“El colonialismo es una cadena de opresiones que nos hemos metido dentro” // Silvia Rivera Cusicanqui
Deligny, que como todo gran pensador destila un humor inclasificable en sus cavilaciones, se posiciona en Lo arácnido en un más allá del psicoanálisis que luego irá tratando de cercar en este mismo y en el resto de escritos que recoge el volumen: «Respecto a remontar el curso de la creación, yo me detengo en la araña, mientras que muchos no van más allá de su abuelo». Esta confianza con la araña y con su tramar de redes -uno que trasciende la propia naturaleza de trampa y, por lo tanto, de efecto de una voluntad práctica-, le sirve a Deligny para ensayar la caracterización de un estadio pre-lingüístico que no concierne al querer y que tiene como origen el asombro ante el ingenio del actuar innato que (des)estructura el comportamiento de los autistas. Se establece en este ideario una franca oposición con lo que el autor denomina la «galaxia de lo intencional», que traba la consciencia pero igualmente el inconsciente según Freud y sus epígonos, con el objetivo de prestar atención a otro conjunto de estrellas, la de lo connatural. Para este giro, para esta revolución, haría falta repensar lo humano, pero hacerlo echando por la ventana al hombre y regresando a la noción de especie, admitir una conmoción que supondría desvalorizar la importancia otorgada a lo volitivo, al hacer en libertad, a los proyectos (que tan nocivos y venenosos suelen ser, recuerda Deligny, aunque cuenten con mejor prensa que el actuar innato).
La araña -lo animal, lo innato- y la red como eso que siempre falta y que conecta con el afuera (el francés, soldado, resistente y con experiencia en el ámbito concentracionario, sabía que esas actividades secretas son las que habían permitido a lo humano salir adelante), constituyen un modo de vivir y pensar que alimenta la proximidad de los niños autistas, su actuar refractario y natural. Y no extraña que, junto a una obra escrita en una tierra de nadie entre la autobiografía, la biología y el ensayo filosófico, Deligny encontrara el mejor aliado de su visión del mundo en el cine. Nada como las máquinas alrededor de la experiencia fílmica para constatar que el lenguaje no lo puede todo, o que, dicho de otro modo, son posibles otras relaciones entre hombre y realidad además de las que proporcionan y crean las palabras. De aquella que dirigiera, Le moindre geste (1962-1971), o de aquellas que se estructuran a partir de su voz y reflexiones -las filmadas por el cómplice Victor Renaud, Ce gamin, là (1976) y À propos d’ un film à faire (1987)-, se extraen fecundas sugerencias sobre las posibilidades del cine cuando desoye las obligaciones narrativas (un cine antes del cine o Ur-Kino, como atinó a conceptualizar Comolli ante las implicaciones metalingüísticas y materialistas de las opacas reincidencias de Yves en Le moindre geste) y, especialmente, una traducción plástica, rítmica y poética del pensamiento que Deligny extrajo de su vida junto a los autistas: por ejemplo que la imagen, que es casi nada, puede dar un vislumbre de lo que yace bajo el hombre, el animal, la memoria de la especie; o que la cámara, si bien puede travestirse de «punto de vista» de una subjetividad, está esencialmente emparentada con el autista en tanto que «punto de ver» inmerso hasta el cuello en lo real, mirada sin intención, sin proyecto; o, finalmente, que el lugar del espectador es el de un re-ver, y que por tanto está abierto a hallar entre las persistencias ese mínimo hallazgo que en la repetición escapa al signo, a lo descifrable. En esto Deligny recuerda a otra exploradora del afuera, Raymonde Carasco y sus rituales filmaciones del correteo de pies de los indios Tarahumara.
Deligny, que como todo gran pensador destila un humor inclasificable en sus cavilaciones, se posiciona en Lo arácnido en un más allá del psicoanálisis que luego irá tratando de cercar en este mismo y en el resto de escritos que recoge el volumen: «Respecto a remontar el curso de la creación, yo me detengo en la araña, mientras que muchos no van más allá de su abuelo». Esta confianza con la araña y con su tramar de redes -uno que trasciende la propia naturaleza de trampa y, por lo tanto, de efecto de una voluntad práctica-, le sirve a Deligny para ensayar la caracterización de un estadio pre-lingüístico que no concierne al querer y que tiene como origen el asombro ante el ingenio del actuar innato que (des)estructura el comportamiento de los autistas. Se establece en este ideario una franca oposición con lo que el autor denomina la «galaxia de lo intencional», que traba la consciencia pero igualmente el inconsciente según Freud y sus epígonos, con el objetivo de prestar atención a otro conjunto de estrellas, la de lo connatural. Para este giro, para esta revolución, haría falta repensar lo humano, pero hacerlo echando por la ventana al hombre y regresando a la noción de especie, admitir una conmoción que supondría desvalorizar la importancia otorgada a lo volitivo, al hacer en libertad, a los proyectos (que tan nocivos y venenosos suelen ser, recuerda Deligny, aunque cuenten con mejor prensa que el actuar innato).
La araña -lo animal, lo innato- y la red como eso que siempre falta y que conecta con el afuera (el francés, soldado, resistente y con experiencia en el ámbito concentracionario, sabía que esas actividades secretas son las que habían permitido a lo humano salir adelante), constituyen un modo de vivir y pensar que alimenta la proximidad de los niños autistas, su actuar refractario y natural. Y no extraña que, junto a una obra escrita en una tierra de nadie entre la autobiografía, la biología y el ensayo filosófico, Deligny encontrara el mejor aliado de su visión del mundo en el cine. Nada como las máquinas alrededor de la experiencia fílmica para constatar que el lenguaje no lo puede todo, o que, dicho de otro modo, son posibles otras relaciones entre hombre y realidad además de las que proporcionan y crean las palabras. De aquella que dirigiera, Le moindre geste (1962-1971), o de aquellas que se estructuran a partir de su voz y reflexiones -las filmadas por el cómplice Victor Renaud, Ce gamin, là (1976) y À propos d’ un film à faire (1987)-, se extraen fecundas sugerencias sobre las posibilidades del cine cuando desoye las obligaciones narrativas (un cine antes del cine o Ur-Kino, como atinó a conceptualizar Comolli ante las implicaciones metalingüísticas y materialistas de las opacas reincidencias de Yves en Le moindre geste) y, especialmente, una traducción plástica, rítmica y poética del pensamiento que Deligny extrajo de su vida junto a los autistas: por ejemplo que la imagen, que es casi nada, puede dar un vislumbre de lo que yace bajo el hombre, el animal, la memoria de la especie; o que la cámara, si bien puede travestirse de «punto de vista» de una subjetividad, está esencialmente emparentada con el autista en tanto que «punto de ver» inmerso hasta el cuello en lo real, mirada sin intención, sin proyecto; o, finalmente, que el lugar del espectador es el de un re-ver, y que por tanto está abierto a hallar entre las persistencias ese mínimo hallazgo que en la repetición escapa al signo, a lo descifrable. En esto Deligny recuerda a otra exploradora del afuera, Raymonde Carasco y sus rituales filmaciones del correteo de pies de los indios Tarahumara.
Esquivar el algoritmo, amarlo en silencio, rajar del entretenimiento, gozarlo sin capturarlo, desertar. Entenderlo sin tantas palabras, afectarse sin postearlo,
Los pibes, las pibas, los guachines por los que ya nadie pregunta, las nenitas que lo único que quieren es
Valeriano escribe sin marca. Sin las marcas de la identidad o perfil establecido para alguien que escribe -sin la marca
Un nuevo tipo de héroe nació en el Midtown Manhattan, frente al Hotel Hilton, la mañana del miércoles 4 de diciembre del
En una nueva intervención de Diego Sztulwark en Subversiones con la columna de Lobo Suelto, en diálogo con Pablo Ramos,
La vigencia de la tradición de los oprimidos depende sólo de ellos mismos. Como queda hoy a la vista, no
Un nuevo tipo de héroe nació en el Midtown Manhattan, frente al Hotel Hilton, la mañana del miércoles 4 de diciembre del
En una nueva intervención de Diego Sztulwark en Subversiones con la columna de Lobo Suelto, en diálogo con Pablo Ramos,
La vigencia de la tradición de los oprimidos depende sólo de ellos mismos. Como queda hoy a la vista, no
Esquivar el algoritmo, amarlo en silencio, rajar del entretenimiento, gozarlo sin capturarlo, desertar. Entenderlo sin tantas palabras, afectarse sin postearlo,
Los pibes, las pibas, los guachines por los que ya nadie pregunta, las nenitas que lo único que quieren es
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En una nueva intervención de Diego Sztulwark en Subversiones con la columna de Lobo Suelto, en diálogo con Pablo Ramos,
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Este texto me fue encargado, en abril 2020, por el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de
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Esquivar el algoritmo, amarlo en silencio, rajar del entretenimiento, gozarlo sin capturarlo, desertar. Entenderlo sin tantas palabras, afectarse sin postearlo,
Los pibes, las pibas, los guachines por los que ya nadie pregunta, las nenitas que lo único que quieren es
Valeriano escribe sin marca. Sin las marcas de la identidad o perfil establecido para alguien que escribe -sin la marca
Para proponerse como superador de las divisiones, qué mejor que irse a la punta del llamado desierto patagónico, en soledad
Valeriano escribe sin marca. Sin las marcas de la identidad o perfil establecido para alguien que escribe -sin la marca
Foto: Caleidoscopio de la serie Seis movimientos para una línea. Ana Efron El hombre precisa un silencio cálido, y
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