Anarquía Coronada

“El colonialismo es una cadena de opresiones que nos hemos metido dentro” // Silvia Rivera Cusicanqui

Aunque Silvia Rivera Cusicanqui se reconoce como una cultivadora del silencio, su visita a Costa Rica dejó germinando muchas palabras nuevas. Sus ideas contagiaron desde las montañas de Talamanca hasta los pasillos universitarios de Estudios Generales de la UCR, con un aire de compromiso y rebeldía. Pese a que su agenda estuvo más que cargada, UNIVERSIDAD encontró el momento justo para conversar con esta socióloga y activista boliviana. Dentro de un taxi rumbo a Heredia –para dar otra conferencia–, tejimos un diálogo ameno de diversos temas de la teoría cultural, los pueblos indígenas y las ciencias sociales.
Me llamó la atención que usted habla castimillano: algo así como una mezcla entre castellano y aimara, una expresión de su mestizaje. ¿Cómo ha sido para usted esa experiencia de juntar esos dos mundos, de reconocerse mestiza?

−Es una experiencia que sale de que en una familia de clase media hay una “nana” aimara, y te identificas con ella. Piensas que es tu mamá, y de pronto viene el trauma de que no es tu mamá. Y todo ese amor se ve cuestionado por una sociedad que te quiere meter a un camino de olvido y de negación. Todo eso se tradujo de algún modo en una toma de posición más o menos temprana de cuestionamiento de una serie de esquemas; primero de la izquierda y, posteriormente, de todo el conjunto de elementos dominantes de la sociedad.
Hay un momento en los años 70 en que decides irte al campo. ¿Por qué?
−A mí me aburrió mucho el discurso de la Alianza Obrero Campesina, porque había unos señores que andaban con el Libro Rojo de Mao, hablando de la alianza entre obreros y campesinos. Yo decía: ¿habrán hablado alguna vez con una persona campesina más allá del modo imperativo?
Me aburrí, de verdad me harté de la universidad, de la exuberancia de los discursos izquierdistas, y me fui a buscar trabajo en el Ministerio de Educación como profesora rural. Me tocó ir a un lugar donde nadie quería ir. Me encontré que había una opresión basada en la cultura, en el color de la piel, una discriminación brutal. Caminaba con los alcaldes indígenas y cuando llegaba a un restorán a servirme un té les ponían a ellos un cuero de oveja en el piso y a mí una silla; a ellos les daban una taza de lata y mí una de loza. Entonces ahí vi la brutalidad.
Esto que decías de cuando llegaban los alcaldes es muy interesante, porque nos recuerda que más que colonialidad como solo un discurso, una teoría o una moda, son prácticas de la vida diaria.
−Por eso digo que es un colonialismo internalizado, porque la señora que hacía eso, que era la dueña de la pensión, vestía polleras, un traje de chola, pero por tener un estatus de pueblerina se sentía muy superior a los indígenas. Por ser comerciante y no cultivar la tierra, ya se sentía muy por encima. Es eso lo que me llevó a pensar que el colonialismo es una cadena de opresiones que nos las hemos metido adentro. No es una bisagra entre blancos e indios, sino una cosa que afecta nuestra subjetividad.
Has hablado de modernidad de lo indígena. A mí lo que se me viene a la cabeza son los grupos de rock y rap que hay en idioma maya.
−Claro. A la persona que está dentro de una mentalidad eurocéntrica le gustaría ver indios puros, y le molesta el mezclado. El manchado no entra en el repertorio de los atractivos turísticos; entonces rompe con esa visión del espectáculo étnico, de la autenticidad. Eso es lo que me gusta de los hiphoperos aimaras, que les vale que para el europeo, para el curioso de afuera, ellos no sean puros. Ellos expresan su realidad, y esta es mezclada, es urbana y está sometida a diversos influjos.
¿Cuál es la diferencia entre el mestizaje que vos hablas, que es el ch´ixi, y conceptos más comunes como hibridación o sincretismo?
−La hibridez apela a que al cruzarse un caballo con una burra sale una mula. Y la mula es estéril. Eso siempre dicen en las comunidades: “Nosotros no somos híbridos, porque eso es ser mula”. Pero la idea de fusión, hibridez, sincretismo, supone un tercero, que es lo nuevo. De dos opuestos sale un tercero del cual quedan borradas las diferencias entre los dos polos originales. El mestizaje oficial es el hombre nuevo, en el cual ya no hay huellas del sufrimiento y la opresión; lo blanco y lo indio se han unido en una ciudadanía universal mestiza. Esa es la ideología oficial del Estado y el sentido común dominante. El ch´ixi reconoce la contradicción, pero de esos dos opuestos se saca la energía descolonizadora. El choque entre esos opuestos energiza.
¿La historia oral puede considerarse una práctica descolonizante?
Sí. Se puede pensar eso siempre que superes los discursos de lamento, que son funcionales al miserabilismo y a los discursos de la pobreza. La historia oral puede tener un filo miserablista: te acercas al subalterno para que te cuente su sufrimiento y te haga sentir culpable. La otra distorsión de la historia oral es creer que esa voz es “la” voz del subalterno y que no está mediada. Si tú te das cuenta cuánto está mediado el proceso de emisión de esa voz, por el hecho de que eres universitario, tratas de hacer un diálogo; esa persona ya tiene un cierto condicionamiento de pensar que tiene que decir lo que a ti te parece interesante. Y eso va a crear una falsa objetividad.

Irradiados por la araña // Alfonso Crespo

(Sobre Lo Arácnido Y Otros Textos, de Fernand Deligny) *


La prosa elíptica, aforística -fragmentaria entonces- y desnuda de Deligny recuerda a aquella escritura del desastre que bautizara Blanchot. Aquí esta poética del afuera la inspira un lugar concreto, ahí donde otros verían sin duda un no-lugar, las Cevenas, donde el poeta y etólogo Deligny llevaba más de 15 años conviviendo con niños autistas, conformando una auténtica red de acogida. Después de las escuelas especiales para niños inadaptados, los hospitales psiquiátricos o de los experimentos psicoanalíticos en la clínica La Borde de Oury y Guattari, esta aldea rural y esta compañía de niños múticos y retrasados establecieron el topos para una escritura tan errante y reincidente, pero también tan humilde y luminosa, como los trayectos que las idas y venidas de grandes y pequeños dibujaban en el terreno al realizar sus labores cotidianas. 

Deligny, que como todo gran pensador destila un humor inclasificable en sus cavilaciones, se posiciona en Lo arácnido en un más allá del psicoanálisis que luego irá tratando de cercar en este mismo y en el resto de escritos que recoge el volumen: «Respecto a remontar el curso de la creación, yo me detengo en la araña, mientras que muchos no van más allá de su abuelo». Esta confianza con la araña y con su tramar de redes -uno que trasciende la propia naturaleza de trampa y, por lo tanto, de efecto de una voluntad práctica-, le sirve a Deligny para ensayar la caracterización de un estadio pre-lingüístico que no concierne al querer y que tiene como origen el asombro ante el ingenio del actuar innato que (des)estructura el comportamiento de los autistas. Se establece en este ideario una franca oposición con lo que el autor denomina la «galaxia de lo intencional», que traba la consciencia pero igualmente el inconsciente según Freud y sus epígonos, con el objetivo de prestar atención a otro conjunto de estrellas, la de lo connatural. Para este giro, para esta revolución, haría falta repensar lo humano, pero hacerlo echando por la ventana al hombre y regresando a la noción de especie, admitir una conmoción que supondría desvalorizar la importancia otorgada a lo volitivo, al hacer en libertad, a los proyectos (que tan nocivos y venenosos suelen ser, recuerda Deligny, aunque cuenten con mejor prensa que el actuar innato). 

La araña -lo animal, lo innato- y la red como eso que siempre falta y que conecta con el afuera (el francés, soldado, resistente y con experiencia en el ámbito concentracionario, sabía que esas actividades secretas son las que habían permitido a lo humano salir adelante), constituyen un modo de vivir y pensar que alimenta la proximidad de los niños autistas, su actuar refractario y natural. Y no extraña que, junto a una obra escrita en una tierra de nadie entre la autobiografía, la biología y el ensayo filosófico, Deligny encontrara el mejor aliado de su visión del mundo en el cine. Nada como las máquinas alrededor de la experiencia fílmica para constatar que el lenguaje no lo puede todo, o que, dicho de otro modo, son posibles otras relaciones entre hombre y realidad además de las que proporcionan y crean las palabras. De aquella que dirigiera, Le moindre geste (1962-1971), o de aquellas que se estructuran a partir de su voz y reflexiones -las filmadas por el cómplice Victor Renaud, Ce gamin, là (1976) y À propos d’ un film à faire (1987)-, se extraen fecundas sugerencias sobre las posibilidades del cine cuando desoye las obligaciones narrativas (un cine antes del cine o Ur-Kino, como atinó a conceptualizar Comolli ante las implicaciones metalingüísticas y materialistas de las opacas reincidencias de Yves en Le moindre geste) y, especialmente, una traducción plástica, rítmica y poética del pensamiento que Deligny extrajo de su vida junto a los autistas: por ejemplo que la imagen, que es casi nada, puede dar un vislumbre de lo que yace bajo el hombre, el animal, la memoria de la especie; o que la cámara, si bien puede travestirse de «punto de vista» de una subjetividad, está esencialmente emparentada con el autista en tanto que «punto de ver» inmerso hasta el cuello en lo real, mirada sin intención, sin proyecto; o, finalmente, que el lugar del espectador es el de un re-ver, y que por tanto está abierto a hallar entre las persistencias ese mínimo hallazgo que en la repetición escapa al signo, a lo descifrable. En esto Deligny recuerda a otra exploradora del afuera, Raymonde Carasco y sus rituales filmaciones del correteo de pies de los indios Tarahumara. 


En sus escritos o en su cine, Deligny no trataba de decirnos que en el autismo recaía la esperanza de una humanidad mejor. Sí que lejos del humanismo biempensante, del discurso médico y del jurídico hay mucho que aprender de estas otras maneras de ser humano, por precarias que nos parezcan, que hacen gala de otro tipo de identidades vividas en un modo infinito y sin intención. Quizás, como dejó escrito, sólo se trate de pensar lo que tenemos «en común» con esos niños que nos miran sin vernos. Es decir, de atisbar un comunismo que tenga que ver con lo humano, pero no con el hombre, garante de una libertad originada no en la ley, sino en lo real.
* Editado por Cactus (Bs-As, 2015)

Irradiados por la araña

(Sobre Lo Arácnido Y Otros Textos, de Fernand Deligny) *
Alfonso Crespo
La prosa elíptica, aforística -fragmentaria entonces- y desnuda de Deligny recuerda a aquella escritura del desastre que bautizara Blanchot. Aquí esta poética del afuera la inspira un lugar concreto, ahí donde otros verían sin duda un no-lugar, las Cevenas, donde el poeta y etólogo Deligny llevaba más de 15 años conviviendo con niños autistas, conformando una auténtica red de acogida. Después de las escuelas especiales para niños inadaptados, los hospitales psiquiátricos o de los experimentos psicoanalíticos en la clínica La Borde de Oury y Guattari, esta aldea rural y esta compañía de niños múticos y retrasados establecieron el topos para una escritura tan errante y reincidente, pero también tan humilde y luminosa, como los trayectos que las idas y venidas de grandes y pequeños dibujaban en el terreno al realizar sus labores cotidianas. 

Deligny, que como todo gran pensador destila un humor inclasificable en sus cavilaciones, se posiciona en Lo arácnido en un más allá del psicoanálisis que luego irá tratando de cercar en este mismo y en el resto de escritos que recoge el volumen: «Respecto a remontar el curso de la creación, yo me detengo en la araña, mientras que muchos no van más allá de su abuelo». Esta confianza con la araña y con su tramar de redes -uno que trasciende la propia naturaleza de trampa y, por lo tanto, de efecto de una voluntad práctica-, le sirve a Deligny para ensayar la caracterización de un estadio pre-lingüístico que no concierne al querer y que tiene como origen el asombro ante el ingenio del actuar innato que (des)estructura el comportamiento de los autistas. Se establece en este ideario una franca oposición con lo que el autor denomina la «galaxia de lo intencional», que traba la consciencia pero igualmente el inconsciente según Freud y sus epígonos, con el objetivo de prestar atención a otro conjunto de estrellas, la de lo connatural. Para este giro, para esta revolución, haría falta repensar lo humano, pero hacerlo echando por la ventana al hombre y regresando a la noción de especie, admitir una conmoción que supondría desvalorizar la importancia otorgada a lo volitivo, al hacer en libertad, a los proyectos (que tan nocivos y venenosos suelen ser, recuerda Deligny, aunque cuenten con mejor prensa que el actuar innato). 

La araña -lo animal, lo innato- y la red como eso que siempre falta y que conecta con el afuera (el francés, soldado, resistente y con experiencia en el ámbito concentracionario, sabía que esas actividades secretas son las que habían permitido a lo humano salir adelante), constituyen un modo de vivir y pensar que alimenta la proximidad de los niños autistas, su actuar refractario y natural. Y no extraña que, junto a una obra escrita en una tierra de nadie entre la autobiografía, la biología y el ensayo filosófico, Deligny encontrara el mejor aliado de su visión del mundo en el cine. Nada como las máquinas alrededor de la experiencia fílmica para constatar que el lenguaje no lo puede todo, o que, dicho de otro modo, son posibles otras relaciones entre hombre y realidad además de las que proporcionan y crean las palabras. De aquella que dirigiera, Le moindre geste (1962-1971), o de aquellas que se estructuran a partir de su voz y reflexiones -las filmadas por el cómplice Victor Renaud, Ce gamin, là (1976) y À propos d’ un film à faire (1987)-, se extraen fecundas sugerencias sobre las posibilidades del cine cuando desoye las obligaciones narrativas (un cine antes del cine o Ur-Kino, como atinó a conceptualizar Comolli ante las implicaciones metalingüísticas y materialistas de las opacas reincidencias de Yves en Le moindre geste) y, especialmente, una traducción plástica, rítmica y poética del pensamiento que Deligny extrajo de su vida junto a los autistas: por ejemplo que la imagen, que es casi nada, puede dar un vislumbre de lo que yace bajo el hombre, el animal, la memoria de la especie; o que la cámara, si bien puede travestirse de «punto de vista» de una subjetividad, está esencialmente emparentada con el autista en tanto que «punto de ver» inmerso hasta el cuello en lo real, mirada sin intención, sin proyecto; o, finalmente, que el lugar del espectador es el de un re-ver, y que por tanto está abierto a hallar entre las persistencias ese mínimo hallazgo que en la repetición escapa al signo, a lo descifrable. En esto Deligny recuerda a otra exploradora del afuera, Raymonde Carasco y sus rituales filmaciones del correteo de pies de los indios Tarahumara. 


En sus escritos o en su cine, Deligny no trataba de decirnos que en el autismo recaía la esperanza de una humanidad mejor. Sí que lejos del humanismo biempensante, del discurso médico y del jurídico hay mucho que aprender de estas otras maneras de ser humano, por precarias que nos parezcan, que hacen gala de otro tipo de identidades vividas en un modo infinito y sin intención. Quizás, como dejó escrito, sólo se trate de pensar lo que tenemos «en común» con esos niños que nos miran sin vernos. Es decir, de atisbar un comunismo que tenga que ver con lo humano, pero no con el hombre, garante de una libertad originada no en la ley, sino en lo real.
* Editado por Cactus (Bs-As, 2015)
(Fuente: www.diariodesevilla.es)

Sobre Plurinacionalidad y Vivir Bien/Buen Vivir…, de Salvador Schavelzon

Alejandra Santillana Ortiz
A lo largo de las últimas décadas, dos movimientos indígenas andinos, el ecuatoriano y el boliviano, plantearon la necesidad de transformar el Estado, denunciando su carácter uni nacional, colonial y oligárquico (Ospina, 2000). Los pueblos y nacionalidades indígenas mostraron el carácter deEstadoseregidossobre un pacto colonial, que a lo largo de todo el periodo republicano levantaron un complejo sistema de dominación y explotación. El Estado colonial fue la forma que adquirió el capitalismo periférico y dependiente en las sociedades andinas como orden y hecho fundante. La conformación de organizaciones indígenas (sindicatos, organizaciones campesinas, confederaciones y federaciones) ha estado alimentada por demandas de reconocimiento, justicia, tierra y territorio (Santillana y Herrera, 2009). Fue hacia la década de los 80 y 90, con la instauración del paquete de programas de ajuste estructural y el intento de las elites nacionales articuladas con el capital global de configurar un orden que maximice sus ganancias; que los movimientos indígenas de Ecuador y Bolivia levantan la bandera de la plurinacionalidad.
Este proyecto político articulado a demandas territoriales, populares y productivas, mostró la gran capacidad de las organizaciones indígenas para combinar exigencias al Estado uni nacional, y mostrar una alternativa para las sociedades andinas. A partir de ese momento y como parte de la dinámica de las movilizaciones y levantamientos, la propuesta de Estado plurinacional se vuelve central en el proyecto programático del campo popular y la izquierda y durante estas décadas de movilización, los movimientos indígenas desarrollan la capacidad de representar e integrar luchas democráticas, sociales y populares.
La concreción y riqueza de los procesos constituyentes permitió la aprobación del carácter plurinacional de los estados ecuatoriano y boliviano; que sumada a la definición de Buen Vivir y Vivir Bien, respectivamente, alumbraba un nuevo momento posneoliberal y aparentemente, de descolonización liderado por los gobiernos progresistas de Rafael Correa y Evo Morales. Con el pasar de los años, estos gobiernos se alejaron de los postulados democráticos y de transformación profunda, que sumados a la concreción de proyectos de modernización capitalista y de continuidad de patrones de acumulación extractivista, rentista y dependiente se sostuvieron en dinámicas autoritarias y de deslegitimación de la protesta social, pero con un amplio respaldo popular (Ecuador) y organizativo (Bolivia).
Plurinacionalidad y Vivir Bien/Buen Vivir. Dos conceptos leídos desde Bolivia y Ecuador, se publica en 2015, año crucial para el futuro de los gobiernos progresistas en la región. La creciente conflictividad por la aplicación de sus proyectos políticos rentistas, extractivistas y capitalistas, y la caída en los precios de las materias primas, se ve acrecentada por la acción de organizaciones indígenas, populares y sociales que cuestionan el carácter de “transformación” de estos procesos. Estos cambios en la época, han sido expresados por la literatura crítica, que ha propuesto dos narrativas: una crisis de la hegemonía progresista (Modonessi, 2015) o un fin de ciclo del populismo progresista (Svampa, 2015).
La investigación realizada por Salvador Schavelzon llega precisamente en una etapa en donde la caracterización de los procesos progresistas requiere estar acompañada por la recuperación de conceptos, que revelan mundos e interpretaciones de la totalidad situada y que constituyeron en ejes de los proyectos políticos de movimientos indígenas en ambos países. Y es que a pesar de las importantes movilizaciones en contra de los gobiernos progresistas, las organizaciones indígenas, populares y sociales no han logrado construir una dinámica sostenida y una alternativa política que supere el progresismo como proyecto nacional. La pregunta sobre el tipo de nucleamientoque permitiría una articulación más estable entre varios sujetos capaces de mantenerla, sigue manteniéndose como principio de unidad más allá del progresismo.
Si el progresismo configuró una opción posneoliberal y se fue estableciendo como proyecto hegemónico, en algunos casos como en Ecuador como disputa interburguesa, de representación interclasista y de modernización capitalista (Unda 2013; Saltos, 2015) y en otros como expresión de capitales emergentes y viejos sectores del capitalismo rentista (Webber, 2015) bajo un proyecto mestizo con representación indianista; el proceso de desgaste y su respuesta autoritaria, el retorno a salidas que no modifican el patrón de acumulación interno y la sistemática deslegitimación, judicialización y criminalización de la protesta, coloca nuevamente, la pregunta por la hegemonía.
Si bien el Estado adquiere una centralidad y se legitima como único nucleamiento posible, queda aún latente si es que estos nuevos proyectos progresistas logran representar en la promesa de la nación al conjunto de la sociedad, tanto en su dimensión política como en sus dimensiones cultural, territorial y económica. Este libro contribuye a mostrar de manera sistemática y profunda, que la propuesta construida por los movimientos indígenas contempla la interpelación de representación de lo común que no es ya la pretensión homogenizadora del estado nación moderno, pero tampoco la diferencia posmoderna surgida en el seno del neoliberalismo. Es el desafío de lo común en el contexto de la heterogeneidad; la superación de la colonialidad, sexualización y la racialización de la relación entre sujetos y mundos a través de la construcción de un sistema político capaz de articular modos distintos de organización del mundo más allá de la colonialidad capitalista patriarcal. La plurinacionalidad y el VB/BV permite el entendimiento de la naturaleza como sujeto, no como exterioridad y objeto de explotación y explotación; pero al mismo tiempo es la configuración política de aquellos sujetos equiparados con la naturaleza: pueblos indígenas y también las mujeres.
El análisis que realiza el libro en categorías como autonomía (principio central) permite descentrar el Estado como única formación histórica y mostrar la potencialidad de pueblos y nacionalidades en la conformación de otras comunidades políticas. La plurinacionalidad se constituye en una crítica a la nación como única comunidad política, y permite a su vez, articular la plurinacionalidad como proyecto político con otras formas de organización, otras experiencias de relacionamiento no ancladas a la nación, otras comunidades políticas y de producción/reproducción.
Finalmente, la genealogía de la plurinacionalidad y de otros horizontes societales (Vivir Bien y Buen Vivir) en contextos posneoliberales y de narrativa progresista, devuelven al debate teórico y político la pregunta por el problema de lo nacional y la nación, articulando una crítica a la modernidad capitalista. Este libro es sin duda un acierto, porque le otorga vigencia y pertinencia a distintos modos de vida (mundos) en contextos de transformación y cambios de época. Constituye un análisis fundamental para la memoria a mediano y largo plazo de alternativas surgidas en los contextos andinos, y es también una herramienta para fortalecer proyectos políticos que superen la narrativa progresista en contextos de crisis y desgaste.
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Bibliografía
Modonessi, M. (2015). Fin de la hegemonía progresista y giro regresivo en América Latina. Una contribución gramsciana al debate sobre el fin de ciclo”.Viento Sur núm. 142, Madrid, octubre de 2015.
Ospina, P. (2000). Reflexiones sobre el transformismo: movilización indígena y régimen político en el Ecuador (1990-1998). En J. Massal, y M. Bonilla (Eds.) Los movimientos sociales en las democracias andinas (pp. 125-146). Quito: FLACSO – IFEA.
Saltos, N. (2015). Momento estratégico. Línea de Fuego http://lalineadefuego.info/2015/10/13/momento-estrategico-por-napoleon-saltos-galarza/
Santillana, A. y Herrera, S.(2009). Génesis, experiencia, transformación y crisis del movimiento indígena ecuatoriano. En América Latina desde abajo. Experiencias de luchas cotidianas. Quito: Abya-Yala.
Svampa M.,(2015). América Latina: de nuevas izquierdas a populismos de alta intensidad. Memoria núm. 256, México, noviembre de 2015.
Unda, M. (2013). Modernización del capitalismo y reforma del Estado. En Varios Autores. Correismo al desnudo. Quito: Montecristi Vive.
Webber, J.(2015). Teatro político en Bolivia. Revista Herramienta Nº 56, Otoño de 2015 – Año XVIII.


(Fuente: http://corpusarchivos.revues.org/)

Para Pablo es ajedrez, pero se trata de una performance // Raúl Sánchez Cedillo

En casos y circunstancias como el que nos ocupa conviene no amagar con pistas o mcguffins: pase lo pase, habrá elecciones generales en la próxima primavera.
Y ya han hablado los simpáticos parroquianos que dirigen la Comisión Europea. Se estaban haciendo esperar. Su papel es relativamente sencillo: solo tienen que preocuparse de recordar que la disputa parlamentaria y la libertad de los electores es solo una performance que no debería prolongarse demasiado y que solo puede terminar con una misa de difuntos del cambio sistémico y un aleluya al austericidio de las clases subalternas. Saben perfectamente que unas próximas elecciones son una especie de segunda vuelta del 20D, es decir, algo completamente normal en países como Francia, Portugal, Polonia Austria, Finlandia, Eslovaquia o Eslovenia, por citar solo Estados miembros de la UE. Lo que no les gusta es el reparto de la función y la probabilidad creciente de desenlaces poco favorables para el 1%.
Compartimos con la parroquia de Juncker la escasa apreciación de las virtudes del arte dramático parlamentario y la cruda franqueza en la descripción de las alternativas en juego: ninguna que modifique los dictados de la dictadura comisaria del Eurogrupo. Somos igualmente escépticos respecto a las lecturas que ven en el resultado de las elecciones del 20D un mensaje de la ciudadanía que ha de ser interpretado. Sí, tanto Lenin como Carl Schmitt venían a decir que los parlamentos de la democracia liberal eran una feria de ventrílocuos de una persona ausente, el pueblo. Pero hoy, como han señalado recientemente Francisco Jurado y Juan Moreno Yagüe, la presencia y la decisión de la multitud ciudadana no puede detenerse a las puertas de los parlamentos, so pena de desbaratar el proyecto constituyente al que el orden de las cosas nos ha abocado.
La «gran jugada»
Hay que respetar y seguir con atención las entradas en escena de Pablo Iglesias e interpretar el sentido de sus gestos, la «jugada» de su propuesta de gobierno de coalición y las maneras con las que ha sido anunciada. Ahora bien, la paradoja de los parlamentos en las democracias constitucionales reside en que el mandato representativo, a diferencia del imperativo, permite a los representantes hacer lo que quieran con este, casi siempre con consecuencias nefastas. Recordemos, por ejemplo, la rebelión contra Suárez de Herrero de Miñón, Fernández Ordóñez y otros barones de la UCD en la legislatura 1979-1982, o el voto casi unánime del grupo socialista en el Congreso y el Senado a la reforma a la carta del art. 135 de la Constitución, ese que absolutiza la prioridad del servicio a los acreedores en menoscabo de los derechos sociales (sí, Pedro Sánchez lo votó en un día confuso). Sabemos que la propuesta de gobierno presentada por el grupo formado por Podemos y las confluencias es una performance, un acto que atiende sobre todo a los efectos sobre el contexto que tienen los actos de habla. La propuesta de Pablo nos dice algo más de las intenciones del hablante que de la realidad de aquello que se habla, pero: ¿hay algo más que metáforas del ajedrez en los gestos del grupo encabezado por Pablo Iglesias? ¿Cabe pensar en rigor que podrían llegar a formar gobierno con el PSOE?
La respuesta reside en el grado de libertad excepcional que a Pedro Sánchez le ha tocado gestionar tras el 20D. La arbitrariedad que permite el mandato representativo y el funesto pronóstico que los tiempos le reservan a su partido son el factor que añade algo de incertidumbre a la representación en curso, si bien en dosis muy escasas.
Pedro sin causa
Pedro Sánchez necesita gobernar a toda costa si quiere seguir con vida, pero sabe que solo podrá tomar un respiro cuando haya acabado con la vida política de sus adversarios más cercanos: a) los barones de su partido, las gentes de PRISA y las bandas de las que suele ser portavoz y patriarca Felipe González; b) Pablo Iglesias y los representantes de las confluencias.
Por eso, el ojo de la aguja por el que pretende pasar Pedro Sánchez es tan pequeño que nos obliga a adentrarnos en las incertidumbres de la mecánica cuántica. Aunque la vida del fotón Pedro se nos antoja breve, él parece convencido de que ningún instrumento de medida política puede dictaminar si ha pasado por el agujero o ha sido desviado por un gravitón sevillano. Se trata de continuar en su función de onda hasta que los adversarios perezcan en un colapso de interferencias. Por supuesto, todo ha de hacerse dentro de un orden. Primero se trataría de contener a las hordas baroniles con la promesa de que un eventual gobierno de coalición con Podemos será una celada que permita poner fin a la amenaza que este supone. Luego sería el momento de entablar la negociación con Pablo Iglesias, aceptando el órdago con la confianza de que las tareas de gobierno serán mucho más devastadoras (bajo la tormenta perfecta de la Troika, el IBEX y la «gran coalición» tertuliana) para quienes abogan por la ruptura, que para quienes ni siquiera quieren romper la Regla de oro del equilibrio presupuestario. Romper las negociaciones por la testarudez de Podemos en el asunto del referéndum no supondría sino apuntarse un tanto de consolación antes de pasar por el cadalso socialista. Pedro Sánchez no se dispone pues a cruzar el Rubicón: antes bien, considera en todo caso que puede ser el mejor piloto en el juego de la gallina contra los barones y Pablo Iglesias. Otra cara bonita destrozada en las carreras.
¿Por qué? Porque la aceleración es creciente, el balance de costes y beneficios entre él y Pablo Iglesias demasiado desigual y, sobre todo, porque el coche de Pedro Sánchez carece de frenos. O alguien quita el muro de en medio o su belleza se volverá bidimensional. Todo esto lo sabe perfectamente Pablo Iglesias. Sabe que el eventual coste de compartir o quedarse con todas las culpas por la no formación del «gobierno del cambio» es un riesgo que vale la pena, porque al fin y al cabo: a) ello no supondrá a medio plazo ningún fortalecimiento del PSOE, antes al contrario; b) resulta infinitamente peor la perspectiva de una división interna dentro del grupo parlamentario en torno a cuestiones como el si, cómo y cuándo de un referéndum sobre Cataluña (por ejemplo), o la de graves conflictos internos en torno a la gestión y el control desde abajo del gobierno y el grupo parlamentario «confederal» en el escenario del pacto con Pedro Sánchez, esto es, en un horizonte que solo puede traducirse en dar una de cal y otra arena; y c), que es la decisiva, no puedes gobernar como fuerza minoritaria con un partido al que, retóricas aparte, deseas pública y ostensiblemente una despiadada pasokización.
El tiempo del go
Así que nada de ajedrez. Entre otras cosas, porque se calcula que en el ajedrez el número de posiciones aceptables en una partida se mueve entre 10 y 10, mientras que, como hemos visto, aquí posiciones y movimientos sensatos se cuentan con los dedos de una mano. Pero hay algo en esa fijación con el ajedrez que remite al cogollo de la teoría del poder político de Pablo Iglesias, concebido precisamente como una disputa entre soberanos y príncipes, como un espacio vacío que ha de ocupar una u otra elite para darle un uso ad libitum imperatoris.Hay algo más que retórica en el recurso a la malograda locución del compromiso histórico, que en su versión original se tradujo en la autoinmolación del PCI de Berlinguer en el altar de la austeridad frente a las demandas sociales y la represión despiadada de aquel antepasado del 15M que fue el movimiento del 77. Hay la convicción de que existe una autonomía de lo político (del Estado de partidos, de la clase política, de los parlamentos) respecto a la potencia compuesta de los contrapoderes sociales y ciudadanos, y que en última instancia la suerte del cambio político se ventila en las jugadas maestras de ese intelectual colectivo que es el Partido (o más bien su dirección carismática).
Sin embargo, tal y como enseña la propia historia del PCI de Togliatti y Berlinguer, la autonomía de lo político es siempre para lo peor, a saber: para la desarticulación de la relación democrática entre el nuevo tipo de contrapoderes sociales que nace con el 15M, con la PAH, las mareas y el municipalismo, y el instrumento –solo un instrumento– que permita desbloquear la entrada de la calle en el parlamento y la transformación de este en una asamblea subordinada al ejercicio directo del poder constituyente por parte de las y los ciudadanos. Estamos ante tensiones y ambivalencias que solo empezarán a aclararse dentro de semanas o meses, cuando el obstáculo Sánchez haya sido retirado del camino.
Sigue siendo cierto que la estrella polar del cambio político es el mandato constituyente expresado desde el 15M. Por eso es mucho más urgente pensar en la secuencia que se abrirá desde la convocatoria de nuevas elecciones a la gestión del resultado electoral, pasando por la ampliación y la radicalización democrática de las confluencias y su reflejo en la elección de las candidaturas y la construcción de los programas políticos. Se tratará entonces de plantear una oferta de gobierno radicalmente democrático, que mire tanto a las sedes europeas de la dictadura comisaria como a la participación real (molesta, por lo tanto) de la ciudadanía en la definición y organización del proceso o los procesos constituyentes en el todavía Reino de España.
Construir la invencibilidad
Sun Tzu repara en los preparativos de la victoria y recuerda que el ejército victorioso solo entra en combate después de haber conseguido la victoria, dicho de otra manera, que la invencibilidad depende de uno mismo mientras que la vulnerabilidad corresponde al enemigo. Seguramente Pablo Iglesias ha reparado en ello y no olvidará que con las nuevas elecciones se trata de construir, en común, la invencibilidad de las fuerzas del cambio al margen de golpes de genio ajedrecístico. Yanis Varoufakis ha expresado su preocupación ante la posibilidad de un pacto de gobierno con los socialistas. Tal vez sea porque él, el especialista de la teoría de juegos, salió muy escaldado de la disputa con la bestia del Eurogrupo.
El 15M abre el periodo del juego del go, que desplaza esa fantasía de una justa viril entre soberanos que se disputan un poder vacío. Por el contrario, en el go se trata de la ocupación y la hegemonía del y en el espacio de lo político mediante los movimientos distribuidos de una multitud de fichas iguales (de gotas, de personas, de ciudadanos), hasta impedir al adversario el ejercicio eficaz de sus poderes determinantes, hasta rodearlo y paralizarlo. La estrategia pertenece a la multitud ciudadana, y la forma del asedio consiste en la expansión y articulación eficaz de la participación y la radicalización democrática de los subalternos. Algo muy distinto del rol de público en los torneos de los grandes maestros del escaque.

(fuente: www.blog.publico.es

Diez tesis sobre la extrema derecha // Michael Löwy

(Traducción: José Gallego para VIENTO SUR) 

I. Las elecciones europeas han confirmado una tendencia que veníamos observando desde hace algunos años en la mayoría de países del continente: el espectacular crecimiento de la extrema derecha. Se trata de un fenómeno sin precedentes desde los años 30 del siglo XX. En la mayoría de los países este movimiento obtuvo entre el 10 y el 20%, y en tres países -Francia, Inglaterra, Dinamarca-, entre el 25 y el 30% de los votos. Pero su influencia es más vasta que su electorado: contamina con sus ideas a la derecha “clásica” e igualmente a una parte de la izquierda social-liberal. El caso francés es el más grave, el avance del Frente Nacional ha sobrepasado todas las previsiones, incluso las más pesimistas. Tal como decía la web de Mediapart en una edición reciente, “El tiempo se acabó”: “Il est minuit moins cinq”.

II. Esta extrema derecha es muy diversa, se puede observar toda una gama desde partidos abiertamente neonazis, como el griego Amanecer Dorado, hasta fuerzas burguesas perfectamente integradas en el juego político institucinal como el PPS suizo. Lo que tienen en común es el nacionalismo chovinista, la xenofobia, el racismo, el odio a los inmigrantes – sobre todo a los “extraeuropeos” – y a los gitanos (el pueblo más viejo de Europa), la islamofobia, el anticomunismo. A esto se le puede añadir, en muchos casos, el antisemitismo, la homofobia, la misoginia, el autoritarismo, el rechazo de la democracia, la eurofobia. Respecto a otras cuestiones – por ejemplo, el neoliberalismo o el laicismo – este movimiento está más dividido.
III. Sería un error creer que el fascismo y el antifascismo son fenómenos del pasado. Es cierto que hoy no encontramos partidos de masas comparables al NSDAP alemán de los años 30, pero ya en esta época el fascismo no se limitaba a un solo modelo: el franquismo español y el salazarismo portugués eran bien diferentes de los modelos italiano o alemán. Una parte importante de la extrema derecha europea de hoy tiene una matriz directamente fascista y/o neonazi: es el caso de Amanecer Dorado, el Jobbik húngaro, de Svoboda y el Sector de Derechas ucranianos, etc.; pero también hay otros, como el Frente Nacional, el FPÖ austriaco, el Vlaams Belang belga y otros, cuyos cuadros fundadores tenían estrechos vínculos con el fascismo histórico y las fuerzas colaboracionistas con el Tercer Reich. En otros países -Holanda, Suiza, Inglaterra, Dinamarca- los partidos de extrema derecha no tienen origen fascista, pero comparten con los primeros el racismo, la xenofobia y la islamofobia.
Uno de los argumentos utilizados para mostrar que la extrema derecha ha cambiado y que no tiene gran cosa que ver con el fascismo es su aceptación de la democracia parlamentaria y de la vía electoral para llegar al poder. Pero recordemos que un tal Adolf Hitler fue aupado a la Cancillería por una votación legal del Reichstag, y que el Mariscal Pétain fue elegido Jefe de Estado por el Parlamento francés. Si el Frente Nacional llegara al poder a través de las elecciones -una hipótesis que desgraciadamente no podemos descartar-, ¿qué quedaría de la democracia en Francia?
IV. La crisis económica que asola Europa desde 2008, en general -con la excepción de Grecia- ha favorecido más a la extrema derecha que a la izquierda radical. La proporción entre las dos fuerzas es totalmente desequilibrada, contrariamente a la situación europea de los años 30, que vivió, en la mayoría de países, un aumento paralelo del fascismo y de la izquierda antifascista. La extrema derecha actual se ha beneficiado sin duda de la crisis, pero ésta no lo explica todo: en el Estado español y en Portugal, dos de los países más castigados por la crisis, la extrema derecha sigue siendo marginal. Y en Grecia, si bien Amanecer Dorado ha experimentado un crecimiento exponencial, ha sido sobrepasada de largo por Syriza, la coalición de la izquierda radical. En Suiza y en Austria, dos de los países a los que prácticamente no ha afectado la crisis, la extrema derecha racista supera el 20%. Así que habría que evitar las explicaciones economicistas a menudo avanzadas por la izquierda.
V. Los factores históricos juegan sin duda un papel: una larga y antigua tradición antisemita en ciertos países; la persistencia de corrientes colaboracionistas después de la Segunda Guerra Mundial; la cultura colonial, que sigue impregnando actitudes y comportamientos mucho después de la descolonización, no sólo en los antiguos imperios, también en el resto de países de Europa. Todos estos factores están presentes en Francia y contribuyen a explicar el fenómeno del lepenismo.
VI. El concepto de “populismo”, empleado por ciertos politólogos, los medios e igualmente por una parte de la izquierda, es absolutamente incapaz de rendir cuentas sobre el fenómeno en cuestión, y solo sirve para confundir. Si en la América Latina de entre los años 19330 y 1960 el término correspondía a algo más preciso -el varguismo, el peronismo, etc.-, su uso en Europa a partir de los años 90 es cada vez más vago e impreciso. Se define el populismo como “una posición política que toma partido por el pueblo frente las élites”, lo que es válido para casi cualquier movimiento o partido político. Este pseudoconcepto, aplicado a los partidos de extrema derecha, conduce -voluntaria o involuntariamente- a legitimarlos, a hacerlos más aceptables, cuando no simpáticos -¿quién no está por el pueblo y contra las élites ?- evitando cuidadosamente los términos que provocan rechazo: racismo, xenofobia, fascismo, extrema derecha. “Populismo” es también utilizado de forma deliberadamente mistificadora por las ideologías neoliberales para crear una amalgama entre la extrema derecha y la izquierda radical, caracterizadas como “populismo de derechas” y “populismo de izquierdas”, opuestos a las políticas liberales, a “Europa”, etc.
VII. La izquierda de todas las tendencias -con algunas excepciones- ha subestimado cruelemente el peligro. No ha visto venir la ola parda, por lo tanto, no ha visto necesario tomar la iniciativa para una movilización antifascista. Para ciertas corrientes de la izquierda, la extrema derecha no es más que un producto de la crisis y del desempleo, siendo éstas las causas a las que hay que atacar, y no al fenómeno del fascismo en sí. Estos razonamientos típicamente economicistas han desarmado a la izquierda ante la ofensiva ideológica racista, xenófoba y nacionalista de la extrema derecha.
VIII. Ningún grupo social está inmunizado contra la peste parda. Las ideas de la extrema derecha, y en particular el racismo, han contaminado no solo a una gran parte de la pequeña burguesía y de los desempleados, también a una parte de la clase trabajadora y de la juventud. En el caso francés esto es particularmente llamativo. Estas ideas no tienen ninguna relación con la realidad de la inmigración: el voto por el Frente Nacional, por ejemplo, ha crecido particularmente en algunas regiones rurales que jamás han visto a un solo inmigrante. Y los inmigrantes gitanos, que han sido recientemente el objetivo de una ola de histeria racista bastante impresionante -con la complaciente participación del antes ministro “socialista” de Interior, Manuel Valls- son menos de veinte mil en toda Francia.
IX. Otro análisis “clásico” de la izquierda sobre el fascismo es el que lo explica esencialmente como un instrumento del gran capital para frenar la revolución y al movimiento obrero. Pero como hoy el movimiento obrero es muy débil, y el peligro revolucionario inexistente, el gran capital no tiene interés en sostener a los movimientos de extrema derecha, así que la amenaza de una ofensiva parda no existe. Se trata, una vez más, de una visión economicista, que no tiene en cuenta la autonomía propia de los fenómenos políticos -los electores pueden elegir a un partido político que no tenga el favor de la gran burguesía- y parece ignorar que el gran capital puede acomodarse a toda clase de regímenes políticos, sin demasiados escrúpulos.
X. No hay una receta mágica para combatir a la extrema derecha. Hay que inspirarse, con una distancia crítica, de las tradiciones antifascistas del pasado, pero también hay que saber innovar para responder a las nuevas formas del fenómeno. Hay que saber combinar las iniciativas locales con los movimientos sociopolíticos y culturales unitarios, sólidamente oanizados y estructurados, a escala nacional y continental. La unidad con todo el espectro “republicano” puede ser puntual, pero un movimiento antifascista organizado no será eficaz y creíble si está impulsado por las fuerzas que se sitúan hoy dentro del consenso neoliberal dominante. Se trata de una lucha que no puede limitarse a las fronteras de un solo país, sino que debe organizarse a escala europea. El combate contra el racismo y la solidaridad con sus víctimas es uno de los componentes esenciales de esta resistencia. 

Mercados afectivos: contra la crítica ortiba y el peligro del vicio en el juego // Andrés Fuentes

1- La crítica ortiba
Las multitudes que juegan en Argentina se explican por mutaciones en las posibilidades de ingresos de los últimos años: bolsillos suculentos bancan la joda. Dinero líquido, porque a los bingos se va con efectivo; ahí no hay tarjeta que valga. Hay miles de estrategias para capitalizarse, pero todas terminan con el mismo final: papeles de colores en las manos.
Primera mutación entonces: mayor flujo de guita. Pero hay otro cambio que hay que atender: el derrumbe del ascetismo. No importa gastar plata para jugar. No hay culpa. Apostar en las salas es la caída del último bastión de una cultura del ahorro y canuta para los gastos. Porque se puede gastar en diferentes tipos de consumo, pero jugar… es casi como tirar la plata. Más todavía si las salas están diseminadas por todos los centros urbanos y ya no se limitan a enclaves turísticos. Se potencia la frecuencia del juego; en Argentina son muchos los que juegan, y varias veces (ver:http://www.losutil.blogspot.com.ar/2015/02/tranquilossolos-y-entretenidos-un.html)
Más allá de estos cambios éticos que mencionamos, ante la mirada negativa que recae sobre la timba generalmente, se entiende que muchos jugadores sientan algo de vergüenza. Jugar todavía tiene algo de tabú. Vemos según los días y horarios –en la semana por las mañanas y las tardes por ejemplo- a la gente entrar y salir rápido de las salas, o cuando fuman en la calle se ponen de espaldas por si alguien que pasa les ficha las caras. Un culto a la intimidad y lo clandestino.
El rechazo al juego se dibuja en diferentes direcciones. Por un lado, una crítica a la racionalidad y capacidad operativa de la gente en el manejo de sus presupuestos: se malgastan los ingresos en vez de cubrir otras necesidades de primer orden. Otro punto es la crítica a la desintegración social: la timba empuja a las peleas familiares, desinterés por el trabajo, enfermedades mentales. Por último, la critica moral: las recaudaciones de las apuestas en las salas son parte de un financiamiento espurio de la política.
Discursos que emanan de iglesias y doctrinas diversas, funcionarios y organizaciones sociales, intelectuales ilustrados, y muchos laburantes también.  Se busca un bloqueo del deseo por jugar. O al menos una merma: muchos no reniegan de la timba binguera, pero sí de su intensidad; disponible a todo momento y lugar, se convierte en una tentación difícil de escapar.
 2- El peligro del vicio
Ante esta mirada bardera muchos jugadores nos explican que su gasto es igual que cualquier otro: comprarse un pantalón o ir a comer afuera. No hay culpa. Pero sí una responsabilidad estratégica: no gastar de más. Jugar es una pérdida de dinero controlada en el marco de un presupuesto ya establecido como posibilidad de entretenimiento.
Pero cuando esta responsabilidad falla hay una culpa muy fuerte. No por gastar, sino por no controlarse. Gastar de más es a lo sumo un problema de gestión, pero gastar sin pensarlo es un drama que pone en jaque la estructura personal de quien juega. Los jugadores –no los que van a jugar de vez en cuando, sino los apasionados por la timba- reivindican ir a las salas pero siempre sobrevuela sobre sus cabezas un miedo crónico, casi un terror: el vicio.
El jugar moviliza pasiones intensas que se definen en diferentes umbrales. De un jugar tranqui, se pasa a otro escalón de episodios momentáneos  de un rapto voraz –fugar a la casa a buscar más efectivo, mandarse a sacar guita de un cajero-. Pero llegado el caso se ingresa a un remolino donde el deseo indómito se hace costumbre. De eso hablamos: la costumbre de jugar que antes era un hábito más, ahora es la vida misma. Se vive para jugar.  Por eso es una experiencia patológica: se pierde la capacidad de reconfigurar la propia existencia viéndose arrasado por una intensidad que no se puede controlar y se padece como negativa.
Hay controles para ese secuestro anímico constante. El típico es el trípode que ofrecen las propias casas de juego y el sistema médico oficial: medicación, y atención sicológica individual y grupal. Al margen de que los jugadores acudan o no a este tridente terapéutico, existe el mecanismo de la autoexclusión. El propio apostador pide que no lo dejen ingresar a las salas. Entrega una serie de fotos personales para que las cámaras del bingo en caso de que lo registren entrando, lo echen. Pero muchos jugadores buscan evadir el sistema autoimpuesto: usan pelucas, anteojos negros, o se tapan la cara con un diario. Somos testigos de la lucha interna de querer algo que no se quiere querer, pero que sin embargo se ama.
 3- Ingresos y gastos no declarados
¿Cómo entender las derivas del deseo sin caer en el discurso ortiba ni tampoco ser indiferentes al tema del vicio?
Hay una dimensión que no se calcula cuando se concibe el acto timbero. Jugar no se limita a gastar dinero con sus respectivaspérdidas y ganancias. Hablamos de gastos e ingresos no declarados.Estos movimientos son los más importantes -y los menos visibles-. ¿Qué queremos decir? Que nuestra existencia se explica por un intercambio de experiencias con el mundo. Somos el devenir de ese intercambio. En ese comercio a veces ganamos en capacidad de acción, y otras perdemos. Las derivas de esa economía política y afectiva explican la otra, la de jugar. Las fuerzas que se despliegan y sus diversas dinámicas en el mercado existencial que nos definen, son las que brindan valor estratégico a la acción de apostar.
El discurso ortiba es miope a estas experiencias. Por ejemplo: si una mujer sale del laburo y no va para la casa sino para el bingo, además de las chirolas que ponga en la sala, hay que ver como tensiona todo un abanico de expectativas familiares que la agobian. Más allá que gane o pierda apostando, su gasto permite un ingreso que abre su autonomía como persona y le genera una bocha de ganancia en tanto fortalecimiento de sus estrategias vitales.
El vicio tapa ese intercambio también. El vicio implica un gasto de billete importante; mucho para el que tiene, mucho para el que no tiene. El gasto no es apostar banda en poco tiempo, sino hay otras pérdidas a considerar: mutar en un fantasma. El precio por jugar son los billetes que pone en la máquina, pero también las personas que ya no le creen y le tienen bronca por haberles mentido mil veces o robarles sus objetos y empeñarlos (verhttp://www.losutil.blogspot.com.ar/2015/09/juego-y-lenguaje-una-aproximacion-al.html). Un paria sin dinero, propiedad, ni amistades. Incluso puede sufrir desde agresiones en su cuerpo hasta el caso de perder la vida, sea por prestamistas calientes por deudas impagas hasta suicidios producto de la desesperación de sentirse en el abismo (garpando así un precio total, la pérdida radical de su propia existencia y todas sus posibilidades de vida).
Al mismo tiempo muchas pérdidas pueden tornarse en ganancias. Momentos jodidos para el apostador devenido en vicioso donde su sensibilidad se endurece y forja un espíritu aguerrido que se banca la intemperie. Un autogerenciamiento como fuerza y capacidad de regeneración luego de quedar tirado que no despreciaría. Despliegue de una terapéutica propia, la mayoría de las veces al margen de las estrategias médicas oficiales.
No olvidemos una pérdida fatal: hay casos donde si alguien se desplaza un margen del vicio por doblegar sus pulsiones, se activa un efecto disciplinador muy fuerte que genera una repulsión al deseo de jugar. Como en la “Naranja mecánica” de Kubrik donde el protagonista luego de una serie de torturas al escuchar a Beethoven ahora enloquece cuando antes lo fascinaba, ocurre igual con el jugador: odia y siente culpa por aquello que más amaba.
En este punto se encuentra la crítica al relato ortiba y al vicio: nadie niega la explosión del deseo como estrategia que padece el jugador, pero jugar es una pasión genuina que nadie puede moralizar. Es un problema el vicio para los jugadores, es cierto; pero dejar de jugar también.
 4-Mercado erótico y las series del deseo
Decíamos: el deseo es estratégico. Para comprender esa estrategia hay que reconocer la economía erótica de sus movimientos y los diferentes balances de ingresos y gastos que se efectúan, nutriendo o dejando anémicas según el caso diferentes valoraciones de la vida. Movimientos que se dan en diversas series: por un lado la propia sala de juego; por otro los diferentes ámbitos de nuestra vida –laburo, pareja, barrio-; y el funcionamiento de la sociedad en general. Series organizadas en tendencias comunes, calcificadas en espacios y temporalidades precisas, formas de estar con los demás y con uno mismo, por las cuales no deja de haber transformaciones e impasses varios.
La hibridez de estas series y su interconexión nos imponen ambivalencias como las siguientes: un cuerpo fundido por el traqueteo diario, apuesta, pierde una buena moneda, pero pierde existencialmente en tanto se somete a todo un sistema de entretenimiento que opera como un pasaje más de su rutina sin problematizar sus condiciones de vida. Pero también al jugar puede perder una buena moneda, pero gana en una tanto absorber toda una energía indispensable para vivir, y por qué no, un posible insumo para afrontar secuencias en su barrio, laburo, o experiencias políticas vinculadas con la gestión estatal de la vida, e incluso de antagonizar con la organización del bingo y las formas de apostar.
Mas allá del escenario específico del juego y las salas, no tiene sentido bancar de una el congelamiento de los pulsos deseantes de una vida ortiba, ni el agite del derroche como vida boba. En el mapa que trazan los diferentes mercados eróticos en todos sus recovecos y vasos comunicantes, debemos sondear para descubrir nuevas valorizaciones de la vida, buscando apropiaciones copadas, mecanismos de fortalecimiento de esos estados en situación más embrionaria, y no de razonamientos formales como premisas desvitalizadas que intentan luego pasar a una acción que se presume rebelde.
(fuente: http://losutil.blogspot.com.ar/)

Trapitos // Diego Valeriano



No se amplía el campo de batalla, siempre estuvo ahí, sólo que ahora gobierna la normalidad careta y entonces todo está más expuesto.

El runflerío (inmigrantes paganos, travas, negros, rochas, transas y locos) no deliberan ni gobiernan, ni a través de sus representantes. La restauración los quiere eliminar, pero hay otros que los quieren organizar y explicar.

El aparato mediático, más la justicia, más el dolor de una madre lo condenó. Jorge lo durmió de una piña y listo. Ni víctima, ni victimario (categorías obsoletas): a Jorge le re cabió, y perdió, como decían en los ‘70. El problema son los explicadores, los que se arrogan la representatividad de los que eligieron no tener voz. El ministro de seguridad quiere prohibir los trapitos, y está bien, están en guerra. La otra parte de la política busca justificarlos, organizarlos, redimirlos. Esos, esos son peores.

Macri y el deseo de “normalidad” // Diego Sztulwark


El último acto contra-cultural a escala de multitudes nacionales ocurrió durante la noche del 19 diciembre de 2001, cuando la gente salió a la calle, sin más articulación simbólica que la que emana de la decisión de poner freno a la barbarie, dejando los televisores encendidos hablándole a las paredes de sus hogares. Ese último rapto contra-cultural, por obvias razones nunca apreciado por los gobiernos posteriores, será –seguramente- revalorizado ahora incluso, por quienes durante estos años identificaron aquel diciembre sin más con el infierno. Ya sin ese tipo de interferencia podemos retomar aquel hilo rojo para ver si tirando de él encontramos las claves para enfrentar esta Cultura oficial que, ahora sin estorbos de ninguna clase, se muestra íntegramente como lo que es: la coordinación gerencial de los aparatos del tecnocapitalismo comunicacional y financiero.
Si Macri es la Cultura hoy
¿Estamos ante una mera coordinación gerencial o ante una contra ofensiva política? Según el gran pensador de lo político Carl Schmitt el secreto de todo orden jurídico válido es la fuerza decisional soberana sobre la excepción. Sin esa intervención normalizadora no existe situación “normal”. ¿Es Macri el inadvertido príncipe que avanza, creando fuerza de ley declarando la excepción, sin dar respiro a sus enemigos?
Si la Cultura macrista es banal lo es por lo redundante de su estructura: sólo el deseo de orden legitimará el orden. Si esta estructura no es trivial es porque parece conectar con un deseo de normalidad tras el quiebre de 2001. Licenciando al kirchnerismo como fuerza normalizante de la crisis, el macrismo nos muestra algo que sólo veíamos como entre la neblina: la fuerza y la masividad de ese deseo normalizante; el contenido mercantil e intolerante con cualquier vestigio de la crisis que tiene esa Voluntad de Normalidad; la mutación profunda que podría sobrevenir si el macrismo es exitoso en la canalización de ese deseo, llevándose puesto tanto al peronismo como al social-liberalismo; el carácter real de enfrentamiento entre deseo de normalidad y subjetividades de la crisis que subsiste por debajo de esa exitosa trasposición comunicacional llamada la “grieta”.
La “grieta” es una de las expresiones de la Cultura. Logra transmutar lo perdurable del enfrentamiento social en una coyuntura de polarización exacerbada entre kirchneristas y antikirchneristas. Como si el kirchnerismo fuese la crisis misma, y no un modo diferente de normalizarla. Es tan apabullante el consenso cultural a este respecto que ahora pareciera casi natural el intento de conciliar a los argentinos por medios de técnicas empresariales de “amigabilidad”.
Lo Pérfido no quita lo discutible

Un capítulo esencial de esta instalación cultural es la disputa por los juicios a los genocidas de la última dictadura que comenzó con el primer amanecer del flamante presidente electo – y la escritura a cargo de la editorial de La Nación–.
El problema de los juicios a los genocidas no se reduce en lo mas mínimo a un problema de justicia histórica. Abarca de modo estructural a nuestro presente. El juicio de la trama de responsabilidad represiva corporativo-militar lleva, si nadie se le interpone, a la trama económica y espiritual que hizo posible la alianza entre terror estatal y concentración empresarial como núcleo constitucional duro de la Argentina actual, la kirchnerista incluida. La conexión entre ese terror y este presente guarda la clave de esta cultura banal que hoy nos agobia: sólo la presencia de contrapoderes efectivos logra evitar que aquello que estructura las relaciones sociales no estructure también el psiquismo. ¿De dónde nace, sino, la intensificación del racismo y del patriarcalismo que vimos crecer la última década hasta devenir hoy, ya sin inhibiciones, en Cultura Oficial sin eufemismos?
Jorge Lanata y Lo Pérfido desean ahora revisar el número de treinta mil desaparecidos ofrecido por los organismos de derechos humanos. Se trata de un revisionismo que no lleva al perfeccionamiento sino al desmonte de los instrumentos de investigación –verdad y justicia- sobre el proyecto y los crímenes de la dictadura. De otro modo no se dedicarían a denigrar todo esfuerzo por establecer hasta el final las coordenadas de la acción genocida: campo por campo, desaparecido por desaparecido, para profundizar en la red íntegra del terror corporativo militar de aquellos años, conociendo al detalle la acción de cada fuerza, de cada miembro de la jerarquía de la iglesia católica, de cada una de las grandes empresas que participó de la toma de decisiones durante la dictadura.
Claro que para seguir profundizando en ese camino habría que hacer justo lo contrario de lo que se hace: en lugar de desmantelar -como están haciendo ahora mismo- el área del Banco Central que investiga derechos humanos y finanzas (durante la última dictadura y con proyección al presente) habría que aumentarle los recursos. En vez de bastardear a quienes protagonizan estos esfuerzos (Lanata escribió que las madres y abuelas se “prostituyen”; Levinas acusa al perro de “doble agente” al amparo del “filósofo” Alejandro Katz; quienes investigan delitos financieros de la dictadura son “ñoquis de la Cámpora”) habría que ampliarles los apoyos. En lugar de pedirle al gobierno que revise los juicios -como hizo hace unos días el historiador Romero (h)- debería mas bien haberse sumado a la comisión votada por el congreso para investigar a las principales 25 empresas del país por su rol en la dictadura. Lo Pérfido mismo, integrante del grupo de franjistas morados -sushis- que apoyó desde «la cultural» la acción de De la Rua durante diciembre de 2001 podría haber ofrecido los recursos públicos que maneja para organizar una auténtica discusión sobre cómo pensar desde hoy la dictadura. Si todo esto no ocurre, si no quieren discutir en serio la dictadura es porque lo que les interesa –¡también a nosotros!- es el presente. Sólo que para ellos este presente es, se ha dicho ya, de pura restauración: es decir, de pura rehabilitación de un extendido orden empresarial con un estado profesionalizado –también en lo represivo- a su íntegro servicio. 
Lo vemos en la declaración de la emergencia de seguridad cuya eficacia real -el discurso del narcotráfico- es aumentar la mierda represiva en los barrios (lo mismo a lo que nos tenía acostumbrado la bonaerense de Scioli, pero ahora con renovada legitimidad ordenancista). Lo vemos ahora mismo en Jujuy.
En el fondo, el problema de la última dictadura,  es el de cómo trata la sociedad la intensificación de sus conflictos reales, en un país que cuyos mejores momentos fueron determinados más por ciclos insurreccionales (1945-1969-2001) que por los líderes que supieron gobernar las crisis por ellos producida. En otras palabras: lo otro de lo banal (la idea de que el lazo social se organiza en torno a tres significantes: gestión empresarial; seguridad policial; fe en el futuro), de ese deseo de “normalidad” que por sí mismo alcanza para generar consensos incuestionables, es la crisis.  
De la Voluntad de la Inclusión a la de Normalidad
Del 2003 para acá se ha perdido el punto de vista propio de la crisis. La crisis fue vista sólo como lo negativo a superar. Durante el kirchnerismo esa superación fue concebida a partir de una Voluntad de Inclusión. Voluntad que saca de nosotros lo mejor –activa un deseo de igualdad- y lo peor –media ese deseo por una distancia jerárquica del tipo víctima/emancipador. En muchos casos, bajo esa Voluntad de Inclusión actuaba ya un deseo de normalidad. Deseo de orden que ahora desiste de toda buena voluntad para aparecer desnuda e intolerante como puro apego al poder. Es la mayor apropiación ordenancista de la crisis que pudiéramos imaginar, porque contiene en sí misma los componentes conservadores distribuidos en el sistema político en su totalidad.
Esa Voluntad de Normalidad se apropia de la crisis –que no ha desaparecido, aunque por el momento sea confinada, arrinconada, en la periferia del sistema Cultural- por medio de una experiencia de la disociación y del tiempo. Se hace de la crisis algo que “puede ocurrir” en un futuro lejano o próximo y no algo que está ocurriendo ya mismo, que no ha dejado de ocurrir. La crisis como amenaza fundamenta desde siempre el juego del temor y la esperanza, del premio y del castigo. Todo está permitido menos asumir corporalmente las intensidades de la crisis actual.
El fascismo postmoderno no odia al progresismo, al peronismo ni a las izquierdas, sino a los sujetos de la crisis. A todo aquello que se esconde tras las fronteras. A todas aquellas pulsiones que intentan quebrarlas. De ahí que lo “juvenil” se haya convertido en significante en disputa. Lo “joven” legitima por sí mismo la Cultura, tanto como lo “nuevo”. Es el máximo de legitimidad de lo banal dejado a sus anchas. Joven es, para la cultura, aquel a quien se le atribuye, en virtud de los años por vivir que arbitrariamente se le suponen, potencial de innovación. Semilleros del sistema. Son los jóvenes que vemos en los medios. Otra transposición Cultural. Porque la juventud como figura de la crisis es lo más hondamente amenazado. La juventud de un tiempo sin crisis glorifica las estructuras de la Cultura renunciando de antemano a vivir el espacio social como algo fracturado, como la escena de un drama que pide estallar, para dar lugar a nuevas relaciones. ¿Es posible considerar joven a quien interioriza el mundo de ese modo?, ¿no es la interioridad del espacio exterior en el tiempo ya vivido signo eminente de la vejez? Nada corre más peligro hoy que el impulso joven de rechazar la estructura que esconde lo Cultural.
Si la crisis no estuviera ahí
El punto de vista de la crisis desnaturaliza al máximo las jerarquías, y transversaliza tanto la rabia como la estrategia. Pasó con la lucha por los derechos humanos y los movimiento que luchaban contra el genocidio neoliberal de fines de los años 90. El abandono de ese punto de vista, que la Cultura de lo Normal fomenta, supone la desconexión y la generalizada insensibilización. El campo social vuelve a reducirse a lo familiar, incluso en el terreno de los derechos humanos.
El problema, entonces,  no es tanto cómo pensar lo generacional, sino cuánto tardamos en comprender que sin el protagonismo de la fuerza de la crisis –del trabajo sumergido; de los pliegues de lo barrial; de las contra-sensibilidades micropolíticas- sólo queda la más dolora humillación. 

El problema de los argentinos // Mariano Pacheco



El problema son los ñoquis. Sí. Ahora. Ahora el problema son los ñoquis. Los ñoquis y los vagos. Los que piden monedas. Los trapitos. Los que venden estampitas. Que venden, va. Que te extorsionan con la imagen de un santo. O de la Virgen. Virgen deberían ser esas chicas. Esas mugrosas. ¡Que vayan a laburar! El problema es que no quieren laburar. Les das un trapo de piso y salen corriendo. Que se van a poner a limpiar. Igual hay que tener cuidado. Le das la mano y te toman el codo. Le abrís la puerta de tu casa y te roban. Las negras siempre roban. Te roban tu casa. Y si te descuidas te roban el marido. O te lo toman prestado. No te lo sacan del todo. Te lo llevan por un rato. Las negras se calientas con los tipos de guita. Se hacen la croqueta. Se piensan que ellas también serán como las negras de las novelas: lograr que un tipo lindo y de guita se enamore de ellas. Pero eso sólo se ve en las pantallas. Y las negras no son negras. Son blancas que actúan de negras. De provincianas. Igual también están los blanquitos que son negros de alma. Los que salen a la calle a hacer quilombo. Porque le dicen protesta pero es hacer quilombo. Una cosa es salir con una olla y una cuchara, como puede hacer una de nosotras, que se yo, a hacer un poco de ruido, y otra cosa es cortar una calle. Prender fuego. Los tipos sin remeras, todos sudados. ¡Que vayan a la-bu-rar! Pero que van a laburar estos… Queres un electricista y no hay. Querés un plomero, y no hay. Queres uno que te destape el baño al menos, tampoco hay. Siempre tienen otros trabajos “pendientes”, te dicen. Por una pendiente habría que tirar a todos esos negros de mierda. Y a las negras. Solo salen a pedir. O a “protestar”, como le dicen. Las minas llenas de críos alrededor. Claro, por unos mangos que les llueva de arriba las negras ya van y tiene hijos. No uno o dos. O tres. ¡No! ¡Un montón! Las negras se llenan de críos. Y de perros. Y de gatos. Se creen que todavía están esos ranchos del interior de donde vienen. Pero no. Están en la ciudad. Pero bueno. Esto no es de ahora. Antes también. Los negros se hacían los cocoritos en la época de la yegua. Decí que se murió. La mató el cáncer. Decí, que sino alguien igual la habría matado, a ese macho con polleras. Hubo blancos también igual he… Blancos que eran negros de alma. Nenes de mamá contaminados por los negros. Se hacían los héroes metiéndose en la guerrilla. Decí que los mataron a todos. Bueno, no. A todos no. A casi todos. Si los hubiesen matado a todos la cosa se habría terminado. Pero no se terminó. Los negros son así: se multiplican. ¡Otra que los panes de Cristo! Los panes, la harina y la grasa. Este país está lleno de grasa. Otra que tortafritas. Una torta de tortafritas se puede hacer con tanta grasa. Una gran torta. Este país está lleno de tortas. Y de putos. Sí, si ahora hasta se pueden casar. Y tener hijos. Y andar mostrando obscenidades por ahí. El otro día salí de casa y me topé con dos tortas de la mano, caminando como si nada. Y dos putos dándose un beso en medio de la plaza. Mirá si los ven los nenes. ¡Qué degenerados! Pero así estamos: rodeados de putos, de tortas, de cirujas, de negros, de grasas, de ñoquis. ¡Se podría poner un supermercado con todo eso! Pero no. Ni siquiera. Porque ni un negocio como se debe se puede tener en este país. Porque vienen las bolivianas y se te sientan a vender cosas en la puerta. Todo el día ahí sentadas las peruanas. Peruanas no. Bolivianas. Bueno, no sé, es lo mismo. Las negras esas olorientas. Y sus maridos. ¡Qué olor tienen esos tipos! Y sí. Habría que hacer un supermercado con toda esa grasa disponible. O no: se los podría sacar de la Villa y meterlos… En una gran villa. Sí. Pero todos juntos. Los negros, las negras, las tortas, los putos, los peruanos, las indias, las bolitas, los choritos, los que protestan, todos. Meterlos a todos en una villa y prenderla fuego. Y sí, que pase un avión y los mate a todos. De una vez. A ver si así se dejan de joder…

Tiraron a Mansalva // Gustavo “Marola” González

(Director de la Murga “Los Auténticos Reyes del Ritmo”)

No voy a contarles algo que les pasó a otros, ni algo que me contaron, ni algo que me parece: voy a contarles algo que nos pasó a nosotros, que sinceramente nunca habíamos vivido algo así, hasta el último viernes. Pasadas las nueve de la noche, estábamos con los pibes y las pibas de la murga ensayando sobre la calle Bonorino, en la Villa 1-11-14 del Bajo Flores, cuando vimos que venía hacia nosotros un patrullero de Gendarmería, por la calle Charrúa. Al llegar hasta donde estábamos, les pedimos por favor que esperara un ratito y, luego, si podía salir hacia atrás, porque no se podía pasar por ahí, ya que había muchos chicos y chicas bailando. Pero no alcanzó con decirles por favor… Avanzaron, sin importarles que hubiera menores. Y así fue como lastimaron a los dos primeros nenes, rozándolos con el coche, mientras pasaban de prepo por el medio.
Al ver esta reacción de los oficiales, les dije a los chicos de la murga que rápidamente le abrieran paso al patrullero y al camión que lo seguía, pero en cuanto terminaron de pasar, apareció un gendarme desde atrás del camión, conocido en el barrio como “El Polaco”, para increparnos directamente: “¿Acá son todos guapos?”… A eso, yo mismo le respondí otra vez que había muchas criaturas, que no hiciera nada, pero no terminé de decirlo, cuando ya me había empujado. Y sin esperar que cayera al piso, empezó a tirar con su escopeta, tal como pueden ver en la foto, donde me levantan la remera.
Desesperado, mi hijo Jonathan se puso adelante mío. Y le dieron en la pierna, apenas arriba del tobillo, arrancándole la carne con una bala de plomo, sí, una bala de plomo que seguro era para mí. Ahora, ahí tiene un pozo y le pueden ver el hueso. A mí, me llenaron de balas de goma por todos lados, porque me tiraron sin asco. Por eso, en cuanto pude, me levanté y salí a correr para cubrirme, pero entonces ya no había un solo gendarme, sino muchos, que comenzaron a reprimir sin piedad. Así, tal cual, tirándoles a todos como si estuvieran locos, sin importarles que hubiera chicos por doquier. Fue un desastre, un desastre total. Tiraron a mansalva.
Ahora mismo, tenemos a dos personas internadas en el Hospital Piñero: un nene gravemente herido por una bala de goma en la cabeza, y una señora que recibió otro balazo de plomo. Pero además, hubo un nene de 6 años, sí, de 6, que recibió un balazo de goma en la cabeza y se salvó de perder el ojo sólo porque tuvo un Dios aparte. No había un chico, había decenas de chicos bailando, alrededor de 80 pibes y pibas, desde los dos años en adelante. Y más chiquitos también, porque hay madres que vienen con sus bebés.
Lógicamente, muchos quedaron muy afectados psicológicamente y, de seguro, pasará mucho tiempo para que vuelvan a salir, porque están aterrados. Imagínense el horror que fue todo esto… Ven a la Policía y se asustan, pero encima una vez más los medios nos vuelven a discriminar, porque ni siquiera frente a semejante salvajada, se hicieron eco de nosotros. Una vez más, quisieron silenciarnos, mintiendo sobre lo que había pasado e inventando falacias, como que nosotros habíamos empezado a tirar piedras, por un allanamiento que hubo a la mañana. Y es más, hasta pasaron una filmación, ¡diciendo que era una guerra narco! Mentira, otra mentira.
Acá no hubo guerra, ni allanamiento, desde ya, pero utilizan impunemente esa versión, para no hablar de la verdadera represión que sufrió nuestra murga, nuestro barrio, nuestra gente. Y como de costumbre, para tapar el impresentable accionar de estas Fuerzas de Seguridad, que se repite cada dos por tres, sin pagar ningún costo, ni rendir ninguna explicación, porque los ampara el silencio.
Para que esto no suceda nunca más con ninguna murga, ni con ninguna persona y para que no haya más casos de gatillos fácil, hoy marchamos y volveremos a marchar, porque esto no puede quedar así. Nuestro delito es tener una murga que intenta sacar a los pibes de la calle, para que sean felices, para que se puedan divertir… Por eso, ahora más que nunca, necesitamos que grite La Garganta y que gritemos todos juntos, hasta que la sociedad pueda tomar conciencia de toda esta locura, que ahora nos tocó a nosotros. Pero mañana, te puede tocar a vos.



¿Cómo ríe la derecha? // Diego Sztulwark


La risa, libro que le redituó a Bergson el novel de literatura, es una sanción social –nunca reímos en solitario, siempre lo hacemos con otros, aunque sea a nivel de una complicidad imaginaria-  que se realiza en nombre de lo vivo (lo fluyente, lo flexible, lo versátil) frente a la presencia en la vida de lo rígido, lo mecánico, lo automático. Con la risa lo animado de los cuerpos se convierte en texto de intelegibilidad de las relaciones que sustentan lo social moderno.
Lo propio del actual resplandecer de la consolidada Cultura Global Tecno-económica y Comunicacional, lo vemos a diario es el modo en que lo anímico se sitúa en el corazón de la disputa política en el minuto a minuto de la acelerada ciudad mediatizada: la Cultura, símbolo cuyo cuerpo es la economía de flujos, ejerce como sistema de administración de las pasiones. 
La derecha, en esta Cultura, ríe. No sólo lo hacen sus candidatos y en sus afiches. También lo hacen sus intelectuales más empoderados. No se trata sólo del festejo por haber ganado las últimas elecciones. Sino de una disposición más duradera e “ideológica” (si cabe). Alejandro Rozitchner, “coatchin” del Pro y confeso escritor de los discursos del Presidente Macri, le llama “entusiasmo”.
El entusiasmo no refiere a una situación particular o un aspecto de la vida. Es mucho más (y tal vez mucho menos): un modo ni enfermizo ni neurotizado de la voluntad. La ecuación es sencilla: se es feliz y se experimenta sanamente el amor en las actitudes que nos permiten una exitosa adecuación al orden. Se es, en cambio, patológico cuando sentimos que las cosas del mundo no van bien y cuando invertimos esfuerzo intelectual en la crítica, síntoma de males de impotencia y resentimiento vital.
Notable operación ésta que utiliza al Nietzsche que descubría en el odio y la culpa (pero también el amor a ella asociada) el instrumento de triunfo de lo servil sobre lo noble y creador, contra el Nietzsche que filosofaba a martillazos contra los valores dominantes. ¡También Nietzsche es llamado al orden!
Alguna vez Deleuze escribió que en épocas de Bergson –antes de la segunda guerra- la risa tenía como punto de referencia lo maquinal serial, ralentizador, puramente repetitivo de la fábrica de su tiempo, mientras que con Jerry Lewis aprendíamos a reíamos de un cuerpo eléctrico, acelerado, en continua variación,  en el que lo no vivo en la vida se producía a través de una nueva generación tecno-productiva. La risa sabe sobre las máquinas y tecnologías del capitalismo.
Lo banal en la Cultura es lo Durán Barba, es decir, la eficacia política cómo técnica de aplastamiento de lo sensible micropolítico a partir del peso de todo aquello que en lo social pesa, estratificado. Pero es también lo Alejandro Rozithcner, que ofrece los “conceptos anímicos” para que el equipo funcione.
En el centro de esos conceptos está el “amor” de los cursos espirituales para empresarios y otras élites.  Un amor obsesionado con la adaptación a un medio que ya no se busca transformar porque, sacerdotes de la Cultura actual, se trata de custodiar, como lo hace la gendarmería en los barrios bajos de la urbe, el entusiasmo con el orden real del mundo.  
                                                                                                                    
Lo policial del asunto salta a la vista. Entre creación y adaptabilidad no hay afinidad, a no ser que se ponga lo primero al servicio de lo segundo, como en el régimen de la gran empresa.  ¿Será la tristeza mas propia de nuestra época el que la risa se vuelva -contra Nietzsche y Bergson- instrumento de sanción de las tecnologías comunicacionales y financieras contra lo que resiste en la vida? ¿Serán ellas, a fin y al cambo, las fuerzas que apoderándose de lo flexible y lo fluyente se encarguen de someter hasta el final estos lentos cuerpos que somos y que desean extremadamente dóciles? Es muy probable, puesto que cada vez más –el asunto viene de lejos- se hace de toda vida que no se adapta a esta voluntad de normalidad una ocasión para la patologización, la minorización y la criminalización.

Pase Libre: el regreso // Spensy Pimentel

(Traducción: Ernenek Mejía)

Después de un año en que las manifestaciones en las calles de Brasil fueron marcadas por la derecha – con los movimiento de los llamados “Coxinhas” –, 2016 comenzó con la protestas del Movimiento Pase Libre (MPL) en la ciudad de São Paulo contra el aumento de la tarifa del metro, decretado por el gobierno del estado (del Partido de la Social Democracia Brasileña) y de los camiones, autorizado por el gobierno municipal de la ciudad (del Partido de los Trabajadores).

Las movilizaciones no han alcanzado, hasta el momento, el tamaño de 2013, cuando – literalmente – una increíble serie de manifestaciones convocadas por el MPL consiguió revertir el aumento del trasporte público, abriendo la caja de pandora brasileña y movilizando a cientos de miles en todo el país.

A partir de aquel momento, se comenzaron a ver en las calles todo tipo de demandas, desde aquellas emanadas del centro desinformado y despolitizado, hasta las de una derecha fascista y francamente golpista. El apoyo y solidaridad llegaron al explicitar la irracional brutalidad de la represión policíaca contra las manifestaciones del MPL en lugares como São Paulo y Rio de Janeiro. Como la violencia fue dirigida incluso contra los periodistas, los cuales comenzaron a ser sistemáticamente atacados por la policía, fue imposible para las grandes empresas de comunicación ignorar los hechos. Ir a las calles dejo de ser algo “feo”, o “cosas de vándalos”, y comenzó a ser socialmente aceptado e incluso de moda, criándose la figura del “manifestante pacificó”, en oposición a los “transgresores” o adeptos a las tácticas del “black block”.

Mucho se dijo en las redes sociales, en los medios de comunicación y en el medio académico para explicar lo que cambió en el país desde junio de 2013. Sin embargo las manifestaciones de enero de 2016 muestran que, en su esencia, el debate que busca el MPL continua vigente, y olvidado.

En primer lugar, las protestas permanecen atrayendo público por los mismos motivos de 2013. El establishment en São Paulo muestra sus nociones inauditas de ciudadanía y de política al reprimir con bombas lacrimógenas, macanazos y balas de goma a estas manifestaciones, alegando que el MPL debería discutir con la policía los trayectos a seguir antes de iniciar las marchas. En los medios locales, incluso hay comentaristas que defienden que el gobierno debería criar una especie de “marchodromo”, un lugar para las protestas no interrumpir el tráfico.

No es tan sorprendente, si consideramos que algunos meses atrás los grupos de derecha, llamados de “coxinhas”, salieron a la calle en domingo para evitar ser confundidos con las movilizaciones de los “vándalos” de izquierda que sucedían unas semanas antes. Verdad que el PT, hoy, está muy lejos de un Allende, pero las manifestaciones recuerdan a las protestas de 1973 de la clase media en Santiago, como se ve en el documental “La Batalla de Chile”: no eran pocos los “buenos ciudadanos”, vestidos con los colores de la bandera nacional, que abrazaban a los policías para tomar selfies. La policía y los medios de São Paulo saben muy bien a quien deben golpear y a quien deben respetar. El rojo en la ropa, o el negro en la piel, son ambos un pase libre para los macanazos, las balas y el lacrimógeno.

Paradojicamente, la ciudad de São Paulo, con sus más de 8 millones de automóviles (1 para cada 2 habitantes, el doble de la media nacional), vive grandes embotellamientos hace años. Sin embargo, se niegan a detenerse para discutir y cambiar esta realidad con restricciones a los carros y el incentivo al trasporte público. La paranoia es de tal magnitud que hasta la recientes ciclovías implantadas por el municipio, al ser pintadas de rojo, llevaron a algunos a la hipótesis de tratarse de propaganda comunista.

Y, en cuanto ese debate púbico de alto nivel continua, las propuestas del MPL para el trasporte público permanecen fuera de la agenda de los gobiernos y de los medios de comunicación. La principal idea es la de Tarifa Cero – el trasporte público no sería pagado por el usuario final, sino que por los impuestos (como sucede con la salud y la educación pública en Brasil). Tanto la derecha como la izquierda partidaria simplemente se alejan de esta hipótesis como algo absurdo y prefieren continuar pagando subsidios a las empresas, así como concediéndoles aumentos periódicamente.

El gobierno de São Paulo no da lugar a dudas: hace dos décadas en el poder, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) hizo del estado el principal bastión del llamado Tucanistán (el símbolo del PSDB es un Tucán), una nación imaginaria que reuniría a los estados gobernados por este partido en el centro-sur de Brasil. Las marcas de este país son inconfundibles: privatizaciones, detenciones masivas y una policía que mata a jóvenes negros de forma común.

Por su lado, el Partido de los Trabajadores, que gobierna el municipio de la capital del estado de São Paulo desde 2013, ya tuvo días mejores. Por ejemplo, Lucio Gregori, el autor de la propuesta de Tarifa Cero adoptada por el MPL, fue secretario de trasportes en el primero gobierno del PT en la ciudad, entre 1989 y 1992.

El Pase Libre (o pase gratuito) propone acabar con el nudo gordiano del trasporte público en São Paulo. Sin embargo, como en prácticamente todo Brasil los partidos políticos son mantenidos por las amplias donaciones de empresas– legales e ilegales, no importa –, es poco probable que ellos endosen este tipo de propuestas, ya que sería como si en Estados Unidos se adoptaran medidas por los partidos contra la industria bélica o petrolera. La política autonómica practicada por movimientos como el MPL rompe no únicamente con los partidos políticos, como también con toda una red de intereses que impiden cambios efectivos en la sociedad.

Como algunos productos industrializados, los partidos políticos, exhiben ya hace algún tiempo una especie de “marca fantasía” – sus siglas ya tienen poco o nada que ver con el contenido de sus propuestas y prácticas. El MPL, hoy, vuelve a movilizarse alrededor de una agenda simple y objetiva: ¡pase libre, pues!

Ya era hora de que la política volviera a ser tan simple.

Les guste o no la propuesta, ella está aquí para ser debatida. El enorme incómodo y desconcierto de los políticos tradicionales, así como de los medios de comunicación frente a esta idea es una señal de que hay algo importante que pensar…

La forma como los partidos en Brasil han conducido debates como éste no convence a una parte creciente de la población. La derecha simplemente ignora grupos como el MPL, por juzgarlo enemigo: el gobernador de São Paulo recientemente dijo que el movimiento debería protestar contra el aumento de las tarifas eléctricas, promulgada por el gobierno federal (PT), y no en contra del aumento del trasporte . Mientras tanto el PT, ante los reclamos del MPL, prefirió… ¡crear su propia agenda! Ciclovías y carriles de bus, entre otras medidas.

Es como si no hubiera ninguna posibilidad de comunicación con el público para medir la aceptación de la propuesta. No se considera la posibilidad de convocar un plebiscito o referéndum. Los partidos prefieren trabajar con herramientas de marketing político, la evaluación de la “aprobación” de las medidas que practican desde encuestas localizadas. Y así, expresiones como “reforma política”, panacea de los males de la democracia representativa, siguen como mera retórica vacía en el Brasil contemporáneo.

Desde abajo, por la izquierda y con la Tierra // Arturo Escobar


El pensamiento crítico latinoamericano está más vibrante y dinámico que nunca. Las contribuciones teórico-políticas para repensar la región reverberan a lo largo y ancho del continente, en los encuentros de los pueblos, en las mingas de pensamiento, en los debates de movimientos y colectivos, en las asambleas de comunidades en resistencia, en las movilizaciones de jóvenes, mujeres, campesinos y ambientalistas, y sin duda también en algunos de aquellos sectores que tradicionalmente se han considerado los espacios del pensamiento crítico por excelencia, tales como las universidades, la academia y las artes.

Un listado de las tendencias más notables del pensamiento crítico latinoamericano tendría que incluir, entre otras, las críticas a la modernidad y a la teoría decolonial; los feminismos autónomos, decoloniales, y comunitarios; la diversa gama de debates ecológicos y de economías alternativas, incluyendo la ecología política, la economía social y solidaria (ESS), las economías comunales; las posiciones autonómicas; otras y nuevas espiritualidades; y las diferentes propuesta de transiciones civilizatorias, el posdesarrollo, el Buen Vivir, y el post-extractivismo. Más importante aún, toda genealogía y catálogo del pensamiento latinoamericano debe incluir las categorías, saberes, y conocimientos de las comunidades mismas y sus organizaciones como uno de las expresiones más potentes del pensamiento crítico. Esta última proposición constituye el mayor desafío para el pensamiento crítico latinoamericano dado que la estructura epistémica de la modernidad (ya sea liberal, de derecha o de izquierda) se ha erigido sobre el borramiento efectivo de este nivel crucial del pensamiento, y es precisamente este nivel el que emerge, hoy en día, con mayor claridad y contundencia.
Un análisis de la coyuntura regional y planetaria y de cómo esta se refleja en los debates teórico-políticos del continente nos lleva a postular las siguientes hipótesis. Primero, que el pensamiento crítico latinoamericano no está en crisis, sino en efervescencia. Segundo, que los conocimientos de los pueblos en movimiento, de las comunidades en resistencia y de muchos movimientos sociales están en la avanzada del pensamiento para las transiciones, y cobran una relevancia inusitada para la reconstitución de mundos ante las graves crisis ecológicas y sociales que enfrentamos, más aun que los conocimientos de expertos, las instituciones y la academia. (Aclaro que esto no quiere decir que estos últimos sean inútiles, sino que ya son claramente insuficientes para generar las preguntas y pautas para enfrentar las crisis).
Para verlo de esta manera, sin embargo, es necesario ampliar el espacio epistémico y social de lo que tradicionalmente se ha considerado el pensamiento crítico latinoamericano para incluir, junto al pensamiento de la izquierda, al menos dos grandes vertientes que desde las últimas dos décadas han estado emergiendo como grandes fuentes de producción crítica: aquella vertiente que surge de las luchas y pensamientos ‘desde abajo’, y aquellas que están sintonizadas con las dinámicas de la Tierra. A estas vertientes las llamaremos ‘pensamiento autonómico’ y ‘pensamiento de la Tierra’, respectivamente. Mencionemos por lo pronto que el primero se refiere al pensamiento, cada vez más articulado y discutido, que emerge de los procesos autonómicos que cristalizan con el Zapatismo pero que incluyen una gran variedad de experiencias y propuestas a lo largo y ancho del continente, desde el sur de México al suroccidente de Colombia, y desde allí al resto del continente. Todos estos movimientos enfatizan la reconstitución de lo comunal como el pilar de la autonomía. Autonomía, comunalidad y territorialidad son los tres conceptos claves de esta corriente. Con pensamiento de la Tierra, por otro lado, nos referimos no tanto al movimiento ambientalista y a la ecología sino a aquella dimensión que toda comunidad que habita un territorio sabe que es vital para su existencia: su conexión indisoluble con la Tierra y con todos los seres vivos. Más que en conocimientos teóricos, esta dimensión se encuentra elocuentemente expresada en el arte (tejidos), los mitos, las prácticas económicas y culturales del lugar, y en las luchas territoriales y por la defensa de la Pacha Mama. Esto no la hace menos importante, sino quizás más, para la crucial tarea de todo pensamiento crítico en la coyuntura actual, a la cual nos referiremos como ‘la reconstitución de mundos’.
Así, quisiera definir el pensamiento crítico latinoamericano como el entramado de tres grandes vertientes: el pensamiento de la izquierda, el pensamiento autonómico y el pensamiento de la Tierra. Estas no son esferas separadas y preconstituidas sino que se traslapan, a veces alimentándose mutuamente, otras en abierto conflicto. Mi argumento es que hoy en día tenemos que cultivar las tres vertientes, manteniéndolas en tensión y en diálogo continuo, abandonando toda pretensión universalizante y de poseer la verdad. Dicho de otra manera, a la formula zapatista de luchar “desde abajo y por la izquierda”, hay que agregar una tercera base fundamental, “con la Tierra” (hasta cierto punto implícita en el zapatismo).
El pensamiento de la izquierda y la izquierda del pensamiento
Qué tantas cosas es la izquierda: teoría, estrategia, práctica, historia de luchas, humanismo, íconos, emociones, canción, arte, tristezas, victorias y derrotas, revoluciones, momentos bellos y de horror, y muchas otras cosas. Cómo no seguir inspirándonos en los momento más hermosos de las luchas revolucionarias socialistas y comunistas a través de su potente historia; al menos para mi generación, cómo no seguir conmoviéndose por la carismática figura del Che, o de un Camilo Torres esperando la muerte con un fusil en la mano que nunca disparó, figuras estas que continúan engalanando las paredes de las universidades públicas de Colombia y el continente y que aún nos hacen sonreír al verlas. Cómo no pensar en el bello e intenso rojo de las banderas de las movilizaciones campesinas y proletarias de otrora, de campesinos aprendiendo a leer con los ubicuos libritos rojos, esperando marchar por el derecho a la tierra. Cómo no incorporar en toda lucha y en toda teoría los principios de justicia social, los imaginarios de igualdad de clase, y los ideales de libertad y emancipación de la izquierda revolucionaria.
A nivel teórico, es imperante reconocer las múltiples contribuciones del materialismo dialéctico y el materialismo histórico, su renovación en el encuentro con el desarrollismo (dependencia), el ambientalismo (marxismo ecológico), el feminismo, la teología de la liberación, el postestructuralismo (Laclau y Mouffe), la cultura (Stuart Hall) y lo poscolonial. Sin embargo, aunque esta amplia gama de teorías sigue siendo claramente relevante, hoy en día, reconocemos con facilidad los inevitables apegos modernistas del materialismo histórico (como su aspiración a la universalidad, la totalidad, la teleología y la verdad que se le cuelan aun a través del agudo lente analítico de la dialéctica). Más aún, no se puede desconocer que vamos aprendiendo nuevas formas de pensar la materialidad, de la mano de la ecología económica, las teorías de la complejidad, la emergencia, la autopoiesis y la auto-organización y de las nuevas formas de pensar la contribución de todo aquello que quedó por fuera en la explicación modernista de lo real, desde los objetos y las ‘cosas’ con su ‘materialidad vibrante’ hasta todo el rango de lo no-humano (microrganismos, animales, múltiples especies, minerales), que tanto como las relaciones sociales de producción son determinantes de las configuraciones de lo real. En estas nuevas ‘ontologías materialistas’ hasta las emociones, los sentimientos, y lo espiritual tienen cabida como fuerzas activas que producen la realidad.

Quisiera recalcar dos nociones de este breve recuento. Por un lado, la ruptura de los nuevos materialismos con el antropocentrismo de los materialismos de la modernidad. Del otro, y como corolario, el ‘desclasamiento epistémico’ a que se ven abocadas aquellas vertientes que usualmente consideramos de izquierda. Por desclasamiento epistémico me refiero a la necesidad de abandonar toda pretensión de universalidad y de verdad, y una apertura activa a aquellas otras formas de pensar, de luchar y de existir que van surgiendo, a veces con claridad y contundencia, a veces confusas y titubeantes, pero siempre afirmativas y apuntando a otros modelos de vida, en tantos lugares de un continente que pareciera estar cercano a la ebullición. Este desclasamiento convoca a los pensadores de izquierda a pensar más allá del episteme de la modernidad, a atreverse a abandonar de una vez por todas sus categorías más preciadas, incluyendo el desarrollo, el crecimiento económico y el mismo concepto de ‘hombre’. Los conmina a sentipensar con la Tierra y con las comunidades en resistencia para rearticular y enriquecer su pensamiento.
El pensamiento desde abajo
Un fantasma recorre el continente: el fantasma del autonomismo.
El autonomismo, es una fuerza teórico-política que comienza a recorrer Abya Yala/Afro/Latino-América de forma sostenida, contra viento y marea y a pesar de sus altibajos. Surge de la activación política de la existencia colectiva y relacional de una gran variedad de grupos subalternos –indígenas y afrodescendientes, campesinos, pobladores de los territorios urbanos populares, jóvenes, mujeres solidarias. Es la ola creada por los condenados de la tierra en defensa de sus territorios ante la avalancha del capital global neoliberal y la modernidad individualista y consumista. Se le ve en acción en tantas movilizaciones de las últimas dos décadas, en encuentros inter-epistémicos, en mingas de pensamiento, cumbres de los pueblos, y en convergencias de todo tipo donde los protagonistas centrales son los conocimientos de las comunidades y los pueblos que resisten desde las lógicas de vida de sus propios mundos. Involucra a todos aquellos que se defienden del desarrollo extractivista porque saben muy bien que “para que el desarrollo entre, tiene que salir la gente”. Son los que luchan, como sostienen los zapatistas, por un mundo donde quepan muchos mundos. Aquellos “que ya se cansaron de no ser y están abriendo el camino” (M. Rozental), de los sujetos de la digna rabia, de todas y todos los que luchan por un lugar digno para los pueblos del color de la Tierra.

A nivel teórico, el autonomismo se relaciona con una gran variedad de tendencias, desde el pensamiento decolonial y los estudios subalternos y postcoloniales hasta las epistemologías del sur y la ecología política, entre otros. Tiene un parentesco claro con nociones tales como la descolonización del saber, la justicia cognitiva y la inter-culturalidad. Pero su peso teórico–político gravita en torno a tres grandes conceptos: autonomía, comunalidad y territorialidad, solo el primero de los cuales tiene alguna genealogía en las izquierdas, especialmente en el anarquismo. El autonomismo tiene su razón de ser en la profundización de la ocupación ontológica de los territorios y los mundos-vida de los pueblos-territorio por los extractivismos de todo tipo y por la globalización neoliberal. Esta ocupación es realizada por un mundo hecho de un mundo (capitalista, secular, liberal, moderno, patriarcal), que se arroga para si el derecho de ser ‘el Mundo’, y que rehúsa relacionarse con todos esos otros mundos que se movilizan cada vez con mayor claridad conceptual y fuerza política en defensa de sus modelos de vida diferentes. El autonomismo nos habla de sociedades en movimiento, más que de movimientos sociales (R. Zibechi, refiriéndose a la ola de insurrecciones indígeno-populares que llevaran al poder a Evo Morales), y podríamos hablar con mayor pertinencia aun demundos en movimiento, porque aquello que emerge son verdaderos mundos relacionales, donde prima lo comunal sobre lo individual, la conexión con la Tierra sobre la separación entre humanos y no-humanos, y el buen vivir sobre la economía.
En el lenguaje de la ‘ontología política’, podemos decir que muchas luchas étnico-territoriales pueden ser vistas como luchas ontológicas – por la defensa de otros modelos de vida. Interrumpen el proyecto globalizador de crear un mundo hecho de un solo mundo. Dichas luchas son cruciales para las transiciones ecológicas y culturales hacia un mundo en el que quepan muchos mundos (el pluriverso). Constituyen la avanzada de la búsqueda de modelos alternativos de vida, economía, y sociedad. Son luchas que enfrentan ‘entramados comunitarios’ y ‘coaliciones de corporaciones transnacionales’ (Raquel Gutiérrez A.), buscando la reorganización de la sociedad sobre la base de autonomías locales y regionales; la autogestión de la economía bajo principios comunales, aun si articuladas con el mercado; y una relación con el Estado pero solamente para neutralizar en lo posible la racionalidad del estado. En resumen, son luchas que buscan organizarse como los poderes de una sociedad otra, no-liberal, no-estatal y no-capitalista.
La autonomía es de esta forma una práctica teórico-política de los movimientos étnico-territoriales – pensarse de adentro hacia afuera, como dicen algunas líderes afrodescendientes en Colombia, o cambiando las tradiciones tradicionalmente y cambiando la forma de cambiar, como dicen en Oaxaca. “La clave de la autonomía es que un sistema vivo encuentra su camino hacia el momento siguiente actuando adecuadamente a partir de sus propios recursos”, nos dice el biólogo Francisco Varela, definición que aplica a las comunidades. Implica la defensa de algunas prácticas así como la transformación e invención de otras. Podemos decir que en su mejor acepción la autonomía es una teoría y práctica de la inter-existencia, una herramienta de diseño para el pluriverso.
El objetivo de la autonomía es la realización de lo comunal, entendida como la creación de las condiciones para la autocreación continua de las comunidades (su autopoiesis) y para su acoplamiento estructural exitoso con sus entornos cada vez más globalizados. Las nociones de comunidad están reapareciendo en diversos espacios epistémico-políticos, incluyendo las movilizaciones de indígenas, afrodescendientes y campesinos, sobre todo en México, Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú. Cuando se habla de comunidad se usa en varios sentidos: comunalidad, lo comunal, lo popular-comunal, las luchas por los comunes, comunitismo (activismo comunitario). La comunalidad (la condición de ser comunal) constituye el horizonte de inteligibilidad de las culturas de la América profunda e igualmente de luchas nuevas, aun en contextos urbanos; es una categoría central en la vida de muchos pueblos, y continua siendo su vivencia o experiencia más fundamental. Todo concepto de comunidad en este sentido se entiende de forma no esencialista, comprendiendo ‘la comunidad’ en toda su heterogeneidad e historicidad, siempre surtiéndose de la ancestralidad (el tejido relacional de la existencia comunal), pero abierta hacia el futuro en su autonomía.

Como dicen los comuneros indígenas misak del Norte del Cauca de Colombia, hay que “recuperar la tierra para recuperarlo todo … por eso tenemos que pensar con nuestra propia cabeza, hablando nuestro propio idioma estudiando nuestra historia, analizando y transmitiendo nuestras propias experiencias así como la de otros pueblos” (Cabildo Indígena de Guambia, 1980, citado en Quijano 2012: 257). O como lo expresan los nasa en su movilización, la minga social y comunitaria, «la palabra sin acción es vacía. La acción sin la palabra es ciega. La acción y palabra sin el espíritu de la comunidad son la muerte». Autonomía, comunalidad, territorio, y relacionalidad aparecen aquí íntimamente ligados, constituyendo todo un marco teórico-político original dentro de esta segunda vertiente del pensamiento crítico de Abya Yala/Afro/Latino-América.
El pensamiento de la Tierra
La relacionalidad – la forma relacional de ser, conocer y hacer – es el gran correlato de la autonomía y la comunalidad. Así puede verse en muchas cosmovisiones de los pueblos, tales como la filosofía africana del Muntu o concepciones de la Madre Tierra como la Pachamama, Ñuke mapu, o Mama Kiwe, entre muchas otras. También está implícita en el concepto de crisis civilizatoria, siempre y cuando se asume que la crisis actual es causada por un modelo particular de mundo (una ontología), la civilización moderna de la separación y la desconexión, donde humanos y no humanos, mente y cuerpo, individuo y comunidad, razón y emoción, etc. se ven como entidades separadas y autoconstituidas.
Las ontologías o mundos relacionales se fundamentan en la noción de que todo ser vivo es una expresión de la fuerza creadora de la tierra, de su auto-organización y constante emergencia. Nada existe sin que exista todo lo demás (“soy porque eres”, porque todo lo demás existe, dicta el principio del Ubuntusurafricano). En las palabras del ecólogo y teólogo norteamericano Thomas Berry, “la Tierra es una comunión de sujetos, no una colección de objetos. El Mandato de la Tierra del que hablan muchos activistas nos conmina por consecuencia a ‘vivir de tal forma que todos puedan vivir’. Este mandato es atendido con mayor facilidad por los pueblos-territorio: “Somos la continuidad de la tierra, miremos desde el corazón de la tierra” (Marcus Yule, gobernador nasa). No en vano es la relación con la Tierra central a las luchas indígenas, afro, y campesinas en el contexto actual.
Desde esta perspectiva, el gran desafío para la izquierda y al autonomismo es aprender a sentipensar con la Tierra. Escuchar profundamente tanto el grito de los pobres como el grito de la Tierra (L. Boff, Laudato Si). Es refrescante pensar que de las tres vertientes mencionadas la más antigua es esta tercera. Viene desde siempre, desde que los pueblos aprendieron que eran Tierra y relación, expresiones de la fuerza creadora del universo, que todo ser es ser-Tierra. Podemos decir, sin caer en anacronismo alguno, que las ‘cosmogonías’ de muchas culturas del mundo son el pensamiento primigenio de la Tierra. Es el pensamiento cosmocéntrico de los tejidos y entramados que conforman la vida, aquel que sabe, porque siente, que todo en el universo está vivo, que la conciencia no es prerrogativa de los humanos sino una propiedad distribuida en todo el espectro de la vida. Es el pensamiento de aquellos que defienden la montaña contra la minería porque ella es un ser vivo (M. de la Cadena), o los páramos y nacimientos de agua porque son el origen de la vida, con frecuencia lugares sagrados donde lo humano, lo natural, y lo espiritual se funden en un complejo entramado vital.
El pensamiento de la tierra subyace las concepciones de territorio. “Tierra puede tener cualquiera, pero territorio es otra cosa”, dicen algunos mayores afrodescendientes en el Pacífico colombiano, gran territorio negro. El territorio es el espacio para la enacción de mundos relacionales. El territorio es el lugar de aquellos que cuidan la tierra, como lucidamente lo expresaran las mujeres de la pequeña comunidad negra de La Toma en el Norte del Cauca, movilizadas contra la minería ilegal de oro: “A las mujeres que cuidan de sus territorios. A las cuidadoras y los cuidadores de la Vida Digna, Sencilla y Solidaria. Todo esto que hemos vivido ha sido por el amor que hemos conocido en nuestros territorios. Nuestra tierra es nuestro lugar para soñar con dignidad nuestro futuro. Tal vez por eso nos persiguen, porque queremos una vida de autonomía y no de dependencia, una vida donde no nos toque mendigar, ni ser víctimas” (Carta abierta de Francia Márquez, líder de La Toma, abril 24 del 2015). Marchando y defendiendo sus derechos, las mujeres de La Toma afirman que “el territorio es la vida y la vida no se vende, se ama y se defiende”.
También encontramos el pensamiento de la Tierra en la cosmoacción de muchos pueblos indignas. El Plan de Vida del pueblo misak, por ejemplo, se explica como una propuesta de “construcción y reconstrucción de un espacio vital para nacer, crecer, permanecer y fluir. El plan es una narrativa de vida y sobrevivencia, es la construcción de un camino que facilita el tránsito por la vida, y no la simple construcción de un esquema metodológico de planeación” (en: Quijano 2012: 263). Por esto, muchos pueblos describen su lucha política como ‘la liberación de la Madre Tierra”. La pregunta clave para estos movimiento es: ¿cómo mantener las condiciones para la existencia y la re-existencia frente al embate desarrollista, extractivista y modernizador? Esta pregunta y el concepto de liberación de la Madre Tierra, son potentes conceptos para toda práctica política en el presente: para la izquierda y los procesos autonómicos tanto como para las luchas ambientales y por otros modelos de vida. Vinculan justicia ambiental, justicia cognitiva, autonomía, y la defensa de mundos (J. Martínez-Alier, V. Toledo).
Para nosotros, los urbano-modernos, que vivimos en los espacios más marcados por el modelo liberal de vida (la ontología del individuo, la propiedad privada, la racionalidad instrumental y el mercado), la relacionalidad constituye un gran desafío, dado que se requiere un profundo trabajo interior personal y colectivo para desaprender la civilización de la desconexión, del economismo, la ciencia y el individuo. Quizás implica abandonar la idea individual que tenemos de práctica política radical. ¿Cómo tomamos en serio la inspiración de la relacionalidad? ¿Cómo re-aprendemos a inter-existir con todos los humanos y no-humanos? ¿Debemos recuperar cierta intimidad con la Tierra para re-aprender el arte de sentipensar con ella? ¿Como hacerlo en contextos urbanos y descomunalizados?
¿Salir de la modernidad?
El desclasamiento epistémico de la izquierda implica atreverse a cuestionar el desarrollo y la modernidad. Solo de esta forma podrá el pensamiento de izquierda participar en pensar y construir las transiciones civilizatorias que se adumbran desde el pensamiento autonómico y de la Tierra. Como es bien sabido, el progresismo de las últimas dos décadas ha sido profundamente modernizador, y su modelo económico está basado en el núcleo duro de premisas de la modernidad, incluyendo el crecimiento económico y el extractivismo.
Tanto en el Norte Global como en el Sur Global, el pensamiento de las transiciones tiene muy claro que las transiciones deben ir más allá del modelo de vida que se ha impuesto en casi todos los rincones del mundo con cierta visión dominante de la modernidad. Salir de la modernidad solo se logrará caminando apoyados en las tres vertientes mencionadas. Sanar la vida humana y la Tierra requieren de una verdadera transición “del período cuando los humanos eran una fuerza destructiva sobre el planeta Tierra, al período cuando los humanos establecen una nueva presencia en el planeta de forma mutuamente enriquecedora” (T. Berry). Significa caminar decididamente hacia una nueva era, que algunos denominan como ‘Ecozoica’ (la casa de la vida; T. Berry/L. Boff). El cambio climático es solamente una de las manifestaciones más patentes de la devastación sistemática de la vida por la modernidad capitalista.
La liberación de la madre Tierra, concebida desde el cosmocentrismo y la cosmoacción de muchos pueblos-territorio, nos invitan a ‘disoñar’ el diseño de mundos. Este acto de disoñacion y de diseño tiene como objetivo reconstituir el tejido de la vida, de los territorios, y de las economías comunalizadas. Como lo dice un joven misak, se trata de convertir el dolor de la opresión de siglos en espereza y está en la base de la autonomía. Para los activistas afrocolombianos del Pacífico, tan impactado por las locomotoras desarrollistas, esta región es un Territorio de Vida, Alegría, Esperanza, y Libertad. Hay un sabio principio para la práctica política de todas las izquierdas en la noción de tejer la vida en libertad.
Las tres vertientes presentadas no constituyen un modelo aditivo sino de múltiples articulaciones. No son paradigmas que se reemplazan nítidamente unos a otros. Queda claro, sin embargo, la necesidad de que la izquierda y el autonomismo (y el humano) devengan Tierra. El humano ‘post-humano’ – aquel ‘humano’ que emerja del final del antropocentrismo – habrá de aprender de nuevo a existir como ser vivo en comunidades de humanos y no-humanos, en el único mundo que verdaderamente compartimos que es el planeta. La re-comunalización de la vida y la re-localización de las economías y la producción de los alimentos en la medida de lo posible – principios claves de los activismos y diseños para la transición – se convierten en principios apropiados para la práctica teórico-política del presente. En esto yace la esperanza; al fin y al cabo, “la esperanza no es la certeza de que algo pasará, sino de que algo tiene sentido, pase lo que pase” (G. Esteva).
Aquellos que aun insistan en la vía del desarrollo y la modernidad son suicidas, o al menos ecocidas, y sin duda históricamente anacrónicos. Por el contrario, no son románticos ni ‘infantiles’ aquellos que defienden el lugar, el territorio, y la Tierra; constituyen la avanzada el pensamiento pues están en sintonía con la Tierra y entienden la problemática central de nuestra coyuntura histórica, las transiciones hacia otros modelos de vida, hacia un pluriverso de mundos. No podemos imaginar y construir el postcapitalismo (y el postconflicto) con las categorías y experiencias que crearon el conflicto (particularmente el desarrollo y el crecimiento económico). Saltar al Buen Vivir sin completar la fase de industrialización y modernización es menos romántico que completarla, ya sea por la vía de la izquierda o de la derecha. No podemos construir lo nuestro con lo mismo … lo posible ya se hizo, ahora vamos por lo imposible (Activistas indígenas, campesinos y Afrodescendientes, Tramas y Mingas por el Buen Vivir, Popayán, 2014).
Podremos atrevernos a afirmar que Abya Yala/Afro/Latino-América hoy presenta al mundo, en la complejidad de su pensamiento crítico en las tres vertientes tan esquemáticamente resumidas, un modelo diferente de pensar, de mundo, y de vida. En esto – y a pesar de todas las tensiones y contradicciones entre las vertientes y al interior de cada una de ellas – radicaría ‘la diferencia latinoamericana’ para la primera mitad del Siglo XXI. Algo que si podemos decir con certeza, con la gran Mercedes Sosa, es que pueblos, colectivos, movimientos, artistas e intelectuales caminan la palabra ‘por la cintura cósmica del sur’ en ‘la región más vegetal del tiempo y de la luz’ que es el hermoso continente que habitamos. Gracias a la vida, que nos ha dado tanto…

Bernie Sanders: caminar sobre los hombros del gigante dormido // Susana Draper y Vicente Rubio-Pueyo


Una imagen recurrente en la política estadounidense es la del “gigante dormido”: un grupo social, una masa demográfica de electores que repentinamente despierta para convertirse en factor crucial en una elección. A lo largo de décadas de trayectoria política independiente, no adscrito ni a demócratas ni a republicanos (como alcalde, después como gobernador, y finalmente como senador en el Congreso por el Estado de Vermont), Bernie Sanders ha ocupado siempre el lugar de un outsider, una suerte de profeta solitario en el desierto de la hegemonía neoliberal. Cuando Sanders lanzó su candidatura a las primarias demócratas el pasado mayo, su propuesta fue recibida con paternalismo (cuando no directa indiferencia) por parte de la prensa mainstream. Meses después, Sanders podría ganar en Iowa y New Hampshire, primeros estados en celebrar sus primarias. ¿Cómo ha logrado Sanders abrir este reto inédito, hasta ahora impensable, a Hillary Clinton y la maquinaria del Partido Demócrata? Más allá de los indudables méritos de su campaña y de una trayectoria honesta y coherente, su figura debe entenderse como la posibilidad de una articulación de fragmentos y trayectorias históricas, que han hecho visible una serie de instancias cruciales en la última década, desde Occupy Wall Street.

Mediante sus referencias explícitas al New Deal de Roosevelt el “socialismo democrático” de Sanders consiste básicamente en la reintroducción abierta de términos como “justicia económica” y “redistribución de la riqueza” ausentes por décadas en el discurso público estadounidense. En otras palabras, la recuperación de un estado de bienestar, fundamentalmente en la sanidad, en la educación y en el derecho laboral. Lo interesante aquí no consiste únicamente en las propuestas concretas de Sanders, sino en cómo estas se articulan con el paisaje social y político de los últimos años. Así, la reconstrucción del sistema público de salud recoge el descontento con el -finalmente muy aguado por las aseguradoras privadas- Obamacare. La propuesta de una matrícula gratuita en las universidades públicas confronta el problema de la astronómica burbuja de deuda estudiantil que Occupy puso encima de la mesa. La subida del salario mínimo a 15 dólares/hora se relaciona con la campaña “Fight for 15” y la ola de nuevas sindicaciones en sectores poco organizados tradicionalmente como los trabajadores de cadenas “fast food” o en corporaciones como Walmart.

A diferencia de Obama, la campaña de Sanders no se centra tanto en un candidato carismático, sino en este programa, así como en la invocación a una “revolución democrática” consistente, por un lado, en el rechazo frontal a los “SuperPACs” (los vehículos corporativos de financiación política) mediante una campaña financiada por más de tres millones de donaciones individuales (unos $30 de aportación media). Al ubicarse al margen del proceso en el que Wall Street, sus billonarios y corporaciones invierten billones en los candidatos para controlar el sistema de decisiones políticas, Sanders expone de un modo directo la forma en que la política es dirigida desde el aparato financiero y los intereses económicos del 1%. Con gran sorpresa para el establishment, su campaña logró financiarse en un 100% por los votantes que apoyan sus ideas y programa, mostrando que es posible hacer una campaña sin financiación de “super Pac” o millonarios. “Estamos haciendo historia” -afirmó Jeff Weaver, director de su campaña. Este gesto tan básico como inusual habla del corazón de su plataforma: separar la vida política del aparato financiero que la mantiene co-optada, tomando como eje la distinción trazada por Occupy Wall Street entre el 99% y la acumulación de la riqueza en el 1%. Con esto ha emergido una suerte de re-definición de lo político en lo que va de campaña ya que al contrario del discurso de la mera gestión y administración, Sanders insiste en una “revolución democrática” capaz de imaginar otro futuro. Es el único candidato que puso en el habla política el tema de la re-distribución de la riqueza y la justicia económica, que en Estados Unidos es inseparable de una justicia racial y un serio desmantelamiento del racismo sistémico. De esta forma, la invocación a una “revolución democrática” implica a un nivel más profundo un horizonte de articulación transversal frente a algunos aspectos centrales de la cultura política estadounidense, como la tecnocracia de la gestión y la demografía mercadotécnica, componiendo una suerte de reeducación política frente a la lógica que revelan las críticas desde la campaña de Hillary y toda la maquinaria mediática. Por un lado, se critica que Sanders no puede cumplir con sus promesas”. Este tipo de críticas muestran por tanto el carácter profundamente impolítico de la tecnocracia. En tanto Sanders convoca a una movilización popular como condición para el cumplimiento de esas metas, éstas no consisten tanto en promesas como en propuestas que amplían el debate político, al que la propia Clinton se ha visto obligada a adaptarse, mostrando su versión más progresista en muchos años.

Es extraordinariamente difícil que Sanders pueda convertirse finalmente en el candidato demócrata. Sin embargo, y más allá de sus resultados, el fenómeno Bernie debe entenderse dentro de una secuencia abierta hace ahora cuatro años por Occupy y el “cambio en la conversación” que el movimiento produjo, introduciendo cuestiones como la desigualdad económica y una distancia manifiesta con la política del establishment. Según indican numerosos estudios, debido a la falta de expectativas laborales, la deuda y la precariedad, el panorama cultural e ideologico de los llamados “millenials” apunta a un abandono claro de los miedos heredados del macartismo, que han dejado su lugar a miradas políticas mucho más abiertas. Más allá de Iowa y New Hampshire, y más allá de las elecciones de noviembre,  podemos encontrarnos ante un cambio tectónico mucho más profundo en la sociedad estadounidense, y que continuará teniendo efectos en los próximos años. Tal vez, quién sabe, el despertar de un gigante dormido.

Color y repugnancia // Diego Valeriano

El consumo en su cruel corporalidad libera. Y libera en tanto fuerza que da y recibe flujos, en tanto conflicto, en tanto mano a mano, en tanto fiesta, en tanto creación de nuevas vidas indomables.
El consumo es una infinita potencia social que transformó las vidas desde las periferias hacia el centro. En el siglo corto que viene transcurriendo, las vidas runflas a partir de su vinculo promiscuo con el consumo han creado energías transformadoras mucho más grandiosas y colosales que cualquier relato político anterior.
Las vidas runflas transformaron territorios y trazas. Atestaron de color y repugnancia espacios sociales pensados para otras cosas o ni siquiera pensados. Llenan de música, gritos, tensión y conflictividad cada lugar que ocupan.  
La restauración careta con sus dos vertientes va hacia el corazón de las vidas runflas. Enfriar y ordenar el consumo parecen ser las medidas más seria de este gobierno. Menos guita en el bolsillo, tarifas y precios por las nueves, policías protegiendo las veredas liberadas y controlando los cuerpos son golpes certeros al corazón del runflismo.
Las vidas runflas seguirán afirmando sus derechos de sociedades segmentarias contra el orden del banquismo y la restauración. Son cuerpos nómades, festivos y vitales que descubrieron una forma de vida ancestral y a la vez inaudita.  Imposible de estar mejor y, a su vez, mortal.
Como una especia de ginkgo biloba autóctona fue lo primero que broto post catástrofe. Habían llegado para quedarse pero ahora parece que tienen la verdadera pelea. Hacedores y víctimas, poderosos y frágiles, con la ambigüedad y prepotencia propia de un proceso de liberación que es puro presente.
En esta pelea (proceso de liberación) se juegan varias cosas. Se juegan la propia, la de todos los días y la también la posibilidad real de goce. Además se juegan la nuestra. Con la militancia y los empoderados zarpados en obviedades y sin reacción frente a los permanentes golpes; las vidas runflas son el ultimo dique de contención que tenemos, los que miramos atónitos, frente a la fuerza y la masividad de un deseo normalizante. 

La cultura pública y el criterio empresarial // Horacio González

Causa bastante miedo escuchar a los nuevos funcionarios de cultura hablar de cuestiones que no conocen bien o que conocen aplicando puntos de vista del productivismo empresarial. Sería recomendable que el nuevo ministro se informara mejor antes de hablar de temas que tienen una larga historia y el concurso de muchas opiniones y debates. El Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional se fundó durante nuestra gestión y es claro que es un centro cultural, cuya particularidad fue la de contener un conjunto de exposiciones de profunda originalidad sobre la historia del libro en todos sus aspectos: el libro como objeto vivo, su dramaturgia específica que lo vincula a lectores y autores, y por otro lado, su edificio diseñado especialmente por Clorindo Testa. Esta cuestión no tiene nada que ver con la “reconstrucción de la bibliotecas de los grandes escritores”, pues eso entraña conocidas dificultades, que cuando no hay sucesiones familiares de por medio –como ocurre con Bioy y otros notables escritores argentinos– puede hacerse con los medios disponibles.
La reconstrucción de una parte de la biblioteca de Borges que estaba dispersa en la nueva Biblioteca Nacional la hicieron empleados de la propia biblioteca en nuestra gestión y de allí salió una reconocida publicación. Coleccionistas privados son poseedores del patrimonio de muchos otros importantes escritores argentinos, y en muchos casos, cuando no hubo obstáculos financieros o de otra índole, nosotros mismos los hemos adquirido, como los papeles de Lugones aún en poder de su familia, y los que todavía enstaban en manos de anticuarios de Macedonio Fernández. No me voy a extender en una polémica que puede ser interminable y fatigosa, y provocada de un modo lunático, pero me asombra la idea de que el patrimonio “deba ganarse la vida”, o sea, que tenga “productividad”, o que se constituya en “meritocrático”. Con esta equivocada noción propia de mentalidades ajenas al mundo cultural, se comprende que se digan barbaridades tan grandes como que la gente va a las salas de lecturas de la Biblioteca solo por el wi-fi (por supuesto que eso ocurre y debe ocurrir), sin comprender a fondo lo que significa ir a una biblioteca.
Y en este caso, donde la concurrencia aumentó notablemente en los últimos tiempos. Pero lo más preocupante son las palabras del ministro sobre el destino de la calle México (Anexo Borges–Groussac de la Biblioteca Nacional). Habla como si ser un “Reciénvenido”, como diría Macedonio Fernández, le diera más derechos además de los reconocibles para hacer algunos lindos chistes metafísicos. Ese edificio, el de Borges y Groussac, debe y puede ser recuperado, sin una inversión que sea inalcanzable. El Ministro Reciénvenido piensa en un reciclamiento con “racionalidad”, y prefiere “estudios de arquitectura”, que supone una verdadera irresponsabilidad tratándose de un edificio histórico del patrimonio cultural, para el cual ya había previsiones, proyectos y tareas, para las cuales arquitectos y trabajadores del Estado ya estaban designados.
Esta historia es larga y puede consultarse en los mismos periódicos que lo entrevistan ahora al nuevo ministro. Justo cuando era el tiempo de comenzar a darle vida, se le ocurre venir con propuestas de tecnócrata advenedizo, además de que piensa que editar facsimilares del acervo publicístico nacional es un disparate. Así como no sabe que la placa que se puso en la calle México es la original –hay una conocida foto de Borges con ella-, ignora que toda biblioteca nacional, o por lo menos las más importantes del mundo, conservan sus viejas sedes y editan diversos tipos de publicaciones, entre otras, los fascsimilares, que tienen una apreciación cada vez mayor entre investigadores y lectores, y complementan el creciente proceso de digitalización.

Pero, claro, estos tristes pensamientos sólo pueden ocurrírsele a quienes, con el pretexto de no ser melancólicos, se convierten apenas en desnutridos emisarios de un criterio empresarial en el dominio de la cultura pública. Lamentable. Los sectores culturales, los investigadores y lectores deben reaccionar frente a esta desmesura.

Derrota y esperanza: un folletín argentino por entregas // Horacio González

 

El sociólogo y ensayista Horacio González inicia con la entrega del presente capítulo, “la Batalla”, su balance de los doce años de gobiernos kirchneristas. El balance de época de Horacio González estará conformado por diez capítulos que se publicarán en La Tecl@ Eñe (y en Lobo Suelto!).
Capítulo 1. La batalla
Por un sentimiento difícil  de explicar, nunca me gustó la palabra derrota, no porque para definir los resultados de una batalla no haya que usarla, necesariamente, como lo hace en forma célebre Julio César en la Guerra de las Galias, sino que en estos casos –tan lejanos a aquellos notables episodios-, no se trata de fuerzas militares con justificaciones intrínsecas a su propia manifestación en tanto figuraciones de un orden bélico, sino que se enfrentan núcleos políticos y culturales, provistos de distintas amalgamas de ideas –no digo ideologías- que se expresan en el interior de otras fuerzas. ¿Cuáles son ellas? Fuerzas de índole «cultural”, pero en verdad expresadas en términos de grandes aparatos comunicacionales y empresariales, y en una suerte de «bañado” no superficial pero al menos complementario, de instituciones provenientes de tradiciones históricas democráticas, entre las cuales, ahora, son específicas el ejercicio reiterado de contiendas electorales y la repercusión en el andamiaje de la justicia de intereses cruzados en manos de fueros económicos basados en decisiones propias de las lógicas del puro poder empresarial, o mejor, corporativo.
Para tratar estas cuestiones, lo que parecía adecuado era la también clásica noción de «hegemonía”, que triunfó en las lenguas militantes de toda coloración y espesura, significando habitualmente el reino de lo político sumergido en la multiplicidad de los signos culturales que organizan y subordinan las creencias colectivas y son capaces de darles una dirección común que finalmente fusiona cultura y poder, con implicaciones en el consumo de los llamados “bienes simbólicos”, los perfiles de sociabilidad, las formas de expresión, los modos lingüísticos generales, las diversas formas de inserción en el gran giro folletinesco de la llamada, bien o mal, “sociedad del espectáculo”, etc.
La metáfora de los “generales mediáticos”, dicha por la ex presidente Cristina Kirchner en una de las grandes manifestaciones de Plaza de Mayo, durante el conflicto con los poderes empresariales agroexportadores, es precisa en su factura y contenido, y desde luego, siempre fue riesgosa en su uso. De hecho, pasaba toda la naturaleza del conflicto social a una nueva esfera de confrontación “por la vía de otros medios”, cuáles eran los también así llamados «fierros mediáticos”, con lo que estábamos en una interesante situación –una confrontación eminentemente cultural y simbólica- pero heredera de la noción clásica de batalla. Julio César, en “De Bello Gallico”, lógicamente, no hace, en este gran relato sobre hechos de hace más de veinte siglos, ninguna alusión a esta idea con la que convivimos: “fierros  mediáticos” son cámaras de reproducción de imágenes, aparatos y columnas de sonidos, fibras ópticas, canales de transmisión, satélites informáticos, empresas dedicadas a modelar la actuación humana en torno a  tales recursos, cableados diversos, “conectividad”, etc. La idea de fierros, coloquialmente, suele equipararse con la de arma, o más precisamente, arma de fuego. Para Julio César, obvio es decirlo, los fierros son solo lo que la industria o la manufactura del hierro y el bronce había permitido fabricar hasta entonces –algunos siglos antes de la “era cristina”- en torno a lanzas, escudos, hachas, arcos lanzadores de flechas, predominantemente de madera, y demás artefactos bélicos, con su específica dualidad entre infantería y caballería, que se extendieron plenamente hasta el siglo XIX.
Por la razón anteriormente dicha, lo que se definió como “batalla cultural” tenía varias piezas centrales – en medio de otras prácticas tradicionales de la vida política-, una de las cuales era una formidable pieza legislativa, finalmente aprobada pero a la vez neutralizada luego por distintos medios (esencialmente jurídicos), que se llamó ley de servicios de comunicación audiovisual, nombre técnico de un conjunto de disposiciones tendientes a desmonopolizar el control de audiencias, y la expansión “corporativa” de tales medios audiovisuales hacia la telefonía celular y a internet. (Esto último, por intervención de un sector de la bancada de la oposición, que para aprobarse mayoritariamente la ley exigió a cambio de su apoyo, el retiro de los artículos que permitía lo que entonces se llamó “triple play”). Esta ley apuntaba especialmente al grupo Clarín –que ya libre ahora de esta amenaza, en su papel de “corporación victoriosa”, acaba de adquirir Nextel, y seguramente, quedará más interrelacionada con lo producido por Arsat-, y se complementaba con una crítica intervención de la mirada estatal en Papel Prensa y una hipótesis, no comprobada pero tampoco inverosímil, sobre los hijos adoptivos de la propietaria del Grupo. Esta batalla cultural, implicaba necesariamente la posesión de “fierros propios”, en un modelo de lucha que no era de cuño tradicional, extraña a los “manuales clausewitzianos”.
El gobierno anterior –en su papel  de detentor de los conductos operativos del Estado-, organizó apresuradamente grupos empresariales cercanos, para la emisión de periódicos propios, canales de televisión por lo menos neutrales, sino amigos, y especialmente un programa político en la televisión pública masiva, desde el cual respondió –para seguir usando símiles bélicos- a un poder de fuego mayor, pero no sin ingenio y coraje, aunque, sin duda, con las mismas tecnologías del adversario corporativo privado. Ni más ni menos que Clarín, fundado por Roberto Noble en los años 40, periódico con compleja trayectoria, que acompaña de un modo específico (con sus propios intereses, algunos permanentes, otros muy cambiantes) el conjunto tan opaco de la política nacional, como una de sus inesquivables vetas o franjas internas. (Ver el importante libro de Martín Sivak sobre el tema). En mi opinión, dentro de lo necesario del tratamiento de la monopolización mediática, se pasó por alto, lo que de alguna manera era inevitable, la configuración de Clarín como un ente histórico o poseedor de una evidente historicidad. No se tuvieron en cuenta, con la repentina fustigación del “Clarín miente”, las diferentes fases que atravesó la ideología y la metodología del grupo, antes y después del golpe del 55, antes y después de la dictadura militar, antes y después de la adquisición de Papel Prensa durante la dictadura, antes  y después de su “fase desarrollista”, antes y después de las  llamadas “revoluciones tecnológicas”, de los años 90 en adelante. ¿Qué deseo afirmar con esto, que expresé en muchas oportunidades anteriores, tanto por escrito como en círculos políticos en que participaba,  de apoyo al frente político que encarnaba el gobierno? Algo así como que Clarín es el testigo privilegiado de numerosos fracasos políticos de la Argentina, no solo el del desarrollismo frondizista, sino el de las diversas izquierdas y peronismos de izquierda, incluso armados, que ocurrieron en los siempre recordados episodios de los años 70. Esos fracasos son ahora su argamasa.
La redacción de Clarín fue integrada sucesivamente por los coletazos de esos fracasos (hasta hoy: y esto se puede seguir en la trayectoria de sus más importantes periodistas, los que se mantuvieron en la línea del frente de la «batalla cultural”, excepto Lanata, cuyas características, como veremos luego, son otras). Imaginemos el periódico y su modo expansión en las telecomunicaciones, como una playa donde recalaban diversas estirpes frustradas de periodistas militantes (aunque entonces no se llamaran así, hace dos o tres siglos que el periodista es un oficio indefinible, como no sea en términos de un operador sofisticado de símbolos visibles e invisibles de la argamasa social), periodistas, decimos, con una ambigua cargazón de  conciencia, producida en gran medida por las experiencias políticas infructíferamente atravesadas en su propia biografía personal, eran por ese hecho dotados de una mirada cínica sobre todo el acontecer político, al que acudían como estratos de un depósito de reservas despreciativas del pasado, para decir de las nuevas experiencias en curso: “esto ya lo vimos, no puede ser, no va, todo nos recuerda la forma rediviva de los crasos errores de los cuales nosotros mismos ya estamos de vuelta, como maduros profesionales del ‘establecimiento’”.
Los gobiernos Kirchner tuvieron un cuño genéricamente desarrollista, con inscripciones heterogéneas de piezas diversas de alta sensibilidad (derechos humanos, políticas de género, estado empleador, parciales nacionalizaciones, fondos de pensión trasladados al Estado, regímenes de subsidios sociales diversos, etc.), con lo cual definimos parcialmente a estos gobiernos de los últimos doce años, cosa no fácil de hacer, pero imprescindible en estos momentos. Frente a él, lo más fácil era aplicar el cinismo de los que se sentían amenazados, pero ahora por una parte sensitiva en acción, obtenida de la nunca cosificada memoria nacional en la que ellos habían participado de manera inversa en un no tan remoto pasado.
No es fácil imaginar ahora en qué momento se produjo la bifurcación entre el grupo corporativo Clarín y el gobierno de Kirchner, dado que había sido La Nación, que por la vía de su clásico editorialista Claudio Escribano, había intentado poner condiciones de cerco al nuevo gobierno que esbozaba posiciones de “centro izquierda”, mientras Clarín ensayaba su cinismo de mercaderes que saben manejar la rara y delicada mercancía de la moneda simbólica de los “contratos del sentido común” que rigen la compra-venta de enunciados lingüísticos en toda sociedad. Esperaban, como siempre, reinar en las sombras con su poder extorsivo nunca a la luz del día, que eran en algún tiempos más cómodos, y otros momentos debían actuar en los rigurosos “tiempos de desprecio” que entonces, recientemente, se vivían. El semiólogo Eliseo Verón, en sus últimos años colaborador de la maestría de periodismo de Clarín, decía que la ley de medios, que afectaba a éste complejo empresarial, en verdad era anacrónica pues no trataba las nuevas  condiciones  tecnológicas en las que se ejercía el periodismo, y que los “contratos de lectura” –gustaba de esa noción artificiosa- habían variado desde el lector de la época de Noble, esa vieja conciencia individualista del ciudadano con supuestas creencias y gustos “autogobernados”, hasta el lector contemporáneo, acribillado por pulsiones de dispendios culturales vinculados a estratificaciones simbólicas totalmente dispersivas respecto al núcleo de ciudadanía social a la que se dirigió el periodismo arcaico y aquel modelo audiovisual que llamó “paleo-televisión”.
Clarín, por su parte, intentó ser cínicamente sincero. Ante el panorama de desmembramiento que le auguraba la ley y que estuvo a punto de verificarse (pero siempre concebido por el grupo en términos simulados o relativos ya que encubiertamente se seguía manteniendo la centralidad del mando, dado que pensaron siempre en su unicidad, mientras al público lo veían, por oposición, en su “heterogeneidad”), Clarín decía que la economía de escala exigida hoy por el tipo de negocio de comunicación que ellos representaban, era ese perfil monopólico, el que necesariamente se sustentaba en la forma final que exigía esta modalidad del capitalismo empresarial informatizado, tanto digital como productor de imágenes de la «industria cultural”.
En verdad, como se sabe y ya se ha dicho demasiado, el gobierno pensaba una ley de medios sin restricciones para la entrada de las compañías telefónicas, lo que en su fondo, era la concepción más afín al pensamiento siempre esbozado, de una u otra manera, de un «capitalismo serio” que sin embargo, no lograba convencer a los verdaderos capitalistas, que comenzaron a responder al proyecto de “democratización de los medios” –como lo llamó, con esas y otras definiciones el propio gobierno- con el más grande trazado que se tenga memoria de una campaña de degradación y vejamen dirigida hacia las figuras principales del gobierno. Campaña de una dimensión (y aquel concepto, entre sus varias raigambres, posee una de carácter militar) de la que no se tenía acabada noción en el país. Sin duda, superaba a lo que se había visto en la época de Perón –aunque en especial luego de caído este gobierno en el 55- y a la larga persistencia del diario Crítica para deteriorar durante los finales de los años 20 al gobierno de Yrigoyen, campaña cuya coronación fue el primer golpe militar exitoso dado en el siglo veinte.
En algún tiempo específico de las relaciones complejas y tensas que tenía Néstor Kirchner con Clarín, grupo al que poco antes de su conclusión de mandato le permite una formidable licencia para las actividades de su principal anexo empresarial, Cablevisión, se produce una ruptura definitiva que tiñó toda las lógicas confrontativas que de ahí en adelante tuvieran como partes en conflicto al gobierno y a este grupo monopólico. El entonces Jefe de Gabinete de Kirchner, una figura que en su pasado no tan remoto tenía en su haber una alianza con el economista Domingo Cavallo, lo que luego no le había impedido ser jefe de campaña de un ascendente Kirchner, tenía vínculos estrechos con el multimedio y no concordaba con una conflagración –como la que de inmediato se daría- en la que el gobierno naturalmente debería recurrir a la pauta oficial de publicidad como agencia de moldeamiento del conjunto de la emisión de significantes periodísticos, y al canal televisivo y los entes radiofónicos de la red pública de comunicación, para constituirse en un fuerte querellante de las «corporaciones” a partir de esquemas de interpretación propios, que en los últimos tiempos cobraron la forma de un fuerte slogan: «la crítica al poder real”. Sobre todo, el gobierno de Cristina Kirchner solía admitir que el verdadero poder, la verdadera forma del Estado, la verdadera fórmula de la coacción social, residía en los «Medios”.
Durante el conflicto con el campo (ésta también, una mención muy difusa para la nueva figura que adquirían los métodos de siembra transgénicos y los nuevos estratos sociales que creaba), los medios de Clarín estrenaron sus nuevas adquisiciones retóricas, estampando en sus noticiarios televisivos, con el uso descontextuado de las imágenes, las subtitulaciones, las modalidades de pantalla, angulaciones de cámara, recortes de diálogos, y otros recursos del gran implícito discursivo de las tecnologías más avanzadas de montaje, una línea política de neto apoyo a la insurgencia de lo que muy pronto se denominó “nueva derecha agromediática”. Así, surgía también una militancia favorable al gobierno en los medios públicos, cuya  línea de apoyo se proclamaba “militante”, contra otra, la más fuerte y dominante, que en cambio era totalmente tendenciada y partidista, pero decía ejercerse en nombre del periodismo objetivo. Paradójicamente, aquel buen periodismo que inmediatamente surgió de las trincheras gubernativas –permítaseme esta rápida expresión acuñada como metáfora aparentemente bélica-, decidió denominarse “periodismo militante”, con la tarea que pronto se hizo evidente, de responderle al poder comunicacional central, analizado en sus recursos expresivos, sus fórmulas de montaje, sus tics enunciativos, etc. Estos programas eran sostenidos en general por figuras ya conocidas del periodismo del progresismo genérico que habitó en la prensa del período anterior, pero también por un nuevo elenco de jóvenes que surgían de las carreras de ciencias de la comunicación, entonces con las más altas matrículas de las universidades, que aplicaban con entusiasmo una tesis central de esos cursos: las noticias se construyen, forjan un tipo idealizado de realidad, poseen una ontología propia, por así decirlo, y en general pueden ser analizadas como parte de una “gran construcción” donde poder, ideología y comunicación se fusionan, se aúnan.
Personalmente, con nada de esto estoy en desacuerdo, aunque siempre me pareció – y aún es menester pensarlo hoy, en muy otras condiciones – que habría un nuevo tipo de objetividad. Objetividad, sí, que no abandonara el poderoso enclave que tiene este concepto siempre ligado al sentido común, y lo depositara en manos de las derechas tecnológicas que segregan un tipo de falsía novedosa, la falsía de la neutralidad, que sin embargo ejerce un tradicional influjo en muy variados públicos. Son los que ponen en juego su parte más sedimentada en el “contrato” con los medios: su poderoso y humano afán de credulidad, constitutiva de anclajes profundos del ser colectivo nutrido por distintas leyendas, relatos, figuraciones. Para tales estratos del poderoso implícito de la imaginación pública, era muy exigente extraer políticas sistemáticamente efectivas de ese rotundo «Clarín miente” súbitamente desplegado, porque en verdad, lo que se quería decir es que todo medio de expresión tiene retóricas que son poderes y poderes que son retóricos, que generalmente no se hacen visibles, y que había que «visibilizar” – esta expresión se fortaleció por esa época en todos los contendientes – aquello mismo que parecía improcedentemente invisible. Muy pronto, los que se hacían fuertes en la noción de relato, para decir todo lo real estaba forjado por ellos, se veían profusamente atacados por el uso de esta noción –»relato”- que los presuntos objetivistas no tenían ninguna dificultad en hacer sinónimo de “impostura”.
(Fin de esta primera parte de mi balance de época, que contendrá breves pantallazos de mi propia participación. Escrito el día 1º de febrero de 2016. Hoy leo en los diarios que el nuevo Ministro de Cultura dice que «echar gente es espantoso, pero necesario”. Continuará en este mismo medio)
Buenos Aires, 1° de febrero de 2016
Fuente: La Tecl@ Eñe.

Carta a Michel Polac // Samuel Beckett


Samuel Beckett no se esclavizó a la imagen de escritor, se la regaló a los otros. Lo escuchó a Néstor Sánchez: “la literatura como `destino´, [ …] la pobre imagen del escritor que vive y (padece) en función de su prestigio.”
Esta carta es la respuesta de alguien que solo pudo escribir, porque era un inútil social.

Traducción y nota: Hugo Savino

***

[después del 23 de enero de 1952]
Usted me pregunta qué ideas tengo acerca de Esperando a Godot, y me hace el honor de difundir algunos extractos en el Club de l´Essai, y al mismo tiempo me pregunta acerca de mis ideas sobre el teatro.
No tengo ideas acerca del teatro. No sé nada de teatro. No voy nunca. Es admisible.
Lo que sin duda es menos admisible, en primer lugar, en estas condicio-nes, es que escriba una obra, y luego, una vez escrita, que tampoco tenga ideas acerca de ella.
Desgraciadamente es mi caso.
No a todo el mundo le es dado poder pasar del mundo que se abre de-bajo de la página al mundo de las ganancias y las pérdidas, y luego regresar, imperturbable, como quien sale del trabajo y va la a tertulia del café.
No sé más sobre esta obra que aquel que llega a leerla con atención.
No sé con qué ánimo la escribí.
Sobre los personajes no sé más que lo que ellos dicen, lo que hacen y lo que les ocurre. De su aspecto tuve que indicar lo poco que pude entrever. El sombrero hongo por ejemplo.
No sé quién es Godot. Ni siquiera sé si existe. Y no sé si ellos, los dos que lo esperan, creen o no en él.
Los otros dos que pasan hacia el final de cada uno de los actos, tal vez estén ahí para romper la monotonía.
Todo lo que pude saber, lo mostré. No es mucho. Pero me basta, y es suficiente. Y diré que incluso me hubiera contentado con menos.
En cuanto a querer encontrarle a todo esto un sentido más profundo y más elevado, y que uno pueda llevárselo después del espectáculo, con el pro-grama y el palito helado de chocolate, soy incapaz de ver cuál es su interés. Pero tal vez lo tenga.
Ya no estoy allí, y no estaré nunca más. Estragón, Vladimir, Pozzo, Lu-cky, el tiempo y el espacio de ellos, solo pude conocerlos un poco y muy lejos de la necesidad de entender. Tal vez nos deban una rendición de cuentas. Que se las arreglen. Sin mí. Ellos y yo ya no estamos juntos.

¹ Este documento era una introducción a la lectura de algunos fragmentos de Esperando a Godot que iban a ser leídos en el programa “Entrada de autores” del 17 de febrero de 1952, emisión que se difundía por la Radio Televisión Francesa, y de la que Michel Polac era su productor.
(Fuente: https://entrelazosblog.wordpress.com)

Salvarse: algunas hipótesis sobre la guita, el laburo y las utopías // Andrés Fuentes

Salvarse. Una palabra típica en nuestro léxico urbano. ¿Qué quiere decir salvarse? Salvarse es dar un golpe; algo que cae del cielo y no esperábamos. Salvarse es hacerla bien: abrazarse fuerte al acontecimiento y aprovechar el momento para dar con una buena moneda y pasarla bien. El estar bien es huir de obligaciones, responsabilidades-garrón, y permitir un gasto de bacán: autos, pilcha, casas, tecnología, viajes zarpados y giras suculentas… Salvarse, hacerla bien, estar bien: conceptos de una nueva teología contemporánea. Salvarse como una redención terrenal: aquí y ahora damos con el premio.
El que se salva es para toda la vida –y capaz que hasta a sus hijos y a sus nietos también les llega el derrame. O por un rato nomás; por eso hay que disfrutar del banquete ahora, a full, porque nadie sabe que depara lo que vendrá (la gira sea corta o larga, no deja de ser gira).
El que se salva la hace bien. Hacerla bien es aprovechar la pura suerte; estar en el lugar adecuado en el momento propicio. Pero también sabemos que para salvarse hay planificación. Sí, hay una carrera para salvarse. Andrea Rincón abandonada de pibita por la madre, se va de su casa por barullos jodidos con el viejo. Tirada por ahí, sueña con salvarse:
En cuanto a sus comienzos mostrando el cuerpo, Rincón reconoció que se inspiró en Wanda Nara: «En una de las tantas peleas que tuve con mi viejo me fui a vivir a una pensión. La pasaba como el culo. No tenía guita: para comer, revolvía los tachos de McDonald’s. Un día la veo a Wanda Nara en la tele, que llega a una fábrica a hacer un strip tease para los empleados. Los negros gritaban… Estaban como locos. Y yo pensaba: ‘¡Qué patética es esta mina!’. Pero cuando sale de la fábrica sube a un Mini Cooper y dice: ‘¡Ahora les voy a mostrar mi casa!’. Y muestra un tremendo piso. Ahí me di cuenta de que tan tonta no era. Me fui a la pensión, me puse en pelotas y me miré al espejo: ‘Yo soy más linda y más inteligente que esa mina’. Pero yo tenía una bicicleta playera y vivía en una pensión, mientras que ella andaba en un Mini Cooper». «Algunos se ponen un negocio, en cambio yo me pongo un cu… Ese va a ser mi kiosquito. ¡Y me voy a llenar de plata!»
Atender estos kioscos es cada vez más común. En una escuela donde laburo en la sala de profesores hay un recorte de la revista Pronto con la foto de una ex alumna con poca ropa y en pose. “De acá no van a salir médicos, pero lo menos tenemos esto”, tira la profe.
Ni hablar que hablamos de carreras-embudos: muchos arrancan y poquitos llegan. ¿Qué hacer si se cae en el camino? Interrumpida la utopía de salvarse ¿cómo zafarla? Hay una figura que es prima del salvarse. El estar tranqui.  No se salvo pero está conforme. Se desplazó del casillero de mulo donde estaba; ahora está mejor… tranqui. Una forma de escalar en la pirámide del ascenso social: no golpea las puertas del cielo pero ganó en umbrales de tranquilidad. No es poco.
Pibes y pibas se meten a carreras donde la van a zafar. Al voleo, se me ocurren dos: docentes y policías. Permanencia, un sueldo más o menos digno, pocas horas… No se van a salvar pero tampoco van a estar tirados, ni muleando peor que otros, y menos todavía plegándose a otros laburos que darán buen billete pero son percibidos como peligrosos… Pregunta: ¿Qué pasa pos-ingreso a estos laburos con el correr del tiempo? ¿Cómo repercute la constatación de que no son tan copados como pintaban? ¿Cómo se elabora esa nausea?
El trabajo que implica aprovechar el evento que nos permite salvarnos muchas veces es medio garrón. Ausente de vocación, como sea, hay que salvarse (“vos engánchalo, el amor viene solo”, reza el consejo preferido de las botineras). Otros trabajos son vocación y al mismo tiempo nos salvan: futbolista, getona mediática.
Se nos hace necesario diferenciar entre el mulo y el soldado. Mulo es el que el carga con el peso del displacer de un deber sentido como obligado. Otra no queda, relincha por lo bajo. El soldado le pone huevo a una causa que le infla el pecho de sentido. Se banca todo por un sueño: salvarse. Y cuando se llega se pone más que nunca para aferrarse. El cálculo es muy simple: es ahora o nunca. No se sabe cuándo termina. Hay que meterle. ¿Quien dijo que no hay más cultura del esfuerzo?
Sumemos algo: durante un tiempo yirando perdidos, desorientados, sin saber para donde arrancar, el miedo de retornar a ese contexto empuja a soportar lo que sea con tal de aprovechar el viento de cola… Incluso la ética del salvarse es indiferente a transgredir o no la ley. No importa pasar de largo la barrera de la ley con tal de salvarse. Lo cual no implica ser un gil y que se diluya cualquier cálculo. No ser cabezón, hacerla bien, es una invitación a no ser desprolijo y caer bien parado.
Salvarse es consumismo al palo, hedonismo salvaje. Salvarse es una proyección del ego hasta las multitudes más extensas vía múltiples pantallas.  Salvarse también es robar tiempo a las tareas que nos permiten amasar un billete en la ciudad. Y en este modo bancamos el salvarse. Salvarse –al menos por un rato- nos permite ganar en tiempo libre. Le soplamos una dosis de temporalidad al laburo y lo reconducimos en términos de nuestra propia duración como seres. ¿Cómo aprovechar ese momento? ¿Qué se despliega en ese hueco que abrimos? ¿Con qué preguntas sobre nuestras condiciones de existencia poblamos ese rato conquistado? Sin la quemazón de cabeza, cargados de chirolas en el bolsillo, salvarse para nosotros no es una meta como idea de felicidad, sino un escenario que nos potencia dándonos una bocanada de tiempo para recrearnos. 

(Fuente: www.losutil.blogspot.com.ar)

CAMPO GRUPAL Nº 185 // Febrero 2016


Sumario

Entre relatos y teorías
-¿Cómo leer una producción grupal?
Por Eduardo Chiacchio

¿Qué hacer con nuestra potencialidad destructiva?
-Reflexiones sobre la crueldad
Por Silvia Radosh Corkidi

Conversaciones ante la máquina
-El aire que precisamos respirar
Por Diego Picotto

Ecos
-Breve relato clínico de un amor mitológico
Por Juan Trepiana

La experiencia poética como apertura de nuevas potencialidades
-El arte núbico, retroprogresión al origen
Por Flavia Canellas Grinberg y Adrian Quinteros

Tato Pavlovsky
-El Minotauro en Del Viso
Por Carlos Liendro

-¿Que es el otro?
Por Martín Kesselman

-Collage. Orfeo en el mercado
Por Susana Martin
Secciones:

-Taller de escritura
Por Luis Gruss

-Desde el patio
Por Teresa Cristina Punta

-Tránsitos
Por Patricia Mercado

-Corpografías
Por Carlos Trosman

-Héroes, ídolos y otras yerbas
Por Diego Punta

-Gotitas de cinedrama
Por Yuyo Bello

-Días y flores
Por Carolina Wajnerman
………………………………….


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Entrevista con el embajador palestino en Buenos Aires // Mariano Pacheco

“Como todo pueblo digno, el pueblo palestino resiste”


Martes 2 de febrero. En horas de la siesta, Husni Abdel Wahed recibe en la Embajada del Estado Palestino en Argentina a una delegación de periodistas integrada por el director del periódico Resumen Latinoamericano, Carlos Aznárez, el corresponsal de Hispan TV en el país, Sebastián Salgado, y el Pro Secretario de Cultura del Círculo Sindical de la Prensay la Comunicaciónde Córdoba (Cispren), Mariano Pacheco, quienes entregaron una carpeta con cientos de firmas de personalidades de todo el mundo, en solidaridad con Muhammad Al-Qiq, el periodista palestino que se encuentra detenido y realizando huelga de hambre desde hace 70 días.
El embajador palestino en Buenos Aires, tras la reunión, conversa con este  cronista. Destaca la importancia de la solidaridad internacional, y más específicamente, por la iniciativa desarrollada por Carlos Aznárez, con quien el propio embajador se solidarizó hace semanas, a través de una carta pública, en donde enfatizaba que la demanda judicial presentada por la Delegaciónde Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) contra el periodista argentino, atentaba contra la libertad de expresión y contra todos aquellos que “hacen de la solidaridad una forma de vida de existencia y de resistencia”.
–¿Qué valoración tiene de esta iniciativa embajador?

–América Latina en general, y el pueblo argentino en particular, han sido un continente y un país solidario, siempre, no solo con la lucha del pueblo palestino, sino con la de todos los pueblos. Así que no esperamos menos. En cuento a la lucha de nuestro pueblo, una parte importante es la lucha por la libertad de los prisioneros políticos. Hoy, lamentablemente, Al-Qiq es la noticia. Ha sido encarcelado de una forma antojadiza por parte de las fuerzas de ocupación israelí, sin cargo alguno.
Periodista de 33 años que venía trabajando para el canal  “Al Majd”, Al-Qiq fue arrancado de su casa de Ramallah hace tres meses y, como otros 4.500 palestinos (hombres y mujeres), confinado en una de esas cárceles que se parecen más a una tumba que a una prisión. La “detención administrativa” que se encuentra cumpliendo no es más que un secuestro realizado por el Estado Israelí, bajo la figura que les permite, con el silencio de gran parte de la comunidad internacional, tener prisioneros ya no solo a los activistas y militantes de la causa palestina, sino a todos aquellos que considere “sospechosos”, así sea porque tan solo informan sobre lo que ven y escuchan en los territorios ocupados. Todo sin presentar cargos. Sin siquiera iniciar un proceso judicial.
Continúa Husni Abdel Wahed:

–Muhammad Al-Qiq se encuentra al borde de la muerte, de allí la importancia de estos actos de solidaridad, porque no solo lo alientan a él, sino también a nuestro pueblo, para seguir con la lucha por la libertad, la justicia y la paz.
–Por último quería preguntarle cómo está caracterizando este momento de la histórica lucha del pueblo palestino.

–Bueno, éste es un conflicto que se ha extendido por décadas y no se vislumbra, lamentablemente, una solución pronta. En los últimos años ha llegado al poder en Israel el fundamentalismo más extremista y está gobernando una coalición de extrema derecha. Podría decir “fascista”, que ha incrementado las políticas represivas contra el pueblo palestino. Lo mismo que la confiscación de tierras y la construcción de asentamientos en pleno territorio ocupado palestino y el traslado de la población del Estado ocupante al territorio ocupado, en clara violación al derecho internacional humanitario, además de las convenciones de Ginebra. El pueblo palestino, como todo pueblo digno, resiste, y va a seguir resistiendo a la ocupación, defiende su dignidad y, me atrevo a decir, defiende la dignidad de la humanidad entera. Lamentablemente, las expectativas de paz son cada día menores, producto de las políticas israelíes, con el consentimiento de Estado Unidos y sus aliados occidentales. Pero nuestro pueblo, como todo pueblo digno, está dispuesto a seguir con la lucha, sin resentimiento y sin resignación, está dispuesto a una solución pacífica, siempre que respete sus derechos, y el establecimiento de un Estado independiente y soberano, que conviva pacíficamente con los otros estados de la región, incluido el Estado de Israel. Si Israel se rehúsa a poner fin a la ocupación, esto prolonga el sufrimiento de nuestro pueblo, pero no pone fin a la lucha del pueblo palestino por su libertad.

Balance de época (II) // Horacio González

Relato y Crítica del Relato
La segunda entrega de «Derrota y esperanza: un folletín argentino por entregas», balance de época que Horacio González escribe sobre los gobiernos kirchneristas, aborda la compleja noción de “relato”. El capítulo II, “Relato y crítica del relato”,  nos alerta sobre  como El Otro en su vida cotidiana, fue renuente a alojarse en el Otro del pluralismo patriótico al que llamaba la Presidente Cristina Fernández de Kirchner.
Vinculado a lo que ya intentamos desarrollar en el capítulo uno, en el interior de nuestro balance de este último período histórico en el país, vamos a tratar la noción de relato y el modo en que fue usada en el debate político contemporáneo. Es evidente que este concepto posee cierta trivialidad u obviedad de origen, y generalmente se refiere a una mínima capacidad narrativa con la que cuentan todos los seres humanos, y que se compone de diversos estilos, que generalmente reposan en signos  reveladores de la memoria para la creación de vínculos comunes a través de recuerdos, eventos o leyendas compartidas.
En una media en que ahora no sabríamos apreciar tan ajustadamente, el kirchnerismo fue derrumbado (empleo esta ruda expresión que luego explicaré; tengo bien en claro que la resolución del problema del poder en la Argentina, en su napa más superficial pero trascendente, fue a través del legítimo juego electoral), derrumbado, digo, por el empleo del concepto de “relato” muy en contraposición a la acepción “ingenua” que antes le dimos. Cuando digo muy en contraposición, en realidad debo decir con una acepción inversa a la tradicional: relato era aquí sinónimo de impostura, de falsedad, de fingimiento, de “invención de tradiciones”, en suma, una superchería de Estado para contarle a los crédulos una historia apócrifa sobre los gobernantes, sus orígenes y propósitos. Ciertamente, todo gobierno – sobre todo el que mantiene raíces populares complejas, como es el caso del que aquí consideramos – está expuesto a este tipo de ataques, pero el kirchnerismo lo estuvo más que ninguno. Los dardos maledicentes que en el ya casi remoto pasado argentino se dirigían contra la “bastardía” de Eva Perón y su propio marido, eran prejuicios clasistas que muy rápidamente se confundían con el temor de la por entonces bastante consolidada “clase media” argentina ante el ascenso social de sectores obreros, o de lo que con desdén podría considerarse el “bajo pueblo”. Pero esos prejuicios sociales contra los “advenedizos” dieron resultado mucho después, cuando se fusionaron con los ataques a las “costumbres íntimas” de Perón, que horadaban su vasto apoyo social pero no eran comparables a la maciza cruzada de desprestigio que se abalanzó en toda clase de exuberancias mediáticas contra el matrimonio Kirchner, muchas décadas después. En la primer y segunda época peronista, y luego del 55, incluso el concepto estigmatizante de “bastardía” fue respondido por los entonces  jóvenes literatos “existencialistas”, que no pertenecían al mundo político del peronismo, pero a los que les atraía esa figura de la conciencia con la que Sartre había retratado al aventurero o al comediante que hacía “avanzar la historia por su lado negativo”. Convertían entonces al bastardo en una figura respetable, rara y necesaria. El peronismo de los orígenes, que era “anti-existencialista”, no se  animaba a tanto en la apología de sus propios materiales originarios.
Con el matrimonio Kirchner no ocurrió esa capacidad de inversión de la injuria, y crecieron hasta proporciones gigantescas los ataques donde el pasado de la pareja presidencial era examinado por peritos en detectar supuestas falsedades y mascaradas. En especial, en la honda cuestión de los derechos humanos, donde se remarcaba que en su  pasado de políticos provincianos, ni Néstor Kirchner ni Cristina Fernández de Kirchner, se habían ocupado de los mencionados derechos, que luego, en su gobierno, fueran rápidamente declarados piedra basal de donde prácticamente se deducían todas las demás decisiones. Es claro, no fue así, pero es cierto también que las tomas de posición del gobernante, que suelen suceder bajo el cuño de la rapidez, la readecuación urgente o la súbita compresión de una zona de franjas soterradas de la conciencia que de pronto se ilumina, no podían ser festejadas y mucho menos comprendidas por los Cruzados que ya habían aprendido a machacar sobre lo que en cualquier caso es fácil. Porque casi siempre hay un halo propagandístico en todo gobierno, un ritual de auto-festejo y una confianza en cómo se habla desde el poder (que por esa sola circunstancia, ya enunciaría tópicos verdaderos), que de inmediato hacía fácil la tarea del agente demolicionista, sobre todo en casos donde notoriamente, con verdad o no, puede esgrimirse el rótulo de “populismo” (del que ya diremos algo más).
        
¿Qué decía este “agent demolitioniste”, experto en trabajar con los intersticios de la comúnmente inconstante credibilidad pública? Que bastaba ver las predilecciones cosméticas de la Presidenta, la engañosa austeridad de Néstor Kirchner (mocasines rústicos, firma de decretos con lapiceras de plástico barato) para combinar el pseudo-ascetismo de uno con el gusto por “carteras Vuitton” de la otra, junto a veleidades indumentarias (paralelas a las frivolidades discursivas), para que los agentes del descrédito concluyeran que el amor por los derechos humanos y sociales, o por la vocación soberanista del Estado, eran construcciones de último momento que salieron de la cabeza repleta de astucia de dos codiciosos. Pobre argumento que muchos desdeñamos, pero que tenía lentas consecuencias, como un aceite mortífero que va penetrando poco a poco en inocentes porosidades colectivas.
Precisamente, lo que a muchos nos había interesado de la nueva situación –la emergencia de Néstor Kirchner, político tradicional de carrera, de repente tomando los grandes temas  reparatorios de la nación- era el modo en que un mundo político que nos parecía previsible, extraía nuevas fuerzas de los vacíos, intersticios y fracturas del “sistema real”, el que registraba la profunda crisis de representatividad del 2001. Ricardo Forster recurrió al concepto de “anomalía” para adjudicarlo a la situación en que se verificó la emergencia de Néstor Kirchner.
Debe decirse que la construcción simbólica que se inició enseguida –que comenzó con el retiro del retrato de Videla en el Colegio Militar y de algún modo concluyó con la construcción de la escultura de Juana Azurduy en las cercanías de la Casa de Gobierno-, ocupó los doce años de gobierno kirchnerista. El tejido simbológico del gobierno KIrchner es sólo equiparable al que practicó Perón en sus dos primeros gobiernos, y remontándonos mucho más allá, al conjunto de emblemas nacionales que desde 1880 perduraron como hilo interno del Estado y de la pedagogía nacional, en la numismática, las monumentalística y en la discursividad historiográfica, generalmente ligada al largo predominio de las distintas variantes del liberalismo republicano (“el orden conservador”), desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX. Con diferentes interregnos, que en lo fundamental, no alteraron esta “paidea de la patria”. Respecto de ella, un impoluto San Martín nunca cedió su lugar de privilegio como cálido, severo y apacible numen estructurante de la nacionalidad, justo papel que tiene desde que se publicaron los densos volúmenes de la historia de Mitre, lo que luego fuera realzado por libros y películas – Ricardo Rojas, Torre Nilsson, recientemente Galasso -, pero la Presidente Cristina Kirchner intervino en esta dinastía nacional numerosas veces, ya sea resaltando el legado de aquellos aires levemente jacobinos que nimbaron a Moreno y a Monteagudo (con reservas), ya sea declarando preferencias por Manuel Belgrano, ya sea aceptando la inverificable leyenda del Gaucho Rivero – que logró billete de circulación oficial como emblema de la moneda nacional – y más verosímilmente, exaltando la Batalla de Obligado (1845).
Todos estos hechos, a los que se puede agregar el tono museístico que adquirió la casa de Gobierno, el Museo del Bicentenario (que también tributa homenaje a Siqueiros, el muralista mexicano), el Centro Cultural Kirchner, y hasta Tecnópolis, revelan la fuerte intervención histórico-metafórica del gobierno, lo que junto a sus auto-descripciones –el “modelo”, el “proyecto”, “el desarrollo con inclusión”-  fueron carne rápida o papilla de fácil identificación para la gran prensa que elaboraría muy de inmediato, una larga cadena de objeciones – que iban de la ironía a la burla, de la acusación de bonapartismo hasta la denuncia de asfixiar el paisaje con sus nombres propios-, con la que el gobierno fue insistentemente acosado. Junto al magno trípode santificado de la Cruzada – con su manual básico de estereotipos – cuales eran la “inflación”, la “seguridad” y la “corrupción”, el “relato” era una expresión que bastaba mencionar para difamar al gobierno con el rápido símil que esta palabra evoca: la mentira, el disfraz.
Es evidente que cuando Néstor Kirchner dijo “Clarín miente”, revelaba un fuerte indicio de su carácter, más literal, fundado en frases directas y plenas para designar a sus contrincantes de momento, de modo que no se ocupó de buscar sinónimos o atajos más matizados para sus denuestos. Ya vimos en el primer capítulo las fuertes implicancia que todo esto tenía. La oposición Gran Mediática fue más metafórica en torno al concepto de mentira (básico en cualquier facciosa discusión post-argumental) y no tuvo dificultades para expandir el tema del “relato” como sinónimo de ocultamiento de una realidad cotidiana cruzada por la corrosión de la vida diaria. Tal acto de ocultar se haría, entonces, en nombre de una “épica emancipatoria” que recorría estaciones obligadas del conocido historicismo de liberación nacional, pero, decía el Crítico Demoledor, con esas palabras egregias pasaban por alto la dificultad real de presente, donde no había indicio alguno de que las necesidades reales se pudieran resolver con apelaciones al gauchaje lírico del siglo XIX, y más aún, cuando eso se hacía por gobernantes que a la vez eran empresarios. (Esta última expresión se basaba en los hoteles de propiedad familiar – tema del cual luego hablaremos – que Néstor y Cristina Kirchner poseían desde antes de convertirse en figuras públicas, y que fueron objeto de largas discusiones).
El gobierno Kirchner confió en que sus bases de apoyo no fueran horadadas por este doble manejo criticista: primero, la épica del “relato”, como inconducente frente a problemas reales del existir cotidiano. Ciertamente, inflación, inseguridad y corrupción, no es que no existieran en la “empirie de los días”, pero ya eran conceptos del Arquetipo básico del demoledor, anti-figuras fabricadas por la Conciencia Bella que se dirigían a embestir a los Impostores. Segundo, la situación en las clases populares, que ya por ese entonces revelaban la profunda heterogeneidad cultural que regía sus deterioradas condiciones de vida, y que no sólo registraban el enigmático fenómeno de la crítica del trabajador pobre al “subsidiado pobre”, sino que en sus sensibilidad espontánea, se hacían presentes los espantajos del folletín impugnatorio, donde la idea del “relato” ya adquiría contornos folletinescos donde en la intimidad del matrimonio Kirchner, uno o una podía ser el “asesino” del otro o de la otra. Estas atrocidades del “contra-relato”, increíblemente, prosperaron en el país. Una senecta y arcaica figura de la televisión argentina, que como contrafigura de Evita, era actriz del cine argentino en los años 40, llegó a decir que en el féretro de Kirchner no estaba realmente su cuerpo. Historias góticas que siempre sacudieron el oscuro inconsciente de la humanidad, daban su campanazo tétrico en la estremecida realidad argentina. Hay que reconocerlo, admitirlo y examinar con una atención mucho mayor que hasta el momento le prestamos, a estos hechos.
Los Kirchner eran así objetados por partida doble, cuando se decían militantes, recordándoles que bajo esa declaración de heroicidad política se escondía una veta empresarial, y eran objetados como empresarios cada vez que anunciaban grandes medidas públicas que surgían de sus convicciones militantes, a las que se les atribuía un encubrimiento de “intereses particulares”. Retornaremos sobre esta ardua cuestión en el capítulo próximo. (Morales Solá, tutor de presidentes de la gran derecha áulica, exclama en su editorial de hoy en La Nación que Macri se queja de los empresarios por serlo él mismo: “solo piensan en la facturación de la semana próxima”. He aquí el empresario adulado como tal, que por poseer esa identidad ni puede ser criticado, ni se lo exime del elogio del que sabe incluso desprenderse de su ser empresarial. Créase o no. (No).

Siempre hubo un problema en torno a estos gobiernos de  raíz popular – que recurrentemente apoyamos -, calificados de “populistas” y que cuando esgrimen tópicos emancipatorios y de derechos ciudadanos, son vistos como el gran teatro de los arribistas que buscaban “enriquecerse personalmente”. El contra-relato no es que fuera tan hábil, sino que sus banderines de triunfo lanzados al viento encontraban una extrema facilidad en la recepción de un público masivo poli-clasista, que incluyendo a los que eran beneficiados por medidas masivas del gobierno, eran la clientela fija de las hipótesis conspirativas de las que viven los grandes Medios de Comunicación. Había un espontaneísmo en la conciencia empírica nacional que permitía hacer “creíbles” a los engendros del folletín conspirativo – de los cuales es un maestro Jorge Lanata, tema que ya consideraremos -, ante un gobierno que se esmeraba en imponerse sobre sus diversas contradicciones internas. Su empeño anti-corporativo, que desde luego se dirigía privilegiadamente contra el grupo Clarín, aunque ciertamente mucho menos contra otras corporaciones “no mediáticas” (pero a las que de una manera u otra Clarín articulaba: Monsanto, Barrick Gold, Chevron, etc.) no lograba interesar a las izquierdas ni a una parte sustancial de la vida popular, que en el “gran monopolio mediático”, no veía sino la posibilidad de saber cómo se resolvían los misterios de amor y los prodigios de la ilusión en una telenovela que recreaba “las mil y una noches” con un actor egipcio, cuya obvia biografía peregrina era a su vez la actualización de un “relato del corazón”. Los grandes autores de la crítica al “relato”, vaya si eran los taumaturgos de los grandes relatos y especulaban con los pobres misterios orientalistas con los que disciplinaban sentimentalmente a las masas populares,  destinada a ser una parte, quizás no en parte mayoritaria  pero sustancial, de la gesta electoral anti-kirchnerista, estrecha pero derrocadora al fin. Ya volveremos sobre este concepto de “derrocamiento en democracia”.
No es indiferente este tipo de productos folletinescos de la gran industria cultural, al destino de los gobiernos populares atípicos. Mientras la Presidente proclamaba “la Patria es el Otro” – motivo de grandes alcances que precisaba ser esclarecido con mayores aproximaciones  conceptuales y prácticas, dada su importancia -, había otro Otro, real, sin alteridad evidente, que fluctuaba entre su real unicidad y su imaginado pluralismo, para proclamarse el ángel de la tolerancia, acusando de ignorar el pluralismo social y cultural a un gobierno que intentaba construir con la idea de Otro, esa unidad en la multiplicidad que es la esencia última del arte de gobierno. El Otro en su vida cotidiana, era renuente a alojarse en el Otro del pluralismo patriótico al que llamaba la Presidente Cristina. Será otro de los temas del próximo capítulo.
(Escrito el 3 de febrero de 2016, día en que los empleados públicos ocupan el Ministerio de Cultura dirigido por un “despedidor serial”, que tiene como algunos de sus apoyos insólitos, a este episodio que me contaron: ante el stand de una repartición pública donde se obtienen libritos clásicos argentinos a cambio de un módico precio, poniendo un cospel en una máquina expendedora, una abuelita argentina le dijo a su nietito, frente al empleado que la atendía: “nene, pedile un cospel al ñoqui”. Hasta aquí las cosas. En tanto, Alain Badiou, Chico Buarque y Serrat, firman la decisiva solicitada contra Lopérfido). Continuará en este medio.
  
Buenos Aires, 3 de febrero de 2016
(Fuente y agradecimiento a La Tecl@ Eñe)

Balance de época (III) // Horacio González

La corrupción y el Estado


Tercera entrega del Folletín argentino que Horacio González viene realizando como balance de una época que pasó. González desmenuza en este capítulo las relaciones entre la idea de corrupción asociada al Estado como concepto maestro de una línea de ataque al conjunto de la estructura gubernamental. El cúmulo de “relatos” e  implícitos demonizantes – la corrupción mata – fueron hallazgos de las plumas de trinchera de buena parte del periodismo Gran Mediático.
No hay concepto más escurridizo e inaprensible que el de corrupción, siempre vigente en el lenguaje político, con las más diversas acepciones. La inevitable carga moral que subyace en él, su poder agraviante y desestabilizador, tanto como su capacidad de eximirse de toda probanza –o de pruebas en el sentido jurídico estricto-, tienen una fuerza capaz de  resquebrajar cualquier andamiaje gubernativo. Con esta apreciación no queremos decir que “no haya corrupción”. Pero hagamos la inspección de este uso sistemático de un concepto tan abarcador y difuso, que tiene una capacidad de golpear más allá de su capacidad real de definir fenómenos específicos de la realidad estatal. Si hoy leemos El Príncipe de Maquiavelo bajo el crisol del concepto de corrupción enlazado a una proposición moral, podríamos decir que la totalidad de este famoso escrito resulta en una apología del “ser corrupto” de la política. Pero no recordamos que en este grandioso texto se emplee, por lo menos con frecuencia, este concepto, siendo que no vacila en justificar asesinatos o afanes de dominio enteramente viciosos. El Príncipe es obra de la intimidad de Maquiavelo, es su propia conciencia irónica analizada por medio de un escrito que es un regalo o tiene la forma de un regalo a su protector, Lorenzo  de Médici. No se ha notado mucho  esta circunstancia del regalo, que figura en el mismo prólogo del estremecedor escrito. El “regalo” es otro concepto confuso, supone generosidad y astucia, amor y obligaciones, compromiso en los vínculos o disimulo. Todos recordamos la historia del Caballo de Troya; los dichos populares… “caballo regalado…etc.”; o las catastróficas escenas del Padrino, donde la torta de cumpleaños viene con un killer adentro. Es la perseverante idea del “regalo envenenado” o “peludo  de regalo”. 
Pues bien, el lector de Maquiavelo puede leer en el capítulo 7 del Príncipe que hubo una matanza en Sinigaglia. Maquiavelo la narra con la asombrosa objetividad que tiene su tersa prosa cuando se dedica a describir masacres. Allí, para atraerlos a la celada, César Borgia les ofrece a quienes serán víctimas de su cebada capacidad de fiereza, un conjunto de regalos –aparecen los “regalos”-, tales como monedas, ajuares o caballos. Pero los que reciban esos presentes tendrán como destino un vil asesinato. ¿Qué podemos leer en el propio prólogo de El príncipe? Que Maquiavelo lamentaba que como regalo, él solo podía ofrecerle libros al Médici: su propio libro, El príncipe.  ¿Iba él a matar al Médici por eso? Otros entregaban buenos equinos, relucientes armas, vestimentas lujosas. Esta mención al “regalo” como anzuelo para atraer a los sacrificados, inquieta en el famoso relato de la matanza en Sinigaglia, pero más inquieta cuando Maquiavelo define a su mismo libro como el único regalo –no caballos, no lujosas prendas- que le puede hacer a su Príncipe. Nunca sabremos bien qué quiso decir.
El kirchnerismo fue acusado de “corrupto”, y la generalización de esa imputación excavó con el sistemático y meticuloso detallismo  de un boletín diario, todo su andamiaje intelectual y moral. El acceso a la corrupción como concepto maestro de una línea de ataque al conjunto de la estructura gubernamental, precisaba un conjunto de “relatos” que a su vez no  se expusieran a las críticas al “relato”, que era otro de los hallazgos de las plumas de trinchera de buena parte del periodismo Gran Mediático. La facilidad que da lo anchuroso, ambiguo y pregnante de la palabra “corrupción” –vecina a la idea del Mal- no eximía de cierta verosimilitud en las pruebas, que circulaban cotidianamente por el “periodismo de investigación” (luego haremos también unas consideraciones sobre cómo fue deformándose esta práctica). Pero esas “pruebas” –desde el tema ostensible de los Hoteles de Calafate hasta la muerte de Nisman-, poseían distinto grado de validez y capacidad de convicción, porque también eran parte de estrategias comunicacionales que se dedicaban a impartir sospechas mientras ellas se situaban, por definición “por encima de toda sospecha”. Por eso, la investigación que durante varias semanas el diario La Nación dedicó a examinar cuestiones referidas a los hoteles propiedad de la Presidente (el alquiler de cuartos a un empresario conocido de su llamado “entorno”, que finalmente no eran ocupados, lo que sugería “lavado de dinero”), podía ser una “investigación seria” sobre un tema sin duda cuestionable, como también la explotación pseudo científica del “periodismo judicial” de un tema inmerso en el océano de prejuicios que como un inconmensurable halo rodea a la palabra “corrupción”. Ya dijimos: definida con precisión, es una categoría real para el examen público de la acción de los gobiernos, pero como implícito demonizante, es un dato que alude también a su propio poder corrosivo, tan expansivo como indeterminado.
Se forjó la noción “la corrupción mata”. Esta generalización tiene un enorme poder de convicción, a partir de horrendos casos de muertes masivas en hechos que ahora consideraremos, y que son los que inmediatamente despiertan nuestra solidaridad con las víctimas y el deseo de que se “castigue a los culpables”, que ofrezcan, no el rostro abstracto del “Estado ineficiente”, sino el concreto de tal o cual funcionario “que desvió los subsidios” o el “empresario enriquecido que sobornó a los inspectores”.  No obstante, nos parece que la asociación de corrupción y muerte no es adecuada, pero decirlo es difícil –desde luego, difícil e inadecuado- cuando estamos ante tragedias como las de Once, Cromangnon o Iron Mountain. Allí murieron personas que estaban trabajando, viajando o cumpliendo con lo que imponían sus oficios diarios. Son hechos, entonces, que motivan nuestra capacidad de escándalo y condolencia, tanto como la necesidad de encontrarle explicación, reparo moral y punición a la tragedia. Pero como es evidente que no todo hecho de corrupción –cualquiera sea los alcances que le demos- no termina en masacres, ni que toda muerte ocasionada por desperfectos en equipamientos públicos nunca deja de tener un ingrediente de “tragedia” (es decir, podría no haberse producido), la extrema asociación entre “corrupción” y “muerte” pertenece solo a casos en que en forma determinista, una omisión o un acto ilegal de la administración lleva inexorablemente a un desenlace de muerte. Por supuesto, nunca puede ser objetable el modo en que los familiares de las víctimas exponen su dolida voz, que no puede ser impugnada desde ningún otro punto  de vista que se crea superior a ella, pues no lo hay. Otra, en cambio, es la cuestión política. En este caso, hay sin duda una responsabilidad de la institución pública.
En Cromangnon, la carencia de peritajes efectivos sobre el local (probablemente debido a “coimas”, que es modo el diseminado con que se insertan las prácticas de inspección oficial en un mundo de “omisiones recompensadas”), podía no llevar a que una bengala se situara en el corazón de los hechos, pero una vez producida la tragedia, nada evita que ésta se interprete como un hecho, no trágico, sino parte de la “estructura corrupta de la política”. Decir tragedia entonces parece de mal gusto, ante tal desidia estatal o empresarial. Sin duda, las condiciones en que se realizan estas reuniones en todo el mundo (son frecuentes los incendios en locales danzantes, seguido de muertes múltiples) revelan la inseguridad de la existencia en un sentido general, y abandonar el concepto de tragedia no parece conveniente –la arcaica forma educativa de los pueblos antiguos- pues entonces se comprende mal los mismos hechos por los que luego hay que designar responsables. El perito que no hizo su tarea adecuadamente, lo es, el propietario del lugar, que no percibió el riesgo potencial que anidaba en las instalaciones y escenografía, lo es, también lo es el sistema médico que quizás no pudo concurrir a tiempo o el político que no se hizo presente en forma inmediatamente solidaria.
Los hechos pueden desmenuzarse al infinito, y no hay que perderlos de vista en su engarce inesperado y fatal, aun cuando optemos por la generalización política de “la corrupción mata”, que afecta a todo el Estado sin distinción alguna, con un dramatismo político al que ya no importaría darle una base en la natural contingencia que tiene eventos que, súbitamente, en un momento de locura de la realidad, pueden anudarse. Y en este círculo que va de la generalización repentina al análisis del pormenor, siempre ganamos la contundencia del universal condenatorio y podemos perder la noción que nos lleve a darle mayor dimensión humana y real a la culpa, y con ello elaborar prevenciones efectivas sin dejar de ver la dimensión política ni la objetividad de la cadena de contingencias y tragedias. Visto todo esto, el concepto de corrupción no queda como un universal abstracto sino como un modo de investigación sobre responsabilidades ciertas, donde desde luego, deben figurar las del Estado.
En los tiempos de Menem, Horacio Verbitzky acuñó la noción de “modelo de producción corrupto”, aludiendo a otra forma alternativa de los típicos excedentes de la forma capitalista de producción. Es que ésta necesariamente precisa esa aureola de ilegalidad para sustentar su “ambiente de negocios”, que no obstante siempre invocan “estar a derecho”. En efecto, el alimento clandestino del gran capitalismo globalizado-informático, es hoy su constante ilegalidad entrelazada a formas visibles de legalidad. La ilegalidad es productiva. En las cúspides sistémicas de los organismos visibles de la globalización, hay un “plusvalor” jurídico, comunicacional y financiero, que trabaja con “imponderables a futuro, “información reservada”, “clandestinidad de las decisiones” o “bio-políticas del staff ejecutivo”, que casi siempre se traducen en altas formas de circulación paralela del dinero. También, la financiación de la política, en todos nuestros países, expone a los partidos populares –en la otra punta del tablero- a situarse en zonas riesgosas de la acción pública, en la cornisa misma de la ilegalidad y en la búsqueda de provisiones de subsistencia partidaria donde hay un excedente monetario que sale como sebo sigiloso de las arcas públicas. Sin avergonzarse demasiado, todos los políticos, del color que sean, hablan del “control de la caja”, frase que se mueve dentro de muy diferentes y sombrías alternativas semánticas. Allá tenemos el caso de Petrobrás, talón de Aquiles del PT, una de las más elevadas experiencias del movimiento popular de masas de Latino-américa, caso que puede horadarlo en su propia quilla. En este caso la corrupción mata, metafóricamente, a las experiencias de masas.
Pero tenemos ya diversas acepciones del vocablo corrupción: la “estructural”, por así decirlo, que tiene el mismo valor fantasmagórico que el que Marx le confirió en el capitalismo a la plusvalía, y la “coyuntural”, referida en general a casos específicos y lo que ingresaría dentro de la moral general del funcionariado público. Una teórica y otra práctica, si queremos expresarnos así. El kirchnerismo fue golpeado en su quilla (ya que empleamos esta noción para el PT) por casos como el de  Ciccone Calcográfica, “empresarios amigos”, subsidios a los transportes, hoteles de Calafate, etc., y en lo que hace a la esfera de la dignidad pública, administrativa y política, por el caso Nisman, el Indec y el tráfico de efedrina, por tomar algunos. Son todas situaciones diferentes, que en su conjunto fueron el ariete de punta de acero manejando por la infantería más rudamente experimentada en desmontajes de gobiernos populares y reformistas. Todo este “paquete semántico” fue maniobrado por expertos, que en todos los casos se basaban en grados de verosimilitud que parecían soberanos e indeclinables. En principio, lo que hay que hacer no es situarse en una hipótesis de rechazo indignado de estas incómodas situaciones. Algunas poseen distinto grado de veracidad, y tanto como las que lo tienen menos o no la tienen, deben ser explicados como parte de un acceso a la verdad social por parte del gobierno anterior, que apoyamos, lo que hace que todos los que estuvimos en esa situación, debamos explicarnos y su vez reclamar explicaciones. Navegar es preciso. Por lo tanto, es necesario hablar de estos temas para que tengan un esclarecimiento que no provenga tan solo de los que los usaron como artefactos bien aceitados y ornamentados para su tarea demolicionista –bien exitosa que fue.
Mientras nuestros ejes de discursividad eran diacrónicos –emancipación, derechos humanos, articulación de nuevos derechos, subsidios al consumo popular, negociación de deuda sin canje de soberanía, inclusión social, entre tantos otros temas-, el mencionado ariete de demolición solo trabajaba temas sincrónicos –narcotráfico, corrupción, inseguridad, inflación y ñoquis como sinécdoque del Estado. En la elección Macri contra Scioli, triunfó el eje sincrónico, el de la no historicidad, el de la historia como una planicie indiferente, solo habitada por inmediatismos del sentido común de las derechas mundiales. El tema de la muerte de Nisman fue muy oportuno, pues dejaba a la Presidente expuesta a un razonamiento pobremente folletinesco, de raíz gótica, de una rayana inverosimilitud, lo que nada le importaba a los operadores del escarnio. Hay dos formas del sentido común (vieja entidad de la filosofía). El sentido común democrático y el sentido común delirante. Este último es el que muchas veces se impone porque goza con su paradoja interna, su relleno de hojarasca pérfida y brutal. Para la primera forma del sentido común, el democrático, el de Nisman fue evidentemente el suicidio de un hombre solo, acosado y abandonado, con conciencia de sus equivocaciones garrafales, encerrado entre sus goces particulares y un enfoque totalmente errado de las posiciones de la Cancillería y de la propia Presidente ante el dilema de Irán. La inminencia de una declaración en el Congreso, a la que fue llevado por sus propios pasos en falso, y la desmesura de una denuncia política sin pruebas  y totalmente descabellada, puso un arma en su mano, y un espejo en un domingo vacío ante el cual derramar su propia sangre. Para decir esto, empleamos, pues, el sentido común democrático.
En cuanto a los otros temas, lo digo rápido: lo del Indec fue notoriamente un error del Gobierno Kirchner. Las explicaciones que se escuchan, deben  dejar paso a la admisión del descuido. Lo de la efedrina, el narcotráfico, y temas colindantes, todo ello existe pero fuera de la dimensión de gigantomaquia que le dieron los relatores gran-mediáticos. Ellos invocaron con ganas el discurso folletinesco, y las  sensibles agujas del sentido común nos indican que “el relato” que aquí se ponía a circular tenía las  conocidas inflexiones de todo lo que produce efectos inmediatistas y contaminantes. La cripta, la bolsa llena de dólares, el mausoleo misterioso, el presidente Kirchner recibiendo dinero en el despacho presidencial, el Jefe de Gabinete instruyendo asesinos profesionales, todos ellos son elementos narrativos que pertenecen a la Saga del Mal, cuyo recurso mayor es mostrar un Grand-Guignol de marionetas cuyas acciones no tienen intermediarios, tal como lo exige el gusto guiado por la truculencia, que cultivan en general los grandes Medios, herederos de Ponson du Terrail, creador de Rocambole, de Batman y de James Bond. En estas creaciones, todos los crímenes tienen culpables inmediatos y necesarios en figuras del poder. James Bond, por otra parte, desde los años 60, ilustró a vastos públicos mundiales sobre el uso de la Ilegalidad Asesina, pero al servicio “del Reino”. Su “licencia para matar”, inspiró durante largos meses el relato del principal relator del “agrietamiento” del gobierno, nos referimos al periodista Jorge Lanata (so pretexto de combatir la “grieta” del que éste era “culpable”), que transfirió este saberrocambolesco (“matar por poder”) a los Estados populares, atravesados por múltiples problemas y deficiencias, pero no por eso carcomidos por el “Mal”. Jorge Lanata, al  espectacularizar la escena política como en una escena del Maipo –teatro en donde actuó-, daba un paso más en el arte de arrojar sospechas sistemáticas sobre la vida pública con el arte de representar lo complejo a través de lo titiritesco, y el laberinto de lo real a través de su sumaria inmediatez. De alguna manera, ha triunfado. Fue él quien usó la licencia 007 para triturar figuras públicas, convirtiendo las mínimas o máximas dudas que toda figura pública puede generar, en una invitación para construirle prontuario de asesino, ladrón o coimero. Pasamos buena parte de la historia argentina contemporánea sin una teoría del Estado, pero el Estado, bamboleándose y contrito, sacaba de sus entrañas momentos de lucidez. Hablaremos próximamente también de esto.
(Fin del capítulo 3. Hoy, 5 de febrero de 2016, siguen las alternativas de la división del bloque del Frente para la Victoria, que habla más de la fragilidad espiritual del justicialismo que de la astucia del macrismo, aunque no es que ésta no exista. Falta desarrollar algunos temas aquí anunciados, como Ciccone, etc. Será la próxima vez, en el capítulo 4 ó 5. Respondo al lector Juan Ponce, evitando cancherismos e innecesarias sobradas. Sobre el Banco de Santa Cruz nada puedo decir. Si lo sabe él, que lo diga. Sobre el relato, coincido con su definición, todos vivimos sumergidos de una manera u otra en un relato, pero yo me refería al uso hiperbólico que se hizo de este concepto, asimilándolo a “mentira”. Estaba, desde luego el “Clarín miente”. No sabía que en Chile, Allende había esgrimido un “el Mercurio miente”. Por fin, no veo que tenga nada de malo que una figura política principal use conceptos notorios que circulan en los pasillos de las facultades. La cuestión es que efecto social tienen luego. La seguimos.)
Buenos Aires, 5 de febrero de 2016
(Fuente: La Tecl@ Eñe)

Teoría del grito // Diego Sztulwark



Grita, pero grita justamente detrás de la cortina, no solamente como alguien que no puede ya ser visto, sino como alguien que no ve, que no tiene otra función que la de hacer visibles esas fuerzas de lo invisible que lo hacen gritar aquellas potencias del porvenir. 
Hay una diferencia sutil pero decisiva entre ver (ver lo que hay que ver) y hacer visible las fuerzas invisibles que nos modifican. En la Cultura de lo Banal, fundada en un deseo de orden que sólo se legitima a través de la postulación del orden mismo y que sólo se interesa por lo evidente mismo –infectándolo todo de imágenes inexpresivas y por tanto tóxicas–, no hay acceso a esas fuerzas. Su lógica es la compatibilización de todo lo que ocurre, sin censuras, dentro de las coordenadas de la normalización.
Lo tóxico, esa inexpresividad, es la esencia misma de la Cultura de lo Normal. Pura sensibilidad insensibilizada. Separación, desconexión, ignorancia del mundo de las fuerzas. Todo intento por preguntar o argumentar, por actuar o resistir dentro de la Cultura, se sumerge de inmediato en una redundante impotencia. El dato no es nuevo, pero ahora se ofrece desnudo. Sin forzar la crisis –ruptura o fuga– no nos es posible siquiera comprender lo que pasa. De tanta apelación al orden: ¿dónde encontraremos, sino en la crisis, una verdad?
Si lo político admite ser leído en términos de fuerzas, como ocurre por ejemplo en el paradigma de la guerra, la Cultura del orden –el triunfo postideológico de los dispositivos de gobierno de un capitalismo re-estructurado–puede ser entendida como la victoria de las fuerzas políticas que con menos distorsión expresan el orden material neoliberal dentro y fuera del país. Una breve historia del ciclo político que culmina en la instalación de la Cultura de la Normalidad puede construirse en tres secuencias: primero, el estallido de las subjetividades de la crisis (en torno al 2001); luego, el kirchnerismo como normalización vía “inclusión social”; 2013-2015: finalmente, la Voluntad de orden hecha Cultura inapelable. Leído desde hoy, la clave de inteligibilidad de ese proceso es la proliferación de una reacción contra todo lo que recuerde a la crisis y el incubamiento de un deseo de orden y normalidad progresivamente desparramado en casi todo el conjunto del sistema político, económico y social.
El macrismo parece entender cómo canalizar y darle forma cultural (y un diseño institucional) a estas fuerzas presentes y dominantes desde hace años  -¿desde siempre?- en nuestra sociedad. Lo extremo de esta normopatía se revela en el actual clima de revanchismo antikirchnerista que parece ignorar por completo la eficacia con la cual las políticas de inclusión social sobre fondo de precariedad lograron  una primera fase de normalización del país negativizando las subjetividades de la crisis. Esas subjetividades que hoy son inútilmente evocadas y convocadas a la resistencia (y cuya fuerza hoy se añora de manera abstracta) permanecieron ligadas al kirchnerismo de modo subordinado y a la larga de un modo casi fantasmal. Pero para la paranoia de la Cultura Oficial alcanza esa marca, ese remanente casi exclusivamente  emotivo de la crisis, para encender las alarmas de peligro y declarar la guerra santa restauradora.
Todo este proceso termina en la más alta frustración: no sólo se refuta a quienes creían que la política es de por sí el camino de la transformación –la política separada de la subjetividades de la crisis no puede ser otra cosa que un operador de la Cultura de la Normalización– sino que además, esto es lo más pesado, se nos convierte a todos en espectadores estáticos, sujetos obligados a “ver” lo que pasa, y a expresar nuestras perplejidades (patologías de la hiperexpresión). 
Ojos ciegos bien abiertos, ver sin ver o sólo ver en “lo que pasa” la punta que podría permitirnos dar con eso que vuelve pensable las fuerzas que sobre nosotros actúan sin que podamos aún afrontarlas. Remontarnos de la sensación a las fuerzas que la producen. Operar la torsión de lo sensible a lo que lo causa: eso es el grito. No el grito como estado de ánimo, o expresión de nuestro desencanto: eso no interesa a nadie. El grito –no gritar “por”, sino “contra”–es la detección de esas fuerzas invisibles, aquello que nos pasa cuando advertimos que estamos presos, capturados por ellas. El grito conjuga el horror y la vitalidad de lo que fluye sustituyendo la violencia-espectáculo por la violencia-sensación. Sólo de ese contacto con las fuerzas vale la pena esperar potencialidad. En el grito, nos enseña Gilles Deleuze en un asombroso libro sobre pintura, surge “el acoplamiento de fuerzas, la fuerza sensible del grito y la fuerza sensible del hacer gritar”. El grito es una declaración de “fe” en la vida, dice el pintor Francis Bacon.
El grito como medio para recuperar la distancia que necesitamos de aquellas premisas afectivas que fijan nuestros pensamientos en la ineficacia. Toda idea, toda acción que pueda insertarse en la Cultura sin producir sus propios modos de gestión-gestación, sin apuntar –aunque sea en la intención–, a herir su régimen sensible está ya derrotada.  Es lo propio de todo proceso de normalización. Pero esa constatación realista y necesaria aún debe afrontar algo más radical: la necesidad de partir del grito.
¿Es posible suponer que la crisis haría emerger subjetividades como las que se expresaron en el 2001, como si la mutación territorial de los últimos años no hubiera acontecido, dando lugar a nuevas formas de soberanía que de hecho que pueblan los nuevos barrios? No es seguro que ante la inminencia de la crisis vuelva a dominar la organización comunitaria fundada en la lucha por la dignidad, de fuertes rasgos horizontales y autónomos, que conocimos a través de experiencias como los movimientos piqueteros, los clubes del trueque, los escraches, las fábricas recuperadas. 
¿No es suficientemente preocupante que el kirchnerismo (“normalizador” por lo que de ordenancista hubo siempre en la sustitución de la lucha por la dignidad de las subjetividades de la crisis por una promesa de inclusión en términos de mediación financiera y ampliación de modos tradicionales de consumo), que no parece capaz de mantener por sí mismo la capacidad movilizadora demostrada durante sus últimos años en el gobierno, no pueda limitar la ofensiva conservadora, si quiera a nivel de defensa de puestos de trabajo? El propio peronismo, aún estallado y todo, toma parte activa en esta primera fase de la gubernamentalidad macrista. No se verifica, en lo visto en estos meses, que los años de construcción política desde arriba hayan dejado en pié un movimiento sólido y dinámico para responder los golpes recibidos.
¿Es posible, acaso, apostar a que la izquierda militante tal y como hoy existe –me refiero a la no peronista–esté en condiciones efectivas de heredar lo popular del peronismo, de suscitar una nueva rebeldía afectivo política de masa?
Así como la matanza de Maxi Kosteky y Darío Santillán en junio de 2002 señala un momento de repliegue político de las subjetividades de la crisis,los años 2008-9 y 2012 iluminan los límites del proyecto llamado de “inclusión social”: la derrota por la resolución 125 mostró la fuerza de alineación social con la renta agraria y tecnológica. Hasta cierto punto la pelea por reformas de la justicia y la estructura de medios siguió un derrotero similar. La segunda muestra hasta qué punto la disputa por el control de la divisa -el control de cambio- vivido como un ataque a la libre disponibilidad de esa misma renta actualizaba la implantación de la cultura neoliberal.
Lo demás quedó en manos de Jorge Lanata y de la estrategia mediática de encubrir esta disputa en términos de moral anti-corrupción. O de Duran Barba, y sus mediciones cuantitativas, que le permitieron  entrever la posibilidad de una gobernabilidad sin protagonismo estelar peronista. O de Alejandro Rozitchner como gurú que coherentiza equipos y conceptos en base a paradigmas procedentes directamente de las estructuras de sensibilidad del tecnocapitalismo. Y Massa quebrando el peronismo.
No se trata de denunciar, en definitiva, lo visible del régimen de la normalidad –porque lo visible es lo de por sí evidente- sino de enfrentar a fondo el deseo que lo mueve; de gritar al advertirla presencia de esas fuerzas   de orden en nosotros mismos, de gritar en su contra. Puede resultar frustrante admitir la soledad a la que ese grito puede conducirnos en lo inmediato. Esa conciencia de fragilidad, sin embargo, en la medida que acompaña un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con estas fuerzas esboza posibles diferentes –grieta, fuga, crisis–de aquellos que surgen dentro de la Cultura, donde toda violencia sensible es desviada y traducida de inmediato como fuerza-Espectáculo: “la lucha con la sombra es la única lucha real”.

¡Qué parezca un accidente! // Luciano Arruga Presente


A 7 años de la desaparición de Luciano y de cara a un nuevo 30 de Enero donde nos encontramos en la Plaza Luciano Arruga del barrio 12 de Octubre, seguimos exigiendo justicia para Luciano y todxs lxs pibxs víctimas de las malditas policías.
¡Qué parezca un accidente!
Porque ahora nos quieren hacer creer que murió en un “accidente de transito”
Porque ahora nos quieren hacer creer que la bonaerense no tiene responsabilidades en la desaparicición y asesinato de Luciano Arruga.
Porque no responsabilizan a Scioli ni al gobierno Nacional.
Porque nadie cruza la General Paz por donde dicen que cruzó Luciano
Porque estuvo en un patrullero que lo levantó de la plaza de su barrio tres horas antes del supuesto accidente.
Porque sabemos que a Luciano lo secuestraron y torturaron por negarse a robar para la policía.
Porque pasaron casi seis años en los que familiares y amigos golpearon todas las puertas, fueron a todas las comisarías y a todos los hospitales públicos, sin respuesta alguna.
Porque la causa estuvo caratulada durante mucho tiempo como “averiguación de paradero”
Porque en estos casi seis años los jueces que tuvieron la causa le dieron a investigar el caso a la misma policía que lo secuestró y torturó.
Porque en estos casi seis años los fiscales le pincharon el teléfono a la familia de Luciano intentando convertir a las víctimas en victimarias.
Porque recién hoy los medios hegemónicos se acordaron que Luciano estaba desaparecido.
Porque así como hoy cubren la aparición de su cuerpo, durante estos casi seis años se dedicaron a encubrir su desaparición.
Porque en sus medios Luciano no era noticia
Porque para Luciano no hubo “gatillo fácil” y sí asesinato policial deliberado.
Porque hoy duplican la cantidad de policías en la Provincia de Buenos Aires.
Porque “la saturación” combate a la “inseguridad”
Porque la “inseguridad” la genera la maldita policía.
Porque lxs muertos, pibes y pobres, los contamos de a montones.
Porque nos faltan muchos y muchas.
Porque sin la inclaudicable lucha de los familiares y amigos de Luciano Arruga hoy su cuerpo no hubiese aparecido.
Hoy más que nunca sentimos en lo más profundo del pecho una angustia con necesidad de explicaciones, de justicia y condena a los responsables.
Hoy más que nunca todas y todos somos Luciano Arruga, Jonathan Blanco, Kiki Lezcano, Daniel Solano, Marita Verón…
Hoy más que nunca abrazamos a la familia de Luciano y gritamos que los pibes y pibas no son peligrosos sino que siguen en peligro.

Ni tan mamertos, ni tan caretas. // Diego Valeriano

La apelación al runflerio siempre es peligrosa. Tiene algo de amenazante, de traición, de que te re cabió. Las vidas runflas son excesivamente desprolijas, desordenadas, violentas y conflictivas; diría subversivas pero siempre es un exceso.  Son  enemigos de todos, transan con todos, no son nobles.
Todo lo runfla sugiere. Todas las runflas construyen miedos. La capacidad transformadora está en la necesidad permanente de consumo, fiesta y conflicto. Para esta triada runfla es necesaria siempre una acción desmedida. Una ocupación corporal y violenta de la ciudad.
Es informe, incomodo, bardero, transa, promiscuo. Es una imagen permanente de que las cosas, en cualquier momento, se van a la mierda.
La capacidad transformadora  que tienen se centra en lo inabarcable, en lo intempestivo, en lo inmanejable, en lo irregular, en lo hambriento, en lo desprolijo, en lo festivo. No hay formas de abordarlos.  ¿Cómo se aborda una fiesta?
Su potencia radica en la certeza de que se están adueñando de la ciudad y que en ese adueñarse nos pasan por arriba.  Nos devoran. Son la desobediencia de toda regla, pero sin transgresión. No hay forma de detenerlos, se van a librar miles de batallas, vamos a mirarlas atónitos sin saber de qué lado ponernos, pero no hay forma de detenerlos. Son la certeza o peor aun, la expectativa, de que todo va a cambiar.

La compresión acabada de un término, que tal vez ya haya entrado en desuso, sea un poco la llave para entender  lo que va a pasar. El “te re cabio”, en su dimensión filosófica,  psicológica y jurídica a lo mejor nos ayude a soportar un poco el peso de tanta  ambigüedad y así no ser ni tan mamertos, ni tan caretas. 

El socialismo norteamericano de Bernie Sanders // Ethan Earle

Original en inglés aquí


Nací en Carolina del Norte, aunque mis padres son de Vermont. Crecí haciendo largos viajes de verano por la costa este para visitar a nuestra familia en Burlington, la ciudad más grande del estado con tan solo 40.000 habitantes. Fue en uno de esos viajes, en algún momento de los noventas, cuando escuché por primera vez acerca de Bernie Sanders y su versión tan particularmente norteamericana del socialismo democrático.
Vermont es un pequeño y extraño lugar. Es el número 49 de cincuenta estados, tiene solo 626.000 habitantes y la mayoría de ellos vive en pueblitos agrícolas que salpican las Green Mountains en toda su longitud. Los vermonteses se jactan de su autosuficiencia marcada por un perfil tozudamente independiente y ocasionalmente revolucionario. El estado fue fundado por una milicia separatista durante la Guerra Revolucionaria. Sería luego el primer estado en abolir la esclavitud y jugaría un papel crucial en el llamado Underground Railroad (ferrocarril subterráneo), que ayudó a ocultarse a esclavos fugitivos en su terreno sinuoso y los escoltó a través de la frontera norte con Canadá. Durante mi infancia, escuchaba estas historias como pruebas de que los vermonteses son ciudadanos comprometidos que no se toman a bien las injusticias o el doble discurso político. 
En 1980, Bernie Sanders (nacido en Brooklyn) entró al escenario político por la izquierda como candidato independiente a alcalde de Burlington, describiéndose a sí mismo como un socialdemócrata. Derrotó por 10 votos al candidato oficialista que se presentaba a una quinta reelección, y luego fue reelegido 3 veces. Durante su período como alcalde, Bernie fue ampliamente reconocido como un izquierdista sin pelos en la lengua, pero también como un administrador eficiente. Fue él quien abrió la primera comisión de la mujer en la ciudad, apoyó el desarrollo de cooperativas de trabajadores e inició uno de los primeros y más exitosos experimentos de viviendas comunales financiadas por el estado. Esta última medida aseguró la preservación de viviendas accesibles para sectores de bajos y medios ingresos, y frenó el proceso degentrificación en medio de un proyecto para revitalizar la costanera, que de lo contrario habría transformado el centro de la ciudad. Bernie el izquierdista, invitó a Noam Chomsky a hablar en la casa de gobierno, y viajó a Nicaragua para conocer a Daniel Ortega y establecer una ciudad hermana sandinista. Bernie el administrador, mantuvo el presupuesto de la ciudad balanceado y fue parte de la transformación de Burlington en una de las ciudades más lindas y habitables de los Estados Unidos.
En 1990, Bernie se presentó como candidato para la cámara de representantes de Estados Unidos y se convirtió en su primer miembro independiente en cuarenta años. Rápidamente fundó el Congressional Progressive Caucus, que hasta el presente es uno de los pocos baluartes de izquierda en el Capitolio. Criticó a políticos de ambos partidos por subordinarse a la lógica corrupta de Washington. Se reveló como un político serio, de mensaje directo y franco, y alarmado por las crisis que enfrenta nuestro país. Si bien sus modales a veces pueden parecer hoscos y sus aptitudes sociales escasas, nunca hubo dudas acerca de su devoción por el trabajo. Bernie pudo emerger como una voz calificada a nivel nacional en temas que van desde la desigualdad en los ingresos a la cobertura médica universal, la reforma de la campaña financiera y los derechos LGBT. También fue un prominente crítico temprano de la guerra de Irak y los programas de vigilancia interna como la Ley Patriota.
Básicamente, Bernie mantuvo el curso que él mismo se había propuesto desde el principio, el del un progresista imperturbable que basa su trabajo en una independencia fundamentada y la obstinación porque se hagan las cosas. De nuevo en Vermont, donde desde 2006 ha sido senador, Bernie continuó incrementando su popularidad y ganó con el 71% de los votos en su elección más reciente, consiguiendo la mayor tasa de aprobación de todos los políticos de Estados Unidos. Su reconocido rechazo a las campañas de desprestigio, así como su compromiso en encontrar terrenos comunes con figuras políticas de otros bandos, solo han fortalecido su reputación. Precisamente, su mayor logro y el secreto de su éxito, ha sido construir un nuevo consenso político en el estado de Vermont. Por supuesto, él interpela a los liberales más acérrimos pero saca su fortaleza real de familias trabajadoras blancas de las pequeñas ciudades, no tan conocidas (al menos en las décadas recientes) por sus inclinaciones socialdemócratas. 
Mi familia es una familia de peluqueros, a los que se suman un par de enfermeras y electricistas. Somos una familia de cazadores y fanáticos de Katy Perry. Somos una familia a la que la cultura política contemporánea le ha hecho creer que su voz no cuenta. Y puedo decir, con total honestidad, que Bernie Sanders ha hecho pensar distinto a mi familia. De cara a las próximas elecciones primarias, casi todos ellos – propensos a votar a los republicanos en cualquier otra elección – darán su voto a Bernie Sanders. Cuando estoy en Vermont no solemos hablar de política pero cuando lo hacemos hablamos de Bernie. Puedo escuchar a mi tía decir “Quizás no estoy de acuerdo con todo lo que él dice o hace, pero se que él sabe lo que dice y cree en lo que hace. Se que él nunca nos entregaría y que siempre nos dirá las cosas de frente”.
***
El crecimiento del senador Bernie Sanders, en una campaña engañosamente quijotesca para convertirse en el 45to presidente de los Estados Unidos, ha despertado extrañas animosidades en la opinión pública. Bernie atrajo multitudes mucho más grandes y generó más entusiasmo que cualquier otro candidato de los dos partidos. Durante 2015 su campaña recibió 73 millones de dólares de más de un millón de individuos y un récord de 2.5 millones de contribuciones en total. Está recibiendo una gran cobertura mediática con primera plana en los medios más importantes de Estados Unidos y es el tópico central en numerosos tweets, memes y conversaciones de internet en general. Su principal contendiente, la todavía favorita Hillary Clinton -ex secretaria de Estado, senadora, primera dama y niña mimada del establishment demócrata- estaba posicionada como la candidata más imparable en toda una generación, tan solo 6 meses atrás. Al escribir estas líneas, a mediados de enero, ella se aferra a una ventaja de 7 puntos a nivel nacional y está cabeza a cabeza en las elecciones de dos estados en las primarias, estados que históricamente han sido la referencia del resto del país (Iowa y New Hampshire). Lo que es más increíble aún es que Bernie Sanders está haciendo todo esto sin dinero de corporaciones y sin recibir el apoyo del establishment, proclamando las virtudes del socialismo democrático y diciéndole a quien quiera escucharlo que este país necesita una revolución política.
Después de décadas trabajando en política, no debería ser ninguna sorpresa que la plataforma de campaña de Bernie sea amplia y detallada, meticulosa se podría decir. Quizás meticulosa pero no confusa: no ha dejado lugar a dudas de que su mayor preocupación es la desigualdad que define cada vez más a la economía estadounidense. Propone subir el salario mínimo de 7.25 dólares a 15 hacia 2020. Promete crear millones de puestos de trabajo a través de programas federales de infraestructura y programas para la juventud. Dice que va a expandir la seguridad social, proporcionando educación gratis en todas las universidades públicas y extendiendo la cobertura de salud a todos a través de un sistema de pago único. Su plan para financiar estos programas es simple: subir impuestos a los ricos y a las grandes corporaciones, y cobrar impuestos a la especulación financiera. 
En sus historias, Bernie cuenta cómo Estados Unidos se convirtió en uno de los países con mayor desigualdad en el mundo, y pone especial énfasis en la responsabilidad de las instituciones financieras en la crisis del 2007-08. Lamenta que ni un solo ejecutivo haya sido encarcelado por su rol en estos episodios, y muestra el contraste existente con un sistema de justicia que ha encarcelado a millones de personas de bajos recursos por delitos menores. Propone la implementación de una versión siglo 21 de la Ley Glass-Steagall, la que impidió que los bancos comerciales participaran con bancos de inversión a partir de 1933 y que luego fue derogada bajo la mirada aprobatoria del presidente Bill Clinton en 1999. Recientemente anunció que, de ser elegido, en su primer año disolvería todas las instituciones financieras alguna vez consideradas “demasiado grandes para caer”.
Sin embargo, su ardiente y popular versión económica no explica por qué millones de personas han llegado al “Feel the Bern”, el hashtag viral que se ha convertido en un eslogan para la campaña. En realidad, podría decirse que le está hablando a un momento más amplio en la historia de nuestro país. Las deudas personales y la desigualdad económica están en niveles récord, y la generación que hoy es mayor de edad ha sido criada en medio de la guerra de Irak y la Gran Recesión. Esta generación creció entre resabios del sueño americano aunque su realidad fue la de la movilidad descendente para la mayoría, mientras solo ascendían una pequeña élite y unos pocos afortunados. En este contexto, Bernie denuncia que el sistema no está sencillamente roto sino que está diseñado para perpetuar el control por parte de una pequeña élite políticamente arraigada con intereses capitalistas, y es eso lo que ha prendido fuego a su campaña de manera tan llamativa.
Además de sus propuestas económicas, la otra pieza fundamental de la campaña de Bernie es su llamado a expulsar las grandes corporaciones y su dinero de la política. Bernie defiende a viva voz una reforma integral del financiamiento de las campañas, incluyendo la derogación de la decisión de la Corte Suprema sobre el caso Citizens United y la abolición de los super PACs, que en conjunto han permitido que el dinero corporativo ejerza cada vez mayor control sobre el proceso electoral. Bernie nos recuerda que él es el único candidato sin un super PAC y que su campaña está alejada de las corporaciones, financiada en gran parte por pequeñas donaciones y contribuciones un poco más grandes de sindicatos. La campaña de Hillary, en cambio, está sustentada en su mayor parte por ricos y corporaciones; seis de sus diez principales aportantes son bancos.
Bernie cree que las corporaciones han tomado el control sobre la democracia norteamericana, y es aquí en donde retoma su idea de la revolución política. En cada discurso llama la atención sobre esto y siempre es inequívoco: ni él ni ningún otro político puede hacer los cambios necesarios solo. La idea de revolución política de Bernie comienza con el pueblo estadounidense saliendo a votar masivamente, recuperando nuestra democracia, y exige reformas que aumenten nuestro control sobre la economía nacional y el proceso político. 
No sorprende que los poderosos no estén contentos con Bernie y la mayor ofensiva ha sido tomada por el establishment demócrata (lo que también, por desgracia, es lógico). Su candidata, Hillary Clinton, ha recibido hasta ahora 455 avales de los gobernadores y representantes en el Congreso, mientras solo 3 han sido para Bernie Sanders; ella ha sido respaldada por 18 sindicatos que representan a 12 millones de trabajadores frente a 3 sindicatos que acompañan a Bernie, que a su vez representan a 1 millón de trabajadores. Entre los llamados superdelegados -una desagradable particularidad del sistema electoral de Estados Unidos, quienes en conjunto constituyen cerca de un tercio de los votos del partido, y no tienen la obligación democrática de honrar las decisiones de sus votantes- las preferencias por Hillary tienen una ventaja de 45 a 1. El Comité Nacional Demócrata, por su parte, ha tratado de limitar las oportunidades de debate (y audiencia) en un esfuerzo para proteger la ventaja de Clinton, llegando incluso a eliminar la campaña de Bernie Sanders de su base de datos en un desmesurado castigo por una ofensa menor (y disputada). Mientras tanto, los charlatanes del establishment han disparado contra Bernie diciendo que es incapaz de ganar una elección general, a pesar de las numerosas pruebas en contra de esa idea. 
Los mejor intensionados partidarios de Hillary dirían “Ella tienen más chances de ganarle a cualquier loco peligroso que surja de esta especie de lucha libre que son las primarias republicanas”. Dirían también que ella tendrá más posibilidades de hacer las cosas que propone una vez en el gobierno. La política es desagradable y el Partido Republicano se ha redefinido tanto por su obstruccionismo tanto como su fanatismo. Hillary podrá no ser pura, pero es la persona del partido demócrata capaz de forzar al menos un par de reformas positivas en nuestro gobierno disfuncional. Los partidarios de Hillary también dirían que ya es hora de que elijamos una presidenta mujer, después de más de dos siglos ininterrumpidos de gobierno de varones. 
Yo respondería que Clinton representa hasta tal punto lo que es disfuncional en nuestro sistema político actual, que es difícil que pueda hacer algo al respecto. Ella está tan estrechamente ligada a Wall Street como cualquier político de ambos partidos. Votó a favor de la guerra de Irak y se mantiene fiel al ala bélica del Partido Demócrata, una sección ampliamente desacreditada del intervencionismo liberal. Clinton está muy volcada a su objetivo de ganar poder, mientras que Sanders ha mantenido valores consistentes durante más de treinta años en cargos de elección popular. El simbolismo de la elección de una presidente mujer es importante, sin duda, un evento potencialmente histórico que rivalizaría con la elección de Barack Obama como el primer presidente afroamericano de nuestro país hace ocho años. Sin embargo, también hemos visto las limitaciones del simbolismo en la política durante la administración del presidente Obama, con el ingreso medio y la riqueza de afroamericanos en declive, mientras que la disminución de las tasas de encarcelamiento continúan a un ritmo aparentemente inexorable, a su vez, la deportación de los inmigrantes latinos ha alcanzado niveles récord. Por otra parte, el valor de este simbolismo se puede ver compensado por la alternativa de elegir un presidente con un plan y un mandato que cambie la forma en que funcionan Washington y nuestro país en general.
***
Como era esperable de lo que llamaré laxamente “la izquierda“, los debates sobre estas elecciones se han vuelto bastante desagradables en los últimos meses. La insistencia de Bernie en no utilizar técnicas negativas de campaña – y Hillary en un lugar confortable como ganadora- mantuvieron las cosas en buenos términos. Pero a medida que la campaña se fue calentando y la ventaja se redujo, legiones de seguidores de Hillary han salido a los medios de comunicación a descalificar a los partidarios de Bernie como sexistas. Los seguidores de Bernie, por su parte, fueron sarcásticos y en ocasiones políticamente incorrectos – aunque generalmente correctos al juzgar sus posiciones y logros – y respondieron que Bernie ha apoyado políticas y diversas medidas que son mucho más progresista para la igualdad de las mujeres que las que Hillary propone (al menos, más allá de los escalafones más altos de las profesionales). Estas discusiones, si bien tienen el potencial para dar lugar a un debate necesario sobre las diferencias entre el feminismo liberador y el feminismo corporativo, en general han sido lideradas por fanáticos y no han progresado (al menos por ahora) mucho más allá de insultos superficiales al estilo Twitter. 
Más a la izquierda, los sospechosos de siempre, han salido de la nada para acusar a Bernie de no ser el portador de la verdadera revolución. Ellos lo acusan de un sinnúmero de desviaciones estilo “pecado original” relacionadas con su falta de alineamiento pleno con alguna estructura particular (y esotérica) de pensamiento político. Algunos dicen que él está actuando como un “perro pastor“ para el Partido Demócrata, atrayendo jóvenes descontentos a su seno -no les importa que él haya sido independiente la mayor parte de su carrera y que ahora se convirtió en el enemigo público Nº 1 del establishment demócrata-. Otros, nunca le perdonarán ser un socialdemócrata cuando él se ha etiquetado tan claramente a sí mismo como un socialista democrático. Y finalmente, están aquellos que piensan que Bernie ha caído en desgracia por su voto en tal o cual política exterior demostrando ser como todos los demás –sin que les importe que critica abiertamente la historia de imposiciones de regímenes en exterior de nuestro país o que sostenga que el cambio climático representa una amenaza a nuestra existencia mayor a la del terrorismo a pesar de la exaltación al miedo por parte de los medios-. Aunque irrelevantes para la conciencia política mainstream, estas patologías son dignas de mención en la medida en que se han agudizado y clarificado distinciones dentro de la vasta izquierda socialista –entre quienes van a donde está la gente y construyen políticas sobre la base de realidad existentes y quienes prefieren sentarse en los márgenes de la historia y reclamarles a quienes no los acompañan.
Pero más interesante y relevante para el momento actual de la política de Estados Unidos es el debate que se inició durante Netroots Nation, una destacada convención política progresista. Activistas del movimiento Black Lives Matter (BLM) interrumpieron un discurso de Bernie para llamar la atención sobre la violencia policial en contra de la comunidad negra y exigir la adopción de una agenda política más directa para desmantelar el racismo estructural en los Estados Unidos. La respuesta de Sanders fue ridiculizada por algunos, como fuera de lugar y con desdén. Sus intentos iniciales por remarcar su propio historial en justicia racial y vincular la cuestión del racismo con las políticas económicas diseñadas para aliviar la desigualdad, no ayudaron. Unas semanas más tarde, un grupo de activistas de BLM con sede en Seattle interrumpió otro discurso Bernie Sanders, esta vez en un acto para celebrar los 80 años de la Seguridad Social. Los manifestantes tomaron el micrófono antes que Bernie pudiera hablar, no le permitieron responder a sus críticas y acusaron a la ciudad de Seattle de “liberalismo con supremacía blanca” en respuesta a los abucheos de la audiencia. El evento fue cancelado.
Después de este segundo evento, la campaña de Sanders dio a conocer un programa de justicia racial (presumiblemente elaborado después de la primera intervención) que abrió con un gesto explícito a las solicitudes de BLM y otros activistas, diciendo los nombres de las mujeres y hombres de color recientemente asesinados por la policía. Continuó abordando directamente la cuestión de la violencia física perpetuada por el estado y los extremistas de derecha contra hombres y mujeres afroamericanos, y luego enumeró una lista de propuestas y demandas que abordan también cuestiones de la violencia desde lo político, jurídico, económico y ambiental. Este nuevo programa ha sido aplaudido los líderes del movimiento BLM. 
La primera intervención de BLM proporcionó un ejemplo de dos movimientos progresivos distintos pero superpuestos, en conversación crítica y productiva. El último, en cambio, mostró que ambos pueden entablar por momentos un diálogo de sordos. Bernie, un hombre judío blanco de 74 años de edad, del segundo estado más blanco de los Estados Unidos (96,7%), fue lento al principio en reconocer la urgencia de este momento en la justicia racial, al igual que reconoció la falta de perspectiva al incluir los reclamos de BLM en una plataforma de justicia económica preexistente. Los activistas de BLM fueron oportunistas al explotar esta óptica a expensas de alguien que fue -como mínimo- un buen aliado blanco de los movimientos de justicia racial, desde que marchara en 1963 con Martin Luther King Jr. Su táctica, mientras fue útilmente provocativa en Netroots, fue desmedida en Seattle. En este segundo caso, el grupo liderado por activistas relativamente nuevos en la justicia social y muy alejados de encarnar el liderazgo de lo que es un movimiento esencialmente abierto, fue percibido como cínico y no particularmente interesado en la construcción de políticas progresistas más allá de divisiones esencialistas. 
En síntesis, la saga Bernie-BLM ha sido una buena experiencia de aprendizaje para Sanders y sus seguidores, y esto debería reconfortarnos como progresistas. Además de su agenda de justicia racial, Bernie ha contratado más personas de color en puestos importantes. Él se ha vuelto también crecientemente activo en destacar la aterrorizante tendencia de violencia policial contra los afroamericanos. Por ejemplo, fue a visitar a la familia de Sandra Bland, una mujer de 28 años de edad que fue encontrada muerta en la cárcel tras ser detenida por una violación de tráfico menor. Después de esto hizo una poderosa y trágicamente simple declaración: “ella hoy estaría viva si hubiese sido una mujer blanca”. También hizo giras con prominentes figuras de la cultura negra como Killer Mike del grupo de rap Run the Jewels y mejoró su exposición acerca del racismo subyacente a gran parte de la economía de Estados Unidos desde la esclavitud. Aunque su nombre aún no es tan conocido entre estas comunidades como el de Hillary, su tendencia al voto ha aumentado significativamente.
En términos más generales, podemos ver estos debates como parte del crecimiento -y tal vez incluso de una generación- del activismo de una izquierda renovada en los Estados Unidos. Varias décadas en retirada, al menos en el nivel de conciencia de las masas, se invirtieron repentinamente con Occupy Wall Street (OWS) en septiembre de 2011, como he escrito anteriormente. Este movimiento incipiente tenía toda la gracia y la belleza de un recién nacido, lo que era –efectivamente- al menos para la gente vinculada en ello. Funcionó como un despertar generacional a la posibilidad de un activismo político transformador en los Estados Unidos. Black Lives Matter, aunque no estuvo directamente relacionado con (o inspirado por) OWS, entró en los medios de comunicación mainstream sobre su estela e incorporó (intencionalmente o no) muchas de las críticas contra su predecesor.
Bernie Sanders ha llegado a millones de personas para las que era más fácil relacionarse con la política a través del prisma de una campaña presidencial. Considerados en conjunto (aún cuando no son necesariamente una unidad), este triple movimiento marca el ascenso de una nueva era de la política progresista en los Estados Unidos. Y mientras los debates entre estos y otros movimientos políticos son necesarios, al igual que lo es la lucha crítica por la forma y dirección de la política progresista, es igualmente necesario que no dejemos que las luchas internas destructivas nos distraigan de la cuestión más profunda de nuestro tiempo, que es cómo refundar el sistema político y económico de Estados Unidos sobre uno que funcione para todo el mundo en nuestro país y que haga más por ayudar al resto del mundo que por dañarlo. 
Bernie Sanders está haciendo todo lo posible para mantenernos enfocados en esta cuestión, siempre dejando en claro que no puede resolverlo él solo. Esta, más que cualquier otra razón, es por la que apoyo a Bernie Sanders y creo que tú también deberías hacerlo. Bernie es la persona mejor posicionada para impulsar un movimiento amplio con la oportunidad de ganar poder, y también para reorganizar alianzas políticas en torno a la solidaridad de clase y racial, a diferencia de las divisiones que nos imponen los intereses corporativos. Lo hizo en Vermont, tal vez no en el nivel de nuestras fantasías socialistas más elevadas, pero sin duda de una manera transformadora y duradera. Y cuando observamos el estado de la política estadounidense, donde un populista de derecha como Donald Trump ha capturado la atención de una gran parte del electorado republicano con mensaje no convencional, vemos la necesidad urgente de que nosotros demos batalla por una nueva nueva mayoría en este país, basada en la unión y no en el odio.

En su tierra, Bernie Sanders continúa manteniendo unida la coalición que ha construido con políticas que se mueven más allá de la guerra de trincheras partisanas. Es reconocido por su apoyo a los veteranos de guerra de Estados Unidos así como sus esfuerzos para auditar la Reserva Federal (ambas cuestiones normalmente consideradas conservadoras). Es sorprendentemente muy querido por muchos de sus colegas republicanos en el Congreso, no como alguien que habla de béisbol con ellos, sino como una persona que no habla de una manera y actúa de la otra. En un discurso reciente en la conservadora Christian Liberty University, Bernie utilizó una herramienta retórica que ha sido común a lo largo de su carrera, dijo a la audiencia, “no podemos estar de acuerdo en todo pero podemos estar de acuerdo en la injusticia que supone la desigualdad y en la corrupción y la disfunción que define nuestro sistema”.

Así como las primarias revelan profundas divisiones en cada uno de los partidos, también manifiestan una división aún más profunda entre las culturas conservadoras y progresistas en el país. Nadie parece ser capaz de imaginar un escenario peor que la victoria de un candidato del partido contrario. Más allá del mensaje de Bernie de transformación económica y política, él también nos muestra cómo se puede re imaginar nuestra política fracturada en el siglo 21. La posibilidad de una presidencia de Bernie Sanders nos proporciona una importante, aunque sólo sea parcial, hoja de ruta para superar la traba de la cultura política que nos ha dominado.
***
La última vez que visité Vermont, con mi esposa fuimos a ver a mi abuela de 90 años, una vermontesa y ávida seguidora de golf y programas de entrevistas políticas. No fue sorpresivo terminar hablando de las elecciones, y nos contó que uno de sus hijos, mi tío, estaba tratando de convencerla de votar por Bernie. Ella seguía indecisa. Conoció a Bernie durante décadas, le gusta y confía en su juicio, pero quiere ver una mujer presidenta antes de morir. Fue un argumento fuerte y simple, que consideré muy seriamente.
Mi esposa le respondió que su país ha tenido una mujer presidente progresista, Cristina Kirchner, durante la mayor parte de la década pasada y que, si bien ella entiende lo histórico que sería para nosotros, ¿acaso sería comparable con tener un presidente socialista en el país más capitalista y poderoso del mundo? Un momento, dijo mi abuela, no con desconfianza pero si como desempolvando una idea que ella no había considerado en un largo tiempo –¿Son ustedes socialistas? Nos miramos el uno al otro y tras una breve pausa, dubitativos, mi esposa contestó “si, supongo que si eso es lo que hace falta, lo somos”. Los ojos de mi abuela se abrieron un poco de sorpresa o de picardía, o quizás en un intento de absorber a su nieto y nieta política y la ola de ideas nuevas y viejas a la vez. Bueno, contestó -sus palabras fueron lentas y cuidadosas-, “mira nomás“.
La próxima vez que visite mi familia, espero estar celebrando la última intervención de Vermont en el curso de la historia de Estados Unidos. En el mejor de los casos vamos a celebrar la elección del primer presidente socialista democrático del país. Pero incluso si Bernie pierde, creo que su campaña ha creado un espacio para imaginar una nueva era en la política progresista. De cualquier modo, el mensaje de la revolución política de Bernie va a haber sido transmitido a una nueva generación de jóvenes, un terreno para que construyamos un futuro mejor.
(Fuente: https://economixpodcast.wordpress.com)

Por una crianza social // evalazcanocaballer

Un escrito contra la ideología de la familia nuclear y los partos mortales. Un llamamiento a SOStener la vida

Escribo en primera persona para compartir una parte de la crianza de Laia. Prefiero no llamarle maternidad. Aunque reconozco la inmensidad de la vida en emergencia que acontece en el cuerpo de las mujeres y que ellas protagonizan. Esa potencia de “lo madre” que se degrada pintándola de colores pastel. Sin embargo, yo no deseaba ser madre, deseaba criar. Lo deseaba hasta la necesidad. Quería hacerme cargo del crecer de alguien o, más precisamente, conjugar su crecimiento con el mío. Nadie quiso ser padre. Yo tampoco lo vi imprescindible.
Así que con un Libro de Familia impostado, confié en instalarme en las afueras de la familia nuclear al amparo de un “cuidado extenso”. Nombro así al modo en que una amiga decide acogerte en su casa al dar a luz porque puede y quiere vivir contigo eso. Llamo así a felicitarte por ese cuidado y a dejarte de lamentar de que justo a tu madre le “diera” un ictus justo a dos meses del parto. Extensamente los cuidados se suscitan fuera del “hoy por ti y mañana por mí”, fuera de la “incondicionalidad” familiar. Nosotras no nos pudimos segregar en una familia, no nos atrincheramos. Todo lo contrario, hemos tenido que confiar en la gente y dejarnos cuidar por quien puede compartirnos y disfrutarnos. Así que ahora, con cinco años, Laia se ha convertido en una niña que analiza al adulto que tiene enfrente y si le parece, se queda a su lado buen tiempo.
No quiero dejar de constatar, sin embargo, que me costó sobreponerme a que me había quedado “temporalmente” sin familia, justo cuando iba a ser madre. No quiero mentir, al saber de mi embarazo (tan deseadísimo) caí en un insomnio largo, que me acabó sentando delante de una psiquiatra que me reconoció fortaleza para soportar lo que ella consideraba una aberración, querer a quien no cuidará de su hija incondicionalmente. La psiquiatra, una mujer joven, al terminar me dijo: “Me anima saber que se soporta”. Tendría muchísimo que contar de ese tiempo en que la mujer embarazada es atendida por la clase médica. Muchísimo que gritar más bien. Me concentro en la rabia de recordar todo el miedo que me hubiera ahorrado, si hubiera podido leer sobre mi embarazo sin tantas amenazas, tanta represión y tantísimo cuento. Sin tantas preparaciones al parto “mortal”. No en vano es la ausencia de ese imaginario sobre la potencia de la vida en emergencia lo que anima mi escritura. Yo creo que no somos mucho más de lo que hemos llegado a imaginar. Apenas El pequeño Tate de Jodie Foster me servía para poder soportar una crianza “rara”, vencía pues la proyección hegemónica de la maternidad y pacté una cesárea, seguramente innecesaria.
Laia me ha enseñado que crecer significa no conseguir, sino escoger. Y que sólo haciéndome cargo de lo elegido, podría además salvar otras cosas. Según mi lógica, si yo legitimaba mi necesidad de criar, debía por justicia reconocer la necesidad de no hacerlo que tenía mi pareja de entonces. Ahora bien, eso era aberrante. Un padre que no ejercerá. El amor que se cuantifica no es amor. Dicen. Y yo justo considero lo contrario. Si crías durante varios años no haces muchas otras cosas. Criar, como ser ama de casa, no es inmaterial. Ocupa tiempo de trabajo, y muchísimo, y eso en medio de tanto individuo instado al narcisismo, en medio del desahucio biográfico, habitacional y cultural que vivimos, implica mucha construcción y recursos para que no sea ciertamente traumático. La familia, debemos desvelarlo, no es un conjuro para hacer feliz a todo el mundo que la compone. Yo creo que necesitamos vivir a la altura de lo que podemos darnos y eso supone también reconocer lo que no. Lo que no nos podemos dar. Y saber lo que no podemos, para mí, es amar.
LA VIDA, ESE SISMO QUE SE EMITE MUDO
Lo bueno de ser madre sola fue el silencio del principio, que me permitió escuchar el temblor de la vida en emergencia. Nos ocupan con innecesarias bañeras de bebés y nadie te advierte que nada quedará igual. El sismo puede ser maravilloso, pero hay que dejarse caer. Así se vuela también. Para mí sobrevivir fue romper todos los manuales (de embarazo), porque yo necesité conducir en el noveno mes de embarazo, necesité cambiar de ciudad. Recuerdo bien a una bailarina que, fuera de cuentas ya, venía a las clases de preparación al parto de la Seguridad Social en Madrid, y cómo al verla decidí que podría mudarme a Valencia, a acompañar a mi madre recién enferma. Que la nieta al nacer cuide de la abuela, pensé, y me mudé. Y lo dicho, si te dejas caer en pleno vuelo puedes encontrar un hombre con el valor de enamorarse de una mujer que ya era dos, y puedes desoyendo todos los tópicos del puerperio y las cuarentenas conocer (tú y tu hija) el placer en la recta final de la bomba hormonal que es el embarazo. Sólo hay que desoír todos los cuentos y salirse de casi todos los relatos. Sin amparo.
Sin refugio tampoco legal, además. Porque lo que nos representa son los Libros de Familia nuclear: papá, mamá, ascendientes y descendientes. Ahí queda todo. Nuestra ley aún es ésa. La que encamina la herencia y predetermina el patrimonio ¡Que horror: poner la propiedad privada en el centro de la estructuración de una sociedad, cuando está tan mal repartida! El miserable patrimonio mueble o inmueble, además. Porque sólo esa riqueza es capaz de valorizar la propiedad privada. Y qué quieren que les diga: toda la gente que me rodea en Madrid no tiene casa; la alquila, la comparte o la ocupa ilegalmente. Yo, además, familia a la antigua usanza, no disfruto. Demasiado viejo todo el mundo (incluida yo). Demasiado desarraigo y precariedad, demasiadas formas de vida intransitivas entre generaciones, clases y culturas.
Díganme honestamente, en medio del cataclismo de esta España estafada, ¿qué familia feliz no es un fetiche o un insulto? Fetiche, porque la literatura mainstream de la crianza nos la sigue marcando como modelo. No me hagan tirar de estadísticas, ya sabemos que la familia feliz es como poco una “república independiente de su casa”. Hasta Ikea lo sabe. Que el niño que sobre una alfombra impoluta es besado por su madre “modelo de alta costura” no existe. Los manuales de crianza, y no sólo por eso, son un insulto a la inteligencia, situando como “prototipo” algo que es básicamente no escalable a un 99% de las mujeres trabajadoras o paradas, inmigradas o no, que viven en el Estado español. Y para peor, tanto los de la crianza con apego como los más adultocéntricos sitúan la responsabilidad de la madurez futura de las crías en las madres. ¡Así sin más! Sin más, Rosa Jové —por ejemplo enLa crianza feliz— cuando aborda el asunto del “Desarrollo armónico del niño” puede saltarse la mitad de la historia de la humanidad para señalar que los bebés, las crías mamíferas más dependientes, lo son porque está la madre ahí: para hacerse cargo. “Nuestro bebé —escribe— necesita recrear lo mejor posible las condiciones que tenía en el útero de su madre, puesto que es expulsado de ahí antes de lo que le correspondería”. Ahí queda eso, la madre carga con el peso del bipedismo. Nada se explica sobre desde qué contextos civilizatorios, socio-económico-políticos, “las monas” se irguieron, estrechando esa cavidad entre sus caderas por la que discurre el feto al nacer.
Familias felices, haberlas haylas, pero las que lo son se consideran así excepcionales y entregan sus vidas para crear ese prodigio contingente que resguardan cada segundo. Lo hacen sin orgullo (porque he dicho felices, no idiotas), con infinito tesón, y desde luego no lo manifiestan como un mérito, ni como un destino normalizable. Niéguenme si no que no es absolutamente excepcional contar hoy con recursos para un cuidado consecutivo de “buena hija y buena madre” que sea al tiempo mínimamente liberador.
A mí, ni para seguir siendo madre trabajadora me dio. Me despidieron. Sin poder dedicar la jornada completa, teniendo que dejar a Laia en una carísima guardería pública de 9 a 4 y sin querer tirar del “comodín” de la trabajadora doméstica, empecé a no estar a la altura de las exigencias laborales. Hubiera podido hacerlo, hubiera podido pagarlo, pero no hubiera podido criar. Así que salí despedida del mercado laboral. De hecho, en la condición en la que me quedé finalmente, sin pareja ni trabajo, el Estado no me hubiera permitido adoptar, ni me hubiera cubierto la seguridad social una reproducción asistida. Y aun más, los recursos que luego hemos puesto en juego sus “padres” y yo para criar a Laia como a una niña feliz son irreconocibles y/o ilegítimos. Ya ven.
Laia, luego entraré, es cuidada por varias personas. Nos estamos atreviendo a intergeneracionarnos. Cuidar de niños y niñas que no son tuyas. Eso nos procuramos. Aprender a vivir no sólo entre iguales. Posibilitarnos experiencias de cuidado mutuo inesperadas, fuera de las familias o las pandillas. Sin duda, como señala David, uno de los “doulos” de Laia, deberíamos escribir en qué consiste operativamente la parte colectivizada de la crianza: “Con todas las dificultades y sin idealizaciones y sin pensar que ya queda todo resuelto de por vida, porque para mí —insiste él— algo así hay que peleárselo sin descanso”. Volveré a esto.
“ANTE LA DUDA: TÚ, LA VIUDA”
Primero quiero comenzar revisando la pareja (fundamentalmente) heterosexual y su gran relato, el amor romántico, y sus Libros de Familia como marco legal aplanador. Sospechoso un amor que está necesitando de una “hipertrofia disuasiva” tan espectacular. Está claro que lo que falla en lo socioeconómico, el capitalismo lo quiere redimir en “casa”. De puertas para dentro. Y de este modo se dispara la cómodamente circunscrita “violencia de género”, y no es de extrañar que el último lema del movimiento feminista esté siendo “ante la duda, tú, la viuda”. Sí. Escribo de matarse. Cuando lo que quise escribir es de darse vida. Así de mal veo el modelo que hace de la familia el gozoso chivo expiatorio de una economía genocida. Perfecta la familia, en su contención de “residuo nuclear”, para aguantar la imposible carga de responsabilizarse de la reproducción de la vida.
Ahí, pues, se las apañen los padres y las madres en la intimidad de los hogares. Así privatizamos la radioactividad social, la metemos en casa y en las ficciones que nos cuentan, y así nuestro destino está escrito: de los piojos al botellón pasando por la anorexia, hasta que, si sobrevives a la adolescencia, te produzcas y vendas como fuerza de trabajo barata o cara. Y claro, para soportar esa guerra, la familia se atrinchera cada vez más —en sus mercancías, en sus supernannies y en sus túneles del terror— para sostener el fetiche capitalista de la familia feliz.
Todo, menos confiar en la vida. Ni siquiera en la de la recién nacida, que sólo quien ha criado sabe con qué vigor se produce afuera de los cuentos que neurotizan nuestras maternidades. La máxima aliada de una madre es su hija. Ella puede lograr que se socialice, como tarea y goce, su cuidado afuera del contexto familiar. Conste que no es crónica rosa. No. Nacer es violento. Impresiona tanto que una vida llegue como que se vaya. Tanto. Y más a quienes tan lejos vivimos de los ciclos de la naturaleza. Muerte y nacimiento, entre tanto higienismo civilizatorio y tanta moñez, se ocultan, se tapan. Para así asustarnos, para que no nos dé por celebrar cotidianamente el pedazo de milagro que significa vivir. Ahora bien, un bebé, y luego una niña o niño, no son fragilidad ni peligro. Son pura osadía y pura potencia. Es casi imposible estar con gente pequeña y no congratularse de su plenitud, su intensidad, su camaradería, su diversidad tan salvaje, su curiosidad… Casi imposible también es no impresionarse por la cantidad de belleza, destreza y sabiduría que implica crecer; y, por eso mismo, al compartir ese crecimiento, resulta imposible no quererse. Por eso me jode en el alma que maternidad vaya tan asociado a carencia, penitencia, juicio negativo, lamento.
CONTARNOS CÓMO SOMOS, QUE EL “MÉRITO ES VIVIR”
Eso lo sabríamos si “asambleáramos nuestras crianzas”. Si nos contásemos cómo lo hacemos, concretamente. Como primer paso para poder producir “socialmente” un relato de la crianza. Sin miedo, sin la presión de tener que adaptarnos a ningún modelo ni juicio ajeno, que es la norma de cualquier maternidad ser juzgada sin piedad y descuidada por la sociedad. Porque se trata de sostener la vida y no podemos dejar a la sociedad afuera o al margen. Ahora bien, eso implica que lo de “maternar” deje de ser tan íntimo. Significa socializar la crianza. Para que pongamos en el centro de lo social lo que ha sido confinado en la familia. Ésta será una batalla que aventuro gorda. Porque sexualidad y maternidad se siguen realizando, hasta por ley, en lo privado y/o familiar, o en “territorio comanche”. Y así nos va. En su lugar, yo imagino abrir nuestras crianzas, habitarlas de cuidadores, amistades y amantes, cuya legitimidad la dé el cuidado y no el cargo de esposa o padre o abuelo, y cuyo pacto se consensúe para favorecer formas de vida plenas e interdependientes. Debemos evitarnos criar niñas tiranas, abuelos solos, madres a punto de un ataque de nervios y padres custodiados, y todas solas y solos. Vivimos una crisis de época, por eso necesitamos hacer inmensos ejercicios de imaginación. Y los tendremos además que hacer a tientas, explorando lo incorrecto u oculto, porque las recetas hegemónicas lo son de quienes necesitan, para seguir mandando, perpetuar nuestra condición subalterna. Pero también, y por eso son hegemónicas, son las primeras que no nos salen.
En mi caso, me fuerzo a concretar y descubro que llevo años desafiando, cobardemente, “el nombre del padre”. Los dos pasados años nuestras semanas escolares se estructuraron en recogidas sucesivas del colegio de cuatro hombres distintos. Dos de ellos, Dani y David, son cuidadores de Laia, tantos años como un proyecto para el que nuestra “comunidad” ha sido una garantía de latido, Cine sin Autor. Cada uno resolvió como pudo la respuesta que en el parque les hacían de ¿quién era el padre? Una pregunta impertinente en nuestra crianza. Que sin embargo es ineludible.
La “cabeza de familia” soy yo, aunque eso no sea lo que la legalidad reconoce porque di paternidad legal a su padre biológico sin darle importancia alguna. Ahora bien, fruto del pacto de preconcepción que mencioné, Gerardo no ejerce de “padre”. Con la distancia necesaria, nuestra relación se sostiene potentísima desde una autonomía implacable. Es tanto lo que nos hemos soportado que cuando me advierten de que tenga cuidado, por las repercusiones legales, me da la risa. En mi caso sé que mi enemigo nunca podrá ser mi expareja. Desactivé la potencia de esa trama para mi vida a pesar de todos los estrenos de TV del mundo.
Con todo, enfrentamos un gran tótem, que desde su verticalidad perturba nuestra horizontalidad en la crianza. El padre, como las caras de la Isla de Pascua, sigue ahí, impertérrito, con cara de bronca civilizatoria, como el jerárquico patriarca que es. Como bien señala Alfonso, quién es el padre lo determina, en último extremo, la Guardia Civil. Y claro, a la Guardia Civil se la suda que Laia y yo hayamos adoptado a un “padre” que tuvo el valor de dejarse querer desde que Laia fue un feto viable en mi vientre. Alfonso es el padre que escogimos, nuestra familia. Sus hombros para nosotras se hicieron sanamente constitutivos porque nos permitieron ver crecer la hierba y dársela a los caballos. Laia, además, se lava los dientes porque con “su padre adoptado” ha mirado muchas veces un episodio de Érase una vez… el hombre que yo desconocía. Sin embargo tenemos que jugar con que, a la que nos descuidamos, a Alfonso le discuten la entrada al hospital donde Laia está internada porque no es “nadie”. Del mismo modo, Gerardo no puede vivir libremente lo que desea con Laia porque yo necesité colocarle en un lugar concreto para que no me moviera el suelo y ahí le fuerzo a seguir.
Porque es cierto que al ver El pequeño Tate de Jodie Foster a los veinte años me comencé a proyectar como madre sola; ahora bien, cuando se trató de realizarlo, me costó terriblemente estar a la altura. Lo repito, casi me muero de miedo, y recién embarazada dejé semanas de dormir. Pero bueno, he aprendido. Ahora sé que tengo derecho a tomarme mi tiempo para hacerme cargo de esa herencia emocional patriarcal que yo también “atesoro”. Saco, como dice una amiga, “el pico y la pala” y me pongo a trabajar sobre cómo sobrellevar que Laia y Gerardo estén pasando de la falta de interés mutuo a crear una relación interesante, y desato amor romántico de paternidad y sé que a Alfonso no le quiero porque sea mi suelo sino porque me gusta.
¿Qué nos seguirá pasando? No lo sé. Hemos generado una red de interdependencias, unos y otras tenemos que confiar en nuestra verdad, en nuestros pactos, en lo que estamos construyendo. Armar nuestra pequeña comunidad de crianza ha sido y es violento. Recuerdo el primer día en que pedí a David ayuda para cuidar de Laia, cómo se me revolvió el cuerpo. David, de entrada, me recomendó a una cuidadora que tuvo de pequeño, luego se contrarió y aceptó el desafío. Ahora sin embargo procura, con mucho en contra, resolver cómo sostener su cuidado de Laia al tiempo que cuida de su hija Maia y cumple con un trabajo que le llegó como el “pan bajo el brazo” que traen las crías al nacer. David sabe lo que le sanó haber practicado la paternidad antes de haber sido padre. Ahora bien, ¿seremos capaces de ampliar el cuidado a Maia? ¿Cómo quedará nuestra corresponsabilidad ante la emergencia de una nueva vida que a Elia y él les ha cambiado la vida…? Dani y Llanos y David y Elia además hacen vida en parejas aparentemente más clásicas… Lo desean así. E insisto: el mérito es vivir. SOStener la vida. Yo sólo ruego que sea celebrándolo.
Disfrutar, ésa es la clave. Porque además nuestras crías no son nuestros “lienzos en blanco”. Lo intuía, y Judith Rich Harris me ha convencido. En El mito de la educación, un libro que está completamente agotado en España, asegura que “nuestros” hijos e hijas se determinarán entre sus iguales y con adultos que escojan. Abre el libro Harris con un poema de Jalil Gibran: “Tus hijos no son tus hijos. / Son los hijos y las hijas del deseo de sí misma de la Vida / Vienen a través de ti, pero no desde ti, y aunque están contigo, no te pertenecen. / Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen los suyos propios. / Puedes albergar sus cuerpos, pero no sus almas, pues sus almas moran en la casa del mañana, la cual no puedes visitar ni siquiera en tus sueños. / Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no pretendas hacerlos iguales a ti. / Porque la vida no retrocede ni se demora en el ayer”.
Harris considera que “se ha hecho una propaganda excesiva sobre la paternidad”. Padres y madres —señala— somos una parte más, no definitiva, en la configuración de su existencia. Harris sabe que se opone a una creencia cultural tan arraigada que parece una verdad, y para eso escribe un libro de quinientas páginas. La autora necesita dar lugar a su archivo verdadero —pero inconveniente— de cosas inexplicadas desde nuestro paradigma cultural, como por ejemplo “que los niños —hijos de padres migrantes— siempre acaban adquiriendo el lenguaje y el acento de sus compañeros del colegio o el barrio, no el de sus padres”.
Harris por supuesto no dice que “no importa cómo tratas a tus hijos”; señala que “no podemos tener su futuro en nuestras manos, pero sin duda tenemos su presente y tenemos el poder de convertir ese presente en un infortunio”. Ahora bien, escribe Harris, y estoy de acuerdo: “La concepción tradicional de la crianza de los hijos ha convertido a los niños en objetos de ansiedad. Los padres se sienten nerviosos por si no hacen lo adecuado, y tienen miedo de que una palabra perdida o una mirada puedan echar a perder para siempre las oportunidades de la criatura”.
Frente a eso, Harris sostiene según su teoría de la socialización a través del grupo “que al margen de lo deteriorado que esté el entorno del hogar, los niños se convertirán en adultos normales si se dan las siguientes condiciones: que no hayan heredado características patológicas de sus padres (por lo que sería necesario usar niños adoptados o hermanastros para verificar esta predicción); que sus cerebros no estén dañados por el abandono o por los malos tratos; y que tengan relaciones normales con sus compañeros. Podemos llamar a este experimento el experimento Cenicienta. […] Cenicienta, por cierto, acabó bastante bien”.
No puedo resumir el libro, llamo a leerlo y trabajarlo. Yo estoy en ello, intentando también reeditarlo. Tras leerlo, se me han juntado dos términos en la cabeza que no puedo parar de conjugar: “crianza social”. Casi parece un contrasentido. Otra aberración. Pero a mí me permite dar lugar a dos de mis convicciones neurálgicas: una, saber que no dejamos de crecer nunca, jamás; y dos, que lo hacemos en sociedad. Y a mí lo que me interesa no es que mi hija tenga un padre, sino que nos dañe alguien en la calle y reconocerlo justo. Estoy convencida de que “hay que defender la sociedad” y eso significa poner en su centro a los y las niñas, significa redimensionar lo reproductivo, hacer vanguardia de la retaguardia. Ya hace tiempo en EEM-RADIO hablamos de eso con Marta Malo y Carolina León.
Llamo, pues, a rebelarse contra que los manuales de crianza mainstream al estilo niñocéntrico o adultocéntrico no conjuguen crianza y sociedad. ¿Por qué el libro de Harris es inencontrable? ¿Por qué su autora fue segregada de la universidad? Harris, en el prólogo, cuenta cómo escupió este libro tras años de tener que trabajar de divulgadora de textos de psicología familiar. Ella pensó que iba a morirse y quiso antes dar lugar a sus evidencias, por muy contrahegemónicas que parecieran. Harris no está obsesionada por tener razón. En su libro ella misma señala: “Mi colega David Lykken —que fue psicólogo clínico y ahora es miembro del equipo de la Universidad de Minnesota que estudia a los gemelos criados separados*— discrepa de mí en cuanto a la eficacia de los padres. Él cree que los padres pueden marcar la diferencia, al menos por lo que toca a los tipos extremos de padres”. Lykken por su parte reconoce que “Harris presenta argumentos muy poderosos, argumentos que no pueden ser refutados sobre las bases de las pruebas reunidas para los paradigmas existentes”.
Pues sí, mientras “la teoría del desarrollo —de Harris— no puede ser refutada”, vivimos uno de los momentos de la historia en que más literatura profamilia nuclear está financiándose. Justo cuando mi experiencia me señala que necesitamos ocuparnos del cuidado extenso, de la socialización entre iguales, invertimos miles de millones para naturalizar ese grandísimo engendro de la familia nuclear relativamente reciente (en su forma de “ama de casa”, apartamento y ciudad no acumula más de un siglo en la parte urbanizada y dineraria del planeta) que deja a la mujer —trabajadora o no— en un lugar feroz. A la mujer y colateralmente a los hombres “co-amos” y a los y las viejas y a las pequeñas personas. Angela Davis, en Mujeres, raza y clase, ya llamó maravillosamente a abolir el “trabajo doméstico” cuyo efecto psicológico es detonar “una personalidad trágicamente inmadura y abrumada por sentimientos de inferioridad”. Yo desde niña sueño que vivo en una casa gigante que, como en El castillo invisible, va conformándose en nuevas habitaciones que descubro fascinada. Los apartamentos siempre los odié, los adosados me sobrecogen. Para mí lo aberrante es pretender salvarse porque te atrincheras. Es mi modo de ver el mundo. Yo creo que el mundo que montó este industrialismo “capitalista” extractivo se agota como el petróleo y los combustibles fósiles. Y muere matando. Y debemos evitarlo. Y creo que la vida, ahora, exige un afuera de ese gran relato arrasador de la familia nuclearizada con responsabilidades penales. Y lo podemos construir. Necesitamos, para empezar, reinventar el vínculo: “contar-nos” tranquila y socialmente y no “debernos” a ningún patriarca, ni comprarnos la pesadilla de la segregación familiar. Así, un padre, un apartamento y un novio podrán ser, también, escenarios de libertad. ¿Podremos hacerlo? Laia, los caballos, la yerba y yo confiamos en que sea que sí.
(Fuente: http://www.elestadomental.com/)

Balance de época (IV) // Horacio González

Artificios para la demolición

Horacio González expone con lucidez en el cuarto capítulo del «Folletín Argentino», los “artificios para la demolición” del mundo militante de los setenta. Las declaraciones negacionistas del genocidio argentino tienen apenas su punta de iceberg en Lopérfido. Pablo Avelluto – productor del film que corresponde al libro de Héctor Leis sobre la militancia montonera -, Hernán Lombardi y Jorge Lanata representan la fusta con la que el macrismo llegó para amputarle la lengua social y crítica al país.
La batería de escarnios está hambrienta, porque precisa cobrar la presa mayor, a la oradora insaciable que ofuscaba casi a diario con su verba, que solía irritar a “extraños y propios” desde el atril mayor de Balcarce 50 a medida que atravesaba ondulaciones diversas y ramificaciones abismales en su discurso. Ya hablaremos y pensaremos algo más en relación a aquel estilo presidencial. Ahora se nos cruza un tema más urgente: el juicio y consideración sobre las militancias de los años 70. Está en discusión la figura, la contextura y el alcance moral del militante, la idea misma de la militancia. Es conocida la frase “una época sueña el modo de ser de la época siguiente”. No se trata de una secuencia histórica que une períodos diferentes, sino de una visión retrospectiva que el presente –con sus específicos hechos- siempre tiene sobre el pasado. Por eso, un tiempo anterior “sueña” el que le sigue, es decir, no puede imaginar que hechos ocurrirán, pero sospecha finalmente que será refutado o desmentido. Pero de todas maneras,  esa impugnación nunca es un mecanismo de anulación, olvido y parsimonia tan absoluta, al límite del negacionismo.
           
Es evidente que el llamado “setentismo” del gobierno tenía múltiples dimensiones y ángulos para ser interpretado. Había, y hay, una militancia que trabajaba en su conciencia pública con una idea explícita de legado histórico. Un legado siempre es problemático. Lo que se lega no es nunca un cuadro completo de memorias, lo que se lega son precisamente interrogantes, preguntas. Por eso, los actos en el Patio de las Palmeras tenían tanta emotividad, y también un ritualismo ya consolidado como el que suele acompañar las formas más agudizadas de conmemoración. ¿En qué consistía ese ritualismo, es apelación a la magna leyenda? Bastaba escuchar a los militantes, que apelaban a una herencia que tenía eslabones muy precisos, y concluía en un lema que atraviesa toda la historia de la civilización: “no nos han vencido”. Ese relato –ya me referí en el capítulo uno sobre este concepto-, en primer lugar, debo decir que a mí me conmovía, y luego me sumergía en un mar de dudas. ¿Eran legítimas esas dudas? La pregunta es pertinente, porque el mismo concepto de duda siempre está sometido a averiguaciones e inquisiciones de muy diverso tono, no hace falta apelar a Descartes para saberlo. El mundo militante más estricto, no deja tener fuertes “dudas sobre las dudas”, y todos recordamos remordidos el cruel hallazgo de una composición -un préstamo de Maurras o de Barrés-, que hizo cierto coronel del rostro coloreado, por el cual se ligaba la duda al engreimiento de los hombres cultivados. Lo cierto es que el mundo militante de los setenta se ha extinguido entre la sangre y el tiempo, por mecanismos misteriosos que ni puede explicar la “episteme” foucaultiana –una forma encubierta del tiempo fijo, parmenídico-. Ese pasado ni se ha clausurado en sí mismo como un bloque cerrado, asfixiado en su propio error, ni puede permanecer intocado. Hay que repensar con respeto sus destellos quebradizos sobre el presente. No sólo porque carga en su ser un elegíaco fracaso (su sonoridad es la estridente cadencia de una época que se desploma), sino porque el toque de atención de ese “sueño futuro”, implora siempre que la historia no se repita. O sea, el legado existe y hay que mantenerlo, pero sus hebras complejas se abren a múltiples interpretaciones, incluso a la reserva de las conciencias y al rebato de moderación y circunspección en el recuerdo.
           
En los últimos dos o tres años cobró fuerza un proyecto efectivo de revisar en su núcleo original, en su más duro fermento, los años de la militancia armada, y eso se hacía tanto más verosímil cuanto provenía de escritos y memorias de algunos de los participantes de las experiencias de aquellos grupos armados. Mencionaré en especial el libro escrito por Héctor Leis, retomando algunos tópicos que en su momento expuse en un artículo en Página/12. En Un testamento de los años 70, Héctor Leis, fallecido recientemente luego de una larga enfermedad, y a quien siempre le reservo un cálido recuerdo personal, escribe una  interesante memoria biográfica. Pero en ella veo un extravío que si no le resta sinceridad, por lo menos la oscurece para la reflexión profunda, al punto de anunciar los actuales actos negacionistas. No es este el propósito de Leis, pero sus pensamientos dolidos fueron el cáñamo del que se sirvieron los póstumos revisores y auditores macristas de la memoria. Leis cuenta un incidente casi olvidado en un acto de conmemoración de los fusilamiento de 1956 en León Suárez. Ese acto fue en 1973. Leis era militante montonero y portaba un arma. Al acudir en defensa de una  compañera, él también debe disparar. Este hecho tiene carácter testimonial pero se halla en su camino de revelaciones personales. Estas revelaciones, sin duda, nos deben acompañar siempre. La situación tiene cierta envergadura borgeana; se asemeja al tiroteo en Tilsit (en Deutsches Requiem) que decide la vida posterior de un militante nacionalsocialista, el oficial Otto Dietrich Zur Linde. Con Héctor Leis es lo contrario, no sólo por la diversidad radical del campo ideológico involucrado. Este evento adquiere estatura mítica para Leis y se inscribe en una tradición autoreflexiva, el inicio de una piedad necesaria en relación a lo que hacemos, a lo que nos hacen con lo que hacemos, y los daños que inadvertidamente podemos provocar. Una vida entera puede o no puede luego explicarlos.
La opción por las armas de toda una generación política puede poseer relatos como éste o muy parecidos. El momento iniciático de la política, si es un hecho de armas, puede desplegarse en el interior de una conciencia de múltiples maneras. Podemos optar por decir que lo explica la época, y la culpabilidad se escabulle hacia la epistemología social general en la que un historiador podrá hurgar luego. O podemos decir que nadie puede vivir la muerte ni los hechos vitales de otros, y que soy solo yo responsable de esos actos, por más que mediaran órdenes y recomendaciones organizativas. Lo que narra Leis es efectivamente interesante, tal como lo ocurrido con Hugo, en Las manos sucias de Sartre, al exclamar “estoy solo en la historia con un cadáver”. Aunque Leis no resuelve en su relato el resultado final del disparo que saliera de su arma. 
           
Veo allí un sentido totalmente ajustado al debate actual, el sorprendente error de vaciar la historia argentina de sus clásicos enfrentamientos, no por haber sido violentos, sino por haber contado con un tipo de decisión armada por parte de los grupos insurreccionales de la época que no habrían poseído habilitación ética de ninguna especie. Esto no es así. Hace años que un revisionismo chato viene acompañado trivialmente estos hechos que Leis narró después en su propia carne. Una cosa es condenar la violencia, sobre todo la que emana de órganos políticos que de alguna manera se burocratizan en torno a un lenguaje militar que anula la autorreflexión, y otra cosa es trocar en el alma del hablante el signo que lo hacía ser un joven militante armado (con críticas incluso muy drásticas a esas organizaciones) y asumir hoy la equívoca santidad de hablar desde el punto de vista de los otros, los profesionales del desprecio a todo intento de conmover a las sociedades. Así lo hizo Lopérfido, aunque esta dura opinión no alcanza a Leis.
           
Escuchemos La marcha de la Revolución Libertadora. Está tomada musicalmente de la marcha de la Falange española: es claro, es el nacionalismo católico el que la escribe y musicaliza: un hijo del músico santiagueño Gómez Carillo y un abogado de la derecha nacional hace la letra que aún impresiona. Llama a la lucha armada con énfasis místicos, emplea la falangista expresión “camaradas” –compartida por la otra gran revolución del siglo XX-, y su tema principal  es la apología de la muerte heroica: “Y si la muerte quiebra tu vida al frío de una madrugada / perdurará tu nombre entre los héroes de la patria amada”.
Su énfasis cristiano es literal, pero regado en sangre: “Y cuando el paso firme de la Argentina altiva de mañana / traiga / el eco sereno / de la paz con tu sangre conquistada /cantarás con nosotros camarada / de guardia allá en la Gloria Peregrina / porque esta tierra de Dios tuviera / Mil veces una muerte Argentina”. De allí salen épicas militantes que se bifurcaron varias veces en la historia nacional, entreveradas en el misterio de las metáforas últimas. También con el peronismo combatiente. ¿Lo habría entendido Perón así? ¿Se llegó al núcleo último de esta dificultad conceptual de la historia argentina? Algunos filamentos de estos sonidos y letanías del militante armado fueron a parar a Montoneros. Otros, los portó silenciosamente la Marina en su plataforma de placas hundidas en su inconsciente colectivo, y afloraron con creces en los horrendos episodios de la ESMA. Hubo “miles de muertes argentinas”. Esas alusiones y la mención de la sangre como signo de identidad frente al pífano trágico del compromiso militante, no dejan que pasemos por alto el eco de esa violencia del 55 –recordemos lo que pensaba Walsh en ese momento- repartida luego a través de transfiguraciones y metamorfosis diversas  de los espíritus militantes que salían de una fragua que los había reelaborado dando vueltas y vueltas (“mil vueltas argentinas”) a una trágica materia prima incesantemente combinada. No son los “dos demonios”. Va más allá de eso y resiste la comprensión, la de todos, pero más de aquellos que se burlan de los militantes.
Sería absurdo que no intentáramos comprender estos dramas y no extrajéramos de allí todos los desmanes del espíritu que no estuvieron a nuestro alcance apreciar en aquel momento. Pero no hay  razón para que, al percibirlos ahora, cultivemos un esteticismo de la traición en vez de rodearnos de la conmiseración autocrítica que corresponda. Pero no la de hacer “una lista común de víctimas” o dejar “los muertos en paz”, porque nunca eso es posible, salvo poniéndose del punto de vista de los victimarios. Reclamar como había pedido Leis “un memorial conjunto de las víctimas que incluya desde los soldados muertos en Formosa hasta los estudiantes desaparecidos en La Plata”, no puede formar parte ninguna decisión intelectual y moral de nuestro presente. Leis podía decirlo, actuaba en nombre de una gran aflicción personal, pero ya es otra cosa cuando sabemos que el actual Ministro de Cultura, Pablo Avelluto, participó de la producción del film que corresponde al libro de Leis y es autor de un twitter que dice “la revolución que prefiero es la Libertadora”. Luego se desdijo: “no hay que tomar en serio los twitts”, exclamó. Acá hay en evento interesante y nos permite decir algo concluyente. ¡Quizás los twitts sea lo único que hay que tomar en serio!
Sin embargo, no hay que asustarse ni acobardarse por lo dicho, señor Avellutto. La Revolución Libertadora cargaba desde su origen la marca siniestra del bombardeo a una plaza civil, y luego los fusilamientos de junio del año posterior (donde cae otro militar que formaba en las filas del nacionalismo católico, aunque volcado hacia simpatías con el peronismo: Valle). No obstante, se es medroso y pusilánime cuando se desmiente lo que se cree; porque debe corregirse esa creencia. Esto es así, debido a que lo que se cree no es cómo el sr. ministro lo dice: no entiende realmente qué fue la Revolución Libertadora en su condición especular, de reversibilidad irónica respecto al peronismo (Marcha contra Marcha, Hugo del Carril contra el coro de militares y civiles en el subsuelo eclesiástico), por lo que no comprende entonces la dimensión enzarzada del peronismo y el modo cambiante en que la historia interpreta la figura del militante. Aunque no es el único timorato para entender este complejo prisma histórico, pues su oficio cubre solo con valentía únicamente aspectos propios de un gerente de personal encabritado, agitando listas de despedidos en sus puños. Por supuesto no caben comparaciones: pero otra cosa es Borges, el último partisano de la Revolución Libertadora –en su despacho de la Biblioteca escribía los postreros comunicados del cenáculo restante-, que la imaginó liberal y la sospechó en su nacionalismo fracasado, y que en toda su obra magnífica, anterior y posterior, está atento a esta tensión que nunca, nadie y nada pudo resolver.
             
Claro que el pasado, en su propio nombre, augura siempre una clausura, y claro que extrapolar el juicio sobre criterios vigentes en otra época que no “soñaba” dejar paso a la que la juzga, puede ser un trabajo perversamente fácil o directamente guiado por sensibilidades vengativas. Y aún más, sabiéndose que, con los cambios de cada época, la figura del que transmuta sus conocimientos y creencias es más vieja que la ruda. La historia de las conversiones es la historia misma de la civilización. También se sabe que la conversión es un arte sigiloso, callado, inconfeso. El pliegue último del pensar es ese acto secretamente converso. Pero decirlo ahora –e invocar el modo en que Leis hizo público lo cauteloso que abriga en sí al modo de negación que cada conciencia esgrime para ella misma- es jugar sucio en medio de una idea de la historia paralizada. De este modo, aunque no se diga, se quiere cerrar el ciclo de los juicios encarados desde los derechos humanos, ignorando que el dolor por lo pasado es transpolítico, pero no debe equivocarse respecto a la madeja intrincada de sentimientos que juzga. Se juzgan muertes ocurridas en gabinetes ocultos del Estado, operados por torturadores que tenían graduaciones entregadas por las ceremonias públicas que implican juramentos y deberes, y seguidos por esbirros habilitados para asesinar en nombre de altos mandos que cuando daban la cara decían no ver sino “entelequias”. ¿Cómo se pretende interrumpir ese río interior de la sociedad argentina, donde también se lucha por ganar el derecho de hacerse cargo de una explicación más duradera de lo ocurrido, y sostenida en antiguos saberes humanistas? ¿Cómo se lo pretende interrumpir con una tesis que es más tacaña que del documento que escribió Sábato para el “Nunca más”, que a pesar de que equilibra las “dos violencias”, leído con atención, señala con más decisión condenatoria a aquella proveniente del “infierno” señoreado por las Fuerzas Armadas?
El libro de Leis me suena como si esa responsabilidad por el signo de una interpretación, de la que Sábato estuvo más cerca de lo que muchos creímos, quedase por fin en manos de las viejas fuerzas reaccionarias del país –habilitadas por una conversión sacrificial y personal que ellos publicarían muy contentos en sus matutinos-, impidiendo algo muy interesante, en lo que hubiéramos debido esperar que alguna vez Leis participara. La rara, póstuma e irrisoria ecuanimidad sobre la vida de los muertos, pero no antes de hacer el doloroso tránsito por la convicción de que solo desnutridas religiones mustias, pueden igualar todas las situaciones hundidas en la espesura onírica de una época que se nos escurre. No, es preciso seguir sosteniendo que un modo de ser víctima, la de aquellos jóvenes de cuando el propio Leis era otro, que sin embargo pudieron haber matado pero estando a su vez casi todos muertos y desaparecidos, ese modo, decimos, sigue sosteniendo el hilo de humanidad crítica de la nación argentina. No es lo mismo que el tipo de víctima que Leis dice que –fusionando todo con todo- llevaría a un “memorial conjunto”. Al desmitologizador de la historia, le esperaban más saludos conservadores  que aplausos del historiador humanista. Es lo que ocurrió. Vino el macrismo a amputar la lengua social y crítica al país.
En una inauguración de la Feria del Libro –la última o antepenúltima, no recuerdo bien- se escuchó al secretario de Cultura de la Ciudad de Macri, hoy Ministro de Medios, Hernán Lombardi, recomendar la lectura de Héctor Leis. Entre tantos números de libros que se mencionaron, este único libro me movió a señalar en el contexto de qué injusticia se mueve. Hay números implícitos en el libro de Leis que comienzan a manifestarse: pero hoy, hágase el cómputo de las balas de goma lanzadas por la Gendarmería ante una murga villera. ¿En nuestras pequeñas conmemoraciones reconciliantes, incluiríamos a esos disparos del nuevo Estado en el equilibrio justo que se verifique por la contrapuesta acción del “demonio del narcotráfico”? Hay muertos de ambos lados, es claro, pero llamamos ética a la capacidad de condenar toda ejecución de un daño, desde un lugar explícito, humano, visible, que es único, puesto que en su excepcionalidad nos toca: es el lugar que no desmantele la noción misma de justicia y de historia, que casi vendrían a ser lo mismo.
Estas tesis cobraron fuerza en los últimos años, sobre todo promulgadas por sectores académicos, al que por eso sólo no les correspondería el título de liberal-progresistas con el que gustan llamarse, pero fueron llevadas a su extremo de persuasión masiva por Jorge Lanata. Este periodista tuvo y tiene un papel principal en la formación de esa espesura indefinible que atravesando el espíritu colectivo busca asociar el “investigador solitario” con los grandes juegos empresariales a los que finalmente acata. Fin de su soledad.  Parece libre, pero es la libertad que interpreta Etienne de La Boétie como el cese de la voluntad propia en nombre de una apariencia nietzscheana de dominio. Compleja situación, que se revela en todas las intervenciones de Lanata, que como nadie, sabe deslizarse del saqueo de citas académicas al “burlesque”. He aquí en su último artículo en Clarín (7 de febrero, día en que escribo este capítulo) una cita de Todorov, invitado hace un tiempo a visitar el Parque de la Memoria en la Argentina. Le viene como anillo al dedo, pues dice Todorov citado por Lanata:
Los Montoneros y otros grupos de extrema izquierda organizaban asesinatos de personalidades políticas y militares, que a veces incluían a toda su familia, tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate, volaban edificios públicos y atracaban bancos. Tras la instauración de la dictadura, obedeciendo a sus dirigentes, a menudo refugiados en el extranjero, esos mismos grupúsculos pasaron a la clandestinidad y continuaron la lucha armada. Tampoco se puede silenciar la ideología que inspiraba a esta guerrilla de extrema izquierda y al régimen que tanto anhelaba. Como fue vencida y eliminada, no se pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido su victoria. Pero, a título de comparación, podemos recordar que, más o menos en el mismo momento (entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón y medio de personas, el 25% de la población del país. Las víctimas de la represión del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01% de la población”.
Es lo que llamo un modo que tiene una época posterior de chocar su “sueño” ya estabilizado, desnatado y “desgrasado” con lo que el “setentismo” no fue capaz de “soñar” de la época que lo juzgaría. ¡Qué gracia tiene este modo de sacarle la “grasa” a la historia! ¡Claro que no sabríamos que hubiera pasado si triunfaba aquel insurreccionalismo! ¿Quién puede proclamar su saber respecto a lo que la historia no escribió nunca en su cuerpo escurridizo? ¿De qué vale comparar Montoneros con Camboya? Por lo menos, este baile ominoso de las cifras, para el señor Todorov, arroja un resultado poco alarmante: el terrorismo de Estado apenas afectó aquí al 0,01 por ciento de la población. ¿No se siente a gusto el lector dominguero de Clarín con tan escuetos y misérrimos resultados? Lopérfido se quedó corto, mientras Todorov esgrimió la cifra conspicua desde su cientificismo porcentual.
(En el próximo capítulo trataremos de ver con más atención las consecuencias de la crítica a la militancia, sus efectos lúcidos y situaciones que pueden afectarla si resulta mal planteada su situación existencial)
Buenos Aires, 7 de febrero de 2016
(Fuente: La Tecl@ Eñe)

La revolución de las balas de goma

Globos amarillos, música fiestera, el perro Balcarce en el sillón presidencial: con la llegada de Mauricio Macri al gobierno, los grandes medios nacionales e internacionales vaticinaron “la revolución de alegría“ en la Argentina, el fin de la crispación populista y la “vuelta al mundo“ bajo el mando de una centro-derecha posideológica, liberal, democrática. Su gran ídolo, dijo Macri en el reportaje que le hicieron en conjunto Le Monde, The Guardian, La Stampa y El País, es Nelson Mandela. El sarcasmo de esa afirmación parecía ignorar a los periodistas presentes.
Somos académicos especializados desde hace décadas en la historia y cultura de la Argentina. Estamos dolidos. Indignados. Preocupados. Mientras escribimos estas líneas la policía está reprimiendo con balas de goma a chicos pobres. Entraron a una villa miseria en Buenos Aires donde los más desvalidos estaban preparando una de las pocas alegrías que les depara la vida: el ensayo de una murga para carnaval. Les dispararon a mansalva. Sin una razón. Sin un por qué. Para diseminar el terror.
Desde la asunción de Mauricio Macri la Argentina está viviendo un clima que no se conocía desde los años sangrientos de la última dictadura militar. Aprovechando el descanso parlamentario de verano, con la excusa del combate al narcotráfico el presidente ha declarado el estado de emergencia en todo el país, medida que permite la intervención de las Fuerzas Armadas en asuntos de seguridad interior e incluso el derribo de aviones sin advertencia previa. Nadie puede salir sin documentos a la calle. Ni siquiera México ha ido tan lejos en responder a una supuesta amenaza por parte del crimen organizado; Buenos Aires, en cambio, junto con Montevideo, es la capital más segura de América Latina. También por decreto y en abierta contravención de sus facultades constitucionales, Macri nombró a dos amigos como jueces de la Corte Suprema y anuló la ley que restringía la monopolización de medios. El número permitido de canales concentrados en una sola mano hoy día excede incluso las regulaciones establecidas por la dictadura militar.
Paralelamente, un sinfin de periodistas críticos o simplemente no alineados con la política gubernamental han sido despedidos no solo de los canales estatales sino también de medios privados bajo amenaza de retirarles publicidad oficial. Simultáneamente a la eliminación de impuestos a los agroexportadores y una devaluación feroz que redistribuye masivamente el ingreso hacia los sectores más ricos, el Estado ha sufrido un oleaje de despidos que ya suman casi 25 mil trabajadores (otro tanto en el sector privado); la gran mayoría de ellos víctimas de una purga ideológica centrada en personas con convicciones diferentes al oficialismo.
Las estructuras estatales de soporte a los derechos humanos han sido especialmente golpeadas, desmantelando secretarías enteras en varios ministerios y agencias, al mismo tiempo que ex-funcionarios sospechados de colaboración en crímenes de lesa humanidad fueron nombrados en cargos gubernamentales. El presidente se ha negado a recibir a las organizaciones de derechos humanos, y a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. El Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, alineado con el gobierno nacional, ha afirmado que el número de desaparecidos de la última dictadura „fue una mentira que se construyó en una mesa para construir subsidios que te daban“.
No sorprende en ese clima de amedrentamiento generalizado la represión policial a protestas gremiales y de desocupados, de mujeres e indígenas, ni la ofensiva de criminalización de cualquier oposición política. La culminación (por ahora) es el encarcelamiento de Milagro Sala, activista indígena y diputada del Parlasur, por haber participado de un acampe pacífico exigiendo una audiencia con el gobernador Gerardo Morales, aliado de Macri, quien ha declarado ilegales las cooperativas indígenas de viviendas y amenaza con retirarles toda financiación pública. Amnesty International, el Parlamento Europeo y Parlasur han levantado protestas a las que la justicia provincial (intervenida por decreto a imagen y semejanza de la justicia nacional) ha respondido con el endurecimiento de las condiciones de detención de Sala y el encarcelamiento de otros militantes.
El gobierno de Mauricio Macri no es de centro ni posideológico; es liberal solo en cuanto a su subordinación al establishment financiero transnacional. La “nueva derecha” argentina se parece a las de Polonia y Hungría: aniquilación de la libertad de prensa, cooptación del sistema jurídico, persecución de todo aquel que piensa diferente, represión con armas si alguien se anima a reaccionar. Expresidente de un club de fútbol, con aceitadas conexiones al mundo mafioso de las barrabravas, dueño de un imperio de servicios financieros y de medios, amigo de jueces que han conseguido “enfriar” las múltiples causas judiciales contra su persona por casos de corrupción y espionaje ilegal de, entre otros, familiares de víctimas del atentado a la mutual judía en 1994, Macri no es ningún Mandela. Es una especie de Berlusconi sudamericano: un empresario que ama el rating y desprecia a la democracia.
En menos de dos meses, el gobierno de Macri ha impulsado uno de los mayores retrocesos en materia de derechos humanos en Argentina desde el fin del régimen militar en 1983. No es la revolución de la alegría: es, lisa y llanamente, la revolución de las balas de goma. Balas que apuntan nada menos que al proceso democrático en Argentina y en toda la región.
Frente a los totalitarismos la presión internacional es una de las pocas armas que nos quedan. En nombre de la democracia y los derechos humanos, en nombre de la libertad de prensa y el derecho a la información, en nombre del honesto ejercicio de su profesión, exhortamos a los colegas periodistas, científicos sociales y trabajadores culturales a informar sus audiencias acerca del rumbo antidemocrático y represivo que está tomando la Argentina macrista.
La revolución de las balas de goma no es una revolución. Son balas. Por ahora, de goma. Por ahora.
Brigitte Adriaensen (Universiteit Nijmegen)
Jens Andermann (Universität Zürich)
Ben Bollig (University of Oxford)
Geneviève Fabry (Université Catholique de Louvain)
Liliana Ruth Feierstein (Humboldt Universität zu Berlin)
Anna Forné (Göteborgs Universitet)
John Kraniauskas (Birkbeck College, University of London)
Emilia Perassi (Università degli Studi di Milano)
Kathrin Sartingen (Universität Wien)
Dardo Scavino (Université de Pau et des Pays de l’Adour)


Versión castellana del texto publicado en alemán en ‘Geschichte der Gegenwart’, Zurich, Suiza, el 7 de febrero de 2016;http://geschichtedergegenwart.ch/die-revolution-der-gummig…/

Democracia, la dictadura perfecta: Ensayo sobre la forma autoritaria democrática // Alberto Sladogna


Hemos compartido un pre juicio que causa perjuicios ¿Cuál? Pensar que la democracia  es democrática, salvo la intención algunos malvados que la desvían. ¿Y si no fue solo eso? Recordemos la democracia nació en Atenas luego de un tiranicidio llevado a cabo por una pareja de erastés-erómenos: Aristogitón y Harmodio, solo que las mujeres, los artesanos, los esclavos, los libertos, los infantes estaban excluidos de ella. La democracia griega fue un gobierno de amos ¿Dejo de serlo?
El filme de Luis Estrada “La dictadura perfecta (verdades sospechosas)” es una ficción respecto del cuarto poder, el cuarto nudo: los medios de comunicación, en particular, la televisión de América Latina (monopolio transnacional: Televisa SA,  grupo Clarín, CNN y otros) participan en política, no solo eso: construyen, promocionan, ubican y colaboran en el triunfo de su candidato salido del  set televisivo. Hecho que no es ajeno a la actual situación que se vive en Argentina, con la instalación del gobierno del Ing. Macri, el cuarto poder y su “gurú”, asesor de medios Duran Barban participaron y lograron en una gran medida que Macri sea electo presidente de la Argentina, contra todo pronóstico, ahora él despliega su programa de la barbarie civilizada [1], llamada neoliberalismo de avanzada. Subrayamos, el “gurú” Duran Barba no fue ajeno a las contiendas electorales efectuadas en México. Además tenemos un dato mínimo compartido por los medios de comunicación, radio y televisión, sean o no privados, incluidos los estatales, a esos medios nadie los elige, cada uno de ellos tiene acceso abierto a nuestras casas, seamos runflos, de abajo, del medio o de arriba. La radio y la televisión han pasado a integrar la familia –tenga la conformación que ella tenga-, moldean en varias dimensiones la vida familiar, en efecto, como señalaron Lacan y Guattari, el complejo de Edipo es una institución que requiere el capitalismo, y la fomenta.
En el psicoanálisis es común escuchar el diálogo que Logos mantiene con su pareja Sogol. Relato uno: Sogol- Mi tesis es que con la democracia nos estamos convirtiendo justamente en absolutos delirantes…; Logos-¿Llegaría usted a sostener que la democracia se relaciona con la psicosis? Sogol– Es necesario sacar todas las consecuencias de la implosión del modo referencial. Deambule usted por las calles verá como las aceras tiene el aspecto de un hospital diurno…se hizo perceptible un gran agujero en el ciudadano que  se tapaba con las figuras de Dios, del Pueblo, de la Patria, de la República  Hoy no hay parapetos contra la locura totalitaria democrática (D Dufour: Locura y democracia)
Freud localizó que cada hecho “psíquico” era “social”, Lacan más radical demostró que “el colectivo no es nada, sino el sujeto de lo individual” (1966). Lo singular de cada subjetividad se realiza con otros, no hay sujeto aislado. Eso se vive en estos momentos en Argentina cuando por vía electoral sufrimos un momento “revolucionario” o incluso “subversivo” a cargo del capitalismo financiero neoliberal. En 1990 en un Coloquio Vargas Llosa hizo un análisis: “México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la URSS, no es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México” (26/08/1990 – ver video). En México durante más de 70 años se realizaron elecciones democráticas, se eligieron a los gobernants, funciona el poder legislativo y el poder judicial. En setenta años no vivieron ningún golpe de estado, entonces ¿Cómo es eso de que es la dictadura perfecta? Un dato comparativo la UNAM, la más antigua universidad creada desde la conquista en América Latina, tiene  hoy un presupuesto que es mayor al conjunto del presupuesto íntegro de la República Oriental del Uruguay. México fue un país conquistado, la Argentina fue un país colonizado, la cuestión está en el detalle.
Vargas Llosa  reveló, a su pesar, que la democracia tiene una grieta totalitaria que gira hacia una dictadura democrática. El Ing. Macri fue elegido en forma democrática cuando nadie creía que podía salir de la Capital del país. En entrevista telefónica el ex. Gral. Luciano B Menéndez dice que el triunfo de Mauricio Macri fue histórico “…es la primera vez que no se necesitó recurrir a las Fuerzas Armadas (FFAA) para derrocar una tiranía”. ¿Cómo fue posible que eso haya ocurrido al finalizar uno, o quizás, el único periodo de ejercicio democrático nunca vivido en Argentina? Los doce años de kirchnerismo fueron un exceso: llevaron la democracia a su punto más elevado. Ese punto donde la cantidad  se trastoca en cualitativo y donde lo cualitativo cambia los efectos producidos por la cantidad. El Ing. Macri obtuvo un poco menos del 52% de los votos. Conviene precisar que muchos sectores obreros, incluso runflas de las villas, que tienen o no ingresos garantizados y sectores de alto nivel votaron por…el Ing. Macri.
¿Cómo ocurrió eso? Lo imposible se realizó (Lacan, Guattari, Horacio González)  Para muchos, cambiar de “mentalidad” es tan difícil como alzarse por los aires tirándose de los cabellos. La “mentalidad” es una forma que cambia, recordemos el multicitado caso de Dios: ha cambiado de forma, no murió, al contrario hizo algo más complicado, cambio su forma, así cambiaron los humanos. El cambio de los humanos se precipito debido a esa nueva forma que destruyó o solo dejo vestigios de lo anterior. La descripción de nuevas mecánicas, o situaciones, y los cambios de mentalidad enrarecen las descripciones. No sabemos describir todavía las transformaciones que vienen con los cambios tecnológicos. Al ternario del Dios-Espíritu Santo-Hijo, al ternario político: Poder ejecutivo- Legislativo- Judicial  le surgió su síntoma, el cuarto poder: los medios de comunicación masivos, monopólicos o no, peor si son únicos. La pirámide tripartita dejo al descubierto las parcelas que mostraba como si estuviesen unidas. Era el reino de las apariencias: la Sociedad, el Estado unidos en la Nación. Aparecieron las grietas que parcelan el todo (Al respecto de la muerte de una forma, sugiero este video de Foucault)
      
La democracia en tanto dictadura perfecta  juega: Sogol–  Juguemos, cuando digo “Si” es “No” cuando digo “No” es “Si”; Logos– ¡Interesante! Sí; Sogol–  No; Logos– ¡Ah! No jugamos; Sogol–  Si.
Diderot sostenía que “cada…elemento, tiene su fuerza particular, innata, inmutable, eterna, indestructible; dichas fuerzas íntimas del cuerpo tienen sus acciones fuera del cuerpo; de ahí nace el movimiento o más bien la fermentación general en el universo”. Sea Dios, sea el Rey, sea el Pueblo, sea Proletariado, sea el Pueblo…ese centro exterior unificaba la vida cotidiana, incluidas las elecciones, ese centro “garantizaba” que si se decía “si” era Si” y si se decía “No” era “No”. Ahora el “no” es “si”, el “si” es “no”.
En 1938 aparecieron Los complejos familiares, artículo de Jacques Lacan, publicado en una enciclopedia, era de basto alcance, puso en tela de juicio la novela familiar del capitalismo: su complejo de Edipo, esa forma construyó un tipo de ciudadanía; su segundo golpe fue mostrar el papel  de la madre en dar vida al régimen nazi, como se presenta en “Mi lucha”, texto de un pintor que vivía en la misma manzana que Freud ¿Se habrán cruzado en esas calles? Regresemos. Cómo fue posible que sectores acomodados, sectores medios y sectores humildes, incluso desamparados votaron por el Ing. Macri y su propuesta de cambio. Cada uno de estos sectores recibieron con el kirchnerismo buen trato, demasiado buen trato al otorgarles lo que no habían solicitado y que, un poco demasiado, se les solicitaba en cadena nacional reconocer.
En los cálculos políticos no se hizo lugar a un tema ¿Es posible que sus habitantes voten a favor de sus propios verdugos? El primer efecto del quiebre de los complejos paternales es semejante a la ruptura de un espejo: el cristal se quiebra  siguiendo sus líneas pre existentes que la unidad externa impedía aparecer.
Hoy el paquidermo estatal no es ya el organizador de la sociedad y sus evoluciones. Una cosa es la presencia del gobierno, otra sería la presencia de un Estado fuerte. La transformación ya no es con el Estado, tampoco necesariamente contra el Estado. Es decir: no depende de las instituciones públicas, por más que jueguen un papel nodal. El Estado quedó en la posición de impedir, o no, la organización autónoma de las diversas parcelas de las sociedades.
¿Cómo votar por la supuesta “servidumbre voluntaria”? En la actualidad no se trata de someterse, sino de algo más delicado. La máquina de subjetividad produce el deseo; el campo social está recorrido por el deseo históricamente determinado. Sólo hay deseo social y nada más. Las formas más represivas y más mortíferas de la reproducción social son acompañadas por un deseo. Spinoza supo plantear (Reich lo redescubrió) « ¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su salvación?» Cómo es posible que se llegue a gritar: ¡Queremos más impuestos! ¡Menos pan!  ¿Por qué soportan los hombres desde siglos la explotación, la humillación, la esclavitud, hasta el punto de quererlas no sólo para los demás, sino también para sí mismos?  W. Reich rehúso invocar un “desconocimiento” o “una ilusión de las masas” para explicar el fascismo, al contrario lo explica  en términos de deseo: no, las “masas no fueron engañadas”,  desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y esto es lo que precisa explicación, esta nueva forma del deseo gregario. En Argentina con el voto a Cambiemos, al Pro y al Ing. Macri fue posible pues operó un deseo de cambio¡¡…!!  Conviene recordar que Margaret Thatcher preciso que en el neoliberalismo “La economía es solo el método, el objetivo es cambiar el corazón y el alma” (1/05/19981). Sin la estructura subjetiva –alma, subjetividad- no hay ni capitalismo, ni neoliberalismo.
En estos últimos doce años con mucho gusto vivimos bajo un débil reinado trinitario: Dios, El espíritu Santo y el hijo; el poder Ejecutivo, el poder Judicial y el poder Legislativo, nunca se había respetado tanto esa separación. Así se convivió dentro del Estado de bienestar  que define una propuesta política según la cual el Estado provee servicios en cumplimiento de derechos sociales a la totalidad de los habitantes de un país. Ocurrieron errores, incluso hasta horrores graves, solo que se convivía. Al peronismo no se lo puede comparar con ninguno de los regímenes atroces conocidos en Occidente, nunca llevo a cabo ninguna forma de genocidio. Las novedades subjetivas de esta forma o intento de sostener esa forma del Estado de bienestar fueron estudiadas por Freud (1919-1920) Era necesaria una subjetividad para que ese Estado y el capitalismo funcione más o menos bien: su modelo subjetivo fue el complejo de Edipo, subjetividad  a partir del sistema patriarcal trinitario: padre, madre e hijo. Freud sin saberlo tomo  para su famoso “amor de transferencia” –transferencia era un término bancario del alemán de Viena- el modelo vanguardista, trinitario de Lenin para dirigir una sociedad: el partido, luego los sindicatos y más atrás las masas.(Lenin ¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? 1902)
Con la crisis del modelo trinitario se instaló su síntoma: los medios masivos de comunicación, en particular la radio y la televisión: esos instrumentos operan en el cuerpo de cada habitante, lo penetran, construyen sus sueños mediante el acceso que le brindan dos agujeros corporales, como mínimo: los oídos y los ojos. Conviene notar que los oídos nunca se cierran, mientras que los ojos parpadean, cortan la percepción y , muchas veces, se cierran para dejar dormir, solo que los sueños revelan que la mirada continua operando sin cerrarse. En 1968 el mayo francés instaló una novedad extraña: la sociedad del espectáculo, poco a poco incorporó a la política como parte del espectáculo (el Ing. Macri lanzando globos y bailando, para citar solo la actual situación). La radio y la televisión toman a su cargo que “La voz es un fenómeno político por excelencia”, basta con sentir los efectos que a veces provoca escuchar o entonar el himno nacional o la marcha de los muchachos peronistas o una canción de Charly García. La voz y los oídos son una parte de la máquina  de construir subjetividad…política, entre otras cuestiones. Un detalle: con la sociedad del espectáculo los partidos de izquierda, de centro y de derecha reciben subvenciones del Estado, eso implica cambiar el modelo subjetivo de lo que se sigue llamando ciudadanía. En la campaña electoral de Raúl Alfonsín se inició la publicidad mediática: un candidato podía hablarle a los ciudadanos, sean o no sus partidarios, como Dios, podía estar en “todos” los hogares del país al mismo tiempo, se trató de un cambio de régimen escópico: de la plaza a la televisión en el seno de la familia. Esa publicidad partió del primer modelo de publicidad comercial, una marca de relojes en los EEUU “Bulova: Estados Unidos corre en el tiempo de Bulova”, inició el tiempo del consumo, se anunció el paso del ciudadano de la plaza al consumidor que mira TV.
Cuarto poder: instalado sin elección ni consulta. A la trinidad social le apareció su síntoma ¿Por cuáles razones? La caída del anterior régimen simbólico provoca un aumento geométrico de la falta de credibilidad ante  eso surge la radio, la TV, que ejercen diversas funciones: el régimen de alimentación, el régimen de educación, el régimen deportivo, el régimen religioso…Este poder opera de manera silenciosa: siguen existiendo madres, padres e hij@s, partidos políticos, dirigentes, hasta un Estado y al mismo tiempo ya no son ni iguales ni semejantes a su forma anterior
La radio y la TV comparten zonas corporales: la voz, el oído y la mirada; ellas hacen en las ciudades lazo social –reúnen, enlazan a sus espectadores, los convierten en su rebaño y ellos son los pastores. Esas zonas corporales son  primarias, nunca se las abandona: gracias ellas el cachorro biológico cambia de forma: pasa a ser un infante e incluso  construye su forma de vivir la vida: mujer, hombre, homosexual, lesbiana, cyborg, etcétera. Subrayo que  las actividades políticas y las actividades analíticas han privilegiado el contenido de la voz y de las voces dejando de lado su componente de signo: afectos, sentimientos, olores, colores, tonos…El análisis y los políticos se decían a interpretar. En los años cincuenta Emile Benveniste y Roman Jakobson descubrieron un hecho trivial:  “Es Yo quien dice YO” . Aparece una instancia de nuestra vidaauto-referencial: “Todo lo que conseguí en esos doce años fui por mi trabajo, me deslome, el gobierno no me dio nada”, era y es muy común todavía encontrarlo en el taxi, en la peluquería, en el café, en los anteriores empleados del Ministerio de Cultura, en algunos empleados – no pocos- de Aerolíneas Argentinas, en la villas del sur de CABA, entre los científicos del Conicet, entre los trabajadores sindicalizados metalúrgicos,…. Surgió un sujeto autorreferencial, no depende de ningún punto exterior, eso es una novedad respecto del sujeto que dependía de Dios, del Rey, del Pueblo, del Proletariado, del Referente. El sujeto auto referenciado “Yo te lo digo: No le debo nada a nadie, todo lo hice yo porque yo trabajo todo el día”; ese sujeto pertenece a un sector que no está incluido entre los sectores politizados, sean de la orientación que  sean.
Los nazis fueron precursores, en 1933 la radio pasó de 4 millones  (1933) en 1939 contaba con 11 millones de abonados.  Le sumaron un hecho: instalaron en plazas, fábricas y establecimientos públicos altoparlantes. Los espectáculos nazis eran transmitidos de forma singular: detrás del palco oficial un sistema de micrófonos amplificaban las manifestaciones del público que les era regresado aumentado las pasiones de los asistentes (Michel Poizat). Los nazis regalaban las radios, en México el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto,  tema central del filme –La dictadura perfecta…- electo, entre otras cuestiones, gracias a la televisión, decidió llevar a cabo un “apagón analógico” para lo cual distribuyo de forma ¡¡¡ gratuita 10 millones de televisores LD entre la población mexicana de menos recursos!!! Incluso también lo entrego a quienes no cuentan con electricidad. En Argentina impulsado por el gobierno de Néstor y de Cristina Fernández de Kirchner  para aumentar el consumo de producción nacional se impulsó la compra en 12, 18 y 24 cuotas sin intereses.  El gobierno sin saberlo, guiado solo por la lógica económica  propiciaba el consumo capitalista de la televisión, esa televisión le consumió muchos votos en las recientes elecciones.  El discurso capitalista es locamente astuto, marcha sobre ruedas, no puede ir mejor. Pero, precisamente, va demasiado rápido; se consuma. Se consuma tan bien que se consume  (Lacan, 1972) ¿Qué se consume? Se consume el sistema capitalista mismo,  fabrica así una subjetividad que tiene ya en su interior el chip “capitalismo”. Si, en efecto, eso lo estudió bien el genio del mal, Duran Barba –converso de izquierda-: Al penetrar el cuerpo por el oído,  los ojos tocan el conjunto del cuerpo, sin dejar zona sin cubrir, allí se consume, es consumido y produce una subjetividad auto referenciada: la humanidad que se hace así misma, Self made man
En la actual sociedad argentina ese nuevo sujeto electoral ya no está sujeto a Dios, ni al Rey ni a la República, ni al Líder, ni al partido sólo es súbdito de sí mismo. Lo que le confería su ser de sujeto era un Ser exterior a él. Con la democracia, esta hetero referencia se transformó en auto referencia: El sujeto se ha convertido en su propio origen.
Freud hizo famoso un juego de su nieto: arrojaba un carretel y lo recogía acompañada esa actividad  con una expresión: Fort- Da. En esa expresión está la esencia de la representación, es el poder del referente: cuando se dice Fort no se dice Da, cuando se dice Da no se dice Fort, una palabra, un significante, está en el lugar de otra palabra: la madre del niño, el carretel que se ausenta. La democracia actual  cambio la forma del juego: Cuando alguien dice “no” puede ser “si”, cuando dice “si” puede ser “no”, un juego auto referencial y autoritario, se trata del sistema unario. Se instala un sujeto auto referencial que acompaña la generalización de la democracia de masas: el voto generalizado. Un detalle “cómico” los días domingo la humanidad concurría a la  iglesia, ahora, con los horarios desregulados: la humanidad concurre a la misa del supermercado o del Centro Comercial o concurre a votar o las plazas de ventas runflas de la ciudad. Es necesario tomar  nota de un hecho, en Argentina, a partir de instalarse a pleno la política del espectáculo y el espectáculo de la política aparece el término “referente” para designar a tal o cual representación política. Insisto cada sociedad funciona a partir de espectáculos, las normas de los reyes y sus códigos de las buenas costumbres lo demuestran, solo que, la sociedad del espectáculo instauró algo nuevo: la radio y la televisión enlazando los cuerpos.
La democracia es el primer régimen social que permite ejercer la libertad de subyugar a otros; es auto referencial, se alimenta de su propia crítica, lo hace tan bien que al estar en contra de ella, solo se consigue aprobarla. La democracia es un régimen siniestro  solo se la puede combatir empleando sus propios principios y además usted tiene la libertad de cambiarla solo que de…forma democrática.
Flaubert escribía «no habiendo ya más dioses, ni estando ya Cristo hubo de Cicerón a Marco Aurelio […] un momento único en’ el que’ el hombre estuvo solo»  Paul Valery alertó sobre la “aparición de un pueblo de únicos” ¿Cómo sucedió que el Ing. .Macri cruzó la Av. Gral. Paz? ¿A qué se debe que cosecho muchos votos de los sectores que fueron los más favorecidos por el anterior gobierno? Aquí sugiero dar lugar como objeto de estudio a los métodos empleados por Duran Barba a quien siempre se le hicieron críticas en exceso “ideológicas” en exceso cargas de pre y de per juicios y de juicios acordes con un anterior sistema social, y una forma de ciudadanía que hoy en Argentina no existe o está en franco retroceso, ni hablar de los llamados militantes y de los partidos políticos.
Duran Barba con su equipo de trabajo con una hipótesis “Qué se vayan todos” consigna vigente que cambio de forma “Ya no le creemos a ninguno… no nos interesa la política” Cristina F. de Kirchner inauguró uno de los mejores hospitales ginecológicos en Moreno, Provincia de Buenos Aires,  vive allí ciudadanía carenciada, muchos fueron a la inauguración, luego en las urnas ganó el Lic. Massa. Duran Barba siguió, seguía y sigue esos acontecimientos extraños derivados del cambio de forma de la consigna del 2001: no les creemos, descubrió algo más, no les interesa la política. Duran Barba se dirigió y se dedicó a estudiar a un sector mayoritario de la ciudadanía, no estudiaba a los políticos, ni a los militantes, estudio a los descreídos del sistema. Su candidato  y su equipo de trabajo leyeron a ese fragmento de la sociedad. Desde allí plantearon sus esquemas y estrategias para obtener las plazas gubernamentales en sus diferentes niveles. Duran Barba como gurú terminó e hizo, a mi entender mejor sociología para la peor causa, la hizo mejor que otros estudiosos de la ciencia política. Con innumerables técnicas materializadas en focus group, encuestas representativas y entrevistas en profundidad interpretó los matices de los grupos sociales que conforman la sociedad y a partir de allí estableció un programa que se ajustó a las necesidades del pos-modernismo argentino. Asumió el desinterés hacia la política y la ideología de una gran mayoría. Para el caso propuso entonces un candidato sin formación política (La Nación, 11 /04/ 2015). De ahí surgió la sorpresa del casi 52%, más allá de los errores, horrores y peleas dentro de las filas oficiales, baste detenerse en ese engendro oficialista de “El candidato es el proyecto”, entonces, para qué teníamos un candidato, eso lo aprovecho el gurú y eso es lo que nos está pasando, con una salvedad, lo de hoy no es el regreso a los 90 ni al 2001, al contrario es un salto hacia el futuro más avanzado, en las condiciones de Argentina, del neoliberalismo financiero. Por qué razón Duran Barba realizó la ironía de festejar una foto de un perro sentado en el sillón de Rivadavia ¿De qué se ríe esa foto? ¿Sera semejante a la extraña e inquietante sonrisa de la Mona Lisa que pinto Leonardo Da Vinci? O quizás guarda más relación con la extraña sonrisa descubierta por Carlos Marx, la sonrisa del capitalistaal observar la enorme masa de plusvalor, de plusvalía con la cual él se queda.

[1] Sarmiento instalo el famoso “civilización y Barbarie”, luego Trotsky forjo “Socialismo y barbarie”, ahora vivimos la “Barbarie civilizada” cuya matriz fue la sociedad del campo de concentración y las cámaras de gas, esta barbarie opera en una sociedad concentrada sin campos demasiado visibles. Lacan llamó la atención de este movimiento su tiempo lógico de los tres prisioneros encarcelados.

La república de la eficiencia // Lucas Paulinovich

El shock necesita fisonomías, imágenes que mostrar, fotogramas para lucir. Crisis y expectativa fusionado en una doctrina más ortodoxa en los aspectos técnicos específicos que en las modalidades de aplicación: campañas de imagen de las consultoras, la numerología de las encuestas sembrando hipótesis, la manija mediática fortaleciendo un entramado de aceptación del nuevo gobierno. Legitimidad y acuerdo generalizado para las detenciones arbitrarias, el estigma de la identidad, la averiguación de antecedentes, el hostigamiento, la emergencia ampliada. Guiones con rasgos homogéneos que siempre dan por sentado la necesidad de aplicar un régimen de cuarteles a cielo abierto, pedido por sus propias víctimas.

Ese deseo normalizador tiene como fundamento la necesidad de tranquilidad. Si la inseguridad es la principal problemática percibida por la población, la tranquilidad es su base programática necesaria. El 2001 vuelve a aparecer como síndrome de urgencia por la paz, la estabilización, que algo se detenga, se haga más lento. El otro lado del “que se vayan todos”. Pero la restauración liberal no es una simple imitación de las recetas noventistas. No aparenta tanto ser un intento de desmembrar el estado, reducirlo a su mínima potencia, sino que da por hecha la “recuperación del Estado” para reconfigurar por completo su sentido. Lo que antes fue la privatización de lo público, ahora asume su marcha contraria, “publicitación” de lo privado, gobierno secundado por publicistas y apologistas, dadores de recetas.  

El Estado se libera de su ocupación, es el momento de la eficiencia, de ponerlo en forma, modernizarlo, adelgazarlo, sacarle la grasa, sanitarismo político. Esa limpieza de la administración pública no persigue un fin unilateral de achicamiento. Cambiemos también contrata y monta sus fábricas de pastas, ya no ñoquis de domingo al mediodía, sino algún spaghetti bien combinado de noche de restó gourmet. 

El Estado para el que lo merece

La formación de una mayoría silenciosa como sujeto político depende de ese privilegio de la calidad, siempre condicionada por el acceso a los recursos y, por lo tanto, elitista. El derecho a lo político también se adquiere, es una transacción más del mercado financiero. El encumbramiento de los expertos, los que saben, conlleva una apuesta ejemplificadora.

El afán encarnado en la creación del Ministerio de Modernización, encabezado por Andrés Ibarra, con pasado en la gestión de la Ciudad de Buenos Aires, tiene un principio indudable: la tecnología siempre puede hacer las cosas de forma más sencilla y eficaz. El objetivo consiste en armonizar calidad, eficiencia y profesionalismo, reducir gastos. La mano de obra tiende a eliminarse, ser reemplazada, automatizada. Robot electrónico o que respira, lo mismo da, mientras cumpla con su trabajo. Hay que sacarle el máximo de potencia al recurso con un costo mínimo.

Ese minimalismo tecnicista elimina todo lo que genere un exceso, los bultos inhábiles, los funcionarios que vienen de la política para hacer política. Cerrar las instituciones, hacer lo imposible para que nadie entre, ingreso limitado, exclusividad para los invitados. El Estado, la cosa pública, es para los que saben, adultos y racionales, zona VIP. Los círculos de influencia se estrechan, se suman las condiciones, se restringen los medios de acceso, las mayorías quedan marginadas de los ámbitos donde se discuten y producen los saberes autorizados y se definen las políticas, confirmación de cenáculos. Aislados y callados, clientes de la industria del entretenimiento. Hay que estar alegre, al fin y al cabo.

El Estado se retrae de los espacios surgidos para promover la construcción colectiva de conocimientos, democratizar saberes. Hay que borrar las otras posibilidades, unicato del desarrollo tecnológico centrado en la productividad, cuadros de multinacionales. La representación en manos del que sabe, el país como un jugador más de la partida internacional, ministros de PokerStar. Hay que ingresar al mundo, es necesario hacer buen papel, reconquistar capitales, obedecer los organismos internacionales, recibir la autorización, felicitación del jefe, aumento de sueldo. El saber privatizado, la vida cotidiana tecnificada. Se reduce la capacidad de maniobra, se evitan las resistencias: el shock paraliza, desconcierta. Para lo que excede esos controles están los palos, las balas y los carros hidrantes, las fuerzas de seguridad bien distribuidas. El Estado se reúne con los especialistas y decide, para eso están, para eso se les paga. Estamos ante la emergencia del papel de contribuyente como actor político de la escena nacional.  

El mito sin origen

¿Cuánto tardará el factor económico en romper el consenso manodurista -represión a pibes chorros, pobres, ñoquis, militantes, mantenidos? La política de shock inyectada estos primeros meses permite compensar el desgaste con el impulso de novedad. Ya hubo aumentos de precios, tarifazos, despidos masivos, baja intensidad institucional, desprecio por las minorías, emergencias y estados de excepción, represión a la organización social –no reducido a la protesta, para toda forma de reunión/comunión amenazante-, criminalización de la protesta social –el encarcelamiento de Milagro Sala ejecuta algo que venía germinando y que ahora estalla con el aval directo del poder Ejecutivo-, llamado a paritarias “enmarcadas”, nuevo endeudamiento y subordinación transnacional, reemplazo de la militancia por el hombre neoliberal, ejecutivo, con buen rendimiento y competitividad. En el ánimo social la agitación de la militancia se contrapone con la concesión resignada del “darles tiempo”.   

Ese mito del Estado eficiente no tiene origen, es pura novedad. Recoge las líneas de la herencia histórica, va al siglo XIX, vuelve al ’55, se embebe del Proceso, se nutre del ’83, se reconoce en los ’90 y explota en el 2001. Hasta ahí la historia antigua, esto es historia moderna. En eso anida su fe en la eficacia de los planes aplicados, el efecto de teoría. Como el dinero, su centro de irradiación, tiene un nacimiento absoluto, todo nuevo, por eso las manchas del pasado no lo afectan.  

Esa esperanza en que funcione la perfecta planificación se posa sobre un acuerdo común por el sacrificio: todos juntos contra lo que subvierte la tranquilidad. Llegado el caso, es imperioso resignar algunos beneficios económicos a cambio de las garantías para la vida en paz, sin riesgos, sin presencias merodeadoras.

Mantener el crédito del buen empresario, el hombre exitoso, es una necesidad para que el poder económico no se vea contagiado por la política, que se pierda la confianza, substrato elemental de cualquier jugada financiera. ¿Cuándo la exposición escandalosa del vínculo con el dinero deriva ya no en la expectación exaltadora, sino en un gesto de insumisión? ¿De qué modo se abrirán los tajos inevitables de ese consentimiento colectivo y brotará esa otra sensibilidad contenida, reprimida, perseguida?

La banalización del mal, exhibido como una consecuencia lógica del modelo de sociedad libre –alguien tiene que perder-, no funcionaría sin la prepotencia de los mejores, la épica de la imposición y el dominio. Hay que humillar al otro, hacer sentir la inferioridad. En eso consisten las relaciones financieras, de absoluto extractivismo. No hay ayuda, la caridad es esperar que el otro alcance el máximo de necesidad, se reduzca al mínimo grado de humanidad, sea rescatado, intercambio de dependencias. 

El factor radical

Hay una clave generacional para leer la transición entre el kirchnerismo y el gobierno de Cambiemos. Llegaron al poder los hijos de la dictadura, criados con esa concepción aterrada, conservadora, de moderación y lejanía respecto a la política. Están los vástagos que aprendieron de los que promovieron, sostuvieron y, llegado el caso, sustituyeron dictadores; niños prodigios o herederos hábiles de los cómplices civiles que montaron un Estado al servicio de sus negocios. Pero su ascenso en el poder político no puede desligarse de los otros rasgos generacionales, la timidez, el silencio, el rechazo del conflicto, el terror.  

El pragmatismo liberal del equipo de gobierno se constituye en ese plano sensible, articulado en torno a un elemento central: el dinero y su reproducción infinita. Lo que no da plata no sirve, hay que salvarse, hacer la vida propia, buscar dinero. Siempre proyección, destello tras destello. El pesimismo político es común a ese entusiasmo del dinero: todo está podrido, nada es realizable por esa vía. Como la política fracasó, es la oportunidad para los empresarios, teóricos del mercado, intelectuales de las finanzas. 

De ahí se deriva el régimen fuertemente autoritario organizado con la predilección por el mercado de acciones. Genera dependencia y sometimiento, y se desdobla en desprecio por lo propio, consecuencia de la situación asimétrica, el subdesarrollo. Algo falta, hay que comprárselo a los que lo tienen. Pero nada más antidemocrático que el mercado, que tiende a concentrarse y monopolizarse. Tienen que buscar los fundamentos de su republicanismo en otros terrenos, recuperar las tradiciones que lo solidifican como frente político.

El factor radical es imprescindible para el buen funcionamiento de ese artefacto. Además de la extensión del armado territorial –legados feudales, tradicionalismo conservadores, retazos del vaciamiento del interior-, con sus caudillismos regionales que le facilitaron la victoria en distintos distritos del país y la gobernación en algunas provincias, aporta una narrativa de sus fuentes de republicanismo y pasión democrática, un afán que se remonta al principio memorable de la organización nacional y se reinaugura en la recuperación democrática, la gesta del ’83, hecho triunfal de ciudadanos comprometidos, negadores de la violencia.

Haciendo eje en las libertades civiles, individuales, ese institucionalismo gira alrededor de una pregunta siempre postergada, en un estado de permanente debate –en eso puede interrogarse su amor declamativo a la libre opinión-, las comisiones discurren siempre dentro de los límites y condicionamientos demarcados para ejercer esa libertad, siempre de expresión, nunca de actos, siempre formal, nunca material. No se nombra la cosa, se da vueltas y vueltas alrededor de la fogata, el fuego quema. Ese componente de hipocresía embrionario de la democracia es un complemento cardinal del cinismo Pro, el gobierno de Cambiemos son los Ceo’s montados sobre el radicalismo de derecha, el pejotismo menemista y algunas partes de las derivaciones lopereguistas que fueron subsistiendo. Esa composición lleva a indagar sobre sus implicancias, más allá de las políticas.    

Con esas capas de gobierno contactan los lenguajes viejos, a destiempo, la lengua que no puede nombrar lo que sucede, que ante cada golpe, pregunta qué pasa, esa piel sensible aterrada con la marginalidad de esas vidas que se despliegan alrededor, fantasmas que salen de los barrios e irrumpen en el centro, que arrancan de un manotazo toda pátina y cobertura y muestran la realidad superadora, pinchan la incertidumbre. 

Esa insurgencia básica, la mera contrariedad, es imperdonable, están siempre del otro lado, sobre ellos hay que actuar, de ellos dependen los problemas, ellos portan el conflicto. Cinismo e hipocresía se unen para sostener ese acuerdo represivo. Por eso la respuesta no puede evitar el autoritarismo. Son las soluciones concretas ante el desorden, una reacción defensiva, alarmando por el riesgo de la normalidad; y una ofensiva, buscando los enemigos y atacándolos, apagar lo vivo.

La política gerencial

La gerencia política, la adultez juvenil de jefe canchero, establece su relación con la novedad como principio de toda práctica, pragmatismo de lo mejor (funcional-eficiencia). El rechazo a los antiquismos del pasado es parte del proceso de deshistorización. La fe tecnológica es posible quitando toda historicidad al trabajo. La automatización, paraíso de la logística. El poder recae sobre los dueños de las patentes, la propiedad del elemento. La inteligencia artificial es el sueño del capital, universo financiero, sin fuerza humana. Desmaterialización, todo fluido sin rozamientos, logística administrativa.

Su ideario tiene su centro en la pasión –refuerzo del autoestima-. Es un paso del apotegma del “tiempo es dinero” a “mi vida es mi vida”. La suplantación de la ética del trabajo por la del dinero subyace la tiranía de las patentes, el intento de fijar cánones de uso, la apropiación absoluta, que alcanza a los elementos vivos, patrimonio común. La avanzada sobre las semillas, germen del agronegocio extractivo, es el registro que copó el Estado y se derrama sobre todas las instancias vitales. Cadenas productivas fuertes, con mando centralizado, experto, dueño de la tecnología.

Ese regreso de lo privado por intermedio de lo público puede ser entendido como uno de los efectos del consumo ya no como forma de inclusión, sino como mezcla material para construir derechos: la nueva derecha se reconstruye sobre esa ampliación. El anverso trágico del estallido social, el asco por la corrupción –desviación humana- para ofrecer un modelo de gestión computarizada.

No hay derechos de antemano, lo humano es un recurso que se valúa. Por lo tanto, los derechos se consiguen. Deben ser ganados y para eso se implementa una regla de la sumisión. Disciplina y humillación, par que sirve para preguntarse sobre cuarteles a cielo abierto, el servicio militarizado en las calles, los pedidos seguritistas. Las reglas del mercado rigen en la vida diaria, es una puja financiera, de extracción de beneficios y merecimientos. 

El goce permitido

Esa función de la ganancia permite pensar en un nuevo estatuto de ciudadano: la irrupción del contribuyente, una forma de clientelismo invertido. Un estado meritocrático ligado a la disposición anímica. Ese vacío teórico es ocupado por la autoayuda, espiritualismo de shopping-disco-zen, lo new age, la búsqueda entregada del equilibrio emocional, formulaciones aforísticas que terminaron por dar lugar a una especie de nietzcheanismo del orden, un conjunto de frases y repertorios prácticos para evitar los huecos de la angustia. La gran clase media extendida, una clase que se desconoce, no reconoce su propio origen, no se pregunta por sí misma. Un mantra colectivo sugestionado por la alegría cínica –policial- de los ganadores, adaptarse y crecer. 

El impuesto, el acto de contribución, es visto como un sacrificio: en eso recala la disparidad entre el ciudadano y el bastardo. El Estado que exige responsabilidad, que pone en común, es reemplazado por una agencia que atiende a sus socios. El subsidio es una consignación al bastardismo, dilapidación, antifinanciero. Esa acentuación de las desigualdades generadas por la estructura económica se reproduce en la asistencia al humillado que acepta su condición.

Hay en eso un reparto del derecho al goce. El privilegio es del propietario, el que tiene las cartas de acceso a los objetos de goce, lo concreto desmaterializado. La compra como concretización esporádica y fugaz del dinero. No hay hechos en sí, sino destellos. No importa tanto la cosa como la capacidad del sujeto financiero para participar de su circulación, también su fluidez.

En ese escenario aparecen los ganadores llamando al sacrificio colectivo: se muestran como gente común entre comunes, adoptan gestos, maneras, jergas, evidencian lo posible. Es la ley de atracción, desear para tener, que se expresa en un aplanamiento de las diferencias, la homogeneización de las clientelas. Hay que deslomarse para gozar. Genera tirria el goce de los que no lo merecen, los que acceden sin permiso, los colados. Otra de las reacciones al consumo para todos. La ampliación de derechos, su reconocimiento, justifica la respuesta represiva al goce no autorizado, descontrolado, fuera de los límites fijados. La competitividad se institucionaliza: hay que ratificar la pertenencia al mercado dador de autoridad. El goce silvestre, riesgoso, amenazante, genera inestabilidad, rompe el campo de permisividad. La alegría espiritualista resulta contenedora de los excesos –las fugas-. La crítica es resentimiento, hay que agachar la cabeza y buscar el objetivo.

Sin lugar para los pequeños: Buryaile desmantelo la Secretaria de agricultura familiar // Sebastián Premici

La Secretaría de Agricultura Familiar quedó diezmada. El ministro Ricardo Buryaile ordenó, por pedido del área de Modernización que conduce Andrés Ibarra, la eliminación de la Subsecretaría de Fortalecimiento Institucional que garantizaba la participación de todas las organizaciones campesinas y agricultores familiares en la implementación de las distintas políticas del área. En Jujuy ya echaron a 23 personas, sumado a una campaña a través de grandes medios de comunicación para desprestigiar el trabajo territorial de dicha área. Así lo denunció a Página/12 Diego Montón, representante del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI). Los campesinos denuncian que las primeras medidas del gobierno de Mauricio Macri fueron para los sectores concentrados tanto de la Pampa Húmeda como de las economías regionales: eliminación de retenciones y devaluación. Los pequeños productores siguen esperando.
“Tenemos la necesidad de desenmascarar la farsa de las economías regionales. Hasta ahora todas las medidas fueron para los empresarios concentrados de algunos sectores como la vitivinicultura, las frutas o la yerba. Los pequeños productores no aparecen en esa ecuación. Al macrismo no le interesa el mercado interno”, aseveró Montón.
–¿Por qué sostienen que el actual gobierno no privilegia la agricultura familiar?
–Buryaile tardó casi un mes en designar al secretario del área. Si bien dicen que mantendrán el diálogo con todas las organizaciones, lo primero que hicieron fue eliminar la subsecretaría que garantizaba la participación de todas las organizaciones del sector. Empezaron con despidos en Jujuy, sumado a la operación mediática para desprestigiar el área. A Buryaile no lo vas a escuchar hablar de la agricultura familiar. Cuando habla de cuestiones productivas, siempre tiene un discurso enfocado en los agronegocios –respondió el representante del MNCI y Vía Campesina. Agroindustria informó ayer que luego de dos meses de gestión, el secretario del área, Oscar Alloati, estuvo reunido junto a Buryaile con todos los delegados provinciales de Agricultura Familiar.
–¿Cuál es la respuesta que les dio Alloati por la eliminación de la subsecretaría?
–Que era una decisión del Ministerio de Modernización. Ellos tienen el concepto de que las organizaciones sociales despilfarran los recursos. Nosotros le decimos que estamos dispuestos a cualquier auditoría. Si lo hacen van a encontrar que teníamos más controles que otros organismos. La mirada que tienen es bien liberal, ayudar a las familias de manera individual. Por eso les molestan las organizaciones sociales –sostuvo Montón.
El año pasado el Congreso sancionó una ley de reparación histórica para la agricultura familiar, que entre sus capítulos incluía la suspensión de los desalojos por conflictos de tierra, la creación de un banco de tierras para distribuir entre campesinos y agricultores y financiamiento para los productores.
“Los dueños de la tierra se han vuelto más agresivos frente a los campesinos. Incluso en aquellos casos donde teníamos sentencias a favor están avasallando nuestros derechos, porque nadie se los impide. En Mendoza, en Santiago del Estero, en Misiones, se viene dando una sucesión de hechos complejos. Con la llegada de Macri, los empresarios dijeron ‘ahora nosotros estamos en el poder y la tierra nos pertenece’. A esto hay que sumarle la virulencia de las fuerzas de seguridad”, indicó el representante del MNCI.
La ley de agricultura familiar todavía no fue reglamentada en su totalidad. Sin embargo, varios de sus principios ya funcionaban. En el ministerio existía un área que se encargaba de monitorear los conflictos por desalojo. Ahora nadie se ocupa del tema. Según Montón, esa virulencia que empieza a rebrotar por parte de los empresarios está en sintonía con el desmantelamiento del Registro Nacional de Trabajadores y Empleadores Agrarios (Renatea) tal como proponen Macri y Gerónimo Venegas. “Eso nos golpea mucho porque hay muchas familias campesinas que en época de zafra hacen esos trabajos. El desmantelamiento del Renatea es otra señal de cómo se va a vivir en las zonas rurales”, aclaró el representante de MNCI.

Represión de economías populares y especulación financiera // Biscay, Arduino, Berguier y Carpineti


En su editorial del pasado 6 de febrero, titulado “Venta callejera y mafias” el diario La Nación establece un vínculo directo entre manteros, comerciantes callejeros y delito. La operación es tan burda como eficaz, se coloca al emergente de esas economías informales en las que conviven prácticas legales e ilegales, como el ícono de lo criminal, ilegalizando a los trabajadores que a diario se despliegan en las calles y plazas de los grandes centros urbanos.
Todo ello, aunque es música vieja, mientras atravesamos un contexto social, político y cultural redefinido a diario mediante políticas de shock y show, apoyadas en la retórica del par emergencia/amenaza que privilegia como estrategia de intervención el sobrecontrol de los sectores populares y sus territorios, con la misma intensidad con que retrocede el control público sobre las finanzas y el capital global.
Otra vez, quien se pasee por ciertas zonas de la ciudad verá escuadrones policiales de uniforme variopinto, dirigiendo el peso de la violencia estatal hacia la superficie más visible de esa enorme marea que son las economías informales, nos referimos a feriantes, manteros y artesanos, en su gran mayoría tironeados entre la explotación patronal y la coima policial. .
En casi las últimas dos décadas la industria textil local se expandió, de la mano de una economía muy informalizada en la que se transitan extremos que van desde personas que llevan adelante estrategias de subsistencia, explotadores que someten a la clandestinidad, intermediarios crediticios que obtienen suculentas ganancias y se benefician de la condena al pago ad infinitum de montos excesivos mientras se restringe el acceso a créditos propios de los sectores formalizados, pasando por las grandes marcas que hacen de la esclavitud laboral el ingrediente clave de sus recetas del éxito.
Sin embargo en ese complejo entramado de relaciones y roles la intervención estatal privilegia una vez más el show policial, que agrava la dependencia de los más débiles; así se renuncia a la integración y reconocimiento a través de derechos mientras ni siquiera se conmueven las estructuras criminales, más bien las robustecen. Cada operativo de limpieza – dirigido a los feos, sucios y malos de siempre- también fortalece la pantalla que asegura opacidad y discreción para que las dimensiones realmente sofisticadas y beneficiadas de esa informalidad mantengan los negocios de siempre.
No nos es posible dejar de señalar, que esta rutina de la ilegalización a través de diversas formas de humillación comparte la escena pública con la decisión de ofrecer a lo más granado del capital financiero el manejo de los mecanismos soberanos de control.
¿Por qué es importante tener clara esa coexistencia? Porque mientras los sectores más dependientes de esa economía popular son asfixiados, el establishment financiero mantiene sus cuantiosos negocios sometiendo a los pobres en un espiral de endeudamiento a través de préstamos con tasas salvajes, colocados a través de empresas financieras especialmente armadas para dar crédito a los sectores populares. El pibe de barrio saca en estas financieras un préstamo pagando tasas que oscilan entre el 100% y el 200% del capital prestado, de modo que se endeuda entre una y dos veces más que un “chico bien” por las zapatillas que se compró. Ni bien dieron crédito, estas financieras venden su cartera de préstamos a los bancos de primer nivel, que pagan por aquellos un descuento considerable que les permite recibir dinero fresco para seguir prestando. Esta rueda empieza a girar y a medida que toma velocidad genera mayor ganancia.
Por eso del otro lado, siempre está el banquero que sabe que la economía de las finanzas populares es un negocio que él puede financiar con un costo del 25 al 30% (que es el costo por tomar un depósito a plazo fijo).  En resumidas cuentas, con el dinero captado del público a un 25% 30%, se financia toda una estructura de préstamos usurarios que llegan a tocar tasas del 200% que aparecen en auxilio de los sectores populares, firmando con su concesión una de las prácticas financieras más brutales y perversas.
La deuda financiera, que es el instrumento de presión política que los mercados financieros internacionales ejercen sobre la soberanía de los países, también recae como una mochila con todo su peso sobre la espalda de los sectores populares. Las finanzas son así, subjetivas y corporales atacan en lo macro y en lo micro,  cuentan siempre con el poder de fuego de la represión policial  y el ensañamiento judicial con la vulnerabilidad, pero también con garantías de impunidad para el statu quo.

Veamos el espectro aún más amplio. Mientras de un lado el poder ejecutivo designa a los abogados del HSBC para llevar adelante la política pública de control de lavado de activos, otros hacen de sheriffs sobre los eslabones más débiles de la cadena económica. Entonces, así como no se mira el delito en el mundo de las finanzas del establishment, las sacralizadas, el mundo de las finanzas populares, las profanas, lidia día a día con las operaciones distractivas o menores que caen sobre ellas so pretexto de la amenaza de turno, del enemigo azuzado por los medios y por un Estado que se vale de prejuicios para negar derechos en lugar de desmontarlos para construir ciudadanía inclusiva.
¿En qué contexto se nos presenta esta voracidad represiva que privilegia la mira sobre las economías populares? Aun cuando quedan incógnitas, es posible avizorar una reedición de privilegios que inclinen la escena hacia hacia una economía de especulación, En la Argentina de hoy una tercera parte de la clase obrera se encuentra precarizada, no tiene trabajo formal y el rumbo de los acontecimientos indica que, hacia el futuro, difícilmente vaya a conseguirlo. Nos encontramos entonces con la necesidad de la organización de los trabajadores de la economía Popular, trabajadores que buscan y recrean nuevas formas de subsistencia y reproducción de la vida, con más razón aun cuando desde las usinas de poder se los señala como la expresión de lo ilegal y se los consolida como enemigos, mientras quienes usufructúan de los beneficios y al renta son sacralizados a diario mediante ritos de impunidad.

Querer vivir // Silvio Lang


Pienso en al menos tres emplazamientos de la ontología del presente macrista como proceso de derechización de la cultura y su reproducción de formas de vida:
1) Por un lado, la producción obscena –a la vista- de un anti-relato reactivo de la “década ganada” o la ficción de hegemonía kirchnerista, es decir, todo lo que durante un período de tiempo el Estado y la sociedad civil “empoderada” de capacidad de consumo y nuevos derechos identificamos como la felicidad consensuada –nuestros 12 años felices. Todo lo que remueven hay que erosionárselos, discutirles todos los planteos.
2) A la par, una re-estructuración de las fuerzas del capitalismo y su producción de la forma de vida sensible-insensible neoliberal a escala planetaria, que en Argentina estalló en el 2001, al que siguió una tregua democrática de la guerra del Capital, que permitió algunos procesos ambivalentes de alternativas llamadas progresistas y neodesarrollistas en gran parte de Latinoamérica. Extraer tanto las continuidades como las rupturas del kirchnerismo-macrismo en la línea de vida neoliberal. Poner en cuestión la verdad realista-costumbrista neoliberal desde las fotos domesticas de Juliana Awada hasta la teleserie k “La leona” o la dramaturgia bienpensante de Mauricio Kartun.
3) Inherente a estos dos procesos, y es esto lo que más me da que pensar como singularización porque lo conozco desde mi temprana experiencia en mi lugar de origen, La Pampa, la constitución de un deseo de ordenamiento cultural basado en el orden patriarcal, machista y criminal de tu vida, con base en el cristianismo, ya sea con revestimientos new age o de la cultura de lo banal, lo que Diego Sztulwark va a llamar “Cultura de lo Normal”, o desde el movimiento LGTBI, podríamos llamar “heteronormatividad”, noción que, quizás, nos quedó trasnochada.
La Pampa fue para mí y para muchxs un campo concentracionario, es decir la experiencia del fascismo que te mata: ya a mis 5 años masacraron y asesinaron, en la bañadera de una escuela hogar, a mi tío adolescente por puto, mi primer amor… Lo que no se podía hacer en La Pampa era repartir las palabras; hablar o actuar las pasiones sensuales, amatorias y políticas de los cuerpos en las calles y en las prácticas artísticas; tejer redes de solidaridad por fuera del orden familiar; intelectualizar los actos; querer a los negritos de los barrios y a todos los cuerpos y subjetividad raras de la ciudad… Todo lo que una banda de desacatados hacíamos y por lo cual recibimos unos cuantos golpes. Sin embargo, todo lo que hay que reactualizar más aún cuando la cultura se normativiza en una “década ganada” y pierde en las urnas con el fascismo. La experiencia del terror fascista la tengo inscripta como estigma en el cuerpo, hasta en la superficie de la piel. Pero todo estigma es una cicatriz y una cicatriz es la marca corporal de la memoria de una fuerza anterior de sobrevivencia y de contrapoder. Entonces, creo que de lo que se trata hoy, en todos nuestros bandos y esquinas es de reactualizar esas fuerzas de “violencia defensiva” inscripta en nuestros cuerpos, articular las experiencias e inteligencias comunes de sobrevivencia colectiva, no por una ideología, si no por el deseo afectivo-corporal de querer vivir.

El concepto de lo político // Diego Sztulwark


¿Cómo entender el paso de una relación con el estado que pretendía aportar un máximo de politización de lo social a una coyuntura como la actual, tan orgullosa de su repliegue tecnocrático?  La idea misma de un máximo de politicidad conduce a Carl Schmitt, para quien el concepto y la especificidad de lo político pasaba por su capacidad de decidir la enemistad. Su “todo es político” remitía en última instancia al hecho que la elección de las relaciones amigo/enemigo terminaba por teñir toda otra realidad del campo social: de la economía a la religión. La política, por tanto, no era para él una esfera determinada de la realidad sino un campo vivo de intensidades. Luego de haber escrito que el estado se definía como el monopolio de la decisión política, hechos como la Revolución Rusa y la emergencia de un combativo proletariado industrial en varios países de Europa lo llevaron a invertir la definición: la estatalidad se organiza al interior  de este campo de intensidades definido por una pluralidad de actores que disputan la decisión de enemistad.
La política es la actividad dedicada a producir soberanía, es decir, la aptitud para fundar un orden adecuado a una unidad colectiva irremediablemente atravesada por la división y conflicto (que tiende a la crisis), y por la lucha (que tiende a la guerra). Este componente agonal le da a lo político, dice Schmitt, una realidad existencial, ligada, en definitiva, con la muerte. Esa existencialidad se pone en juego en la toma de la decisión, esencia misma de lo político. La persona que decide (una o muchos) adopta de hecho un carácter heroico (fuente de legitimidad carismático-legal) al asumir lo que ya nadie quiere asumir: las consecuencias que surgen de la acción. Una acción que es soberana porque decide la crisis y actúa normalizando la situación, salvando el orden público. Conservador o revolucionario, el político decisionista es aquel que pone en práctica esta determinación de ocupar el estado, declarar la excepción e imponer de hecho una salida: un orden válido y estabilidad.
El concepto de lo político fascina por la agudeza de su crítica al humanismo liberal y a toda forma de repliegue de la decisión sobre lo privado, sea en nombre de una moral de tipo liberal social –eso a lo que hoy llamamos “progresismo”– o de un neoliberalismo tecnocrático en manos de corporaciones. La actualidad del pensamiento de Schmitt consiste, precisamente, en este virulento rechazo de toda formas de despolitización, es decir, de extirpación el antagonismo de lo social, en tanto confinan lo político al “diálogo” y el problema de la unidad del orden a lógicas económico-técnicas. Al determinar lo político como campo de intensidades, Schmitt colocaba la decisión política como fuente de sentido último para las más variadas prácticas sociales.
Más que un pensamiento de la crisis, el de Schmitt es un pensamiento del orden, auténticamente devoto de la tradición católica y del pensamiento de Hobbes (a quien considera inspirador del proceso de secularización de lo teológico cristiano en lo jurídico moderno). Sólo que el orden político que piensa Schmitt  no le escapa a la crisis sino que la asume frontalmente, la atraviesa y recoge de ella los elementos válidos para su normalización. El orden se funda en la capacidad de declarar el estado de excepción. Si algo irrenunciable hay en este pensamiento de Schmitt es su atracción por lo extremo, el descubrimiento del valor cognitivo y ético de la excepción por sobre el de la norma que la encubre.  Descalificar la obra de Schmitt por el hecho de haber sido nazi implica desaprovechar un pensamiento aún desafiante.
Elementos de esta revalidación de lo político –a partir de un Schmitt convenientemente parcializado, depurado y matizado (Chantal Mouffe)– se hicieron presentes en los intentos de los últimos años por reponer la legitimidad de lo político estatal frente a lo arrasador neoliberal. Remozadas a un contexto postdictatorial, las tesis de Schmitt resonaron productivamente en la defensa de la autonomía de lo político-estatal frente al dominio de la economía concentrada y la influencia de los grandes medios de comunicación. Aunque fueron también esgrimidas, todo hay que decirlo, contra las subjetividades de la crisis (lo hemos visto durante la crisis del 2001 y sobre todo en los años posteriores). Este agrupamiento de situaciones diametralmente opuestas –de un grupo empresarial-mediático a unas organizaciones piqueteras autónomas- en un mismo paquete de la “antipolítica” constituyó desde el vamos un elemento despolitizador interno A la pretendida máxima politización de la sociedad. 
Esta paradoja de una voluntad de politización habitada por una despolitización  tuvo al menos dos dimensiones. Al declarar la enemistad a las corporaciones, el estado que promovía la politización social lograba denunciar efectivamente operaciones empresarias y dinámicas ominosas del mercado mundial abriendo espacios de participación y de movilización, sin cuestionar (primer elemento despolitizante), si quiera a nivel de un pensamiento con vistas a reformas futuras, su propia y profunda inserción en esta misma trama corporativa y global. A la larga, esta limitación –esta dependencia estructural del estado politizador de la trama a la que decía combatir– inhibió a lo político de una relación abierta con la crisis y lo enfrentó a quienes cuestionaron el modo vigente de acumulación.
Igualmente despolitizante (segunda dimensión) fue la inconsistente declaración según la cual todas aquellas organizaciones sociales y comunitarias que cuestionaron el modo de acumulación sin compartir las expectativas de una politización desde arriba forman parte de la antipolítica (en tanto movimiento destituyente) . Lo claudicante de esta declaración es el modo en que debilita el núcleo mismo de lo político como decisión y hostilidad. El movimiento social y comunitario vinculado a la crisis es muy político precisamente por el modo de asumir de modo inmediato la intensidad de la enemistad, y de otorgarle a la decisión política una densidad material y una ampliación a la actividad reproductiva a un punto al cual el estado vigente de diseño liberal no tiene cómo llegar. Este mismo estado, que en virtud de su razón sólo sabe pensar en términos de público y privado, no ha sabido leer la capacidad de decisión política de estas organizaciones sino como privatización de la decisión. Y en lo que respecta a la enemistad, las organizaciones comunitarias en lucha la han dirigido plenamente contra el modo de acumulación (combinación de elementos neoextractivistas, neodesarrollistas y de explotación financiera) respecto del cual el estado se mostraba extremadamente dependiente. 
En esta última confrontación el estado se condena a rechazar a todos aquellos movimientos y organizaciones que no consideraran que el problema de la enemistad que divide al campo social comience y acabe en el estado, y a desconocer, por falta de categorías, todo elemento de radicalidad social que no se adapte a la percepción de lo político cuya imaginación vaya mas allá de lo público como adaptado a lo estatal. Las dos dimensiones de esta paradojal de esta politización-despolitizante son: el esfuerzo por compatibilizar el elemento de confrontación con el del respeto por ciertas directrices duras del modo de acumulación y consumo; la inclusión abusiva en el paquete de la “antipolítica” de todo protagonismo no obediente a la reducción del par público-privado con las que piensa el estado de diseño liberal.  La dificultad para identificar y radicalizar los límites que esta paradoja planteaba resulta hoy día capitalizada por el tipo de consenso que actualmente intenta consolidar el macrismo.
Y no es que al pensar esta paradoja haya que ignorar la debilidad política de las organizaciones y movimientos sociales que plantean vías diferentes. Ya desde el 2001 se hacían presente dificultades como tales como la estereotipización de las organizaciones, la inmadurez para afianzar de modo expansivo una articulación más próxima entre decisión política colectiva y modos de reproducción social sin explotación, la fragilidad por momentos extrema frente a la neoliberalización de los vínculos. Sin embargo, y a pesar de todo eso, el problema de una comprensión más radical de lo político se actualiza cada vez que se defiende un territorio frente a la desposesión y al despojo, sea frente a Monsanto, ante la violencia patriarcal o en plena avenida Avellaneda.
Al personificar la decisión política en un héroe–heroína decisor que salva el bien público –sea este héroe de izquierda o de derecha– se asumen ya, con total realismo, las premisas de lo político despolitizante. Sobre todo porque en el político decisionista tiende a prevalecer el componente espiritual de la decisión. La voluntad soberana a la Schmitt no se desprende de tanto de la naturaleza del antagonismo que determinan la crisis como de la actividad histórica de un logos teológico. En este punto no hay como seguirlo. Sobre todo cuando disponemos de una igualmente fascinante comprensión de lo político, de signo opuesto a Schmitt, como la de Antonio Gramsci, que sí se preocupaba por pensar el continuo material que se teje entre crisis, antagonismo y decisión (siendo de hecho esta preocupación lo comunista en Gramsci). Sólo que para el italiano, este problema de la decisión se hace presente como tarea de creación de un “príncipe colectivo” capaz de trastocar el orden jerárquico entre gobernantes y gobernados, superando la experiencia actual del estado. Con Gramsci podemos replantear la cuestión en otros términos. Lo que está en juego en nuestras sociedades no es sólo el problema schmittiano del valor de una subjetividad que asume la decisión y el antagonismo contra las corporaciones (y esto dicho en momentos en los cuales, sobra decirlo, las corporaciones poseen prácticamente todo el poder de decisión sobre las vidas), sino la necesidad de transformar el modo mismo de establecer la enemistad política y de pensar la decisión más allá del estado en su diseño actual: la necesidad de concebir, si de construir otra fuerza se trata, un decisionismo más denso y material. Mas pegado a la defensa de los territorios y atento a la proliferación de la ultra explotación laboral. Más colectivo y abarcador. Cierto que las condiciones para plantear el problema son cada vez más hostiles. Pero ¿qué interés puede guardar la política si no afronta de lleno este tipo de problemas? 

Formatos estandarizados de comprensión de los otros // Diego Valeriano


Hace unos años Prat Gay propuso formalizar a los feriantes de La Salada ¿Sabes por qué? Porque les tiene miedo, porque sabe que las vidas runflas son su principal enemigo, lo eran en ese momento, lo son ahora.
Frente al banquismo de la restauración careta,  las vidas runflas y su capitalismo de abajo, emergen como los  verdaderos contrincantes. Prepotentes y desordenadas; pero con una convicción: se juegan verdaderamente la propia día a día.
¿Y las plazas? Sin duda alguna los artistas, empoderados y militantes están más cerca de Prat Gay; aunque contrincantes en la política; comparten el temor por el runflerio.
Y está bien, son de temer, vienen por todo. Son una expectativa de la viralización de mundos posibles. Horribles por una lado; festivos, revolucionarios y conflictivos por otro. Vitalización de formas de vida que asusta.
Y como asusta hay que minimizarlos, explicarlos, victimizarlos. Las vidas runflas no son trabajadores de la economía popular; son muy otra cosa. Son una fuerza indómita, son una fiesta, son construcciones improbables y artificiosas. No son organizables con los nobles parámetros de la política.

El término popular los minimiza, no los describe. Son la expresión de lo ilegal, sin duda alguna son el enemigo. Uno que acecha formas de vida cristalizadas, carreras, morales, consumos y  formatos estandarizados de comprensión de los otros desde la política.

Manifiesto por las libertades civiles en España y Europa

Por la libertad sin cargos de los titiriteros

Europa marcha hacia su decadencia. El continente que pretendió emerger de la posguerra como garante de las libertades y derechos civiles, se está hundiendo en la naturalización de la barbarie y en el vacío de una forma de gobierno crecientemente autoritaria. Enfrentada a la crisis más severa de su historia reciente, ha elegido el peor de los caminos, emprendiendo políticas que creíamos erradicadas.
En términos económicos, la austeridad no ha conducido a la prometida recuperación del crecimiento. Antes bien, parece que nos veremos obligados a atravesar un largo periodo de estancamiento, de crecimiento de las desigualdades y de concentración de la riqueza. A su vez y ante el creciente descontento interno, muchos países de la Unión han apostado por una política desinhibidamente represiva. Así se observa en la reducción de la tolerancia institucional hacia la protesta, en la construcción recurrente de la figura del “enemigo interno” y en la centralidad de la “guerra contra el terror” como sustituto del principio legítimo del derecho a la seguridad. Prueba de esta tendencia es la cruel indiferencia, cuando no la obvia criminalización, con la que los Estados europeos tratan a las poblaciones africanas y de Medio Oriente, que huyen de conflictos en los que la Unión parece tener no poca responsabilidad.
Hasta la propia Francia, en otro tiempo formidable espacio de conquista de libertades y derechos, ha devenido laboratorio de un nuevo modelo dirigido a limitar las libertades civiles. Ante el avance de la extrema derecha interna y los atentados del islamismo radical, un gobierno socialdemócrata se ha arrimado al carro del gobierno securitario y el Estado de emergencia. Otro tanto ha sucedido en Bélgica. Y ejemplos de gobiernos aún más radicalizados (para lo peor) los encontramos en países de Europa del este como Polonia.
España no ha quedado al margen de esta siniestra tendencia a la restricción de derechos y libertades. Aunque las libertades civiles fueron quizás la parte más reconocida y desarrollada en el capítulo segundo de nuestra Constitución, los sucesivos cambios del Código Penal y el uso político de la judicatura han ido haciendo una interpretación cada vez más restrictiva de las libertades fundamentales. Así lo hemos visto estos días, con la declaración en la Audiencia Nacional y la prisión preventiva de dos titiriteros por el simple hecho de interpretar una obra de ficción en la calle. También, en fechas recientes, hemos asistido a la celebración del juicio a los “8 de Airbus”, todo un sumario político contra el derecho de huelga y que afecta a los cerca de trescientos encausados por este motivo.
Son simplemente dos casos que se suman a sucesivos cambios de la legislación, como la reciente ley de seguridad ciudadana, también llamada “Ley Mordaza”, que permite los “registros preventivos”, blinda la autoridad policial frente a la palabra de los encausados y generaliza las multas para hechos no tipificados con contenidos claros, permitiendo el arbitrio y la discrecionalidad. Esta ley constituye la última de las modificaciones punitivas y restrictivas de derechos realizadas, y se añade a sucesivas modificaciones del Código Penal.
Conscientes de que sin derechos civiles no existe siquiera el basamento mínimo de una democracia, y ante la preocupación por la rápida involución hacia el autoritarismo en muchos países de la Unión, los abajo firmantes exigimos a nuestros representantes políticos en Europa que trabajen por el reconocimiento y ampliación del derecho europeo al asilo y que se establezca algún tipo de carta que, a nivel continental, blinde los derechos civiles.
En la misma línea, pero en relación con la legislación y la arquitectura institucional española, exigimos:
  • La inviolabilidad efectiva de los derechos de libertad de expresión, manifestación, asociación y reunión. Esto implica la derogación de la Ley Mordaza, así como de todas las formas de represión burocrática para hechos que no constituyen claros comportamientos sancionables.
  • La garantía plena del derecho de huelga, lo que supone la derogación del artículo 315.3 del Código Penal reconocido como “delito de coacción a la huelga”, que ha sido utilizado contra la movilización de los trabajadores.
  • La independencia efectiva de la judicatura de intereses políticos y económicos, y la plena garantía del derecho a la Justicia. Dentro de este capítulo cabe considerar la reforma o liquidación de la Audiencia Nacional, que actúa a los efectos como un tribunal de excepción.

http://www.porlaslibertadesciviles.org/

***

Firmantes Iniciales

  • Noam Chomsky -Professor Emeritus, Massachusetts Institute of Technology (MIT) 
  • Antonio Negri -Filósofo y ensayista
  • Tariq Ali – Escritor, cineasta e historiador
  • Carlos E. Bayo – Director de Público 
  • Sivia Federici – Emerita Professor – Hofstra University – Hempstead, New York
  • Javier Gallego CRUDO – Periodista
  • Ana Barba – Edafóloga, Miembro de CB Radio y activista social 
  • Wu Ming – Colectivo de escritores, Italia
  • Alejandro Gómez Selma – Presidente de ALA (Asociación Libre de Abogadas y Abogados)
  • Sonia Martínez Aguilar – Activista social 
  • Raúl Maíllo – Abogado
  • Emmanuel Rodríguez – Editor y ensayista 
  • Teun van Dijk – Senior Researcher de Análisis del Discurso en la Universidad Pompeu Fabra
  • Pablo Lópiz Cantó – Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza 
  • Sandro Mezzadra – Escritor, activista social y profesor de la Universidad de Bolonia
  • Pilar García de Gracia – Psicóloga y activista de AACCSM
  • Gilbert Achcar – Professor, SOAS, University of London
  • Raúl Sánchez – Colectivo democracia
  • David Gámez – Editor en Traficantes de Sueños
  • Juan Torres López – Catedrático en la Universidad de Sevilla en el Departamento de Teoría Económica y Economía Política
  • Alberto E. Azcárate Aramburu – Activista social
  • Lorenzo Pascasio – Estudiante de comunicación y fotógrafo
  • Daniel Gutiérrez – Democracia real YA! y Ganemos Madrid
  • Carlos Aguirre de Cárcer Moreno – Abogado
  • Kiko de la Rosa – Activista Social
  • Ramón Grosfoguel – Professor of Chicano/Latino Studies. Department of Ethnic Studies, Berkeley University of California
  • Yolanda Sutil – Activista social
  • Txeka – Ganemos Madrid
  • Pablo Elorduy – Editor del Periódico Diagonal
  • Antonio Ramos – Ganemos Madrid
  • Pedro Santisteve – Abogado y Alcalde de Zaragoza 
  • Miguel Urbán – Diputado por Podemos en el Parlamento Europeo
  • Pablo Carmona – Historiador y Concejal en el Ayuntamiento de Madrid por Ahora Madrid
  • Isidro López – Diputado de la Asamblea de Madrid e investigador en ciencias sociales
  • Carlos Sánchez Mato – Economista y Concejal de Economía y Hacienda de Madrid
  • Jaime Pastor – Profesor en ciencia política por la UNED
  • Raúl Burillo – Inspector de Hacienda
  • Angel Cappa – Entrenador de fútbol
  • Vincent Mosco – Professor Emeritus of Communication and Society, Queen’s University
  • Víctor Francisco Biau – Titiritero y director de teatro
  • Joan Pedro – Professor in Media and Communications Saint Louis University of Madrid 
  • Miguel Alonso Ortega – Doctorando y traductor (Palermo, Italia)
  • María Fernanda Rodríguez López – Ganemos Madrid
  • Martín Mujica – Área Audiovisual – Archivo Nacional de la Memoria (ex ESMA) – Secretaría de Derechos Humanos (República Argentina)
  • Patricia Horrillo – Periodista Independiente 
  • Stéphane M. Grueso – Cineasta 
  • Olga Rodríguez – Periodista
  • Jesus Maraña – Director Editorial de Infolibre
  • Antonio de Frutos de Mingo – Concejal de Somos Velilla
  • Mirta Núñez Díaz-Balart – Profesora de Historia de la Comunicación Social e Investigadora
  • Miguel Mora – Periodista
  • John Nerone -Professor Emeritus of Communications Research and Media and Cinema Studies at the University of Illinois at Urbana Champaign
  • Enrique Villalobos – Presidente de la FRAVM 
  • Pascual Serrano – Periodista
  • Natalie Fenton – Professor of Media and Communications Goldsmiths, University of London
  • Isabel Serra – Diputada de la Asamblea de Madrid por Podemos
  • Nuria Alabao – Periodista 
  • Juan Carlos Barba – Director de Economía Directa en CB Radio 
  • David Bollero Real – Periodista
  • Jorge Luis Bail – Diputado en el Congreso por la candidatura de  Podemos-Alto Aragón en Común 
  • Carlos Berzosa Alonso-Martínez – Catedrático de Economía Apliada. Ex-rector de la UCM
  • Henry Giroux – McMaster University Professor for Scholarship in the Public Interest 
  • Lorena Ruíz-Huerta – Diputada de la Asamblea de Madrid por Podemos  
  • Des Freedman – Professor of Media and Communications Goldsmiths, University of London 
  • Alberto García-Teresa – Poeta y crítico literario
  • Toby Miller – Professor of Media & Cultural Studies, Cardiff University 
  • Rommy Arce – Concejal en el Ayuntamiento de Madrid por Ahora Madrid
  • Simona Rentea – Professor in International Relations Saint Louis University of Madrid 
  • Dario Azzellini – Universidad Johannes Kepler Linz, Austria
  • Raúl Camargo – Diputado de la Asamblea de Madrid por Podemos
  • Gal Kirn – Researcher, Berlin, Germany
  • Neskutz Rodríguez – Portavoz de Podemos en las Juntas Generales de Bizkaia
  • Jerome Roos – Editor of ROAR Magazine
  • Carmen San José – Diputada de la Asamblea de Madrid por Podemos
  • David Berry – Senior lecturer in media communication at Southampton Solent University
  • Fernando Fernández-Llébrez González – Profesor de Ciencia Política. Universidad de Granada. 
  • Jacinto Morano – Diputado de la Asamblea de Madrid por Podemos
  • José Luis Moreno Pestaña – Profesor de Filosofía Universidad de Cádiz 
  • Violeta Barba Borderias – Diputada de las Cortes de Aragón por Podemos.
  • José Manuel Corrales Calderón – Obrero periodista desempleado 
  • Pablo Sánchez León – Investigador en la Universidad del País Vasco 
  • Christian Fuchs – Professor of Social Media, University of Westminster
  • José Luis Carretero Miramar – Escritor, profesor y jurista 
  • Félix Izquierdo Bachiller – Abogado
  • José Luis Villacañas Berlanga – Catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid
  • Antonio Montes López – Concejal de IU Velilla de San Antonio
  • Dori Fernández Ramos – Activista en Asociaciones de Defensa de Enfermedades de Sensibilidad Central
  • Andrea Benites Dumont – Periodista 
  • Ramón Zallo – Catedrático de Comunicación Audiovisual en la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea
  • Francisco Bernete García – Profesor de la UCM
  • Itxaso Cabrera – Diputada en las Cortes y parte del CCA de Podemos Aragón
  • Francisco Sierra Caballero – Catedrático de Teoría de Comunicación (Universidad de Sevilla) y Director de CIESPAL (Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina)
  • Pablo Rochela – Consejo Ciudadano de Podemos Aragón
  • Alberto Jiménez López – Trabajador y activista social
  • Gonzalo López Calvo – Politólogo, miembro de Ahora Madrid
  • Alfonso Fernández Tello – Maestro 
  • Mike Wayne – Professor in Screen Media, Brunel University
  • Hazael Fernández Díaz – Estudiante
  • María Fernanda Cera Márquez – Profesora de Ciencias Sociales
  • Elena Giner Monge – Socióloga y concejala delegada de Participación, Transparencia y Gobierno Abierto y la de Policía Local en el Ayuntamiento de Zaragoza
  • Aitor Jiménez González – Abogado
  • Israel Covarrubias, Profesor en la Uacm, México
  • Ana Marco – Cooperativista energética
  • Katarina Peovic Vukovic – Assistant professor at the Department for Cultural Studies, Faculty of Philosophy, Rijeka, Croatia
  • Juan Ignacio Martínez Cañizares – Productor en CB Radio
  • Luisa Broto Bernúes – Trabajadora Social, Vicealcaldesa y Consejera de Acción Social  del Ayuntamiento de Zaragoza
  • Asier Blas Mendoza, – Profesor de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Bilbao, País Vasco
  • Francisco José Silvosa Pin – Ingeniero
  • José Luis Rodríguez García – Catedrático de Filosofía, Universidad de Zaragoza 
  • José Luis Garrot Garrot – Historiador y arabista
  • Ricardo Curtis – Periodista
  • Koldo Sandoval – Miembro de Onda Diáspora 
  • Enrique Bustamante Ramírez – Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad en la Universidad Complutense de Madrid
  • Miguel Álvarez – Profesor de Periodismo en la Universidad Pública
  • María Luisa Navarro Pascual – Musicóloga y docente
  • Alfonso Ortega Lozano – Compositor sinfónico y docente.
  • Juan Agustín Marcano – Profesor – Director de Ampliando el Debate en CB Radio
  • Teresa Artigas – Concejala delegada de Medio Ambiente y Movilidad en el Ayuntamiento de Zaragoza
  • Francisco Javier García Martínez – Activista de AACCSM
  • José Antonio Cid Fernández – Economista y jubilado
  • José Antonio Bellón Pérez – Productor audiovisual
  • Leopoldo A. Moscoso – Sociólogo y Politólogo, Investigador, consultor libre y docente universitario
  • Lourdes Orellana Cubiles – Activista feminista, cooperativista y psicóloga
  • David Salar Beltrá – Profesor de conservatorio
  • Gaspar García Gallego – Diseñador gráfico.
  • Francisco Silvosa Costa – Profesor Universidade de Santiago de Compostela (USC)
  • Sagrario Salazar Benítez – Química
  • Benjamin Arditi – Profesor UNAM
  • Lila Insúa Lintridis – Artista.
  • Daniel Broudy – Dean of the Graduate School of Intercultural Communication, Okinawa Christian University
  • Antonio Palazuelos – Profesor UCM
  • Talía Sainz, MD, PhD – Pediatra. Servicio de Pediatría Hospitalaria, Enfermedades Infecciosas y Tropicales. Hospital Universitario Infantil La Paz
  • Rosa de la Fuente Fernández – Profesora UCM
  • Asunción Almela Boix – Arqueóloga
  • Edgardo Mocca – Profesor UBA
  • Víctor Ríos Vidal – Historiador. Revista el Viejo Topo
  • Javier Franzé – Profesor UCM
  • Raúl Domingo Toledano – Profesor de Historia
  • Fernando García Burillo – Editor
  • Carmen Dalmau Bejarano – Historiadora
  • Ignacio Plaza Sánchez – Profesor Enseñanza Pública
  • Fátima Santos Pelegrín – Enfermera
  • Margarita Almela Boix – Profesora universitaria
  • Beatriz Hidalgo Sánchez, – Supervisora en establecimiento hotelero
  • Alicia Durán Carrera – Profesora de Investigación del CSIC
  • Lara Blas. Desempleada – Activista y miembro de AACCSM
  • Aurora Labio Bernal – Profesora Titular de Periodismo de la Universidad de Sevilla
  • Inmaculada Jiménez Morell – Directora Editorial
  • Fernando Rivas  de la Cruz – Profesor de Historia
  • Isabel Rubio Cruz – Documentalista
  • Daniel Mayrit – Artista visual
  • Mercedes Duque Renilla – Maestra jubilada
  • Eustaquio Martín Rodríguez – Catedrático de Universidad
  • Juan Antonio Aguilar – Periodista, Analista internacional
  • Silvia Augé Tarrés – Precaria empoderada
  • Mar Martínez – Profesora
  • Marina Berzosa Cañadas – Documentalista
  • Soledad Raya Cabrera – Maestra jubilada
  • Daniel Puerto – Investigador científico del CSIC
  • Oriol de la Dehesa Demaría – Administrador de sistemas
  • Almudena Cabezas – Profesora y activista social
  • Omar de León – Profesor universitario
  • Mónica Hidalgo Sánchez – Farmacéutica y activista social
  • María Velasco – Profesora
  • Carmen Sanz Pardo – Economista
  • Maria Antonia Muñoz – Profesora
  • Mirta Clara – Psicóloga – Org. Masacre de Margarita Belen – Buenos Aires (República Argentina)
  • Cristina Pérez Sánchez – Profesora
  • Fernando Harto de Vera – Profesor
  • Bob Franklin – Professor of Journalism Studies, Cardiff University
  • Pedro Antonio Honrubia Hurtado – Editor ‘Kaos en la red’, Podemos Granada
  • Laura Tedesco – Profesora de Relaciones Internacionales, Universidad de Saint Louis -Madrid
  • Boštjan Nedoh – Researcher, Institute of Philosophy, Ljubljana, Slovenia
  • Jorge Rodríguez Benaiges – Arquitecto
  • Karmele Montejano de Terán – Arquitecta
  • Carlos Prieto del Campo – Editor y director del Centro de Estudios MNCARS
  • George Caffentzis – Emeritus Professor of Philosophy at the University of Southern Maine.
  • Veronica Gago – Instituto de Investigación y Experimentación Política, Buenos Aires, Argentina.
  • Diego Sztulwark – Instituto de Investigación y Experimentación Política. Buenos Aires. Argentina.
  • George Ciccariello-Maher – Associate Professor of Politics, Drexel University
  • Susana Draper – Associate Professor – Comparative Literature – Princeton University
  • Gabriel Giorgi – Associate Professor, New York University.
  • Kathleen Vernon – Professor – Stony Brook University
  • Steven Marsh – Professor – University of Illinois – Chicago
  • Palmar Alvarez-Blanco- Chair and Associate Professor-Spanish Department -Carleton College, Minnesotta.
  • Ian J. Seda-Irizarry – Profesor Economía – John Jay College, City University of New York
  • Luis Moreno-Caballud, Professor, University of Pennsylvania
  • Alejandro Alonso – Assistant Professor of Hispanic Literature -Brooklyn College and the Graduate Center- City University of New York. CUNY
  • Germán Labrador- Associate Professor – Spanish and Portuguese – Princeton University
  • Federico Pous, Assistant professor, Elon University.
  • Javier de Entrambasaguas Monsell – Spanish Lecturer (profesor de español) – Universidad de Michigan (Spanish Department)
  • Despina Lalaki, Adj. Assistant Professor, The New York City College of Technology – CUNY
  • Alex Callinicos – Professor of European Studies, King’s College London
  • Marcus Grätsch – Blockupy, Interventionist Left, Germany; Left Forum Program Coordinator, NYC, USA
  • Luis González Barrios, Spanish Faculty, Bennington College, VT, USA
  • Maria Saeed Khan, Immigrant Advocate, Center for Women and Families, Louisville, KY, USA
  • Modesto Uceda Pérez, Accountant, Valencia, Spain.
  • Vicente Rubio-Pueyo – Adjunct Professor – Modern Languages – Fordham University

Amor amarillo // Agustín Valle


El kirchnerismo como problema de la resistencia; el imperio de la actualidad; breve genealogía del eficientismo y la desmovilización de la revuelta.
“Vosotros me decís: ‘la vida es difícil de llevar’. Mas ¿para qué tendríais vuestro orgullo por las mañanas y vuestra resignación por las tardes? Nosotros amamos la vida no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar.”
“’En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios’ -así rige el monstruo-. ¡También os adivina a vosotros los vencedores del viejo Dios! ¡Os habéis fatigado en la lucha, y ahora vuestra fatiga continúa prestando servicio al nuevo ídolo!”
Así habló Zarathustra
Sería una revolución basada no tanto en una crítica del sufrimiento en la sociedad dominante sino en una crítica total de su idea de felicidad. (…) ‘A decir verdad, la única razón por lo que uno lucha es por aquello que ama -dijo Saint Just-. Luchar por todos los demás es sólo una consecuencia.”
Rastros de carmín
1.
Está rebotina Buenos Aires, cada uno vuelve del descanso y cranea fugarse de nuevo; pero Monstruópolis es pegajosa y  su gravedad puede más que las opiniones de quienes la padecemos y gozamos. Aún convertida en este encierro en el presente que es el verano macrista (“no se puede pensar en otra cosa”). Pero este “sinceramiento” de la vida capitalista que triunfó en Argentina, produce mejor dicho un encierro en la actualidad, y es un atentado masivo contra el presente entendido como el espacio potente de la presencia, abierto por naturaleza. Actualidad lisa, obvia, inmune a nuestros chillidos.
También el kirchnerismo modulaba el tiempo histórico; con una política discursiva sobre las periodizaciones históricas, hizo pasar continuidades por rupturas y rupturas por continuidades, como decía Ezequiel Gatto y demuestra Bruno Nápoli en su En nombre de mayo. Hablar ahora del kirchnerismo parece vetusto y reaccionario ante la inundación de la cínica violencia amarilla, pero el kirchnerismo es un problema para resistir al macrismo -aunque haya que reivindicarlo situacionalmente, como en el último acto electoral, si es herramienta del ánimo multitudinal que lo precede-.
A solo un par de meses, ya parece poco firme su protagonismo en la resistencia (entre lo limitado del “placismo” clasemediero y la fragmentación pejotista), pero además, aún en su versión más romántica el kirchnerismo puede contener la movilización opositora como contención ejerce un féretro, si, como dijo Diego Genoud, se obstina en la misma lectura de sí que nos llevó a la derrota. El motivo triunfante en las elecciones fue el anti kirchnerismo, sustento básico de legitimidad del gobierno que, así, puede alimentarse de una resistencia que tenga identidad kirchnerista (por eso, una de las primeras “plazas”, convocada en principio por un cualquiera desde internet, fue titulada por La Nazión como “concentración del kirchnerismo”: les conviene más eso que una multitud informe). 
Borrar la fecundidad de 2001, tratándolo como llana crisis terminal, fue la más clara violencia del kirchnerismo sobre la genealogía que lo parió. Ver en la revuelta pura crisis es propio de una óptica plantada en el sistema representacional, y -como me apunta Damián Huergo- en el economicismo. Negaron la revuelta como eclosión de intolerancias positivas y arrebatos contra imágenes de lo humano sesgadas y excluyentes; intolerancia alegre y viril contra los condicionamientos políticos de la posdictadura sobre la vida. Negaron que 2001 fue fuente de la agenda y agrimensor de la legitimidad gubernamental ulterior. No se fueron todos pero pudieron quedarse los que entendieron la obsolescencia popularmente determinada del ajuste y la represión (y la corte adicta y en realidad miríada de cosas), del gobierno pleno del embriagado capital concentrado.
Sabido: aquel agite que tumbó al consenso neoliberal noventero fue gestado y efectuado por modos múltiples y complejos, protagonizado por bandas de pibas y pibes, HIJOS, los redondos, motoqueros, desocupados organizados… y, con la idea de que “la juventud volvió a la política” básicamente con La Cámpora, se negó -para aquellos sujetos pero también por tanto de modo genérico- la politicidad que surge de modo inmanente y orgánico de las vidas, sacralizando, en cambio, un modelo de politicidad conciencial, programático, adhesionista, ideológico-moral, en fin, militante: encuadrado, obediente, sacrificial (y, sí, también, soberbio, aunque a quién le importa… salvo por su condición sintomática: solo un triste de fondo, un finalista, es soberbio). La proliferación de agrupaciones diversas se homogeneizó en la morfología de la tropa (desparejamente, por supuesto, en algunas zonas más y en otras menos, pero hasta la propia CFK salió, alertada, a decir “ustedes no son tropa”).
Hubo dos grandes vectores gubernamentales de desmovilización del acontecimiento 2001 como agite abierto, solidarios entre sí: el vil asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán (en el que el odio de clase, en los hombres-agentes, como decíamos en A quién le importa, no fue exceso, sino que encarnó, hecha instinto, la razón de Estado), y el otro vector de desmovilización de 2001 fue el kirchnerismo, detrás de varias de cuyas facetas se pergeñó, conflictiva pero firmemente, el umbral de restauración del orden conservador.
La masacre y el gobierno kirchnerista fueron dispositivos ante todo distintos, pero, aún así, vimos cómo la inyección de tristeza y espanto de aquella intervención policial produjo una mutación anímica de trasfondo en los movimientos sociales desde la cual se entiende su posterior aceptación del llamado gubernamental, al abrazo del Estado y su provisión de guita y nuevos derechos -bueno, en realidad la guita resultó ser un derecho: esa fue una política del capitalismo argentino provocada por el sacudón de 2001, iniciada pragmáticamente por Duhalde, convertida en divisa por Kirchner.
El encargado de operar la conversión de agitadores en micro empresarios sociales o en funcionarios o en “receptores” de dádiva estatal fue el mismo que, cumplida la desmovilización de los sujetos más organizados de la revuelta, se ocupó de reinstalar la represión, y por cuya boca el gobierno de los derechos llamó energúmenos a trabajadores que defendían luchando el civilizado botín de sus puestos de trabajo, doctor Garca Berni: repartió primero plata -que resultó disolvente de la organicidad de muchos movimientos-, luego palos y tiros.
¿Realmente debemos recordar que los derechos solo son subjetivantes -es decir hacen a una mutación efectiva del cuerpo- cuando se conquistan y elaboran, nunca cuando simplemente se reciben de parte de alguien, que pasa a ser condición necesaria de mi -refutada- libertad? Y parece que debemos recordar, también, que si el grueso esencial de los derechos recibidos consiste en un aumento cuantitativo de los productos y servicios que se reciben por dejar la vida en el mercado (incluso el trabajo mismo como premio, “tengo trabajo”, “conseguí trabajo”, etc), lo que más se reconfirma, en la médula misma de la inteligencia corporal y social, es el juego del cual esos son los premios, y no la potencia inventiva y soberana de la subjetivdad.
(Ya la idea misma de redistribución de la riqueza -con todo lo bancable que obviamente tiene- puede ser una vía de refirmación de fondo del juego capitalista, sobre todo si en realidad se trata de un aumento del mercado interno pero sin alteración de los poderes adquisitivos relativos entre los estamentos sociales; alteración política hay si se redistribuyen también los poderes decisorios y valorativos -como ejemplito, recuerdo un video que circuló, sobre asambleas ciudadano-escolares donde se decidía colectivamente cómo sería el uniforme de los alumnos, en Cuba: pura belleza e intensificación cualitativa de la vida. No se trata nunca de la cosa, sino del tipo de movimiento vital que la involucra-).
Esa desmovilización de la revuelta alcanzó su cénit en los festejos del bicentenario: una fiesta programada gubernamentalmente, con lo político como espectáculo. Yo ahí lo vi a Julio Blanck con su familia: ni él podía no estar, porque la afectividad de la fiesta era más fuerte que discursos argumentos o ideas. Se estaba ahí y punto, en esa movilización total del traspaso del protagonismo desde los cualquiera, comunes, los nosotros, etc, hacia el mediador representante. De la jauría al rebaño, pero todos contentos: hay Luz y hay Bien.
Pero esa desmovilización del acontecimiento 2001 también tuvo “accidentes”, trastocamientos, desbordes, al menos en 2008 (contra el lock-out), 2010 (muerte de Néstor), y “la Plaza del 9” que despidió amorosamente a Cristina, así como las semanas previas al 22 de noviembre, de burbujeante movilización anti macrista. Quizá también algunos momentos de saqueos en los que traccionaba más la alegría del agite que el influjo mercantil. Bicentenario y plaza de Néstor coinciden en año, pero diversan en naturaleza; una es zumum de la coincidencia entre la programática de las “productoras” como maestras de ceremonia y rectoras de lo común, la otra es un desborde inesperado que muestra que el aparato tiene un grueso de su potencia en su condición de pieza elegida por la multitud.
Hay por supuesto una cercanía, por momentos promiscua, entre el agite y la aparatización; hay una interfaz, que permite tanto reconversión como pivotes, ambivalencias y complejidades. En esa zona de disputa interviene CFK, cuando confronta a la propia multitud que la fue a bancar el 9, diciendo “ustedes no son autoconvocados, son empoderados”. Ustedes son efecto, el Gobierno es causa, dijo. Bien podría haber dicho que toda resistencia, toda victoria democratizante, tiene como fundamento la movilización decidida de los comunes (aún si luego su garante se organiza gubernamentalmente). Y que al fin y al cabo ella era la empoderada. Pero no: desde su posición de mandataria (saliente) y jefa del peronismo (¿saliente?), consideró necesaria una reacción para negar la figura de los autoconvocados (y eso que tampoco “autoconvocados” es figura incendiaria…). Dijo: vos no estás haciendo historia sino en cuanto te hicimos nosotros, desde determinados “resortes”.
2.
No busco reponer acá a 2001 (nadie quiere volver a ser como antes), cual animado tomuer busca cerebros, no: sobre todo porque algo de 2001 está bastante presente. De la notablementemente lúcida, corajuda y oportunista lectura de Néstor, quedó fuera lo que puede verse como un “resto formal”, un tercero excluido del noviazgo del kirchnerismo con dosmiluno…, que fue creciendo mientras el kirchnerismo llevó adelante una agenda progesista haciendo las cosas mayormente de modos precarios, gestuales, con realidades locales muy ambivalentes (por hacer veloz la crítica), mientras crispaba y crispaba a la derecha -esta crítica la hacemos desde 2007, y, sin embargo, ahora, viendo la facilidad con que entra la estocada amarilla y se evapora el aire pingüino, hasta los más incrédulos encontramos que fuimos ingenuos.
Si el macrismo borra de un plumazo muchos de los espacios institucionales valiosos y bancables creados en la década k, es porque los ideologemas puestos a rodar no fueron una afirmación consistente jurídica, política, estatutariamente, como leí en un breve post de Diego Sztulwark hace poco. Muchos de los espacios y políticas “ganadas” se sostenían en la precariedad de las condiciones de sus trabajadores. Por poner un ejemplo, las universidades en barrios periféricos son loables espacios donde campean los contratos basura, las exigencias a los trabajadores precarizados de realizar “sacrificios para sostener el espacio”, además de los amiguismos berretas, los giles “empoderados” con un escritorio de dirección departamental, etc. Más allá del ejemplo (podría ser seguramente cualquiera de los programas inclusivistas), no es por criticar, es por ser realista y entender: la flexibilidad laboral -el neoliberalismo en ese plano- fue condición material de la inclusión neodesarrollista.
Pero además de que el neoliberalismo regente en la cotidianeidad de las vidas fue condición de base de la pragmática concreta de los programas de inclusión y derechos, hay otro aspecto que también rompe con la polarización k-pro. En esos espacios de inclusión, la imagen era esencial siempre; la realidad local, a veces. Y si los mirábamos de cerca, la presión por “los números” de cada espacio y programa, la codificación estadística de las realidades vitales, una y otra vez se divorcia de -sino aplasta- la calidad de las presencias concretas. Y eso preparó el terreno para la razón gestionista, para la cual la gestión es más importante que lo gestionado.
Pero el actual fascismo contemporáneo gobernante borra de un plumazo espacios que eran al menos ambivalentes, espacios cuya efectuación cargaba con -o era regida por- el gestionismo, para el que vale más la representación -básica pero no solamente numérica- de la cosa que la cosa, sí, pero espacios que ponían a rodar ideologemas democráticos (educación universal, educación sexual integral, naddie quedándose afuera de la circulación de recursos elementales, etcétera), cuya implantación respondía a lecturas más ricas y éticas de lo social; espacios con zonas útiles para el igualitarismo democrático.
Las políticas kirchneristas fueron menos consistentes que la crispación -y la subsiguiente cohesión- que produjeron en la derecha. Crispación que, además, como me apunta nuevamente Damián Huergo, no se erigió solo contra “los kirchneristas”, sino contra los sujetos que el kirchnerismo al menos hizo visibles y en algunos casos legítimos, los putos, los deshauciados, los rotos, etc. El fascismo actual tiene fuerte cuño moral, ordenancista. Y por cierto allí hay, como dice Rubén Mira, una diferencia con el noventismo y su fiesta. Acaso entre las cosas que los agentes del propietariado aprendieron de estas décadas está la idea de que la fiesta de los noventa terminó siendo escollo para la eficiencia de gestión  de negocios y gobierno. Visto así, el bailecito horrendo de Maurizio es bien sintomático: hay un momento y lugar bien determinadito para festejar. Y se lo hace mecánica, patéticamente.
3.
Una defensa de zonas de igualitarismo conquistadas encabezada por el kirchnerismo bien puede ser, decía, menos efectiva que una más caótica, lenta y desreglada resistencia por modos cualesquiera, comunes, no lineales, químicos… Prácticas vitales -rancheadas esquineras, autodefensa campesina, intolerancia hacia “empoderamientos” policiales, trabajadores ministeriales que logren “disimular” algunas líneas de trabajo popular, tiempos dedicados a un potlach amistoso de fabulación, infinito etcétera- que banquen lo que haya que bancar y atenten contra lo que haya que atentar y creen lo que haya que crear por agregación de instintos, por aliento mutuo, por convencimiento replicante de la verdad que se impone como tal por su gracia: que todo lo que sea más vivo, fresco, autónomo y por eso gracioso, se fortalezca ante la esencia de la explotación de lo vivo por lo muerto. Resistencia del ánimo buscón sobre la pragmática autoevidente del rendimentismo.
El macrismo es una rotunda afirmación de que la vida debe someterse al orden, como si primero viniera el orden y después -a perturbar- la vida. (Justo en esta tierra, donde escupís y pintan formas de vida, tirás semillas, tirás bichos, tirás gente y, con los pies en esta tierra -que comunica también nuestras vibraciones, de manera menos obvia que la pantalla-, inventan formas de vida). En ese punto y aunque la superficie engañe, el amarillismo es una expresión renovada de la Ley, “celosa y resentida de los cuerpos porque ellos existen primero”. El gestionismo afirma que la gestión sabe más sobre la vida que la misma vida. La ley, la ley no de los papeles que nos hacía iguales, sino la ley que emana la materia misma, de las cosas mismas en el orden capitalista, es el conjunto de deberes y limitaciones coherentes con el mercado. (Este es el verdadero motivo por el que del Pro surge el término “sinceramiento”).
Y los movimientos multitudinales, que como decía pueden proveer de agenda para políticas de gobierno, cuando son creadores, sin embargo, no es tanto por la agenda que imponen:  es por el tajo que trazan en la temporalidad normal. Convertir una revuelta en agenda programática borra su potencia más específica, el trastocamiento del espacio común que inducen gracias a ese agite sobre la temporalidad, como dice Furio Jesi, y abre la transición hacia el orden del eficientismo. Los agites son precipitaciones -también se da en muy pequeña escala- donde el tipo de presencia que se inaugura vale por sí misma como experiencia. Valen como una intensificación de la presencia tal que logran la liberación del sometimiento del futuro: no se sabe a dónde se irá, pero mientras estemos así, vamos. Vamos y vamos viendo: la verdadera percepción se abre cuando la experiencia se emancipa del orden programático. La revuelta conquista un no saber. Y ya no importa el desarrollo, importa quién habla. Quién enuncia, quién pone los nombres de las cosas. Etcétera: y cosas.
Pero la revuelta también se da en pequeñas escalas,  en espacios personales, laborales, amorosos, etc. Un amigo miembro de una versátil banda decía que cuando se juntaban se activaba tan claramente una frecuencia distinta, que incluso entrenó y aprendió a “juntarse solo”. Lejos de la imagen de “la revuelta” como sacralidad histórica, se trata de pescar las puntas anímicas que pueden difundir dichas frecuencias presenciales, donde algunos sujetos se despegan -más o menos- de su función, suspendiendo el orden normal… 
4.
Es muy tentador olvidarlo, pero el macrismo se incubó en el kirchnerismo. Como oposición, pero, también, con coherencia con el tipo subjetivo dominante en la dékada. Recuerdo una propaganda, para Cristina 2011, que circuló por internet y pegó bastante: la de “no seas rata Roberto, si te va bien”. Mostraba un tipo comprando un cero kilómetro al que le preguntaban y decía que no sabía a quién iba a votar. No seas rata Roberto, si te va bien, le decía el que había preguntado, que nunca se veía en cámara, era un ñato escondido en la concesionaria. La propaganda la firmaba la “comunicación kirchnerista clandestina”. Era clandestina respecto de la imagen kirchnerista del kirchnerismo. Porque sinceraba lo que años después también Cristina hizo explícito muchas veces al decir “No les pido que miren al país siquiera, les pido que miren su bolsillo y comparen cómo estaban antes”. Récord de venta de autos y motos, cuotas en frargarino y turismo por doquier. Trabajo para dejar la vida ahí, para exprimirse (de los oprimidos a los exprimidos, decía Pablo Húpert). Y laburar cada vez más para no quedarse afuera de ningún tren que sea posible. Es cierto y valioso, se repartieron más premios, todos -obviamente- deseables; pero lo que más se refirmó es el trunfo del juego. El consumo moviliza. Vida capitalista. Y para vida capitalista, ¿por qué no probar unos que ofrecen capitalismo sin más, sin verba, sin discurso ni gritos? Sin política…
Y es ahí donde encontramos a 2001 (a un componente suyo, luego “resto formal”) bastante presente, en la anti política del Pro. Es una reconversión del “que se vayan todos”, hecha divisa del reino del capital, trabajo muerto acumulado que se invierte para proyectar vida “ya vivida”, programática, obvia. Reino que no concibe que nada exista porque sí, donde la gestión es más importante que lo “gestionado”, y donde la dominación de los más poderosos es naturalizada. Reino que opera una desubjetivación parcial general: olvídense de ser protagonistas de la vida, esclavos. De imaginarlo, siquiera.
El Pro fue la mayor lectura no kirchnerista de 2001, como le oigo decir hace rato a Ariel Pennisi. Ofrece como servicio aquel componente antipolítico; ofrece una pospolítica de gerentes de empresa duchadosen after office, que hacen política pero no son políticos, son otra cosa: gente subjetivada -y convertida en valor productivo- en otro ámbito, básicamente, claro, el citado de la empresa. Pero ya cuando Daniel Scioli triunfó en la interna del Frente para la Victoria, la dupla competidora del balotaje entera consistía en “hombres no políticos pasados a la política”. Ganó -ambos recibiendo enorme cantidad de votos de rebote, que los eligieron por descarte- el que más plenamente ofrecía la versión de la política que negaba la política como práctica específica, ofreciendo hacer “gestión” en el Estado. (Es muy indicador, como me señaló Marcela Martínez, que el gobierno haya formado una “mesa política” para tramitar los conflictos: implica que no conciben al ejercicio de gobierno como inherentemente político). 
En Pro leyó también al 2001; de ahí entendemos que el gorilaje careta usara, de 2008 para acá, métodos caceroleros y piqueteros para combatir al gobierno kirchnerista, bajo el signo clave de las elites pero que triunfaron apoyados por muchos trabajadores y otras clases de no-gorilaje careta, muchos de los cuales -ya dicho- quisieron sacarse de encima “las formas” kirchneristas. Y en efecto, hay una dimensión estética fundamental en la política, donde lo que se impuso es un modelo espantoso de belleza lisa, pastel, rubia, sintética y tersa, con sonrisas de guasón y baile de casamiento enlatado, donde, está claro, los morochos tienen lugar como mascotas y amigos de su propia servidumbre. (Y donde todo estaba perdido desde unos años atrás, cuando el término “cheto” -en los pibes de las denominadas clases populares- se liberó de su peyorativismo y pasó a ser ponderación.)
Pero es también por su condición de no-políticos, de eficaces ejecutores, que es entendible su componente despótico: les resulta natural que el jefe sea una voluntad que manda y ya.
También es por su anti política que tienen afinidad con el poder judicial, los jueces también hacen política como si no fueran hombres políticos. Tenemos ministros de la Suprema Corte que prácticamente ni hablan en público, como si fuera una actividad meramente formal, casi científico-administrativa, simple “aplicación de justicia”. La Justicia pasa como no política porque se acerca al trasfondo del Estado, ellos son agentes de la ejecución de la racionalidad estatal; el orden jurídico, cuyo sustento se auto considera iluminista pero bien mirado es oscurantista, un poder sin argumentos: la Ley manda porque manda y ya. No hay nada anterior.
Porque lo “anterior” es el conflicto, la vida, los cuerpos, etcétera: y cosas, las cosas.
Y el Pro niega el conflicto. Esto no se refuta sino que se confirma con sus medidas violentas económica, política y policialmente. Porque niega al conflicto como constitutivo e inherente, natural a lo social. Por eso mismo puede afirmar que hay sujetos que causan problemas. Al postular que los problemas son causados por sujetos particulares, niega que lo que hay es conflicto y sujetos entramados por el conflicto. Odiaban la conflictividad retórica de los kirchner, porque incluía al conflicto dentro de lo explícito del juego republicano. Para el gerente que “decide pasar a la política”, la actividad política se rige por la eficiencia y todo depende de ella -y de la buena onda, claro-. En el debilísimo acto electoral (ahora los progres recriminan a los votantes de Macri, pero ¿pensaban que la elección era una libre decisión?), y aunque engarzando, sí, con una poderosa voluntad popular (ligada a ideas y percepciones sobre la vida y lo común), ganó la política de que vengan al gobierno algunos que no son políticos, son eficientes y modernos hombres de oficina -y after office-; gente que viene de las soluciones, no del conflicto. Para ellos -para este entendimiento político-, aquellos sujetos cuyas vidas, si se afirman, ejercen conflicto, deben ser mantenidos a raya, siendo docilidad o desaparición sus pretendidos destinos naturales.
Es pifiado creer que el Pro está “provocando” con sus violencias. No. Las marchas y repudios kirchneristas las espera, y sabe que alimentan al consenso que lo hizo ganar, el anti kirchnerismo, que fue apenitas mayoritario. Al contrario, así es la normalidad que buscan. Pero hay algo más profundo. Los negociados infaustos, las políticas económicas enriquecedoras de la elite más rica y propietaria, la escalada represiva y demás, no se impugnan por visibilizarse. La denuncia tiene patas cortas. Esas violencias son aceptadas. La crítica es un género viejo. Las críticas cabían a la ideología, pero son estériles ante esta sensología triunfante (Ariel Pennisi me contó que Mario Perniola acuñó ese término de post ideología). Gobiernan los afectos, como hace rato dice Diego Sztulwark y también Hans Landa, en Bastardos sin gloria, cuando sseñala que dan asco las ratas y ternura las ardillas:“lo interesante del argumento no cambia lo que usted siente”.
Las violencias gubernamentales son concebidas como violencia necesaria para que las cosas puedan seguir siendo como son, que es como deben ser. Justas y necesarias para el deseo de “romperme el orto tranquilo sin que me rompan las pelotas”. También para los ricos, el deseo de gozar del privilegio (es decir, de la violencia histórica) sin que nadie te rompa las pelotas.
Pero mayoritariamente, esa violencia económica, política, policial, es justa para una vida que tiene como premisa callada -envuelta en capas y capas de rin tin tín y de alegría- al temor. Porque el régimen existencial del mercado capitalista está fundado en la derrota. Todos -casi todos- entramos a un juego donde ganan otros, donde ya ganaron. Entramos ya con el estigma de la inferioridad, la enajenación. El juego tiene premios, eso sí: resultan ser premios que valen más que la vida que los produce. Sobre un plano silenciado de una derrota gigantesca, la derrota de la aspiración de libertad, las carreras por estar conforme dan premios que son la consolación de esa vida. De esta vida. Un temor de fondo, un temor en este país del desierto: que no haya máquina alguna que enganche tu vida en un movimiento. (El cagazo, por cierto, es el que puede refutar la esperanza de que “no se le saca a la gente umbrales de consumo así nomás”).
Temor, y premios adorados que valen más que la vida que los produce, porque son su consuelo. Cualquier molestia o amenaza, ahí, merece violencia. Molestias como que haya gestos que sí comportan un ansia de libertad -arrebato de no coincidir con la funcionalidad de nuestra vida-. Esa molestia, que amenaza los premios y cuestiona su sentido, que deja cara a cara con la vida, conecta con la consentida violación a sí.
Y es por eso también que cualquier guiño que la festeje sin más, a esa esa vida, que le sonría, que le prometa animarla sin recordar su sometimiento basal, engancha, engancha como cabeceo rozagante que saca a bailar a quien, solo, se moría de angustia.
Ahora cambió el dj y todos esos odiadores están henchidos graznando en el centro de la pista.
Todos comen el sintagma más esencial -y callado- de la nueva gubernamentalidad: la riqueza y los ricos son algo natural y nunca postulables como causa de padecimientos sociales.
5.
¿Entonces? Ahí otra trampa. La pretensión de “saber” en materia política. Nadie sabe, no se puede saber. No tiene sentido denunciar ni se puede saber. El saber es parte del orden. Si hay movimientos revoltosos, grandes o chicos, que tajean la temporalidad normal, conquistan justamente un no saber, e impera el divino mientras tanto ensanchado. Ahí es posible olfatear y estar a la altura de las prácticas que no son gobernadas por esta mierda, como dice Juguetes Perdidos. Instinto de vínculos y modos de hacer fuerza que ejerzan otra calidad de presencia.
Lejos de dedicarse llanamente a “hacer política”, casi en lógica de “respuesta” a lo que impone la actualidad, repetida y renovadamente hay que  preguntarse “¿cómo me imagino el socialismo?”, o lo que cada uno pueda preguntarse para conducirse a las prácticas que expanden lo mejor que puede concebir en la vida, sea cuidar viejitos o bailar y beber ron o ayudar a aprender las matemáticas a los niños o construir barcos o cocinar o… No es la política la que puede sostener una resistencia históricamente relevante; es la vida. La actualidad del mundo acecha, y la Política es partícipe y beneficiaria de esta dominación mediática de la fabulación. El facebook ofrece tres íconos de sucesos en la pantalla personal: amigos, mensajes, y el tercero es el mundo: hoy el mundo tiene treinta y dos notificaciones para ti… Catarata que evanesce la presencia, que invade su tiempo con, siempre, otro lugar. Y es la presencia la que puede subrepticiamente hacer manar el flujo que rompa la actualidad. Presencias -comunicacionales, callejeras, etílicas, musicales, naturalistas, escolares…- que logren desmarcarse de lo debido para lograr movimientos desde la óptica de lo que pueden por sí, sus accidentes, sus encuentros, sus instintos, en combate involuntario hacia la ridiculización y el disecamiento del eficientismo (como idea, deseo, policía, etcétera).

Balance de época (V) // Horacio González

Reflexiones sobre la figura de Cristina


 Si tenemos en cuenta la historia de la injuria y del humor degradante que acompañó casi toda la historia nacional, se puede decir que los agravios hacia Cristina Fernández trajeron como novedad un exceso destructivo en los discursos periodísticos que recurrieron a banales palabras pseudo-médicas, como los vocablos “bipolar” o “crispación”, cuyo fin fue moldear un dictamen de “locura” al modo de una neurología de escasa monta pero efectiva a la hora de carcomer los pilares del gobierno.
Se escucha decir, ahora, que el gobierno de Cristina actuó “contra los pobres”, habiendo dilapidado los dineros públicos contratando miles de “inútiles” en el Estado, habiendo subsidiado a los “ricos”, habiendo hecho “negociados” con medicamentos que les robaban a los jubilados. El tribunal de enjuiciamiento –con tiradas insultantes contra las clases trabajadoras difícilmente escuchadas antes-,  reposa más que nunca en las Tablas de la Ley que escriben la prensa y la televisión diaria, ecos perseverantes de los grandes nucleamientos empresariales-financieros-comunicacionales que se erigieron ya mismo en actores centrales del nuevo gobierno. Todo ello, sin ninguna intercesión de otras interpretaciones alternativas, en el goce más ilimitado de una pérdida de la “facultad de juzgar” que afecta a una parte importante, quizás mayoritaria, de la esfera pública. Se la sustituye con una rápida y hasta grosera demagogia (seccional clásica de la demonología), sin siquiera con los hipócritas cuidados a través de los cuales supo presentarse la demagogia en otros tiempos. 
No es ahora el caso, pues se ausentan incluso los ropajes “populistas” que permitieron la victoria electoral de Macri, y abunda el argumento rústico, la decisión gerencial implacable, el juego sumario de imágenes, el laconismo eficientista que corta los rostros previamente ultrajados de los empleados “despedidos”. ¡Este gobierno “ajusta”… pero en favor de los “pobres”! ¡El anterior expandía una distribución de beneficios evidentes, aunque desprolijas, y siempre “para formar  su propia oligarquía de beneficiados”! Nunca es fácil desandar las falsas instalaciones que promueven acertijos como estos, tan tortuosos, y cognoscitivamente escabrosos al producir una inversión de los signos de la interpretación colectiva. Pero no dejemos que esto impida las verdaderas preguntas. ¿Es que no hubo problemas en y con el gobierno de Cristina, y el conjunto del ciclo kirchnerista? Claro que sí, y muchos. Ejemplos: Ciccone Calcográfica debió ser inmediatamente nacionalizada, era una empresa  impresora de valores monetarios, no podía quebrar o pasar a otras manos privadas más o menos irregulares. Pero irregulares fueron también las acciones del gobierno hasta que al final fue tomada a cargo del Estado, no sin antes una sucesión de eventos no justificables (la intervención de Boudou, el levantamiento sumario de la quiebra, etc.)
Como se ve, no le quito gravedad a estos hechos, quiero apenas ponerlos en un cuadro completo de hechos colindantes, que den cuenta de la verdadera espesura que tienen, lo que los hace analizables o enjuiciables reflexivamente. Pero no –como se los ha tratado-, en la inclemencia de las peores adjetivaciones, totalmente contaminadas con el afán de enviar cabezas propiciatorias al cadalso. Una de ellas: la rubia testa de uno de los ex-ministros de economía de Cristina, guitarrista ocasional del grupo la Mancha de Rolando, acusado ahora de todas las manchas posibles que puedan tener el tal  Rolando o cualquier otro hombre, llámese como se quiera, pero al que fundamentalmente no se le perdona la estatización de los fondos de pensión, entre los que se hallaban papeles accionarios de empresas cruciales, entre ellas, Clarín
Cuando se anunció quién sería el Vicepresidente del nuevo mandato de Cristina, en uno de los salones de Olivos, en la transmisión televisiva que vimos, se notaba el nerviosismo reinante en el lugar. Es posible que Boudou no supiera que iba a ser Vicepresidente, y algunos pensaban también en Abal Medina (el mismo que hoy hace los calculados equilibrios de un “viejo manual” entre Bossio y Cristina). Aquella vez, cuando un viento más fuerte se coló por la rendija de la puerta, Cristina aprovechó para asociar la decisión –que como se sabe recayó en Boudou- con la presencia espiritual o espectral de Néstor Kirchner. La Presidente no era espiritista, sino más bien creyente normal de las formas habituales del culto católico. Su mención a ese soplo inspirador se debía, sin ninguna duda, a su fuerte propensión de captar todos los signos flotantes de una escena y vincularlos a momentos específicos de su discurso. Sin negar la dimensión graciosa que podían tener muchas de estas asociaciones libres, es necesario admitir que el molde irónico en que en general se situaban –exceptuando la alusión de connotaciones místicas con la que aludía a su marido fallecido-, ofrecía permanente un flanco excesivamente frágil y atacable desde las fortificaciones de la implacable oposición.
¿Eran novedosos estos ataques? Si tenemos en cuenta una breve historia de la injuria y del humor degradante que acompañó casi toda la historia nacional, se puede decir que tenían como novedad ese exceso destructivo que acostumbraba a munirse de banales palabras pseudo-médicas, a modo de un dictamen de “locura”. Si los comparamos con las famosas campañas de la revista El Mosquito, o su casi similar Don Quijote, se puede decir que no fueron tan devastadoras y que a un tiempo recogían lo mejor del arte de la caricatura. La  Revolución del 90 contra Juárez Celman mucho le debe a la pluma audaz, incisiva e inclemente de Henri Stein. Del tema absorbente de estas geniales caricaturas y sátiras de gran nivel, se desprendía que era la corrupción una lógica interna del Estado, cualquiera que sea. En verdad, para la gran tradición satírica en la caricatura, la literatura o la poesía, la sistemática corrosión siempre emana de un Poder actual, que se convierte en la viga maestra de los espíritus intranquilos y perspicaces.
Ni Sarmiento, ni Mitre, ni Roca la pasaban bien en esas páginas llenas de acidez  y sarcasmo. ¿Es comparable este gesto corrosivo de grandes dibujantes –en su mayoría exilados españoles-, con las recientes tapas de la revista Noticias, que realizan montajes de carácter ultrajante con el cuerpo o el rostro de Cristina Kirchner? El tiempo transcurrido ayuda a buscar semejanzas y desemejanzas.  Pero la extrema calidad de la pluma de esos caricaturistas de 1890 no fue jamás repetida, y los ataques que el complejo mediático dirigía últimamente al “gobierno de la pauta publicitaria”, solía basarse –por lo menos en la revista que mencionamos y la editorial que la sostiene- en descalificaciones que rondaban el enunciado psiquiátrico, ya sea implícito (la palabra “crispación”) o vocablos desprovistos de toda rigurosidad, (como “bipolar” y otros) sacados de una neurología improvisada, de faltriquera y portamonedas. Papilla de escasa monta. Pero efectiva a la hora de carcomer los pilares del gobierno –decisiones y personas- alcanzados por el demiúrgico veredicto de corrupto.
De todas maneras, la observación condenatoria de una caricatura de Sábat en Plaza Pública, en medio de un encendido discurso por la Presidenta (recordemos que se trataba del grave encontronazo con las nuevas clases agro-técnicas-mediáticas, no era adecuada) Y no porque no fuera ofensiva, o parte de una campaña mayor, sino porque también heredaba dos condiciones relevantes: una, evidente, la gran tradición satírica del caricaturismo rioplatense, autónomo en sí mismo de toda maniobra mayor de la política (aunque sus efectos sí fueran políticos), y luego, porque en lo específico, heredaba la tradición de El Mosquito, uno de cuyos dibujantes, como se sabe, era un ascendiente  -creo que indirecto- del propio Sábat. Era mejor –allí- que la Presidenta no quedara expuesta con una pieza fácil de ser vista como acción de censura. La lucha que entonces se inició tuvo tal dureza que, quizás, exigió cuidados y sutilezas mayores que las muchas que de todas maneras se tuvieron, sobre el trasfondo de las grandes movilizaciones ocurridas.
No era un espectáculo nuevo ni una situación nueva. El juicio incisivo (despectivo o calumnioso) sobre las figuras más encumbradas del país, sobre todo las que ocuparan en algún momento la presidencia, es un campo específico de la historia nacional. Un género dramático habitual. Alberdi atacó a Sarmiento y Mitre cuando eran presidentes, bajo la clásica argumentación de que prometían lo que luego no cumplían,  en especial, prologando arbitrariamente la guerra contra el Paraguay. Pero su desprecio era filoso y amargo, así como el de Sarmiento era fáustico. Ambos tiraban a matar. Incluso Sarmiento sugirió los “intereses comerciales” de Alberdi en el diario chileno desde donde lo atacaba. Rosas fue un motivo de grandes conflictos de interpretación, en vida, y después de muerto. Esos conflictos interpretativos aún perduran. Sus culpas, para sus detractores y por supuesto, para sus partidarios, se alivian con un exilio austero, de farmer pobre pero ultra-reaccionario. Yrigoyen recibió en vida la fuerte campaña del diario Crítica, cuyas razones son complejas, pues lo somete a tecnologías de escarnio de estremecedor calibre, pero luego este diario fue clausurado, paradójicamente, por Uriburu, el golpista.
Es posible conjeturar que el diario de Botana creyó que era factible adherirse –y luego fomentar- un sentimiento de hastío que los sectores medios argentinos, que también lo habían votado al “Peludo”, sentían frente a un presidente que era un blanco absorbente de críticas en relación a lo que ya eran las grandes percepciones sobre el miedo urbano, las noticias sobre grandes crímenes, y el ancestral tema de las corrupción de las elites gobernantes. Casi diríamos que fue Botana el que inició a los grandes públicos en estos tópicos. Si lo comparamos con la campaña de Rivera Indarte contra Rosas, ésta se basaba en elementos más primarios, como el del gobernante degollador, y otras temáticas truculentas que concluían en la conocida consigna “es acción santa matar a Rosas”. Éste, como se sabe, acusaba de “salvajes” y otras yerbas a los unitarios. Alberdi, en su juvenil y moderado rosismo, había excluido la injuria de sus publicaciones de época, sobre todo el impulso sacro que tenían, y a su periódico La Moda (1837), solo lo hacía encabezar con la austera consigna “Viva la Federación”.
Con Perón no fue muy diferente, pero se agregaba ahora, por expresarse bajo su nombre, una fuerte irrupción de un lenguaje desacostumbrado, extraído de una raíz militar, que obligó a los medios más importantes de la época a realizar un pasaje semántico que antes no había hecho Crítica: declarar que  ese lenguaje era ficticio y que encubría fórmulas espurias de conducirse en los repliegues del Estado. Se trataba de la idea de “conducción”, que impuso Perón en la sociedad política argentina –hasta hoy- y que era analizada académicamente, con severidad resignada, por un José Luis Romero, y al mismo tiempo tomada en solfa por un humor cotidiano sigiloso y corrosivo, que veía en esa lengua (que también era  académica, pero de academia militar), un rasgo de encubrimiento respecto, primero, al lenguaje político clásico, y segundo, respecto a cuestionables hábitos personales de Perón –en sordina, esa fue una crítica que lo acompañó siempre, desde sus comienzos a su caída- pero principalmente a su desligamiento súbito de los “sagrados manteles de la misa”.
Era un gobierno, el de Perón, de origen electoral, que “lavaba” con un gran plebiscito democrático su origen golpista –un golpe que poseía complejas ideologías en su interior, reflejos amortiguados de la guerra europea-, y que luego instituía evidentes combinatorias entre apoyo popular masivo y liderazgos fuertes. El resultado era una democracia áspera sostenida en movilizaciones y afiliaciones sindicales intensivas y enérgicos indicios de redistribución de la renta con escalas de justicia avanzada. El desplazamiento de los “refutadores de leyendas” consistía en verlo como totalitario o tiránico, y desde el punto de vista de la convicción más sensibilizada de los sectores intelectuales, como “monstruoso” (el famoso cuento escrito por Bioy y Borges).
Pero ya Natalio Botana, nombre del publicista angustioso que efectivamente nos interesa, el director de Crítica, había llamado loco a Yrigoyen. Quizás la historia de estos malentendidos, voluntarios o no, fundados en estrategias fijas y de ritos circulares de la vida nacional, introducen elementos de no tan remoto origen psiquiatrizante al debate. La “historia de la locura”, querría ser, para muchos de los poderes efectivos del mundo –en contra de los que, a su vez, se dirigieron con sorna Erasmo y Artaud-, la verdadera historia de los políticos y luchadores populares. Desde una visión más profunda, el “instante de decisión” puede ser equiparado al “momento de la locura”. Pero sería entrar a terrenos propicios a las filosofías de un C. Schmitt o un J. Derrida, lo que poco les importaría a los editorialistas de La Nación o Clarín.
Si leyeran estas breves observaciones, solo conseguirían exacerbarse y convencerse que la esfera de lo político, con sus intereses específicos, es un mundo desorbitado y en estado de permanente delirio cuando aparecen escenas, todo lo imperfectas que se quieran, de un gobierno popular. Mucho de este linaje de disensiones entre el periodismo enjuiciador clásico y los procesos llamados populistas –con menor o mayor precisión en el uso de este vocablo- se repiten ahora, con asombrosos parecidos a las prosapias y genealogías injuriantes del pasado. Se dedicaban ahora a la presidenta Cristina Fernández, y enfocaban su estilo, su discursividad y sus a veces inesperadas decisiones, como arena privilegiada de una analítica del hundimiento de una forma de gobierno, haciéndola motivo de un naufragio político, ético y moral a su principal exponente.
La Presidenta, es evidente, tenía en tanto tal, un estilo sumamente particular. Su oratoria estaba compuesta de innumerables planos y escorzos, y con incesantes referencias “personalizadas” a los focos inmediatos y mediatos de sus alocuciones, a fin de buscar retóricas confirmaciones de lo que se decía, o diseminar una suerte de imaginarias preferencias sobre tal o cual circunstante. Cuando interpelaba a los asistentes de sus actos oficiales, no lo hacía – no podría hacerlo-, en términos de crear una relación igualitaria. Evidentemente, era la Presidente generando simbolismos y alegorías de acción, que hacían de cada acto un cierto arquetipo donde se esfumaba necesariamente las figuras singulares  con las que aparentemente hablaba. ¿Cómo juzgar ese hecho? Ellos han merecido críticas demoledoras y escandalizadas, como si en estas espesuras de la dicción de toda figura pública, no estuviera siempre la composición de requisitos alegóricos de ésta índole. No obstante, podría decirse que la Presidenta los empleaba en demasía.
Sobre esto, se podrían también poner en discusión –en esta democratización de los estilos ceremoniales que parecen estar en juego- los demás modos de expresión conocidos en este momento. La Presidente, como dijimos, era “regaladamente” alegórica a través de desplazamientos que solían costarle al día siguiente  entusiastas y facilitadas críticas de los periodistas encargados de triturarla con sus estiletes semiológicos.
En el talante presidencial de ese momento –podemos dar ejemplos-, las “cadenas” del Combate de Obligado pasaban a ser los pensamiento encerrados en “cadenas” que había que cuestionar; la transmisión abierta del fútbol llevaba a la tan criticada idea del “secuestro de goles”; y en algunos momentos, alusiones del argot popular de carácter picaresco, no se privaban también de ser incluidos por la Presidente, en atrevidos pasajes discursivos para que los analistas de signos de turno, desafiados, pusieran en su cosechadora de desprecios y acusaciones la crítica a la “frivolidad”. La indetenible cadena metonímica que ponía en juego la Presidente era muy interesante –contrastante con el parvo laconismo de los demás magistrados, ni qué decir de Macri- pero como lo demostraron los hechos posteriores, era tan atractivo como riesgoso.
 Otras veces, anuncios fundamentales eran hechos por la Presidente en estilo coloquial, que no parecerían pertinentes a la voz del Estado en su manera circunspecta. El ex presidente uruguayo Mujica, llevando al máximo estas expresiones de familiaridad en el lenguaje y a un toque un tanto rebuscado la exposición frugal de su figura pública, era casi siempre festejado, así como por mucho menos fue estigmatizado Chávez, inventor de un discurso que mezclaba drama, comedia, vida intelectual y expresiones populares del vivir común, no chulas sino basadas muchas veces en finuras de la lengua. Claro que acompañadas de énfasis sin duda hiperbólicos. Un rasgo específico de la Presidenta es algo que no suele tomarse en cuenta por la necesidad de hacer pasar a primer plano la llamada “crispación”, usada, dijimos, como sinónimo de “locura” e incomprensión de los otros –grave acusación pues significaría ni más ni menos una ausencia de escucha de las máximas autoridades-, y se trata de un rasgo que alude a su capacidad de reflexionar sobre la cualidad del tiempo, la fugacidad de las cosas y la excepcionalidad del luto. Se pasan por alto estos momentos de autorreflexión muy interesantes, no emanados de un cálculo sino de una conciencia desgarrada, pero que suelen interpretarse por los críticos profesionales, como parte de un amplio empaquetamiento de imposturas. Creemos que no es así y que hay mucho más para decir sobre esto
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 Para todos, sería interesante que se hubieran desandado varios planos de este excesivo estilismo –analizar los procesos históricos como si fueran solo rastros estetizados de estilos oratorios, o bien indumentarios, o bien muletillas de expresión-, para analizar los complejos problemas en curso, donde sin abandonar las cuestiones expresivas y estéticas, se tuviera más en cuenta las bien conocidas dificultades universales, no solo argentinas, para recrear los vasos democráticos comunicantes entre Estado y sociedad. Eso no ocurrió. Y el debate sobre los dichos presidenciales se nutría en la misma proporción de la amplia reiteración con que la Presidente hacía públicas sus palabras,  sea en la plaza pública, en patios internos de la Casa de Gobierno, por twitter o video-conferencia. ¿Y?
Una pieza discursiva que se le escuchó a menudo a Cristina fue la noción de “presidenta militante”. Esto tiene sus problemas, acechanzas y novedades. El riesgo de declarar “militancia” cuando se asume la primera magistratura, es el de desaprovechar esa instancia universalista que abre la institución presidencial para entrarle novedosamente a la entraña última de los problemas, lo que no obstante estaba presente cuando la Presidente mencionaba a los “cuarenta millones de argentinos”. Sin embargo, esa frase inevitablemente adquiría una forma dispersiva cuando invocaba bajo la insignia de la militancia, la condición transformadora específica del gobierno, con medidas desequilibrantes de alcances sectoriales pero no facciosos.
No obstante, poner decisiones urgentes y traumáticas bajo la acepción “militante”, implicaba más y mayores debates que los que –según mis recuerdos- se atinaron a hacer. En su reemplazo apareció “el mal debate”. Las fórmulas acusatorias fáciles se extendieron a todas las áreas de actividad, y por lo tanto se acrecentaron también las rápidas respuestas defensivas. El “periodismo militante” fue acusado de “despreciar los hechos”, y entonces se respondía con la idea de que todo hecho es igual a la singularidad soberana que tienen sus más diversas “interpretaciones”. Pero éstas rápidamente eran devueltas, por los contradictores de la voz militante, como un signo de sectarismo que ignoraba la necesaria “objetividad” de la vida y el mundo
El llamado a la militancia en el ejercicio de la función pública, sin embargo, posee un evidente atractivo, que corre parejo a sus inconvenientes. El atractivo es el de poner los ruinosos y oxidados estamentos del Estado en una situación desentumecida, aireada respecto a los innumerables pasadizos de la lúgubre burocracia tamizada por invisibles “peajes” obligatorios, o como se los llame. Hay un aroma libertario en la consideración por la cual no se da el tajo final que escinde el funcionario del militante. Visto del ángulo opuesto, el militante en el interior del pliegue estatal, se presta como fácil blanco de la acusación de “politización” de lo que, de “antemano”, posee una apacible “neutralidad”. Los críticos del “Estado militante”, desde luego podían ver allí la excusa de una ingeniosa fenomenología del latrocinio.
Bastante consiguieron inducir a la visión del político estatal como un comediante de su propio interés personal. No hubo tal; hubo, sí, una falta de calidad en la concepción del Estado. Eso fue algo que habitualmente suele llamarse “oportunidad perdida”. Lo otro, lo que ahora vemos, parecería que viniera a restaurar una racionalidad mecánica en el Estado, que “antes” parecía “orgánico”. Se trata de “desgrasarlo”. Esto es, algo no explicado nunca, como no sea con la guillotina de una lúgubre Razón lineal y expulsiva.
Un Estado como el que pretenden será un anexo de las agencias de “management”, la suma de las desmesuras que, por su reverso, componen los pretendidos momentos cristalinos de toda una sociedad supuestamente transparentada hacia sí. Una aséptica vitrina decisionista donde máquinas humanoides tomarían providencias exactas. Y que como ente no sólo de la racionalidad tosca, sino del juicio disecado, vendría a reparar, convirtiendo automáticamente en réprobos y cabecillas del robo nocturno de documentos, a los miles de funcionarios que bajo cualquier título ocupamos cargos de dirección en instituciones notorias. Y entonces, bajo la imagen de un desplome de los vampiros del Estado, succionadores de arcas públicas y retenedores de los llamados “vueltos”, se construirían imágenes casi parecidas a la caída de Hussein o a los momentos finales de Kadaffi. El sistema metonímico, el de más fácil transferencia imaginaria de una parte interesada y dramática de un acontecimiento, desplazado a una difusa totalidad que se ha congelado previamente con toda clase de objetivaciones en torno a la corrupción, tiene un papel formidable en esta filosofía a martillazos de las comunicaciones Gran Mediáticas.
Creo, por fin, que no se planteó bien la idea de una militancia en articulación con el ejercicio de políticas públicas. Lo que se hizo, sin embargo, tiene más consistencias –aun ofreciéndose a legítimas críticas- que el pseudo-universalismo o la pseudo neutralidad del macrismo. Ahí sí que el Estado es un botín de empresas globalizadas o de “capitales nacionales” –siempre entrelazados con las anteriores- que no solo incurren en los viejos vicios nepotistas que nunca dejaron de existir, sino que simulan que el Estado es una máquina “robótica” (el “equipo”) que no está atravesado por intereses particularistas y la espesa confusión entre lo público y lo privado. Solo que aquí hay que buscar al HSBC o a las Telefónicas, y no a un ministro “cabeza fresca”.
Para terminar estas desordenadas líneas, me refiero a ese ministro. No sé bien lo que hizo, solo conjeturo. Lo que sea, debe contar con más explicaciones. Como mínimo, las irregularidades en Ciccone (tanto ésas como otras también notorias, ya las mencioné antes), pero al mismo tiempo deben considerarse, muy especialmente, las decisiones públicas de ese ex Ministro en torno a los fondos de jubilaciones (que lo convirtieron en un objetivo inmediato de los grandes grupos económico financieros) y por otro lado, sus estilos personales, fáciles de subsumir en una serie de frivolidades rampantes… Todo ello debe ponerse en la imaginara “balanza” del juicio que se le debe a los hechos acontecidos. Por mis funciones, hablé varias veces con Boudou. Amable, simpático, muy “Mancha de Rolando”, sin abandonar un aire de “rockero maduro”, conversaba de temas económicos con pertinencia, aunque hubiera aspectos en que no se concordara enteramente. Estampa viva del kirchnerismo, incluso en el abandono al que ahora es sometido, según creo y percibo. Inclusive escuché que su grupo de rock ya toca en el stand de Clarín en Mar del Plata.
Dada  la envergadura que adquirió la inmediata demonización que ocurre cada vez que es pronunciado su nombre, se exige que un juez probo intervenga en las causas que tiene abiertas. Muy lejos estoy de pensar que Oyarbide sea esa figura. Muy lejos estoy de pensar que nada y algo de esto sea fácil. Y muy lejos estoy de pensar que éstos, mis pensamientos, alcancen. Quizás haya una segadera preparada para el cuello de cada uno de nosotros. Sin embargo, se trata de llegar verdaderamente a la “facultad de juzgar” –ente de la razón crítica que para Hannah Arendt era la subvención máxima que se le debía otorgar a la tan proclamada república-, que sin embargo, parece constantemente retirarse de escena. Es que toda vida, en esencia, es trágica.
(En el capítulo 6 trataré la cuestión de Malvinas, en el clima de “negocios” que incluso sobre esas islas ha diseminado el macrismo).
Buenos Aires, 12 de febrero de 2016
Fuente: La Tel@ Eñe

Miguel Ángel Beltrán, preso


A TODA LA COMUNIDAD

Compartimos con ustedes el video que hizo el profesor Miguel Ángel Beltrán como defensa en su audiencia de casación el pasado 25 de enero ante la Corte Suprema de Justicia:
Cordialmente, 


Unidad de Comunicaciones y Relaciones Interinstitucionales
Facultad de Ciencias Humanas
Sede Bogotá

Tel.: (57-1) 316 50 28 Conmutador: (57-1) 3165000 Ext. :16142 Fax: 16224
Universidad Nacional de Colombia

Balance de época (VI) // Horacio González

Las Malvinas, Argentina y el mundo


El gobierno de Macri encarna una gestión despojada de cualquier nervio cultural, como no sea un pensamiento gerencial, que se aplica también sobre Malvinas. Un sentimiento público latinoamericano y emancipador, no los viejos y nuevos intereses generales referidos al petróleo y la pesca, debe ser en primer lugar el alimento de la juridicidad político-histórica que enmarque el caso. ¿Es posible con Macri este encuadre diplomático? No.
Cualquier lectura de la historia de las Islas Malvinas –la más recomendable es sin duda la de Paul Groussac, escrita en 1898, que a su ponderada visión histórica le agrega el condimento sutil de la ironía-, arroja un resultado palmario. Son una pieza fundamental de la historia marítima, comercial, militar y científica de esta región del planeta. Antes  y ahora. No puede haber dudas sobre los títulos de la potestad argentina sobre el archipiélago, y ellos surgen de ningún otro lugar que de la irreversible geología que las ata al continente y del combate por su pertenencia, que ocupó varios siglos, multitud de informes y escaramuzas, cambios de mano y escritos diplomáticos de las más diversas especies. Entre estos se destaca el del Dr. Johnson, uno de los mayores críticos shakespeareanos, que implícitamente valida en 1771 los derechos de España. Estos se proyectan sobre la jurisdicción española en América que corresponderá a la creación o emergencia del orbe nacional  argentino.
Un océano de papeles y hasta de debates filológicos permiten realizar una pregunta casi impertinente por su obviedad. ¿Por qué las Malvinas se tornaron tan esenciales, una pieza clave de la historia moderna, que es la historia de las guerras económicas expansionistas desde el siglo XVII, a pesar de tener ellas una posición marginal y aparecer tardíamente en los mapamundis? ¿Por qué su nombre permanece enigmático, y el que adoptamos como inescindible con nuestro idioma, proviene, más allá de inagotables discusiones, de los navegantes bretones de Saint-Malo?
Hay un elemento utópico en todo proyecto de ocupación territorial, un sesgo inevitablemente literario que a los efectos de una historia severa de la poesía, no dejan de componer una estética colonial. El expansionismo mercantil, el filibusterismo, los corsarios, las históricas usanzas de las empresas de piratería, que supieron encumbrar imperios, asimismo buscaron su validación por las grandes escrituras. Se acompañaron de distintas consideraciones utópicas, que siquiera precisaron llegar a las cumbres poéticas como las de Kipling – “Llevad la carga del Hombre Blanco”-, quien pensó el imperialismo como un sufrimiento y una necesidad. Hasta mediados del siglo XIX la fabulosa Isla de Pepys, que tuvo un supuesto avistamiento en el siglo anterior, figuró en muchos de los codiciosos cálculos científicos o políticos de las potencias de la época, y también en la publicística de Pedro de Ángelis, el gran polígrafo napolitano al servicio de Rosas, que se interesó por ella. Pepys Island no existía, pero era indudable que hacía las veces de contrafigura espectral de las Malvinas, dado que su ubicación imaginaria tenía homólogas coordenadas oceánicas.
No es posible, por muchas razones, ignorar el papel que jugó Bouganville en el proyecto de poblamiento de las Islas, que es el más importante antecedente del reconocimiento de la pertenencia de Malvinas a España –por consecuencia de las negociaciones posteriores para el abandono de esa colonización francesa en la segunda mitad del siglo XVIII. Bouganville era también un gran naturalista; no solo queda en la historia como un antecedente de la atribución argentina en la posesión de Malvinas, sino como estudioso de una flor que lleva su nombre, la buganvilla –o santa Rita-, que figura entre las preferidas por el trágico cónsul inglés Geoffrey Firmin (personaje ficcional de la gran novela Bajo el Volcán, de Malcom Lowry), que citamos no para dispersar el tema, sino para introducirle un elemento cultural que sin dejar de ser un detalle, tiene su importancia antropológica.
Es que Gran Bretaña es una cuerda interna de las historia de nuestros países, desde las célebres y lamentables negociaciones del pacto Roca-Runciman, y si se quiere abundar en la genealogía de las grandes y complejas escenas imperiales, desde el empréstito de la Baring Brothers, que atraviesa muchas décadas como modelos de préstamos canónicos de las finanzas coloniales. Manuel Moreno–el hermano de Mariano, embajador de Rosas en Inglaterra-, es autor de documentos importantes presentados ante Lord Palmerston, por más que Groussac prefiere señalar que eran un tanto ingenuos. Como sea, estamos hoy mucho más cerca de esos escritos de la diplomacia argentina del siglo XIX –en el momento en que se produce la ocupación británica- que del desempeño moral y militarmente desastroso de la Junta Militar que actuó en 1982. El detalle de la flor preferida por Firmin, el cónsul inglés debajo del volcán, significa que hay una “veta inglesa” a explorar.
No es ningún secreto: brota de todo aquello que compone el lenguaje y su historia real, que es la fibra interior, resistente, de la democracia efectiva argentina. Se trata de la existencia no solo de una opinión interna de un sector no desdeñable de la tradición inglesa anticolonialista. A veces se halla oculta bajo los pliegues de un interés por lo extraño, por lo “bárbaro” como equivalente de una seductora inversión del refinamiento –de ahí el coronel Lawrence “de Arabia”-, o por una civilización hindú que lejos de mostrar la dudosa eficacia del Commonwealth, dejaría ver su tozuda incomprensión cultural, tal como aparece en recordables novelas, como la muy célebre de E. M. Forster, Pasaje para la India. Antes del advenimiento del Gobierno Macri, la política de la diplomacia argentina, en especial llevada a cabo por la entonces embajadora en Londres, basaba su estilo de persuasión no en una seducción superficial y mucho menos en ofrecimientos de último momento, sino en una comprensión profunda de las complejas relaciones anglo-argentinas. Diría que éstas siempre fueron así desde el complejísimo Francisco Miranda hasta las diversas relaciones de los sindicatos argentinos con las Trade Unions –reservorio de la historia obrera universal, cualquiera sea hoy la interpretación que hagamos de ellas- y en esa gran porción hoy activa de la memoria inglesa, con remotos aires de democracia social decimonónica, se basó la posición argentina de formular el cuadro significativo del diálogo. Implicaba esto, la condición de pares y un signo de reconocimiento. Una potestad de la palabra ligada a una soberanía que surge de locuacidad nacional, con todas sus dimensiones, que son todas las etapas de su vida independiente.
Durante más de dos siglos, las cancillerías de España, Francia e Inglaterra se disputaron los mares, guerrearon entre sí, hicieron y deshicieron tratados, y se hicieron cargo también de otro convidado, el naciente poder norteamericano, que trazó también su plan de ocupación en Malvinas en 1831 –el incidente bien conocido de la fragata Lexington-, donde Estados Unidos esboza pretensiones sobre las Islas con argumentos que demuestran su falta de sustento cuando tiempos después los declina a favor de Inglaterra: era el colonialismo nuevo rindiendo homenaje al colonialismo viejo.
En eso se parecen al actual primer ministro Cameron. Pero la conciencia colonialista ha dado ahora un paso tortuoso, sumida en la incapacidad de pensarse a sí misma. Este calificativo que señala la vasta saga colonial, se les escapa de las manos. Culpabiliza pero no saben bien a qué emplearlo, ni que inédito espejo se forja para que la Nación Inglesa no pueda mirarse a sí misma. ¡Qué diferencia con la oscura pero profunda conciencia que los estudios de Carl Schmitt le atribuyen a Inglaterra, a partir de una frase shakespeareana de Ricardo II: “esta joya en un mar de plata engarzada”! Por cierto, estos estudios sobre el poder infinito del mar y el destino marítimo inglés que se desprende de muchas obras de Shakespeare –de ahí la importancia que uno de sus mayores estudiosos, el ya mencionado Dr. Samuel Johnson, a la vez lectura favorita de Borges, tomara una posición “pre-argentinista” en el siglo XVIII- no pueden ser ahora interpretadas a través de los fascinantes pero tremendos –en verdad: riesgosos- estudios de Schmitt. Pero dan cuenta del paso que ha dado este viejo país en una parte de su clase política, desde la época de la tragedia isabelina hasta sus actuales dirigentes desprovistos de una visión más profunda sobre el mundo que heredamos, en gran medida por la acción que durante siglos ellos mismos desplegaron en torno a invasiones, conquistas y brutalidades sobre la condición humana.
Debemos tener en cuenta pues a la “otra” Gran Bretaña, la de  Cunninghame Graham, la de Raymond Williams, de Eric Hobsbawn, de Daniel James, de John Lennon y de John Ward. Sí, claro, este último es el personaje de la poesía de Borges sobre Malvinas, que traza un rumbo para el pensamiento crítico, y que hay que hacer el esfuerzo de entender. Lejos de ser Borges un “escritor inglés” es portador de un criollismo universal que es necesario considerar e incorporar como pieza urgente de nuestra materia. Borges es un intersticio argentino en las rotundas fisuras de la literatura inglesa, que es una dimensión de su ética inquisitiva universal (Berckley, Coledridge). Las consecuencias políticas de esto, las veremos luego. Conocía como nadie, como argentino universal que era, la singularidad histórica inglesa. Su John Ward, lector del Quijote, y su Juan López, lector de Joseph Conrad (polaco que escribe en inglés), quedan ambos muertos en la nieve uniendo sus grandes mitos literarios, sin comprender por qué, como en una lejana escena bíblica. Son juguete de los “cartógrafos” al servicio de las fronteras creadas por los poderes bélicos y mercantiles. Ahora indican otro destino para la estrategia y significado de las Malvinas Argentinas, cuyo remoto nombre holandés –acaso sus verdaderos descubridores- era Islas Sebaldinas.
La Embajadora Alicia Castro realizó en Londres una magnífica tarea de convocatoria el diálogo, que al mismo tiempo que recibía un duro rechazo de Cameron,   había agitado al mundo cultural británico, que tiene como nota de específico orgullo de haber sido la sede de la escritura de El Capital, y la actividad de su “ala izquierda cultural”, en la que según las épocas  y las largas discusiones sobre la justicia social, incluye desde el gran artista William Morris (no la localidad del Gran Buenos Aires, que conmemora a otra persona de igual nombre, un pastor protestante) hasta incluso a Bertrand Russel, que tomara tan cambiantes posiciones sobre los conflictos mundiales, pero al que igual que Keynes, pueden considerarse ambos esenciales para  una vida inglesa abierta a la sensibilidad social no colonialista. Incluso el liberal Harold Laski (al que Carl Schmitt fulmina a propósito del tema del “pluralismo”). Incluimos el sutil historiador E. P. Thompson, o a Perry Anderson y su hermano Benedict (que acaba de fallecer). Son los rastros de la izquierda inglesa, con los mismos dilemas de rupturas y discusiones que pudieron haberse verificado entre nosotros, sobre el juicio sobre la Unión Soviética o el empleo de la violencia. ¿Quién de nosotros no leyó alguna vez un artículo en la New Left Review?
Recobrar las Islas presupone reinterpretar la historia moderna a la luz de una crítica al colonialismo, que debe ser nueva y original, hecha desde la vida cultural argentina y en el establecimiento del diálogo con lo que aún conserva la memoria del empirismo progresista inglés o su teoría del valor-trabajo (sus grandes economistas del siglo XVIII y XIX, incluyendo al alemán Carlos Marx) y eso implica muchas connotaciones culturales que aún deben ser descubiertas. Solo que con el enfoque empresarial de Macri ahora no es posible. Porque no es posible que este gran acto recuperatorio que cambiaría la historia misma de Latinoamérica se produzca meramente en el marco de la globalización, con acuerdos que apenas le provea la estructura abstracta de las grandes empresas tentaculares, con sus nuevas “Ligas Hanseáticas” (hoy petrolíferas, de pesca masiva y depredadoras). ¡Casualidad! Las que fascinan Macri con el nombre de British Petroleum o HSBC, y lo llevan a aceptar un probable sistema de  “Leasing” para alquilar las Malvinas. Una rivadaviana enfiteusis al revés.
Un sentimiento público latinoamericano y emancipador, no los viejos y nuevos intereses generales referidos al petróleo y la pesca, debe ser en primer lugar el alimento de la juridicidad político-histórica que enmarque el caso. La Argentina que recibe a Malvinas debe ser a la vez una Argentina más lúcidamente internada en su proyecto de democracia colectiva, con inspirada justicia social, con originales visiones sobre su propia historia, con sus propias políticas extractivas y agropecuarias de cuño no contaminante, no depredatorias de nuestras propias montañas ni distante de la creación de una nueva lengua social para hablar profundamente con los antiguos habitantes de nuestro territorio, con una nueva empresa petrolífera estatal reconstruida, con instituciones públicas de financiamiento a través de nuevas doctrinas sobre incorporación de rentas petrolíferas y financieras, con originales construcciones políticas que revitalicen socialmente las instituciones de la representación cívica y con nuevas concepciones históricas y antropológicas no simplemente emanadas de un desarrollismo lineal. Este programa es permanente. Hoy está entre paréntesis debido a la insensibilidad supina de la lógica compulsiva de la globalización que ha introducido Macri, como quien abre de repente las puertas de su casa para que entre un aire gélido, paralizante.
Sabemos que la población hoy viviente en las Malvinas –descartando la Base del  Otan que no es novedad respecto a lo que proyectaron los gabinetes europeos desde hace cuatro siglos-, no puede ser un tercero necesario en la negociación que más temprano que tarde deberá establecerse por imperio de una opinión mundial cada vez más consciente del cambio que hay que operar en las condiciones universales de vida. No obstante, allí hay  derechos de ciudadanía y culturales que son decisivos para constituir el diálogo. El nombre de Malvinas admite que el pensamiento de un mundo más justo adopte una sensibilidad capaz de  un autonomismo nuevo, es decir, volverlas a sí mismas, darles su verdadero significado que tampoco le puede ser indiferente al asentamiento humano angloparlante de las Islas, que hoy es casi multicultural, y que comparte por igual un destino de factoría y una fuerza vinculada a la “ética protestante”, en un puñado muy reducido de descendientes originarios, que manejan la prensa –el Penguin News- los negocios crecientes y hegemonía cultural, con toques facciosos que los perjudican también a ellos.
Para interpretarlo adecuadamente Argentina debe extraer de su memoria nacional sus mejores linajes y su vocación de alteridad, con redescubiertos componentes universalistas, antropológicos y democráticos. Recibir así, en nombre de un renovada justicia territorial, a los actuales habitantes de Malvinas será propio de un país que a su vez cambie al recibirlos, al meditar sobre los ámbitos receptivos de su propio idioma, sus renovaciones culturales y sus revisitadas tradiciones culturales. La Argentina, con su no desmentido corazón de país de compromisos humanísticos –a pesar de los oscuros períodos vividos, que muestran las antípodas de este linaje que sin embargo hemos mantenido y que hoy se debilitan por la rústica presencia, diariamente agresiva, del gobierno de Macri – los debe recibir también en medio de un gran reflexión colectiva, por el simple y extraordinario hecho de lo que implica recibirlos. Trazar una línea de reflexión activa, de una diplomacia nacional que beba hasta el último sorbo de sus propias posibilidades expresivas significa que las Islas pueden ser recobradas, recobrándose a la vez una nueva energía democrática nacional, siendo ambas cosas causa y complemento de la mutua posibilidad de la otra y un ejemplo universal de diálogo que tampoco puede serle indiferente a las tradiciones británicas que despojadas de un anacrónico sentimiento colonial, puedan  hacer revivir su implícito universalismo. Este universalismo no desconoció, muchas veces, aunque sea excepcionalmente, que su verdadera raíz se halla que la democracia interna de los países  En la filosofía y la literatura contemporánea (o quizás, de todas las épocas) hay una idea persistente, que es la de encontrar en un punto complejo de la realidad, la condensación de todos los diversificados temas que nos interesan resolver. En la tradición marxista, este punto es la “síntesis de múltiples determinaciones”, pero se lo encuentra en todos los pensamientos que nos interesan del mismo modo aunque con otras palabras. Por ejemplo, en Spinoza, el Deus sive naturaleza, o en la recurrente idea de “aleph”, como punto de aglomeración de todas las cosas.
Malvinas tiene esa especial consistencia en nuestro lenguaje, pues las dimensiones que abarca son innumerables, complejas y dinámicas. En primer lugar, el concepto Malvinas –sí, claro que no es solo un concepto, pero ese territorio, la historia de ese territorio y las acciones políticas asociadas a su actual realidad de no estar bajo la jurisdicción que corresponde- lo hace un principal talismán de la historia contemporánea argentina. Una dimensión es entonces la de los vínculos de la historia argentina con Inglaterra, o dicho más precisamente, con el desarrollo de los episodios característicos del imperialismo mercantil desde el siglo XVII en adelante. Ya sugerimos las complejidades de este punto. A esto se le agrega la difusa y desafiante cuestión de la Antártida, donde las lógicas territoriales ya no del viejo colonialismo, sino de la nueva globalización, incidirán de una manera “espectacular” (como dice Durán Barba) en el gobierno de Macri, no solo receptivo de esas lógicas, sino que existe porque es su criatura misma.
En el silgo  XVII aún no existía “la Argentina” y su nombre es pronunciado recién un siglo después (la poesía toma el delicado tema del metal “plata”, argentinorum, y lo devuelve como gentilicio, ver  Angel Rosemblat, El nombre de la Argentina), pero lo que hoy llamamos Argentina emanada precisamente de esa trama de fuerzas previas o de lo que podríamos llamar proto-argentina, contiene problemas dinásticos, de las cancillerías globales de la época, cuestiones políticos y sociales que se expresan en acciones militares de la época, así como en el presente. Esas acciones significan una afirmación de soberanía en plena era de la universalización compulsiva del dominio global, con lo cual el concepto de soberanía tiene otro dinamismo, cubre expectativas generales que no son solo territoriales y extienden su interés a los modelos de economía pública y social que debe asumir la Argentina. En aquel tiempo Malvinas era una pieza territorial del juego de las de las naciones latinoamericanas. ¿Y ahora? ¿Cuánto más que se espera, para reanudar este ciclo; el macrismo, sin duda, lo interrumpe con su grosería y tosquedad políticas.
Hace un par de años, algunos intelectuales que cuestionaban lo que les parecía una hybris nacionalista en el tratamiento de la cuestión Malvinas, decían algo así como que Malvinas sería una idea contemporánea que no podría proyectarse más que irrealmente sorbe el pasado. Un ente sin raíces. No. Hay un derecho del presente para interpretar sólida y serenamente el pasado. Es cierto que no se puede extender la idea de la argentina al pleistoceno o al cenozoico (Lugones mismo se lo dijo a Ameghino), pero sí a los umbrales de la modernidad. Y allí, a diferencia de las posiciones que pasan por alto la cuestión nacional –cuestión no tratada con criterios esquemáticos, sino precisamente plenos de historicidad-, es fundamental, a la luz de un plexo de argumentos jurídicos de la era de las naciones y de las expansiones imperiales, pensar Malvinas. Y hacerlo en el seno de este momento histórico de la nación argentina, con sus conflictos, sus desgarramientos sociales, sus intereses contradictorios. Así se lo hizo en el período kirchnerista y durante la embajada de Alicia Castro en Londres, cuyo principal  resultado es la declaración de J. Corbin, el secretario general de Labour Party, en relación al diálogo.
Porque también a diferencia de los que decían que hablar de “unidad nacional” es una imposición a los hombres libres (y ahora ellos convocan a un “pluralismo obligatorio”), también se puede decir lo contrario pero aceptando la pertinencia del debate. La unidad nacional nunca la postuló nadie como la “comunión de todos los santos”, slavo el abstraccionismo gerencial que ahora nos gobierna. Salvo en la imaginación de los “gerentes de producción y ventas” nunca hubo términos de una nación monolítica, sin poros, cerrada a la novedad y a sus luchas internas. ¡Pero ellos también ven consumidores  y no ciudadanos, pero en gradaciones de “poder adquisitivo”! Un país es un potencial adquisitvo y consumidor. Malvinas es un territorio visto desde el “clima de negocios”.
Pero Malvinas, para nosotros, solo pude el lugar conceptual cuya  importancia proviene de que solo puede ser obra de hombres libres y solo se puede pensar desde la autonomía de las conciencias grupales y particulares. Siempre esa apelación surgida de movimientos populares significó la realización de frentes políticos y sociales que corrieron distinta suerte en la historia argentina, como bien lo demuestra la historia del peronismo (de alguna manera, como Kerensky, inspirado en el Laborismo inglés… ¿digo alguna herejía?). Por eso, en este crucial momento de la vida del país, la cuestión Malvinas, dicha su condición de ente histórico y ético, también encierra la cuestión de la infraestructura de transporte, de la infraestructura de las industrias extractivas, de la distribución de la renta y de los distintos modos de tratar los excedentes rentísticos de la actividad económica. Son diferentes pero complementarias instancias de la autodeterminación social, frente a la cual estamos en franco retroceso, en “franco-macrismo”, por así decirlo. Si la minería eran antes extremadamente descuidada y deformante de la política, hoy adquiere una responsabilidad más que aciaga con las medidas que quitan el casi mínimo control que había, en una de las más riesgosas –junto al fracking- acciones de degradación económica del medio ambiente.
No nos equivoquemos: estas cuestiones de la auto-determinación ambiental también se proyectan sobre “Malvinas”, tema sobre el cual el nuevo gobierno nada entiende, pues en su fondo anímico indeclarado, piensa que “son inglesas”, lo que ni los ingleses, en su mismo fondo, piensan. No puede haber autodeterminación forzada para los habitantes malvineros, pues su autodeterminación debe ser otra, vinculada a su autoindagación: la tradición anglicana de habla inglesa, no economicista, preguntándose a sí misma ante la costa cercana, donde estamos los hispanoparlantes, que nos llamamos argentinos y estamos dispuestos a vernos también en el espejo de una historia compleja. Por eso es fundamental postular que su estatus actual de Malvinas es fruto de un despojo territorial certificado por la documentación histórica de la “era de las naciones”. Pero a partir de allí hay sujetos de derecho, porque todo ser viviente, con su cultura, devociones y biografías individuales, los posee. En tal sentido, posiciones abstractas y mitológicas no sirven para pensar el tema de las Islas unidas al Continente, pues componen un hecho histórico singular que ilumina para todos –también para los habitantes isleños- un futuro social argentino o neo-argentino de otra calidad política, apelando a otros núcleos conceptuales para interpretar una cuestión nacional revisitada con criterio de avanzada social, humana, tecnológica y jurídica. ¿Es esto posible con el Gobierno Macri? No. Pero es posible reabrir la discusión al margen de la actual Cancillería Globalizada.
Sobre todo, porque en el futuro va a dar lugar también a un latino-americanismo renovado, es decir, a un fortalecimiento y replanteo de la relación entre los países que son herederos de una historia común, pero aun atravesados por heterogeneidades políticas muy fuertes y dilemas cruciales, como el de Venezuela, Cuba o Brasil. ¡Por no mentar el nuestro! Malvinas es el nombre y el horizonte de un racimo de problemas que por sí solos permiten inspirar de su buena resolución un hecho novedoso para nuestro país, en una dimensión política, humana y cultural. Integrada Malvinas al derrotero común de Latinoamérica, allí comienza el debate perentorio y sutil sobre las autodeterminaciones sociales, políticas, económicas y culturales. Me refería antes a una intervención de intelectuales sobre el tema. Vuelvo a decir lo que en su momento opiné, no me acuerdo en dónde. Al leer los artículos perseverantes de Vicente Palermo y Luis Alberto Romero me vinieron a la memoria algunas páginas de los Escritos póstumos de Alberdi. Observando ácidamente el papel que Sarmiento y Mitre juegan en la guerra del Paraguay, Alberdi, que como sabemos, la condena, se pregunta porque esos gobernantes hicieron una cuestión de honor de esa terrible conflagración. Para provocarla, habían mandado ex profeso dos buques, y los usaron como pretexto cuando fueron quemados por tropas paraguayas. Declararon que era un atropello al “honor argentino”. Siempre según Alberdi, los gobernantes de Buenos Aires no habían sentido el mismo bofetazo al honor cuando Sucre ocupa Tarija en 1825 o en oportunidad de la anexión de la Banda Oriental por Brasil. Y prosigue otro ejemplo incómodo: en 1838 la bandera argentina fue extirpada por Francia de la Isla Martín García y muchos de los que entonces no vieron problema alguno en ese abuso y que incluso lo aplaudieron, ahora se indignaban por hechos de poca monta protagonizados por Paraguay. Y el caso mayor: “los americanos del Norte arrancaron la bandera argentina de las islas Malvinas y entregaron ese territorio argentino a Inglaterra, que lo tiene hasta hoy, sin que se viese arruinado el honor argentino y se llevase la guerra a los Estados Unidos”.
Alberdi es verdaderamente el liberal argentino. Si se busca por otras ambientaciones culturales, nunca hay nadie como él que cumpla tan exactamente con los preceptos del humanismo radical y del universalismo económico. Podrán discutirse hoy todos estos aspectos del pensamiento de Alberdi, pero no es fácil tratar al núcleo último de un razonamiento que lo acompaña por lo menos desde que escribe las Bases, y que consiste en atacar los argumentos de “gloria y loor” que fundan a las naciones. Advirtiendo Alberdi que habían llegado a su fin los empeños de las espadas libertadoras, la cuestión simbólica de la nación se desplazaba a otras materias concretas: el arado, los cables submarinos, la integración con la economía europea, los “heroísmos industriales” como los que protagonizaban los constructores de ferrocarriles, no como herederos de los conductores de míticas campañas militares –como hubiera dicho un Sorel, no mucho tiempo después- sino otra cosa, lo contrario. Acabada una época, había que replantear para la nación el sistema complejo de sus honras y ceremonias. Sustituir, en fin, un lenguaje fundado en la gloria militar por un horizonte de palabras ligadas a otras retóricas. Alberdi propone una, perdurable, a la que no define (a nuestro juicio) adecuadamente, pero tiene sonoridades de las buenas. El pueblo-mundo.
Vicente Palermo dijo alguna vez en Clarín, aludiendo a que harían los isleños que no son contemplados verdaderamente como sujetos de derecho por las definiciones de la Cancillería argentina, que: “una cosa es segura: seguir odiándonos y hasta más, si es posible (y con toda la razón, a mi entender). Me parece indiscutible que a lo largo del proceso el activismo de los malvinenses se incrementará, y tendrá a la opinión británica (que muchos llaman, de modo simplón, «el lobby de las Falklands») de magnífica caja de resonancia”. Luis Alberto Romero a su vez dice en La Nación sobre el estatuto mismo de las Islas: “En cuanto a la historia, los derechos sobre Malvinas se afirman en su pertenencia al imperio español. Pero hasta el siglo XIX los territorios no tenían nacionalidad; pertenecían a los reyes y las dinastías y en cada tratado de paz se intercambiaban como figuritas. Antes de 1810, Malvinas cambió varias veces de manos, como Colonia del Sacramento -finalmente uruguaya- o las Misiones, que en buena parte quedaron en Brasil. Sobre esta base colonial se puede construir un buen argumento, pero no un derecho absoluto e inalienable”.
Quiero decir que considero inadecuados –en verdad, parciales o insuficientes- ambos razonamientos. En los dos casos, creo que existe en ellos una impropia y descuidada definición de la cuestión nacional. No me refiero con esto a alguna trivialidad ya transitada, sino a la omisión de nuevas perspectivas para la propia cuestión nacional, bajo cuyo punto de vista hay que disponerse. Hoy más que ayer: gobierna un gobierno despojado de cualquier nervio cultural, como no sea un pensamiento gerencial, también aplicado sobre Malvinas. Pero simultáneamente excluyo también las alusiones al gaucho Rivero o a cualquier otro saber de gesta, que si no es redefinido, empantanaría nuestras definiciones en una leyenda resecada. Una consideración novedosa de la cuestión nacional supone ahora un culturalismo universalista e inherente a él, una historia nacional revisitada en términos de lenguajes emancipatorios alternativos. Deben ser los lenguajes de una oposición resistente.
En años pasados se empleó un concepto de “patriotismo constitucional” que se le atribuía a Habermas (no es así, aunque él lo popularizó), y que curiosamente, Alberdi también menta en los mismos escritos que mencioné anteriormente: lo llama patriotismo cívico y constitucional. Como ven, como polemista, parecería que les sigo favoreciendo las cosas a Palermo y Romero (visitantes del despacho de Macri, donde entra con un cepillo de dientes en la boca, pues concluye allí la tarea empezada en el toilette; en la foto de aquella visita,  es cierto, no vi tal adminículo dental). Pero no se las favorezco. Les discuto como “pluralista”. Como ambos tienen irresolubles problemas con el planteo nacionalista de la cuestión Malvinas, me parece bien remitirnos a esta cuestión a través de lo que aquí hemos llamado el “honor”, que Alberdi tiende a considerar un aglutinante imperfecto de la idea moderna de nación. No lo es para nosotros, si le cambiamos la perspectiva. Hay un honor intelectual fundado en una nueva democracia activa que si es válida para una nación renovada, nos permitirá acceder de nuevos modos a la cuestión Malvinas.
Siendo así, lo considero un concepto interesante para redefinirlo en otros términos, pues por un lado, no creo que se pueda decir simplemente que las Islas “cambiaron varias veces de manos” debido al juego entre dinastías, relativizando inopinadamente que pertenecen al ciclo complejo de la nación –la nación argentina- y así se lo considera en la citada frase de Alberdi. De seguirse aquel criterio, tendríamos apenas “un buen argumento” –se supone que entre tantos otros sujetos a refutación-, y no un hecho de naturaleza histórico-social pertinente para hacer de las Malvinas un hecho inmanente de nuestro lenguaje político. No los siempre mencionados por Romero y Palermo como alarmantes tamboriles del “esencialismo nacional”, sino los lenguajes del pueblo-mundo. La nación argentina, pues, con su historia abierta a todas las contemporaneidades. Y además, siempre entrelazada con alguna de las formas disponibles de la presencia inglesa desde el siglo XVIII, lo que dio lugar al juego de aceptaciones y rechazos, en los que, en el segundo caso, se destacaron las plumas de los Irazusta o de Scalabrini, con sus grandes interpretaciones antibritánicas de nuestra historia. En el primero, ya sabemos –y nada de desdeñarlo- las sucesivas readecuaciones del cuerpo literario nacional ante los impulsos que provenían del núcleo de Bloomsbury (son familiares los nombres de Virginia Woolf, Roger Fry, Keynes, E. M. Forster, el Mismo B. Russel y quizás hasta Wittgenstein y Katherine Mansfield)
Pues bien, ahora estamos en condiciones de crear otro campo de honra democrática, releyendo los anteriores de manera nueva, campo que incluye el patriotismo constitucional más una idea democrática de nación, por la cual la futura integración con Malvinas debe ser portadora de reformulados sujetos históricos: el pueblo argentino redefinido por sí mismo y en nombre de una nueva conversación con otros. Allí hay un pluralismo sustantivo, no meramente propagandístico y capturador de  conciencias. Esa nueva conversación abarcará a los pobladores actuales de Malvinas cuyo destino empobrecedor no debería ser “seguir odiándonos”. Para ello, es necesario advertir que son poseedores de una historia de mayor interés para nuestro país, más que para la historia de la expansión mercantil inglesa durante más de tres siglos. Ellos (la minoría originaria “comprensiblemente obcecada”) son coetáneos absolutos del ciclo de nación argentina de un siglo y medio a esta parte –coetáneos, testigos y adversarios- y eso tan intrincadamente complejo los puede licenciar de los efectos que hasta hoy asumen de una mera historia colonial y con “mentalidad de colonos enriquecidos”. Es un hecho no simple ni despojado de cierto utopismo, considerar que encierran en su propia presencia en el archipiélago –entre bases militares y cálculos del capitalismo globalizado- una potencialidad de mudanza para las propias relaciones sociales y políticas internas del país que no desean integrar.
Este comprensible no-deseo es la gema trascendente de la conversación ahora inhibida. Ellos no saben hasta qué punto son portadores de un drama de identidad que no puede resolverse en Londres y sí en el seno de las conflictivas relaciones entre Inglaterra y Argentina, tratadas como paradojas crudas –y muy crudas- de la historia, desde Mariano Moreno en adelante. Pero resolubles por otros senderos de la vida intelectual y moral de los pueblos. Aunque en los acuerdos que se exigen se diga que esos pobladores no cuentan, cuentan sí en su tragedia, en lo que creen saber de ellos mismos y en lo que nosotros creemos saber de ellos.
Pero esos deseos antagónicos, que como todo deseo puede ser interpelado, ovillan una historia de amplios conflictos. Del pueblo-mundo que es el pueblo argentino, y de la pequeña comunidad malvinense, que es una pequeña metáfora de un camino frustrado de la modernidad. Historia de comunidades en conflicto, pero de un conflicto de piezas que encajan, históricamente, mucho menos en una historia colonial que en una nueva territorialidad cultural cualitativamente renovada en su aspecto federativo, multicultural y transformador. Inevitablemente, un reencuentro político-territorial deberá ser correlativo a una perspectiva que considere a la nueva geomorfología cultural así rehecha como novedosísimo sujeto de derechos: el acto de recibir Malvinas reclama también el acto de mudanza tanto del recibido como del recipiente. Por lo tanto, este acto sería capaz de anunciar otras locuciones para la economía territorial: otra minería, otra relación con la formas vivas de la tierra, otros estilos ambientalistas auténticos, otra interpretación de la historia bajo el signo de un lenguaje libertario que supere las pretéritas discursividades “liberales” cuanto “nacionalistas”, en todas sus variantes. Con este gobierno de Sturzzenegger, Macri, Carrió y Morales, no es posible.
Es sabido el problema –el temblor doliente- que provoca mencionar a los soldados argentinos que yacen en el cementerio de Darwin. Hacia allí se disloca el tema del honor, ya no considerado como conducta del ceremonial de Estado, sino penuria del memorial social y rememoración obligada de una tragedia. No es fácil desvincular a esos soldados de aquel Ejército al que pertenecieron, pero esa operación del conocimiento –la desvinculación- es simultánea a la de pensar de otro modo también la democracia en la fuerza armada argentina, tema de vastísma actualidad y que tiene su raíz en una reinterpretación cabal de la remembranza nacional. Tampoco lo veo posible en el gobierno de Patricia Bullrich.
Tampoco es fácil tratar ese nombre –Malvinas- al margen de la forma nacionalista del honor. Pero no por tal dificultad, que se vino conjurando en el gobierno anterior a pesar del escepticismo de Palermo y Romero, hay que desistir del intento de recrear la honra colectiva con nuevos elementos culturales. Esto es, con una nueva observación sobre la lengua nacional, los medios de comunicación de masas, las éticas colectivas en general, a lo que nos obliga la enorme pretensión de atraer hacia el “odiado continente” a el núcleo insular de una cultura que puede aspirar a algo mejor que a una conducta de lobbyo a un economicismo que haría de la era de las petroleras, un símil de aquellas dinastías que se disputaban islotes en todos los océanos. La anterior Cancillería, aunque no vimos a Timmerman comprando galletitas en un supermercado, trató con contundencia temas difíciles y controvertidos. (Sobre los que también ya hablaremos). En cuanto a Malvinas, acertó al mencionar el argumento de las comunidades galesas que viven desde hace ciento cincuenta años en territorio argentino sin perder su ethos cultural, o las mismas comunidades  inglesas repartidas por todo el país –con sus herencias culturales plenamente activas-, que son la demostración de cómo la matriz sentimental argentina es porosa y albergadora, excepto cuando la expropia el mal pluralismo de los actuales gobernantes (en verdad un pluralismo con aguijones inyectantes de “macridad”, desechable pócima).
Es un modelo de fusión posible, recibir así, en nombre de un renovada justicia territorial, a los actuales habitantes de Malvinas (ingleses y chilenos) y será propio de un país que a su vez cambie al recibirlos, al meditar sobre los ámbitos receptivos de su propio idioma, sus renovaciones culturales y sus revisitadas tradiciones culturales. Ya lo dije: ni con Macri ni con el nacionalismo ciego, ni con el liberalismo insípido, o el impostado pluralismo, esto sería posible. Macri silenció cuando Cameron, un hombre rústico como él, no tan remotamente vinculado con la etnografía del hooligan, menospreció como siempre la mera insinuación tradicional avalada por resoluciones de las Naciones Unidas. El hombre ni chistó, no dijo nada porque en el fondo “el otro era él”. Macri es Cameron, pero apáticamente tamizado por el Cardenal Newman, y recién haciendo sus primeros pininos. (Este Cardenal no dejaba de ser  interesante, en su momento trastornó la vida religiosa inglesa con su conversión al cristianismo).
La Argentina, con su no desmentido corazón de país de compromisos humanísticos –a pesar de los oscuros períodos vividos, el guerrerismo galtierista o el economicismo de quienes ahora ven las islas como una cuestión inmobiliaria, que muestran las antípodas de este linaje que sin embargo hemos mantenido- debe recibir a la ciudadanos ingleses de Malvinas también en medio de un gran reflexión colectiva, por el simple y extraordinario hecho de recibirlos. Trazar una línea de reflexión activa, de una diplomacia nacional que beba hasta el último sorbo de sus propias posibilidades expresivas significa que las Islas pueden ser recobradas recobrándose a la vez una nueva energía democrática nacional, libertaria y democrático-socialista (la utopía del “vamos a volver”)  siendo ambas cosas causa y complemento de la mutua posibilidad de la otra y un ejemplo universal de diálogo que tampoco puede serle indiferente a las tradiciones británicas que despojadas de un anacrónico sentimiento colonial, pueden  hacer revivir su universalismo que no desconoció que su verdadera raíz se halla que la democracia interna de los países. ¿Ahora? El interregno macrista lo impide. Pero tenemos que seguir pensándolo. 
El esfuerzo diplomático argentino cuando ocupó la embajada Alicia Castro tuvo mucho de historiográfico y de culturalista, y no poco de filosófico. Ese antecedente corre riesgos ahora, pero permanece en nuestra memoria política. La guerra de Malvinas fue el fin de una etapa dictatorial de la que el estado mismo se debe hacer cargo. En otro momento, y con otro un presidente civil, se escuchó el asombroso gesto de “pedir perdón” en nombre del estado actual, por aquel otro estado infame. Es un único y mismo problema. Desvincular un momento de otro es una apetencia democrática y filosófica para el país. ¿Ante quién pidió “perdón” Kirchner? Ante el pueblo-mundo. (Aunque  allí hubiera debido estar también Alfonsín, Kirchner lo llamó al otro día disculpándose). Concepto de una honra democrática nacional capaz de revisar –si seguimos su hilo severo- el conjunto del lenguaje que usamos para referirnos a Malvinas. No referimos a la idea alberdiana de pueblo-mundo. Será válido el lenguaje que usemos una vez descontado el de la alarma del escéptico liberal, pero también el de los sones de la epopeya inconclusa. Malvinas está ahora en la honra de la lengua democrática, y ésta no es ni más ni menos que una cuestión popular y universal de emancipación. Postergada con Macri. Nos gobiernan Farmacity, Chevron,  Generals Motor, y Barrick. ¿Qué podemos esperar? Para mí, no hay “cien días de gracia”. Pienso sobre la cuestión Malvinas lo que pensaba antes, y si antes me parecía que había que hacerle retoques reconstitutivos al planteo de Museo Malvinas, mucho más me parecen necesarios ahora, que entra en un ambiguo e irresoluto cono de sombra, convertido en agencia de alquileres, un rent-a-car de la memoria colectiva.
(Escrito el domino 14 de febrero. Se anuncia que Cristina retorna a Buenos Aires  con un Instituto o Fundación. Muchos esperamos que lo haga con ideas  y estilos renovados, a la altura de esta nueva gravedad de los hechos, que así como están, nadie los había previsto. Por otra parte, abundan los “pluralistas”. Pero no. Ese pluralismo, si es para aceptar este antiguo concepto de la historia política, no se refiere seguramente al “pluralista inventado”, a la “ficha ganada”, a la “carta robada”. Otra cosa es y lo tendremos que decir nosotros).  
Buenos Aires, 14 de febrero de 2016
Fuente: La Tecl@ Eñe

Cels: Límites al derecho a la protesta


El gobierno nacional dio a conocer un protocolo para la actuación policial en las manifestaciones públicas que otorga a las fuerzas de seguridad amplias facultades para reprimir y criminalizar las protestas sociales.
Esta decisión limita derechos de manera inconstitucional al poner a la libre circulación por encima de la integridad de las personas y de los derechos a la protesta y a la libertad de expresión. Además, la ministra de seguridad, Patricia Bullrich, anunció el protocolo con declaraciones amenazantes que completan el espíritu antidemocrático de la medida.
Uno de los aspectos más graves de la resolución es que no prohíbe de manera explícita que los policías que intervienen en las manifestaciones utilicen armas de fuego, ni tampoco que usen balas de goma para dispersar. Estas omisiones deshacen una medida fundamental que se había tomado luego de los peores episodios de represión en democracia, en los que las fuerzas de seguridad causaron decenas de muertos. La resolución también habilita detenciones con criterios amplios e imprecisos.
Es decir que el gobierno nacional, en lugar de regular la actuación de las fuerzas de seguridad y el uso de la fuerza, amplía sus facultades para reprimir y criminalizar. El texto de la resolución también limita el trabajo periodístico ya que la policía indicará a los trabajadores de prensa dónde pueden ubicarse. Esto afecta de manera negativa la libertad de prensa e impide el control que el registro fotográfico y audiovisual ejerce en el trabajo policial, como se ha demostrado en el esclarecimiento de homicidios cometidos por la policía en protestas sociales.
La resolución delega en las fuerzas de seguridad federales y provinciales la elaboración de los protocolos operativos que regulan la intervención en las protestas sociales  y que incluyen aspectos críticos como el uso de la fuerza. Sin embargo, las autoridades no pueden renunciar a sus funciones de gobierno y control político de las fuerzas en aspectos esenciales para la vigencia del ejercicio de los derechos fundamentales.
En 2011, las provincias adhirieron a los “Criterios Mínimos para el Desarrollo de Protocolos de Actuación de los Cuerpos Policiales y Fuerzas de Seguridad Federales en Manifestaciones Públicas”, orientados a proteger y garantizar los derechos involucrados en las protestas sociales. Por un lado, las autoridades provinciales y nacionales deben ratificar la vigencia de estos principios. Al mismo tiempo, los Criterios deberían ser convertidos en una ley destinada a proteger a largo plazo y en todo el país los derechos humanos en las protestas sociales.
Centro de Estudios Legales y Sociales
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La lengua madre // Ignacio Gago – Leandro Barttolotta

Los Rolling Stones volvieron a la Argentina y en el Estadio Único de La Plata se armó un festival dionisíaco de la nostalgia. La apropiación nacional de sus majestades satánicas y geriátricas contradijo, otra vez, las miradas horrorizadas del legitimismo. Una mirada posible sobre cómo fabricar felicidad.

Faltan minutos para que se apaguen las luces y salgan al escenario, la manija es insoportable: motorizada por la espera de una década (“¡Diez años es mucho tiempo!”, dirá Mick saludando en el segundo recital) o de toda una vida. Desde diferentes puntos del Estadio Único arrancan las oleadas del vamo’ los stoooooon y la garganta se encoge esperando el llanto. En el campo se alternan tatuajes descoloridos, viejas remeras de la gira Voodoo Lounge del 95’ (que lucen orgullosos cuarentones y cuarentonas) y del Olé tour 2016 (nombre que homenajea la palabra-insignia para el aliento que tanto se usa en Argentina y que conmocionó a Jagger en su primera visita. Se sabe, Argentina is the best crowd of the world, como se titulan los videos en Youtube, y tan apreciado es el “commoditie espiritual” que para estos recitales viajaron Stones de diferentes lugares del mundo). A pesar de que el promedio del público oscila entre los 25 y los 35 años (a medida que se avanza en la franja etaria se ve cómo las canas y las entradas reemplazan a los flequillos) hay varios viejos roquers de anteojos mostrando sus astillas del palo Stone (algunos con hijas que parecen importadas de un recital deJustin Biebers, pero todo sea por el bautismo o la redención), algunos chetos que claramente no dejarían salir a su hija con un Rolling Stone, grupos de amigos que engañan la ansiedad abusando de las selfies, otros que hablan de una stratocaster inalcansable, alguién que identifica a un clon de Heisenberg (el héroe de Breaking Bad) y arranca una carcajada generalizada, “Che, cocinate algo para los pibes, pelado”; hay varias banderas de palo con lenguas y piojitos que se agitan y la presencia de una estética barrial (de negros y de white negros,como diría Mailer) inédita para un recital en precio dolar y de una banda de “afuera” (la vagancia que puebla el campo desmiente sin embargo esa extranjería), más inglés de fonética que de First aprobado. En estas fechas, sin duda, se rememoró el congreso de esquinas; una invocación potente, porque es más una puesta en acto de esas intensidades que una puesta en escena de la nostalgia de lo ya-vivido. Rememoración que es también un homenaje al nosotros, a la gran mayoría de la patria-Stone que escuchó a Sus Majestades por contagio y no por filiación.
A los Stones –como a todas las bandas “fundadoras” de la movida barrial del rock– los escuchamos por primera vez en una esquina, en un Kiosko, en la calle, en un bar, por algún amigo o amiga, por hermanos o primos mayores, en menor medida en MTV o en la Rock and Pop. Música proveniente del inconciente huérfanode las generaciones curtidas a cielo abierto. Pero todas esas discusiones volverán luego de la conmoción, cuando nos llevemos los bises a nuestra vida ordinaria. Ahora se apagan las luces, el Vamo los estooooon es ensordecedor, en minutos se escucharán los acordes de Star me up y el estallido libidinal de la inmensa olla humana.
el tiempo está de su lado
Los Rolling Stones se le escaparon al siglo XX. Se terminan los golden sixties (y el mandato de morir antes de cumplir los 30 años) y ellos siguen (no sin pérdidas, claro, pero siguen, insisten); pasan los setenta, las grandes bandas se disuelven y ellos siguen (intoxicados, pero siguen); los aplanadores, conservadores y vacíos ochentas casi se los comen en su epílogo (con las peleas internas), pero siguen insistiendo, encaran los noventa con grandes giras y pasan más de quince años del siglo XXI para que los podamos ver tocar Paint it blackJumpin’ Jack Flash Brown Sugar. Los Stones no sobrevivieron al siglo XX; lo excedieron. Por eso cuando todos sus protagonistas más célebres murieron (personas y discursos), estos la siguen agitando. Quizás sean los testigos –y custodios– más longevos del misterio que escapa por conductos impercetibles de una época a otra. Sus Majestades Satánicas se armaron hace más de cinco décadas unas buenas líneas de fuga, y se las tomaron muy en serio. El tiempo entendido como duración, las intesidades que se desatan y conquistan mundos ignoran por completo al calendario. Solo perdura lo que está vivo.
patria Stone
En la primera visita que realizan al país en 1995, Mick y Keith estaban sorprendidos porque decían que no habían visto una euforía y un fanatismo similar desde la década del sesenta. En Argentina estaban viviendo la remake aggionarda de sus años de mayor efervecencia social. En los comentarios a una nota de La Naciónsobre la llegada de los Stones, se lee “Banda inglesa, multimillonarios, entradas a 300 usd, se hospedan en los hoteles mas caros y se voltean a las modelos mas lindas… Sin embargo el ‘rolinga argento’ está convencido que ‘los rolin’ son populares y nacieron en La Matanza. En ningún lado del mundo Los Rolling Stones generaron semejante creencia popular totalmente distorsionada y basada en la nada misma”En la catarsis racista anida una verdad: en el mejor malentendido histórico que celebró por estas tierras el agonizante siglo XX, secuestramos a unos vejetes ingleses y los hicimos parte del nosotros; se borraron las diferencias geográficas, culturales, etarias, se desplegó capilarmente una simpatía por Sus Majestades de carácter inédita; una traducción que no necesitó de diccionarios bilingues ni de intérpretes ilustrados; un gesto arbitrario, azaroso, extraño (aquí no tiene nada para decir el verso sociológico que siempre intenta explicar los “errores” de masas; y tampoco sirve la historiografía roquera).
No hubo re-interpreación argenta del fenómeno Stone. Acá, como Stones, fuimos –y somos– “primeros escuchas”. No hay original a resignificar, no hay experiencia menor, no hay plagio o imitación: hay solo la significación primera que se re-produce en cada escucha. Quizá la simpatía por Sus Majestades fue expresión –y causa– del encuentro con las fuerzas desconocidas, paganas, inéditas que habitaban en nosotros: las fuerzas necesarias para rechazar familiarismos, morales oxidadas y caretas, modos oficiales de valorizar la vida. Como sea, el encuentro es del orden de lo misterioso, tan indescrifrable como lo que sentimos durante estas tres noches cuando sonó Midnight Rambler o Can’t you hear me knoking y la historía del rocanrol nos atravesó el cuerpo. Mick juega con estas fuerzas de abajo y pregunta risueño, “¿son acaso el país más Stone del mundo?”. No quedan dudas.
escuela de rock y educación sensible
Por eso no se trata de sacudir a los Rolling Stones para buscar (im)posturas políticas, manifiestos militantes, críticas a los mandatarios por el calentamiento global, o línea ideológica para los movimientos globalifóbicos. “Visitaron a Menem en la quinta de Olivos”, “Son multimillonarios”, “son ingleses”, bla, bla, bla… No hay que buscar gestos políticos en la superficie (para eso los argentinos tenemos al Papa Francisco o a la Princesa Máxima), con Los Stones supimos del lado afectivo, deseante, sensible que funda lo político de la vida de los cualquiera. Con Sus Majestades aprendimos que “primero hay que saber vivir”; primero hay que inocular la vida de preguntas hasta lastimarla, y es desde ahí, desde ese umbral corporal, íntimo pero no personal, desde donde se incia todo lenguaje político. Con Sus Majestades aprendimos que las intensidades se conquistan siempre contra la rígidez de los cuerpos que crea el Poder, y que en la expresión pública de esas rapacidades ganadas se juega una lucha por los modos en que queremos vivir. Los Stones nos sirvieron para la verdadera y primordial batalla cultural (en el lenguaje/cuerpo) que necesita toda política que quiera transformar el mundo. Con los Stones aprendimos que en el pliegue más profundo, las vidas no se determinan por coyunturas políticas, económicas o sociales: una vida “feliz” (felicidad: llegar a ser lo que uno es) no es la expresión del mundo que la rodea, sino la capacidad de hacer mundo. Con los Stones aprendimos a fundir Vida y Política. De los Stones no se sale necesariamente crítico o militante; pero sí se sale con ganas de vivir (como salimos después de cada escucha solitaria o en banda, en un fiesta con amigos, en un bar nocturno y embriagado o en un cuarto adolescente o en un living adulto o en un celular que nos aísla de la ciudad, como salimos después de los trances de cada uno de los shows). Claro, despúes cada uno verá qué hace con esas ganas: negativizarlas como insatisfacción e inquietud para estallar una forma de vida que apriosiona, volverla nafta anímica para emprender planes colectivos y agites comunes, o usarla como recurso para –únicamente– retornar de buen semblante a gestionar exitosamente la vida laboral y social.
Mientras escribimos estas líneas circulan por las redes sociales las imágenes de los Stones con la familia Macri acompañadas de algunas críticas “progres” de muchos comentaristas que probablemente sigan creyendo que los escenarios sociales se erosionan a pura pedagogía política, ignorando el plano de los afectos y las sensibilidades. La lengua de los Stones es un logo, pero un logo encarnado; un logo que sigue teniendo adherido en sus bordes vitalidad y energía. Una lengua íntima pero también social, una lengua aliada, disponible para el agite. Sacar esa lengua a la sociedad es también expresar públicamente (políticamente) un nivel afectivo-íntimo desde el que se piensa y se vive. Con esa lengua roquera aprendimos que todo lenguaje calienta o no, y punto. No hay mucho más que hacer.
viendo a los niños jugar
Una langosta verde se posa en la guitarra, recorre el mastil, se detiene en el clavijero. Keith la mira encantado y sonríe, le hace un gesto a Ronnie que se acerca y contempla la escena. Luego se suma Mick que parece no comprender, con una mueca Keith le señala al bichito y los tres se ríen sin dejar de tocar. Parecen niños, en ese gesto hay inocencia, asombro y juego. La escena proyectada en las pantallas recuerda al homenaje que Werner Herzog le hace a Kinski en Mi enemigo íntimo, cuando lo retrata jugando encantando con una mariposa que revolotea a su alrededor. En la escena también se puede percibir la misma sustancia vital que derrama Richards en su documental (Keith Richards: Under the Influence, 2015), cuando sostiene que “la adultez llega cuando te entierran”. Ni forever young ni adultez agilada de final de juego. Se subraya el verdadero límite, el viejo y conocido final, pero para empujarlo al fondo del pasillo, hay fade out, pero aún quedan intensidades por desatar y noches enteras por bailar.
La mayoría de las coberturas periodístas acentuaron el atletismo, la buena salud de los vejetes, y lo mágico de las performances (magia entendida como detención del tiempo, por la vigencia de lo que debería haberse degenerado, para usar un término con el que se los impugnó en sus inicios desde la sociedad pacata). Sí, hay magia y salud, pero por otros motivos. La vigorosa salud es la que alimenta la intensidad (no la capacidad de los pulmones y los músculos) y la magia es hacer con lo que hay otra cosa: magia es tocar un millón de veces los acordes de Satisfaction y gozarlo con la alegría de la primera vez. Magia es hechizar a más de 50 mil personas de un modo inolvidable. Sus Majestades Satánicas hicieron de la juventud una estética vital y no un mandato estético –como logró trampear el mercado y las publicidades. Una estética que sabe sensiblemente que es mentira el cuento de la maduración: nadie madura, simplemente se cansan. Lo azaroso de la langosta en la guitarra de Keith y las risas complices con Mick actualizan –como infinidad de veces a lo largo de estos 54 años, más allá de las peleas y los quilombos– aquel viejo choque fundante en la estación de trenes, cuando ambos llevaban un disco bajo el brazo y el rostro lleno de acné. Lo mejor y más perdurable del rocanrol nació en ese tren en marcha, en ese momento infinito y eterno (por ausencia de fines) que aún hoy seguimos recreando: un tren en movimiento, un auténtico rocanrol que sigue sonando, cuerpos que siguen girando, la vida entendida como duración e intensidad, tan simple y encantador; Like a Rolling Stone.
Fotografia: Julián Rulli
(Fuente: http://revistacrisis.com.ar/)

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