Tras enterarnos del fallecimiento de nuestro querido compañero Pablo Mendes, desde el grupo de estudio sobre Spinoza recurrimos a las grabaciones de los dos últimos encuentros de los que participó Pablo y compusimos estas notas que subrayan su participación, habitualmente marcada por su interés en los aspectos teóricos útiles para la acción concreta. Además de la dimensión técnica y estética propias de la formación personal de Pablo, resaltaba en sus intervenciones, una fuerte vocación ética y política.
Notas del lunes 12 de mayo.
Leemos: el orden y la conexión de la idea es igual al orden y conexión de las cosas. Tratamos de entender: la potencia de la naturaleza de obrar es igual a su potencia de pensar. Spinoza agrega que un cuerpo no limita nunca a una idea y una idea nunca limita a un cuerpo. Y pone el ejemplo la idea del círculo que podemos definir, y el círculo que podemos trazar en la arena. Se trata, nos dice, de un mismo círculo al que podemos aprehender ora como idea, ora como cuerpo.
Pablo Mendes, integrante de grupo, toma la palabra: “Está buenísima esta formulación sobre la potencia de obrar y de pensar, porque permite reunir la potencia con la Causa de Si. Ayuda a plantear el problema en Spinoza de una inmanencia entre Dios-naturaleza y Mundo sobre el plano de la existencia”. En la medida en que ese Dios Naturaleza se causa enteramente a sí, podemos pensar el mundo como aquello que se sigue necesariamente de ese movimiento de auto-causación sobre el plano de la existencia.
Esta base firme de la existencia coincide con la potencia de pensar que la acompaña, haciendo posible conocer incluso aquello que no se da de modo directo en la experiencia: al pensar algo por su potencia, se accede a una especie de eternidad.
Pablo concluye que si un cuerpo tiene un modo de existir en la duración; tiene al mismo tiempo la posibilidad de acceder a una idea eterna de sí mismo. Y puesto que en lo eterno nada pierde su potencia, pues la potencia del Dios-Naturaleza nunca disminuye, esa idea de sí mismo podrá permanecer aun cuando ese cuerpo ya no se encuentre en la duración. En el plano de la duración, la potencia de ese cuerpo fluctuará de acuerdo a sus afecciones, y esas fluctuaciones se expresarán en él bajo el modo de mutaciones que sufrirá a lo largo de una vida, sin por eso alterar su grado de potencia característico: “supongamos que esta mesa deja de existir, tenemos derecho a imaginar que ni bien se den las condiciones para ello, ella podría volver a existir. Esta es la idea que me hago de una potencia eterna”.
Nos preguntamos lo siguiente: cuando Pablo afirma que podemos conocer la potencia de una mesa que tenemos ante nosotros como un objeto físico que forma parte de nuestra experiencia, ¿estamos al mismo tiempo ante la posibilidad de acceder a la idea de la mesa tal y cómo existe eternamente en el Dios-Naturaleza? Parece que Pablo plantea que la idea que pensamos puede coincidir con la idea tal y como existe en la eternidad.
Pablo confirma que eso es exactamente lo que quiere decir. No es sólo que entiende así lo que dice Spinoza. Es también que a él le resulta un hallazgo pensar así.
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Notas del lunes 19 de mayo.
Leemos un comentario de Deleuze sobre Spinoza: “Un ser finito no existe bajo su propia esencia o potencia sino en virtud de una causa externa, no por ello deja de tener una potencia. Aunque esa potencia necesariamente es efectuada bajo la acción de causas exteriores”. Y bien ¿en virtud de qué condiciones le atribuimos un ser finito, incapaz de existir por sí mismo, una potencia de actuar idéntica a su esencia? La respuesta de Spinoza parece ser esta: “Afirmamos la potencia de un ser finito en la medida que consideramos este ser como la parte de un todo”. Y el mismo razonamiento vale para la potencia de pensar: “Atribuimos a una idea distinta una potencia de pensar pero solo en la medida que consideramos esta idea como la parte del todo, como el módulo del atributo pensado o como la modificación de una sustancia pensante que por su cuenta posee una potencia infinita de pensar…»
Nos preguntamos por la fuerza con que un ser finito persevera en su existir. ¿De dónde surge? Se trata, pensamos, de un ser que está preservando su potencia de vivir, lo que de algún modo quiere decir que ese ser está también de algún modo ya muriendo. ¿Es contra ese morir que el viviente se preserva, contra él persevera? Surgen al respecto dos razonamientos: por un lado, Spinoza dice que no es propio del ser viviente libre meditar sobre la muerte. Su meditación, se dice en Etica, es siempre sobre la vida. ¿Qué es lo que hace que pensemos en la muerte? Pero por otra parte, y olvidando por un momento a Spinoza: ¿a qué le llamamos exactamente “morir”? Si atendemos a que la vida pudo ser concebida como una suerte de resistencia frente al estar muriendo que le es propio, quizá podamos pensar que la vida es el ser capaz de seguir extrayendo un poco más de vida a la muerte. Si la vida fuera una conquista incensante de tiempos de existencia sobre un fondo mortalista, podríamos volver a Spinoza pensando que no hay que distraerse pensando en ese fondo, sino en las fuerzas que debemos extraer para nosotros sin interrupción. Desde ese ángulo podemos decir que nada nos está garantizado por alguna trascendencia. Quizá podamos decir que en la vida logramos siempre obrar una vez más, leer un libro más, tener una conversación más.
Descubrimos aquí la vitalidad de la cautela spinoziana. La ética como un aprendizaje y un principio de selección de los afectos alegres que surgen de cierto encuentros mundanos. No se trata sólo de evitar los encuentros que descomponen nuestras relaciones constitutivas. Se trata también, y sobre todo, de multiplicar los afectos que expresan nuestro poder de existir. La filosofía de Spinoza es un arte de las distinciones.
En otras palabras, encontramos en Ética una suerte de enseñanza del recurso pugilístico del saber «tomar la distancia». Spinoza como maestro en el arte de los aproximamientos. Aproximar, distanciar; acercar y reunir, discociar y diferenciar; arrimar y tantear; substraer y observar. Es este arte el que junto con Pablo y otrxs 26 compañerxs, nos reunimos desde hace meses a compartir estas lecturas.
En buscar incrementar nuestra potencia de afirmación y de cooperación.
Retomamos la lectura: Los seres finitos son condicionados, en tanto somos modificaciones de la sustancia o somos modos del atributo. La sustancia, por su parte es la totalidad incondicionada porque posee la infinidad de las condiciones. Y los atributos, por su parte, son las condiciones comunes, comunes a la sustancia que las posee colectivamente y a los modos que los implican distributivamente. Dios comunica a las criaturas mediante sus propios atributos, como condiciones comunes, la potencia de que las criaturas son provistas.
Se plantea la pregunta por cómo experimentamos, en tanto seres finitos, esas condiciones comunes. Surge la pandemia de los años recientes como campo de experiencias. Esa amenaza de muerte masiva, que fue superada por un esfuerzo de comprensión, de investigación, de cuidados. Ese esfuerzo supone un concatenamiento, una composición sin la cual los seres finitos que somos no podríamos quizas protegernos. El ejemplo de las vacunas remite a una cooperación intelectual de alcance trasnacional, que supone una cierta captación del orden y conexión de las cosas. Un orden que está, por cierto, políticamente manipulado, que gestiona la cooperación según los requisitos de ganancia.
Toma la palabra Pablo (que participa por zoom): “¿Se me escucha? Se me está explotando la cabeza Diego, con esa idea que me está pareciendo increíble. Que aparece en el ejemplo, pero que aparece también en lo que decías también de la potencia de pensar. La importante distinción entre capacidad de crear una idea y el hecho de que esa idea participe de una cierta potencia de pensar. Si hay un conjunto de cerebros –por ejemplo, unos científicos, ciertos laboratorios– que son capaces de comprender como funciona un organismo para anteponerle una cuestión química que le disminuya su existencia es porque hay una potencia de pensar; lo que me resulta muy interesante, como novedad de lo que estamos planteando, es esta distinción entre formación en el atributo de las ideas y la potencia que ellas pueden adquirir. Me parece que ahí hay algo que, no sé, me activa una línea que no la tenía”.
Retomamos una frase leída para extender un comentario: “todo modo finito tiene una potencia propia, idéntica a su esencia…». Parece que Spinoza cree que esta potencia propia está en la base de un derecho propio puesto que en otro lado ha escrito que el derecho de un existente es igual a su potencia. Se plantea un problema sobre cómo se accede a la propia potencia. Porque si la potencia es de obrar y de conocer, y de ella depende nuestro derecho, es fundamental saber cómo vamos a conocer y a acceder a nuestra potencia, que por cierto no nos es dada de modo inmediato. Deleuze propone pensar la potencia –el grado de potencia de cada quien– como un grado, una cantidad intensiva específica, que posee una suerte de umbral de máximo y de mínimo. Un cierpo espacio no extensivo que siempre está colmado, pero que puede llenarse de ideas adecuadas o inadecuadas.
Toma la palabra Pablo: “Sí, sí, está clarísimo. Es el hecho de que el modo no es causa de sí mismo. El modo está determinado por un contexto. Un contexto que, en realidad, es muy mucho más grande que él. Ahora, el modo tiene una potencia actual de existir. Y en el marco de esa potencia actual de existir, puede sufrir pasiones o acciones”. Pablo explica que la naturaleza es ese contexto mayor, que actúa sobre cada quien de un modo siempre superior a sus fuerzas, poniendo a prueba su poder de existir: “Puede sufrir pasiones o propiciar acciones. Ahí su potencia de pensar y de potencia de actuar se corresponden simultáneamente, disminuyendo o bien aumento de su potencia”.
Continuamos la lectura de Deleuze: «En Spinoza, la participación siempre será pensada como una participación de potencias, pero la participación de potencias no suprime jamás la distinción de esencias».
Comentamos: parece ser entonces que las potencias infinitas del Dios-Naturaleza no borran sus respectivos grados o partes intensivas, que son a su vez esencias. Este comentario recuerda la sorpresa que exponía el filósofo argentino León Rozitchner sobre el hecho de que una porción de materia del universo sea “yo mismo”. Ese yo subjetiva una parte irreductible, absoluta. Pero que sólo existe tomada en función de otra dimensión relativa de eso, es que eso no existe sino en relación con otras cosas.
Pablo: “-Diego, ese es el ejemplo, el mejor ejemplo de la potencia de pensar. Porque en algún momento todos nos preguntamos eso: ¿cómo es que yo soy yo y no soy otra cosa? Y esa pregunta remite la potencia de pensar, la pregunta. Al origen. Ahí se abre algo que puede como terminar siendo una gran filosofía”.
Nos preguntamos si este yo que se descubre en el modo del asombro es el que, por medio de preguntas, puede fundar un comienzo de un filosofar. ¿Puedo llegar desde mi a la causa de si y al Dios-Naturaleza? ¿O sin contar con un “método” de filosofar me pierdo en el camino?
Pablo: “-Ahí aparece, inevitablemente, el signo apabullante que es el cagazo que nos genera descubrir el carácter determinado de la sustancia. Porque ese camino es un camino de acción, en medio de la autodeterminación de la sustancia a trave nuestro”.
Recordamos la proposición 36 de la parte 1 de Etica. Ahí Spinoza dice que todo modo finito produce efectos. De lo que deducimos que todo ser finito es igualmente causado y causa y en el extremo puede ser concebido como un momento de la “causa de si”. Si esto fuera así, podríamos concluir que desde cada ser finito capaz de interrogarse por su propia constitución y de acumular potencia de pensamiento interrogando aquello que se tiene en común con los otros podría convertirse en un filósofo spinozista. Es decir: se puede partir de la causa sui como una definición inicial o bien llegar a ella desde lo que somos. Este es quizá un camino dificil –nunca imposible ni cerrado de antemano a nadie–, del que Nietzsche en algún momento dice que incluye un momento de crueldad a sí mismo. Puesto que en mi libre imaginación, me gustaría imaginarme como hecho de imagen y semejanza a del Dios creador, pero el artista y el intelectual quieren darse formas, devenir creador de formas, y para eso aprenden a gozar de una suerte de crueldad autoinfligida. Sin esa crueldad sin la cual no se podría tener conocimientos serios sobre nada. Sin cierta crueldad auto-aplicada (que por ser un modo de conocimiento proporciona un afecto de alegría) no llegamos a salir de una imaginación vuelta sobre si para captar, para dar con el orden y conexión de las ideas y de las cosas, y a descubrirnos como causa inmanente en ese orden.
Buenos Aires, 8 de junio de 2025
* El grupo de los lunes se reúne con la coordinación de Diego Sztulwark a estudiar el libro “Spinoza, el problema de la expresión”, de Gilles Deleuze.