que había causado la tormenta para que la vida volviera a fluir. Una capacidad clínica excepcional. Con igual velocidad, su escritura era el propio rayo que enunciaba el estado de cosas en tiempo real, con palabras salvajes, difíciles de descifrar. Como un pararrayos, Deleuze captaba el rayo y se tomaba el tiempo necesario para la germinación de un territorio más calmado en la escritura y se lo devolvía a Guattari, que a su vez lo re-trabajaba. Así era la dinámica de la colaboración que resultaba en ese fabuloso universo de pensamiento que podemos habitar. Deleuze necesitaba del rayo-Guattari y Guattari, a su vez, necesitaba del pararrayos-Deleuze. Quizá sea eso lo que ha hecho que su colaboración fuera tan fecunda e incesante…”

SZTULWARK: Me parece interesante la imagen de la tormenta, el rayo, el pararrayos, porque ahí Suely ya adelantó, de algún modo, el núcleo de lo que quiere decir. Hay una serie de tormentas (intensidades que nos desestabilizan), hay quién es más capaz de captarlas en tiempo directo (Guattari es su ejemplo). Y hay quien puede modular esa captación (Delezue). Estaba la pregunta sobre qué es en Suely “fuera-de-sujeto”. Ya podemos ir ligando un poco las cosas. La tormenta ocurre fuera del sujeto. ¿Qué es la tormenta?: la aparición de unas fuerzas cuyas intensidades son demasiado violentas para nuestro mapa de referencias. Y no hay manera de captar algo de ellas sin conectar con la propia vulnerabilidad. Guattari, era extremadamente vulnerable a las tormentas, dice Suely. Se puede entender que se refiere a las lluvias y las tempestades, pero también que, lejos de cualquier metáfora, alguna de esas tormentas nos muestran en el cielo cosas que pasan muy materialmente en nuestra vida. Tumultuosas intensidades, difíciles de asimilar, activan nuestra vulnerabilidad, y tal vez somos capaces de comprenderlas, a partir del modo en que nos están afectando para construir en torno a ellas nuevas formas, nuevas maneras de vida, nuevas maneras de existir. Claro que también podemos intentar ser indiferentes, resistir lo más que podamos a esa desestabilización. Esa es la escena que nos trae Suely. Tanto para hablar de la relación D-G  – me gustaría que nos olvidáramos rápido de ellos- como de la base de una teoría de la subjetividad. Creo que la imagen de la tormenta es muy útil para plantear lo que nos quiere traer de la subjetividad. Hay una dimensión de tormenta, y esa dimensión es lo que menos tenemos aceitado, trabajado, refiere a los puntos más frágiles de nuestras subjetividades.

Hago una serie de aclaraciones: Subjetividad = modo de ser, modo de vivir, modo de existir. Entendemos que el modo de vivir, de existir, no está ligado a nuestro organismo, se pueden cambiar esos modos. Y además, esos modos no son estrictamente nuestros: son efectos de una serie de situaciones, de prácticas. Incluiría dentro del “modo de ser”, desde ya, los modos de percibir, las maneras de relacionarnos con los demás y con uno mismo. Por subjetividad entenderemos, sencillamente, la manera misma en que estamos constituidos y nos constituimos. Podríamos incluir todo ahí: percepción, memoria. Tal vez podríamos recurrir a Spinoza nuevamente y decir que “somos modos finitos de una sustancia infinita”. Somos modos de ser, y esos modos pueden ser conocidos por lo que pueden. Una subjetividad se conoce por lo que puede hacer y pensar (por su potencia). Spinoza decía: “por cómo afecta y cómo es afectado conocemos cómo puede un modo”, ahí tenemos una subjetividad.

Suely, sostiene que somos herederos de una larga historia del modo de subjetivación clásico, ella lo llama cartesiano en un momento, y en otro se refiere al producto de una larga historia del catolicismo. Patriarcado, cristianismo, capitalismo, colonialismo. Se trata de fenómenos de larga duración, que actúan sobre los modos de ser que somos. Este modo de subjetivación, dice Suely, articula dos niveles: al primero lo llama “sujeto”. Y lo explica más o menos así: por “sujeto” podemos entender una instancia activa en la que se estabilizan un conjunto de referencias y representaciones útiles para la vida. Pero no hay que confundir “sujeto” con subjetividad. Porque en la subjetividad juega un papel la instancia que denomina “fuera-de-sujeto”, vinculada a la vulnerabilidad de que veníamos hablando. La subjetividad incluye ambos aspectos. Por sujeto Suely va a entender un campo de referencias, todo un modo de representación teórica e intelectual, que nos sirve para organizarnos en el mundo. Categoría, referencias más o menos fijas, el mundo simbólico como tal, lo que desde el marxismo se llamaba: las “superestructuras”. La subjetivación dominante en nuestro occidente está tomado por un inconsciente capitalista, colonial, logocéntrico. Ese tipo de subjetivación, que nos atraviesa, autonomiza al sujeto de dimensión sensible o vulnerable, que en otro tiempo Suely llamaba “cuerpo vibrátil” y ahora llama “fuera-del-sujeto”, que es lo que activamos como vulnerabilidad en las tormentas. Suely no va a diabolizar este aspecto del sujeto, aunque va a atacar el inconsciente colonial. Va a decir: es bastante evidente que tenemos un lenguaje, una forma, yo por ejemplo sé que estoy ahora en el Espacio Rosetti. Eso es una categoría, una referencia. La tengo que tener si quiero venir, si la pierdo no llego. Es muy evidente que es un nivel relevante para la vida, fundamental. No es bien y mal. El lenguaje y sobre todo su uso convencional va a ser el producto del interjuego de los dos niveles. Lo que sí va a cuestionar es que recurramos a un uso abstracto de esas categorías y referencias, que nos aferremos a ellas sin activar el nivel al que llama “fuera-del-sujeto”: ¿qué hay en el “fuera-del-sujeto”? Hay fuerzas, las fuerzas del mundo que no tienen representación a priori. El sujeto tiene un cierto mapa. Es un sistema de orientación que funciona poniendo etiquetas a las cosas. Si creyésemos que el mundo se reduce a esta experiencia tendríamos la ilusión de un modo total y completamente representable. Pero hay todo un aspecto de nuestra subjetividad que tiene que ver con lo que no sabemos. Simplemente porque no hay cómo saber, el mundo no está ya hecho, en vez de pensarlo como un conjunto de cosas ya puestas a las que sólo hay que nombrar, habría un conjunto de fuerzas con las que no nos hemos relacionado aún. Hay un conjunto de fuerzas que operan por ahí mas caóticamente de lo que podemos asimilar, que nos afectan de diversas maneras. Ese es el “afuera-del-sujeto”. Es todo aquello que en el mundo es real y no está representado para nosotros, y que nos afecta desatando tormentas en la estabilidad que siempre tratamos de conquistar a nivel del sujeto (sobre todo cuando el sujeto se apoya en el inconsciente colonial). El sujeto así constituido quiere ser estable. Quiere controlar su situación, tener su mapa, saber de qué se trata la cosa. Al mismo tiempo, de nuevo, está el “afuera del–sujeto”, que son un conjunto de fuerzas que una y otra vez nos lanzan tormentas, que desestabilizan nuestras categorías, que es nuestra vulnerabilidad, nuestro uso de la sensibilidad para conquistar –en contacto con esas fuerzas- un “territorio existencial”, como le llama Guattari.

Suely, trabaja la siguiente cuestión: ¿con qué contamos para atravesar esas tormentas, para extraer de ellas nuevas posibilidades, nuevos territorios y además para actualizar al sujeto, para que sus categorías no sean siempre las mismas? Para que el mapa de referencias se pueda ir actualizando en la medida en que en nuestra experiencia va atravesando tormentas tenemos que asimilar que en ellas se da algo interesante, no son sólo amenaza, no son sólo caos. Son eso, si, pero a la vez nos ponen en relación con lo real del mundo.

En las categorías de las Ciencias Sociales, hasta el año 2001 había un discurso en el mundo, en Argentina, en Francia, en EEUU, que decía que como el neoliberalismo ya no va a dar pleno empleo, va a ocurrir que va a quedar una población fuera, sobrando. Pero esa población no va a poder tener un repertorio de acciones colectivas, porque esas acciones pertenecen al mundo del trabajo. En cambio la gente sin trabajo, en su barrio, dispersa, sin conocerse entre si, culpabilizándose a sí misma, etc., no va a poder ya constituir fuerza política. Esto es lo que decían los mapas orientadores de la sociología dominante. De repente aparece una tormenta, sobre todo para los propios desocupados, es decir, la barbarie que implica que la promesa que a todos nos hacen de que vamos a poder reproducirnos, no se cumpla. O sea, ustedes no van a poder reproducirse socialmente, vitalmente, peor sus hijos. Es decir, el salario, que es la vía de reproducción que se nos ofrece no va a regir más para una parte de la población, sin que se ofrezca nada a cambio. Entonces surge algo no previsto por las ciencias sociales: se organizan desde la “nada” (aparente) un repertorio de acciones colectivas. Hemos hablado de ellas hace un momento como subjetividades de la crisis. Aparece un pensamiento a partir de la desestabilización, de la crisis. Un pensamiento capaz de armar territorios existenciales nuevos, a partir sobre todo de la idea vívida de dignidad. Aparece un tipo de potencia individual y sobre todo colectiva que en un primer momento es muy difícil de asimilar: ¿qué hacen esos tipos ahí, cortando rutas?, ¿son trabajadores? ¡No exactamente! ¿Son del partido político tal? ¡No siempre! ¿Son de la iglesia? ¡Puede que no! ¿Y qué quieren? ¡Dignidad! Esa potencia abre posibilidades de existencia donde lo que había era un espacio mortífero, una existencia sin categoría, en la que la amenaza era completamente brutal. No sólo se crea el piquete, sino una manera de organizarse en los barrios y se empiezan a producir lazos vitales en torno al galpón, al corte, a la olla popular. La idea de que hay una realidad nueva que puede organizar un territorio existencial, que puede constituir posibilidades de vida, acciones de lucha, discursos sobre sí y sobre lo que se desea, hacerse cargo de la alimentación, de negociar con empresas y hasta a la larga poder participar de la vida política.  Con el tiempo –lo sabemos-todo esto puede tener suerte diversa. Puede ser neutralizado, por supuesto. La enseñanza, para lo que estamos pensando, creo, es que por fuera de las referencias y categorías se abren posibilidades para las cuales no siempre tenemos mecanismos previstos. A veces sucede que nos vemos inmersos en la creación de territorios de existencia, entrando en relación con ciertos afectos que nos son nuevos. En esos procesos actualizamos mapas de referencias.

Entonces, el “fuera-del-sujeto”, es este contacto con el mundo que intenta construir territorios a partir de esas fuerzas o de tormentas. ¿Qué es el sujeto cuando está tomado por el inconsciente colonial?: es el conjunto de puntos de referencia que todo el tiempo estamos intentando constituir, estabilizar.

Acá comienza a tomar forma el problema que nos señala Suely. En la medida en que nuestra cultura favorece la consolidación del inconsciente colonial, vivimos en pos de una obsesiva defensa de la estabilización de la instancia sujeto, devaluando el “fuera-de-sujeto”, y por tanto viviendo toda desestabilización como una amenaza. Vivimos pegados a lo que llamamos nuestra identidad. El riesgo ahí parece ser el hecho de volvernos reactivos ante las tormentas. Pienso que las llamadas micropolíticas neoliberales funcionan precisamente en este punto, renovando la herencia cultural occidental, ofreciendo nuevos mecanismos para esta estabilización reaccionaria.

Respondiendo a una pregunta sobre la crisis y el 2001 es necesario aclarar un riesgo de mal entendido respecto al ejemplo que di: si hablamos de la crisis –como la de 2001- no desde el punto de la subjetivación, sino a partir de su objetividad. Lo “sensacional” en la crisis, la crisis como representación de la crisis, tomada categorialmente no se parece ya a la tormenta. Con Guattari este tipo de tormenta o de crisis no remite necesariamente a una objetividad macropolítica. Cuando ponía el ejemplo de 2001 enfatizaba en las subjetividades más que en la objetividad económica o política. Pensaba sobre todo en las subjetividades que  se construyeron ahí, que pueden ser vistas como el relámpago del que hablaba Suely, simultáneo con la crisis –en muchas ocasiones no ocurre así- Pero es una tormenta que se puede dar en distintos niveles de la subjetividad, no hace falta que sea colectiva, puede ser individual, grupal.

SILVIO LANG: Si las fuerzas de la tormenta son fuerzas no representadas, “la crisis” que nos dicen todo el tiempo que existe no entraría en este concepto que estamos trabajando. No liguemos la metáfora de tormenta a “la crisis” de la que hablan los medios comunicacionales, el gobierno de lo neoliberal y la opinión pública. Son justamente fuerzas no representadas. Las fuerzas del mundo que nos afectan y de las que estamos hablando no son “la crisis”.

INTERVENCIÓN: En relación a un ejemplo de costureras y el dueño que se va diciéndoles que si es tan fácil que lo hagan ellas, puede aparecer un nuevo territorio posible pero que exige un modo distinto de funcionamiento que es una activación de una potencia que crea la posibilidad de vivir en dónde antes se moría, de donde se dependía, de donde no había otra opción. Eso exige salir de nosotros, y dejar de estar pensando que no sabemos. Cuando vas a cantar, te dicen: no digas no puedo, eso podés, desafiná, hacé todo lo que quieras, create posibles y ahí vamos a trabajar en ese territorio.

SZTULWARK: Cuando de alguna manera la situación en la que estamos estabilizados no funciona más, hay un momento de muerte, porque el afuera destruye al sujeto, pero al mismo tiempo se empieza a armar un posible (sí o no). En el ejemplo que tomábamos, la ruina de la relación salarial implica una cierta muerte, la interrupción de las formas que nuestra cultura prevé para la reproducción social (básicamente el salario). En el ejemplo que ponen ustedes, de las fábricas recuperadas la cosa parece funcionar de un modo parecido ¿no? Los trabajadores a los que el patrón les tira las llaves y se pasan por una muerte de este tipo hasta que poco a poco comienza a aparecer la posibilidad de utilizar la planta, las máquinas, la labor difícil de reconstituir un mercado, la pelea porque el estado brinde apoyo, etc. Hay una muerte, y surgen nuevos posibles, las dos cosas. De pronto ya no se trata de trabajadores bajo patrón, sino de una nueva fusión entre trabajo y empresarialidad. Se trata de transformaciones en los modos de ser, inseparables de creaciones de territorios existenciales.

Leo un poquito más el texto de Suely: -hay un momento en que le nombran la anestesia de los afectos de la tormenta.

LECTURA ENTREVISTA:

ROLNIK: Sí, voy a explicar un poquito mejor esta idea porque es importante para nuestra conversación. Para descifrar el mundo, disponemos de la experiencia empírica basada en las capacidades de percepción y de los sentimientos del yo; éstas sirven para descifrar las formas del mundo según los contornos actuales de la retícula cultural. Quiero decir, cuando veo una forma, o cuando escucho, o cuando siento algo lo asocio inmediatamente al repertorio de representaciones que poseo de manera que lo que voy a ver, escuchar o sentir está marcado por ello. Desde luego esto es muy importante porque nos permite la vida en sociedad. Pero no es más que una de las experiencias de la subjetividad; es la dimensión de esa experiencia que llamamos «sujeto». En nuestra tradición occidental se confunde «subjetividad» con «sujeto» porque es solo esa capacidad la que tiende a estar activada. Sin embargo, la experiencia que la subjetividad hace del mundo es mucho más amplia y más compleja. Hay otra dimensión de la experiencia que la subjetividad hace del mundo, que llamo el «afuera-del-sujeto»; es la experiencia de las fuerzas que agitan el mundo como un cuerpo vivo que produce efectos en nuestro cuerpo. Y esos efectos consisten en otra manera de ver y de sentir lo que pasa en cada momento (lo que Deleuze y Guattari llamaron «perceptos» y «afectos», respectivamente); es un estado que no tiene imagen, que no tiene palabra”

SZTULWARK: Aparecería una parte de la subjetividad que no habíamos analizado todavía bien. Están las fuerzas del mundo que nos afectan y está el sujeto en nosotros que tiene todas las representaciones. Pero hay otro aspecto, que es eso en nosotros que puede ligar con esa fuerza sin representación, que puede registrar lo que los autores (Deleuze y Guattari) llaman “afectos y perceptos”. Esos afectos no son sentimientos, esos perceptos no son percepciones. No hay imagen, no hay palabra, se trata de una experiencia en cierto modo previa a tener percepciones, sentimientos, etc. Esa instancia la debiéramos pensar un poco, porque según Suely, es la que tenemos menos activada, la parte de la subjetividad que se juega en el rayo-pararrayos de Deleuze-Guattari. Hay una tormenta y hay un sujeto, y en el “entre” hay una capacidad que tendríamos más o menos activada de dar cuenta de lo que ocurre para nosotros, de cómo las fuerzas no representadas nos afectan sin que haya una imagen o una palabra todavía. Hay una base de lo que después puede ser imagen, lenguaje. Pero que todavía no es imagen, no es lenguaje, y sí es capacidad de registrar afectos y perceptos (Deleuze y Guattari en su libro ¿Qué es la filosofía?, en la parte dedicada a la creación en el arte hablarán incluso de arrancar afectos a los sentimientos, extraer perceptos de las percepciones).

La hipótesis que quisiera retomar es que las micropolíticas neoliberales anestesian justamente esa zona. Una micropolítica (o una afectación) neoliberal no sería posible sin una desposesión previa. Una desposesión doble, objetiva (económica) y subjetiva (afectos y perceptos). En lo neoliberal resulta inseparable un subdesarrollado en nuestras capacidades y el modo de registrar sin paranoia ni culpa las tormentas y sus fuerzas. De allí la importancia de detenerse a verificar qué es lo que esas micropolíticas neoliberales hacen con nuestros afectos y a la vez tratar de comprender qué es lo que podemos hacer con esas fuerzas, es decir, cómo podemos, en las condiciones actuales constituir zonas de posibilidad o de existencia. En este aspecto hay un dialogo siempre interesante, que pasa por preguntar ¿qué es lo que sabían/saben las subjetividades de la crisis, lo que no sabe de nosotros la subjetividad neoliberal, esa que se aferra al código, que siempre propone una imagen y un lenguaje, un espacio confortable para la estabilización acrítica y reaccionaria? Creo que por ahí vamos a encontrar el punto de relación entre lo que Suely está trabajando y lo que queremos pensar hoy nosotros. Hay unas micropolíticas neoliberales que dan respuesta a la inestabilidad que una y otra vez nos producen las tormentas. Se nos ofrece estabilizada por medio de pastillas, de diferentes consumos, incluso de filosofías, incluso la de Deleuze (es muy gracioso como habla Suely de un uso “desodorante” de Deleuze).

Por un lado, y retomando lo que ustedes están diciendo sobre la coyuntura, podemos decir Macri es de una sencillez abrumadora, pero esa sencillez es la propia de un buen vocero de esta estabilización neoliberal. En la medida que esa sencillez quiere decir: no hay tormentas, no hay preguntas, dudas, es claro que hay un orden al cual adecuarse y el que no se adecua está en falta. Y el kirchnerismo, en ese sentido, siempre va a ser visto retroactivamente como mal alumno, alguien que no entiende, que no sabe cómo educarse, etc. Y creo que eso va a ser así, no tanto porque el kirchnerismo fuera una cosa o la otra, sino porque tuvo que gestionar, ya lo vimos, otro contacto con la crisis.

Creo que fue muy ambiguo el kirchnerismo. Me parece que aún no estamos en condiciones de hacer una definición suficientemente madura de lo que pasó. Porque por un lado, podríamos decir, hizo una apropiación pobre de las subjetividades de la crisis y por otro se elevó a la subjetividad de la crisis al nivel de gobierno, metió a las organizaciones en el Estado. Meter en el Estado no es sólo cooptar,  es también reconocer. Hay una ambigüedad muy grande, porque la cooptación es una teoría muy pobre. Es la idea que el cooptado es un zonzo. La idea de cooptación la dejaría, y pensaría más en estos términos: hubo un trabajo de composición entre el Estado y poderes de nuevos territoriales que emergieron a partir de la experiencia de lidiar con las subjetividades en la crisis, por los cuales ni el potencial de esas subjetividades terminó dando lo que muchos hubiéramos esperado, ni el Estado volvió técnicamente a ser lo que había sido. Hubo, al menos por un tiempo, una nueva relación, una nueva composición.

Pero bueno, no se trata sólo Macri. Hay varios actores de este nuevo paisaje. Con el riesgo de que me lo reprochen, nombro también al nuevo Papa. No creo que Francisco sea Papa por ser peronista, sino por ser argentino, en el sentido fue un testigo privilegiado de cómo se armó en la Argentina un modelo de legitimidad social y política después de una crisis –objetiva-subjetiva- tan fuerte, y una invención micropolítica tan fuerte. Seguramente fue elegido como alguien que sabe sobre cómo relegitimar instituciones post crisis. Tal vez el Vaticano andaba necesitando algo como eso. Entonces sí hay algo de peronismo, pero también hay un saber que viene de la crisis de 2001, un saber que hasta cierto punto el kirchnerismo supo poner en juego. Hay un saber de la crisis que se ofrece hoy al mundo.

Volvemos al problema, según Suely -pero también según otros autores- relativa a esta zona subdesarrollada, aplastada por el inconsciente colonial, por la historia larga del occidente. Una historia que se remonta al momento en que el imperio romano se hace católico, dice Suely, una historia larguísima, muy parecida a grandes rasgos de la que cuenta Walter Benjamin: Hay un tiempo histórico que se da como un continuo de dominación. Si se quiere tratar de pensar todo esto con la debida radicalidad es necesario hacer una historia larga, como decía también León Rozitchner. No se puede partir del 2001, ni de la última dictadura, se trata de una historia mucho más compleja.

Dentro de esta historia, tan larga y compleja, tomamos un fragmento último, al que estamos llamando neoliberal. Que tal vez parta del 68, o de la década del 70. Entre nosotros, identificamos la dictadura, el menemismo. Hay mucho que discutir sobre las periodizaciones.

LANG: Propongo meternos un poco más con la idea de los perceptos y los afectos para pensar la pregunta que arrojamos “¿cómo el macrismo organiza nuestros afectos?”. Tiene que ver con lo que se planteaba de lo “pobretón” del discurso de Macri, si eso no sería más bien una manera de organizar afectos y perceptos.

SZTULWARK: Si les interesa la referencia de afectos y perceptos en Deleuze y Guattarí, es un capítulo del último libro que hicieron juntos, el ya mencionado: ¿Qué es la Filosofía? Hay una parte allí dedicada a qué significa creación en el arte (porque según ellos hay también creación en ciencia, en filosofía). La secuencia que plantean es más o menos la siguiente: pensar es crear, pero hay planos de pensamiento y creaciones diferentes. En la Filosofía se crean conceptos, pero en el arte se crean sensaciones y las sensaciones son bloques de afectos y perceptos. Afectos y perceptos tienen que ver con la vida no personal, con algo no mensurable en la vida. Hay algo en la vida que no es nuestra mera vida vivida, se trata de esas fuerzas del mundo que siempre nos obligan a ir más allá de nosotros mismos, a través de las sensaciones.

Las sensaciones son provocadas en nosotros por esas fuerzas, esas tormentas en principio no representables. Las sensaciones ponen en contacto esas fuerzas con nuestra sensibilidad, hacen que nuestra sensibilidad se comporte de un modo no habitual. Afectos son las experiencias no habituales –que según Spinoza aumentan o disminuyen nuestra potencia– y perceptos son los paisajes no humanos, de antes de lo humano. Lo que hace falta es un trabajo excepcional de la sensibilidad que es imposible sin la violencia que la tormenta hace sobre nosotros. Nosotros mismos más bien queremos estar estabilizados, pero hay situaciones, tormentas, en las que somos obligados a ver qué hacemos con lo que sentimos y no sabemos del todo sentir. Lo que Foucault dice: sentir de otra manera. Esa violencia se comunica con el pensamiento intelectual y con la memoria, y estamos obligados a pensar eso que estamos sintiendo y que con lo que no sabemos qué hacer. Esa violencia nos atraviesa, desorganiza nuestra sensibilidad, nuestras maneras de pensar, nuestras categorías y nos fuerzan a crear y a pensar sensiblemente, intelectualmente.

Los afectos ya están presentes en La Ética, de Spinoza. Cuando empleamos la palabra “ética”, estamos hablando de Spinoza. Suely también está haciendo una cita sin decirlo de Spinoza. Porque este autor, en el siglo XVII, decía que el problema de nuestro intento de ser felices es que hay un mundo totalmente tomado por finalidades. Todo el tiempo alguien nos dice de qué se trata el juego. Hay un conjunto de normas, de mandatos, de poderes que operan finalizando. Este mundo de finalizaciones serán tomadas por Nietzsche en su crítica de la moral. Un conjunto de valores producidos siempre antes de que nosotros lleguemos y frente a los que solo queda adecuarnos, siendo que ellos nos informan qué es el bien, que es el mal. La Ética, de Spinoza ya quería deshacer ese sistema de la obediencia. No solamente la obediencia interpersonal, sino esa otra que se practica respecto al mundo de valores. Por eso emplea la palabra “ética” que, a diferencia de la moral, traza mapas singulares. ¿En base a qué? A afectos que no son sentimientos personales. Son los afectos que surgen del contacto con las fuerzas. Y en base a perceptos que no responden a percepciones normalizadas, sino a las captaciones que podemos tener de las fuerzas. Con afectos y perceptos vamos viendo en las tormentas qué conexiones podemos hacer, cómo podemos construir un territorio de existencia, para nuestro deseo, para nuestra vida.

La Ética, es la capacidad de crear un mapa existencial en medio de una tormenta. Tormenta producida por el hecho de que la vida no se reduce al sujeto. Hay más vida que sujeto y por lo tanto hay un “fuera-de-sujeto” en la vida. Ahí funciona una ética. Y una ética es un mapa singular. Mapa singular del deseo. Spinoza había escrito que la esencia del hombre es el deseo. El deseo es aquello que hace que querramos las cosas no porque las consideramos, buenas, bellas o justa, sino así las consideramos, justamente, porque las deseamos. En otras palabras: el deseo es productivo, inviste, constituye mundos. Nuestro propio deseo se juega en las tormentas que habla Suely, se juega como capacidad de crear territorios, o bien puede quedar replegado sobre el campo estabilizado de referencias. Es por ello que dirá: no hay deseo sin acción y sin acción el deseo se pudre. Quiere decir seguramente que el deseo que no constituye territorio existencial se corrompe en su quietud, en este repliegue estabilizante.

La cuestión con lo neoliberal es entonces la siguiente: si en la tormenta tratamos de refugiarnos en una suerte de estabilidad y una confirmación del mundo previo, entramos en una serie de trabajos de obediencia a esta organización prefigurada, y nos exceptuamos del trabajo de poner en juego el deseo y poder constituir campos existenciales propios y con otros. El problema con lo neoliberal, en términos de subjetivación seria por tanto la convocatoria a sustituir este trabajo del deseo por una serie de dispositivos (pastillas, tecnologías, formas ideológicas o religiosas de representación)que confirman el territorio previo e inhiben el trabajo de una afectividad y también el lenguaje, puesto que lo que se corta por esta via es la elaboración de un lenguaje propio. Sin contacto con afectos, sin elaboración de un lenguaje, lo que se suprime es toda posibilidad de pensar de otra manera. Ahí estaríamos en el centro de lo que queríamos pensar hoy.

Y bien, si esto es así, no estamos lejos del siglo XVII, y de Spinoza cuando decía: ¡cuidado con los teólogos! Ellos son los que en cada época gestionan las trascendencias. Y lo que estamos viendo es que lo neoliberal funciona a este nivel, al nivel de la gestión de las trascendencias. Estamos tratando de pensar qué formas toman hoy las trascendencias (no decimos que las trascendencias se inventaron con el neoliberalismo). Estas trascendencias son aquellas que sirven para separar, para aislar, para producir estabilizaciones reaccionarias. Suely considera que este momento en el que los gobiernos llamados progresistas pierden las elecciones y son atacados no puede ser explicado por causas meramente políticas, que hay que indagar cómo se fue constituyendo este repliegue acentuado de la subjetividad. Ahí tenemos un punto de contacto entre macro y micropolíticas, y podemos entender nuestro tema, aquel que vincula nuestra coyuntura política y una cierta teoría de las micropolíticas.

Para pensar esto precisamos una caracterización más compleja de lo neoliberal. Foucault trabajó estas cuestiones tempranamente, durante la segunda mitad de los 70, de una manera muy interesante. Ya se nota en esos años -de hecho la cosa viene de mucho antes, Foucault lo cuenta con detalle en El nacimiento de la biopolítica-, que hay en países de Europa una transformación, unos modos nuevos de pensar la sociedad y sus funcionamiento -las micropolíticas. Se trata de un nuevo modo de concebir el papel de los mercado (los mercados son producidos por el Estado y el Estado se legitima a partir de los mercado), una nueva centralidad de la competencia, del riesgo, de las políticas sociales. Agregamos, un nuevo lugar de las finanzas (algo que ya comentamos al inicio). El neoliberalismo reorganiza la relación entre estado y sociedad, de modo que cada vez se va a poner más en el centro la concepción de la vida como fenómeno de mercado y por lo tanto se hará una cierta exaltación de la libertad individual. En el neoliberalismo, dice Foucault, los poderes actúan sobre el medio, sobre las interacciones, produciendo libertades. Y, sobre todo a partir de la experiencia alemana, concluye Foucault, el mercado deviene –como decíamos- la forma de legitimar al Estado. En este diagrama social cada quién pasa a ser concebido –y a concebirse- bajo el modelo de la forma empresa, como alguien que tiene (o que es) un capital,  y tiene que extraer a ese capital renta. La experiencia del trabajador, en este contexto, va a ser convertida en la experiencia del “empresario de sí mismo”, que considerará su salario como un ingreso, diluyendo toda vivencia colectiva, de clase. La vida entera deviene calculable desde el punto de vista de una racionalidad de mercado, y nuestras posibilidades existenciales son conducidas al hacer una marca de nosotros mismos, a administrar nuestros vínculos desde una perspectiva de autovalorización, a introyectar todo el lenguaje de los dispositivos que coordinan este mundo (las finanzas y las tecnologías digitales, los grandes medios de comunicación). No creo que se trate de lo que dicen los neoliberales, que las finanzas se independizan de la producción, sino que ya no contamos con los referentes para comprender cómo es que las finanzas extraen valor, explotan la vida entera, sobre la que constituyen momentos muy duros de mando.

INTERVENCIÓN: Cómo pensar la obediencia, si es la ideología del macrismo la que hace que no se pueda acceder a la tormenta, o es algo más previo, una ceguera, una imposibilidad del sujeto para efectuarse en la tormenta. Desde dónde se opera.

SZTULWARK: Espero que resulte claro que en lo que estoy tratando de pensar la subjetivación neoliberal es en muchos sentidos previa al propio macrismo. A Macri le ha costado, a pesar de todo, llegar al gobierno. Y no le resulta tan, tan fácil gobernar. No creo que como tal el macrismo pueda ser visto como una fuerza subjetivadora independiente. Su fuerza, en todo caso, responde a un juego más complejo que hemos estado analizando, en relación a estas historias viejas, y a esta renovación de las micropolíticas neoliberales que no han cesado de extenderse, y que cada vez más median nuestras prácticas y hábitos. Sin este antecedente –macro y micro-se vuelve incomprensible, al menos para mí, el momento político como el actual. Estaríamos pensando que Macri como un gran productor de subjetividad, diría que no, no veo nada de eso.

Quisiera hacer una aclaración más sobre lo que estamos diciendo. Me parece que es muy difícil hacer análisis de las micropolíticas neoliberales sin que en algún momento se produzca un efecto indeseado, muy pesimista y a la vez muy moralista, que consiste en decir que esas micropolíticas son a la vez invencibles y malas. Si nos subjetivan a tal punto y además son tan nocivas, ¿de dónde vamos a sacar la fuerza para poder cuestionarlas? Mi comentario sería, simplemente, que no es así, que la cosa es más compleja, que a la vez que está todo esto hay otro aspecto, están nuestras resistencias, nuestras invenciones. Pongo por un momento el ejemplo del consumo, del que hablamos algo en nuestro primer encuentro. Si decimos que lo que pasó en la Argentina ha sido una experiencia muy rica y compleja es, en partes, porque al mismo tiempo que se ha logrado incluir toda una vitalidad plebeyas –muy visible a partir del 2001- en las categorías de la economía política –a eso le llamamos aumento del consumo- hemos visto como el consumo se politiza, y ahí se producen cosas muy complejas. Los neoliberales pueden festejar haber gobernado el consumo, y ahora comienzan a restringirlo. Por nuestra parte tal vez debiéramos pensar que cuando los sectores populares se instalan en el consumo –y todos estamos instalados allí- es un error moralizar el asunto. Mas que moralizarlo y hablar del consumismo, debiéramos pensar todos cómo hacer para que esa fuerza que está moviéndose dentro del mercado puede romper sus reglas de mando, romper una cierta idea de felicidad, romper una cierta estructura productiva y comercial. Desbordarla, recrearla.

Si moralizamos las micropolíticas neoliberales perdemos también la capacidad de guiarnos por brújulas éticas, perdemos la creatividad para crear estrategias, quedamos lejos de la capacidad de tocar el mundo material de la afectividad no neoliberal (que es siempre una afectividad sin imagen). Quedamos como cortados, o bloqueados, vemos en ella sólo poder, sólo barbarie, y perdemos toda posibilidad de comprender el terreno de lucha en la que se dan los grises, los rajes, las resistencias concretas, la materialidad en que pueden afirmar los contrapoderes. Porque no es imaginable, creo, que estos contrapoderes surjan fuera del mercado, sin relación alguna con el consumo, sin imaginar determinadas relaciones con las tecnologías.

INTERVENCIÓN: (Reflexión en torno a poder convertirse en un guardián de uno mismo y no un guardia severo para organizar la tormenta)

LANG: Pensaría qué extractivismo hace el macrismo en nuestra capacidad creativa ante las tormentas y ahí incluiría qué es lo que se está cocinando con un personaje como Alejandro Rozitchner. Para poder meternos en qué está haciendo el macrismo con nuestros afectos.

INTERVENCIÓN: Es muy importante la inclusión de la filosofía en un discurso del Pro, es la primera vez que lo escucho.

LANG: Y cómo el neoliberalismo, en la caracterización que hace Foucault del “empresario de sí mismo”, extrae o se apropia de nuestra capacidad creativa. Está funcionando un extractivismo ahí  comandado por las ideas nietzscheanas de Alejandro Rozitchner.

SZTULWARK: Alejandro Rozitchner, hijo de León, ha escrito discursos al presidente Macri –de ahí la idea de que el presidente tiene un “lenguaje filosófico”. Ahí la operación, me parece, que las cosas se plantean justo a la inversa con relación a lo que estamos tratando de pensar. Ellos plantean un cierto “nietzscheísmo”: ¿cuál es el problema con la vida? El problema con la vida son los valores morales que la aprisionan. Ok. Pero ¿cuáles son esos valores morales que pesan sobre nuestra sociedad? Serían, al menos tres: el cristianismo, la izquierda y el peronismo. Son los valores agobiantes de nuestra sociedad, porque no nos permiten –dicen- desentendernos de una carga que son los pobres. Se trata de ideologías “pobristas” (el termino es de Alejandro Rozitchner). Estas ideologías, estas morales nos enlazan a los otros: víctimas, explotados, excluidos, etc., ¿qué hacer frente a eso? Hay que liberar la vida, las fuerzas de la creatividad, respecto de ese peso moral que nos obstaculiza como país, que impide nuestro desarrollo individual y colectivo. Todo este discurso viene un poco tomado del new age, del rock, de la filosofía, del discurso del marketing. Entonces habría que aligerarse de esos pesados valores morales y liberar nuestros valores creativos, colocar la creación individual -como en la propaganda sobre meritocracia de Chevrolet – a favor de nuestro propio progreso. Poner por delante nuestro la idea de un éxito personal al que se llega sólo a través de la creación, pero la creación –este es el gran truco, el gran secretos, la gran perversión- será vista como adecuación a los dispositivos de poder. Entonces todo lo que hemos llamado aquí creación –ese pasaje por la tormenta- se queda sin tormenta. La creación será siempre la exaltación de los ideales empresarios, los valores internos al modelo neoliberal, y lo creativo será un modo de armonización de un modo de vida sin violencia, sin desestabilización (es una idea que funciona sin distinción entre creación artística, de valor económico o de prosperidad individual). Se trata, en definitiva, de aprender a amar los dispositivos de poder. Eso que hoy vemos aquí como un problema, porque no nos permite comprender la desestabilización como un momento esencialmente vital, se invierte en lo justo opuesto. Amar los dispositivos que nos estabilizan, sacarnos de encima este lastre, ese peso de la pobreza y entregarnos a una vida emprendedora, fluida, sana, no neurótica, no enojada y protestona. Hay una mezcla de cierto psicoanálisis, cierta filosofía, cierto neoliberalismo económico. Todo eso da lugar a la figura del coaching. El filósofo deviene coaching del presidente, de la casa rosada. El pensamiento deviene coaching ontológico. El propio Macri aspira a ser coaching político del país: relájense, sean positivos, miren para adelante y mucha creación. Es exactamente lo que cualquier multinacional espera de los gerentes: que sean creativos. Y todo lo que quepa en ese mundo será considerado criminal o patológico. No hay otra.

LANG: Actualmente, en el Ministerio de Cultura de la Nación, lo que era la Dirección Nacional de Industrias Culturales pasó a llamarse Secretaria de Cultura y Creatividad.

SZTULWARK: Es interesante, porque con la idea de emprendedor, lo que se hace es secuestrar la idea de empresa como empresa tal y como la piensa el neoliberalismo. La empresa capitalista como modelo para todo. La empresa como concreción y vía única para la potencia. Se plantea un enfrentamiento muy fuerte con los que pensamos que la forma de empresa neoliberal no es modelo de existencia. Y ellos están diciendo seriamente que sí. Dicen: no tenemos otra forma de hacer pasar la potencia individual y social que no sea por la forma empresa.

LANG: Están reaccionando a todos los que no pensamos en la forma de la lógica de la empresa.

SZTULWARK: Para el consenso neoliberal no podemos pensar la potencia individual y colectiva si no es bajo la forma empresa capitalista. ¿Cómo conciben ellos esta forma empresa? Lo sabemos bien. Primero, a partir de un acceso diferencial al capital: hay alguien que puede acceder a él y hay quien no. Si no partimos de esta desposesión primera, objetiva, socioeconómica, básica en el capitalismo, no se entiende qué es la empresa. No es el libre emprender colectivo. Es algo mucho más concreto, que supone y recrea continuamente una asimetría estructural entre personas que pueden acceder a un capital de inversión y otras que no. Los que sí tienen ese acceso, están en la posición de convocar y coordinar diferentes proyectos. Una empresa es un proyecto, un deseo que tiene alguien con acceso al capital. ¿En qué posición quedan los demás? Son los “reclutados”, aquellos que sin acceso al capital, y habiendo sido desposeídos de otra forma de reproducción, no pueden sino ser incluidos en el proyecto-deseo de otro. De ellos también se espera que activen su deseo, pero ese deseo es un deseo de obediencia. La empresa así concebida responde por entero a esta lógica. A la larga el ideal de la empresa es el del capital mismo, el no enfrentar obstáculos a ese desarrollo. De allí esa perversa idea de libertad como no interferencia, ese ideal no fricción que tiende a cumplirse idealmente en la economía puramente financiera.

Se habrán dado cuenta hasta qué punto este lenguaje empresario y neoliberal, que hace –al menos en el campo ideológico- una referencia muy fuerte a la libertad, al deseo y a la creación moviliza justamente las mismas palabras que hemos estado utilizando nosotros. Son las mismas palabras, pero los conceptos son antagónicos. Hay un campo semántico común entre los neoliberales y nosotros, las palabras son las mismas. No son los mismos los conceptos, no quieren decir lo mismo. Nuestro problema es que estos conceptos neoliberales están desatormentados, es un deseo desatormentado, es una libertad desatormentada. En esa traducción se nos juega algo vital y cotidiano todo el tiempo. Hasta qué punto somos expropiados de nuestras imágenes de creación, de nuestras imágenes de proyectos, de nuestras imágenes de libertad. Hasta qué punto tenemos cosas más concretas que decir que ellos. Cuando imaginamos una libertad en qué sentido es más concreta la nuestra. Cuando imaginamos un campo de deseo, en qué sentido el nuestro es más creativo y concreto que el que se traduce en el código neoliberal. Esa es la disputa política en este momento. Macro y micro, tenemos la posibilidad de mostrar las cosas que hacemos y nuestra forma de sociabilidad y hay una potencia concreta más interesante en nuestra manera de pensar y de sentir que la de ellos, es una pregunta. Es muy difícil hablar del mundo empresario y de este mundo sin pensar que hay una lucha política porque no hay empresa sin desposesión objetiva y subjetiva. El capitalismo es una máquina de desposesión. Cuando la frontera de la soja toma toda la tierra, ocurre que un montón de gente ya no puede tener su tierra, su economía tradicional. Hay un problema muy concreto, pero también una desposesión subjetiva, referida a la capacidad de trazar mapas eticos. De eso se me desposee, se me desposee de la tormenta pero también de la dimensión creativa y de potencia que se da inseparablemente de la tormenta. Esa desposesión es un problema político fundamental, sería la traducción al título de hoy. No tiene que ver sólo con Macri, sino con algo bastante más pesado. Prácticamente todos los partidos políticos de la Argentina han votado el pago de los holdouts y la deuda es un dispositivo neoliberal fundamental, es un mecanismo que tiende a empresarializar a las personas, a gobernar el tiempo futuro. Todo esto es difícil de pensar si no asumimos la idea de lucha política.

Espero que sobre estas cuestiones volvamos el 11, con las ideas de amistad política y afectividad no neoliberal.

Ante la pregunta sobre la idea de “justicia”, que nos hacemos, en cualquiera de esas tres vertientes desdeñadas (peronismo, cristianismo, izquierda), y a la idea de “derechos”, tan cara al discurso de la inclusión, me parece que podríamos ligarla a la definición que da Spinoza en La Ética: el derecho es igual a la potencia. Y si el derecho es igual a la potencia, quiere decir que toda retórica de derechos debe ser valorada de acuerdo a nuestra capacidad de crear agenciamientos para que esa potencia sea efectiva. Entonces cuando el discurso del derecho favorece esos agenciamientos está muy bien. Recuerdo lo que Deleuze dice: “no hay gobiernos de izquierda”, pero hay gobiernos que pueden favorecer en momentos y en procesos determinados la constitución de potencia. Son grandes momentos en la relación entre creación y gobierno. La pregunta está menos –para mí- en una vocación genérica de la justicia y más en cómo una ética nos provee los elementos para constituir agenciamientos de potencia. Es decir: la justicia no en el sentido teológico, en el sentido de que Dios nos creó iguales y no se pueden tolerar las desigualdades, sino mas bien el horizonte de prácticas –cosa que extendería a las organizaciones sociales y populares- que tienden a producir agenciamientos concretos que obliguen a replantear la situación que se declara injusta, en virtud de una potencia presente que ya no puede ser desconocida. Creo que nos faltan contrapoderes, más que discursos. Más aún si los contrapoderes tienen, ineludiblemente, un plano discursivo, junto a uno territorial, a una materialidad afectiva, a un plano ligado a la creación de economías. Todo eso podemos aprenderlo de las subjetividades de la crisis de las que hablamos hoy. Estoy de acuerdo con un discurso de la justicia, como aquí plantean, pero al mismo tiempo con unos agenciamientos concretos potentes, muy porosos y muy creativos a la hora de determinar que cuando vamos a la justicia vamos a tratar de cosas muy concretas.

La escuela cerrada es anti guachines // Diego Valeriano

Refugio vital, gedencia ilustrada, ranchada obligada, apocalipsis, intervalo, deserción, disidencia, red. La escuela como el barrio donde te haces pilla, como vínculo collage, como espacio de segundeo. Como el mejor lugar donde pueden estar pibas y pibes. Esta escuela, así, no otra, esta escuela vaciada desde hace años y llena de posibilidades. Esta escuela, abierta, para ganarle a los arruina guacho, donde las amigas te enseñen a no ser princesa. Laboratorio vital donde se cocina la rebelión de las pibas, donde caes y te levantas mejor.

 

La escuela cerrada es anti guachines, es anti encuentro, es anti. Los paros docentes, las amenazas de bomba, las cloacas tapadas, las recetas del Fondo, las pérdidas de gas, las licencias interminables, los sueldos de miseria engordan las fuerzas anti-todo. Las favorecen. La miseria planificada de hoy se desarrolla mejor en la escuela cerrada, en aulas vacías, en recreos mudos.

 

Cerrar la escuela imposibilita encuentros, retrasa insurrecciones, debilita resistencias. No da cuenta de los mensajes urgentes de los que son portadoras las turras. No da cuenta de la vitalidad que se despliega. Los pibes no aprenden de los adultos que luchan ¿por que lo harían? aprenden por lo que pasa cuando se encuentran.

 

La escuela hace mundos a pesar del abandono estatal, a pesar de docentes a Rivotril que ya ni van, a pesar que en el jardín los guachines jueguen al allanamiento, a pesar del perreo de las nenas 3ero, del escabio en 6to. A pesar de todos las emboscadas plagadas de buenas intenciones. Muy a pesar de los gabinetes, los gremios, las pedagogas, los talleres, los departamentos de orientación  y centros de estudiantes.

 

Escuela puro ruido, pura  interferencia, pura apertura, lugar privilegiado donde los adultos se hunden en lo caótico y se sienten amenazados, pero donde las nenas, como reales hacedoras, perciben cosas insospechadas, deseos, dolores reales y preguntas nunca hechas. Insolencia, distorsión y desborde. Escuela runfla intervenida por las turras que ya  no aceptan, por los guachos que van y van por pura obstinación, por las complicidades, por los aguantes, por un cariño inconmensurable que se forja cada vez. Escuela en guerra entre modos de vida, cuartel general de la vagancia, territorio liberado.  La escuela casi como el único lugar donde se desarrollan nuevos posibles, donde se tejen alianzas de mil maneras. Escuela abierta, tierra nueva para hacer frente a esta vida ortiba.

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